LOS ENEMIGOS DEL COMERCIO
XXIX. LA DIRECCIÓN DEL MOVIMIENTO
Señores: Las ideas vigentes hasta
hoy, que son los sillares del mundo, se disuelven como una fantasmagoría
onírica. El espíritu está preparándose
para una nueva irrupción, y corresponde a la filosofía
saludarlo y reconocerlo, cuando tantos pretenden ofrecerle la
vana resistencia del apegado al ayer, formando así inconscientemente
la masa desde la cual despega. La filosofía, que ve en
ello lo eterno, debe presentarle sus respetos.
G. W. F. Hegel1
Hume pensaba que la tara básica de nuestro
entendimiento es estar fascinado por el corto plazo, y al observar
la transición del XVIII al XIX comprobamos que el comienzo
de la prosperidad coincide con la sensación de haber puesto
en marcha sociedades tan precarias como inhumanas. Entre labriegos,
y sobre todo en círculos gremiales que van viendo desaparecer
uno a uno sus privilegios, la industrialización no sólo
produce reproches morales más o menos genéricos sino
un movimiento organizado como el luddita, que destruye motores por
sistema y no vacila en agredir a quien los defienda2.
Ni lo uno ni lo otro frenan, por lo demás, una mecanización
que ha empezado en el campo con hallazgos como la cosechadora de
J. Tull (1752), activada aún por tracción animal.
El incremento en las rentas agrícolas, unido a la acumulación
derivada del comercio ultramarino, permitirá financiar la
investigación y el desarrollo de ingenios mecánicos
cada vez más eficientes, cuyo prototipo es la máquina
de vapor que patenta J. Watt en 1775. Diez años más
tarde el propio Watt y sus socios producen ya industrialmente ese
motor, que está llamado a ser el pulmón de la nueva
industria.
He ahí algo providencial a su vez para individuos
y familias desubicados por la especialización del trabajo
agrícola, un proceso que acelera la Enclosure Act
de 1801 al acabar con las últimas tierras comunales sujetas
a servidumbres de pasto y cultivo, culminando el vallado de todo
el campo inglés. Aún sin esta específica circunstancia,
emigrar a la ciudad en busca de promoción es un fenómeno
crónico para toda suerte de campesinos3,
y explotar comercialmente el motor térmico estimula dicha
migración del modo más enérgico, pues ofrece
a sus operarios jornales no sólo nítidamente superiores
sino continuados si se comparan con los ingresos estacionales del
bracero agrícola. Por otra parte, el cambio inducido en el
campo al vallarlo es una minucia comparado con el del medio urbano.
Las chimeneas de fábrica, pronto llamadas a competir en altura
con las agujas de catedrales, son tubos de escape para la energía
que procesan talleres sólo comparables en tamaño con
las propias naves catedralicias, y de esos templos laborales añadidos
a los templos de la oración no sólo parten columnas
de humo sostenidas noche y día, sino dependencias formadas
por calles rectilíneas de viviendas uniformes. Las ciudades
habían ido creciendo por agregación celular, con vías
públicas sinuosas y casas personalizadas carentes ya de sentido
en los nuevos barrios industriales, donde el hacinamiento y la acumulación
de detritos que compendiaban lo miserable del burgo medieval en
sus comienzos se reproducen a una escala grandiosa.
En 1825 el perímetro urbano de Manchester
la primera ciudad industrial- tiene 108 chimeneas de gran
altura, y varios centenares más de fábricas no tan
descomunales, haciéndonos suponer que será también
el foco principal de ataque para ludditas y otros nostálgicos
de un medio no arrasado por la polución y la masificación.
Sin embargo, está pasando más bien de la tecnofobia
a lo contrario de desdibujar el largo plazo con proyecciones del
corto4.
Tal como la indiferencia hacia lo higiénico empezó
justamente a frenarse con el burgo, que restableció el empedrado
de las calles y la canalización de sus aguas limpias y negras,
Manchester aprovecha la capitalización derivada de su industria
para emprender titánicas obras públicas de saneamiento
y comunicaciones. El lema de su Ayuntamiento en el medievo era concilio
et labore (diálogo y trabajo), y el terremoto
urbanístico unido a la industrialización sugiere a
sus próceres que las miserias del hacinamiento y la atmósfera
insalubre son peldaños inevitables en la escalera del progreso.
Al viejo lema municipal se añade por eso uno nuevo: Aquello
que hace hoy Manchester lo hará mañana el resto del
mundo.
1. El tiempo como potencia negativa
Con todo, la escuela manchesteriana tardará
una generación en lograr que el mañana no sea borrado
por el hoy. Abanderada por analistas como Malthus y Ricardo, la
opinión pública tiende a pensar que la mecanización
destruye empleo, y es incompatible con mejoras en la capacidad adquisitiva
del trabajador. Mientras tanto, ir produciendo e instalando maquinaria
eleva al cubo la demanda de ingenieros y peritos, que en buena medida
se centran en cómo tratar más económicamente
el calor, y llega una cumbre teórica con las Reflexiones
sobre la fuerza motriz del fuego (1824), donde un jovencísimo
Sadi Carnot5
piensa por primera vez la entropía como destino del mundo
físico. La mecanización, leemos allí, ha
multiplicado por diez la minería6,
promoviendo empleo y conocimiento, aunque la credulidad está
resucitando fantasmas técnicos como el de un móvil
perpetuo, y procede recordar que hasta los motores más perfectos
los de doble cilindro usados hoy en las minas de cobre
y estaño de Cornwall- apenas aprovechan un 1/20
de la fuerza motriz del combustible usado, y jamás
podrá utilizarse en la práctica toda ella7.
Dibuja al efecto una máquina ideal, que es el primer modelo
de sistema termodinámico, y no encuentra dificultad en mostrar
que ninguna técnica de aislamiento puede rehuir la tendencia
del calórico a disiparse. Eso ha venido siendo
de sentido común hasta entonces, pero al proyectarse cosmológicamente
pone de relieve algo que no era de sentido común hasta entonces:
un universo donde la disipación va nivelando diferencias,
hasta borrar el propio principio de individuación.
Entropía, monoteísmo y materialismo
Nada puede considerarse menos ideológico
que medir la entropía de un sistema. Sin embargo, el paso
de un universo estable a un universo decreciente consuma en realidad
la ruina del panteísmo, una tradición animista
que ve el mundo físico como un ser vivo, cuando para la verdad
revelada es sólo el más acá mecánico
creado como teatro de salvación y perdición por una
deidad ajena a lo corpóreo. No puede imputarse al panteísmo
que fuese ajeno a la dinámica, ya que precisamente de él
parte analizarla como un complejo de alteración, crecimiento,
decrecimiento y traslación8.
Pero sí cabe achacarle una divinización de lo físico
como polvo esparcido al azar, supremamente bello9,
que el fundador del estoicismo llamará pauta para el
resto de las artes, al ser un fuego que progresa inventando metódicamente10.
Esta noción del mundo físico como un continuo vital
que descansa cambiando11
es blasfemia para el imaginario apocalíptico, gracias al
cual la idea monoteísta se ha transformado en culto de masas.
Al comienzo da por seguro que el Día del Juicio castigará
con una muerte térmica abrupta a esa physis supuestamente
artística o autoorganizada, y cuando el Apocalipsis se demore
declarará que la perpetuación del orden cósmico
depende de su creador, pues librado a sí mismo perecería
como el siervo sin la protección de su amo. Cuando el siglo
XVII está terminando, en 1694, Newton comenta que las órbitas
de los planetas y sus lunas habrían perdido regularidad entrando
en colisiones o fugándose por la tangente- si el Pantocrátor
no hiciese ocasionales obsequios de orden al sistema solar12.
El divorcio del espíritu y la materia lo
consuma precisamente su hazaña conceptual, que es poder explicar
los movimientos celestes y terrestres de traslación como
fruto de fuerzas inmateriales aplicadas sobre masas inertes,
pues si las fuerzas dejaran de ser impresas las masas
perderían sus respectivas sendas. Por otra parte, esta armonía
entre fenómenos físicos y ecuaciones llega justamente
cuando la ortodoxia empieza a coexistir con el deísmo y el
ateísmo, y el sistema newtoniano se presta tanto a confirmar
el dios del propio Newton13
como a promover el materialismo de philosophes precedidos
por Helvecio y DHolbach, que rechazan la versión dualista.
¿Para qué seguir insistiendo en una voluntad trascendente,
cuando las leyes de la mecánica universal permiten ver en
la materia supuestamente inerte al Gran Uno autoorganizado? Newton
les habría contestado que la ciega necesidad metafísica
es incapaz de producir la diversidad de las cosas14,
y que despojar a la materia de su indiferencia es trivial además
de absurdo. Pero Helvecio y DHolbach sólo han abordado
los aspectos cosmológicos del Gran Uno en passant,
porque el centro de sus desvelos no es argumentar el ateísmo
sino proponer una ingeniería social no por ello menos fiel
al esquema de fuerzas inmateriales aplicadas sobre masas inertes,
y el primero de ellos no ve incoherencia en afirmar que lo
fisiológico es un factor periférico15.
La teología aburre crecientemente, y el
heredero inmediato del materialista ilustrado es el utilitarista,
que adivina la entropía bastante antes de que Carnot presente
el primer sistema termodinámico. En 1789, Bentham parte ya
de la desfalleciente Naturaleza para justificar la aplicación
del cálculo hedonista a todo tipo de sociedades; y James
Mill, su gran portavoz, funda los Elementos de economía
política (1821) en la degradación
inexorable prevista por su maestro, que las obras de Malthus y Ricardo
reconfirman. Encontrar una desconfianza comparable ante la espontaneidad
física nos obliga a retroceder hasta dos escuelas helenísticas
-los gnósticos y los neoplatónicos-, que argumentaron
la victoria final del alma sobre lo corpóreo sin recurrir
a la brusquedad postulada por el imaginario apocalíptico.
Su teoría de una emanación es la forma
antigua de intuir la pérdida gradual de energía, ya
que parte de un Uno originario del cual manan unos cada vez menos
substanciales16
y -como en la posterior construcción del Big Bang- empieza
en pura luz y termina en pura oscuridad. Plotino, fundador del neoplatonismo,
no puede parecerse más por temperamento y estilo al romántico17,
oponente formal del utilitarista, pero una armonía de contrarios
hace que ese distinguido círculo de escritores ingleses plantee
la dinámica del mundo objetivo a la manera de sus Enéadas,
donde el paso de instante a instante marca la progresiva transición
del ser al no ser.
A finales del siglo III esta representación
invitaba a huir por completo de lo mundano, y a principios
del XIX insta a intervenir legislativamente en él, porque
en palabras de J. Mill- los materiales de felicidad
son muy escasos y la sociedad industrial acelera su disipación.
El hecho de que la muerte cósmica no haya llegado, aún,
podría considerarse un estímulo para no limitarse
al flujo descendente y unidireccional de la emanación y considerar
flujos no lineales como los evolutivos; pero entre los compromisos
del nuevo materialismo filosófico está la lucidez
de conformarse con una realidad física sin resortes neg-entrópicos,
e incapaz por tanto de regenerar sus energías. Al mismo tiempo,
en Inglaterra y en el resto de Europa el entusiasmo innovador del
capitalismo avanza a grandes zancadas, y tanto la perspectiva lúgubre
como los afanes reglamentistas provocan hilaridad o indignado rechazo.
Llevado a su caricatura, el tiempo no es sinónimo de destrucción,
sino de money. Está llegando la edad de oro del individualismo
político y económico, y querer hacer al hombre más
feliz reescribiendo y multiplicando el número de sus leyes
resulta cada vez más anacrónico. Para la nueva generación
de economistas y estadistas, el tránsito de los idéologues
a sus sucesores británicos no ha suprimido el predominio
sistemático de la elucubración sobre la observación.
Y, a despecho de que sea inconsciente, debe haber algo que no sólo
sostiene el universo sino el progreso de la especie humana.
2. El tiempo como negación de la negación
En el último tercio del siglo XX, matemáticos,
físicos y químicos reinterpretarán el segundo
principio de la termodinámica18
la entropía- atendiendo al poder estructurante del
desequilibrio, y a la diferencia entre sistemas cerrados y abiertos19.
En definitiva, dirán, la propia ley de máxima producción
de entropía requiere una creación espontánea
de orden a partir del desorden. Sin embargo, a comienzos del XIX
no hay nada remotamente parecido a la potencia computacional del
ordenador, que permitiendo seguir y modelar la conducta de sistemas
etiquetados como caóticos identifica fenómenos doctrinalmente
tan imposibles como estructuras disipativas, atractores extraños,
fractales o la propia virtud creadora de la turbulencia. Darwin
y Spencer están por nacer, uno 1809 y otro en 1820, y revisar
tanto la versión emanatista como la catastrofista o apocalíptica
del mundo incumbe inicialmente a G. W. F. Hegel (1770-1831), que
a sus conocimientos enciclopédicos añade una rara
capacidad para examinar las cosas dejándolas ser.
Por entonces Alemania sólo compensa el atraso
social y político con la pujanza de su institución
universitaria, una burocracia lo bastante bien organizada como para
desarrollar entusiasmo por el estudio. Cuando en otros países
el dramatismo de los cambios dirige la atención del público
hacia visionarios y reformistas, lo vivo de la Universidad alemana
hace que las miradas se concentren en sus profesionales, cuyo oficio
les impone siquiera sea en principio no pontificar sino analizar
en términos científicos. Hegel es el prototipo de
ese investigador-funcionario, que aspirando a cumplir su deber decide
encontrarle sentido al nuevo mundo en definitiva, a la sociedad
industrial- con un sistema filosófico que revisa
todas las categorías y certezas del mundo previo. Se trata
de un proyecto desmesurado, aunque construir sistemas lo empezaron
a hacer sus colegas Fichte y Schelling, y aquello que él
añade a esa pretensión es cumplirla de modo minucioso,
componiendo tratados sobre cada uno de los grandes temas: lógica,
metafísica, física, historia (general y del pensamiento),
derecho, estética, religión y política.
Prototipo también del pensador que no da
tregua a sus lectores, sometiéndoles a razonamientos ligados
por una aspereza técnica a menudo feroz, lo asombroso a primera
vista es que aún antes de aprender a expresarse con cierta
claridad -algo sólo conseguido en su segunda madurez- desborde
la esfera académica y llegue a todos los círculos
mínimanente cultos. Aparte de Hegel, sólo Aristóteles
tuvo tantos, tan aventajados y tan devotos alumnos como para que
gran parte de su obra se conservara merced a apuntes de clase. El
encargado de su alocución fúnebre le llamará
Cristo de la filosofía, Aristóteles de los tiempos
modernos, y treinta años antes aquello evocado por
sus enseñanzas lo describe uno de sus pupilos:
Para nosotros, y para casi todos, la nueva filosofía
seguía siendo un gran caos inextricable, en el que todo
estaba aún por ordenar y configurar [
] Las clases20,
que Hegel preparaba mediante un recurso directo y muy concienzudo
a las fuentes, eran seguidas por todos con el más vivo
interés, sobre todo debido a aquel encadenamiento dialéctico
nuevo, inaudito, que era ir de una concepción a la siguiente.
Recuerdo cómo las figuras filosóficas aparecían,
ocupaban por un tiempo la escena y eran consideradas, pero luego
iban recibiendo cada una su sepelio. Cierta noche, al acabar la
clase, uno de nosotros el menos joven- no lo pudo aguantar
y exclamó que eso era la muerte, y así debía
perecer todo. Brotó de ello una animada discusión,
en la que otro de nosotros llevó la voz cantante, respondiendo
que eso era en efecto la muerte y debía serlo; pero que
en esta muerte se encuentra la vida, y que ésta brotará
y se desplegará con gloria creciente21.
Nadie ponía en duda que la obra del pensamiento
y la del tiempo fuesen cosas distintas, pero ante los fascinados
oyentes aparecía alguien capaz de refutarlo, mostrando en
detalle y para cualquier campo de conocimiento- que el ser
es en realidad devenir, y que el único modo de trascender
la ingenuidad es atenerse al modo en que las cosas van dejando de
ser identidades para cumplirse como totalidades: lo verdadero es
lo efectivo, aquello que va llegando a ser en cada momento por auto-creación
o auto-liquidación22.
Cuando más cundían versiones emanatistas del movimiento,
flanqueadas por ingenuidades sobre el Progreso, su profesor proponía
la vigencia de una evolución (Entwicklung) universal,
en la cual profundizaba con un análisis de lo contradictorio
bautizado como dialéctica. La lógica binaria del esto
o lo otro podría seguir valiendo para el matemático,
pero ya no para otros científicos y menos aún para
el centrado en asuntos humanos, donde lo analógico se impone
continuamente a lo dual23.
Para habilitarse como docente, en 1801, había defendido ya
un grupo de tesis precedidas por la de que la contradicción
es norma de verdad, no de falsedad, pues la oposición
interna de algo consigo mismo no sólo no lo paraliza sino
que constituye el impulso responsable en sus cambios de estado.
Tan lejos fue en esa dirección que la economía política
-uno de los raros temas sobre los cuales apenas disertó24-
debe a su punto de vista el propio concepto de creative destruction,
el más al uso para exponer la dinámica específica
del capitalismo.
Reconsiderando la muerte
En última instancia, Hegel propone una unidad
de la diferencia25
que permite ampliar la relación lógica, viendo las
concepciones y estados del mundo no sólo como hechos cumplidos
sino como fases de un proceso con indefinidas etapas, donde la disipación
creada por el resistirse de cada aquí y ahora se aprovecha
como combustible. Por una parte, la suerte de lo positivo consiste
en ir siendo atropellado, y la crónica de los siglos es manifiestamente
el altar donde se han venido sacrificando el bienestar de
los pueblos, la sabiduría de los Estados y la virtud de los
individuos26.
Por otra, ese atropello engendra una negación de la
negación (negativität) que va alumbrando
aquí y allá lo positivamente racional.
Lejos de ser un campo donde lo bueno y lo malo luchen sin interpenetrarse,
la caducidad de todo es un ardid de la razón,
que al imponer mediadores o terceros va consumando una odisea de
pérdidas y recuperaciones. De ahí que
la verdad no sea una moneda ya acuñada,
susceptible de darse y recibirse sin más, y que lo falso
sea tan inexistente como lo malo [
] pues llegar a serlo
constituye un momento de lo verdadero27.
El dogmatismo y el sentimentalismo se aferran a
identidades fijas y separadas, como las maniqueas, pero los seres
reales o existentes28
sobrepasan su finitud construyendo el espesor infinito de una historia
abierta. Más en concreto, la del existente humano atestigua
hasta qué punto es pasmosamente fértil el orgullo
de individuos que van convirtiendo la precariedad de su existencia
particular en comunidades a fin de cuentas indestructibles. Nuestra
especie sólo puede aplicarse a reducir la intemperie externa
desarrollando ciencias y técnicas, útiles también
para reducir la miseria interna que es el deseo incivilizado;
pero mirar a vista de águila (speculare) muestra que
ambas cosas van de hecho ocurriendo, unas veces con insensible gradualidad
y otras a sangre y fuego. Los anales escritos, que cancelan la amnesia
recurrente del ágrafo, colocan también en su sitio
al autócrata y al súbdito, absortos ambos en una vida
que la evolución ha hecho caduca, y encauzan el movimiento
hacia la amalgama de suprimir y conservar que Hegel llama superación
(Aufhebung)29.
Tener historia nos impone la humildad de constatar
que lo inconsciente precede a lo consciente, lo indirecto a lo directo,
dentro de un hacerse que es el nuestro pero no aguarda a nadie singular
para seguir urdiendo su trama. Percibido en la unidad de sus diferencias,
el proceso es una incesante mediación de lo inmediato
que no sólo empuja a enterrar a los muertos, sino a hacer
lo propio con todo cuanto no coincida con asegurar una libertad
cada vez más plena, pues libertad es lo que engendra estar
inmerso en la finitud. Por eso mismo las ordalías de superación
que acumula el ayer funden lo contingente con lo necesario, porque
cada etapa ha de separar la paja del grano cuando el juicio ecuánime
llega siempre a posteriori, como el búho de Atenea
espera el crepúsculo para batir sus alas30.
Los agentes de cada nueva etapa deben salvar su inconsciencia con
puro arrojo, o con la pasividad del aterrado, asegurando así
una amalgama de cumplimiento y desgarramiento.
Oriente sabía y sabe que Uno es libre, el
mundo griego y el romano que algunos son libres, y el mundo
germánico que todos son libres31.
Hegel termina de entender su propio concepto de
la evolución cuando está cumpliendo los treinta años,
acaba de nacer su segundo hijo natural y el oficio de profesor no
numerario en Jena apenas le permite ir vestido con modesto decoro.
Lleva tiempo trabajando de modo febril en la Fenomenología
del espíritu, y cuenta la leyenda que el tronar de cañones
desde la madrugada del 16 de octubre de 1806 le inspiró sus
frases finales. Con el manuscrito bajo el brazo, y buena parte de
sus pertenencias a lomos de un pollino, vuelve la vista atrás
desde una colina y divisa a un grupo de húsares irrumpiendo
en la plaza mayor, seguidos a poca distancia por Bonaparte32.
En 1789, al saber que La Bastilla ha caído, él y su
querido Hölderlin corrieron a plantar un árbol a la
libertad en la plaza del mercado; pero en 1806 no valen ya aquellas
ingenuidades33,
y las páginas que salva del expolio consumado por las tropas
francesas describen las metamorfosis de una libertad que es inseparablemente
trono y calvario34.
Para nombrar al agente de la libertad Hegel ha
dudado durante años pensó llamarlo yo,
como Fichte, naturaleza como Schelling e incluso género
humano, como harán sus propios discípulos-,
y decidirse por espíritu (Geist) le suma
en principio a quienes creen en otro mundo, habitado por ideas y
almas puras. No obstante, tal como vimos al utilitarista retomar
las intuiciones de Plotino le vemos a él declarar con gran
antelación que Dios ha muerto35,
planteando el más allá como prototipo de pensamiento
alienado, y definir el Geist como ese yo
que es un nosotros y ese nosotros que es un yo36,
donde vivir, morir y recordar constituye el nervio de todo. Sin
perjuicio de ser idealista en otro sentido37,
en él encontramos al primer escritor cristiano que sigue
siéndolo sin suscribir su promesa de inmortalidad y, de hecho,
el espíritu hegeliano no es un Dios eterno y perfecto
que se encarna, sino un animal enfermo y mortal que se trasciende
en el tiempo38.
Esto no es metafórico. En 1804 ha dicho
a sus alumnos que el animal supera el límite de su
naturaleza al enfermar, pero esto es el hacerse del espíritu;
en 1805 al abordar el mismo punto del programa- corrige la
frase diciendo que el animal muere, pero su muerte es el hacerse
de la conciencia. Espíritu y conciencia son sinónimos,
resultados ambos de una finitud reconocida que transforma al animal
en una nueva fuerza de la naturaleza. Lógicamente, la
muerte es el trabajo supremo que el individuo emprende para la comunidad,
pues gracias a ella puede deshacerse de cualquier determinación
que provenga del género, cumpliendo su libertad absoluta39.
En otras palabras,
la muerte, si así queremos llamar
a esta irrealidad, es lo más espantoso, y nada requiere
tanta fuerza como retener lo muerto. La belleza carente de fuerza
odia al entendimiento porque exige de ella lo que no está
en condiciones de dar, pero la vida del espíritu no es
la vida que se asusta ante la muerte y se preserva de la desolación,
sino la que sabe afrontarla y mantenerse en ella. El espíritu
sólo conquista su verdad cuando es capaz de encontrarse
en el absoluto desgarramiento. No es algo positivo que se aparta
de lo negativo, como cuando decimos de algo que no es nada o que
es falso, y tras hacerlo pasamos a otra cosa, sino la potencia
capaz de mirarlo cara a cara y permanecer junto a él. Esa
persistencia es la fuerza portentosa que devuelve lo negado al
ser40.
Señorío y servidumbre
El marco de estas reflexiones es una Alemania políticamente
atomizada, donde ver los progresos de la civilización como
un camino de servidumbre resulta tan frecuente como
lo era en la Francia prerrevolucionaria. El hecho de que el feudalismo
perdure allí más que en otros puntos de Europa alimenta
adicionalmente la nostalgia del ideal caballeresco y su programa
pobrista41,
sin que falten tampoco conservadores al estilo de Burke, hostiles
por principio a la innovación. Unos alegan que
si la purga emprendida por Robespierre hubiese podido prolongarse
algo más habría erradicado al antipatriota; otros
usan la evidencia de una guillotina transformada en pasatiempo del
populacho para cerrar filas contra la libertad política,
y la Fenomenología del espíritu (1807) no está
dispuesta a sancionar ninguna de esas líneas. Es un libro
tan insufrible como los Elementos de Euclides para quien
no aspire a profundizar técnicamente, pero está sugiriendo
a ambos lados de la opinión alemana aprender de la
experiencia de la conciencia.
El Terror, por ejemplo, fue el momento de la libertad
política donde masas espirituales abolieron las clases.
Su transitoriedad no puede fundarse en el éxito o fracaso
de algún complot, sino en que la voluntad universal
adoptase la forma de una voluntad singular, llamada a presentarse
como facción, que al convertirse en gobierno
condicionó la necesidad de su perecer42.
Desgarrada por la contradicción de ser común y sectaria
al tiempo, la voluntad absoluta demanda una libertad
no menos absoluta y deroga al punto la recién
adoptada Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano.
Cualquier tipo de garantía procesal no es sólo un
sabotaje a la Dirección sino una ingratitud individualista,
que ignora las abnegaciones exigidas por la Patria, pues la promesa
mesiánica se ha trasladado desde el más allá
al más acá sin mediación, y la alternativa
entre Mundo y Cielo sobrevive en la realidad secularizada como exigencia
de una salvación política genuina, contrapuesta a
las componendas del posibilismo.
La unilateralidad del odio o el pánico pasa
por alto, pues, un concepto de grano más fino como el de
masas espirituales gobernadas por voluntades singulares,
que trasciende la esfera elemental de lo bueno y lo malo enriqueciendo
nuestro banco de datos sobre una tesitura a fin de cuentas recurrente.
No sólo en la Plaza de la Revolución, y aprovechando
la navaja nacional, una exigencia de voluntad unánime
convierte el aparato creado para gestionarla en un coto cada vez
más exclusivo, irresponsable y sujeto a veleidades individuales.
Contemplado con esa distancia estética, el Terror es una
simple estación en el proceso formador de la conciencia,
que llega precisamente cuando está floreciendo el intercambio
pacífico de bienes e ideas, y se diferencia por ello de unanimidades
ya ensayadas como la del cruzado y el apóstol. Para estar
a la altura de la información que estos eventos nos ofrecen
sobre nosotros mismos conviene, por tanto, retroceder a la etapa
donde cristalizó el principio del sometimiento incondicional
de unos a otros.
Preparando esa reflexión sobre el origen,
los capítulos iniciales de la Fenomenología
describen cómo la simple certeza sensible se
convierte en una percepción cultivada, y cómo de ésta
pasamos a un entendimiento propiamente tal, culminando un proceso
que empezó con sensaciones borrosas del mundo exterior y
se estabiliza en una realidad definida por relaciones puntuales
constantes. Con ello hemos pasado también de ser conciencias
o espejos a descubrirnos como autoconciencias, que para
completar un retrato fiel de la realidad deben tener presentes sus
propias condiciones como observadores. Hasta aquí nos hemos
limitado a repasar el análisis de Kant, y su gran descubrimiento
de tomar las cosas como fenómenos mezcla de ellas mismas
y nosotros-, en vez de abordarlas dogmática o acríticamente.
Pero Hegel está solo empezando, y observa que la autoconciencia
añade al mundo objetivo una duplicación
interna, equivalente en la práctica a una naturaleza no tanto
individual como social, inevitablemente volcada sobre la presencia
no sólo de otros sino de otros muy determinados, pues ser
para sí implica ser reconocido por otro que es también
para sí43.
i. La socialización
Sin reflejarnos en iguales nos resulta imposible
ser nosotros mismos, y la necesidad de reconocimiento
informa todo tipo de existencia humana. Tanto da por ello pensar
en caníbales cazadores de cabezas como en el salvaje idílico
de Diderot, ambos hechos a vivir sin trabajar en un mundo apenas
poblado. Los roussonianos, y gran parte de la imaginación
medieval, plantean esa vida anterior a las instituciones civilizadas
como la etapa feliz del ser humano, en la cual atendiendo
al Roman de la rose (c. 1300)- había de todo porque
nadie tenía demasiado de nada. A esta representación
se opone la hobbesiana, un lugar común en Oriente, para la
cual el estado de naturaleza es una situación
de guerra sin cuartel de todos contra todos, que sólo se
remedia creando autoridades soberanas. Pero nostálgicos
y misántropos incurren en la misma elementalidad de plantear
un hecho que sería sustituido por otro, cuando
el movimiento del reconocerse permite ir
de lo uno a lo otro, mostrando que del sometimiento causante
de siervos y señores proviene todo lo incluido bajo el término
cultura44.
Salvajes filantrópicos, salvajes depredadores
y distintos civilizados coinciden en ser encarnaciones del
tiempo, a quienes corresponde la figura compacta del espacio45,
cuya vivacidad consiste en un deseo que sin dejar de
ser lo interno vuelca sobre lo externo, ofreciendo una promesa de
infinitas satisfacciones. Sucede, con todo, que al apetecer responde
lo externo con una indiferencia tanto más olímpica
cuanto que no admite ni rechaza a nadie en particular, y de dicha
contradicción -anunciada por el primer llanto del recién
nacido- parte la magia, esa relación inmediata de la
voluntad y su objeto. La relación no inmediata es paciencia
de lo negativo, trabajo, que irá descubriendo medios
no sobrenaturales para sacar adelante algunos fines. La trivialidad
prefiere dar por supuesto que tejer se aprendió en academias,
no a golpe de escalofrío, pero todo aprendizaje tendrá
como incentivo y rémora la esclavitud, que por una parte
sanciona pautas animales46
y por otra niega la socialización específicamente
humana, pues el reconocimiento sólo puede otorgarlo en realidad
un igual. Ahora surge lo inverso de un igual, algo que es sólo
una apariencia de sí, a quien se encomienda absorber en exclusiva
la erosión de reunir exterioridad y apetencia.
El origen del hallazgo se hunde en episodios que
el pudor filtró, hasta retener sólo aquellos duelos
-como el de Enkidu y Gilgamesh- donde el vencido se hizo acreedor
a la amistad del victorioso. En cualquier caso, el primer mercado
floreciente fue el de infrahumanos, y la Antigüedad se pone
en marcha administrando una masa reunida por ser apta para cualquier
cosa, salvo obrar al margen de las instrucciones recibidas y ser
propietaria. La principal incumbencia del Estado es asegurar al
humano el disfrute de su dominio indiscutido sobre el infrahumano,
porque nada se acerca más para el hombre reputado libre a
la felicidad práctica, aunque tampoco ninguno le comprometa
más con la penuria. La cadena del esclavo es el mundo
independiente, cuyo rigor debe serle evitado al amo para asegurar
su refinamiento, y, sin embargo, quien se refina realmente es el
esclavo, que no ha sentido angustia por esto o aquello sino
por su esencia entera [
] y extrae del deseo reprimido
una transformación controlada, trabajo formador47.
El amo, que ha conquistado la superioridad venciendo al miedo y
las penalidades, sólo tiene por delante ir viéndose
inmerso en una debilitadora molicie, que a corto plazo le opone
otros aspirantes al señorío, y a largo plazo esclavos
que acumulan conocimientos y tenacidad.
El despliegue de una cultura
La verdad del esclavo es el amo, la verdad del
amo es el esclavo, si bien lo hecho por el amo contra el esclavo
lo hace también contra sí, mientras lo hecho por el
esclavo contra sí lo hace también contra el amo48.
Su dependencia sólo aseguraría progresos en la independencia
del hombre libre si sus tasas de reproducción y esfuerzo
igualaran o superaran las del ganado doméstico, cuando son
de hecho casi infértiles y responden a la exigencia de trabajo
con una desidia elevada a obra de arte. El ocio no deja de refinar
a algunos, y disponer de aperos humanos será aprovechado
por ellos para desprenderse de la necedad mágica e inaugurar
una perspectiva científica en la consideración de
los asuntos; pero tanto el ingenio técnico como el propio
músculo del esfuerzo viven sumidos en el letargo que les
impone la propia esclavitud, y el estado material de cosas sólo
permite en realidad pasar de la vida salvaje a civilizaciones sintetizadas
con la barbarie. Nueve de cada diez productores son involuntarios,
nueve de cada diez fiestas son combates de gladiadores que regala
al pueblo la magnanimidad de su emperador. Sustentada a fin de cuentas
sobre un acto mágico-bélico el de postular como
independiente nominal al dependiente real-, un Imperio surgido para
asegurar el crecimiento sostenido de individuos y recursos asegura
más bien la contracción del producto, y una secuencia
de críticas al modelo esclavista.
La primera conciencia o figura
de esa revisión es el estoico, alguien enriquecido por la
disciplina del servicio que orienta su acción
a ser libre, tanto sobre el trono como bajo las cadenas49.
Con él aparece una regla de pensamiento tan válida
para el esclavo Epicteto como para su discípulo, el emperador
Marco Aurelio, seguidores ambos de un comerciante fenicio como fue
Zenón de Citio (334-262 a. C.), movido a filosofar por los
estímulos que le ofreció la industria editorial ateniense
cuando quiso informarse sobre Sócrates. Durante ocho siglos,
la conciencia estoica repite sus tesis: lo divino es el universo
concreto, que gobernado por su hado o destino ofrece pautas de acción
oportuna a quien estudie lógica, física y ética,
aprendiendo a superar el dolor con fortaleza. Esa meta
de impasibilidad corresponde a un tiempo de universal miedo
y servidumbre, aunque también de una cultura universal50
sostenida por el derecho romano, y encuentra su maduración
en un llamamiento a trascender los límites prescritos a cada
cuna. El estoico quiere guiarse por la naturaleza (physis),
que concibe a su vez como una dinámica esencialmente evolutiva,
y la dualidad amo-esclavo le parece algo tanto más depravado
o antinatural cuanto que añade una escisión arbitraria
al delirio de querer inmovilizar el curso del mundo.
Por otra parte, esta superación de la iniquidad
está inmersa en ella, y el oficio más común
del estoico es ser funcionario o gestor privado. Otras escuelas
de virtud consideran que cultiva un denuedo lindante con la soberbia51,
y que balbucea cuando trata de explicar el mundo -o la propia conducta-,
aunque alegue la razón como kriterion. Su querer tener
fortaleza nada puede contra la inhumanidad que gobierna el orden
social, y desesperar del estoicismo engendra al escéptico,
porque suspender (poner entre paréntesis) el
asentimiento o rechazo es más realista que vencer al dolor
en pugna directa. La cultura se descubre determinada por ideas aunque
inconsciente de ello, y al pasar de los conceptos como cosas a su
inverso el escepticismo descubre la energía y libertad del
pensamiento, que hace y deshace el mundo a despecho de sus crédulos
actores, ofreciendo a la conciencia un albergue más firme
y veraz que el suicidio, actual o diferido, del corajudo estoico.
Amanece con ello alguien como el junco o la espiga, que cede ante
el vendaval para recobrarse de seguido, porque ha aprendido a matizar
cualquier destino con distancia estética, poniendo inteligencia
allí donde otros se atropellan queriendo imponer alguna voluntad,
y hasta qué punto ha elegido el camino más fértil
lo demuestra su capacidad para hacer observaciones tan oportunas
como ingeniosas sobre lo real y lo irreal.
El estoico debe ser férreo por dentro y
por fuera no en vano tiene al sufrido Hércules como
santo patrón-, mientras el escéptico se educa en un
arte menos marcial y más sutil, Pero su forma de descartar
el sentimentalismo y la barbarie, todavía inmediata,
no puede rehuir un discurso donde tesis opuestas exhiben la misma
fuerza lógica y suscitan antinomia. De esa parálisis
conceptual viene proclamar la nulidad del ver y el oír
mientras ve y oye, declarando lo nulo de las éticas sin perjuicio
de erigirlas en poderes de su conducta52.
Negar en su sentido no es realmente negar sino algo más próximo
al cinismo, y la sociedad esclavista está preparada para
dejar atrás el imaginario pagano con el híbrido de
coraje estoico e independencia escéptica que es el cristiano
original (la conciencia infeliz), donde lo que
antes era repartido entre el amo y el siervo se resume en uno solo53.
Más precisamente,
En el estoicismo la autoconciencia es la simple libertad
individual. En el escepticismo esta libertad se realiza destruyendo
las determinaciones de la existencia determinada, pero más
bien se ve arrastrada a ser doble. La disyunción que antes
aparecía repartida en dos singulares, el amo y el siervo,
se resume ahora en uno solo que encarna la autoconciencia duplicada
esencial para el concepto del espíritu, pero no aún
en su unidad, y la conciencia infeliz asume la esencia
exclusivamente contradictoria54.
Esa esencia parte de que la Encarnación
y su tormento han redimido a la humanidad, ofreciendo otro mundo
tan eterno como enteramente feliz- a quienes se comprometan
con un ánimo de amor mutuo, y mientras los señores
temporales no desprecien tal dogma serán delegados de Dios
en la Tierra. Por otra parte, servir a semejante deidad es aborrecer
el luxus y su luxuria, querer trascender cuanto antes
el más acá concupiscente para pasar al Cielo, y aunque
nada ayude mejor en tiempos de penuria extrema no deja de condenar
al desgarramiento, porque el impulso vital sigue apegado a aquello
que afecta aborrecer hasta el pórtico mismo de su agonía.
El estoico representa una variante del gladiador; el escéptico
alguien liberado sólo verbalmente, al borrar de su léxico
el verbo creer, y la nueva figura del espíritu
ofrece un destino tanto más generalizable cuanto que resignada
a la mansedumbre crédula: el reino de la cuna no se altera,
aunque amo y siervo oficiarán como monaguillos iguales en
cada misa, arrodillados ambos a la espera de un Juicio que interrumpa
al fin la crónica estación de hambre y frío.
La existencia eremítica es una opción menos deshonrosa
que la mera esclavitud, o que incorporarse a las masas de errantes
llamadas vagaudas55,
y con la beatificación del santo se confirma que dios se
hizo hombre, un paso indirecto aunque gigantesco para instar una
vuelta a la cohesión social. Por lo demás,
su pensamiento sigue siendo un informe resonar de campanas
o un cálido vapor nebuloso, una música que no llega
a concepto [
] El ánimo se siente a sí mismo
pero sólo dolorosamente, como desdoblamiento entre la vida
y su trascendencia que es el movimiento de una infinita añoranza
[
] del más allá inasequible, que huye
cuando se le quiere captar, y en realidad ya ha huido56.
Que los últimos acabarán siendo los
primeros, añadido a la promesa de que el cielo y el infierno
serán independientes por completo del rango social, sostiene
el llamamiento más duradero a sustituir libertad por obediencia.
La protección dispensada por los señores materiales
y espirituales, eco de la protección dispensada a todos por
el Omnipotente, es infinitamente más generosa que lo devuelto
por el protegido en forma de sumisión y trabajo, y sobre
esta tesis descansa todo. La conciencia redescubre un punto fijo
que descartaría evoluciones ulteriores, limitando el movimiento
o al valle de lágrimas terreno o a su término apocalíptico.
Pero el devenir no da tregua al pretendido ser, y el esquema de
los dos mundos sólo puede desembocar en la afrenta de una
Iglesia propiamente santa y una Iglesia señorial, que alterna
genuina mortificación con penitencia aparente, y mientras
por una parte dice morir porque no muero añade
por otra el cinismo de vender indulgencias plenarias y bulas. Aunque
cada humano es invitado a considerarse amo y esclavo al tiempo,
se trata de una reunión sólo emotiva y sintetizada
con histeria ascética, que arrastrada por el énfasis
se lanza a conquistar el único sepulcro cuyo finado no debe
seguir ahí, o todo el dogma sucumbiría.
La evolución, que en la naturaleza es un sereno
crear, resulta para el espíritu una lucha dura e infinita
consigo mismo. Quiere alcanzar su propio concepto, pero él
mismo se lo oculta, y en esa alienación se siente orgulloso
y colmado de dicha57.
La Fenomenología prosigue exponiendo
figuras de esta tensión (la conciencia noble y la conciencia
vil, la buena conciencia y la hipocresía, el santo y el sabio,
el intelectual y el científico, etcétera), pero exponerlas
abusaría del espacio disponible aquí, al no compensarlo
con nociones propiamente nuevas. Habernos detenido en la filosofía
hegeliana nos ayuda ante todo a precisar dos cosas pertinentes para
la fase ulterior de nuestra historia. Primero, que Spencer y Darwin
parten de ella siempre a través de exposiciones más
o menos simplificadas- para sustituir el llamado fijismo
imperante por una idea dinámica de lo real. Segundo, que
para todos los herederos mesiánicos de Robespierre y Babeuf
el planteamiento dialéctico permite deslindar
la revolución de algo emprendido por pobres gentes airadas,
y concebirse como acto de reinventar racionalmente la vida social.
La victoria ineluctable del siervo sobre el amo es el punto de partida
para Marx, que se distingue de previos reformadores ebionitas por
dominar el aparato analítico-analógico del maestro,
y puede así construir la primera economía política
no lastrada por una variante u otra de fijismo.
De este modo, una obra volcada sobre la reconciliación
interna y externa del ser humano58
justificará la forma argumentalmente más elaborada
de su discordia. Lo que en Hegel es necesidad de la libertad, atemperada
como conciencia de la necesidad, va a transformarse en determinismo
o necesidad pura y simple, concentrada en la tesis de que el último
será el primero. Las cuatro décadas que median entre
la Fenomenología y el Manifiesto Comunista
encierran un universo de acciones y reacciones imprevisibles, y
el máximo sabio sobre la evolución del credo cristiano59
no imagina que una variante dialéctica del comunista
evangélico esté preparándose para superar la
sociedad comercial. Nada puede serle más ajeno que lo evidente
para nosotros; esto es, que a la formidable y duradera eclosión
del capitalismo sigue una no menos formidable y duradera eclosión
del socialismo.
Por lo demás, un profesor digno se compromete
con lo contrario del vidente profético, y él ha subrayado
como nadie hasta entonces que lo verdadero es siempre algo obtenido
a posteriori, pendiente de una realidad que se hace continuamente
a sí misma. Sólo le ha faltado prestar atención
al fenómeno de la producción en masa, gracias al cual
-y por primera vez en la historia humana- se plantea el peligro
sistemático de crear una oferta de bienes superior a la demanda.
Distintas respuestas a ese mismo fenómeno serán las
formas sucesivas del socialismo, y terminar el repaso a las ideas
sobre el movimiento en abstracto llamar a mirar un instante hacia
los focos concretos de movimiento. Hegel y Ricardo, prototipos del
criterio evolutivo y el emanativo respectivamente, nacen con dos
años de diferencia y mientras construyen sus obras despuntan
las primeras ciudades industriales inglesas, donde su disputa teórica
sobre un predominio de la destrucción o la creación
se convierte en el más práctico de los asuntos.
3. El caso de Manchester
Sir R. Arkwright (1733-1792)60 nació de
padres tan míseros que no pudo asistir siquiera a la escuela
primaria, y aprendió a leer gracias a una tía. Más
adelante, siendo aprendiz de barbero, descubrió que le apasionaban
los negocios tanto como la mecánica, y al cumplir los treinta
años cuando pudo fundar una empresa de pelucas- el
hecho de moverse por todo el país comprando pelo le permitió
conocer a algunos pioneros de la industria local, que trabajaban
ya en el proyecto de convertir el algodón en gran materia
prima textil. Asociado a tales fines con un relojero y con el ingenioso
Th. Highs, algunos meses de robarle muchas horas al sueño
desembocaron en una manera de sustituir el giro manual del tejedor
por un cilindro metálico, y desde 1769 instala un taller
movido inicialmente por caballos que algo después empleará
fuerza hidráulica. De allí saldrán las primeras
piezas hechas de algodón exclusivamente, que iban a ser calcetines.
Aunque su empresa requiere una financiación descomunal para
lo acostumbrado en otros negocios, y un talento específico
para organizar el trabajo de cuadrillas descomunales también,
saca adelante ambas cosas y en 1775 patenta su invento como cardadora
de Arkwright. Monta a continuación en Manchester el
primer taller con más de mil operarios, y una década
más tarde las fábricas que explotan su idea dan empleo
a un número treinta veces mayor.
La furia tecnófoba del movimiento luddita
que disuadió ya a Hargreaves, el primer inventor de
una cardadora- arrasa las instalaciones más nuevas de Arkwright
en 1779, y seguirá hostigando ocasionalmente, pero este empresario
es una fuerza telúrica que a la hora de morir tiene una de
las mayores fortunas del país, a despecho de haber perdido
en 1785 su patente tras un juicio célebre, al demostrarse
que copió en realidad a su socio Highs. Nadie duda, por lo
demás, de que ha descubierto toda suerte de procesos paralelos
para la producción textil, y al año siguiente la Corona
le nombra par del reino y sheriff del condado, viendo en él
al hombre capaz de reunir el trabajo de muchos. Entre
sus diseños están la fábrica escocesa de New
Lanark -de la cual partiría la gloria de Owen, el primer
socialista-, y un régimen laboral que iba a generalizarse.
Empleando preferentemente a familias con hijos a quienes daba
trabajo desde los diez años-, inauguró la puntualidad
estricta, completando su oferta de salario y vivienda con una semana
anual de vacaciones pagadas61.
La evolución urbana
Tras convertirse en Cottonopolis, y empezar
a abastecer al mundo entero de sábanas, toallas y fundas
de almohada ante todo, Manchester experimenta un dramático
empeoramiento cuando derrotar a Napoleón se revele ruinoso
a corto y medio plazo, disparando a la vez carestía y una
carrera a la baja en el jornal de los tejedores, que llega a caer
hasta una tercera parte (de 15 chelines a 5)62.
Esto basta y sobra para alimentar el más agudo de los descontentos,
pero deriva de un factor objetivo como que la actividad económica
merme mientras la mano de obra crece, y lo realmente intolerable
para su ciudadanía y la de Birmingham, Leeds, Bristol
y otras ciudades industriales del norte- es una legislación
proteccionista (las Corn Laws de 1815) que encarece sensiblemente
el precio del grano, unida al hecho de que ninguna tenga una representación
en el Parlamento vagamente acorde con su entidad. En 1819 el malestar
de proletarios y clases medias se concreta en la mayor manifestación
de la historia inglesa hasta entonces, que reúne un mediodía
soleado de agosto a unas 70.000 personas de todas las edades en
la plaza de St. Peter y termina con la llamada masacre de Peterloo,
donde mueren unas quince personas y varios cientos resultan heridos.
Las únicas tres banderas autorizadas por el comité
convocante63 fueron Representación o muerte,
No al arancel del grano y Sufragio por circunscripción.
Por otra parte, a los malos tiempos siguen otros
mejores, que no sólo arrojan como resultado más empleo
sino sucesivas transformaciones de la actividad manufacturera. En
1835, a medida que los talleres textiles se están convirtiendo
en fábricas de maquinaria e industria química, los
bancos de la ciudad empiezan a ser los más emprendedores
del mundo, y en 1840 la asfixiante atmósfera se alivia exportando
el grueso de la polución a periferias64.
El destino de la ciudad es consolidarse como centro financiero,
que sostiene a su vez un tejido de ingeniería especializada
y pioneras empresas de servicios. Peterloo ha sido en realidad el
punto de partida para la reforma de 1832, cuya punta de lanza ha
sido el movimiento originalmente manchesteriano del Cambio Libre,
que deroga las Corn Laws y reorganiza las circunscripciones
electorales de todo el país65. En lo sucesivo va a servir
de núcleo para lo más avanzado en negocios y para
lo más avanzado en ideas, centro de los liberales y cuna
del partido laborista, sede del primer congreso nacional de sindicatos,
y sede originaria de las sufragistas.
En 1809 pasaba por ser el mejor lugar de Inglaterra
para abrir una empresa, y en 2009 sigue mereciendo ese título
según alguna encuesta. Al llegar la segunda ola industrial,
que ya no se centra en el textil sino en desarrollar minería
y siderurgia, parte de sus inventores-fabricantes se concentra en
una revolución de las comunicaciones. Con capital privado
de la ciudad se tiende la primera vía férrea mundial,
que la une a Liverpool, mientras otros ingenieros pasan de abrir
canales menores a la titánica y no menos privada empresa
de construir un canal con capacidad para trasatlánticos y
grandes cargueros de casi 60 kms., una obra de la cual emerge como
activo puerto marítimo. Incorporarse precozmente a la industrialización
supuso evolucionar antes también hacia empresas más
sofisticadas, y un eco de los antiguos logros en infraestructuras
son instituciones como su Metrolink, una red de transporte público
gratuito para el centro urbano.
La luctuosa manifestación de 1819 había
invitado como orador único a H. Hunt, un empresario conocido
entonces por su elocuencia y su radicalismo democrático,
que se avino a correr los previsibles peligros porque como
le escribió uno de los organizadores- aquella gran
muchedumbre reunida en la plaza de St. Peter podría contribuir
a llamar la atención hacia un distrito devastado por la ruina
y el hambre. Hunt pagó su atrevimiento con treinta
meses de cárcel, y bien pudo sucumbir a manos de algún
sable o debido a la causa más habitual de muerte en Peterloo,
que fue ser atropellado por los caballos y la propia multitud despavorida.
Sin embargo, la furia de aquella masa descontenta no iba a seguir
los derroteros de la parisina, aunque hubiese sido en realidad mucho
más provocada, y esto sólo puede atribuirse a que
ni ella ni su tribuno66
desesperaron nunca de imponer pacíficamente ciertas reformas.
De París, gran capital de la cultura, partió la política
de hechos consumados que se ofrece como redención del sans-culotte.
De Manchester, gran capital de la industria, parte una combinación
de labor party y liberalismo. Aunque las clases trabajadoras
inglesas sean las más numerosas con mucho, no hay modo de
que prenda en ellas ni en sus jefaturas el furor destructivo.
Tres décadas después de la masacre
-cuando la ciudad se prepara para construir el gran canal y Engels
ha publicado ya en 1844 su libro sobre la clase trabajadora del
lugar-, Manchester alberga barrios míseros sin dejar tener
también la renta per capita más alta del país.
Cinco siglos antes, Florencia o Amberes brotaron como instalaciones
fabriles que acabarían convirtiéndose básicamente
en núcleos de investigación y financiación,
y lo mismo observamos aquí. El único negocio estable
es hacer negocios, pero los caballos de fuerza se emplean ahora
a una escala descomunal en comparación con cualquier precedente,
y el primer reflejo de rendimiento es que la población pueda
doblarse sin perder capacidad adquisitiva.
NOTAS
1
Cursos de Jena (1806), alocución final al alumnado.
2
Sobre Ludd, véase vol. I, pág. 448.
3
Salvo como vimos- en épocas de intensa recesión
como el Bajo Imperio romano y los siglos oscuros del medievo, donde
las ciudades van despoblándose y sólo la fertilidad
natural del agro ofrece oportunidades de supervivencia.
4
Véase más adelante, págs. 61-63.
5
Hijo del matemático Lazare Carnot, distinguido también
como miembro del Comité de Salud Pública. Mencionarle
trae a colación la cosecha de talento científico que
reúne entonces la Escuela de Altos Estudios en París.
Sadi Carnot tuvo como colega a Coriolis, y como profesores a Fourier,
Gay-Lussac, Poisson y Ampére, entre otras eminencias.
6
Carnot 1824, pág. 61.
7
Ibíd, págs. 106-107.
8
Aristóteles, Física V, 225 b - 226 a. El movimiento
se define allí como realización, paso
de alguna potencia (dynamis) a un acto (energeia).
Tener naturaleza (physis) es, por eso, estar inmerso en la
inquietud del automovimiento.
9
Heráclito, DK 124.
10
Zenón de Citio, en Cicerón, De nat. deorum,
II, 22.
11
Heráclito, DK 84.
12
Cf. Newton 1987, p. LXIV.
13
Sus Philosophiae naturalis principia mathematica (1687) son
explícitos en este sentido: Rige todas las cosas no
como alma del mundo sino como dueño de los universos. Y debido
a esa dominación suele ser llamado señor dios,
pantocrátor, o amo universal. Pues dios
[dominus] es una palabra relativa que se refiere a los siervos,
y deidad es dominio de dios no sobre el cuerpo propio como
piensan aquellos para los cuales dios es alma del mundo- sino sobre
siervos.[
] Así como un ciego no tiene idea de los colores,
así carecemos nosotros de idea sobre el modo en que el dios
sapientísimo percibe y entiende todas las cosas, estando
radicalmente desprovisto de todo cuerpo y figura corporal [
]
Le admiramos por sus perfecciones, pero le veneramos y adoramos
debido a su dominio, pues le adoramos como siervos (Newton
1987, págs. 619-620, minúsculas suyas).
14
Newton ibíd., pág. 620.
15
Helvecio 1984, pág. 95.
16
La coincidencia primaria de ambas escuelas es postular el mundo
natural como cárcel (sema). Para el neoplatónico,
sin embargo, la fuga de substancia se prolonga eternamente, mientras
el gnóstico pronostica uno o varios colapsos cósmicos.
Sobre su modelo más carismático -la cosmología
de Mani- tuvimos ocasión de hacer algunas precisiones; cf.
vol. I, págs. 193-195.
17
El predominio del adjetivo, que informa expresiones roussonianas
como verdadera libertad, y auténtica verdad,
lo llevó Plotino a su apogeo definiendo lo espiritual como
la parte más verdadera del ser genuino (Enéada
VI, I).
18
El primero, como se recordará, establece que la energía
ni se crea ni se destruye, sólo se transforma.
19
Cf. Gleick 1987, y Prigogine 1991. Una información actualizada
puede encontrarse en entropylaw.com.
20
Se está refiriendo a las lecciones del periodo de Jena (1803-1806),
cuando era profesor no numerario y más de la mitad de sus
ingresos venían de la tarifa individual pagada por cada alumno,
que no llegaban a la cincuentena sumando los de Lógica y
Metafísica y los de Matemáticas y Filosofía
de la Naturaleza; cf. Ripalda, en Hegel 1984, pág. XL.
21
A. Gabler, en Hegel 1984, págs. XLIII-XLV.
22
Lo verdadero es el todo. Pero el todo es sólo la esencia
que se completa mediante su desarrollo. De lo absoluto hay que decir
que es esencialmente resultado, que sólo al final
es lo que es en verdad (Hegel 1952, pág. 16, subrayados
suyos). De ello deducirá I. Berlin en 1952 que el realismo
hegeliano es adoración del poder [
] fuente de los héroes
de Carlyle o del superhombre nietzscheano (Berlin 2002, pág.
95), proponiendo no sólo una banalidad sobre el poder
sino confundir a Hegel con Fichte. Él mismo se corrige algunas
páginas después, reconociendo que con Hegel aparece
una nueva historia, la historia de la interconexión entre
todas las cosas, que inventa la idea misma de historia del pensamiento
(Ibíd., pág. 99).
23
En definitiva, todo juicio de la forma x = x, o de la forma
x = y, sustituye por un signo de igualdad cierto tránsito
de lo uno a lo otro, cuyo detalle sólo merece omitirse si
x e y son meros símbolos. En cualquier otro
caso, o bien lo simbolizado por x vuelve sobre sí
mismo o bien se convierte en y, invitándonos
a exponer cierto devenir o hacerse.
24
Sus principales lecturas en este campo parecen haber sido fundamentalmente
el tratado de Smith y los Principles de Steuart; cf. Hegel
1984, págs. 327-328.
25
Los cursos de Hegel sobre filosofía de la historia ofrecerían
la matriz del concepto de continuidad, que permite a
las ciencias humanas superar el doctrinarismo; cf. Marshall 1920,
pág. XV.
26
Hegel 1967, pág. 28. También puede decirse que hasta
alcanzar la plenitud de cada resultado práctico la
virtud va siendo vencida por el curso del mundo [
] al basarse
solamente en palabras, que elevan el corazón y dejan la razón
vacía (Hegel 1952, p. 229).
27
Hegel 1952, págs. 27-28.
28
El existente es textualmente Dasein, un ser-ahí
opuesto al ser abstracto o puro (que la Ciencia de la lógica
equipara por su vaciedad con la pura nada). ha planrteado de las
imaginadas por la densidad ilimitada de su e sin m.
29
Hay una literatura copiosa sobre la traducción de Aufhebung,
que Ortega por ejemplo vertía como cancelación.
Quizá no sea ocioso recordar que en alemán todos los
sustantivos se escriben con mayúscula.
30
Hegel 1963, p. 45. Quienes se obstinan como Popper- en ver
a Hegel como un platónico podrían leer con aprovechamiento
las líneas inmediatamente previas a esta frase, en el párrafo
final del Prefacio a la Filosofía del derecho: En
todo caso, el saber viene siempre demasiado tarde. Como pensamiento
del mundo, sólo aparece cuando la realidad ha terminado el
proceso de su formación. Aquello que el concepto enseña
la historia lo muestra con la misma necesidad, pues sólo
en la madurez de los seres aparece el ideal enfrentado a lo real
[
] Cuando la filosofía pinta su gris sobre el gris
una manifestación de la vida acaba de envejecer. No podemos
rejuvenecerla con pintura, sino tan solo conocerla.
31
Hegel 1967, pág. 82.
32
Luego dirá en una carta: Ver a ese alma del mundo concentrada
en un único punto del espacio fue una extraña impresión
(Hegel, en Berlin 2002, pág. 97).
33
De hecho, Hölderlin sucumbe a la demencia inmediatamente después
de la batalla y el saqueo de la ciudad, dejando escritas las famosas
líneas: Lleno de méritos, pero sólo como
poeta / habita el hombre sobre esta tierra; cf. Hölderlin
1967, pág. 939.
34
La historia es el devenir que sabe [
] y aunque
cada nueva figura debe recomenzar como si lo previo nada le hubiese
enseñado sí conserva el recuerdo, y empieza
así cada vez desde una etapa más alta (Hegel
1952, p. 472-3, subrayados suyos).
35
Tras la Fenomenología, donde surge por primera vez,
la expresión reaparece en sus cursos sobre historia de la
filosofía, historia de la religión e historia universal.
36
Así se define en la Fenomenología. En la Enciclopedia
de las ciencias filosóficas, y en la Ciencia de la
lógica, el concepto del espíritu (llamado también
idea y razón) coincide con el de
intelecto agente o nous aristotélico, que es inteligencia
diseminada cósmicamente como forma (morphé)
de cada materia.
37
Sería desviarse demasiado entrar en ello. Baste indicar que
es comprender lo verdadero no sólo como substancia
sino como sujeto (Hegel 1952, pág. 15), atribuyendo
a la existencia en general el destino de ir desde el en sí
al para sí. No hallamos ese impulso a una identidad
subjetiva en los principales maestros reconocidos por Hegel, que
son Aristóteles y Spinoza, pero sí en el philosophus
teutonicus -que es como llama al místico J. Böhme
(1575-1624)-, y por supuesto en la historia sagrada cristiana, donde
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son inseparables del
ser para sí o reconocido.
38
Kojève 1947, pág. 555.
39
Lo ha escrito hacia 1802, en el fragmento llamado sistema
de la moralidad; cf. Kojève ibíd., págs.
556-557.
40
Hegel 1952, pág. 24.
41
Más en concreto, un alma nacional resurgida hace poco impulsada,
entre otras cosas, por las investigaciones sobre derecho germánico
del barón F. K. de Savigny-, encuentra su altavoz patriótico
en dos obras de Fichte como los Discursos a la nación
alemana y El Estado comercial cerrado. Exaltar el alma
común, y clausurar el Estado, son la cara y la
cruz de un programa para revivir la virtud pública jacobina.
En términos fichteanos, si los tribunos franceses se vieron
forzados al holocausto fue porque Francia era un territorio subordinado
a suministros externos, en vez de comercialmente autárquico.
42
Hegel 1952, págs. 344-347. Subrayados suyos.
43
Hegel 1952, pág. 113.
44
Schumpeter 1995, p. 455.
45
Hegel 1952, pág. 109.
46
Gallineros y palomares, como descubrirían más tarde
los etólogos, se organizan en torno a la llamada jerarquía
del picotazo, un orden donde cierto individuo pica a todos sus compañeros
sin sufrir lo propio, otro es picado por todo el resto sin rechistar,
y el resto se gradúa desde el segundo líder al penúltimo
paria. Cf. Lorenz 1980, passim.
47
Hegel 1952, págs. 117-118. Subrayados suyos.
48
Ibíd., pág. 118.
49
Ibíd., pág. 123.
50
Ibíd.
51
Desde Zenón, que se estrangula cuando cree llegada su hora,
hasta la mucho más truculenta muerte de Séneca, narrada
por Tácito en sus Anales, los héroes estoicos
se dejan como mínimo morir de hambre antes de tolerar que
la muerte se les anticipe.
52
Hegel 1952, pág. 127.
53
Ibíd., 127.
54
Ibíd, pág. 127-128.
55
Véase vol. I, págs. 111, 173, 195, 206, 301.
56
Ibíd., pág. 132.
57
Hegel 1967, pág. 51.
58
A esa superación de las escisiones en concreto de las
implícitas en el rigorismo moral, el despotismo ilustrado
y el sempiterno cinismo-, se encaminan expresamente sus Principios
de la filosofía del derecho (1821).
59
La reflexión juvenil de Hegel incluye cuatro importantes
ensayos teológicos, publicados sólo en 1907. Su obra
madura comprende los siete volúmenes agrupados como Lecciones
sobre filosofía de la religión, con capítulos
adicionales distribuidos por otras partes de la Fenomenología
del espíritu, la Filosofía del derecho,
las Lecciones sobre filosofía de la historia universal,
la voluminosa Historia de la filosofía y las no menos
voluminosas Lecciones sobre estética.
60
Para los datos siguientes me apoyo en el Oxford Dictionary of
National Biography, voz Arkwright.
61
Los cottages que construyó para tejedores destacan
hoy, dos siglos y medio después, como predios no sólo
muy robustos sino bellos. Alguna buena foto ofrece thornber.net/cheshire/ideasmen/arkwright.
62
Para lo sucesivo, cf. Kidd, 2006.
63
Que pertenece a la Unión Patriótica de Manchester,
y está formado por un empresario textil, un director de periódico
y un zapatero.
64
Primero a Bolton, luego a Oldham.
65
Concretamente, el Parlamento se aligera de 143 escaños y
crea 135 nuevos, derogando la vigencia de los llamados burgos podridos,
cuya población no justifica sus sufragios.
66
Aunque fue más tarde miembro del Parlamento durante una legislatura,
vivió siempre como hombre de negocios. Entre ellos estuvo
fabricar carbón sintético, betún para el calzado
y, sobre todo, unos Polvos de Desayuno recomendados como sustituto
del café y el té. Desde 1832, al cesar la histeria
represiva desatada por Peterloo, aprovechó los envases de
sus productos para hacer propaganda del sufragio universal. Las
apasionantes Memoirs de Hunt se encuentran online gracias
al Project Gutenberg.
A la venta el Tomo I
LOS
ENEMIGOS DEL COMERCIO
Una Historia Moral de la Propiedad
Espasa
- Calpe 2008
Lengua: Castellano
Encuadernación: Tapa dura
ISBN: 9788467029772
1ª Edición
Año de edición: 2008
Plaza edición: Madrid
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