PREFACIO - TEMA II - TEMA III - TEMA IV

 

TEMA III. LOS PRIMEROS PENSADORES GRIEGOS (I)

ESQUEMA-RESUMEN

1. EL ESTADO DE CONOCIMIENTOS

2. UNA INDEPENDENCIA RECÍPROCA
2.1. La individualidad como principio emergente
2.2. Ciudades-Estado, y sus presupuestos
2.3. Estructura económica

3. UNA NATURALEZA “FÍSICA”

4. LOS MILESIOS.
5.1. La idea de lo indeterminado.
5.2. La física de los elementos.

1. Cuando los griegos entran en la escena histórica hay ya conocimientos destacables. Se cree que en el siglo XXVII a.C., el emperador chino Hoang-Ti mandó construir un observatorio astronómico con el fin principal de corregir el calendario. Parece probado que para el año 2317 los chinos tenían un año de 365,25 días; el círculo representativo de la revolución solar se dividió en 365,25 partes, de manera que el Sol describía diariamente en su órbita un arco de un grado chino. Esta notabilísima precisión, junto con descubrimientos como la oblicuidad de la eclíptica y la posición del solsticio de invierno, no bastaron para seguir impulsando el estudio de los cielos. Al contrario, desde el siglo V a.C., la práctica de la astronomía se abandonó, y parte de los conocimientos fueron conscientemente borrados. La arbitrariedad imperial había decidido iniciar estudios, y la arbitrariedad imperial decidió interrumpirlos.
También de asombrosa antigüedad y precisión pudieron ser las nociones manejadas por el pueblo constructor del famoso cromlech de Stonehenge. Queda por resolver el enigma maya, donde —si bien se han podido descifrar los jeroglíficos en las partes referentes al calendario— los resultados siguen siendo oscuros cuando no contradictorios. Es indudable que los mayas poseían un cómputo del tiempo de exactitud sólo igualada por nuestra civilización en la edad contemporánea. Su año era de 365 días, dividido en 18 meses de 20 días cada uno, y un breve mes adicional de cinco. Disponían además de tablas para predecir eclipses de Sol y de Luna, todo lo cual implica observaciones minuciosas durante un período de estudio muy dilatado, que abarca como mínimo hasta el siglo V a.C. Sin embargo, ningún resto arqueológico suyo llega más allá del siglo V d.C., cosa que estimula a pensar en la posibilidad de que hubiesen adquirido sus conocimientos astronómicos a través de otros pueblos, como el olmeca.
En Mesopotamia comenzamos a disponer de datos más precisos. Aunque la historia de la astronomía se remonta allí hasta treinta siglos antes de la era cristiana, no parece que los astrónomos asirio-babilonios hayan alcanzado un cómputo seguro y regular del tiempo antes de la edad llamada de Nabonasar (747 a.C.), donde ya calculaban novilunios y predecían eclipses. En Nínive se han descubierto centenares de astrolabios arcaicos, que son tablillas con tres círculos concéntricos, divididos en doce secciones. En cada uno de los 36 campos así obtenidos se encuentra el nombre de una constelación y números simples, que crecen y disminuyen en proporción aritmética, lo cual se interpreta como un calendario esquemático de doce meses. Algunas tablillas muy antiguas descubiertas cerca del Eufrates, del 2450 a.C., prueban que las constelaciones se nombraban de modo muy semejante al empleado luego por los griegos.
Por lo que respecta a Egipto, cuenta Aristóteles que allí nacieron las matemáticas, «porque el pueblo aseguró ampliamente el ocio a su casta sacerdotal». Sus conocimientos astronómicos, en cambio, quizá se hayan exagerado. Parece que desde el 2782 a.C. los egipcios adoptaron el año solar de 365 días, sin dejar de advertir que sufría un retraso cada cuatro años, que equivalía casi a un mes cada 120. Esta exactitud no les impedía pensar que las estrellas eran “fuegos cuyas emanaciones se forman ascendiendo desde la Tierra”. Eso mismo cree aún Tales de Mileto, el primero de los sabios griegos.
Todas estas civilizaciones, sin olvidar la brahmánica, exhiben también un brillante desarrollo de las artes y las técnicas, que en algunas —como la egipcia— presuponen conocimientos de aritmética y geometría aplicada. Las dos disciplinas principales de estudio, íntimamente vinculadas por su dependencia de la mentalidad mítica, son la astrología y la alquimia; la astronomía y la química son hermanas menores, la primera restringida a funciones predictivas y la segunda a metalurgia y medicina. El hombre no sueña siquiera con la posibilidad de conocer la composición material de los astros, ni con conocer realmente sus movimientos. Se conforma con disponer de calendarios precisos, e investiga la materia confiando hallar “piedras filosofales».


2. La vigencia de la imagen mágica, que toma las cosas en general como un «tú» animado por fantasmas y demonios singulares, constituye un modo de seguir poniendo un espíritu múltiple en el centro del mundo. Y a pesar de sus grandes progresos en todos los órdenes, el hombre de las civilizaciones anteriores a la griega practica ante todo la adivinación y el control mágico de las cosas, porque no atribuye verdadera exterioridad a los fenómenos. Lo que la magia tiene de vínculo con el deseo inmediato excluye considerar el medio como conjunto de seres independientes, caracterizados por cualidades y principios propios. Todo —incluyendo a los humanos mismos— obedece a una misteriosa jerarquía de fuerzas sobrenaturales y fetiches. Dar un paso adelante en el conocimiento supone, pues, dar un paso atrás en la fusión de todo con todo, separarse el humano de ese mundo como se desprenden Adán y Eva del jardín habitado por vida sin muerte, serpientes locuaces y arcángeles. Pero ahora, con Grecia, esa separación acontece sin remordimiento ni velos piadosos.
La creación de aquella distancia que permite investigar lo real, en vez de conjurarlo meramente, toma por regla lo contrario de la ritualización. Insiste en el tipo de poder indirecto que el artesano o el agricultor han llegado a obtener sobre los objetos de su trabajo, cuyo común punto de partida es reconocer la independencia de las cosas naturales, al tiempo que lo particular de cada una.
Sin embargo, esta independencia sólo se atribuye al mundo cuando el hombre se la atribuye antes a sí mismo. En sus Lecciones sobre filosofía de la religión Hegel lo expone de modo contundente:

«Es necesario que el hombre sea libre en sí mismo; sólo cuando es libre permite que sean independientes el mundo externo, otros hombres y las cosas de la naturaleza».

Nos quedaría definir libertad, cosa tan difícil como a fin de cuentas prematura, pues la figura del sophós o sabio griego guarda estrecha relación con ello. Él —comparado con el chamán, el sumo sacerdote y sus acólitos, el profeta religioso, el adivino y las demás figuras de una teología mágica— no busca convencer, deslumbrar o salvar; no se pretende personalmente iluminado por dioses o demonios, y no cultiva facciones políticas. Identifica sabiduría y «autarquía», libre gobierno de sí mismo. Entiende que nada protege tanto como la independencia de juicio, y en especial la capacidad para sopesar las opiniones e instituciones vigentes intentando ser imparcial.


2.1. Esto presupone que el individuo en cuanto tal esté empezando a obtener reconocimiento. En continentes como el asiático la individualidad de criterio y acción no existe; o, mejor dicho, sólo existe para los llamados al ascetismo religioso, porque los demás tienen como única identidad la de su clan, casta o familia. Lo mismo en China que en India el sujeto que no sea un “renunciante” a lo mundano (fakir, bonzo, yogui) es un sujeto individualmente difuso, que se confunde por completo con algún estamento social. Si pretende hacer valer una actitud individual –decidiendo él sobre religión, matrimonio, profesión, domicilio, etc.- contraviene el tabú y resulta fulminado.
Ignoramos por qué algunos griegos evolucionaron como lo hicieron, y decimos “algunos” porque otros –los espartanos o lacedemonios- seguirán fieles al sistema de castas y al más riguroso de los autoritarismos. Las grandes migraciones helénicas (en el Mar Negro y en toda la cuenca mediterránea) pudieron ser un factor importante por lo que respecta al desarrollo de movilidad social. Movilidad social es precisamente lo que Asia desconoce por completo, y lo que el tabú excluye a toda costa. El conocimiento de tantos pueblos y civilizaciones pudo contribuir también a una actitud de relatividad, contrapuesta al absolutismo localista de sus vecinos, inspirando en ellos perspectivas más próximas al intelecto flexible del mercader viajero que al rígido ideario del terrateniente, el campesino, el soldado o el sacerdote. Todo cuanto sabemos a ciencia cierta es que en algunas pequeñas ciudades dispersas surge el propósito de otorgarse constituciones libres. Totalmente insólito, esto marca un antes y un después en la historia universal. Por supuesto, el imperio hegemónico en la zona –Persia- decide aplastar semejante brote de abominable insumisión, exigiendo tributos y pleitesía; pero en vez de conseguirlo logra dos siglos de reveses militares, concluidos por su propia desaparición como país independiente.


2.2. El paso del trueque al dinero1 precipitó la aparición de algo parecido a una clase media, suscitando tensiones entre cierto “pueblo” de pequeños propietarios agrícolas y artesanos (el demos) y nobleza hereditaria terrateniente (los aristoi). Y tras un período de sangrienta agitación social lo que se consolida es la Ciudad-Estado (polis) gobernada democráticamente. En el Ática, comarca de Atenas, este cambio inmenso lo consuma Clístenes en el 508 a.C., sacando adelante el principio político de la isonomía (“misma norma”), que nosotros llamamos igualdad ante la ley. La isonomía implicaba sustituir la tradicional lealtad a clanes y hermandades (fratias) por una responsabilidad individual, adoptándose cualesquiera decisiones vinculantes por simple mayoría de votos en la Asamblea.
Con esto el súbdito se ha convertido en ciudadano, aliado con sus iguales para vigilar una continua extensión de las libertades, y cortar de raíz cualquier retroceso a la tiranía o gobierno discrecional de uno solo. Estos cambios resultan asombrosos, considerando que lo demás del planeta sigue sometido a reyes-dioses y al resto de las instituciones despóticas. No es que se confiera arbitrariamente un poder a particulares en detrimento de lo general, sino que lo general se libera de tutelas (monárquicas y oligárquicas) para constituirse en comunidad política electiva, donde ser libre es inseparablemente sentido de la responsabilidad personal, respeto de todos por el bien público. Quizá ningún aspecto ejemplifica mejor el recién inaugurado civismo que el extraordinario esfuerzo hecho por estas polis para embellecer y sanear sus perímetros2 . Ninguna capital de imperios gigantescos, desde Egipto hasta el mar de la China, puede compararse en arte, magnificencia e higiene con lo que proyectan y sacan adelante pequeñas comunidades unidas por la “isonomía”. Donde había palacios y tumbas de reyes-dioses ahora se levantan templos al espíritu patrono de la ciudad misma, como el de Artemisa en Éfeso, el de Poseidón en Pestum, el de Palas Atenea en Atenas.

2.3. El despegue económico de Atenas en particular se atribuye a varios factores: ciertas minas de plata muy cercanas, un activo comercio marítimo y el generoso estipendio que las demás polis le pagaban –como cabeza de la Liga Dëlfica- para asegurar que los persas serían vencidos. Sin embargo, la capacidad emprendedora de los atenienses estuvo minada desde el comienzo por albergar un número creciente de esclavos, cuyo trabajo carece de incentivo y es el menos innovador de todos. El espejismo de sus vecinos despóticos –la creencia de que muchos esclavos aumentan el patrimonio de su amo- les llevó a descargar cada vez más actividades sobre ellos, entre otras la producción de manufacturas y frutos del campo. Esto fue mermando sin pausa su calidad y cantidad, hasta provocar o bien desabastecimiento o un producto interior incapaz de competir con la oferta exterior. El valor de las importaciones desbordó largamente el de las exportaciones, forzando una fuga de metales preciosos que luego debían recomprarse de un modo u otro, aunque cada vez más caros. Inviable desde pautas de salud económica, la Gran Grecia apenas dura los dos siglos que van desde Pericles a Aristóteles, cuando primero Esparta y luego Macedonia han abolido ya las instituciones democráticas de Atenas y otras polis.
Mirado desde el hoy, lo contradictorio está en combinar constituciones libres con procesos fabriles dependientes de mano de obra esclavizada, sosteniendo un tejido económico por fuerza ruinoso. Pero en aquel tiempo nadie parece haberlo imaginado en todo el orbe, y la dulce molicie de tener siervos sumisos invitaba a olvidar cuánto más rentable sería tener socios o empleados a comisión. Como el señorito que dilapida poco a poco el capital acumulado gracias a la frugalidad de generaciones previas, ingeniándoselas para evitar someterse él a pautas de prosaico rendimiento, la civilización griega vive de astucias rayanas en lo pícaro, como las de Ulises, sin consolidar nunca su revolución política con una revolución industrial. Por otra parte, esa revolución política hace época y siembra una simiente imperecedera.

3. Paralelo a sentirse libre, reconociendo la libertad de los otros y de otras cosas, es descubrir lo físico como dimensión real. Lo físico contiene la actividad que el universo mágico captaba en todo, pero confía mucho menos en fantasmas y sueños como agentes suyos. En vez de proyectarse como causas cósmicas, el deseo y el miedo pasan a ser cosas físicas, cuya operación irreflexiva produce monstruos y supersticiones. Jenófanes de Colofón, un rapsoda, será también el primero en burlarse del antropomorfismo. Si los animales fuesen religiosos, construirían dioses a su imagen y semejanza.
¿Qué es physis? Hasta que repasemos los conceptos de cada sabio al respecto, físico significa autoconstituido, cosa que es por sí, formada a partir de su propia substancia. Lo físico es principio (arjé) en sentido estricto, como factor que a la vez rige la presencia en su conjunto, y que explica también su diversificación.
Con pocas excepciones, los libros escritos por los primeros filósofos griegos se llaman Peri physeos, una expresión que suele traducirse por «Sobre la naturaleza». También el universo mágico era «naturaleza» o cosa heredada, pero lo que distingue el principio griego es que se trata de una naturaleza precisamente «física». Aunque los griegos fueron un pueblo tan tolerante como escéptico hacia casi todo lo considerado dogma por otras civilizaciones, esa experiencia de lo autoconstituido o por sí tiene para ellos la fuerza de lo evidente. De ahí la frase que abre la Física aristotélica:

«Que hay la physis es ridículo intentar ponerlo de manifiesto».

El mero hecho de plantear lo «que hay» de ese modo impulsa a los griegos a no quedarse en su representación simbólica —como los primitivos con su tótem—, sino a tratar de precisar ese qué y su cómo, inaugurando así el proyecto de la ciencia. Partir de lo físico les permitía combinar el recién descubierto realismo con su capacidad de abstracción, tan superior a la de otros pueblos antiguos.


4. Tales de Mileto, que vivió entre los siglos VII y VI a.C. fue uno de los siete Sabios de Grecia. Viajó a Egipto, donde pudo aprender los fundamentos matemáticos que le permitieron más tarde predecir un eclipse y hacer varias demostraciones geométricas3 . Estas proezas, y algunas otras que se le atribuyen, son quizá meras leyendas.
Tales es considerado el primer «físico» porque redujo el principio de todo a la humedad. «Principio» (arjé) significa en griego «lo que rige para algo», y ese término constituye lo verdaderamente fundamental de Tales, porque prefigura la noción de causa. Que el arjé sea precisamente agua es ya una tesis que queda algo por detrás de lo presentido. Su principal valor será prescindir de las teogonías vigentes en todas las culturas por entonces. El agua como principio ofrece la ventaja adicional de preparar el concepto del elemento, que es un modo de explicar lo real por causas «inmanentes» y no por factores «trascendentes».
En ese ingenuo camino de identificar la fuente activa del cosmos con un elemento particular, Tales fue seguido por su compatriota Anaxímenes, que en vez del agua atribuyó el principio al aire, y que trató de demostrarlo con una dinámica de rarefacción (donde se convierte en fuego) y condensación (donde se convierte en viento, nubes, agua y finalmente tierra). Anaxímenes fue también el primero en afirmar que la Luna refleja la luz del Sol, considerando que los eclipses solares y lunares se debían a cuerpos semejantes a la Tierra que giraban por el cielo. Al igual que sucede con Tales, lo más importante de Anaxímenes como pensador es seguir atribuyendo al universo una causalidad inmanente, basada en una autoorganización de lo físico.


5.1. Entre Tales y Anaxímenes aparece el primer pensador profundo y consecuente. Anaximandro alcanzó prestigio por sus conocimientos astronómicos y geográficos (compuso un mapa de la Tierra, fabricó una esfera, inventó relojes solares), y tuvo notables atisbos de biología evolutiva. Asombra la intuición de que «el hombre fue engendrado por animales de otra especie, y los primeros seres vivos surgieron de las aguas calentadas por el Sol.”.
Pero a Anaximandro principios como el agua o el aire le parecen resultados, y concretamente resultados finitos, incapaces explicar la riqueza y variedad de la presencia. Busca por eso el principio universal en algo libre de cualquier figura exterior determinada, realmente infinito y eterno, a lo que llama ápeiron. Este neologismo está compuesto por una partícula privativa (equivalente a la a de amoral, o al in de invisible) y el término péras, que en griego significa determinación, límite. Cualquier cosa dotada de figura logra su definición sobre la base de precisar dónde termina o acaba, describiendo sus «perfiles». Lo ápeiron, que no se constituye «negativamente» o por contraste, rechaza esa restricción. Como dice el comentarista Simplicio,

«Anaximandro (...) no consideró como principio el agua ni ningún otro de los llamados elementos, sino otra substancia ilimitada de la cual proceden todos los cielos y cosmos que hay en ellos».

El pensamiento especulativo nace cuando esta substancia ilimitada se pone en relación con el reino de los límites. El primer fragmento de Anaximandro, que parece haberse conservado intacto, dice:

«Principio y elemento de las cosas es lo ápeiron. De donde las cosas tienen origen, hacia allí tiene lugar también su perecer, según la necesidad; pues pagan unas a otras su injusticia conforme al orden del tiempo».

Si se descarta una interpretación en la línea de los misterios órficos (a los que luego aludiremos), lo que se obtiene es una idea de la materia. Como ápeiron, el principio-elemento de las cosas es algo incorruptible e indestructible, sometido a un movimiento donde alternan cohesión y disgregación. Lo que se distingue de esta materia -como resultado aparente- son las «cosas». Cualquier cosa definida proviene de una generación y —según otro fragmento de Anaximandro— «la generación resulta de la separación de los contrarios». En esa misma medida, las cosas son presencias unilaterales, predominios de unas determinaciones o cualidades sobre otras, que pagan el hecho de alzarse hasta una definición precisa con tener como entidad sus límites, esto es: aquello donde «terminan». Eterno sólo puede ser aquello indiferente a la negación, y cualquier algo distinto del ápeiron se constituye por oposición a otros algos. La «necesidad» física es que esa especie de cera primordial —«principio y elemento»— vaya moldeándose de innumerables modos, para recaer una y otra vez en lo ilimitado.
Vertiginosamente denso y abstracto a la vez, este concepto inaugura la filosofía en cuanto tal. El mundo sensible se presenta como suma de determinaciones, cuya base son precisamente tales y cuales límites, sostenidos a su vez sobre una separación de contrarios. Dichos contrarios (grande-pequeño, caliente-frío, sólido-gaseoso, etc.) remiten siempre a un soporte físico que existe por sí, y que invita a la investigación.

5.2. Aunque nació aproximadamente un siglo después que Anaximandro, y por edad corresponde al segundo periodo de la especulación presocrática, la orientación de los milesios es proseguida fundamentalmente por Empédocles. Personalidad deslumbrante para sus conciudadanos, príncipe y mago, naturalista y poeta, Empédocles constituye una especie de Fausto antiguo. Como comenta Zeller,

«...en él se mezcla una pasión por la investigación científica con el no menos vehemente deseo de elevarse sobre la naturaleza [...]. Su propósito era descubrir qué fuerzas gobernaban en el mundo natural, para ponerlas al servicio de los demás hombres».

Estudió con atención botánica y zoología, y llegó a la conclusión —presentida ya por Anaximandro— de que en la creación de los seres vivos se observa un progreso sostenido hacia formas cada vez más perfectas. El punto de partida fueron aglomerados informes, que con el transcurso del tiempo acabaron estructurándose en organismos superiores. Añadió a ello que la naturaleza del pensamiento depende de la del cuerpo, al igual que la percepción de los sentidos, y que ambas cosas eran funciones de la estructura orgánica, siendo por lo mismo innecesario postular «almas».
La gran influencia ejercida por Empédocles, prácticamente hasta el siglo XVIII, cuando la química y la física descartaron su sistema, proviene de la teoría de los cuatro elementos, que él llamaba «raíces de todas las cosas»: fuego, aire, agua, tierra. Inalterables en sí, eternas y resistentes a cualquier amalgama capaz de crear con ellas cuatro alguna nueva, estas «raíces», se combinan de modo exterior para formar todos los cuerpos del universo. Cada cosa es sólo una cierta proporción de ellas, que si bien se mezclan para constituir esto y aquello permanecen interiormente aisladas, prestas a disgregarse tan pronto como cese por muerte o por otros medios mecánicos la cohesión de la cosa. Para explicar la mezcla y la separación de los elementos, Empédocles recurrió a dos fuerzas cósmicas que llamó Amor y Odio, representante la primera de la tendencia de la unidad y representante la segunda de lo inverso, la separación.

 

REFERENCES

1 Cuya acuñación por parte del poder público se produce, según Herodoto, por primera vez en el vecino reino de Lidia.

2 Cuarenta años de febril trabajo tomó construir la Acrópolis ateniense, cuyos templos y dependencias superan al menos en un tercio a los mayores construidos hasta entonces.

3 Entre ellas, que el círculo es dividido por el diámetro en dos partes iguales.


BIBLIOGRAFIA

ZELLER, E:, Fundamentos de la filosofía griega, Siglo Veinte, Buenos Aires, 1968.
KIRK, G.S., y RAVEN, J.E., Los filósofos presocráticos (Historia crítica y selección de textos), Gredos, Madrid, 1978 (2 vols.)
HEGEL, G.W.F., Lecciones sobre historia de la filosofía (vol. I), FCE, México, 1955.
ESCOHOTADO, A., De physis a polis. La evolución del pensamiento filosófico griego desde Tales a Sócrates, Barcelona, Anagrama, 1975.

 

© Antonio Escohotado
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