LOS ENEMIGOS DEL COMERCIO
XXX. AVANCES EN LA SECULARIZACIÓN
La sociedad positiva es el empleo óptimo
del conocimiento adquirido por ciencias, artes y oficios.
Saint-Simon1
Peterloo (1819) ocurre al cumplirse treinta años
de La Bastilla, y estremece al gobierno inglés con la perspectiva
de una espiral revolucionaria como la parisina, en momentos donde
hay una proporción incomparablemente superior de proletarios.
Con todo, la protesta encabezada por Manchester, Birmingham y otras
ciudades industriales presenta la novedad de no incluir ni explícita
ni explícitamente un proyecto de salvar a la patria y redimir
a los patriotas. A despecho de todas sus asperezas, el presente
parece más prometedor que embarcarse en iniciativas de tal
ambición, y ser un movimiento de masas dirigido por tribunos
no es incompatible con limitar sus exigencias a dos cuestiones muy
precisas: más escaños en el Parlamento y abrogación
del arancel agrícola. Los líderes mantienen una tensión
de guerra civil evitando siempre desencadenarla, soportan estoicamente
la represiva legislación de los Seis Puntos y logran así
un futuro distinto. En vez de Terror seguido por Restauración,
la resistencia pacífica obtendrá un triunfo lento
aunque imparable cuyo primer hito es la Great Reform de 1832.
Pero quien medita a fondo este cambio en motivación
y métodos es un aristócrata francés, que precisamente
durante el bienio 1819-1820 reúne las conclusiones más
revolucionarias y al tiempo las menos comprometidas con actos de
violencia. A su juicio, el esquema opresor-oprimido es primariamente
un despilfarro energético, cuando llega la hora de construir
una cultura que en vez de explotar los magros rendimientos de la
servidumbre explote la riqueza ofrecida por el medio físico,
única caudalosamente rentable. Todo llama a pasar de amateurs
ociosos los unos y desidiosos los otros- a profesionales centrados
en la producción y la invención, pues el destino pertenece
al ingeniero en sus ilimitadas gradaciones, que van desde el animador
de cosas inanimadas al experto en necesidades del alma humana, fuente
de novelas, artes plásticas y filosofía. Los organizadores
de la resistencia pacífica británica no tienen la
capacidad analítica requerida para exponer el futuro tan
enjundiosa y originalmente, pero coinciden con él en desoír
el mensaje del alma y el cuerpo como realidades contrapuestas: El
espíritu no puede funcionar sin un gran desarrollo material,
y ningún desarrollo material puede llegar sin un gran despertar
espiritual2. A fin de cuentas, esto significa que el trabajo
y sus practicantes están jubilando a la magia y sus clientes,
y que la discordia será vencida con tecnociencia3.
1. El individualismo absuelto.
C. H. de Rouvroy, conde de Saint-Simon (1760-1825),
vástago pobre de la más alta alcurnia descendiente
directo de Carlomagno, según él-, cambió su
tarjeta de visita para llamarse monsieur Bonhomme cuando
la Revolución abolió los títulos nobiliarios,
y aunque no conspiró contra ella fue condenado a morir por
aristócrata, un destino del que sólo se salvaría
porque la guillotina no pudo funcionar al ritmo previsto por la
depuración jacobina. Desde la primera adolescencia dio muestras
de carácter indomable, y a los trece años no vaciló
en ir al calabozo por negarse a hacer la primera comunión4.
Mucho más conmovedor como testimonio de eticidad es que la
Convención se equivocase y acusara a otro en su lugar, pues
no vaciló en exculparle por el único procedimiento
infalible, que era entregándose él.
A los dieciséis años se había
incorporado como cadete al cuerpo expedicionario francés
en Norteamérica, de donde volvió convertido en capitán
y profundamente hastiado de la carrera militar. Aprovechó
sus pequeños ahorros para sumarse al negocio gubernamental
de especular con bienes expropiados a la Iglesia y a la nobleza,
y se dedicó con tanta habilidad a la compraventa de pagarés
revolucionarios5 que cuando fue indultado por el Directorio la
vida en el corredor de la muerte se convirtió para él
en estatus de magnate inmobiliario. Se dedicó desde entonces
al mecenazgo, sufragando talentos acosados por la necesidad como
el matemático Monge6 y bastantes otros, hasta que su patrimonio
se evaporó una década después. Durante este
periodo, como recuerda Stuart Mill, no fue conocido como fundador
de una filosofía o una religión, sino solo como un
original sagaz7. Pasmaba a los círculos más
cultos de París, por ejemplo, observando que Homero fue el
inventor originario de la democracia, pues en su Olimpo los dioses
adoptan las decisiones por votación.
A su habitual clarividencia, que le ganaba inmediatamente
el reconocimiento, añadía breves periodos de actividad
desconcertante -como ir a suicidarse de un tiro y fallar, quedando
tuerto-, que acabaron llevándole una temporada al manicomio
de Charenton (donde residía por entonces el marqués
de Sade)8. Mientras fue rico se condujo con prodigalidad, y cuando
eso le mandó a la miseria aprovechó para documentarse
y escribir. Tampoco se le cayeron los anillos por trabajar de conserje
en el Monte de Piedad, o aceptar la caridad de un antiguo criado.
En su discurso la única huella del lado lunático es
cierta reiteración, como si fuera olvidando lo ya descrito
y algo le impidiese revisar con serenidad sus propios textos, aunque
no dejó de aclarar al respecto: Escribo porque tengo
ideas nuevas [
] que escritores profesionales pulirán.
Tenía sobrada razón al afirmar esto último,
y sus fases de trastorno pueden atribuirse en buena medida a lo
enervante que resultaba para un espíritu técnico-científico
como el suyo estar rodeado sin pausa por una apoteosis de lo patético-enfático.
En efecto, buena parte de su vida adulta transcurre
entre el asalto a La Bastilla y la rendición de Waterloo,
un largo trance de nacionalismo desatado donde el absolutista conservador
alterna con absolutistas incendiarios, mientras él va pasando
por la cárcel, la opulencia, el psiquiátrico, la miseria
y finalmente la fundación de un movimiento que es acogido
de modo entusiástico. En ese éxito pesará mucho
que ofrezca lo contrario de sectarismo, e interprete la descomunal
efusión de sangre francesa como fruto de intentos por prolongar
un orden caduco. La sociedad preindustrial quiso limitar el cambio
a una alternancia en las personas de sus soberanos, y cuando el
progreso empiece a imponer su ley -que del dominio sobre las personas
se pase a una administración de las cosas comunes- tanto
una parte de los amos como una parte de los siervos luchará
si es preciso a muerte por preservar el imaginario previo. Las capas
de equívoco acumuladas deben desmontarse una a una, como
el artificiero va desactivando los elementos de una bomba, y a eso
se encamina El sistema industrial (1821), donde empieza definiendo
el campo político de una sociedad civilizada:
Hay un orden de intereses que todo hombre siente, por referirse
al mantenimiento de la vida y el bienestar. Ese orden de intereses
es el único sobre el que todos se entienden y tienen necesidad
de llegar a acuerdos, el único sobre el que deben deliberar
y actuar en común, y el único que ha de considerarse
medida exclusiva en la crítica de cualesquiera instituciones
y cosas sociales.
Nadie había expuesto tan rotundamente en
qué consiste la secularización del gobierno, y basta
seguir leyendo el libro para entender cómo A. Comte, el más
gris e ingrato de sus secretarios, pudo presentar al mundo un sistema
de la ciencia positiva llamado a convertirse en la ideología
académica por excelencia9. Saint-Simon funda también
una secta propiamente dicha la Iglesia Positiva-, donde oficia
como Primer Mesías Masculino (en infructuosa búsqueda
de la Primera Mesías Femenina), aunque lo aprovecha para
desmontar hasta el último elemento agresivo de la constelación
mesiánica, y para deslindar el positivismo de las obviedades
utilitaristas. Su genio brilla al trascender el dualismo cartesiano
de lo material y lo espiritual -el más invariable de los
hábitos intelectuales franceses- con una physiologie sociale
que pronto se llamará sociología. Los fenómenos
de esa ciencia tienen en común no hallarse sujetos a la inercia
del objeto físico, ni tampoco a la condición gaseosa
de aquello sólo pensado. Son seres de tercer tipo10, tan
autónomos como reales.
Aunque la sociedad derive de nosotros,
escribe, no podemos sustraernos a su influencia, o dominar
su acción, más de lo que nos cabe cambiar el giro
de la Tierra en torno al Sol11. Smith mencionó una
mano invisible, Hegel está pensando en una astucia o ardid
de la razón, y él intuye lo análogo llamándolo
mano de la avaricia, una disposición de la cual
parte la abundancia por caminos tan indirectos como seguros. La
aparición del mundo industrial puede describirse sin recurrir
a conjeturas e imaginaciones, y para demostrarlo reconstruye
la evolución de Europa centrándose justamente sobre
los aspectos socioeconómicos que Hegel omite al proponerse
la misma empresa12.
Una versión no romántica de la
historia
Lo primero a tales fines es cortar con la filosofía
de salón, un combinado de ingeniosidades palaciegas y consignas
de club donde Rousseau sigue reinando como historiador. La
Enciclopedia ha sido un trabajo muy superficial, empieza diciendo,
y la causa primaria del carácter sanguinario adoptado
por la revolución desde su origen fue fundamentalmente la
dirección errónea seguida por los enciclopedistas13.
Su simplismo maniqueo ha tenido resultados desastrosos no sólo
para la comprensión sino para la coherencia, pisoteada por
consejos como despreciar la religión y abogar al mismo tiempo
por un despotismo u otro. Estos autores no entendieron que si
las instituciones [
] han durado un gran número de años,
y han tenido tanta fuerza, es porque durante mucho tiempo rindieron
importantes servicios a la mayoría de la nación14.
De hecho, basta prescindir de etiquetas para comprobar que los periodos
de estancamiento o decadencia albergan también etapas creativas.
Hacia el siglo X, en el cenit del atraso, Europa
delega en sacerdotes la vida intelectual y en señores feudales
la vida económica, asfixiando a la vez el conocimiento y
el comercio. Pero la mayor aportación del cristianismo a
la historia universal ha sido dividir el poder en una rama espiritual
y otra material, creando así una fisura permanente en el
monolito despótico, y las deficiencias productivas y pedagógicas
preparan el terreno para cambios que son en un plano el burgo amurallado
y en el otro un gusto por la observación científica.
La fusión de ambos crea la industria, algo ignorado
en castillos y monasterios que no necesita comprenderse como palanca
revolucionaria para serlo, pues sus oficios y beneficios irán
permitiéndole al plebeyo comprar un derecho a no ser tutelado
económica y teológicamente. Un hito en esta dirección
es el primer gran éxito de la ciencia sobre la fe, que permite
dejar de pensar la Tierra como centro cósmico, porque ser
menos antropocéntrico mueve a incrementar nuestro poder
sobre el medio15 en un sentido nuevo, que subraya la inmensa
superioridad del trabajo preciso o voluntario sobre el forzoso a
la hora de inventar y cosechar frutos.
El sentido del servilismo ha sido minado, y los
siglos siguientes presenciarán el ascenso de la sociedad
comercial sobre la clerical-militar. A medida que los productores
urbanos ofrecen más utillaje y mercado a los productores
rurales el mundo de los negocios aumenta, haciendo que todo vaya
siendo progresivamente complejo, mientras el poder de los señores
y pontífices disminuye. El estado de conocimientos empezando
por la pólvora- encarece sus guerras, y deben recurrir al
crédito y al saber de las ciudades para declararlas y ganarlas.
Entretanto, quienes empezaron siendo alguaciles del señor
feudal se han convertido en juristas y tejen sin pausa un
sistema de barreras contra el ejercicio de la fuerza, mientras
quienes empezaron siendo teólogos se han convertido en metafísicos,
todos ellos defensores del libre examen. Pero tanto el libre examen
como las garantías jurídicas son inseparables del
esfuerzo que ha multiplicado bienes y técnicas, y esto desencadena
una revolución política basada sobre una revolución
civil y moral, que se cumplía gradualmente desde hace seis
siglos16.
Con ella llega en principio una transición
del espíritu bélico-redentorista al de empresa pacífica,
si bien la revolución se ha confiado a hombres de leyes
y literatos metafísicos no desligados mentalmente del
mundo preindustrial, que fabulan sobre la cuestión
absoluta del mejor gobierno imaginable. Deberían cooperar
con un orden que en vez de desviar la atención humana
de los bienes mundanos se dedique a incrementar apaciblemente su
comodidad, desarrollando artes, ciencia e industria17, pero
en vez reconocer que la violencia es siempre estéril
se aferran a la caprichosa meta de cumplir cierto esquema en su
pureza. En Francia más concretamente, desde Marat a lo que
Saint-Simon llama feudalismo napoleónico el demagogo
obra por sistema como si ceñirse a los bienes de este mundo
fuese demasiado, o demasiado poco, negando que la producción
de cosas útiles es la única meta razonable para las
sociedades políticas.
2. Socialismo y anarquía
Qué casualidad, las organizaciones sociales
supuestamente óptimas se producen cuando un ideal deseable,
pero arduo y complejo, parece factible de golpe y plumazo, mediante
procedimientos de simplicidad infantil18. Esa tendencia
se ha visto reforzada por la aparición de aspirantes a revolucionarios
profesionales, reunidos a su vez por un síndrome de autoimportancia
que les veda lo evidente; a saber, que para cambiar alguna realidad
es infinitamente más eficaz observarla que imaginarla, pues
lo primero nos dice hacia dónde está yendo y lo segundo
con qué sueña cada cual. Los ideales deben empezar
siendo reales si no quieren circunscribirse a expresiones de furia
o necedad subjetiva, y la única revolución política
viable es la que el mundo ha ido haciendo por sí solo al
preferir el trabajo a la indolencia. La pregunta no es cómo
reharemos las instituciones y creencias sino en qué dirección
crece lo positivo, y al mirar así descubrimos
que lo revolucionario es encomendar el gobierno a dos grandes familias,
la de los sabios o industriales teóricos, y la de los
productores inmediatos o sabios prácticos. Si muriesen
los 30.000 mayores rentistas de Francia sus herederos ocuparían
de inmediato los puestos y todo seguiría perfectamente igual.
Si muriesen siquiera 3.000 productores, ya sean del
orden intelectual o del mercantil, Francia se convertiría
en un cuerpo sin alma, y precisaría al menos una generación
para superar la desgracia19. La industria no es una entre
otras funciones sociales: es la función social misma.
Reconocerlo funda el industrialismo o socialismo,
reino de la acracia o igualdad concreta, donde cada
uno recibe beneficios proporcionales a su contribución, que
es el empleo útil dado a sus medios. Así viene
sucediendo grosso modo, pero la revolución positiva
sólo concluirá con un paso al autogobierno que acelere
todos los procesos. Por otra parte, no es posible dirigir y
mucho menos colectivizar- la actividad económica sin paralizar
su ciencia de la producción, y lo irrenunciable
de la acracia viene de que cualquier gobierno perjudica a
la industria si interfiere en sus asuntos, incluso cuando se esfuerza
por estimularla. Los sermones sobre una santa pobreza pasan
por alto que la paz social el propio socialismo- no pende
de zanjar una diferencia entre rentas, sino de asegurar al profesional
honesto una vida autónoma, en vez de expuesta a las maquinaciones
y delirios de un grupo repartido por todos los niveles de renta,
que es la bandada de zánganos unidos contra la colmena20.
Saint-Simon exalta la maestría alcanzada en cualquier actividad
productiva, y en el lecho de muerte, rodeado por discípulos,
les pronostica: El partido de los trabajadores se construirá,
el futuro está con nosotros21.
Socializar es, por tanto, idéntico a ampliar
la capacidad de compra, y en la medida en que esto se
consiga irá perfeccionándose un sistema de atención
gratuita al realmente incapaz. Lo crucial es seguir teniendo presente
que un sistema económico eficaz no se deja prever, y que
los esfuerzos por ordenarlo a priori sólo crean magnitudes
crecientes de irrealidad. El anacronismo intentará obviarse
acumulando detalles nimios -como insiste en hacer su compatriota
Fourier por entonces con su programa de falansterios-,
aunque es pueril cualquier receta válida en términos
absolutos, y mucho más cuando se pretende urgente.
A corto plazo, por ejemplo, el socialismo seguirá progresando
sin apoyo gubernamental, y para robustecer su proceso bastaría
reorganizar unos pocos Ministerios (concretamente Educación,
Comercio e Industria), sin cerrar la puerta a un organigrama más
acorde con la evolución del Estado22.
Aunque Francia acaba de desangrarse en guerras
internas y externas, nacidas del encono más insensato, la
mano de la avaricia terminó creando allí
la más pródiga acumulación de riqueza recordada,
y el desarrollo del conocimiento técnico augura no sólo
un bienestar material sin precedentes sino una metamorfosis en el
sentido del orden. Gobiernos que antes imperaban sobre cuerpos y
conciencias se convertirán en consejos de administración
de la gran compañía mercantil formada por cada país,
cuya meta no es disciplinar súbditos, sino esclarecer
espíritus. Todo converge a convertir el dominio sobre
sujetos en administración de objetos comunes, un lema que
entusiasma a Marx hasta el extremo de convertirlo en propio, aunque
su sistema social parta de amputar la mano avariciosa. Saint-Simon
fue visionario sin ser utópico, como demuestran sus tesis
sobre el futuro económico y político23, y que sus
pronósticos se cumplieran en medida incomparablemente superior
a los de Malthus o Marx sólo podemos atribuirlo a más
ecuanimidad o como diría W. James- a un sentido más
agudo de lo real.
Un cristianismo nuevo
Sus últimos años se dedicarán
a reflexionar sobre la religión del mundo industrializado,
un cuerpo de doctrina que devuelva a los impulsos sus derechos
precristianos rehabilitando a la carne. Mucho más que
burocracias y leyes antimonopolio, esta religión indiscernible
a su vez del socialismo político- le parece lo único
capaz de sugerir alguna rectitud al administrador de las inmensas
corporaciones futuras, que sin duda tendrá muchas oportunidades
para saltarse los frenos e incentivos de la competencia. Un
cristianismo que empezó condenando el dinero está
llamado por eso a convertirse seña de identidad para sociedades
inimaginablemente adineradas. No en vano lo imperecedero de su actitud
es la superioridad de la moral sobre el resto de la ley, es
decir, sobre el culto y el dogma24, una victoria del contenido
sobre la mera forma que se concentra en el precepto de tratarse
los hombres como hermanos. Aunque algún maniqueísmo
nos acechará siempre, la observación de dicho precepto
no puede sino hacerse más habitual al independizarlo de ortodoxias.
La moralidad se transforma cuando lo esencial de su pedagogía
pasa a ser evitar que algún fanatismo nos divida, anclando
el deber de fraternidad en el interés material común.
Tanta confianza en el engranaje económico
resultó chocante hasta para sus discípulos, remisos
a la hora de aceptar que en política lo único prudente
sea un gobierno orientado a conseguir suministros brillantes,
manifiestos en colecciones de mercancías. Durkheim,
por ejemplo, insistirá en trasladar al más acá
el fervor por el más allá, pues para que la desacralización
no resulte envilecedora la nostalgia del paraíso
debe convertirse en sacralización de la sociedad como tal.25.
Sin embargo, su maestro ha insistido en que el bien de una
sociedad es el bien de su industria, nunca alguna meta de
grandeza nacional excluyente, lo cual significa sustituir las ilimitadas
graduaciones del vínculo amo-siervo por las no menos ilimitadas
variantes del contrato. Los desfavorecidos del momento necesitan
saber que sólo lograrían guerra y miseria expropiando
al favorecido, y que cambiar su suerte depende primariamente de
educarse en un culto a la competencia profesional.
Deudor expreso de Smith y Say, cosmopolitas y sensualistas
como él, y muy particularmente de Condorcet, Saint-Simon
subraya que cualquier variante del rigor disciplinario el
camino propuesto por los ideólogos franceses,
y reanimado por Bentham- estorba al tiempo el rendimiento y la concordia.
Quien disfrute mandando y obedeciendo al viejo estilo debería
resignarse a hacerlo en planos distintos de la producción
y distribución de bienes económicos, aprovechando
los reductos inviolables de vida privada que habilita el derecho
a la libertad personal. Si la sociedad industriosa admitiese cualquier
tutela del entendimiento pondría en peligro su hallazgo básico,
que ha sido descubrir la riqueza derivada de fundir trabajo y técnica.
De ahí que convendría llamar industrialismo al liberalismo,
porque los intereses son mucho menos volubles que los sentimientos26.
Por lo demás, el paso fundamental se cumplió ya en
gran medida al cundir el respeto por la maestría, una disposición
a partir de la cual lo positivo sólo puede ir
predominando sobre el antiguo reino de ilusiones fantásticas.
El nexo de unión más firme entre los seres humanos
-de todas partes- es un mundo donde sea cada vez menos áspero
el medio físico, cosa tanto más factible cuanto que
depende de que cada individuo cultive alguna industrie privada
con afanes de promoción personal.
Si lo pedestre de estas metas escandalizó
a sus propios incondicionales, puede colegirse la suma de indignación
y estupor que el nuevo cristianismo suscitó en
otros sectores. Muchos adujeron que canalizar la política
hacia un control de la intemperie era una exigencia infrahumana,
por insensible a las necesidades colectivas más urgentes.
Otros muchos alegaron que lo positivo supone algo tan sobrehumano
como tomar las cosas tal cual son, descartando lo negativo que pudiera
serles añadido por la autoridad en funciones y por uno mismo,
dos fuentes comprometidas a menudo con las cosas disfrazadas por
alguna ilusión. De un modo u otro, su interpretación
tecnológica de la historia dinamita todo lo teológica
y políticamente correcto, aunque se haya limitado a analizar
dinámicas objetivas.
El derecho sucesorio
La ingente obra sansimoniana27 nos deja como
última cuestión saber por qué un programa político
ni igualitarista ni utópico funda el socialismo, y por qué
otros hablan en su caso de socialismo utópico.
El interrogante no se despeja diciendo que entre sus primeros y
sus últimos escritos puede detectarse un progresivo abandono
del laissez faire, porque incorporar los recursos del Estado
al desarrollo económico es no sólo liberal sino precisamente
la rama no doctrinaria del liberalismo. Es por eso todo menos ecuánime
afirmar que Saint-Simon sugirió una jerarquía
neofeudal escalonada del banquero al escritor28. La profundidad
de su pensamiento se muestra precisamente en concebir el capitalismo
y el socialismo como vertientes de un solo fenómeno, y lo
que su doctrina tiene de disconforme con el espíritu capitalista
se limita en realidad a su propuesta de abolir el derecho sucesorio29.
Por otra parte, ningún otro punto de la obra sansimoniana
deja al lector tan deseoso de saber algo más, pues afirmar
que la herencia es un privilegio (como las exenciones
fiscales de la nobleza y el clero), cuya desaparición mejorará
la vida física y moral de la clase más pobre30,
no incluye ver cómo podríamos hacer frente a las resistencias
previsibles, ni un análisis sobre la posibilidad de que el
productor resulte desincentivado por ella.
En el plano teórico, esas resistencias podrían
vencerse argumentando que la autonomía de la voluntad ya
no es válida para difuntos, y que las únicas rentas
legítimas son las ganadas con un esfuerzo personal. En el
plano práctico, cabría convocar y ganar plebiscitos
populares o convencer a los Parlamentos, por más que ambas
cosas parezcan el colmo de lo improbable. Pero ni lo práctico
ni lo teórico del caso son objeto de atención, y somos
llevados sin premisas a la consecuencia de que suprimir los testamentos
es positivo para el bien común y se cumplirá,
cosa algo desconcertante cuando El sistema industrial ha
empezado objetando a los Enciclopedistas y otros revolucionarios
triviales: Si las instituciones han durado tantos años,
y tenido tanta fuerza, es porque durante mucho tiempo rindieron
importantes servicios a la mayoría de la nación.
La más antigua de ellas hace ahora mutis
sin saberse cómo, derrotada por la pertinencia de tener una
Hacienda pública saneada y expulsar del sistema a los zánganos.
Saint-Simon, que ha sido el primero en cantar la dimensión
heroica de los grandes capitanes de la industria, no
percibe ni su tendencia a crear dinastías ni el efecto objetivo
de ello, que es prolongar durante generaciones el impulso de algún
genio fundacional31. En un visionario tan realista como él,
abrogar la ley hereditaria es una tesis anómala porque no
refleja un movimiento cumplido ya por el mundo -como sucede con
el resto de sus ideas-, quedando al margen de lo efectivo. Me inclino
por ello a pensar que para él fue una ocurrencia brillante,
y por alguna razón (falta de tiempo, desánimo) no
reelaborada como concepto, convertida luego en artículo de
fe por sus discípulos, aunque tampoco sería el único
error de cálculo en un talento sujeto a ráfagas de
irrealidad. Instó, por ejemplo, la construcción de
un canal que uniese el Atlántico y el Pacífico finalmente
abierto en Panamá-, y con esa iniciativa contribuyó
a algo que fomentaría muy notablemente el comercio mundial.
Pero con parejo entusiasmo propuso hacer una vía navegable
desde Madrid al Mediterráneo, un proyecto tan peregrino como
unir Varsovia al Báltico, o Budapest al Adriático.
La escuela positiva.
Al morir el maestro, en la primavera de 1825, sus
discípulos se cuentan por millares en Francia y la dirección
del movimiento recae sobre dos Padres Supremos de temperamento muy
dispar: el pacato y metódico Saint Amand Bazard, y el tumultuoso
Enfantin. Cuatro años más tarde la cantidad de público
que quiere familiarizarse con las enseñanzas sansimonianas
exige alquilar una gran sala en la parisina calle de Taranne, donde
Bazard expondrá la filosofía del maestro dividiéndola
en método histórico, filosofía positiva, socialismo
político y reforma religiosa32. En 1831 la secta tiene
ya un periódico y un semanario -El Globo y El Productor-
donde colaboran ingenieros, hacendistas, estadísticos, juristas
y otros hombres de ciencia, algunos destinados a convertirse en
ministros y consejeros de Luis XVIII y Napoleón III. Hay
tantos aspirantes a iniciación que como aconteciera
con los franciscanos- se arbitran periodos de noviciado por imposibilidad
material de formarles sin demora.
Bazard empieza sus lecciones con la propuesta de
acabar con el privilegio del capital hereditario, afirmando
que convertir al Estado en heredero universal asegura a cada país
un generoso fondo de producción. Para que esa
reserva pública se redistribuya eficazmente es preciso ante
todo desarrollar un oficio bancario hasta entonces tosco, que convierta
la organización industrial en autoorganización,
y considera suficiente a tales efectos que el crédito se
especialice, y los banqueros privados queden sujetos a la supervisión
de un banco central33. Saint-Simon nunca confió en la burocracia
como gestor empresarial, ni en el centralismo, y uno de sus atisbos
geniales había sido prever la aparición de corporaciones
gigantescas, tentadas a oprimir a su clientela mediante contratos-tipo
y otras sevicias. Pero la imaginación de Bazard no da para
proseguir en esa línea, y su programa financiero se ceñirá
a la pequeña y mediana empresa.
Sobre el cristianismo nuevo comenta que el
aspecto más sorprendente del progreso [
] es convertir
los frutos de la técnica, la ciencia y el arte en cosas santas
y obras pías34. El único modo de rehabilitar
la materia es no seguir concibiendo a Dios como un espíritu
desencarnado, y la deidad positiva engloba todo lo que es,
el amor infinito que se nos hace presente como espíritu y
materia, como sabiduría y como belleza, como inteligencia
y como energía35. La ley del progreso
hace que los pueblos empiecen siendo politeístas, atraviesen
una etapa de monoteísmo y acaben abrazando el panteísmo,
un fenómeno coetáneo al hecho de irse convirtiendo
en prósperos. La verdadera teología es conocimiento
del mundo gracias al intermediario representado por las artes y
las ciencias, que permiten entrar en contacto físico
con el principio de cada cosa.
Bazard concluye explicando que la tarea para los
sacerdotes del nuevo cristianismo es mantener viva la unidad de
industria y técnica, ofreciendo al productor la edificación
espiritual que necesita. Los nuevos clérigos serán
científicos versados en múltiples disciplinas, que
-sin humillar a los pobres de espíritu negándoles
la práctica de ritos supersticiosos- desplegarán ante
ellos y el resto de los feligreses la simpatía
descrita por Hume y Smith. Allí donde la vida religiosa no
se desvíe de la productiva, las espontaneidades del
amor deben ocupar el papel de la autoridad36, convirtiendo
el programa ascético en una autonomía volcada sobre
el trabajo profesional, que se premia con saber y desahogo. La autoridad
religiosa empieza y acaba evocando derrames de simpatía,
pues nada está por encima de las pasiones particulares allí
donde no sean criminales.
El industrial lúbrico
Las lecciones de Bazard suscitaron en París
un clamor de protesta ante esa apoteosis del bienestar37,
que crecería hasta convertirse en querella criminal cuando
le tocó el turno de exponer al sistema sansimoniano a Barthélemy-Prosper
Enfantin (1796-1894), discípulo favorito del maestro, cuyas
reflexiones más comentadas versaron sobre matrimonio y amor
libre. Considerando que cumple el don divino de la inconstancia,
la volubilidad sexual de hombres y mujeres fue objeto
de algunas conferencias que provocaron reacciones de trance extático
en unos, y de espanto o indignación en otros. El propio Bazard
formó parte de estos últimos, pues cierta tarde fue
presa de un desvanecimiento diagnosticado como congestión
cerebral; no podía ir tan lejos en la glorificación
de lo físico, y al reponerse decidió abandonar el
movimiento. Muy poco después, en el invierno de 1832, Enfantin
celebra una solemne rehabilitación de la carne, santificándose
los apetitos voluptuosos junto con el trabajo y la comida-
mediante una interminable fiesta en el inmueble de la calle Monsigny38.
A partir de este momento empiezan registros policiales
que no se interrumpen con el cambio de sede, y la Fiscalía
acaba formalizando una denuncia por inmoralidades sin cuento,
cargo al cual se añade fundar una sociedad secreta con masones
carbonarios. Tener muchos miles de adeptos en París no impide
que Enfantin ingrese en prisión, si bien el percance contribuye
a difundir la figura de alguien muy bien parecido y elocuente, que
además de predicar contra la tiranía marital
brilla como ingeniero y banquero. Había estudiado con gran
minuciosidad la construcción del Canal de Suez, y al recobrar
la libertad no sólo acabó desarrollando los ferrocarriles
franceses sino varias instituciones promotoras de actividad
socialmente productiva, entre ellas el duradero Crédit
Foncier. Como vivió casi cien años, discípulos
suyos iban a ser buena parte de los próceres franceses en
su generación y la siguiente.
Podría deducirse que en Bazard -como en
Comte- la impronta de Saint-Simon va pasando por filtros de mediocridad
hasta convertirse en catecismo, y que Enfantin es demasiado vital
para conformarse con la grisura del credo positivista. Pero las
deducciones sobran cuando hay información, y podemos estar
seguros de que las diferencias entre estos tres apóstoles
sólo fueron temperamentales. Decir y hacer cosas escandalosas
en materia sexual no modifica, por ejemplo, que para Enfantin los
empresarios deban ser premiados con sueldos y no con beneficios.
He ahí una premisa típica del frágil equilibrio
que guardan en la escuela positiva el acto de dirigir y el de no
interferir. Como la industrie se alimenta primariamente de
inventiva, y ésta de libertad para emprender, una sociedad
de productores debe rechazar la centralización,
los monopolios y el proteccionismo. Por otra parte, no despilfarrar
energías requiere intervención y controles, además
de los requeridos para preservar el principio de una retribución
acorde con los servicios prestados a la sociedad. Ninguna otra escuela
contemporánea de pensamiento vio en los empresarios a
quienes Saint-Simon llamaba scientistes- la franja de población
realmente activa, y es notable que su discípulo predilecto,
un empresario paradigmático, proponga incluirlos en nómina
como al resto de los empleados.
Las aportaciones cívicas de Enfantin, que
contribuyeron sensiblemente al desarrollo económico de Francia,
van de la mano con ser el ungido de una Iglesia que no duda en subordinar
un bien inconcreto como la libertad a lo positivo de
cada momento. Coincidiría con Smith, por ejemplo, en pensar
que la educación de la mujer es excelente porque no
está encomendada a instituciones públicas39,
aunque no vacila en limitar de un modo u otro el campo de las instituciones
privadas. Al afirmar que lo social debe primar sobre lo individual
combina la obviedad con un plantel de razones nuevas, que el futuro
acabará acogiendo como condición de progreso. Al liberalismo
acaba de nacerle un vástago robusto y en gran medida rebelde,
que no considera ya intocable la armonía de vicios privados
y virtudes públicas. Sus tesis se desmarcan del criterio
romántico y el utilitarista al oponerles una idea dinámica
del orden social, pero la libertad positiva es cumplimiento
colectivo, no la mera libertad identificada por el Espíritu
de las leyes de Montesquieu con poder hacer lo que se
debe querer40.
Puesto que tampoco prescinde de las iniciativas
innovadoras como fuente general del progreso, a la alternativa liberal
de Say y Sismondi puro laissez faire o Estado del bienestar-
se añade un horizonte de planificación no previsto
por ninguno de los dos. Así seguirá, y sólo
a finales de siglo cuando E. Bernstein plantee su socialismo
evolutivo- el sansimoniano se verá obligado a reconocer que
si no es una rama del liberalismo debe declararse comunista. Las
ambigüedades de Bazard y Enfantin derivan una y otra vez de
promover una sociedad donde el riesgo continuo y el éxito
sólo ocasional del empresario puedan transformarse en la
tranquilidad de una nómina para todos, jerarquizados a su
vez por escalafón. Las tensiones y expectativas simbolizadas
por Peterloo nos hicieron cruzar el Canal de la Mancha, porque en
Francia estaba su analista más lúcido; y una generación
después el proyecto de cierta república formada exclusivamente
por empleados obliga a cruzarlo en dirección inversa, para
ver qué está aconteciendo en el núcleo del
proceso industrial cuando Enfantin arrebata y escandaliza simultáneamente
a la sociedad francesa.
NOTAS
1
En Berlin 2006, pág. 122.
2
Saint Simon, en Berlin 2006, pág. 125.
3
Moya, en Saint-Simon 1971, p. 16.
4
Se conserva su carta al indignado padre, donde le explica que mi
meta principal en la vida es hacer un trabajo científico
útil.
5
Véase vol. I, págs. 539-541.
6
Por cierto, un destacado égorgeur (degollador)
mientras fue miembro del Comité del Salud Pública,
al igual que el físico y matemático Lazare Carnot.
7
Autobiogr. par. 165. Subrayado de Stuart Mill, como corresponde
a un término francés.
8
Cf. Lichtheim 1999, p. 65.
9
Ser conceptos creados para describir movimiento, inquietud, determina
una coincidencia entre la positividad sansimoniana y
la negativität hegeliana. El devenir ocurre en el uno
animado por negación de la negación, y en el otro
animado por una posición de la posición, pues lo positif
no es una afirmación meramente representada o deseada sino
la real o efectiva, que ha debido por ello superar negaciones. Con
todo, pasar a Saint-Simon por Comte equivale a progresar desde la
dinámica a la estática, con un regreso desde la lógica
analógica a la binaria que acabará describiendo el
mundo como un sistema de hechos contrapuesto a un sistema de ficciones
(tránsito de la edad metafísica a la científica).
10
Véase vol. I, págs. 429-431.
11
Saint-Simon 1971, pág. 75.
12
Es imposible que Saint-Simon conociese la filosofía hegeliana
de la historia, que empezará a publicarse bastante después
de morir ambos. Pero K. L. Michelet, alumno y amigo de Hegel, parece
haber descubierto el sansimonismo en 1820, con motivo de un viaje
a París, e informado al maestro (cf. Lichtheim 1999, pág.
77).
13
Ibid, p. 113-114.
14
Ibíd, p. 107.
15
Saint-Simon, en Cole 1975, vol. I, p. 45.
16
Su principal texto de apoyo para el repaso es la Historia de
Inglaterra de Hume, indudablemente el mejor de los historiadores
modernos ( Saint-Simon 1971, p. 107).
17
Saint-Simon en Durkheim 1982, p. 222.
18
Ibid, p. 265.
19
Saint-Simon 1971, p. 296.
20
Ibíd., p. 271.
21
Saint-Simon en Berlin 2006, pág. 126.
22
En El organizador sugiere un Parlamento subdivido en tres
asambleas: 1) la Cámara de Invenciones Útiles y Recreativas,
compuesta por artistas e ingenieros; 2) la Cámara de Supervisión,
formada por matemáticos, físicos, químicos
y otros científicos, a quien se encarga también el
sistema educativo; 3) la Cámara Ejecutiva, formada por diputados-industriales,
dedicada a aprobar y gestionar el presupuesto.
23
No pone en duda, por ejemplo, que pronto llegarán corporaciones
de volumen inconcebible. Ya en 1815, cuando redacta su Reorganización
de la sociedad europea, anticipa que los egoísmos
nacionales cederán ante la emergencia de un patriotismo
europeo, del cual surgirán un Parlamento y una Unión.
24
Nuevo cristianismo, VII, p. 103.
25
Presentar los intereses terrenales como único fin posible
de la actividad humana, a la manera de Saint-Simon, reclama otorgarles
un valor y una dignidad que no tendrán si lo divino se concibe
como algo que está fuera de este mundo (Durkheim 1982,
p. 278). Si la sociedad resulta canonizada, en cambio, el logos
se hace carne y podrá morar entre nosotros, como
dice el evangelista Juan.
26
Es la tesis de su artículo Liberalismo e industrialismo.
27
La magnífica edición -en 47 volúmenes- de las
Oeuvres de Saint-Simon et Enfantin fue publicada por sus
discípulos entre 1865 y 1878.
28
Berlin 2006, pág. 127. Como K. Popper, penetrante en algunos
sentidos y tan doctrinario en otros, I. Berlin se revela incapaz
de pensar a Saint-Simon y a Hegel- sin catalogarlos como enemigos
de la libertad humana, postulando el dislate simplista de
fundir su pensamiento con el de Rousseau, Helvecio, Fichte y el
chauvinista de Maistre. Popper y Berlin habrían sido más
veraces declarando que a su juicio un puro laissez faire
es lo único compatible con libertad personal de conciencia
y acción, aunque esa elementalidad sólo se explique
considerando que ni el uno ni el otro se tomaron el trabajo de estudiar
teoría e historia económica. Ninguno comprobó,
pues, que la actividad anticíclica del aparato
estatal es una constante desde Sismondi a Keynes, de la cual parte
el Estado del bienestar, y una seña de identidad para todos
los economistas liberales no dogmáticos desde Schumpeter
a Greenspan. Volveremos sobre esto al examinar la aparición
del llamado neo o ultraliberalismo.
29
Un rasgo que Berlin, por cierto, no menciona siquiera en su ensayo
dedicado a Saint-Simon.
30
Saint-Simon 1971, p. 139.
31
Hablamos por eso de los Medici, los Fugger, los Hope, los Baring,
los Rothschild, etcétera.
32
Sus conferencias, agrupadas como Exposición del sistema
sansimoniano, ocupan los tomos 41 y 42 de las Oeuvres
de Saint-Simon y Enfantin.
33
Cf. Exposition., XLI, p. 252 y ss.
34
XLII, p. 282.
35
XL, p. 293-294.
36
Durkheim 1982, p. 316.
37
Ibíd, p. 317.
38
Ibíd, p. 318.
39
Smith 1776 (1982), p. 687.
40
Montesquieu 1995, II, XI, III, pág. 116. Rousseau rectificó
esta definición diciendo que la libertad es obediencia
a la ley autoprescrita (1963, p. 27-28). Obsérvese,
con todo, que algo autoprescrito es solipsista por definición,
y no sucede lo mismo con aquello que se debe querer.
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