LOS ENEMIGOS DEL COMERCIO

 

XXXI. LOS RENDIMIENTOS CRECIENTES

“La tasa del beneficio no crece, como sucede con la renta y los salarios, a medida que aumenta la prosperidad; ni desciende cuando la sociedad decae. Al contrario, es naturalmente baja en países ricos, y alta en las naciones pobres, elevándose a los niveles máximos en aquellos pueblos que caminan desbocados a la ruina”.

A. Smith (1776)1

 

Entre los factores responsables de la gloria inglesa, que domina el siglo XVIII y el XIX, está su forma de gestionar la transición del dinero metálico a dinero fiduciario2. Hasta el Banco de Ámsterdam (1609), que fue el primero dedicado en exclusiva a compensar transacciones comerciales3, algunos orfebres desempeñaban funciones afines a las casas de empeño sin perjuicio de garantizar a veces cantidades formidables; en 1680 Locke afirma, por ejemplo, que uno de ellos había librado durante su vida pagarés por una suma “no inferior al millón de libras”, cuando todo el metálico circulante del país se calculaba por entonces en unos once millones4. Esta situación experimenta un cambio decisivo al crearse el Banco de Inglaterra (1694), una iniciativa de cierto banquero escocés cuyos primeros grandes accionistas fueron ante todo magnates holandeses deseosos de financiar la Glorious Revolution instada por el partido whig, que empezó entronizando a Guillermo de Orange como rey británico.

Sus promotores no se equivocaron al vaticinar que un aumento del efectivo circulante bajaría el tipo de interés, estimulando así toda suerte de empresas5, y constituidos en la corporación llamada “El Gobernador y la Compañía del Banco de Inglaterra” su primer empréstito al Tesoro británico (1.2000.000 libras esterlinas) facultó para emitir billetes por otro tanto, que en aquella ocasión pagaron al tenedor un interés del tres por ciento. Dicho papel iba a ser permanentemente convertible en oro o plata, y la Compañía cumplió su compromiso de modo tan fiel que ochenta años después el Wealth of Nations celebra la transubstanciación del dinero con un comentario célebre: “Sustituye un instrumento de comercio muy caro por otro menos costoso, y a veces igualmente conveniente”6.

Crucial para consolidar la Revolución Gloriosa, el Banco lo será también para poder acometer casi de inmediato algo tres veces más caro como reacuñar el obsoleto metálico inglés, una vasta operación que se coordina nombrando en 1696 director de la Casa de Moneda a Isaac Newton, el hombre más prestigioso del país. A partir de entonces las necesidades de tesorería irán determinando nuevas emisiones, convertibles siempre aunque ya sin la prima de algún interés, bien para hacer frente a coyunturas internas o internacionales. La empresa que empezó siendo un banco mixto –con una sección lucrativa o propiamente bancaria y otra de entidad emisora- se irá adaptando a la conveniencia pública de tener un banco central, prestamista de último recurso para los demás bancos y el Tesoro.

1. El desarrollo de la confianza

Por lo demás, es singularmente lento e instructivo el proceso que sigue el Banco hasta convertirse en un organismo estatal autónomo, entendiendo por ello no sujeto a presiones políticas. En 1700 su Gobernador despachaba con el primer ministro, que debía autorizar expresamente cada emisión, y sólo desde 1844 –cuando se han precisado en mucha mayor medida los nexos entre circulante y precios- sus operaciones se sujetan a una estrecha supervisión del Parlamento. Durante el largo periodo de arbitrariedad lo llamativo es que no ocurran episodios de hiperinflación, porque implantar el dinero nuevo es indudablemente “económico” pero cada país recorre ese proceso a su manera, descubriendo de modo más o menos patético cómo sus ventajas conllevan algunos riesgos nuevos. Basta a tales efectos comparar la implantación del papel moneda en Francia, que ocurre al poco.

El escocés J. Law7, hijo de un orfebre-banquero de Edimburgo, fue nombrado todopoderoso Inspector General de Finanzas para poner en práctica un plan del cual surgieron la Banque Royale y la Compagnie du Misisipi (1717). Imitando el primer papel moneda emitido por el Banco de Inglaterra, cuya tenencia devengaba interés, los billetes-acciones de Law empezaron siendo bien recibidos y murieron en realidad de éxito, ya que un valor rápidamente multiplicado impidió atender al reembolso de su dividendo. En 1720, mientras la burbuja seguía creciendo -y el Inspector General preparaba ya en secreto el modo de abandonar el país sin ser linchado-, el castillo de naipes intentó sostenerse apelando a la tradición nacional de centralismo autoritario8, y milenios de historia recordada se desafiaron prohibiendo la circulación de dinero metálico9. Sin embargo, ilegalizar a ese rival del papel moneda no evitó que Francia fuese devastada poco después por el primer gran pánico financiero. Su economía entró en aguda depresión, y la banca en general se ilegalizó durante décadas.

Medio siglo más tarde, el apoyo militar francés a la independencia de Norteamérica ha convertido al país en símbolo de amor al cambio y hay una tímida recuperación del crédito comercial, aunque los progresos en esa dirección se ven frenados por la necesidad de derogar su propio Ancien Régime. En 1789, cuando sólo un vigésimo del dinero circulante es papel10, y sigue siendo mirado por el público con gran recelo, la Asamblea Nacional hace frente al estado de bancarrota amortizando las tierras de la Iglesia, convertidas en propiedad pública desde los decretos de agosto. Se calcula que su valor ronda los 3.500 millones de libras francesas, y con la garantía de ese activo son emitidos unos pagarés o certificados de inversión (los assignats), que permiten adquirir inmuebles públicos y resultan bien recibidos por casi todos los conformes con el proceso revolucionario11. Su posterior depreciación podría quizá haberse evitado respetando las formalidades inicialmente previstas (como irlos destruyendo a medida que fuesen amortizados), y sobre todo controlando las emisiones.

No obstante, entre diciembre de 1789 y julio de 1791 -mientras la Revolución se mantiene dentro de cauces liberales- las emisiones alcanzan ya los 2.200 millones de libras, y siendo manifiesto que esos pagarés se aprecian cada vez menos la solución gubernamental será imponerlos como moneda única, en momentos donde el metálico estaba desapareciendo a gran velocidad, y entramos así en la fase antiliberal de la Revolución, que es también la más cara con mucho. Entre 1792 y 1795, con un Directorio condicionado aún por la inercia de la Convención, las emisiones de “asignados” se elevan a unos 40.000 millones, cifra llamativa si consideramos que seis años antes el conjunto de la riqueza nacional rondaba los 4.500. En 1796, tras el fracaso que se sigue de intentar colocar pagarés “territoriales” (adscritos a tierras específicas), vuelve a legalizarse la moneda metálica. El Banco de Francia llegará con el Consulado napoleónico.

El periodo de acrobacias sin red

Entretanto, la transformación de Inglaterra en una economía de paper credit no modifica la convertibilidad de los billetes emitidos por su Banco. El crecimiento del país suscita crisis significativamente espaciadas –en 1763, 1772, 1783 y 1793-, y el ascenso de Bonaparte agrava de modo dramático sus gastos militares y paramilitares, como un gran préstamo hecho a Austria para asegurar un segundo frente de resistencia. Con la industrialización el país ha pasado a importar grano, sus exportaciones se ven progresivamente erosionadas por la guerra con el vecino, y la fuga de oro que deriva de todo ello alcanza un momento álgido en 1797, cuando las reservas del Banco en lingotes apenas superan el millón de libras, y el desembarco de una fragata francesa en Gales sugiere la inminencia de una invasión. El primer ministro Pitt12 toma entonces la decisión de interrumpir la convertibilidad por un plazo de siete semanas, y organiza a toda prisa una proclama firmada por cuatro mil próceres de la City londinense, donde declaran estar dispuestos a ”aceptar el papel moneda para toda clase de pagos”.

La Restriction Act de 1797 no persistirá siete semanas sino casi un cuarto de siglo, y Ricardo se dará a conocer como analista cuando una década más tarde argumente que el gobierno obró de modo precipitado, amenazando una confianza ganada a pulso durante cien años con una decisión evitable, pues las reservas se habrían renovado solas. Si la restricción no desembocó en pánico fue porque el bloqueo continental impuesto por Napoleón había desacelerado la actividad, y el Banco de Inglaterra no se vio inducido a seguir ampliando las emisiones para responder a las necesidades del crédito comercial. Por lo demás, precisamente la no convertibilidad aguzó el ingenio y las dotes de observación, suscitando una oleada de estudios sobre la relación entre sus emisiones y fenómenos como el nivel de precios, los tipos de cambio y las tasas de interés.

Gracias a dichos estudios, y en particular a la deslumbrante Investigación sobre la naturaleza y efectos del crédito en papel (1802), del banquero y abolicionista H. Thornton (1760-1815), se plantea cómo y por qué una cantidad excesiva de moneda fiduciaria producirá “devaluación”. Tampoco hay duda de que una cantidad insuficiente produciría estancamiento, y al repasar los debates comprobamos que Inglaterra se está planteando con generaciones de adelanto la dinámica inflacionaria derivada de espiritualizar el dinero, único aunque no despreciable inconveniente aparejado a sus ventajas. Antes o después, todos los países del mundo estarán en idéntica tesitura, y forzados por tanto a frenar o acelerar su paper credit, pero la obra de Thornton demuestra que el primero en escribir sobre el asunto puede ser también un pozo de ciencia ecuánime, cuyas ideas sobre moneda y crédito desafían el paso del tiempo13. Muy poco antes de su Investigación ha aparecido una carta pública a Pitt de cierto banquero, donde

“Se apunta como causa del alza general que han experimentado casi todas las cosas, durante los últimos dos o tres años, a la existencia de un gran Banco investido con la facultad de emitir papel supuestamente pagadero a la vista, pero sólo supuestamente”14.

Con ese clima en la calle, y saliendo al paso de la demagogia que sugería retroceder en la implantación del paper credit15, Thornton apoya el retorno a la convertibilidad de billetes y depósitos sobre su fundamento último: prestar a unos capitales no ahorrados efectivamente por otros sólo puede lastrar de un modo más o menos agudo toda la demanda ulterior de bienes y servicios, instando una secuela de expansiones y contracciones delirantes del crédito. Pero a esa evidencia general deben añadirse precisiones particulares, pues “nada” evita a corto plazo que el prestamista ofrezca su capital a precios irreales para el estado de cosas, y que seguir pidiendo financiación para negocios ya no rentables sea el mal menor para los prestatarios16. Más en concreto, “cada vez que la tasa de beneficio prevalente en los negocios supere el tipo de interés aplicado por el banco habrá una tendencia a la emisión excesiva de billetes, cuya rectificación depende de ajustar su tipo al del mercado”17.

Justamente el hecho de que esa magnitud esté siempre unida a cierto aquí y ahora determina que el equilibrio entre expectativas y crédito sea por naturaleza inestable, pendiente del “estado de la confianza”. La velocidad de circulación del dinero se acelera ante perspectivas de “devaluación”, mientras en épocas de crisis se desacelera hasta secar la liquidez, y la última –por no decir máxima- contribución de Thornton a la ciencia económica será saber qué hacer en este último caso, pues la respuesta correcta del banco emisor será mantener el nivel del efectivo circulante, en lugar de disminuirlo. Desde entonces, prácticamente todas las crisis financieras se han capeado así.

La escuela bancaria y la monetaria

En 1809 el status quo de la no convertibilidad tiene suficientes beneficiarios como para enrocarse en la tesis de que la libra sigue igual de firme, y sólo ha ocurrido un aumento en el precio del oro. El Gobernador del Banco de Inglaterra, que es casualmente el hermano mayor de Thornton, ha declarado entonces sin rubor:

“Nunca considero necesario enterarme del precio del oro o de los tipos de cambio en el día en que hacemos nuestros anticipos […] Nuestro criterio es evitar tanto como sea posible el descuento de lo que no parezca ser papel comercial legítimo. Los billetes del Banco volverán a nosotros si hay un exceso de papel en circulación”18.

Al año siguiente una comisión del Parlamento acepta al fin los indicios de devaluación19, y sólo el apoyo de las más altas esferas al régimen restrictivo explica que la vuelta al patrón oro se demore hasta el primer gobierno de Peel (1821). Harán falta otras dos décadas para que el último gobierno de este insigne estadista logre ver aprobada la Charter Act (1844), donde el Banco de Inglaterra se adapta finalmente a la responsabilidad derivada de que sus emisiones y su tipo de descuento son un factor decisivo para el output nacional a corto plazo, y para los precios a más largo. En el ínterin surgen dos escuelas –la de “los bancarios” y la de los “monetaristas”-, de las cuales acaban surgiendo “una teoría crediticia de la moneda y una teoría monetaria del crédito”20, ambas conceptualmente defendibles. De sus debates van a partir ideas tan novedosas, y actuales aún, como un patrón oro independiente de que circulen monedas de ese metal –el llamado patrón oro de cambio-21, o la del “ahorro forzoso” que empieza proponiendo Bentham.

Malthus alude a esto último cuando afirma que “cada nueva emisión de billetes no sólo aumenta la cantidad del circulante, sino que altera la distribución de toda la masa, pues una proporción mayor va a parar a quienes consumen y producen, y una proporción menor a quienes sólo consumen […] tendiendo también a bajar el tipo de interés”22. En definitiva, lo doctrinario está cediendo ante un sistema más sutil de señales y retoques, y la palabra del momento para ambas escuelas es “automatizar”. Bien sea supervisando cada emisión, o bien asegurando tan solo su convertibilidad, automatización significa hacer lo oportuno para que la iniciativa libre no se vea reconducida a ingenuidades rematadas por fraudes, y es un hito en la historia económica que –salvando los veinticuatro años de restricción- el Banco de Inglaterra garantice sus pagos en oro desde 1694 a 1914. Atendamos ahora a algunos otros aspectos en la evolución del país.

2. La liquidación del pesimismo

Entre 1801 y 1851 la población pasa de unos nueve a unos dieciocho millones de habitantes, cumpliendo la “aterradora” perspectiva maltusiana de un incremento al cuadrado o geométrico. Pero la producción no ha aumentado de modo aritmético -como Malthus suponía- sino al cubo, triplicando en general los recursos23. El país cumple sus reconversiones sin planificación24, mientras la siderurgia, la industria química y la construcción naval encuentran en el ferrocarril el destino idóneo para inversiones acordes con la magnitud del ahorro. En 1830, cuando se termina el primer tendido importante –el que conecta a Liverpool con Manchester-, la producción de hierro colado ha crecido en cuatro décadas unas doce veces, y en 1850 el país está obteniendo tanta chapa de acero como todo el resto del planeta junto. Toca recoger la cosecha de un proceso iniciado casi dos siglos antes, cuando el centro financiero empezó a mudarse de Ámsterdam a Londres y la East India Company se lanzó a conquistar Asia, pues ahora esa custodia del metálico mundial se coordina con una densa red de comercio, industria, banca y seguros.

Las ideas expuestas por Malthus y su círculo tuvieron como principal eco legislativo recortes en la normativa vigente sobre beneficencia. Ricardo temió que “el fondo de sostén para los pobres crecerá progresivamente hasta absorber todo el ingreso de nuestro país”25, y en 1834 el Parlamento recorta drásticamente el dinero público destinado a varones no impedidos, manteniendo las partidas previas para mujeres y niños desamparados. Una década después llega la Factory Act presentada por Peel (1788-1850), que limita el horario de trabajo para mujeres y niños, introduciendo las primeras normas de seguridad para el manejo de maquinaria, y ya entonces los criterios de la primera generación utilitarista han dejado de parecer convincentes. Aunque el crecimiento está colmado de altibajos, la industrialización no sugiere la alarma inconcreta vigente a principios de siglo, y el coyuntural aglomerado de “izquierda ricardiana” y fieles al viejo dogma mercantilista26 se conoce jocosamente como “pesimismo”. En 1836, por ejemplo, comienza una depresión económica reforzada por varios años de malas cosechas, que según Carlyle sólo puede llevar a “una insurrección cataclísmica”; pero el público de Malthus ya no es el suyo, y apadrinar el pronóstico sólo le consigue el título de “aspirante a profeta”27.

Por otra parte, ser la superpotencia indiscutible no implica que el país haya resuelto problemas internos de entidad comparable a los que solventó la Asamblea Nacional francesa en 1789, antes de sucumbir al delirio combinado de persecución y grandezas. Habría sido imposible plantearlas en el marco de una clase política conforme con mandar por mandar y dar de comer a su clientela, pero hay una generación de estadistas que no vacila en asumir medidas impopulares o arriesgadas a corto plazo. Eso queda patente con los gabinetes de Grey y del propio Peel (1834-5, 1841-6), que caen por sacar adelante reformas donde obran en conciencia28. Los anales del gobierno les reservan por ello un lugar de honor, aunque las reformas aprobadas en poco más de una década tienen una entidad política, económica y social que exige en realidad el respaldo de un país entero. El trasfondo de los cambios es “una prosperidad que se ha contagiado a todos los sectores, pues los beneficios empresariales crecen al tiempo que los salarios y la renta territorial, poniendo en ridículo al pesimista y al proteccionista”29.

Liberales y conservadores

Whigs y tories fueron en origen partidarios de la casa protestante de los Hannover, contrapuestos a partidarios de la casa católica de los Estuardo, que con el tiempo evolucionan hacia una oposición más difusa entre progresistas y realistas, no carente de algún parecido con la divergencia entre chiítas y sunnitas. A partir de la incorporación de Irlanda en 1800, que crea el Reino Unido, disputan con extraordinaria acritud30 sobre la situación vigente para millones de católicos ingleses, discriminados desde la fundación del anglicanismo y literalmente perseguidos a partir de Cromwell31. Cuando ese inicuo estado de cosas cese, merced al Catholic Relief Act de 1829, apagar el peor foco de discordia destaca lo anacrónico de seguir divididos en benevolentes y exigentes cuando el norte sólo puede ser una modernización del país. De ahí el surgimiento de un partido conservative y un partido liberal32, que no son un mero cambio de nombre para las dos facciones clásicas sino fruto de trasvases internos entre tories y whigs, cuyas diferencias llevan tiempo manifestándose en el hecho de votar divididos.

Disraeli (1804-1881), oráculo de los recién nacidos conservadores, pertenece por cuna a la clase media humilde y desea vehementemente ascender a lo más alto del rango. Ha escrito novela y teatro antes de ofrecerse al dividido grupo de los tories, al que aporta la fuerza de un “hipnotizador auto-hipnotizado”33, paladín de los poderes ancestrales (Rey, Nobleza, Iglesia) puestos en entredicho por el Estado liberal. “El torysmo está gastado”, dirá, “aunque no puedo soportar ser un whig”34. En principio, los conservadores no serían sino “tories proteccionistas”, pero Peel es un tory no proteccionista, y los liberales son el fruto de una fusión entre whigs como Palmerston, librecambistas como Cobden y el sector tory fiel a él -los peelites-, encabezado por un Gladstone (1809-1898) que será el más duradero símbolo del “liberalismo moral”. Lo que ha entrado en barrena es la versión paternalista del poder político, acosada por una carencia simultánea de prestigio intelectual y apoyo electoral. Lejos de querer tutelar el espíritu público, “la política cultural del Estado es no gastar una libra en ese concepto, permitiendo que la gente gane lo bastante para comprarse obras de arte o disponer de ocio para la investigación”35.

La democracia gradual

Como si parte de los sunnitas hubiesen resuelto crear un partido con parte de los chiítas, el orden político que acompaña a la nueva nomenclatura introduce una racionalidad menos facciosa, donde lo aglutinante para cada grupo ha dejado de ser un episodio del ayer. Los catalizadores específicos del cambio han sido los diputados del movimiento Libre Cambio, que no concurren a las elecciones como whigs ni como tories -aunque lo sean en sus respectivos corazones-, y de quienes parten muchas de las nuevas ideas. Lo único comparable por entonces en importancia a resolverse sobre el proteccionismo es llegar efectivamente al sufragio universal, y al investigar sus antecedentes descubrimos que es una meta común a whigs y radicales desde el gobierno de lord Russell (1839), asumida también por un movimiento chartist que en 1840 logra tres millones de firmas en su apoyo. Sin embargo, los cartistas cargan con la rémora de un descontento contiguo al guerracivilismo, pues su líder más carismático ha planteado la democracia como palanca para expulsar de la Cámara de los Comunes a las clases medias36.

Privado de voto, el proletariado inglés apoya durante medio siglo a los liberales por razones tan prosaicas como el precio del pan, encarecido por los aranceles impuestos a la importación de grano. Más adelante una parte considerable se decantará por los conservadores, cuando Disraeli demuestre que “democracia tory” no es un mero eslogan, y cree un nuevo motivo patriótico con su amalgama de proteccionismo e imperialismo. Ha acertado pensando que el proletario urbano bien podría votar conservador “por instinto y compromiso”, y para asegurar esto último saca adelante una legislación social en buena medida revolucionaria37. Décadas antes, cuando la actitud tutelar se mantenía arrinconada, su talento estratégico ha fundado un movimiento (el de la llamada Inglaterra Joven) que quiere frenar el ascenso de los industrialists con una alianza entre clase media medial rural, tenderos y “masas”. En aquel entonces la perspectiva de una democracia plena le parecía tan indeseable como otrora a Voltaire, y escribe: “Progreso y reacción sólo son palabras para embaucar a millones. Todo es raza […] y ninguna raza superior será jamás destruida o absorbida por una inferior”38.

Por lo demás, nada ni nadie puede evitar que el sufragio universal acabe llegando a Inglaterra, aunque sea gradualmente. Será un gobierno de minoría parlamentaria –donde Disraeli ocupa la cartera de Hacienda- el que apruebe el Bill de 1867 conocido como “salto en la oscuridad”, pues otorga franquicia electoral a casi un millón de nuevas personas, muchas de ellas pertenecientes a la clase trabajadora. Eso multiplica por cuatro los 217.000 electores incorporados al censo con la Great Reform de 1832, y es un salto en la oscuridad porque la masa de nuevos electores bien podía apoyar a demagogos, llenando los Comunes de diputados suyos. Sin embargo, el espectro ideológico y profesional de los nuevos representantes varía muy poco39. El Conservative Party no logra de hecho una mayoría parlamentaria hasta la recesión de 1873, y va a perderla pronto, permitiendo así que el programa del Estado mínimo no se interrumpa. Entre sus aspiraciones cumplidas están abolir la esclavitud en las Colonias, derogar los privilegios gremiales, independizar las sociedades por acciones del placet real, rebajar o suprimir tarifas y recortar drásticamente el gasto público, clausurando burocracias inoperantes y gastos militares.

En tiempos de Grey (1830-31), una entente de la Corona y la Cámara de los Lores quiso vetar la reforma electoral en curso, pero un brote fulminante de unanimidad popular40 permitió que desde entonces los Comunes gobernasen para los comunes. Los gobiernos de Gladstone, previos y posteriores a Disraeli, se enorgullecen de que interrumpir la política de subvención haya inaugurado un Estado nuevo, donde en vez de gravar “las necesidades” –que es lo cómodo y habitual para el absolutista- sólo se gravan los artículos prescindibles41. Y, en efecto, una constelación de intenciones y circunstancias favorables hace que restringir el gasto estimule la inversión privada lo bastante como para producir ingresos sobrados, a despecho de que el Estado acomete importantes obras públicas. Todos los presupuestos de Gladstone se liquidarán con superávit -cosa desconocida en realidad desde Pericles-, a su juicio en función de la solvencia que otorga “suprimir cualesquiera trabas fiscales a la iniciativa privada”42.

3. Frutos de la movilidad

Cortés y Pizarro ofrecieron a su soberano territorios y materias primas equiparables -si no superiores- a los que ofreció al suyo la East India Company, aunque metales preciosos, especias, nuevos alimentos y nuevos mercados se asimilan de modo distinto cuando afluyen a una metrópolis clerical-militar o a un país con tejido comercial e industrial43. Tampoco deberíamos engañarnos nosotros viendo en esa distinción algo absoluto, pues siglos de experiencia en tres Continentes prueban que en términos estrictamente contables la colonización le sale siempre no cara sino carísima al colonizador, dejando como único beneficiario eventual al colonizado (aunque en modo alguno siempre). Mirar el proceso sin clichés nos enseña que conquistar es un mal negocio en última instancia, por más que de malos negocios a varios siglos vista viven toda suerte de negocios excelentes, y no tanto. Si se prefiere, cuando hay una estructura mercantil las inflaciones no son tan galopantes, y acelerar la circulación de energías y personas renueva los entornos.

Al Reino Unido le sienta por eso bien en general un imperio que a España se le atragantó, promoviendo no sólo un marcado crecimiento del output sino empresarios, hombres de Estado, pensadores, científicos y filántropos de talla excepcional. Ambos factores mantendrán el país al margen de las discordias feroces que esperan al Continente desde 1830, y sobre todo desde la Comuna parisina de 1848 y sus análogos en varias otras capitales europeas. La sociedad inglesa tiene ya espacio para cualesquiera grupos e individuos con talento superior a la media, y como mencionamos ya a Arkwright –prototipo del genio industrial autodidacta- podemos rastrear los ecos de ese espacio en otros fenómenos, como cooperar con la comunidad judía o atender a los radicales pacíficos desoyendo a los violentos, dos manifestaciones de un civismo realimentado por la intensa movilidad social.

Mayer Amschel Rothschild (1744-1812), que fundó en Frankfurt un negocio de banca cuando empezaba el proceso revolucionario francés, dio a sus cinco hijos varones dos consejos seguidos al pie de la letra: no obrar nunca aisladamente, y conformarse siempre con beneficios moderados. El generoso uso de la guillotina en París ayudó sin duda a disparar las necesidades de financiación en toda Europa, y a principios del siglo XIX la casa Rothschild tenía ya sedes en Inglaterra, Francia, Alemania, Austria e Italia44. Nathan Mayer, el encargado de los asuntos familiares en Inglaterra, hubo de luchar contra las suspicacias unidas al hecho de ser un recién llegado45, pero lo consiguió jugándose repetidamente la vida para que Wellington pudiese derrotar a Napoleón en España46, y salvando algo más tarde con fondos propios una crisis de liquidez padecida por el Banco de Inglaterra en 1826.

Ya aclimatado, su hijo Lionel fue el primer diputado no cristiano del país, un hecho tanto más sensacional cuanto que hizo modificar en 1858 el reglamento de los Comunes, pues puso como condición inexcusable jurar en hebreo el nombre de Yahvéh. Por otra parte, tenerle como representante de la nación demostrará ser ventajoso no sólo en virtud de su sagaz consejo sino porque permitirá al Reino Unido controlar a la Compañía del Canal de Suez. Reunir rápidamente los cuatro millones de libras esterlinas necesarios para comprar en 1875 la participación de Egipto era algo inaccesible salvo para su familia, y quien le pide ese adelanto es precisamente Disraeli -el primer premier inglés de linaje judío47-, que usará esa vía para expandir el Imperio británico en Oriente Medio y África. Desde Ricardo Corazón de León hasta Cromwell, ningún país europeo había sido más antisemita, pero poner en pie de igualdad al judío con el anglicano y el católico le transforma en un fiel y eficaz aliado.

Los próceres de Manchester

Algo análogo, por operar como un factor que flexibiliza la concordia, ofrecen los destinos del movimiento cartista y el librecambista, uno formado por radicals a lo jacobino y otro por philosophical radicals de raíz benthamita, ya que el impulso de los primeros se diluye mientras el de los segundos crea el más eficaz grupo de presión popular conocido hasta entonces, la Anti-Corn Laws League. Mantener los aranceles le parecía al partido tory una cuestión de vida o muerte para el cultivador británico de grano, y por extensión para toda la gentry o hidalguía rural; pero el liderato de la Liga recayó sobre dos héroes cívicos tan difíciles de batir como R. Cobden (1804-1865) y J. Bright, cabezas de la llamada escuela manchesteriana48, que convenciendo a Peel provocaron de paso el surgimiento del Liberal Party. Tras conseguir la derogación del arancel, Cobden publicó su panfleto 1793-1853 –que iba a ser el más vendido desde los de Paine- en defensa del “armonismo” (intereses coincidentes de la clase media y la baja), y murió cuando a despecho de estar enfermo se puso en camino hacia Londres para votar contra un proyecto de nuevos gastos en fortificaciones49.

Su genio como organizador y negociador fue el principal freno para los brotes de nacionalismo beligerante representados por los gobiernos de Palmerston, a quien denunció tanto por su política imperial en China (las guerras del opio) como por alimentar sentimientos francófobos y rusófobos. Más influyente aún, sin embargo, fue plantear el principio de la ventaja comparativa50 como única garantía sólida de paz internacional, que en vez del siempre falaz equilibrio armamentístico ofrece a los países la posibilidad de “comprar en el mercado más barato y vender en el más caro”51. Cuando se le objetaba que tal o cual sector, o país, requerían un régimen de favor recordaba que ese privilegio sólo podía establecerse en detrimento del resto, que “lo económicamente desastroso sólo puede ser moralmente erróneo”, y que había llegado el momento de reconocer en la libre iniciativa y la libre ciudadanía una sola y misma cosa. Hasta qué punto suscitó respeto lo indica que Palmerston -tan vapuleado por él en los Comunes- le nombrase embajador británico extraordinario para asuntos específicos. Es ilustrativo tener presente que por entonces

“las colonias se conquistaban para dominarlas y explotarlas en beneficio de la metrópoli, y con el de evitar que lo hicieran otras naciones. Desde el punto de vista de la escuela de Manchester no hay argumento económico alguno en apoyo de esa conducta, y menos aún político. Las colonias existen por sí mismas, como cualesquiera otros países; deben gozar de autogobierno y no conceder a la metrópoli beneficio alguno, ni recibirlo de ella. Por lo demás, esto no quedó en filosofía o agitación. Se hicieron progresos hacia esas metas”52.

Bartolomé de las Casas había defendido básicamente lo mismo en 1571, pero caridad cristiana y librecambio se han unido ahora de un modo tanto más sólido cuanto que respetuoso con cualquier religión, gracias entre otros al genio de Gladstone como hacendista y al de Cobden como conciliador.

4. La patencia de ciclos

Peel –a quien encontramos en todas las coyunturas decisivas- pensó que lo dejado de percibir por el Tesoro al derogar aranceles se recobraría con un impuesto sobre la renta de personas físicas y sociedades, cosa confirmada de inmediato por una recaudación superior a la prevista. También pensó que había llegado el momento de restablecer el patrón oro, pues las naciones acogidas a él no podrían en lo sucesivo especular irresponsablemente con tipos de interés y niveles de precios, quedando librada cada una al dinamismo de su comercio y su industria real. La convertibilidad del papel moneda recorta veleidades gubernativas, “y esta es la razón de que el oro sea hoy tan impopular y fuese tan popular entonces, porque impone restricciones a gobiernos y burocracias con mucha más fuerza que una interpelación parlamentaria”53. Los disconformes con Peel y sus herederos políticos siguieron fieles al proteccionismo, pero aquella Inglaterra fue encontrando modos no intervencionistas de promover el desarrollo, y también de mitigar los resentimientos que el éxito de su clase media más activa (industrialist) evocaba en otros sectores del cuerpo social.

Al terminar la era victoriana (1837-1901), un país que tenía menos de diez millones de habitantes en 1800 sostiene a más de treinta54, y sin perjuicio de atravesar frecuentes crisis económicas ofrece al resto del mundo el ejemplo más espectacular y sostenido de prosperidad. Nunca se habían visto ni tanto dinero, ni tiendas tan rebosantes de artículos, ni calles tan bulliciosas, ni tanta preocupación por remediar las bolsas de pobreza, y en ese resultado no puede infravalorarse una inventiva capaz de “sacar adelante su tarea cotidiana de producción y consumo introduciendo paso a paso instrumentos que eran sucedáneos de la moneda de curso legal, pero tampoco la privaban de su rol sustentador”55. A fin de cuentas, sólo quienes saben caminar por alguna cuerda floja son entonces recompensados por la fortuna, aunque muchos no logren cruzar indemnes y otros muchos ni siquiera lo intenten, configurando así una realidad triste o alegre según para quién.

En la cuerda floja se mueve sin duda el universo del metálico y sus sucedáneos, un gigante impersonal que cuando no respira de modo más o menos agitado entra en episodios de asfixia. Pero las vaguedades al uso sobre evolución e involución se han convertido en bancos de datos cuando al doctrinarismo se incorporan analistas del comercio como “estado cambiante”56. En 1837 es un banquero, lord Overstone (1796-1883), quien considera sencillamente manifiesto que las crisis se disparan poco más o menos cada década, y atraviesan una y otra vez diez fases:

“Reposo, mejora, confianza creciente, prosperidad, excitación, recalentamiento, convulsión, presión, estancamiento y escasez, para acabar de nuevo en reposo”57.

Apoyados en una alarma cuyo mejor aliado es la prensa, allí donde la actividad entra en crisis suele preferirse recurrir a la amnesia, y en vez de estudiar crisis previas atender a letanías sobre estafadores y víctimas. Esta ingenuidad interesada topa con su primera excepción en el momento menos pensado –cuando los “entendidos” oficiales en el tema creían que el mecanismo económico estaba perfectamente claro-58, porque al precisar “meras cuestiones de detalle” en el cuadro ya convenido irrumpe otro, donde la alternancia de picos, simas y mesetas exhibe una fluctuación más precisa y más cargada de azares también. Pero a nosotros, testigos del desarrollo financiero desde el XVII holandés, el hecho de que la abundancia desemboque periódicamente en fases de estrangulamiento no puede sugerirnos infortunios casuales. Todos y cada uno de los activos tienden a sobrevalorarse, y cuando una fase de exhuberancia los eleva hasta dificultar su compraventa el comercio acaba frenándose, pendiente de un reajuste en los precios que permita reanudar los intercambios.

Menos pictórico que Overstone, su contemporáneo Tooke reduce los estados del ciclo a tres fases -afluencia, convulsión y sobriedad-, considerando que el equilibrio permanentemente inestable se ve afectado por factores externos como años de mala cosecha, y más tarde Jevons vinculará los ciclos económicos con erupciones en el Sol. Una infrecuente aunque reseñable postura teórica del momento será la de H. Hare, que en 1852 les atribuye la función de “acelerar” el movimiento económico. En la base de todas estas reflexiones, y de la política anticíclica sugerida por Sismondi, está el monetarismo expuesto originalmente por Thornton: elevar los tipos de interés atraerá fondos del exterior a corto plazo, frenará el alza de precios amortiguando la actividad en general y aumentará las exportaciones. Reducirlos tendrá los efectos inversos, y los gobiernos dispondrán por ello de un recurso para enfriar o calentar el sistema en cada momento.

La dialéctica del desarrollo

Mirando a vista de pájaro, Inglaterra tarda unos veinte años en adaptarse a la paz sancionada por el Congreso de Viena (1815), aunque desde mediados del siglo anterior su economía deslumbra a propios y extraños. Mirando más de cerca, el largo esplendor parte de depresiones tan prolongadas como la que va de 1815 a 1834, o el periodo de recesión comprendido entre 1870 y 188459. La novedad es percibir una evolución construida sobre lo inseparable del avance y el retroceso, donde crisis sectoriales y generales más o menos feroces jalonan unas reglas de juego que sólo a largo plazo demuestran su capacidad para crear riqueza. En esas tormentosas condiciones la única balsa es el ingenio industrial, y hasta qué punto hay acuerdo al respecto lo indica una secuencia de Exposiciones Universales60 culminada provisionalmente por la de Londres (1851). Aunque el funcionalismo de su Crystal Palace indigne a Carlyle, Ruskin y otros románticos ingleses, abre camino a la arquitectura de hierro (más adelante acero) y vidrio61 que dominará el siglo siguiente. A juzgar por el número de visitantes, esas grandes “muestras de las obras industriales de todas las naciones” son también los eventos más incondicionalmente celebrados.

Por otra parte, los progresos que se siguen del genio técnico no sólo están sujetos al azar de sus circunstancias sino a los azares del ahorro. Industrializar significa disparar las necesidades de crédito, y crecer en capacidad adquisitiva transforma las finanzas en un universo de prolijidad descomunal, reflejado en una creciente proliferación de alternativas al metálico. Desde el recalentamiento a la hipotermia, todos sus fenómenos van a depender en primera, segunda instancia y apelación de los banqueros y la Bolsa, y éstos de hasta qué punto prefieren en cada momento los depositantes y accionistas tener el dinero en sus bolsillos a obtener algún interés por él. La condición primaria de buen funcionamiento para este mediador es la rectitud (bona fide) de prestamistas y prestatarios, aunque abstenerse de prestar aquello no ahorrado será más difícil aún que crear una oferta realmente bien recibida, y está sujeto por ello a toda suerte de reajustes involuntarios. Los mecanismos que desencadenan las crisis -y los responsables del progreso- siguen siendo la materia a estudiar, aunque empieza a ser indiscutible que “la práctica precede largamente a la ciencia”62, y pasar del escolástico al observante es otro modo de reconocer que lo verdadero llega siempre a posteriori.

 

NOTAS

1 Smith 1982, pág. 240.

2 A su vez, las piezas de metálico –oro, plata o bronce- clausuran un periodo inmemorial donde pagos, precios e indemnizaciones se calculaban a menudo en cabezas de ganado. Desde la época de Solón (VII a.C.), que introdujo la acuñación en Atenas, una oveja sana valía un dracma, y un buey cinco. Cf. Menger 1997, pág. 329.

3 Véase antes, vol. I, pág. 398-400.

4 Locke, en Hayek 1991, pág. 132. Me apoyo en ese ensayo –“La génesis del patrón oro como respuesta a la política de acuñación inglesa en los siglos XVII y XVIII”- para buena parte de lo precisado a continuación.

5 La Exposición de Motivos presentaba como prueba lo ocurrido en “todos los demás Estados con Banco”, enumerando a continuación “Ámsterdam, Venecia, Génova, Barcelona, Hamburgo, Nuremberg y Estocolmo”.

6 Smith 1982, pág. 265. Algo antes ha dicho: “El dinero de oro y plata que circula en cualquier país podría compararse con una carretera que traslada todo el pasto y el trigo del país hasta su mercado, aunque por sí misma no produce una sola libra de ninguno de los dos. La juiciosa actuación de la banca proporciona –si se me permite una metáfora tan gráfica- una especie de vía aérea que permite al país convertir gran parte de sus carreteras en buenos pastos y trigales, incrementando así muy considerablemente el producto anual de la tierra y su trabajo”.

7 Menger le considera “el fundador de la teoría correcta sobre el dinero”, pues se desmarca de Aristóteles y los jurisconsultos romanos al negar que “sea una invención estatal o el producto de un acto legislativo”, y lo piensa como fruto “de una maduración espontánea en las relaciones económicas” (Menger 1997, págs. 324-326).

8 En tiempos de Colbert “el Estado decidió quiénes podrían trabajar, qué materiales emplearían, qué procesos se adoptarían y qué formas tendría la producción, castigándose con la picota a fabricantes díscolos. Se destruyó maquinaria, se quemaron productos no estandarizados, las innovaciones fueron castigadas y se multó a inventores”; Dunoyer 1821, en Stuart Mill 2004, pág. 286.

9 Cf. Hayek 1991, pág. 165.

10 Eran billetes emitidos por la Caja de Descuento de letras recién creada por Turgot, todos ellos de altas denominaciones (el más pequeño de 200 libras francesas, equivalente hoy a miles de euros). Mi fuente sigue siendo Hayek 1991, ahora a través de los ensayos “Primer papel moneda en la Francia del siglo XVIII” y “El periodo de la restricción (1797-1821) y el debate sobre el dinero en Inglaterra”.

11 Aunque no dejasen de apoyar la Revolución, es digno de recuerdo que este plan financiero topó con la oposición de los economistas más competentes del momento (DuPont de Nemours, Condorcet y Necker).

12 Que lleva tiempo saltándose “la sana costumbre de que el Banco no concediese al gobierno grandes empréstitos sin el expreso consentimiento del Parlamento” (Hayek 1991, pág. 189).

13 Ser ignorado en no pocas historias del pensamiento económico, y omitido por la Encyclopaedia Britannica, sólo puede atribuirse a que este “padre del banco central” se aplicó a definir fenómenos, no a defender principios abstractos y sistemas generales. Pero tan lejos llegó en términos descriptivos que sus análisis informan el modelo de acumulación ofrecido un siglo más tarde por K. Wicksell, retomado luego por la Escuela Austriaca como base para su teoría endógena de los ciclos comerciales.

14 W. Boyd, Una carta al honorable W. Pitt sobre la influencia que ejerce sobre el precio de las provisiones y otros bienes haber suspendido los pagos en especie del Banco de Inglaterra (1801). Boyd tenía razones personales para denunciar esa política, pues su banca quebró al ponerse en práctica un racionamiento del crédito.

15 “El crecimiento del papel moneda”, repite su Inquiry, “no es la causa de los peores males del momento”. Por lo demás, “las máximas de conducta del estadista sólo pueden derivarse del estado actual de cosas […] pues el trabajo de acumular hechos particulares debe separarse de la tarea más laxa (liberal) de generalizarlos en forma de principios” (Thornton, en Horner 1802, pág. 172).

16 Thornton 1802 (1939), pág. 259.

17 Hayek 1991, pág. 198. Medio siglo antes, Hume había observado que la eficiencia mercantil de un país empujaba a la baja sus tipos de interés, compensando los márgenes decrecientes de beneficio empresarial impuestos por la competencia con una producción ampliada, cuyo sostén más genérico serían economías de escala.

18 Cf. Hayek 1991, pág. 207.

19 Junto al alza general en los precios, un cambio de la libra a la baja en el mercado de divisas, y un incremento en el precio del lingote de oro sobre el precio de acuñación, que en 1813 llegará al 40 por ciento. Ricardo lo ha anticipado y argumentado en su folleto El alto precio del lingote, una prueba de la depreciación de los billetes bancarios (1809).

20 Schumpeter 1995, pág. 789.

21 Diseñado originalmente por Ricardo, este patrón de cambio se instaura desde los acuerdos de Bretton Woods (1944), que crearon el Fondo Monetario Internacional para sostener su paridad.

22 Malthus 1811, en Hayek 1991, págs. 212-213.

23 Malthus pasa por creador de una ciencia de la demografía que debe en realidad esperar hasta el norteamericano Everett, cuyas New Ideas on Population (1823) analizan el crecimiento de la población correlacionándolo con el desarrollo de técnicas productivas superiores; cf. Schumpeter 1995, pág. 646.

24 Durante el mismo medio siglo (1801-1851), la proporción del producto agrícola pasa del 34 al 21 por ciento, mientras manufacturas, minería y construcción se elevan del 21 al 42; cf. Briggs 1983, p. 267.

25 Principles, V, p. 51.

26 Sobre los fundamentos teóricos de su proteccionismo, véase vol. I, págs. 420-425.

27 Cf. Briggs, 1983, pág. 266.

28 En el caso de Peel, “un gobierno hizo una política manifiestamente contraria a sus intereses económicos como clase, y contraria también a los pequeños propietarios agrícolas con los que más íntimamente estaba aliado” (Schumpeter 1995, pág. 453).

29 Briggs 1983, pág. 268.

30 Un botón de muestra es que en 1815 el hipercivilizado Peel rete a duelo al líder whig que lo propone, D. O’Connell. A pesar de ello, acabará votando a favor de la emancipación del católico en 1829.

31 Cromwell fue también el primer gobernante inglés no hostil a la comunidad judía. A partir de él los católicos no podrían heredar tierras, detentar legítimamente propiedad ni alistarse en el ejército o ser magistrados civiles y, por supuesto, quedaban privados de representación política. El primer alivio para estos discriminados será el Catholic Relief Act de 1778, que les reconoce capacidad para heredar y tener propiedades, pero sigue vetando su elección como diputados de cualquier asamblea política.

32 Sinónimo hasta entonces de “generoso”, la palabra “liberal” se convierte en programa político desde las Cortes de Cádiz (1812), siendo por eso una de las muy raras exportaciones intelectuales españolas del momento.

33 Berlin 2001, pág. 272. Más concretamente, “un ambicioso oportunista […] que fascina a una comitiva de duques, sólidos terratenientes y recios granjeros” (pág. 260), soñador romántico por un lado y maestro pragmático de la propaganda por otro. Coincidiendo con Maurois, Blake y otros biógrafos suyos, Berlin resume las dos grandes pasiones de Disraeli en “la aristocracia” y “lo irracional”. Uno de los personajes de su novela Coningsby resume esto último diciendo: “El hombre sólo es grande cuando aparta la razón y se deja llevar por sus pasiones”.

34 Disraeli, en Blake 1966, pág. 87.

35 Gladstone, en Schumpeter 1995, pág. 459.

36 El irlandés Feargus O’Connor (1796-1855) sostuvo la causa chartist con una infatigable actividad de agitación, sin perjuicio de frenarla por eso mismo. Pasaría sus tres últimos años en un manicomio, acosado por delirios de grandeza presentes desde la juventud -cuando se declaró descendiente directo de los primeros reyes de Irlanda-, que acabaron llevándole a atacar físicamente a otros diputados. Había propuesto una reforma agraria que atomizase la propiedad en pequeños lotes, y pertenece emotivamente a la izquierda ricardiana que describiremos en el próximo capítulo; pero otra de sus originalidades fue declararse “anticomunista”.

37 El paquete legislativo aprobado en 1875 incluye un decreto sobre “viviendas de trabajadores y artesanos” (cuya meta es sanear los peores suburbios), una nueva Factory Act (que normaliza la jornada máxima de 56 horas semanales) y una ley de “empleadores y empleados”, que reconoce a estos últimos un derecho a indemnización cuando sus contratos de trabajo sean incumplidos. En cinco años, dirán sus seguidores, Disraeli hizo más por el bienestar del proletario que los gobiernos liberales en medio siglo.

38 Disraeli, en Berlin 2001, pág. 275.

39 Cf. Briggs, 1983, pág. 269.

40 Temiendo entonces un alzamiento general, Guillermo IV amenazó a los lores con nombrar muchos más, tantos como fuesen necesarios para producir una mayoría favorable a la reforma, y con eso bastó para que su Cámara cediese. Cf. Briggs Ibíd., pág. 266.

41 Esto cumple al pie de la letra lo expuesto un siglo antes por el Wealth of Nations: “Sólo los gastos superfluos deberían estar gravados” (Smith 1982, págs. 785-786).

42 “Semejante tesis, que sería completamente falsa si se formulara como un principio de validez intemporal, era en gran parte verdad para aquella Inglaterra” (Schumpeter 1997, pág. 460).

43 Sobre la devastación creada en España por la plata de América, véase vol. I, pág. 428. La proeza de guerreros-comerciantes como R. Clive (1725-1774) guarda analogías tan estrechas con la de Cortés o Pizarro como conquistar toda la península indostánica partiendo de 900 europeos y 1.500 nativos. Pero los holandeses han enseñado al conquistador británico que la crispación misional sobra, y que lo rentable no es fulminar soberanos sino convertirlos en clientes más o menos secretos, asegurándoles a cambio su égida sobre el nativo. Clive es mal ejemplo de administrador modélico, ya que en vez de gravar la riqueza de Bengala empezó arruinándola (casi tanto como los conquistadores españoles sus territorios), pero otros funcionarios de la Compañía intentarán mantener sana cualquier gallina que ponga huevos de oro. Por lo demás, la Compañía no tardará en quebrar y será disuelta en 1858.

44 En todas partes iban a combinar el más riguroso secretismo con una endogamia apenas menos rigurosa, (que sólo aceptaba en lugar de un primo hermano o segundo a algún judío ortodoxo), reunidos por el lema del escudo de armas familiar: Concordia, Integritas, Industria. A pesar de la endogamia, el genio del fundador seguirá produciendo tataranietos brillantes como negociadores y científicos a día de hoy. Más notable es, quizá, que sobresaliendo como importadores-exportadores y banqueros en épocas de guerra supiesen adaptarse a la industrialización pacífica, y fuesen los principales financieros europeos de la minería, la siderurgia y el ferrocarril hasta el último tercio del siglo XIX. Un apunte sobre la familia ofrece Johnson 1988, págs. 312-321.

45 Por entonces el único banquero judío de Londres era un tal Gideon; cf. Berlin 2001, pág. 255.

46 Disfrazado de buhonero, supervisaba personalmente que le llegasen carromatos cargados de metálico. Mientras tanto, su hermano Jacob sostenía (con algo menos de buena voluntad) a Napoleón desde la filial francesa del trust, y otros dos hermanos –Salomón y Carlos- gestionaban ramas adicionales del ahorro europeo desde Viena y Nápoles.

47 Sefardita concretamente, y de origen ibérico a su juicio, aunque recibiese educación cristiana y estuviera bautizado.

48 Teniendo los dos orígenes muy humildes, su activismo político les impuso descuidar y acabar perdiendo sus respectivas empresas privadas, que se habían esforzado denodadamente por crear. La relativa timidez oratoria de Cobden era compensada por la elocuencia “sin manierismo alguno” de su compañero, el cuáquero Bright. La admiración de lord Morley, que compuso la primera biografía de Cobden, y la de Peel –que fue proteccionista hasta conocerle- muestran hasta qué punto ambos plebeyos sedujeron a la más alta aristocracia inglesa.

49 Cf. Briggs, 1983 (b), pág. 811.

50 Conocida como teorema de los costos comparados desde Ricardo, esa ventaja fue puesta de relieve originalmente por Smith al explicar por qué el sastre hace trajes y no además zapatos, y el zapatero calzado en vez de vestuario. “Cada país”, añadió Ricardo, “dedica espontáneamente su capital y su mano de obra (labour) a las funciones más beneficiosas para ambos, y esta búsqueda de su ventaja individual se conecta admirablemente con el bien universal del conjunto. Ese principio determina que el vino se hará en Francia y Portugal, que los cereales se cultivarán en América y en Polonia, y que maquinaria y otros bienes se produzcan en Inglaterra” (Principles VII, pág. 81).

51 Desde su gestión como embajador en Francia, es un hito en derecho internacional su modo de estipular la cláusula de “nación más favorecida”, pues le incorpora el compromiso de no redundar en perjuicio de terceras naciones. Cf. Briggs, 1983 (b), pág. 811.

52 Schumpeter 1995, pág. 454. El primer progreso hacia esa meta fue “la sobria y responsable política internacional de Peel, su negativa a ver intereses ingleses en juego en todo lo que ocurriera en cualquier lugar del globo” (Ibíd.).

53 Schumpeter 1995, p. 262.

54 Cf. statistics.gov.uk.

55 Ibíd., pág. 788.

56 Un lugar destacado corresponde en este sentido a Th. Tooke (1774-1858), un próspero comerciante que compuso –en parte ayudado- los seis volúmenes de una History of prices desde 1703 a 1856.

57 Overstone en Schumpeter 1995, pág. 816.

58 El entendido principal, J. Stuart Mill, piensa que “por fortuna, nada queda por aclarar sobre las leyes del valor; la teoría sobre el tema está completa” (Principles, III, 1, 1, pág. 170). El disparate cobra dimensiones más precisas recordando que no sólo es defendido al aparecer el libro (en 1848) sino al imprimirse su séptima edición (en 1871), cuando circula ya la teoría del valor-utilidad o marginalismo que desmantela esas “leyes del valor”. Por lo demás, y sea cual fuere el círculo académico implicado, épocas de estancamiento engendran una y otra vez fases autocomplacientes, y el éxito mundial del positivismo a lo Comte proviene de ofrecer en todo momento esa demarcación entre “entendidos” y legos. Una ingenuidad análogamente interesada pactan el propio público y los medios de comunicación, cuando prefieren alarmarse a recordar.

59 La dinámica incluye por supuesto fases de recuperación (1828-1842), prosperidad (1843-1857) y nueva recuperación (1886-1897) tras la crisis no sólo inglesa sino mundial iniciada en 1873, que es lo análogo en el XIX a la Gran Depresión. Cf. la carta de Schumpeter a su amigo W. C. Mitchell –gran investigador también de los ciclos comerciales- citada por McCraw 2007, pág. 617.

60 Han empezado celebrándose en París (1844), Berna y Madrid (1845), Bruselas y Burdeos (1847), San Petersburgo (1848) y Lisboa (1849). París celebrará una segunda Exposición en 1862 que batirá récords de expositores y público (26.000 y 6.000.000 respectivamente), si bien todo lo conocido en este orden de cosas va a ser superado por su formidable Exhibición de 1900, presidida por una Torre Eiffel construida al efecto.

61 El edificio original, que tras la Exposición se desmontó y trasladó de Hyde Park a las afueras, acabó fundido por el fuego en 1936. Entre sus logros estaba una larga bóveda de cañón con casi cien metros de altura (bajo la cual crecían grandes olmos, rodeados por jardines y fuentes), y el hecho mismo de cubrir una superficie próxima a los 100.000 metros cuadrados, fantásticamente diáfana en todos sus puntos. Sólo cierta firma de Birmingham pudo comprometerse a suministrar la ingente cantidad de cristal necesario, y ni siquiera ella lo logró a tiempo, imponiendo recurrir también a proveedores franceses; pero a despecho de los enormes gastos asumidos por su promotor, J. Paxton, hasta la última libra invertida originalmente en el Crystal Palace fue devuelta por la asistencia masiva de público.

62 Stuart Mill 1997, pág. 6.

 


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