PREFACIO - TEMA I - TEMA II - TEMA III

 

TEMA II. EL PENSAMIENTO PRECIENTÍFICO (II)

ESQUEMA-RESUMEN

1.DE LA MAGIA DIRECTA A LA INDIRECTA
1.1.Monoteísmo, naturalista y espiritualista

2.EL RITO EN LOS ANIMALES
2.2. El matiz humano

3.EL SACRIFICIO EXPIATORIO
3.1.La reacción griega

4.LÓGICA Y MAGIA

5.LA PRÁCTICA COMO TEORÍA


1. El tema anterior sugiere que en la mentalidad “primitiva” coexisten varios elementos. Por un lado está el rito, basado en mecanismos proyectivos de tipo mágico, que busca control (propio y ajeno) e invoca protección. Por otro lado están los grandes mitos escritos, donde percibimos la crisis del cazador-recolector y late ya un pensamiento poético. Entre lo uno y lo otro se mantienen leyendas y mitos «locales», contagiados por algún hábitat muy concreto e inaptos, en consecuencia, para difundirse y reelaborarse ulteriormente.
Hacia el 1300 a.C., en un Egipto que es la potencia más próspera y poderosa de su tiempo, el faraón Amenhotep IV se rebautiza como Akhenaton o “siervo de Aton”, y sustituye el panteón tradicional de dioses por el culto a uno solo (Aton o “Sol”). Textos descubiertos hace relativamente poco muestran que rezaba a un Dios no tanto severo como donante de vida, presentando como principal ofrenda un ánimo de agradecido reconocimiento. Plásticamente, sobre las tumbas de Tel-el-Amarna, (la efímera capital que fundó) vemos junto al tradicional dios solar, con su cabeza de halcón, una imagen nueva que representa al propio Sol como un disco desnudo, desde donde surgen rayos en todas direcciones; cada rayo termina en una mano que sujeta el símbolo de la vida.


1.1. Este monoteísmo naturalista, elegantemente racional, podría ser el origen de la religión judía1 y su orientación se insinúa en textos como el Salmo 104, que canta encendidamente a un Dios generoso2. Pero en Egipto ni el estamento militar ni el sacerdotal aceptaron los cambios impuestos por Akhenaton, que -quizá fascinado por sus visiones- descuidó mucho el gobierno del reino. Y el culto judaico acabará consagrando un monoteísmo espiritualista, basado sobre cierto ser muy exigente (“Yo, Yáhvéh, soy un Dios celoso”) sin rastro de naturaleza material, que no cesa de dar órdenes e impartir castigo a los desobedientes. También se ha dicho que el judaísmo antiguo es una monolatría o adoración de un dios entre otros, ya que la Biblia no parece dudar de que haya deidades distintas y se limita a exigir la destrucción de cualquier culto no yahvista.
Con todo, lo que nos interesa del monoteísmo es que marca una inflexión –e incluso una decadencia- en la modalidad primitiva del pensamiento mágico. Lo mismo el Himno a Aton que el Salmo 104 –por no decir el Enuma Elish mesopotámico- están llenos de milagros y operaciones inexplicadas por lo que respecta a su simple posibilidad. Por otra parte, la acción del universo entero se concentra en un solo principio, con lo cual el ejército de oscuras potencias y prodigios queda absorbido en ese Omnipotente que es el Dios único. Toda magia directa, basada en una relación inmediata de la voluntad con lo físico, se ve sustituida por una magia indirecta, que primero va del fiel a su dios (en forma de súplica) y luego va de éste a la cosa física (en forma de don). Muy consecuentemente, el monoteísmo judío lanzó desde el comienzo un anatema contra los magos profesionales, y contra toda magia doméstica distinta de la oración.
Esta es la parte conceptual o propiamente filosófica del asunto. Junto a ella está lo prosaico. Aunque se encuentren íntimamente relacionados, no cabe poner en duda la primacía temporal del rito sobre el mito. La tesis, que se encuentra ya en Hegel, fue defendida por W. Robertson Smith con argumentos históricos, y luego por la mayoría de los etnólogos y antropólogos sociales. Los primeros cultos –propuso Robertson Smith- debieron ser una especie de danzas, de alguna manera similares a los movimientos de pataleo y gesticulación que ejecutan los niños en relación con ciertos deseos y estados, y los propios adultos en algunas situaciones. Con el transcurso del tiempo estos ceremoniales instintivos se irían investigando y decantando, hasta producir algo análogo a una reflexión.

2. En realidad, la hierática fijeza del rito no es una característica propiamente humana. Los etólogos han observado que en el reino animal hay innumerables ejemplos de «rituales». Si clasificamos la conducta animal en actos innatos ligados a las grandes pulsiones3 de nutrición, conservación del territorio, etc., y actos elaborados sobre la marcha, adaptados a circunstancias no cubiertas por la estructura instintiva básica, quedarán fuera no algunos sino la mayoría de sus efectivos comportamientos.
Tratemos de perfilar bien el concepto. Infinidad de especies, en multitud de ocasiones, ni obran «instintivamente» con arreglo al sentido clásico (esto es, de modo innato y rígido) ni deliberan tampoco de modo «actual» o cambiante sobre su acción. Lo que hacen es ejecutar ceremonias aprendidas de sus congéneres o desarrolladas por el propio individuo. K. Lorenz llama «rituales» zoológicos a secuencias de actos «cuya forma imita la de una pauta de conducta variable», pero que son de hecho «un nuevo movimiento instintivo»4, tan autónomo como alimentarse, huir, acoplarse o agredir.

«Para un ser vivo que no comprende las relaciones causales ha de ser efectivamente muy útil poder aferrarse a un comportamiento que una o varias veces ha resultado inofensivo, y capaz de conducir al fin querido».

A juicio de Lorenz, la importancia de este mecanismo es a la larga tal que «todo nació para reforzar el efecto de un determinado movimiento ritualizado»5. Como tendencia continua a repetir meticulosamente cualquier acto ensayado sin perjuicio, el ritual vendría a ser un ingenioso sistema de adaptación a oscuras, que permite al viviente moverse y obrar cuando el desconocimiento de las «relaciones causales» impide deliberar a priori, y aconseja rigurosa prudencia. Es el procedimiento ofrecido a un ciego que debe ir de acá para allá sin lazarillo (comiendo, huyendo, apareándose, etc.), primer precepto en el programa de supervivencia impuesto por la vida a sus miembros.


2.2. Esta fundamentalidad del rito no debe hacernos perder de vista la diferencia entre animales y humanos, que concierne entre otras cosas al símbolo y al universo abierto por él. Por eso hablamos de ritual en vez de rito mágico. Llevando las cosas a su última consecuencia, se podría decir que el hombre es un ciego más sin lazarillo, obediente a un destino de ritualización, cuyo acostumbramiento a ciertos medios hace suponer —erróneamente— una pauta de conducta variable y un conocimiento de «relaciones causales». En efecto, una poderosísima tendencia a la formación de hábitos —añadida a la falta de deliberación crítica a la hora de adoptarlos por primera vez— hace que el hombre sea un animal de costumbres antes que un animal racional, cuya vida transcurre en la inmensa mayoría de los casos dentro de una fidelidad a ceremoniales arbitrarios, tan ciego y sumiso a las rutinas de su cultura como una hormiga a las del hormiguero.
Sin embargo, el hombre como especie representa también el acto de empezar a abrir los ojos ese invidente, testigo al comienzo de un paisaje tan confuso como el ofrecido al ciego de nacimiento que accede a la visión. Aunque lo ceremonial ocupe un espacio tan destacado en nuestras vidas, la historia de la ciencia que desde sus comienzos intentamos narrar constituye, sin lugar a dudas, un vigoroso esfuerzo renovador. No se trata tanto de esquivar la ceremonia (cosa imposible) como de escogerla en cada caso con libertad y conocimiento de causa.


3. El rasgo básico de la actitud prefilosófica es lo que antes llamamos confusión categorial, manifiesta a primera vista en una incapacidad para distinguir el símbolo de lo simbolizado, que arrastra a no distinguir tampoco el todo y la parte, el soporte de los atributos y los atributos. A un hombre culto de hoy no se le ocurre que sea un medio eficaz para herir a un enemigo distante el procedimiento de romper una vasija de barro donde haya grabado antes su nombre, porque la suerte del nombre —un símbolo verbal— no encierra la suerte del individuo nombrado. Tampoco se le ocurre considerar que si tiene un mechón de pelo, cortado a alguien en otro tiempo, tiene por eso mismo algún tipo de poder sobre su antiguo propietario. Con todo, esto es la moneda de uso corriente en el universo mágico; y si ponemos atención veremos que queda en la mayoría de nosotros una propensión a cosas análogas, desde luego a nivel emocional antes que al de la creencia.
La confusión categorial delata que el pensamiento es una actitud guiada por la sensación irreflexiva y el deseo. Y en ninguna parte resulta esa confusión tan operativa como en el modelo puro del rito mágico que es el sacrificio. La ofrenda propiciatoria en que se funda el sacrificio constituye justamente el modo de pagar mediante el símbolo, y evitar la inmolación del acreedor simbolizado. Un nativo actual de Nueva Guinea o Amazonas, un babilonio del siglo XX a.C., y un niño de nuestra cultura, coinciden en creer saldables sus cuentas con la culpa abandonando un trozo de uña propia en cierto sitio, encendiendo una vela o inmolando a cualquier otro viviente, desde corderos hasta doncellas vírgenes. Lo que cabe llamar «terapia del chivo expiatorio» puede muy bien ser la primera cura ritual inventada, cuyos vestigios perviven todavía con fuerza en el hombre moderno, sobre todo allí donde le arropa una masa (como sucede, por ejemplo, en los linchamientos).


3.1. Los sacrificios específicamente humanos han sido habituales en bastantes pueblos de Europa, América, Africa y Asia, y no existe probablemente un solo grupo étnico donde no haya prendido alguna forma de expiación por métodos proyectivos, donde cierta persona o cosa absorbe el mal de la tribu, y al ser destruida aleja dicho mal. Hasta entre los griegos, cuya repugnancia hacia una moralidad semejante queda expuesta con vivos tonos por Esquilo y Eurípides, cuenta Frazer en La rama dorada que había chivos expiatorios —el curioso nombre griego es pharmakoi— al comienzo:

«En otro tiempo los atenienses mantengan a expensas públicas a algunos seres degradados e inútiles, y cuando cualquier calamidad afligía a la ciudad sacrificaban a dos de esos chivos expiatorios».6

Pioneros en tantos aspectos, los griegos fueron también quienes en el siglo V a.C. denunciaron por primera vez el mecanismo expiatorio, gracias a un ataque conducido a la vez por Hipócrates, fundador de la medicina científica, y Esquilo, padre del género trágico. Hipócrates afirma que curar con magia, y en particular con sacrificios, es propio de charlatanes incompetentes, ya que los trastornos naturales piden remedios naturales. Esquilo fulmina el sacrificio de Ifigenia por parte de su hermano Agamenón (para auspiciar la toma de Troya) como fruto de “sacerdotes dementes y tiranos.” Vale la pena recordar que en griego clásico phármakon significa droga (en el triple sentido de “medicina,” “veneno” y “cosa portentosa”), mientras pharmakós –plural pharmakoi-significa chivo expiatorio. Esto sugiere hasta qué punto magia, farmacia y religión pueden amalgamarse, como observamos en los Misterios eleusinos.
Al igual que casi todas las otras religiones antiguas, la judeocristiana confiere una desmedida importancia a la institución del chivo expiatorio. Baste recordar el sacrificio de Isaac intentado por Abraham, y el de Cristo, «cordero que borra los pecados del mundo». De hecho, ya Adán y Eva pueden considerarse pharmakoi, como se ha observado7. La exacerbación de esta tendencia se observa cuando el clero cristiano tope con curanderos y chamanes de otras culturas, que serán sacrificados en hogueras como brujos y brujas.
Sin la sistemática confusión del símbolo y lo simbolizado, el todo y la parte, lo sustantivo y lo adjetivo la “culpa” no encuentra vías proyectivas de expiación. Cabe decir, pues, que antes de la filosofía apenas hay afán de trabajo o «paciencia de lo negativo». En su lugar hay una generalizada impaciencia por lo positivo, que reza implorando tal o cual cosa. De ahí un elemento predominantemente supersticioso (ligado al rito como realización mágica de deseos), y un elemento predominantemente especulativo (ligado al mito como expresión de conocimiento y autoconciencia humana). Pero son manifestaciones coexistentes, e incluso inseparables.
Una excelente ilustración sobre cómo la formación del mito a partir de un rito nos la ofrece el modo en que evoluciona la diosa egipcia Isis. Primero es el fetiche del trono, que lo representa en lugares donde no esté. Luego es el poder que «hace al rey». Luego simboliza a la «madre» del gobernante. Y sólo al término representa a la «Gran Madre»8.El fetiche del trono es puro rito, la Gran Madre es puro mito. En el efecto hay mucha más entidad intelectual que en su causa. Aquí percibimos su tendencia espontánea a crecer en riqueza de significación.


4. Lo que hemos estado examinando no permite marcar un corte definitivo entre forma mítica y forma lógica del pensamiento. Tendremos ocasión de analizar qué sea lo lógico en sí, pero aquello realmente opuesto a ello es el magma de la magia directa, donde deseos y sensación inmediata monopolizan toda fuente de juicio. Cassirer, en su Filosofía de las formas simbólicas ofrece un consejo excelente:

«¿No será una falsa racionalización del mito intentar comprenderlo a través de su forma de pensamiento? Incluso admitiendo que existe semejante forma ¿será algo más que la corteza exterior veladora del núcleo mitológico? ¿No significa el mito una unidad de intuición, una unidad intuitiva anterior y subyacente a todas las explicaciones aportadas por el pensamiento discursivo? E incluso esta forma de intuición no designa todavía el estrato último del que emerge y desde el que se le filtra continuamente nueva vida. Pues jamás hallamos en el mito una contemplación pasiva de las cosas; aquí toda contemplación comienza a partir de una actitud, un acto del sentimiento y la voluntad. Allí donde el mito se condensa en una configuración duradera, allí donde dispone ante nosotros los perfiles estables de un mundo objetivo de formas, el significado de tal mundo solo se nos hace inteligible si detrás de él podemos sentir la dinámica del sentimiento vital desde la que creció originalmente»9

La mitología antigua constituye la mejor vía de acceso para captar lo que nos interesa fundamentalmente: el modo de sentir la vida e imaginar el mundo en otro tiempo, la relación de aquél hombre consigo mismo. En los mitos antiguos debemos buscar siempre esa «dinámica del sentimiento vital», no tanto porque falte cosa semejante luego, en la ciencia posterior, sino porque a ese nivel cobran significado y valor los pensamientos. Los platillos volantes, por ejemplo, fueron un mito surgido en la primera mitad del siglo XX. Escuchemos otra vez a Cassirer:

«El conocimiento no dominará el mito desterrándolo de sus confines. Al contrario, el conocimiento sólo puede conquistar verdaderamente aquello que previamente ha entendido en su propio significado específico y en su esencia. Hasta que esta tarea se complete, la batalla que el conocimiento teórico cree haber ganado definitivamente seguirá estallando de nuevo una y otra vez. La teoría positivista del conocimiento suministra un llamativo ejemplo de esto. Aquí la verdadera meta consiste en separar el puro hecho dado de cualquier añadido subjetivo proveniente del espíritu mítico o metafísico (...). Y, sin embargo, precisamente aquellos factores y motivos que piensa haber sobrepasado permanecen vivos y activos en su doctrina. El sistema de Comte, que comenzó desterrando toda mitología al período precientífico, culmina en una superestructura mítico-religiosa. Y demuestra así que no hay una cesura, ni ninguna línea divisoria temporal nítida entre la conciencia mítica y la conciencia teórica. La ciencia preserva hace mucho una herencia mítica primordial, a la cual meramente proporciona otra forma»10

5. Tendremos ocasión de exponer en su momento la teoría positivista del conocimiento. Por ahora, y para concluir, sólo queda reparar en la relación que hay entre conocimiento, técnicas y artes. Las herramientas primitivas —hacha, martillo, cincel, barrena, sierra, arado, etc.— son una prolongación de la mano, ese «útil entre los útiles» (Aristóteles), y en principio operan únicamente sobre una esfera práctica inmediata. Por lo que respecta al arte, podría parecer que sólo despliega fantasía y un afán de belleza, y que su nexo con el conocimiento objetivo es tan inexistente como en el caso de las herramientas. Nada más erróneo cabe suponer.
Sin alfarería y técnicas escultóricas la idea de un dios como Yahvéh, que «moldea» al hombre partiendo del polvo o del barro, resulta impensable. Sin una pintura rupestre que represente esquemáticamente cazadores, presas y ceremoniales los grafismos del lenguaje escrito y la lógica relacional primitiva no son concebibles. Sin la proyección de un órgano como la mano que son los implementos de carpintería, labranza, metalurgia, etc., no es posible un concepto del organismo y de la función, y ni siquiera la idea de una materia pasiva. El hombre está hecho de tal manera que sólo comprende su propio ser desde una figuración y construcción del mundo circundante. Su conciencia de sí sólo va cobrando precisión y contenido gracias a esos parteros del conocimiento que son las artes y las técnicas. Este proceso queda ilustrado de modo ejemplar por los recientes logros en cibernética y teoría de la información, cuyo inmediato resultado no ha sido sólo construir máquinas más sutiles, sino sugerir nuevas perspectivas para comprender la conducta animal y humana.
En la mitología antigua el hombre está empezando a aceptar y construir ese destino específico. No se conocerá hasta haber roto la ilusión de un contacto directo de su voluntad con lo objetivo. Al mismo tiempo, cortar con esa ilusión del deseo —preguntarse por la verdad—significa romper desde dentro la compleja trama de mandamientos y ritos edificada durante el largo período anterior a las técnicas, las artes figurativas y la poesía. Con ecos trágicos y épicos, los grandes mitos glosan aspectos de esta gradual ruptura con el espíritu mágico, que es la revolución agrícola y urbana del Neolítico.
Como el rito en sentido amplio es una propensión de lo vivo (y, en cuanto tal, inevitable), sólo se tratará en rigor de una sustitución, aunque de incalculables consecuencias. Mientras rige la fusión del deseo con la naturaleza el rito es fundamentalmente ceremonia mágica de sacrificio, culto a dioses y demonios singulares. Luego emerge la gran operación especulativa del monoteísmo. Más allá de esto, una cultura —el pueblo griego— asume como nuevo rito global el libre examen de las razones, y como mito el abandono de la caverna donde unos encadenados a la rutina sólo perciben sombras de las cosas11
El hombre anterior a los griegos cree que su deber es una defensa a ultranza de las tradiciones heredadas. El griego piensa que la verdad se defiende por sí misma; que sólo el error precisa apoyo, y que debe sucumbir pronto o tarde —mejor pronto que tarde— todo cuanto no resista el juicio ecuánime del entendimiento. Ha nacido la ciencia.

 

REFERENCES

1 En Moisés y el monoteísmo, Freud argumenta que Moisés fue un egipcio próximo a la corte real, huido tras la reacción politeísta que devolvió la capitalidad a Tebas.

2 Volveremos a encontrar el monoteísmo naturalista en la filosofía de Benito Spinoza, tres milenios después, aunque depurado de su identificación con el Sol. Dios será “la substancia absolutamente infinita, de la cual se siguen indefinidas cosas, de indefinidos modos.” Véase más adelante, tema ...

3 Pulsión (Trieb) es un término freudiano definido a veces como “carga psíquica,” que aquí puede considerarse equivalente a impulso instintivo.

4 Sobre la agresión, el pretendido mal, Madrid, Siglo XXI, 1982, pág. 73.

5 Mismo lugar, pág. 84.

6 The Golden Bough, Macmillan, N. York, 1942, p. 579.

7 W. R. Paton, «The pharmakoi and the story of the Fall”, Révue Archéológique, 3, 1907, pp. 51-57.

8 Frankfort, Reyes y dioses, Alianza Univ., 1981, págs. 67-68 y págs. 131-132.

9 Yale University Press, New Haven, 1965, pág. 69.

10 (8) Mismo lugar, pág. XVII.

11 (9) El mito de la caverna se expone en el Tema dedicado a Platón.

 

BIBLIOGRAFÍA

La citada en el tema, y

H. FRANKFORT, Reyes y dioses, Alianza, Madrid, 1981.
E. CASSIRER, The Philosophy of Simbolic Forms, vol. II (Mythical Thought), Yale Univ. Press, New Haven, 1965. Hay traducción española en Fondo de Cultura Económica, México.
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© Antonio Escohotado
http://www.escohotado.org



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