Aristóteles de Estagira (384-322) fue hijo de un médico
al servicio del rey Amintas de Macedonia. Desde una edad muy temprana
recibió de su padre una esmerada educación en terapia y
fisiología, que completó a partir de los dieciocho años
dirigiéndose a Atenas, e ingresando en la Academia. Allí
tuvo ocasión de oír a Platón y conversar con él
durante dos décadas, hasta la hora de su muerte. «Mostró
en su vida y enseñanzas» diría luego del maestro
«cómo ser bueno y feliz al mismo tiempo».
Al recaer sobre un sobrino de Platón el puesto de nuevo director
de la Academia, partió hacia Assos para hacerse cargo de un centro
pedagógico dependiente de la escuela platónica. Los locales
habían sido donados por el príncipe Hermias, con quien Aristóteles
pudo empezar a cumplir lo que su maestro había intentado sin éxito
en Siracusa: influir «filosóficamente» sobre un gobernante.
Y aunque Hermias murió crucificado por los persas, antes tuvo tiempo
de convenir la boda del filósofo con su sobrina, y recomendarle
al entonces rey de Macedonia, Filipo, como hombre de inmensa valía.
Gracias a ello le fue propuesta la formación del joven heredero
al trono, Alejandro, tarea que desempeñó meticulosamente
durante diez años.
Esta circunstancia merece ser puesta de relieve. El más grande
de los héroes antiguos un bárbaro de nacimiento, a
quien correspondió en suerte la reconquista de las colonias helénicas
perdidas, y el rápido despliegue de la civilización griega
desde Egipto hasta la India tuvo como preceptor al hombre más
sabio de su tiempo. Se diría que con Aristóteles el genio
griego se hace consciente en toda la amplitud de sus horizontes, y esa
conciencia de si hecha individuo concreto es Alejandro, en quien su educador
graba los ideales de una civilización reciente pero madura para
asumir la dirección del mundo. El desenlace de las guerras médicas
no es por eso la victoria de un rey sobre otro, sino el triunfo de la
primera sociedad histórica contra el discurrir ahistórico
de los imperios orientales. Aquí se consolida el concepto de un
«occidente» no marcado por el territorio o la raza, sino por
una comunidad basada sobre principios como el examen intelectual de las
cosas, el respeto hacia lo particular, la confianza en la humanidad y
el proyecto científico.
Las muy cordiales relaciones del filósofo y Alejandro empezaron
a enfriarse cuando éste se erigió en soberano absoluto.
Aristóteles regresa entonces a Atenas y funda el Liceo, donde el
claustro docente apoyado en la mayor biblioteca de su tiempo
impartía cursos regulares sobre múltiples materias. Tras
doce años de intensa dedicación a la docencia, la muerte
de Alejandro supuso un serio cambio en el estado de cosas. El partido
nacionalista ateniense, capitaneado por Demóstenes, veía
con recelo cualquier institución o persona vinculada a Macedonia.
Al igual que sucediera con Anaxágoras, Protágoras, Sócrates
y Estilpón, Aristóteles fue acusado de impiedad, y muy probablemente
habría incurrido en una condena de no exilarse sin demora. Padecía
ya entonces la enfermedad de estómago que meses más tarde
le llevaría a la tumba, pero quiso «evitar a los atenienses
otro crimen contra la filosofía», según se cuenta.
Vivió sesenta y tres años.
De él se ha dicho, con justicia, que ningún hombre tiene
más derecho a ser considerado maestro del género humano.
A grandes rasgos, intentaremos mostrar por qué.
1. Durante el largo período de formación en la Academia,
Aristóteles compuso diálogos de estilo brillante y orientación
platónica, sembrados de bellos mitos, que él mismo llamó
«exotéricos» o destinados a cualquier tipo de público.
Estas obras influyeron poderosamente en la antigüedad, pero sólo
han sobrevivido muy pocos fragmentos. Como en el caso de Demócrito
y Epicuro, cabe atribuirlo a la quema sistemática de libros tenidos
por contrarios a la fe cristiana1.
El Aristóteles joven parece sensible a la principal frivolidad
griega que era odiar las arrugas y añorar la juventud-, o
quizá más sensible aún al pesimismo órfico,
cuando declara en uno de esos fragmentos: No haber nacido es lo
mejor para el hombre, pero una vez nacido lo mejor es morir cuanto antes.
Parece que de esta época es una crítica a la concepción
pitagórica del alma como armonía. La armonía es una
«cualidad», a la que se contrapone la desarmonía, mientras
el alma es una «substancia» carente de contrario, por lo cual
una y otra cosa pertenecen a categorías distintas.
De los diálogos perdidos el más relevante parece haber sido
el Protréptico, que se mantiene aún dentro del dualismo
platónico y afirma la posibilidad de una ética y una política
basadas sobre normas absolutas. Dicho texto influyó mucho en cínicos
y estoicos, y sirvió como punto de partida para la formación
de Epicuro. A través de un diálogo de Cicerón, el
Protréptico convertirá al pagano Aurelio Agustín
luego San Agustín al monoteísmo gracias al argumento
de la primera causa o motor inmóvil.
Al período de docencia en Assos y en la corte macedónica
corresponde una intensa producción, igualmente perdida. Buena parte
de la obra posterior aprovecha materiales elaborados durante estos años,
y parece ser entonces cuando comprende que el elemento de verdad contenido
en la doctrina platónica sólo puede salvarse de la superstición
renunciando al dualismo. Los avatares prácticos incluyendo
la censura eclesiástica- determinaron que de la obra platónica
sólo subsistieran las exposiciones adornadas literariamente (aunque
sea indiscutible la existencia de abundantes textos «técnicos»
empleados en sus lecciones de la Academia durante décadas), mientras
con Aristóteles sucedió justamente lo inverso.
Al periodo de docencia en el Liceo corresponden los textos «acroamáticos»
o pedagógicos, mal llamados «esotéricos», pues
no contienen doctrinas secretas ligadas a rituales iniciáticos,
en la línea pitagórica, siendo sencillamente apuntes del
propio Aristóteles para sus conferencias, o notas tomadas por los
oyentes. La masa de estos escritos redactados a menudo sin la menor
consideración estilística parece haberse perdido durante
más de dos siglos, y luego de llamativas peripecias2
fue recopilada por el peripatético Andrónico de Rodas en
un Corpus de ingentes proporciones, lleno de lagunas y partes interpoladas,
reiterativo unas veces y oscuro otras. Esta defectuosa edición
es prácticamente la única fuente de que disponemos. A pesar
de tantos inconvenientes, es un incomparable depósito de conocimientos
sobre todos los campos del saber humano. En realidad, parece casi imposible
que un individuo haya podido ser tan enciclopédico y original a
la vez, tan capaz de combinar la rigurosa observación de los fenómenos
naturales con la máxima profundidad especulativa.
1.1. Si en Platón, como vimos, quedaba perfilado con claridad el
ideal de la ciencia y los contornos generales del proyecto científico,
con Aristóteles lo que se obtiene es la ciencia misma en toda la
compleja riqueza de sus posibilidades. La recopilación de Andrónico
contiene cinco grandes grupos de temas:
1. Tratados sobre lógica (que comprenden Categorías,
Sobre la interpretación, Analíticos Primeros y
Segundos, Tópicos y los Elencos sofísticos),
conocidos en conjunto con el nombre de Organon.
2. Tratados sobre «filosofía primera» (que comprenden
los catorce libros de la Metafísica), cuyo origen son conferencias
de épocas distintas sobre teoría de la ciencia.
3. Tratados de física, historia natural, matemática y psicología.
Dentro de la primera rúbrica se incluyen la Física,
Sobre el cielo, Sobre la generación y corrupción
y los Meteoros, que suman un total de dieciocho libros. Dentro
de la ciencia natural hay numerosos trabajos sobre zoología, anatomía,
fisiología comparada y hasta botánica, que suman un total
de veintiocho libros. Los Problemas revelan hasta qué punto
estaba Aristóteles familiarizado con la matemática. Dentro
de la psicología hay que incluir el tratado Sobre el alma
y una colección de tratados más breves conocidos como Parva
naturalia.
4. Tratados sobre ética y política, que incluyen tres Éticas
redactadas en distintos períodos, de las cuales la
llamada Nicomaquea es la más extensa y personal, así
como los ocho libros de la Política (para cuya redacción
Aristóteles recopiló con carácter previo más
de ciento cincuenta Constituciones republicanas de la época), la
Constitución de Atenas y los dos libros de la Economía,
cuya autenticidad literal se pone en duda aunque estén indudablemente
inspirados por lecciones suyas.
5. Tratados sobre estética, historia y literatura, donde se incluyen
una Retórica en tres libros, una Poética incompleta
(de la que sólo nos resta su teoría de la tragedia) y la
colección de las Costumbres bárbaras.
Faltan en esta enumeración sucinta varios trabajos menores, y las
muy numerosas obras perdidas. Pero si nos atenemos sólo a las mencionadas,
el conjunto produce estupor. La lógica, la metafísica, la
física terrestre y celeste, la meteorología, la zoología,
la botánica, la anatomía comparada, la biología,
la psicología, el derecho político y constitucional, la
economía, la filología, la historia de la ciencia, la sociología
empírica, la estética y algunas otras disciplinas nacen
con Aristóteles, y la mayoría de ellas guardan todavía
su impronta, cuando no sus conceptos y métodos específicos.
A nivel de términos simplemente, todos los demás pensadores
griegos juntos no introdujeron un número equivalente en el discurso
científico. La filosofía pasa allí a ser sistema
de las ciencias, porque su pensamiento penetra con inmediatos frutos en
el detalle, combinando un examen puramente empírico con el análisis
de lo más abstracto.
Esta misma riqueza hace sumamente difícil exponer a Aristóteles
sin degradarlo. Por otra parte, ningún pensador ha sido más
tergiversado.
2. En Platón la fuente del discurso filosófico es un delirio
(manía) sagrado, el «entusiasmo», mientras para Aristóteles
la vocación de conocimiento proviene del asombro. Un texto de Einstein
escrito en 1946 y no pensado para nada como comentario a Aristóteles
ayuda quizá a comprender qué se entiende por ello.
«El desarrollo rutinario del mundo de los pensamientos es en
cierto modo una huida continua ante el asombro. Un asombro semejante
fue el que experimenté de niño cuando mi padre me mostró
una brújula. El hecho de que esa aguja se comportara de una manera
tan determinada no cuadraba en absoluto con el tipo de acontecimientos
que podían tener cabida en el mundo de conceptos inconscientes.
Detrás de las cosas debía haber algo que estuviese profundamente
oculto. Con todo, lo que el hombre ve desde pequeño no suele
provocar en él una reacción de este tipo; no se asombra
ante la caída de los cuerpos, ni ante el viento y la lluvia,
ni ante la luna, ni ante el hecho de que ésta no se caiga, ni
ante la diversidad de lo viviente y lo no viviente».
Lo que llega con Aristóteles -y permanece entre nosotros desde
entonces- es un realismo que asimila los logros del idealismo, una filosofía
que dice sí al sentido común y dice también sí
al refinamiento conceptual. Antes de pasar revista a alguna de sus obras
específicas, los siguientes puntos perfilan de modo esquemático
la orientación:
a) Escepticismo ante un mundo ideal como única realidad verdadera.
Estamos inmersos en una dimensión física, donde incumbe
observar cuidadosamente y razonar con pulcritud. Si hay disparidad entre
una convicción y una observación procede confiar siempre
en lo segundo.
b) Los sentidos no tienen en sí mismos nada de vil o engañoso;
por el contrario, son la mayor fuente de placer y conocimiento. La tarea
de la conciencia en general es elevar los datos del sentido a conceptos,
mostrando la íntima copertenencia de lo sensible y lo inteligible.
c) El universo real no es algo sometido a una normatividad trascendente
como el Bien o la Belleza, sino el fundamento del que se deriva
cualquier normatividad. En vez de depender el mundo de la perfección,
son la perfección y la imperfección quienes dependen de
él.
d) El principio de lo real es el ser como determinación física
suprema, como «entidad» (ousía). Pero esto absoluto
que «es en sí y por sí se concibe» no está
sometido a inmovilidad y trascendencia; no es tanto el Ser como los seres
o entidades, una colección de substancias particulares, indefinidas
en número.
e) El ser es una vida; la inteligencia es una vida. Bios constituye
lo común a las diversas cosas o substancias. En uno de los extremos
de esa vida está el éter intelectual comprendiéndolo
todo, libre por su sutileza, y en el otro unas polvorientas piedras, cerradas
sobre su propia densidad. La oposición de esos extremos no merma
la unidad de la vida, suspendida por definición entre el nacer
y el morir.
f) La perfección es definición, límite. Lo ilimitado
es imperfecto.
Estos puntos «realistas», conviene advertirlo, son también
tesis que definen para el futuro la filosofía especulativa. «Especulativo»
no significa aventurado, fantástico o simplemente sin pruebas,
sino una orientación cuyo fundamento es no conformarse con postular
lo uno o lo otro, sino que se compromete a examinar lo uno y su otro y
lo demás también, hasta obtener una unidad de la unidad
y su diferencia, superando cualquier dualismo. Lo contrapuesto contiene
siempre un tercero común. Absolutizar uno de los lados, no menos
que prescindir de la oposición específica entre ambos, supone
velarse la totalidad perseguida por el conocimiento.
3. Heráclito había dicho:
«Uno es lo sabio, el juicio que gobierna todo de parte a parte»
(frag. 41).
Y también:
«Aunque el logos es común a todos, la multitud vive como
si cada uno tuviese su privado entender» (frag. 2).
Aristóteles se aplicará a lo común del logos
con un rigor sin precedentes. En realidad, ninguna ciencia nace tan entera
en la obra de un solo hombre como la que él llamó «Analítica»
y nosotros Lógica.
3.1. Por una parte, su hallazgo está en aislar y definir la forma
del pensamiento, abstraída de cualquier contenido contingente.
Por otra parte, resulta que el examen constituye una obra maestra de empirismo,
y que lo «lógico» se describe con el mismo tipo de
atención que el zoólogo o el botánico emplean en
sus respectivos campos.
Léguein significa decir, reunir, determinar. La lógica
investiga qué hay de necesario y general en ese decir, reunir y
determinar que es la razón humana. En tal sentido, la lógica
constituye la verdad a priori, el discurso acerca del discurso,
antes y por encima de cualquier contenido que pudiera llegar a ser su
objeto. Al mismo tiempo, Aristóteles aclara que esta ciencia no
pretende suplantar la experiencia, ni recomienda prescindir de la percepción.
El error arranca siempre de relacionar o combinar falsamente aquello que
los sentidos revelan. Aunque la razón humana puede analizarse a
partir de sus propias pautas, es también lo que abre y presenta
la Naturaleza, el instrumento (organon) de contacto con el mundo.
Si los sentidos fuesen engañosos, la lógica sería
una logomaquia, un discurso solipsista que jamás llegaría
a lo mentado, mientras en Aristóteles logos es la expresión
de physis.
Resulta importante no confundir aquello que la lógica tiene de
ciencia formal cuyo objeto es la idea de la verdad, y no la verdad
realizada que son los existentes determinados y el curso del mundo
con lo que se llama «lógica formal». El Organon
aristotélico no está desvinculado de un concepto de lo que
existe, y tiene como contenido concreto no sólo «formal»
el movimiento de la razón haciéndose razonante. Sin embargo,
el estado lacunario y desordenado de los textos que se conservan, así
como la complejidad y detalle de los análisis, permitieron que
los comentaristas medievales convirtiesen la lógica de Aristóteles
en un manual casuístico donde desaparece el eje animador del conjunto.
De este modo, su descubrimiento acabó anclado en el bizantinismo,
atrayendo sobre la silogística escolástica un justo desprestigio.
A mediados del siglo xix algunos matemáticos comenzaron a desarrollar
una lógica puramente simbólica, que desde principios del
siglo XX cristalizó en una disciplina específica (la «lógica
formal»), dotada de diversas aplicaciones por ejemplo, se
ha revelado muy útil en informática que en lo básico
es tributaria aún de Aristóteles (conceptos de inferencia,
términos, proposición, etc.), pero cuyo principio de contradicción
resulta mucho más restringido que el aristotélico.
3.2. El punto de partida de Organon es un principio de contradicción,
que Aristóteles presenta como una evidencia natural. Un hombre
no es a la vez un barco. «Es imposible que la misma cosa sea y a
la vez no sea». Aunque haya un movimiento eterno en el mundo, aunque
la substancia sea ante todo actividad, joven no es viejo, día no
es noche, nube no es lago. El joven se hace viejo, el día deviene
noche, la lluvia hace surgir el lago; pero unos y otros siguen teniendo
«entidad». Resulta tan vano querer privar de entidad a lo
transitorio como pretender que algo sea al mismo tiempo lo contrario de
otra cosa cualquiera.
Aplicado al discurso (logos), el principio de contradicción
es el principio de la consecuencia: decir «algo» es ya decir
«algo más». Decir significa poner de relieve algo sobre
algo, expresar algo como algo, y en esa medida es un juzgar susceptible
de examen. El esquema verbal más simple de ese juzgar es la «proposición»3
lógica, que se distingue del ruego, el mandato o la pregunta porque
concierne sólo al conocimiento. En realidad, es siempre
una cierta composición (synthesis) formada por dos tipos
de elementos:
a) Algo que «significa sin tiempo», que Aristóteles
llama «nombre» (ónoma) y también «sujeto»
(hypokeímenon). Sujeto es literalmente apoyo, base sobre
la cual se sustenta otra cosa.
b) Algo que «implica tiempo» y se sigue o predica de lo primero,
llamado por Aristóteles réma y traducido por «verbo»,
aunque significa «asunto», «suceso».
3.2.1. En «la rosa es una flor», por ejemplo, el ónoma
es «la rosa» y el réma «es una flor».
El nombre, sea lo que fuere, es el elemento que está puesto como
cosa sub-yacente, su-puesta (de ahí sub-iectum, traducción
literal de hypó-keímenon), y por eso significa «intemporalmente».
Puede ser un individuo o una determinación, pero no está
puesto como determinación sino como «fundamento» (que
es la traducción más frecuente de hypokeímenon)
y en esa medida simplemente «es» o tiene «ser».
Esto se observa si decimos, por ejemplo, que «los cuerpos son divisibles»;
podemos también decir que «los divisibles son cuerpos»,
aunque en este segundo caso hemos forzado el orden lógico, poniendo
la determinación como sujeto y viceversa.
El predicado, en cambio, es lo que le acontece a ese simple nombre, la
determinación como determinación, e implica «tiempo»
por partida doble. En primer lugar, porque al no ser el elemento supuesto
o sub-yacente, sino el elemento que se sigue de o atribuye a él,
comprende además del «es» el fue, el será y
sus afines. En segundo lugar, yendo al fondo, porque la «composición»
en que consiste el juicio implica un devenir. Aclaremos esto. El esquema
S es P implica romper el círculo de la tautología (S es
S, «la rosa es la rosa»), extrayendo al sujeto de una identidad
vacía. «La rosa es una flor» significa también
que ya no es tomada como un nombre, ni como un «esto» indefinido
en sí, sino como especie de un género; es decir, que ya
no es tanto la rosa como un cierto tipo de flor. «Yo soy blanco»
significa que ya no me tomo como mero yo de acuerdo con mi solo
nombre sino como hombre blanco, que incluye tanto la precisión
general de ser humano como la diferencia específica de la raza,
en contraste con otras (negra, amarilla, cobriza).
En realidad, lo que el juicio hace es poner precisamente como determinación
(eidos) algo que se ofrecía tan sólo como fundamento
(hypokeímenon), y ese pasar de lo uno a lo otro implica
cosas como duración, cumplimiento, generación, combinación,
etc., todas ellas sinónimas de un devenir. El predicado lleva consigo
«tiempo» al operar la transformación de algo su-puesto
en algo puesto entre todo lo demás, y por eso mismo com-puesto
(«sintético»).
3.2.2. Tras este análisis, de una claridad y profundidad pasmosa
dada su propia falta de precedentes, Aristóteles clasifica los
tipos principales de juicios atendiendo a tres criterios: extensión,
cualidad y modalidad.
Por su extensión, los juicios pueden ser universales (cuando al
sujeto le pertenece esencialmente el predicado, como a «caballo»,
el atributo «animal»), y particulares, cuando sólo
le pertenece por accidente, como si de caballo se predica «grande»,
«flaco», etc. Se puede hablar de proposiciones singulares
cuando el sujeto es un individuo concreto, pero la predicación
no dejará de ser o bien universal o bien particular.
Por su cualidad, los juicios pueden ser positivos y negativos, dependiendo
de que la determinación se obtenga afirmando o negando el predicado
del sujeto. «Eterno», por ejemplo, sólo puede predicarse
negativamente de un ser vivo concreto. Cabe también que el ónoma
y el réma sean heterogéneos o ajenos el uno al otro,
y en ese caso habrá juicios infinitos; «la gravedad es azul»,
«el plomo no es melancólico» y proposiciones análogas
son conexiones incongruentes por caer en lo indefinido.
De acuerdo con su modalidad, los juicios expresan una relación
simplemente posible (problemáticos), una relación existente
(asertóricos) y una relación necesaria (apodícticos).
«Fulano será un buen ingeniero», «el agua está
hirviendo» y «dos y dos son cuatro», constituyen ejemplos
de cada tipo respectivamente.
Sólo es propiamente reveladora (apofántica) para
Aristóteles la proposición «categórica»,
donde el nexo entre sus elementos resulta universal, afirmativo y necesario,
porque sólo en ella algo aparece determinado por sí mismo
(kathautó). Sin embargo los otros tipos son caminos
para llegar a ella, y válidos en cuanto tales. «El hombre
es un animal inteligente», pongamos por caso, constituye un principio
verdadero y categórico. «El hombre no es un cuadrúpedo»,
o «algunos hombres son asesinos», en cambio, representan juicios
verdaderos pero no categóricos.
3.2.3. Categoreuo («predicar», «atribuir un contenido»)
proviene de un antiguo término jurídico que significa «acusar».
El hallazgo trascendental de Aristóteles aquí es comprender
que el juicio supone ver una entidad de cierto modo, y que esos modos
o categorías no son ni las entidades concretas mismas (los individuos
físicos) ni sus determinaciones generales (lo que Platón
llama ideas), sino algo vinculado a la «anatomía» de
la razón. En este contexto ha de entenderse su célebre afirmación:
«el ser es uno pero se dice de muchas maneras». Las maneras
(categorías) son básicamente ocho, y juzgar será
siempre decir de acuerdo con alguna o varias de ellas:
1) Substancia, atendiendo a lo que algo tiene de «entidad»
propiamente dicha o individuo determinado («substancia primera»),
o bien de determinación ideal («substancia segunda»).
2) Cantidad, atendiendo en la cosa a la estructura del género,
la especie y el caso singular.
3) Cualidad, que se centra en lo positivo, lo negativo y lo indefinido.
4) Relación, de acuerdo con la referencia a otro.
5) Espacio, teniendo la localización por criterio.
6) Tiempo, partiendo de la sucesión.
7) Actividad, viendo la cosa como un hacer (poiesis).
8) Pasividad, viendo la cosa como un hecho que padece (pathos)
alguna acción externa.
Se observará que la ousía o substancia es la primera
categoría, gracias a la cual hay «algo» y «un»,
y que justamente por eso no es tanto una categoría o manera
de ser como la existencia misma o ser, supuesta por todas las otras
maneras. Podemos, pues, reducir las categorías a siete, o
también enunciar cuatro tensiones (cantidad-cualidad,
espacio-tiempo, actividad-pasividad, sustantividad-relatividad), que resultan
más sencillas de recordar.
3.3. Pero Aristóteles no se detiene ante su propio hallazgo de
que todo juicio o proposición implica reunir mediante categorías.
Ese reunir, añade, tiene en realidad dos formas recurrentes:
a) Desde algo determinado o condicionado, llegar a sus determinaciones
o principios; en otros términos, ascender desde lo particular o
accidental a lo general y necesario.
b) Desde las determinaciones o principios, llegar a lo determinado o condicionado;
en otros términos, descender de lo general y necesario a lo particular
y cambiante.
Lo primero, llamado epagogué (de epago, «traer
desde fuera», y también «ponerse en camino»),
se conoce desde entonces como inducción. La inducción resulta
cronológicamente previa en el hombre, por ser «lo más
claro para nosotros». Así, a partir de que hemos visto caer
esto y aquello decimos que todos los cuerpos caen, y partiendo de no existir
noticia alguna sobre cisnes azules concluimos que no los hay.
Lo segundo es la deducción, que constituye «lo más
claro en sí» y el procedimiento científicamente más
riguroso. La inducción corre siempre el peligro de ser incompleta,
pues hace falta agotar empíricamente cada conjunto para poder proponer
tal o cual cosa acerca de él. La deducción carece de esa
falla, pero requiere un grado superior no sólo de información
sino de conocimiento el propio moverse con soltura dentro de determinaciones
y principios, un terreno más abstracto-, y llega cronológicamente
después.
Justamente porque tiene esas dos variantes o caminos, el acto de juzgar
-la proposición- remite a otra cosa aún, bien porque ésta
se encuentra implícita ya o bien porque el juicio apunta a ella
como término. Al principio decíamos que gracias al
logosel hecho de haber «algo» implicaba haber
«algo más», y esto era la proposición como synthesis.
Ahora bien, este «algo más» se convierte en verdadera
conclusión (inferencia) cuando de diversas «síntesis»
se sigue algo no sólo adicional, sino nuevo. En la inferencia no
hay una composición de «nombres» y «predicados»,
sino de unos juicios con otros. Esta concatenación llamada
por Aristóteles razonamiento (syllogismos)- se define como
«Un discurso donde una vez establecidas algunas cosas resulta
necesariamente de ellas por ser lo que son otra cosa distinta
de las antes establecidas».
Un silogismo aristotélico sería: si A cabe entero en B
(como «caballo», en «animal» o «línea»
en «punto») y B cabe entero en C (como «animal»,
en «viviente», o «línea» en «plano»),
A cabe entero en C. También podemos decir que si A no pertenece
a ningún B, y B pertenece a todo C, C no pertenece a ningún
A. El nuevo descubrimiento -tan asombroso como cada uno de los pasos previos-
es que A y C, los términos reunidos (positiva o negativamente)
en la conclusión, constituyen meros extremos. B, que está
ausente pero implícito en la conclusión constituye el eje
del razonamiento, y a este enlace lo llama Aristóteles meson, «término
medio». Descubrir el meson o mediador nos permitirá
saber si la conclusión es fundada o infundada, y llevándolo
un poco más allá- permitirá hacer ciencia, en vez
de circunscribirnos a opiniones arbitrarias sobre esto o lo otro, porque
la mediación en general marca la frontera entre meras sensaciones
y sensaciones fundadas.
3.3.1. Un pasaje de Analíticos II observa:
«La vivacidad de la inteligencia es la facultad de descubrir
instantáneamente el término medio. Es el caso, por ejemplo,
de que viendo cómo tiene la luna su lado brillante vuelto siempre
hacia el sol, comprendemos inmediatamente la causa del fenómeno,
esto es, su recibir la luz solar. O si observamos a alguien ocupado
en hablar con un hombre rico adivinamos que le pide dinero prestado.
Es también el caso de adivinar que el fundamento de la amistad
de dos personas consiste en tener un enemigo común. En todos
estos casos, ha sido bastante ver los extremos para conocer también
los términos medios, que son las causas».
Para nada necesita el razonamiento dos premisas y una conclusión.
No es necesario formalismo alguno, porque lo esencial está en descubrir
la mediación. Esa mediación pone de relieve la causalidad,
que constituye la meta del saber propiamente dicho. La razón o
mediador transforma el aislamiento de lo inmediato en relación
de determinaciones mediadas o complejas, y eso es en general
la ciencia.
3.3.2. Algunos libros del Organon se dedican a examinar modalidades
de confusión categorial, llamadas «argumentos sofísticos».
Dentro de esa rúbrica se incluyen los logoi de Zenón,
juegos verbales de los megáricos, figuras retóricas, los
llamados silogismos dialécticos y, en general, todo tipo de proposiciones
lógicamente incorrectas. Esto, que resultaba imposible antes de
inventarse la Lógica, encuentra ahora la horma precisa para cada
zapato. Para refutar un argumento basta probar que no ha sido inferido
de su primera hipótesis siguiendo todas las etapas intermedias,
lo cual implica que o bien faltan en él mediaciones imprescindibles
o bien que alguno de sus términos se utiliza abusivamente. Por
ejemplo, que unas veces es tomado como determinación particular
negativa y luego como universal, o a la inversa, o pasando sin el necesario
meson de lo necesario a lo problemático, o de lo posible
a lo efectivo, etc.
Aunque el conocimiento científico verse siempre sobre la mediación,
y sea siempre conocimiento «mediato», la derivación
de las hipótesis sólo resulta factible porque no constituye
un proceso circular o ad infinitum. Hay, por ello, un conocimiento
inmediato también en dos órdenes de cosas. Uno es la información
procedente de los sentidos, que en su estado puroprevio a cualquier
interpretación es fidedigna. Otro es el poder de la razón
para formular principios generales, empezando por el de contradicción
y los demás vigentes para la proposición y el silogismo.
3.4. Pero no hemos terminado aún con la formidable secuencia deductiva.
La definición o «puesta en límites» de algo
pone de manifiesto su concepto (horos). Si la idea constituye la
determinación pura, que trasciende siempre cualquier cosa sensible,
el concepto representa la unidad de lo sensible y lo inteligible. En esa
medida, es la totalidad de las determinaciones de algo concebida unitariamente.
De ahí que contenga no sólo lo general, sino lo específico
también. En realidad, lo más propio del concepto y
por lo cual se distingue más nítidamente de la idea
es que en él lo general debe derivarse de lo particular, «encontrarse»,
allí mismo, y no en reinos supracelestes. Es la definición
exhaustiva, donde la cosa muestra aquello por lo cual llega a ser lo que
es. El concepto de área, por ejemplo, es base por altura.
Este repaso muy sumario ha podido quizá abrumar al lector, que
en los pensadores previos a Aristóteles tuvo ante sí intuiciones
muy valiosas aunque faltas de la precisión y el encadenamiento
propiamente científico que llega con el Estagirita. Ahora está
en condiciones de evaluar hasta qué punto ningún pensador
había fundido tan íntimamente lo concreto y lo abstracto,
el realismo y la construcción intelectual. Aunque la teoría
de las ideas expuesta por Platón contiene embrionariamente su teoría
del concepto, el Organon aristotélico se expresa con claridad
meridiana (a despecho de la lamentable edición que manejamos),
y puede explicarse muy sencillamente a cualquiera con la dosis precisa
de paciencia y atención. Los elementos mítico-rituales,
tan decisivos en Platón, han dado paso a una secularización
general del contenido.