PREFACIO - TEMA VII - TEMA VIII - TEMA IX

 

TEMA VIII. LA PLENITUD DEL SABER ANTIGUO

ESQUEMA-RESUMEN

1. LA CIENCIA COMO CIENCIA
1.1. Los elementos del Corpus .

2. RASGOS DEL REALISMO ARISTOTÉLICO

3. LA LÓGICA
3.1. La razón como forma.
3.2. Teoría del juicio.
3.2.1. La relación como “devenir”
3.2.2. Clasificación de los juicios.
3.2.3. Las categorías.
3.3. La inferencia y el razonamiento.
3.3.1. Mediación y conocimiento.
3.3.2. Refutación de los paralogismos.
3.4. Ideas y conceptos.


Aristóteles de Estagira (384-322) fue hijo de un médico al servicio del rey Amintas de Macedonia. Desde una edad muy temprana recibió de su padre una esmerada educación en terapia y fisiología, que completó a partir de los dieciocho años dirigiéndose a Atenas, e ingresando en la Academia. Allí tuvo ocasión de oír a Platón y conversar con él durante dos décadas, hasta la hora de su muerte. «Mostró en su vida y enseñanzas» —diría luego del maestro— «cómo ser bueno y feliz al mismo tiempo».

Al recaer sobre un sobrino de Platón el puesto de nuevo director de la Academia, partió hacia Assos para hacerse cargo de un centro pedagógico dependiente de la escuela platónica. Los locales habían sido donados por el príncipe Hermias, con quien Aristóteles pudo empezar a cumplir lo que su maestro había intentado sin éxito en Siracusa: influir «filosóficamente» sobre un gobernante. Y aunque Hermias murió crucificado por los persas, antes tuvo tiempo de convenir la boda del filósofo con su sobrina, y recomendarle al entonces rey de Macedonia, Filipo, como hombre de inmensa valía. Gracias a ello le fue propuesta la formación del joven heredero al trono, Alejandro, tarea que desempeñó meticulosamente durante diez años.

Esta circunstancia merece ser puesta de relieve. El más grande de los héroes antiguos —un bárbaro de nacimiento, a quien correspondió en suerte la reconquista de las colonias helénicas perdidas, y el rápido despliegue de la civilización griega desde Egipto hasta la India— tuvo como preceptor al hombre más sabio de su tiempo. Se diría que con Aristóteles el genio griego se hace consciente en toda la amplitud de sus horizontes, y esa conciencia de si hecha individuo concreto es Alejandro, en quien su educador graba los ideales de una civilización reciente pero madura para asumir la dirección del mundo. El desenlace de las guerras médicas no es por eso la victoria de un rey sobre otro, sino el triunfo de la primera sociedad histórica contra el discurrir ahistórico de los imperios orientales. Aquí se consolida el concepto de un «occidente» no marcado por el territorio o la raza, sino por una comunidad basada sobre principios como el examen intelectual de las cosas, el respeto hacia lo particular, la confianza en la humanidad y el proyecto científico.

Las muy cordiales relaciones del filósofo y Alejandro empezaron a enfriarse cuando éste se erigió en soberano absoluto. Aristóteles regresa entonces a Atenas y funda el Liceo, donde el claustro docente —apoyado en la mayor biblioteca de su tiempo— impartía cursos regulares sobre múltiples materias. Tras doce años de intensa dedicación a la docencia, la muerte de Alejandro supuso un serio cambio en el estado de cosas. El partido nacionalista ateniense, capitaneado por Demóstenes, veía con recelo cualquier institución o persona vinculada a Macedonia. Al igual que sucediera con Anaxágoras, Protágoras, Sócrates y Estilpón, Aristóteles fue acusado de impiedad, y muy probablemente habría incurrido en una condena de no exilarse sin demora. Padecía ya entonces la enfermedad de estómago que meses más tarde le llevaría a la tumba, pero quiso «evitar a los atenienses otro crimen contra la filosofía», según se cuenta. Vivió sesenta y tres años.

De él se ha dicho, con justicia, que ningún hombre tiene más derecho a ser considerado maestro del género humano. A grandes rasgos, intentaremos mostrar por qué.


1. Durante el largo período de formación en la Academia, Aristóteles compuso diálogos de estilo brillante y orientación platónica, sembrados de bellos mitos, que él mismo llamó «exotéricos» o destinados a cualquier tipo de público. Estas obras influyeron poderosamente en la antigüedad, pero sólo han sobrevivido muy pocos fragmentos. Como en el caso de Demócrito y Epicuro, cabe atribuirlo a la quema sistemática de libros tenidos por contrarios a la fe cristiana1. El Aristóteles joven parece sensible a la principal frivolidad griega –que era odiar las arrugas y añorar la juventud-, o quizá más sensible aún al pesimismo órfico, cuando declara en uno de esos fragmentos: “No haber nacido es lo mejor para el hombre, pero una vez nacido lo mejor es morir cuanto antes”. Parece que de esta época es una crítica a la concepción pitagórica del alma como armonía. La armonía es una «cualidad», a la que se contrapone la desarmonía, mientras el alma es una «substancia» carente de contrario, por lo cual una y otra cosa pertenecen a categorías distintas.

De los diálogos perdidos el más relevante parece haber sido el Protréptico, que se mantiene aún dentro del dualismo platónico y afirma la posibilidad de una ética y una política basadas sobre normas absolutas. Dicho texto influyó mucho en cínicos y estoicos, y sirvió como punto de partida para la formación de Epicuro. A través de un diálogo de Cicerón, el Protréptico convertirá al pagano Aurelio Agustín —luego San Agustín— al monoteísmo gracias al argumento de la primera causa o motor inmóvil.

Al período de docencia en Assos y en la corte macedónica corresponde una intensa producción, igualmente perdida. Buena parte de la obra posterior aprovecha materiales elaborados durante estos años, y parece ser entonces cuando comprende que el elemento de verdad contenido en la doctrina platónica sólo puede salvarse de la superstición renunciando al dualismo. Los avatares prácticos –incluyendo la censura eclesiástica- determinaron que de la obra platónica sólo subsistieran las exposiciones adornadas literariamente (aunque sea indiscutible la existencia de abundantes textos «técnicos» empleados en sus lecciones de la Academia durante décadas), mientras con Aristóteles sucedió justamente lo inverso.

Al periodo de docencia en el Liceo corresponden los textos «acroamáticos» o pedagógicos, mal llamados «esotéricos», pues no contienen doctrinas secretas ligadas a rituales iniciáticos, en la línea pitagórica, siendo sencillamente apuntes del propio Aristóteles para sus conferencias, o notas tomadas por los oyentes. La masa de estos escritos —redactados a menudo sin la menor consideración estilística— parece haberse perdido durante más de dos siglos, y luego de llamativas peripecias2 fue recopilada por el peripatético Andrónico de Rodas en un Corpus de ingentes proporciones, lleno de lagunas y partes interpoladas, reiterativo unas veces y oscuro otras. Esta defectuosa edición es prácticamente la única fuente de que disponemos. A pesar de tantos inconvenientes, es un incomparable depósito de conocimientos sobre todos los campos del saber humano. En realidad, parece casi imposible que un individuo haya podido ser tan enciclopédico y original a la vez, tan capaz de combinar la rigurosa observación de los fenómenos naturales con la máxima profundidad especulativa.


1.1. Si en Platón, como vimos, quedaba perfilado con claridad el ideal de la ciencia y los contornos generales del proyecto científico, con Aristóteles lo que se obtiene es la ciencia misma en toda la compleja riqueza de sus posibilidades. La recopilación de Andrónico contiene cinco grandes grupos de temas:

1. Tratados sobre lógica (que comprenden Categorías, Sobre la interpretación, Analíticos Primeros y Segundos, Tópicos y los Elencos sofísticos), conocidos en conjunto con el nombre de Organon.

2. Tratados sobre «filosofía primera» (que comprenden los catorce libros de la Metafísica), cuyo origen son conferencias de épocas distintas sobre teoría de la ciencia.

3. Tratados de física, historia natural, matemática y psicología. Dentro de la primera rúbrica se incluyen la Física, Sobre el cielo, Sobre la generación y corrupción y los Meteoros, que suman un total de dieciocho libros. Dentro de la ciencia natural hay numerosos trabajos sobre zoología, anatomía, fisiología comparada y hasta botánica, que suman un total de veintiocho libros. Los Problemas revelan hasta qué punto estaba Aristóteles familiarizado con la matemática. Dentro de la psicología hay que incluir el tratado Sobre el alma y una colección de tratados más breves conocidos como Parva naturalia.

4. Tratados sobre ética y política, que incluyen tres Éticas —redactadas en distintos períodos—, de las cuales la llamada Nicomaquea es la más extensa y personal, así como los ocho libros de la Política (para cuya redacción Aristóteles recopiló con carácter previo más de ciento cincuenta Constituciones republicanas de la época), la Constitución de Atenas y los dos libros de la Economía, cuya autenticidad literal se pone en duda aunque estén indudablemente inspirados por lecciones suyas.

5. Tratados sobre estética, historia y literatura, donde se incluyen una Retórica en tres libros, una Poética incompleta (de la que sólo nos resta su teoría de la tragedia) y la colección de las Costumbres bárbaras.


Faltan en esta enumeración sucinta varios trabajos menores, y las muy numerosas obras perdidas. Pero si nos atenemos sólo a las mencionadas, el conjunto produce estupor. La lógica, la metafísica, la física terrestre y celeste, la meteorología, la zoología, la botánica, la anatomía comparada, la biología, la psicología, el derecho político y constitucional, la economía, la filología, la historia de la ciencia, la sociología empírica, la estética y algunas otras disciplinas nacen con Aristóteles, y la mayoría de ellas guardan todavía su impronta, cuando no sus conceptos y métodos específicos. A nivel de términos simplemente, todos los demás pensadores griegos juntos no introdujeron un número equivalente en el discurso científico. La filosofía pasa allí a ser sistema de las ciencias, porque su pensamiento penetra con inmediatos frutos en el detalle, combinando un examen puramente empírico con el análisis de lo más abstracto.

Esta misma riqueza hace sumamente difícil exponer a Aristóteles sin degradarlo. Por otra parte, ningún pensador ha sido más tergiversado.

 

2. En Platón la fuente del discurso filosófico es un delirio (manía) sagrado, el «entusiasmo», mientras para Aristóteles la vocación de conocimiento proviene del asombro. Un texto de Einstein escrito en 1946 —y no pensado para nada como comentario a Aristóteles— ayuda quizá a comprender qué se entiende por ello.

«El desarrollo rutinario del mundo de los pensamientos es en cierto modo una huida continua ante el asombro. Un asombro semejante fue el que experimenté de niño cuando mi padre me mostró una brújula. El hecho de que esa aguja se comportara de una manera tan determinada no cuadraba en absoluto con el tipo de acontecimientos que podían tener cabida en el mundo de conceptos inconscientes. Detrás de las cosas debía haber algo que estuviese profundamente oculto. Con todo, lo que el hombre ve desde pequeño no suele provocar en él una reacción de este tipo; no se asombra ante la caída de los cuerpos, ni ante el viento y la lluvia, ni ante la luna, ni ante el hecho de que ésta no se caiga, ni ante la diversidad de lo viviente y lo no viviente».

Lo que llega con Aristóteles -y permanece entre nosotros desde entonces- es un realismo que asimila los logros del idealismo, una filosofía que dice sí al sentido común y dice también sí al refinamiento conceptual. Antes de pasar revista a alguna de sus obras específicas, los siguientes puntos perfilan de modo esquemático la orientación:

a) Escepticismo ante un mundo ideal como única realidad verdadera. Estamos inmersos en una dimensión física, donde incumbe observar cuidadosamente y razonar con pulcritud. Si hay disparidad entre una convicción y una observación procede confiar siempre en lo segundo.

b) Los sentidos no tienen en sí mismos nada de vil o engañoso; por el contrario, son la mayor fuente de placer y conocimiento. La tarea de la conciencia en general es elevar los datos del sentido a conceptos, mostrando la íntima copertenencia de lo sensible y lo inteligible.

c) El universo real no es algo sometido a una normatividad trascendente —como el Bien o la Belleza—, sino el fundamento del que se deriva cualquier normatividad. En vez de depender el mundo de la perfección, son la perfección y la imperfección quienes dependen de él.

d) El principio de lo real es el ser como determinación física suprema, como «entidad» (ousía). Pero esto absoluto que «es en sí y por sí se concibe» no está sometido a inmovilidad y trascendencia; no es tanto el Ser como los seres o entidades, una colección de substancias particulares, indefinidas en número.

e) El ser es una vida; la inteligencia es una vida. Bios constituye lo común a las diversas cosas o substancias. En uno de los extremos de esa vida está el éter intelectual comprendiéndolo todo, libre por su sutileza, y en el otro unas polvorientas piedras, cerradas sobre su propia densidad. La oposición de esos extremos no merma la unidad de la vida, suspendida por definición entre el nacer y el morir.

f) La perfección es definición, límite. Lo ilimitado es imperfecto.

Estos puntos «realistas», conviene advertirlo, son también tesis que definen para el futuro la filosofía especulativa. «Especulativo» no significa aventurado, fantástico o simplemente sin pruebas, sino una orientación cuyo fundamento es no conformarse con postular lo uno o lo otro, sino que se compromete a examinar lo uno y su otro y lo demás también, hasta obtener una unidad de la unidad y su diferencia, superando cualquier dualismo. Lo contrapuesto contiene siempre un tercero común. Absolutizar uno de los lados, no menos que prescindir de la oposición específica entre ambos, supone velarse la totalidad perseguida por el conocimiento.

 

3. Heráclito había dicho:

«Uno es lo sabio, el juicio que gobierna todo de parte a parte» (frag. 41).

Y también:

«Aunque el logos es común a todos, la multitud vive como si cada uno tuviese su privado entender» (frag. 2).

Aristóteles se aplicará a lo común del logos con un rigor sin precedentes. En realidad, ninguna ciencia nace tan entera en la obra de un solo hombre como la que él llamó «Analítica» y nosotros Lógica.

3.1. Por una parte, su hallazgo está en aislar y definir la forma del pensamiento, abstraída de cualquier contenido contingente. Por otra parte, resulta que el examen constituye una obra maestra de empirismo, y que lo «lógico» se describe con el mismo tipo de atención que el zoólogo o el botánico emplean en sus respectivos campos.

Léguein significa decir, reunir, determinar. La lógica investiga qué hay de necesario y general en ese decir, reunir y determinar que es la razón humana. En tal sentido, la lógica constituye la verdad a priori, el discurso acerca del discurso, antes y por encima de cualquier contenido que pudiera llegar a ser su objeto. Al mismo tiempo, Aristóteles aclara que esta ciencia no pretende suplantar la experiencia, ni recomienda prescindir de la percepción. El error arranca siempre de relacionar o combinar falsamente aquello que los sentidos revelan. Aunque la razón humana puede analizarse a partir de sus propias pautas, es también lo que abre y presenta la Naturaleza, el instrumento (organon) de contacto con el mundo. Si los sentidos fuesen engañosos, la lógica sería una logomaquia, un discurso solipsista que jamás llegaría a lo mentado, mientras en Aristóteles logos es la expresión de physis.

Resulta importante no confundir aquello que la lógica tiene de ciencia formal —cuyo objeto es la idea de la verdad, y no la verdad realizada que son los existentes determinados y el curso del mundo— con lo que se llama «lógica formal». El Organon aristotélico no está desvinculado de un concepto de lo que existe, y tiene como contenido concreto —no sólo «formal»— el movimiento de la razón haciéndose razonante. Sin embargo, el estado lacunario y desordenado de los textos que se conservan, así como la complejidad y detalle de los análisis, permitieron que los comentaristas medievales convirtiesen la lógica de Aristóteles en un manual casuístico donde desaparece el eje animador del conjunto. De este modo, su descubrimiento acabó anclado en el bizantinismo, atrayendo sobre la silogística escolástica un justo desprestigio. A mediados del siglo xix algunos matemáticos comenzaron a desarrollar una lógica puramente simbólica, que desde principios del siglo XX cristalizó en una disciplina específica (la «lógica formal»), dotada de diversas aplicaciones —por ejemplo, se ha revelado muy útil en informática— que en lo básico es tributaria aún de Aristóteles (conceptos de inferencia, términos, proposición, etc.), pero cuyo principio de contradicción resulta mucho más restringido que el aristotélico.


3.2. El punto de partida de Organon es un principio de contradicción, que Aristóteles presenta como una evidencia natural. Un hombre no es a la vez un barco. «Es imposible que la misma cosa sea y a la vez no sea». Aunque haya un movimiento eterno en el mundo, aunque la substancia sea ante todo actividad, joven no es viejo, día no es noche, nube no es lago. El joven se hace viejo, el día deviene noche, la lluvia hace surgir el lago; pero unos y otros siguen teniendo «entidad». Resulta tan vano querer privar de entidad a lo transitorio como pretender que algo sea al mismo tiempo lo contrario de otra cosa cualquiera.

Aplicado al discurso (logos), el principio de contradicción es el principio de la consecuencia: decir «algo» es ya decir «algo más». Decir significa poner de relieve algo sobre algo, expresar algo como algo, y en esa medida es un juzgar susceptible de examen. El esquema verbal más simple de ese juzgar es la «proposición»3 lógica, que se distingue del ruego, el mandato o la pregunta porque “concierne sólo al conocimiento”. En realidad, es siempre una cierta composición (synthesis) formada por dos tipos de elementos:

a) Algo que «significa sin tiempo», que Aristóteles llama «nombre» (ónoma) y también «sujeto» (hypokeímenon). Sujeto es literalmente apoyo, base sobre la cual se sustenta otra cosa.

b) Algo que «implica tiempo» y se sigue o predica de lo primero, llamado por Aristóteles réma y traducido por «verbo», aunque significa «asunto», «suceso».


3.2.1. En «la rosa es una flor», por ejemplo, el ónoma es «la rosa» y el réma «es una flor». El nombre, sea lo que fuere, es el elemento que está puesto como cosa sub-yacente, su-puesta (de ahí sub-iectum, traducción literal de hypó-keímenon), y por eso significa «intemporalmente». Puede ser un individuo o una determinación, pero no está puesto como determinación sino como «fundamento» (que es la traducción más frecuente de hypokeímenon) y en esa medida simplemente «es» o tiene «ser». Esto se observa si decimos, por ejemplo, que «los cuerpos son divisibles»; podemos también decir que «los divisibles son cuerpos», aunque en este segundo caso hemos forzado el orden lógico, poniendo la determinación como sujeto y viceversa.

El predicado, en cambio, es lo que le acontece a ese simple nombre, la determinación como determinación, e implica «tiempo» por partida doble. En primer lugar, porque al no ser el elemento supuesto o sub-yacente, sino el elemento que se sigue de o atribuye a él, comprende además del «es» el fue, el será y sus afines. En segundo lugar, yendo al fondo, porque la «composición» en que consiste el juicio implica un devenir. Aclaremos esto. El esquema S es P implica romper el círculo de la tautología (S es S, «la rosa es la rosa»), extrayendo al sujeto de una identidad vacía. «La rosa es una flor» significa también que ya no es tomada como un nombre, ni como un «esto» indefinido en sí, sino como especie de un género; es decir, que ya no es tanto la rosa como un cierto tipo de flor. «Yo soy blanco» significa que ya no me tomo como mero yo —de acuerdo con mi solo nombre— sino como hombre blanco, que incluye tanto la precisión general de ser humano como la diferencia específica de la raza, en contraste con otras (negra, amarilla, cobriza).

En realidad, lo que el juicio hace es poner precisamente como determinación (eidos) algo que se ofrecía tan sólo como fundamento (hypokeímenon), y ese pasar de lo uno a lo otro implica cosas como duración, cumplimiento, generación, combinación, etc., todas ellas sinónimas de un devenir. El predicado lleva consigo «tiempo» al operar la transformación de algo su-puesto en algo puesto entre todo lo demás, y por eso mismo com-puesto («sintético»).


3.2.2. Tras este análisis, de una claridad y profundidad pasmosa dada su propia falta de precedentes, Aristóteles clasifica los tipos principales de juicios atendiendo a tres criterios: extensión, cualidad y modalidad.

Por su extensión, los juicios pueden ser universales (cuando al sujeto le pertenece esencialmente el predicado, como a «caballo», el atributo «animal»), y particulares, cuando sólo le pertenece por accidente, como si de caballo se predica «grande», «flaco», etc. Se puede hablar de proposiciones singulares cuando el sujeto es un individuo concreto, pero la predicación no dejará de ser o bien universal o bien particular.

Por su cualidad, los juicios pueden ser positivos y negativos, dependiendo de que la determinación se obtenga afirmando o negando el predicado del sujeto. «Eterno», por ejemplo, sólo puede predicarse negativamente de un ser vivo concreto. Cabe también que el ónoma y el réma sean heterogéneos o ajenos el uno al otro, y en ese caso habrá juicios infinitos; «la gravedad es azul», «el plomo no es melancólico» y proposiciones análogas son conexiones incongruentes por caer en lo indefinido.

De acuerdo con su modalidad, los juicios expresan una relación simplemente posible (problemáticos), una relación existente (asertóricos) y una relación necesaria (apodícticos). «Fulano será un buen ingeniero», «el agua está hirviendo» y «dos y dos son cuatro», constituyen ejemplos de cada tipo respectivamente.

Sólo es propiamente reveladora (apofántica) para Aristóteles la proposición «categórica», donde el nexo entre sus elementos resulta universal, afirmativo y necesario, porque sólo en ella algo aparece determinado por sí mismo (kath’autó). Sin embargo los otros tipos son caminos para llegar a ella, y válidos en cuanto tales. «El hombre es un animal inteligente», pongamos por caso, constituye un principio verdadero y categórico. «El hombre no es un cuadrúpedo», o «algunos hombres son asesinos», en cambio, representan juicios verdaderos pero no categóricos.


3.2.3. Categoreuo («predicar», «atribuir un contenido») proviene de un antiguo término jurídico que significa «acusar». El hallazgo trascendental de Aristóteles aquí es comprender que el juicio supone ver una entidad de cierto modo, y que esos modos o categorías no son ni las entidades concretas mismas (los individuos físicos) ni sus determinaciones generales (lo que Platón llama ideas), sino algo vinculado a la «anatomía» de la razón. En este contexto ha de entenderse su célebre afirmación: «el ser es uno pero se dice de muchas maneras». Las maneras (categorías) son básicamente ocho, y juzgar será siempre decir de acuerdo con alguna o varias de ellas:

1) Substancia, atendiendo a lo que algo tiene de «entidad» propiamente dicha o individuo determinado («substancia primera»), o bien de determinación ideal («substancia segunda»).

2) Cantidad, atendiendo en la cosa a la estructura del género, la especie y el caso singular.

3) Cualidad, que se centra en lo positivo, lo negativo y lo indefinido.

4) Relación, de acuerdo con la referencia a otro.

5) Espacio, teniendo la localización por criterio.

6) Tiempo, partiendo de la sucesión.

7) Actividad, viendo la cosa como un hacer (poiesis).

8) Pasividad, viendo la cosa como un hecho que padece (pathos) alguna acción externa.

Se observará que la ousía o substancia es la primera categoría, gracias a la cual hay «algo» y «un», y que justamente por eso no es tanto una categoría o “manera de ser” como la existencia misma o ser, supuesta por todas las otras “maneras. Podemos, pues, reducir las categorías a siete, o también enunciar cuatro “tensiones” (cantidad-cualidad, espacio-tiempo, actividad-pasividad, sustantividad-relatividad), que resultan más sencillas de recordar.


3.3. Pero Aristóteles no se detiene ante su propio hallazgo de que todo juicio o proposición implica reunir mediante categorías. Ese reunir, añade, tiene en realidad dos formas recurrentes:

a) Desde algo determinado o condicionado, llegar a sus determinaciones o principios; en otros términos, ascender desde lo particular o accidental a lo general y necesario.

b) Desde las determinaciones o principios, llegar a lo determinado o condicionado; en otros términos, descender de lo general y necesario a lo particular y cambiante.

Lo primero, llamado epagogué (de epago, «traer desde fuera», y también «ponerse en camino»), se conoce desde entonces como inducción. La inducción resulta cronológicamente previa en el hombre, por ser «lo más claro para nosotros». Así, a partir de que hemos visto caer esto y aquello decimos que todos los cuerpos caen, y partiendo de no existir noticia alguna sobre cisnes azules concluimos que no los hay.

Lo segundo es la deducción, que constituye «lo más claro en sí» y el procedimiento científicamente más riguroso. La inducción corre siempre el peligro de ser incompleta, pues hace falta agotar empíricamente cada conjunto para poder proponer tal o cual cosa acerca de él. La deducción carece de esa falla, pero requiere un grado superior no sólo de información sino de conocimiento –el propio moverse con soltura dentro de determinaciones y principios, un terreno más abstracto-, y llega cronológicamente después.

Justamente porque tiene esas dos variantes o caminos, el acto de juzgar -la proposición- remite a otra cosa aún, bien porque ésta se encuentra implícita ya o bien porque el juicio apunta a ella como término. Al principio decíamos que —gracias al logos—el hecho de haber «algo» implicaba haber «algo más», y esto era la proposición como synthesis. Ahora bien, este «algo más» se convierte en verdadera conclusión (“inferencia”) cuando de diversas «síntesis» se sigue algo no sólo adicional, sino nuevo. En la inferencia no hay una composición de «nombres» y «predicados», sino de unos juicios con otros. Esta concatenación –llamada por Aristóteles razonamiento (syllogismos)- se define como

«Un discurso donde una vez establecidas algunas cosas resulta necesariamente de ellas —por ser lo que son— otra cosa distinta de las antes establecidas».

Un silogismo aristotélico sería: si A cabe entero en B (como «caballo», en «animal» o «línea» en «punto») y B cabe entero en C (como «animal», en «viviente», o «línea» en «plano»), A cabe entero en C. También podemos decir que si A no pertenece a ningún B, y B pertenece a todo C, C no pertenece a ningún A. El nuevo descubrimiento -tan asombroso como cada uno de los pasos previos- es que A y C, los términos reunidos (positiva o negativamente) en la conclusión, constituyen meros extremos. B, que está ausente pero implícito en la conclusión constituye el eje del razonamiento, y a este enlace lo llama Aristóteles meson, «término medio». Descubrir el meson o mediador nos permitirá saber si la conclusión es fundada o infundada, y –llevándolo un poco más allá- permitirá hacer ciencia, en vez de circunscribirnos a opiniones arbitrarias sobre esto o lo otro, porque la mediación en general marca la frontera entre meras sensaciones y sensaciones fundadas.


3.3.1. Un pasaje de Analíticos II observa:

«La vivacidad de la inteligencia es la facultad de descubrir instantáneamente el término medio. Es el caso, por ejemplo, de que viendo cómo tiene la luna su lado brillante vuelto siempre hacia el sol, comprendemos inmediatamente la causa del fenómeno, esto es, su recibir la luz solar. O si observamos a alguien ocupado en hablar con un hombre rico adivinamos que le pide dinero prestado. Es también el caso de adivinar que el fundamento de la amistad de dos personas consiste en tener un enemigo común. En todos estos casos, ha sido bastante ver los extremos para conocer también los términos medios, que son las causas».

Para nada necesita el razonamiento dos premisas y una conclusión. No es necesario formalismo alguno, porque lo esencial está en descubrir la mediación. Esa mediación pone de relieve la causalidad, que constituye la meta del saber propiamente dicho. La razón o mediador transforma el aislamiento de lo inmediato en relación de determinaciones “mediadas” o complejas, y eso es en general la ciencia.


3.3.2. Algunos libros del Organon se dedican a examinar modalidades de confusión categorial, llamadas «argumentos sofísticos». Dentro de esa rúbrica se incluyen los logoi de Zenón, juegos verbales de los megáricos, figuras retóricas, los llamados silogismos dialécticos y, en general, todo tipo de proposiciones lógicamente incorrectas. Esto, que resultaba imposible antes de inventarse la Lógica, encuentra ahora la horma precisa para cada zapato. Para refutar un argumento basta probar que no ha sido inferido de su primera hipótesis siguiendo todas las etapas intermedias, lo cual implica que o bien faltan en él mediaciones imprescindibles o bien que alguno de sus términos se utiliza abusivamente. Por ejemplo, que unas veces es tomado como determinación particular negativa y luego como universal, o a la inversa, o pasando sin el necesario meson de lo necesario a lo problemático, o de lo posible a lo efectivo, etc.

Aunque el conocimiento científico verse siempre sobre la mediación, y sea siempre conocimiento «mediato», la derivación de las hipótesis sólo resulta factible porque no constituye un proceso circular o ad infinitum. Hay, por ello, un conocimiento inmediato también en dos órdenes de cosas. Uno es la información procedente de los sentidos, que en su estado puro—previo a cualquier interpretación— es fidedigna. Otro es el poder de la razón para formular principios generales, empezando por el de contradicción y los demás vigentes para la proposición y el silogismo.


3.4. Pero no hemos terminado aún con la formidable secuencia deductiva. La definición o «puesta en límites» de algo pone de manifiesto su concepto (horos). Si la idea constituye la determinación pura, que trasciende siempre cualquier cosa sensible, el concepto representa la unidad de lo sensible y lo inteligible. En esa medida, es la totalidad de las determinaciones de algo concebida unitariamente. De ahí que contenga no sólo lo general, sino lo específico también. En realidad, lo más propio del concepto —y por lo cual se distingue más nítidamente de la idea— es que en él lo general debe derivarse de lo particular, «encontrarse», allí mismo, y no en reinos supracelestes. Es la definición exhaustiva, donde la cosa muestra aquello por lo cual llega a ser lo que es. El concepto de área, por ejemplo, es base por altura.

Este repaso muy sumario ha podido quizá abrumar al lector, que en los pensadores previos a Aristóteles tuvo ante sí intuiciones muy valiosas aunque faltas de la precisión y el encadenamiento propiamente científico que llega con el Estagirita. Ahora está en condiciones de evaluar hasta qué punto ningún pensador había fundido tan íntimamente lo concreto y lo abstracto, el realismo y la construcción intelectual. Aunque la teoría de las ideas expuesta por Platón contiene embrionariamente su teoría del concepto, el Organon aristotélico se expresa con claridad meridiana (a despecho de la lamentable edición que manejamos), y puede explicarse muy sencillamente a cualquiera con la dosis precisa de paciencia y atención. Los elementos mítico-rituales, tan decisivos en Platón, han dado paso a una secularización general del contenido.


REFERENCES

1 Dichas purgas no afectaron, en cambio, a las notas y apuntes de clase, probablemente porque su desorden y aridez los convertía en inofensivos, sin peligro de popularizarse.

2 Durante la conquista romana de Grecia los rollos fueron encontrados por un centurión de Sila en la aldea llamada Skepsis (roídos por la humedad y las ratas de un sótano). Desde allí fueron llevados a Roma y entregados a Cicerón, que tras alguna pesquisa percibió una enormidad científica muy superior a sus fuerzas, y remitió los materiales –a efectos de su ordenación- al gramático Tiranion, el cual se sintió incapaz de hacerlo y propuso enviarlos de vuelta a Atenas, concretamente al Liceo. Pero los dos siglos transcurridos habían cambiado mucho a la Escuela peripatética, cerradamente “empirista” por entonces, que recibió el torrente especulativo de su fundador con pocos recursos conceptuales. El primer comentario informado sobre esa masa de escritos provendrá de Alejandro de Afrodisia, casi tres siglos más tarde, gracias a una subvención específica del emperador Marco Aurelio.

3 Término que traduce logos apofantikós; algo se pone de manifiesto (faino, la raíz de fenómeno) a partir de (apó) algo.

 

BIBLIOGRAFÍA

ARISTÓTELES, Obras, Aguilar, Madrid, 1967.
JAEGER, W., Aristóteles, FCE, México, 1946. Hay varias reediciones.
ROSS, W.D., Aristotle, Methuen, Londres, 1953.

 

© Antonio Escohotado
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