LOS ENEMIGOS DEL COMERCIO
XXXI. LOS RENDIMIENTOS CRECIENTES
La tasa del beneficio no crece, como sucede
con la renta y los salarios, a medida que aumenta la prosperidad;
ni desciende cuando la sociedad decae. Al contrario, es naturalmente
baja en países ricos, y alta en las naciones pobres, elevándose
a los niveles máximos en aquellos pueblos que caminan desbocados
a la ruina.
A. Smith (1776)1
Entre los factores responsables de la gloria inglesa,
que domina el siglo XVIII y el XIX, está su forma de gestionar
la transición del dinero metálico a dinero fiduciario2.
Hasta el Banco de Ámsterdam (1609), que fue el primero dedicado
en exclusiva a compensar transacciones comerciales3,
algunos orfebres desempeñaban funciones afines a las casas
de empeño sin perjuicio de garantizar a veces cantidades
formidables; en 1680 Locke afirma, por ejemplo, que uno de ellos
había librado durante su vida pagarés por una suma
no inferior al millón de libras, cuando todo
el metálico circulante del país se calculaba por entonces
en unos once millones4.
Esta situación experimenta un cambio decisivo al crearse
el Banco de Inglaterra (1694), una iniciativa de cierto banquero
escocés cuyos primeros grandes accionistas fueron ante todo
magnates holandeses deseosos de financiar la Glorious Revolution
instada por el partido whig, que empezó entronizando a Guillermo
de Orange como rey británico.
Sus promotores no se equivocaron al vaticinar que
un aumento del efectivo circulante bajaría el tipo de interés,
estimulando así toda suerte de empresas5,
y constituidos en la corporación llamada El Gobernador
y la Compañía del Banco de Inglaterra su primer
empréstito al Tesoro británico (1.2000.000 libras
esterlinas) facultó para emitir billetes por otro tanto,
que en aquella ocasión pagaron al tenedor un interés
del tres por ciento. Dicho papel iba a ser permanentemente convertible
en oro o plata, y la Compañía cumplió su compromiso
de modo tan fiel que ochenta años después el Wealth
of Nations celebra la transubstanciación del dinero con
un comentario célebre: Sustituye un instrumento de
comercio muy caro por otro menos costoso, y a veces igualmente conveniente6.
Crucial para consolidar la Revolución Gloriosa,
el Banco lo será también para poder acometer casi
de inmediato algo tres veces más caro como reacuñar
el obsoleto metálico inglés, una vasta operación
que se coordina nombrando en 1696 director de la Casa de Moneda
a Isaac Newton, el hombre más prestigioso del país.
A partir de entonces las necesidades de tesorería irán
determinando nuevas emisiones, convertibles siempre aunque ya sin
la prima de algún interés, bien para hacer frente
a coyunturas internas o internacionales. La empresa que empezó
siendo un banco mixto con una sección lucrativa o propiamente
bancaria y otra de entidad emisora- se irá adaptando a la
conveniencia pública de tener un banco central, prestamista
de último recurso para los demás bancos y el Tesoro.
1. El desarrollo de la confianza
Por lo demás, es singularmente lento e instructivo
el proceso que sigue el Banco hasta convertirse en un organismo
estatal autónomo, entendiendo por ello no sujeto a presiones
políticas. En 1700 su Gobernador despachaba con el primer
ministro, que debía autorizar expresamente cada emisión,
y sólo desde 1844 cuando se han precisado en mucha
mayor medida los nexos entre circulante y precios- sus operaciones
se sujetan a una estrecha supervisión del Parlamento. Durante
el largo periodo de arbitrariedad lo llamativo es que no ocurran
episodios de hiperinflación, porque implantar el dinero nuevo
es indudablemente económico pero cada país
recorre ese proceso a su manera, descubriendo de modo más
o menos patético cómo sus ventajas conllevan algunos
riesgos nuevos. Basta a tales efectos comparar la implantación
del papel moneda en Francia, que ocurre al poco.
El escocés J. Law7, hijo de un orfebre-banquero
de Edimburgo, fue nombrado todopoderoso Inspector General de Finanzas
para poner en práctica un plan del cual surgieron la Banque
Royale y la Compagnie du Misisipi (1717). Imitando el primer papel
moneda emitido por el Banco de Inglaterra, cuya tenencia devengaba
interés, los billetes-acciones de Law empezaron siendo bien
recibidos y murieron en realidad de éxito, ya que un valor
rápidamente multiplicado impidió atender al reembolso
de su dividendo. En 1720, mientras la burbuja seguía creciendo
-y el Inspector General preparaba ya en secreto el modo de abandonar
el país sin ser linchado-, el castillo de naipes intentó
sostenerse apelando a la tradición nacional de centralismo
autoritario8, y milenios de historia recordada se desafiaron
prohibiendo la circulación de dinero metálico9.
Sin embargo, ilegalizar a ese rival del papel moneda no evitó
que Francia fuese devastada poco después por el primer gran
pánico financiero. Su economía entró en aguda
depresión, y la banca en general se ilegalizó durante
décadas.
Medio siglo más tarde, el apoyo militar
francés a la independencia de Norteamérica ha convertido
al país en símbolo de amor al cambio y hay una tímida
recuperación del crédito comercial, aunque los progresos
en esa dirección se ven frenados por la necesidad de derogar
su propio Ancien Régime. En 1789, cuando sólo
un vigésimo del dinero circulante es papel10,
y sigue siendo mirado por el público con gran recelo, la
Asamblea Nacional hace frente al estado de bancarrota amortizando
las tierras de la Iglesia, convertidas en propiedad pública
desde los decretos de agosto. Se calcula que su valor ronda los
3.500 millones de libras francesas, y con la garantía de
ese activo son emitidos unos pagarés o certificados de inversión
(los assignats), que permiten adquirir inmuebles públicos
y resultan bien recibidos por casi todos los conformes con el proceso
revolucionario11.
Su posterior depreciación podría quizá haberse
evitado respetando las formalidades inicialmente previstas (como
irlos destruyendo a medida que fuesen amortizados), y sobre todo
controlando las emisiones.
No obstante, entre diciembre de 1789 y julio de
1791 -mientras la Revolución se mantiene dentro de cauces
liberales- las emisiones alcanzan ya los 2.200 millones de libras,
y siendo manifiesto que esos pagarés se aprecian cada vez
menos la solución gubernamental será imponerlos como
moneda única, en momentos donde el metálico estaba
desapareciendo a gran velocidad, y entramos así en la fase
antiliberal de la Revolución, que es también la más
cara con mucho. Entre 1792 y 1795, con un Directorio condicionado
aún por la inercia de la Convención, las emisiones
de asignados se elevan a unos 40.000 millones, cifra
llamativa si consideramos que seis años antes el conjunto
de la riqueza nacional rondaba los 4.500. En 1796, tras el fracaso
que se sigue de intentar colocar pagarés territoriales
(adscritos a tierras específicas), vuelve a legalizarse la
moneda metálica. El Banco de Francia llegará con el
Consulado napoleónico.
El periodo de acrobacias sin red
Entretanto, la transformación de Inglaterra
en una economía de paper credit no modifica la convertibilidad
de los billetes emitidos por su Banco. El crecimiento del país
suscita crisis significativamente espaciadas en 1763, 1772,
1783 y 1793-, y el ascenso de Bonaparte agrava de modo dramático
sus gastos militares y paramilitares, como un gran préstamo
hecho a Austria para asegurar un segundo frente de resistencia.
Con la industrialización el país ha pasado a importar
grano, sus exportaciones se ven progresivamente erosionadas por
la guerra con el vecino, y la fuga de oro que deriva de todo ello
alcanza un momento álgido en 1797, cuando las reservas del
Banco en lingotes apenas superan el millón de libras, y el
desembarco de una fragata francesa en Gales sugiere la inminencia
de una invasión. El primer ministro Pitt12
toma entonces la decisión de interrumpir la convertibilidad
por un plazo de siete semanas, y organiza a toda prisa una proclama
firmada por cuatro mil próceres de la City londinense, donde
declaran estar dispuestos a aceptar el papel moneda para toda
clase de pagos.
La Restriction Act de 1797 no persistirá
siete semanas sino casi un cuarto de siglo, y Ricardo se dará
a conocer como analista cuando una década más tarde
argumente que el gobierno obró de modo precipitado, amenazando
una confianza ganada a pulso durante cien años con una decisión
evitable, pues las reservas se habrían renovado solas. Si
la restricción no desembocó en pánico fue porque
el bloqueo continental impuesto por Napoleón había
desacelerado la actividad, y el Banco de Inglaterra no se vio inducido
a seguir ampliando las emisiones para responder a las necesidades
del crédito comercial. Por lo demás, precisamente
la no convertibilidad aguzó el ingenio y las dotes de observación,
suscitando una oleada de estudios sobre la relación entre
sus emisiones y fenómenos como el nivel de precios, los tipos
de cambio y las tasas de interés.
Gracias a dichos estudios, y en particular a la
deslumbrante Investigación sobre la naturaleza y efectos
del crédito en papel (1802), del banquero y abolicionista
H. Thornton (1760-1815), se plantea cómo y por qué
una cantidad excesiva de moneda fiduciaria producirá devaluación.
Tampoco hay duda de que una cantidad insuficiente produciría
estancamiento, y al repasar los debates comprobamos que Inglaterra
se está planteando con generaciones de adelanto la dinámica
inflacionaria derivada de espiritualizar el dinero, único
aunque no despreciable inconveniente aparejado a sus ventajas. Antes
o después, todos los países del mundo estarán
en idéntica tesitura, y forzados por tanto a frenar o acelerar
su paper credit, pero la obra de Thornton demuestra que el
primero en escribir sobre el asunto puede ser también un
pozo de ciencia ecuánime, cuyas ideas sobre moneda y crédito
desafían el paso del tiempo13.
Muy poco antes de su Investigación ha aparecido una
carta pública a Pitt de cierto banquero, donde
Se apunta como causa del alza general que han experimentado
casi todas las cosas, durante los últimos dos o tres años,
a la existencia de un gran Banco investido con la facultad de
emitir papel supuestamente pagadero a la vista, pero sólo
supuestamente14.
Con ese clima en la calle, y saliendo al paso de
la demagogia que sugería retroceder en la implantación
del paper credit15,
Thornton apoya el retorno a la convertibilidad de billetes y depósitos
sobre su fundamento último: prestar a unos capitales no ahorrados
efectivamente por otros sólo puede lastrar de un modo más
o menos agudo toda la demanda ulterior de bienes y servicios, instando
una secuela de expansiones y contracciones delirantes del crédito.
Pero a esa evidencia general deben añadirse precisiones particulares,
pues nada evita a corto plazo que el prestamista ofrezca
su capital a precios irreales para el estado de cosas, y que seguir
pidiendo financiación para negocios ya no rentables sea el
mal menor para los prestatarios16.
Más en concreto, cada vez que la tasa de beneficio
prevalente en los negocios supere el tipo de interés aplicado
por el banco habrá una tendencia a la emisión excesiva
de billetes, cuya rectificación depende de ajustar su tipo
al del mercado17.
Justamente el hecho de que esa magnitud esté
siempre unida a cierto aquí y ahora determina que el equilibrio
entre expectativas y crédito sea por naturaleza inestable,
pendiente del estado de la confianza. La velocidad de
circulación del dinero se acelera ante perspectivas de devaluación,
mientras en épocas de crisis se desacelera hasta secar la
liquidez, y la última por no decir máxima- contribución
de Thornton a la ciencia económica será saber qué
hacer en este último caso, pues la respuesta correcta del
banco emisor será mantener el nivel del efectivo circulante,
en lugar de disminuirlo. Desde entonces, prácticamente todas
las crisis financieras se han capeado así.
La escuela bancaria y la monetaria
En 1809 el status quo de la no convertibilidad
tiene suficientes beneficiarios como para enrocarse en la tesis
de que la libra sigue igual de firme, y sólo ha ocurrido
un aumento en el precio del oro. El Gobernador del Banco de Inglaterra,
que es casualmente el hermano mayor de Thornton, ha declarado entonces
sin rubor:
Nunca considero necesario enterarme del precio del oro
o de los tipos de cambio en el día en que hacemos nuestros
anticipos [
] Nuestro criterio es evitar tanto como sea posible
el descuento de lo que no parezca ser papel comercial legítimo.
Los billetes del Banco volverán a nosotros si hay un exceso
de papel en circulación18.
Al año siguiente una comisión del
Parlamento acepta al fin los indicios de devaluación19,
y sólo el apoyo de las más altas esferas al régimen
restrictivo explica que la vuelta al patrón oro se demore
hasta el primer gobierno de Peel (1821). Harán falta otras
dos décadas para que el último gobierno de este insigne
estadista logre ver aprobada la Charter Act (1844), donde
el Banco de Inglaterra se adapta finalmente a la responsabilidad
derivada de que sus emisiones y su tipo de descuento son un factor
decisivo para el output nacional a corto plazo, y para los precios
a más largo. En el ínterin surgen dos escuelas la
de los bancarios y la de los monetaristas-,
de las cuales acaban surgiendo una teoría crediticia
de la moneda y una teoría monetaria del crédito20,
ambas conceptualmente defendibles. De sus debates van a partir ideas
tan novedosas, y actuales aún, como un patrón oro
independiente de que circulen monedas de ese metal el llamado
patrón oro de cambio-21,
o la del ahorro forzoso que empieza proponiendo Bentham.
Malthus alude a esto último cuando afirma
que cada nueva emisión de billetes no sólo aumenta
la cantidad del circulante, sino que altera la distribución
de toda la masa, pues una proporción mayor va a parar a quienes
consumen y producen, y una proporción menor a quienes sólo
consumen [
] tendiendo también a bajar el tipo de interés22.
En definitiva, lo doctrinario está cediendo ante un sistema
más sutil de señales y retoques, y la palabra del
momento para ambas escuelas es automatizar. Bien sea
supervisando cada emisión, o bien asegurando tan solo su
convertibilidad, automatización significa hacer lo oportuno
para que la iniciativa libre no se vea reconducida a ingenuidades
rematadas por fraudes, y es un hito en la historia económica
que salvando los veinticuatro años de restricción-
el Banco de Inglaterra garantice sus pagos en oro desde 1694 a 1914.
Atendamos ahora a algunos otros aspectos en la evolución
del país.
2. La liquidación del pesimismo
Entre 1801 y 1851 la población pasa de unos
nueve a unos dieciocho millones de habitantes, cumpliendo la aterradora
perspectiva maltusiana de un incremento al cuadrado o geométrico.
Pero la producción no ha aumentado de modo aritmético
-como Malthus suponía- sino al cubo, triplicando en general
los recursos23. El país cumple sus reconversiones sin planificación24,
mientras la siderurgia, la industria química y la construcción
naval encuentran en el ferrocarril el destino idóneo para
inversiones acordes con la magnitud del ahorro. En 1830, cuando
se termina el primer tendido importante el que conecta a Liverpool
con Manchester-, la producción de hierro colado ha crecido
en cuatro décadas unas doce veces, y en 1850 el país
está obteniendo tanta chapa de acero como todo el resto del
planeta junto. Toca recoger la cosecha de un proceso iniciado casi
dos siglos antes, cuando el centro financiero empezó a mudarse
de Ámsterdam a Londres y la East India Company se lanzó
a conquistar Asia, pues ahora esa custodia del metálico mundial
se coordina con una densa red de comercio, industria, banca y seguros.
Las ideas expuestas por Malthus y su círculo
tuvieron como principal eco legislativo recortes en la normativa
vigente sobre beneficencia. Ricardo temió que el fondo
de sostén para los pobres crecerá progresivamente
hasta absorber todo el ingreso de nuestro país25,
y en 1834 el Parlamento recorta drásticamente el dinero público
destinado a varones no impedidos, manteniendo las partidas previas
para mujeres y niños desamparados. Una década después
llega la Factory Act presentada por Peel (1788-1850), que
limita el horario de trabajo para mujeres y niños, introduciendo
las primeras normas de seguridad para el manejo de maquinaria, y
ya entonces los criterios de la primera generación utilitarista
han dejado de parecer convincentes. Aunque el crecimiento está
colmado de altibajos, la industrialización no sugiere la
alarma inconcreta vigente a principios de siglo, y el coyuntural
aglomerado de izquierda ricardiana y fieles al viejo
dogma mercantilista26
se conoce jocosamente como pesimismo. En 1836, por ejemplo,
comienza una depresión económica reforzada por varios
años de malas cosechas, que según Carlyle sólo
puede llevar a una insurrección cataclísmica;
pero el público de Malthus ya no es el suyo, y apadrinar
el pronóstico sólo le consigue el título de
aspirante a profeta27.
Por otra parte, ser la superpotencia indiscutible
no implica que el país haya resuelto problemas internos de
entidad comparable a los que solventó la Asamblea Nacional
francesa en 1789, antes de sucumbir al delirio combinado de persecución
y grandezas. Habría sido imposible plantearlas en el marco
de una clase política conforme con mandar por mandar y dar
de comer a su clientela, pero hay una generación de estadistas
que no vacila en asumir medidas impopulares o arriesgadas a corto
plazo. Eso queda patente con los gabinetes de Grey y del propio
Peel (1834-5, 1841-6), que caen por sacar adelante reformas donde
obran en conciencia28. Los anales del gobierno les reservan por
ello un lugar de honor, aunque las reformas aprobadas en poco más
de una década tienen una entidad política, económica
y social que exige en realidad el respaldo de un país entero.
El trasfondo de los cambios es una prosperidad que se ha contagiado
a todos los sectores, pues los beneficios empresariales crecen al
tiempo que los salarios y la renta territorial, poniendo en ridículo
al pesimista y al proteccionista29.
Liberales y conservadores
Whigs y tories fueron en origen partidarios de
la casa protestante de los Hannover, contrapuestos a partidarios
de la casa católica de los Estuardo, que con el tiempo evolucionan
hacia una oposición más difusa entre progresistas
y realistas, no carente de algún parecido con la divergencia
entre chiítas y sunnitas. A partir de la incorporación
de Irlanda en 1800, que crea el Reino Unido, disputan con extraordinaria
acritud30
sobre la situación vigente para millones de católicos
ingleses, discriminados desde la fundación del anglicanismo
y literalmente perseguidos a partir de Cromwell31.
Cuando ese inicuo estado de cosas cese, merced al Catholic Relief
Act de 1829, apagar el peor foco de discordia destaca lo anacrónico
de seguir divididos en benevolentes y exigentes cuando el norte
sólo puede ser una modernización del país.
De ahí el surgimiento de un partido conservative y
un partido liberal32,
que no son un mero cambio de nombre para las dos facciones clásicas
sino fruto de trasvases internos entre tories y whigs, cuyas diferencias
llevan tiempo manifestándose en el hecho de votar divididos.
Disraeli (1804-1881), oráculo de los recién
nacidos conservadores, pertenece por cuna a la clase media humilde
y desea vehementemente ascender a lo más alto del rango.
Ha escrito novela y teatro antes de ofrecerse al dividido grupo
de los tories, al que aporta la fuerza de un hipnotizador
auto-hipnotizado33,
paladín de los poderes ancestrales (Rey, Nobleza, Iglesia)
puestos en entredicho por el Estado liberal. El torysmo está
gastado, dirá, aunque no puedo soportar ser un
whig34.
En principio, los conservadores no serían sino tories
proteccionistas, pero Peel es un tory no proteccionista, y
los liberales son el fruto de una fusión entre whigs como
Palmerston, librecambistas como Cobden y el sector tory fiel a él
-los peelites-, encabezado por un Gladstone (1809-1898) que
será el más duradero símbolo del liberalismo
moral. Lo que ha entrado en barrena es la versión paternalista
del poder político, acosada por una carencia simultánea
de prestigio intelectual y apoyo electoral. Lejos de querer tutelar
el espíritu público, la política cultural
del Estado es no gastar una libra en ese concepto, permitiendo que
la gente gane lo bastante para comprarse obras de arte o disponer
de ocio para la investigación35.
La democracia gradual
Como si parte de los sunnitas hubiesen resuelto
crear un partido con parte de los chiítas, el orden político
que acompaña a la nueva nomenclatura introduce una racionalidad
menos facciosa, donde lo aglutinante para cada grupo ha dejado de
ser un episodio del ayer. Los catalizadores específicos del
cambio han sido los diputados del movimiento Libre Cambio, que no
concurren a las elecciones como whigs ni como tories -aunque lo
sean en sus respectivos corazones-, y de quienes parten muchas de
las nuevas ideas. Lo único comparable por entonces en importancia
a resolverse sobre el proteccionismo es llegar efectivamente al
sufragio universal, y al investigar sus antecedentes descubrimos
que es una meta común a whigs y radicales desde el gobierno
de lord Russell (1839), asumida también por un movimiento
chartist que en 1840 logra tres millones de firmas en su
apoyo. Sin embargo, los cartistas cargan con la rémora de
un descontento contiguo al guerracivilismo, pues su líder
más carismático ha planteado la democracia como palanca
para expulsar de la Cámara de los Comunes a las clases medias36.
Privado de voto, el proletariado inglés
apoya durante medio siglo a los liberales por razones tan prosaicas
como el precio del pan, encarecido por los aranceles impuestos a
la importación de grano. Más adelante una parte considerable
se decantará por los conservadores, cuando Disraeli demuestre
que democracia tory no es un mero eslogan, y cree un
nuevo motivo patriótico con su amalgama de proteccionismo
e imperialismo. Ha acertado pensando que el proletario urbano bien
podría votar conservador por instinto y compromiso,
y para asegurar esto último saca adelante una legislación
social en buena medida revolucionaria37.
Décadas antes, cuando la actitud tutelar se mantenía
arrinconada, su talento estratégico ha fundado un movimiento
(el de la llamada Inglaterra Joven) que quiere frenar el ascenso
de los industrialists con una alianza entre clase media medial
rural, tenderos y masas. En aquel entonces la perspectiva
de una democracia plena le parecía tan indeseable como otrora
a Voltaire, y escribe: Progreso y reacción sólo
son palabras para embaucar a millones. Todo es raza [
] y ninguna
raza superior será jamás destruida o absorbida por
una inferior38.
Por lo demás, nada ni nadie puede evitar
que el sufragio universal acabe llegando a Inglaterra, aunque sea
gradualmente. Será un gobierno de minoría parlamentaria
donde Disraeli ocupa la cartera de Hacienda- el que apruebe
el Bill de 1867 conocido como salto en la oscuridad,
pues otorga franquicia electoral a casi un millón de nuevas
personas, muchas de ellas pertenecientes a la clase trabajadora.
Eso multiplica por cuatro los 217.000 electores incorporados al
censo con la Great Reform de 1832, y es un salto en la oscuridad
porque la masa de nuevos electores bien podía apoyar a demagogos,
llenando los Comunes de diputados suyos. Sin embargo, el espectro
ideológico y profesional de los nuevos representantes varía
muy poco39.
El Conservative Party no logra de hecho una mayoría parlamentaria
hasta la recesión de 1873, y va a perderla pronto, permitiendo
así que el programa del Estado mínimo no se interrumpa.
Entre sus aspiraciones cumplidas están abolir la esclavitud
en las Colonias, derogar los privilegios gremiales, independizar
las sociedades por acciones del placet real, rebajar o suprimir
tarifas y recortar drásticamente el gasto público,
clausurando burocracias inoperantes y gastos militares.
En tiempos de Grey (1830-31), una entente
de la Corona y la Cámara de los Lores quiso vetar la reforma
electoral en curso, pero un brote fulminante de unanimidad popular40
permitió que desde entonces los Comunes gobernasen para los
comunes. Los gobiernos de Gladstone, previos y posteriores a Disraeli,
se enorgullecen de que interrumpir la política de subvención
haya inaugurado un Estado nuevo, donde en vez de gravar las
necesidades que es lo cómodo y habitual para
el absolutista- sólo se gravan los artículos prescindibles41.
Y, en efecto, una constelación de intenciones y circunstancias
favorables hace que restringir el gasto estimule la inversión
privada lo bastante como para producir ingresos sobrados, a despecho
de que el Estado acomete importantes obras públicas. Todos
los presupuestos de Gladstone se liquidarán con superávit
-cosa desconocida en realidad desde Pericles-, a su juicio en función
de la solvencia que otorga suprimir cualesquiera trabas fiscales
a la iniciativa privada42.
3. Frutos de la movilidad
Cortés y Pizarro ofrecieron a su soberano
territorios y materias primas equiparables -si no superiores- a
los que ofreció al suyo la East India Company, aunque metales
preciosos, especias, nuevos alimentos y nuevos mercados se asimilan
de modo distinto cuando afluyen a una metrópolis clerical-militar
o a un país con tejido comercial e industrial43. Tampoco
deberíamos engañarnos nosotros viendo en esa distinción
algo absoluto, pues siglos de experiencia en tres Continentes prueban
que en términos estrictamente contables la colonización
le sale siempre no cara sino carísima al colonizador, dejando
como único beneficiario eventual al colonizado (aunque en
modo alguno siempre). Mirar el proceso sin clichés nos enseña
que conquistar es un mal negocio en última instancia, por
más que de malos negocios a varios siglos vista viven toda
suerte de negocios excelentes, y no tanto. Si se prefiere, cuando
hay una estructura mercantil las inflaciones no son tan galopantes,
y acelerar la circulación de energías y personas renueva
los entornos.
Al Reino Unido le sienta por eso bien en general
un imperio que a España se le atragantó, promoviendo
no sólo un marcado crecimiento del output sino empresarios,
hombres de Estado, pensadores, científicos y filántropos
de talla excepcional. Ambos factores mantendrán el país
al margen de las discordias feroces que esperan al Continente desde
1830, y sobre todo desde la Comuna parisina de 1848 y sus análogos
en varias otras capitales europeas. La sociedad inglesa tiene ya
espacio para cualesquiera grupos e individuos con talento superior
a la media, y como mencionamos ya a Arkwright prototipo del
genio industrial autodidacta- podemos rastrear los ecos de ese espacio
en otros fenómenos, como cooperar con la comunidad judía
o atender a los radicales pacíficos desoyendo a los violentos,
dos manifestaciones de un civismo realimentado por la intensa movilidad
social.
Mayer Amschel Rothschild (1744-1812), que fundó
en Frankfurt un negocio de banca cuando empezaba el proceso revolucionario
francés, dio a sus cinco hijos varones dos consejos seguidos
al pie de la letra: no obrar nunca aisladamente, y conformarse siempre
con beneficios moderados. El generoso uso de la guillotina en París
ayudó sin duda a disparar las necesidades de financiación
en toda Europa, y a principios del siglo XIX la casa Rothschild
tenía ya sedes en Inglaterra, Francia, Alemania, Austria
e Italia44. Nathan Mayer, el encargado de los asuntos familiares
en Inglaterra, hubo de luchar contra las suspicacias unidas al hecho
de ser un recién llegado45, pero lo consiguió jugándose
repetidamente la vida para que Wellington pudiese derrotar a Napoleón
en España46, y salvando algo más tarde con fondos
propios una crisis de liquidez padecida por el Banco de Inglaterra
en 1826.
Ya aclimatado, su hijo Lionel fue el primer diputado
no cristiano del país, un hecho tanto más sensacional
cuanto que hizo modificar en 1858 el reglamento de los Comunes,
pues puso como condición inexcusable jurar en hebreo el nombre
de Yahvéh. Por otra parte, tenerle como representante de
la nación demostrará ser ventajoso no sólo
en virtud de su sagaz consejo sino porque permitirá al Reino
Unido controlar a la Compañía del Canal de Suez. Reunir
rápidamente los cuatro millones de libras esterlinas necesarios
para comprar en 1875 la participación de Egipto era algo
inaccesible salvo para su familia, y quien le pide ese adelanto
es precisamente Disraeli -el primer premier inglés de linaje
judío47-, que usará esa vía para expandir
el Imperio británico en Oriente Medio y África. Desde
Ricardo Corazón de León hasta Cromwell, ningún
país europeo había sido más antisemita, pero
poner en pie de igualdad al judío con el anglicano y el católico
le transforma en un fiel y eficaz aliado.
Los próceres de Manchester
Algo análogo, por operar como un factor
que flexibiliza la concordia, ofrecen los destinos del movimiento
cartista y el librecambista, uno formado por radicals a lo
jacobino y otro por philosophical radicals de raíz
benthamita, ya que el impulso de los primeros se diluye mientras
el de los segundos crea el más eficaz grupo de presión
popular conocido hasta entonces, la Anti-Corn Laws League.
Mantener los aranceles le parecía al partido tory una cuestión
de vida o muerte para el cultivador británico de grano, y
por extensión para toda la gentry o hidalguía
rural; pero el liderato de la Liga recayó sobre dos héroes
cívicos tan difíciles de batir como R. Cobden (1804-1865)
y J. Bright, cabezas de la llamada escuela manchesteriana48,
que convenciendo a Peel provocaron de paso el surgimiento del Liberal
Party. Tras conseguir la derogación del arancel, Cobden publicó
su panfleto 1793-1853 que iba a ser el más vendido
desde los de Paine- en defensa del armonismo (intereses
coincidentes de la clase media y la baja), y murió cuando
a despecho de estar enfermo se puso en camino hacia Londres para
votar contra un proyecto de nuevos gastos en fortificaciones49.
Su genio como organizador y negociador fue el principal
freno para los brotes de nacionalismo beligerante representados
por los gobiernos de Palmerston, a quien denunció tanto por
su política imperial en China (las guerras del opio) como
por alimentar sentimientos francófobos y rusófobos.
Más influyente aún, sin embargo, fue plantear el principio
de la ventaja comparativa50 como única garantía
sólida de paz internacional, que en vez del siempre falaz
equilibrio armamentístico ofrece a los países la posibilidad
de comprar en el mercado más barato y vender en el
más caro51. Cuando se le objetaba que tal o cual
sector, o país, requerían un régimen de favor
recordaba que ese privilegio sólo podía establecerse
en detrimento del resto, que lo económicamente desastroso
sólo puede ser moralmente erróneo, y que había
llegado el momento de reconocer en la libre iniciativa y la libre
ciudadanía una sola y misma cosa. Hasta qué punto
suscitó respeto lo indica que Palmerston -tan vapuleado por
él en los Comunes- le nombrase embajador británico
extraordinario para asuntos específicos. Es ilustrativo tener
presente que por entonces
las colonias se conquistaban para dominarlas y explotarlas
en beneficio de la metrópoli, y con el de evitar que lo
hicieran otras naciones. Desde el punto de vista de la escuela
de Manchester no hay argumento económico alguno en apoyo
de esa conducta, y menos aún político. Las colonias
existen por sí mismas, como cualesquiera otros países;
deben gozar de autogobierno y no conceder a la metrópoli
beneficio alguno, ni recibirlo de ella. Por lo demás, esto
no quedó en filosofía o agitación. Se hicieron
progresos hacia esas metas52.
Bartolomé de las Casas había defendido
básicamente lo mismo en 1571, pero caridad cristiana y librecambio
se han unido ahora de un modo tanto más sólido cuanto
que respetuoso con cualquier religión, gracias entre otros
al genio de Gladstone como hacendista y al de Cobden como conciliador.
4. La patencia de ciclos
Peel a quien encontramos en todas las coyunturas
decisivas- pensó que lo dejado de percibir por el Tesoro
al derogar aranceles se recobraría con un impuesto sobre
la renta de personas físicas y sociedades, cosa confirmada
de inmediato por una recaudación superior a la prevista.
También pensó que había llegado el momento
de restablecer el patrón oro, pues las naciones acogidas
a él no podrían en lo sucesivo especular irresponsablemente
con tipos de interés y niveles de precios, quedando librada
cada una al dinamismo de su comercio y su industria real. La convertibilidad
del papel moneda recorta veleidades gubernativas, y esta es
la razón de que el oro sea hoy tan impopular y fuese tan
popular entonces, porque impone restricciones a gobiernos y burocracias
con mucha más fuerza que una interpelación parlamentaria53.
Los disconformes con Peel y sus herederos políticos siguieron
fieles al proteccionismo, pero aquella Inglaterra fue encontrando
modos no intervencionistas de promover el desarrollo, y también
de mitigar los resentimientos que el éxito de su clase media
más activa (industrialist) evocaba en otros sectores
del cuerpo social.
Al terminar la era victoriana (1837-1901), un país
que tenía menos de diez millones de habitantes en 1800 sostiene
a más de treinta54, y sin perjuicio de atravesar frecuentes
crisis económicas ofrece al resto del mundo el ejemplo más
espectacular y sostenido de prosperidad. Nunca se habían
visto ni tanto dinero, ni tiendas tan rebosantes de artículos,
ni calles tan bulliciosas, ni tanta preocupación por remediar
las bolsas de pobreza, y en ese resultado no puede infravalorarse
una inventiva capaz de sacar adelante su tarea cotidiana de
producción y consumo introduciendo paso a paso instrumentos
que eran sucedáneos de la moneda de curso legal, pero tampoco
la privaban de su rol sustentador55. A fin de cuentas, sólo
quienes saben caminar por alguna cuerda floja son entonces recompensados
por la fortuna, aunque muchos no logren cruzar indemnes y otros
muchos ni siquiera lo intenten, configurando así una realidad
triste o alegre según para quién.
En la cuerda floja se mueve sin duda el universo
del metálico y sus sucedáneos, un gigante impersonal
que cuando no respira de modo más o menos agitado entra en
episodios de asfixia. Pero las vaguedades al uso sobre evolución
e involución se han convertido en bancos de datos cuando
al doctrinarismo se incorporan analistas del comercio como estado
cambiante56. En 1837 es un banquero, lord Overstone (1796-1883),
quien considera sencillamente manifiesto que las crisis se disparan
poco más o menos cada década, y atraviesan una y otra
vez diez fases:
Reposo, mejora, confianza creciente, prosperidad, excitación,
recalentamiento, convulsión, presión, estancamiento
y escasez, para acabar de nuevo en reposo57.
Apoyados en una alarma cuyo mejor aliado es la
prensa, allí donde la actividad entra en crisis suele preferirse
recurrir a la amnesia, y en vez de estudiar crisis previas atender
a letanías sobre estafadores y víctimas. Esta ingenuidad
interesada topa con su primera excepción en el momento menos
pensado cuando los entendidos oficiales en el
tema creían que el mecanismo económico estaba perfectamente
claro-58, porque al precisar meras cuestiones de detalle
en el cuadro ya convenido irrumpe otro, donde la alternancia de
picos, simas y mesetas exhibe una fluctuación más
precisa y más cargada de azares también. Pero a nosotros,
testigos del desarrollo financiero desde el XVII holandés,
el hecho de que la abundancia desemboque periódicamente en
fases de estrangulamiento no puede sugerirnos infortunios casuales.
Todos y cada uno de los activos tienden a sobrevalorarse, y cuando
una fase de exhuberancia los eleva hasta dificultar su compraventa
el comercio acaba frenándose, pendiente de un reajuste en
los precios que permita reanudar los intercambios.
Menos pictórico que Overstone, su contemporáneo
Tooke reduce los estados del ciclo a tres fases -afluencia, convulsión
y sobriedad-, considerando que el equilibrio permanentemente inestable
se ve afectado por factores externos como años de mala cosecha,
y más tarde Jevons vinculará los ciclos económicos
con erupciones en el Sol. Una infrecuente aunque reseñable
postura teórica del momento será la de H. Hare, que
en 1852 les atribuye la función de acelerar el
movimiento económico. En la base de todas estas reflexiones,
y de la política anticíclica sugerida por Sismondi,
está el monetarismo expuesto originalmente por Thornton:
elevar los tipos de interés atraerá fondos del exterior
a corto plazo, frenará el alza de precios amortiguando la
actividad en general y aumentará las exportaciones. Reducirlos
tendrá los efectos inversos, y los gobiernos dispondrán
por ello de un recurso para enfriar o calentar el sistema en cada
momento.
La dialéctica del desarrollo
Mirando a vista de pájaro, Inglaterra tarda
unos veinte años en adaptarse a la paz sancionada por el
Congreso de Viena (1815), aunque desde mediados del siglo anterior
su economía deslumbra a propios y extraños. Mirando
más de cerca, el largo esplendor parte de depresiones tan
prolongadas como la que va de 1815 a 1834, o el periodo de recesión
comprendido entre 1870 y 188459.
La novedad es percibir una evolución construida sobre lo
inseparable del avance y el retroceso, donde crisis sectoriales
y generales más o menos feroces jalonan unas reglas de juego
que sólo a largo plazo demuestran su capacidad para crear
riqueza. En esas tormentosas condiciones la única balsa es
el ingenio industrial, y hasta qué punto hay acuerdo al respecto
lo indica una secuencia de Exposiciones Universales60
culminada provisionalmente por la de Londres (1851). Aunque el funcionalismo
de su Crystal Palace indigne a Carlyle, Ruskin y otros románticos
ingleses, abre camino a la arquitectura de hierro (más adelante
acero) y vidrio61
que dominará el siglo siguiente. A juzgar por el número
de visitantes, esas grandes muestras de las obras industriales
de todas las naciones son también los eventos más
incondicionalmente celebrados.
Por otra parte, los progresos que se siguen del
genio técnico no sólo están sujetos al azar
de sus circunstancias sino a los azares del ahorro. Industrializar
significa disparar las necesidades de crédito, y crecer en
capacidad adquisitiva transforma las finanzas en un universo de
prolijidad descomunal, reflejado en una creciente proliferación
de alternativas al metálico. Desde el recalentamiento a la
hipotermia, todos sus fenómenos van a depender en primera,
segunda instancia y apelación de los banqueros y la Bolsa,
y éstos de hasta qué punto prefieren en cada momento
los depositantes y accionistas tener el dinero en sus bolsillos
a obtener algún interés por él. La condición
primaria de buen funcionamiento para este mediador es la rectitud
(bona fide) de prestamistas y prestatarios, aunque abstenerse
de prestar aquello no ahorrado será más difícil
aún que crear una oferta realmente bien recibida, y está
sujeto por ello a toda suerte de reajustes involuntarios. Los mecanismos
que desencadenan las crisis -y los responsables del progreso- siguen
siendo la materia a estudiar, aunque empieza a ser indiscutible
que la práctica precede largamente a la ciencia62,
y pasar del escolástico al observante es otro modo de reconocer
que lo verdadero llega siempre a posteriori.
NOTAS
1
Smith 1982, pág. 240.
2
A su vez, las piezas de metálico oro, plata o bronce-
clausuran un periodo inmemorial donde pagos, precios e indemnizaciones
se calculaban a menudo en cabezas de ganado. Desde la época
de Solón (VII a.C.), que introdujo la acuñación
en Atenas, una oveja sana valía un dracma, y un buey cinco.
Cf. Menger 1997, pág. 329.
3
Véase antes, vol. I, pág. 398-400.
4
Locke, en Hayek 1991, pág. 132. Me apoyo en ese ensayo La
génesis del patrón oro como respuesta a la política
de acuñación inglesa en los siglos XVII y XVIII-
para buena parte de lo precisado a continuación.
5
La Exposición de Motivos presentaba como prueba lo ocurrido
en todos los demás Estados con Banco, enumerando
a continuación Ámsterdam, Venecia, Génova,
Barcelona, Hamburgo, Nuremberg y Estocolmo.
6
Smith 1982, pág. 265. Algo antes ha dicho: El dinero
de oro y plata que circula en cualquier país podría
compararse con una carretera que traslada todo el pasto y el trigo
del país hasta su mercado, aunque por sí misma no
produce una sola libra de ninguno de los dos. La juiciosa actuación
de la banca proporciona si se me permite una metáfora
tan gráfica- una especie de vía aérea que permite
al país convertir gran parte de sus carreteras en buenos
pastos y trigales, incrementando así muy considerablemente
el producto anual de la tierra y su trabajo.
7
Menger le considera el fundador de la teoría correcta
sobre el dinero, pues se desmarca de Aristóteles y
los jurisconsultos romanos al negar que sea una invención
estatal o el producto de un acto legislativo, y lo piensa
como fruto de una maduración espontánea en las
relaciones económicas (Menger 1997, págs. 324-326).
8
En tiempos de Colbert el Estado decidió quiénes
podrían trabajar, qué materiales emplearían,
qué procesos se adoptarían y qué formas tendría
la producción, castigándose con la picota a fabricantes
díscolos. Se destruyó maquinaria, se quemaron productos
no estandarizados, las innovaciones fueron castigadas y se multó
a inventores; Dunoyer 1821, en Stuart Mill 2004, pág.
286.
9
Cf. Hayek 1991, pág. 165.
10
Eran billetes emitidos por la Caja de Descuento de letras recién
creada por Turgot, todos ellos de altas denominaciones (el más
pequeño de 200 libras francesas, equivalente hoy a miles
de euros). Mi fuente sigue siendo Hayek 1991, ahora a través
de los ensayos Primer papel moneda en la Francia del siglo
XVIII y El periodo de la restricción (1797-1821)
y el debate sobre el dinero en Inglaterra.
11
Aunque no dejasen de apoyar la Revolución, es digno de recuerdo
que este plan financiero topó con la oposición de
los economistas más competentes del momento (DuPont de Nemours,
Condorcet y Necker).
12
Que lleva tiempo saltándose la sana costumbre de que
el Banco no concediese al gobierno grandes empréstitos sin
el expreso consentimiento del Parlamento (Hayek 1991, pág.
189).
13
Ser ignorado en no pocas historias del pensamiento económico,
y omitido por la Encyclopaedia Britannica, sólo puede
atribuirse a que este padre del banco central se aplicó
a definir fenómenos, no a defender principios abstractos
y sistemas generales. Pero tan lejos llegó en términos
descriptivos que sus análisis informan el modelo de acumulación
ofrecido un siglo más tarde por K. Wicksell, retomado luego
por la Escuela Austriaca como base para su teoría endógena
de los ciclos comerciales.
14
W. Boyd, Una carta al honorable W. Pitt sobre la influencia que
ejerce sobre el precio de las provisiones y otros bienes haber suspendido
los pagos en especie del Banco de Inglaterra (1801). Boyd tenía
razones personales para denunciar esa política, pues su banca
quebró al ponerse en práctica un racionamiento del
crédito.
15
El crecimiento del papel moneda, repite su Inquiry,
no es la causa de los peores males del momento. Por
lo demás, las máximas de conducta del estadista
sólo pueden derivarse del estado actual de cosas [
]
pues el trabajo de acumular hechos particulares debe separarse de
la tarea más laxa (liberal) de generalizarlos en forma
de principios (Thornton, en Horner 1802, pág. 172).
16
Thornton 1802 (1939), pág. 259.
17
Hayek 1991, pág. 198. Medio siglo antes, Hume había
observado que la eficiencia mercantil de un país empujaba
a la baja sus tipos de interés, compensando los márgenes
decrecientes de beneficio empresarial impuestos por la competencia
con una producción ampliada, cuyo sostén más
genérico serían economías de escala.
18
Cf. Hayek 1991, pág. 207.
19
Junto al alza general en los precios, un cambio de la libra a la
baja en el mercado de divisas, y un incremento en el precio del
lingote de oro sobre el precio de acuñación, que en
1813 llegará al 40 por ciento. Ricardo lo ha anticipado y
argumentado en su folleto El alto precio del lingote, una prueba
de la depreciación de los billetes bancarios (1809).
20
Schumpeter 1995, pág. 789.
21
Diseñado originalmente por Ricardo, este patrón de
cambio se instaura desde los acuerdos de Bretton Woods (1944), que
crearon el Fondo Monetario Internacional para sostener su paridad.
22
Malthus 1811, en Hayek 1991, págs. 212-213.
23
Malthus pasa por creador de una ciencia de la demografía
que debe en realidad esperar hasta el norteamericano Everett, cuyas
New Ideas on Population (1823) analizan el crecimiento de
la población correlacionándolo con el desarrollo de
técnicas productivas superiores; cf. Schumpeter 1995, pág.
646.
24
Durante el mismo medio siglo (1801-1851), la proporción del
producto agrícola pasa del 34 al 21 por ciento, mientras
manufacturas, minería y construcción se elevan del
21 al 42; cf. Briggs 1983, p. 267.
25
Principles, V, p. 51.
26
Sobre los fundamentos teóricos de su proteccionismo, véase
vol. I, págs. 420-425.
27
Cf. Briggs, 1983, pág. 266.
28
En el caso de Peel, un gobierno hizo una política manifiestamente
contraria a sus intereses económicos como clase, y contraria
también a los pequeños propietarios agrícolas
con los que más íntimamente estaba aliado (Schumpeter
1995, pág. 453).
29
Briggs 1983, pág. 268.
30
Un botón de muestra es que en 1815 el hipercivilizado Peel
rete a duelo al líder whig que lo propone, D. OConnell.
A pesar de ello, acabará votando a favor de la emancipación
del católico en 1829.
31
Cromwell fue también el primer gobernante inglés no
hostil a la comunidad judía. A partir de él los católicos
no podrían heredar tierras, detentar legítimamente
propiedad ni alistarse en el ejército o ser magistrados civiles
y, por supuesto, quedaban privados de representación política.
El primer alivio para estos discriminados será el Catholic
Relief Act de 1778, que les reconoce capacidad para heredar
y tener propiedades, pero sigue vetando su elección como
diputados de cualquier asamblea política.
32
Sinónimo hasta entonces de generoso, la palabra
liberal se convierte en programa político desde
las Cortes de Cádiz (1812), siendo por eso una de las muy
raras exportaciones intelectuales españolas del momento.
33
Berlin 2001, pág. 272. Más concretamente, un
ambicioso oportunista [
] que fascina a una comitiva de duques,
sólidos terratenientes y recios granjeros (pág.
260), soñador romántico por un lado y maestro pragmático
de la propaganda por otro. Coincidiendo con Maurois, Blake y otros
biógrafos suyos, Berlin resume las dos grandes pasiones de
Disraeli en la aristocracia y lo irracional.
Uno de los personajes de su novela Coningsby resume esto
último diciendo: El hombre sólo es grande cuando
aparta la razón y se deja llevar por sus pasiones.
34
Disraeli, en Blake 1966, pág. 87.
35
Gladstone, en Schumpeter 1995, pág. 459.
36
El irlandés Feargus OConnor (1796-1855) sostuvo la
causa chartist con una infatigable actividad de agitación,
sin perjuicio de frenarla por eso mismo. Pasaría sus tres
últimos años en un manicomio, acosado por delirios
de grandeza presentes desde la juventud -cuando se declaró
descendiente directo de los primeros reyes de Irlanda-, que acabaron
llevándole a atacar físicamente a otros diputados.
Había propuesto una reforma agraria que atomizase la propiedad
en pequeños lotes, y pertenece emotivamente a la izquierda
ricardiana que describiremos en el próximo capítulo;
pero otra de sus originalidades fue declararse anticomunista.
37
El paquete legislativo aprobado en 1875 incluye un decreto sobre
viviendas de trabajadores y artesanos (cuya meta es
sanear los peores suburbios), una nueva Factory Act (que
normaliza la jornada máxima de 56 horas semanales) y una
ley de empleadores y empleados, que reconoce a estos
últimos un derecho a indemnización cuando sus contratos
de trabajo sean incumplidos. En cinco años, dirán
sus seguidores, Disraeli hizo más por el bienestar del proletario
que los gobiernos liberales en medio siglo.
38
Disraeli, en Berlin 2001, pág. 275.
39
Cf. Briggs, 1983, pág. 269.
40
Temiendo entonces un alzamiento general, Guillermo IV amenazó
a los lores con nombrar muchos más, tantos como fuesen necesarios
para producir una mayoría favorable a la reforma, y con eso
bastó para que su Cámara cediese. Cf. Briggs Ibíd.,
pág. 266.
41 Esto cumple al pie de la letra lo expuesto
un siglo antes por el Wealth of Nations: Sólo
los gastos superfluos deberían estar gravados (Smith
1982, págs. 785-786).
42 Semejante tesis, que sería completamente
falsa si se formulara como un principio de validez intemporal, era
en gran parte verdad para aquella Inglaterra (Schumpeter 1997,
pág. 460).
43 Sobre la devastación creada en España
por la plata de América, véase vol. I, pág.
428. La proeza de guerreros-comerciantes como R. Clive (1725-1774)
guarda analogías tan estrechas con la de Cortés o
Pizarro como conquistar toda la península indostánica
partiendo de 900 europeos y 1.500 nativos. Pero los holandeses han
enseñado al conquistador británico que la crispación
misional sobra, y que lo rentable no es fulminar soberanos sino
convertirlos en clientes más o menos secretos, asegurándoles
a cambio su égida sobre el nativo. Clive es mal ejemplo de
administrador modélico, ya que en vez de gravar la riqueza
de Bengala empezó arruinándola (casi tanto como los
conquistadores españoles sus territorios), pero otros funcionarios
de la Compañía intentarán mantener sana cualquier
gallina que ponga huevos de oro. Por lo demás, la Compañía
no tardará en quebrar y será disuelta en 1858.
44 En todas partes iban a combinar el más
riguroso secretismo con una endogamia apenas menos rigurosa, (que
sólo aceptaba en lugar de un primo hermano o segundo a algún
judío ortodoxo), reunidos por el lema del escudo de armas
familiar: Concordia, Integritas, Industria. A pesar de la
endogamia, el genio del fundador seguirá produciendo tataranietos
brillantes como negociadores y científicos a día de
hoy. Más notable es, quizá, que sobresaliendo como
importadores-exportadores y banqueros en épocas de guerra
supiesen adaptarse a la industrialización pacífica,
y fuesen los principales financieros europeos de la minería,
la siderurgia y el ferrocarril hasta el último tercio del
siglo XIX. Un apunte sobre la familia ofrece Johnson 1988, págs.
312-321.
45 Por entonces el único banquero judío
de Londres era un tal Gideon; cf. Berlin 2001, pág. 255.
46 Disfrazado de buhonero, supervisaba personalmente
que le llegasen carromatos cargados de metálico. Mientras
tanto, su hermano Jacob sostenía (con algo menos de buena
voluntad) a Napoleón desde la filial francesa del trust,
y otros dos hermanos Salomón y Carlos- gestionaban
ramas adicionales del ahorro europeo desde Viena y Nápoles.
47 Sefardita concretamente, y de origen ibérico
a su juicio, aunque recibiese educación cristiana y estuviera
bautizado.
48 Teniendo los dos orígenes muy humildes,
su activismo político les impuso descuidar y acabar perdiendo
sus respectivas empresas privadas, que se habían esforzado
denodadamente por crear. La relativa timidez oratoria de Cobden
era compensada por la elocuencia sin manierismo alguno
de su compañero, el cuáquero Bright. La admiración
de lord Morley, que compuso la primera biografía de Cobden,
y la de Peel que fue proteccionista hasta conocerle- muestran
hasta qué punto ambos plebeyos sedujeron a la más
alta aristocracia inglesa.
49 Cf. Briggs, 1983 (b), pág. 811.
50 Conocida como teorema de los costos comparados
desde Ricardo, esa ventaja fue puesta de relieve originalmente por
Smith al explicar por qué el sastre hace trajes y no además
zapatos, y el zapatero calzado en vez de vestuario. Cada país,
añadió Ricardo, dedica espontáneamente
su capital y su mano de obra (labour) a las funciones más
beneficiosas para ambos, y esta búsqueda de su ventaja individual
se conecta admirablemente con el bien universal del conjunto. Ese
principio determina que el vino se hará en Francia y Portugal,
que los cereales se cultivarán en América y en Polonia,
y que maquinaria y otros bienes se produzcan en Inglaterra
(Principles VII, pág. 81).
51 Desde su gestión como embajador en
Francia, es un hito en derecho internacional su modo de estipular
la cláusula de nación más favorecida,
pues le incorpora el compromiso de no redundar en perjuicio de terceras
naciones. Cf. Briggs, 1983 (b), pág. 811.
52 Schumpeter 1995, pág. 454. El primer
progreso hacia esa meta fue la sobria y responsable política
internacional de Peel, su negativa a ver intereses ingleses en juego
en todo lo que ocurriera en cualquier lugar del globo (Ibíd.).
53 Schumpeter 1995, p. 262.
54 Cf. statistics.gov.uk.
55 Ibíd., pág. 788.
56 Un lugar destacado corresponde en este sentido
a Th. Tooke (1774-1858), un próspero comerciante que compuso
en parte ayudado- los seis volúmenes de una History
of prices desde 1703 a 1856.
57 Overstone en Schumpeter 1995, pág.
816.
58 El entendido principal, J. Stuart Mill, piensa
que por fortuna, nada queda por aclarar sobre las leyes del
valor; la teoría sobre el tema está completa
(Principles, III, 1, 1, pág. 170). El disparate cobra
dimensiones más precisas recordando que no sólo es
defendido al aparecer el libro (en 1848) sino al imprimirse su séptima
edición (en 1871), cuando circula ya la teoría del
valor-utilidad o marginalismo que desmantela esas leyes del
valor. Por lo demás, y sea cual fuere el círculo
académico implicado, épocas de estancamiento engendran
una y otra vez fases autocomplacientes, y el éxito mundial
del positivismo a lo Comte proviene de ofrecer en todo momento esa
demarcación entre entendidos y legos. Una ingenuidad
análogamente interesada pactan el propio público y
los medios de comunicación, cuando prefieren alarmarse a
recordar.
59 La dinámica incluye por supuesto fases
de recuperación (1828-1842), prosperidad (1843-1857) y nueva
recuperación (1886-1897) tras la crisis no sólo inglesa
sino mundial iniciada en 1873, que es lo análogo en el XIX
a la Gran Depresión. Cf. la carta de Schumpeter a su amigo
W. C. Mitchell gran investigador también de los ciclos
comerciales- citada por McCraw 2007, pág. 617.
60 Han empezado celebrándose en París
(1844), Berna y Madrid (1845), Bruselas y Burdeos (1847), San Petersburgo
(1848) y Lisboa (1849). París celebrará una segunda
Exposición en 1862 que batirá récords de expositores
y público (26.000 y 6.000.000 respectivamente), si bien todo
lo conocido en este orden de cosas va a ser superado por su formidable
Exhibición de 1900, presidida por una Torre Eiffel construida
al efecto.
61 El edificio original, que tras la Exposición
se desmontó y trasladó de Hyde Park a las afueras,
acabó fundido por el fuego en 1936. Entre sus logros estaba
una larga bóveda de cañón con casi cien metros
de altura (bajo la cual crecían grandes olmos, rodeados por
jardines y fuentes), y el hecho mismo de cubrir una superficie próxima
a los 100.000 metros cuadrados, fantásticamente diáfana
en todos sus puntos. Sólo cierta firma de Birmingham pudo
comprometerse a suministrar la ingente cantidad de cristal necesario,
y ni siquiera ella lo logró a tiempo, imponiendo recurrir
también a proveedores franceses; pero a despecho de los enormes
gastos asumidos por su promotor, J. Paxton, hasta la última
libra invertida originalmente en el Crystal Palace fue devuelta
por la asistencia masiva de público.
62
Stuart Mill 1997, pág. 6.
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Año de edición: 2008
Plaza edición: Madrid
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