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La revolución traicionada
«Recomendé incansablemente compromiso pero pensaron
de otro modo, y los acontecimientos han demostrado su lamentable
error: treinta años de guerra exterior y doméstica,
la pérdida de millones de vidas, la postración
de la felicidad privada y el dominio extranjero sobre su país
durante algún tiempo [
] ¿Quién podía
prever la melancólica secuela de su bienintencionada
perseverancia?.»
Th. Jefferson1.
Como otros aspirantes a burócratas revolucionarios,
Fouquier-Tinville y Robespierre portaban peluca empolvada y casaca
de seda, con medias blancas terminadas en zapatos de hebilla.
Otros tribunos lucían largas melenas, evitaban los calzones
de raso y calzaban botas altas, como el Rectilíneo o Babeuf.
Pero la «magnánima devoción por el interés
general»2 se llevó por delante a atildados y aguerridos,
en un escenario que se diría hecho para aventureros capaces
de aparentar doctrinarismo. El superviviente modélico de
la nueva clase política será Sieyès, a quien
David retrata envuelto en un capote oscuro de cuello alto y paño
grueso, lo bastante amplio para esconder un par de pistolas y
una bolsa de monedas que compre delatores.
La salud pública ha restablecido el deber
de unanimidad, y entre aclamaciones continuas a la Liberté
todo se desliza hacia lo obligatorio. La camaradería que
empezó anteponiendo a cada nombre propio un «ciudadano/a»,
por ejemplo, se convierte en prohibición de llamar señor
o señora a otra persona3.
El reglamentismo aspira a enseñorearse de conductas y opiniones,
y sólo la propia enormidad de aquello que está sucediendo
crea resquicios para cambios liberales como el divorcio libre,
el matrimonio de sacerdotes y monjas o el prestigio de la desnudez
elegante. Cortesanas como Teresa Cabarrús o la posterior
emperatriz Josefina se convierten en figuras centrales del Directorio,
y un país que era ya árbitro del gusto en tiempos
del Rey Sol dicta estilo con razones aún más sólidas.
La Cabarrús en particular, hija de un
banquero español, demuestra con el ejemplo cómo
son compatibles la belleza, la desvergüenza y la humanidad4.
Sus esfuerzos por ser y mantenerse «natural» tropiezan
a cada paso con un romantisme que exalta los duelos, venera
lo oculto y alimenta la teoría del genio tenebroso. Inseparable
del espíritu que inspira la dictadura revolucionaria, ese
romanticismo percibe «rudeza de alma» en la lozanía
y cultiva expresamente lo enfermizo, como tantos héroes
y heroínas de la literatura ulterior. Pero nos hemos detenido
en temperamentos e ideas, y es tiempo de esbozar la situación
económica. En Roma el acuerdo entre Imperio e Iglesia fue
financiado inicialmente por la expropiación de cualquier
templo pagano. En Francia el cambio es financiado inicialmente
por una expropiación de la Iglesia, seguido por una requisa
selectiva de la población que podemos mirar algo más
de cerca.
I. Pagarés y metálico
Al abolir el feudalismo, en agosto de 1789,
la Asamblea aprobó grandes reformas de la hacienda pública
y entre ellas un impuesto directo y progresivo sobre la renta
(el impôt foncier recomendado por Turgot), suprimiendo
de paso algunos impuestos indirectos, peajes internos y trabas
gremiales. Hacer justicia fiscal era al mismo tiempo relanzar
la economía, abriendo perspectivas a medio y largo plazo
que en el corto se sostenían mediante emisiones de «asignados»
con cargo a los antiguos bienes eclesiásticos. Una sensible
mejora en el nivel de vida parecía inminente, pero el acoso
y posterior fuga de los reyes dispara una crisis de confianza
que invierte el panorama. A finales de 1792 cuando el parlamento
francés delibera sobre matar o no a Luis XVI la recaudación
es «ridícula»5,
y las llamadas contribuciones patrióticas al Tesoro han
desaparecido.
Expropiar a nuevas oleadas de emigrados no ofrece
una mínima parte de lo requerido para cumplir con proveedores
internos y externos, sin los cuales parece imposible mantener
las guerras revolucionarias. Alguien tan poco sospechoso de posibilismo
como SaintJust sugiere entonces poner freno a la creación
de dinero, para no tener que acabar dictando «leyes violentas
sobre el comercio»6. Pero Robespierre y el resto de la Montaña
no están de acuerdo más bien piensan en simplificar
drásticamente el intercambio de bienes, y la Asamblea
Legislativa aprueba una nueva emisión de pagarés
que el mercado sólo acepta por la mitad de su valor nominal.
Esto significa reducir todo tipo de compras, y ante una oferta
menor la demanda tira hacia arriba de los precios.
El 23 de febrero de 1793 una cacerolada de lavanderas
protesta por la subida del jabón, y dos días más
tarde las tiendas de París son asaltadas para conseguir
azúcar y café, otros dos artículos que se
han hecho prohibitivos. Marat denuncia la «avidez de lujo»
de los saqueadores, forzosamente manipulados por el complot aristocrático,
aunque la inflación se extiende de inmediato a velas, leña
y grano. La Comuna creía controlar las émeutes
a su antojo, y poder seguir disponiendo de las manifestaciones
y disturbios como activo político sugiere restablecer la
anona romana. El pan de París se subsidia, y algo después
la carne, cobrando los proveedores con billetes impresos al efecto
por la Caisse dEscompte, futuro Banco de Francia.
Su contabilidad refleja el medio millón diario que cuesta
el suministro de harina como «préstamo de fondos
propios»7.
En junio los reveses militares cortan el flujo
de divisas y metálico que los ejércitos incautaban
desde principios de año en Flandes y al norte del Rin,
imponiendo austeridad o seguir depreciando los medios de pago.
Pero lo primero implica que la política se arrodille ante
la finanza, y puede evitarse a corto plazo con más pagarés.
Así, un tope de assignats que ha pasado rápidamente
de seiscientos a ochocientos millones emite otros mil doscientos,
elevando el total a tres mil cien millones de libras8.
Ya en febrero el valor de estos signes se había reducido
a la mitad, y cuando caiga a menos de la sexta parte la Convención
cree oportuno corregir los automatismos del mercado.
1. La economía obligatoria. Castigar
con la guillotina a monopolistes9
culmina un proceso iniciado por la Ley de Máximos, que
regula a la baja salarios y beneficios el margen del mayorista
será el 5 por 100, el del minorista un 10 por 10010,
fijando precios inalterables para multitud de mercancías.
Quien tenga «bienes de primera necesidad» debe hacer
declaraciones quincenales de sus existencias, y en agosto se incautan
silos los llamados «graneros de la abundancia»
para acumular excedentes en realidad imaginarios. El drástico
recorte del comercio exterior tiene, entre otros resultados, el
de que las malas cosechas sean catastróficas para el campesino
y las abundantes casi peores, pues revientan los precios. La Bolsa
se ha clausurado para acabar con «viles especuladores»,
aunque lleva muchos meses sin funcionar de hecho.
Para quienes saben y quieren arriesgar el negocio
está en la propia política gubernamental, que arruinando
al incauto permite hacer enormes fortunas con la depreciación11.
Ante el acoso de sus acreedores el Gobierno decide desmonetizar
los assignats, pero inaugura con ello un imponente mercado
negro de monedas. El principio de acciónreacción
inventa a cada paso un contrapaso, y seguir siendo auténtico
sugiere al patriota curas cada vez menos discernibles del homicidio.
Ahora hay tres nuevos traidores que castigar financieros,
almacenistas y campesinos, que la Ley de Máximos
encarga a un servicio de vérificateurs asistido
por batallones de sans-culottes.
Hébert, padre de la medida, ha sugerido
que esos grupos paramilitares lleven una guillotina móvil,
para ajusticiar in situ12.
En septiembre de 1793 unas normas sobre justiprecio que tasan
tanto los bienes como los costes de trasladarlos entran en vigor,
y el egoísmo se diría al fin acorralado. Las tiendas
no tendrán más remedio que vender las cosas por
su valor «auténtico», los tenderos obedecen
puntualmente al legislador, hay un aflujo masivo de público
y el único problema es que sus existencias desaparecen
en un abrir y cerrar de ojos, tras de lo cual empieza el peor
desabastecimiento recordado. La Convención ha omitido informar
al país sobre ese más que previsible efecto, y el
mes siguiente la campaña contra monopolistes individuales
se amplía a urbes y regiones, que desde los golpes de Estado
de primavera padecen una dictadura ya totalmente desembozada del
centro.
En efecto, provincias enteras y algunas ciudades
entre ellas Burdeos, Marsella, Tolón, Nantes y Lyón
sencillamente carecen de delegado en una Convención donde
sólo votan ya un tercio de los diputados originales, y
rechazan más o menos de plano la política neoespartana.
De ahí someterlas a répresentants-en-mission
dotados de tropas y poderes absolutos, cuya misión conjunta
es «depurar y embargar». Un anónimo alférez
de veintitrés años, Bonaparte, resulta decisivo
para acabar a cañonazos con la rebeldía de Tolón13,
por ejemplo. En Burdeos la carnicería no el expolio
se modera gracias al ascendiente de Teresa Cabarrús sobre
Tallien. El representante Lebon arrasa hasta los cimientos la
ciudad de Arras, y en Nantes otro de los delegados, Carrier, logra
superar en atrocidad a las mitraillades lionesas.
Los partidarios abiertos del Viejo Régimen
son castigados con genocidio quizá el primero de
Europa, y en diciembre de este mismo año Westermann,
otro de los répresentants, informa a la Convención:
«Ya no existe La Vendée, ciudadanos. Ha perecido
bajo nuestra espada libre junto con sus mujeres y niños.
No tengo prisioneros que reprocharme»14.
Por entonces el parentesco ideológico y moral de monopolistes
y «federalistas disgregadores» ha encontrado como
expresión idónea la palabra anthropofagues,
un término curioso para tiempos donde muchos tienen la
tentación de comerse al prójimo, pues la carne ha
desaparecido de los mercados. En el verano de 1794, un semestre
después de que Robespierre saque adelante su plan económico
«la falta de circulación», dijo en noviembre,
«se soluciona suprimiendo el interés de la codicia»,
los bienes son por término medio unas diez veces más
caros que hace dos años, los assignés de
100 libras valen 4 y el interés del dinero «bueno»
puede llegar al 20 por 100 mensual15.
Desde 1791 la producción de hierro, convertida
en empresa estatal de armamento16, es la única que ha experimentado
crecimiento. La marina mercante viene a ser un décimo de
la previa, y tanto la crisis agrícola como el monopolio
de la siderurgia asfixian a la industria en general17. La caída
del Incorruptible y su grupo, a finales de julio, acompaña
a un clamor por otro tipo de régimen económico,
y los nuevos titulares del poder derogan uno por uno los controles
previos. Esto abre la veda para el tipo de negocio espléndido
que las condiciones de necesidad extrema abonan siempre, aunque
para la gran mayoría del país el ajuste es inevitable
y no precisamente halagüeño. No hay otro futuro que
más inflación aún, seguida por un desplome
general de precios. Primero se evapora el valor de aquello que
compra las cosas, y a continuación el de las propias cosas.
II. La senda hacia el Imperio
La Convención se autodisuelve seis meses
después de acabar con Robespierre y el remanente de tribunos
intempestivos. Asomada al abismo, la clase media específica
de los parlamentos previos18
ha encargado al incombustible Sieyès una nueva Constitución
que reconoce la división de poderes, creando dos cámaras
legislativas y un ejecutivo desempeñado por cinco Directores.
El signo más visible de la liberalización económica
es un círculo de nuevos ricos que llena cafés y
teatros básicamente a través de su prole, una generación
de señoritos (jeunesse dorée) cuya revancha
se manifiesta en insultos e incluso agresiones a hebertistas y
jacobinos. Esos hijos de papá son los nuevos titulares
de la arrogancia.
Mirado algo más de cerca, el Gobierno
lo forman el círculo nuevo rico y algunos antiguos inquisidores
feroces como Tallien implacable desde que emerge en 1792
como secretario de la Comuna Insurrecta o el todopoderoso
jefe de la policía secreta, Fouché. La historia
recuerda el Directorio (1795-1799) como prototipo de cinismo corrupto,
pues pide al empresario paciencia con los «arcaicos»
entiéndase por ello a los jacobinos, y se compromete
con estos últimos a la más estricta pureza en materia
de «principios». Pero carga también con la
tarea de pasar página alegando lo contrario, y su fraude
más ostensible será anular porque sí las
elecciones del 97 y el 98. El orgullo nacional sigue en auge,
a despecho de la miseria reinante, y exportar la Revolución
es tanto más factible cuanto que Robespierre dejó
un país con más de un millón de soldados
repartidos en doce ejércitos19.
Tras un bienio caracterizado a grandes rasgos
por el principio de que no debe haber ni pobres ni ricos, en palabras
de SaintJust, los atropellos padecidos por distintos propietarios
han dado paso a una consagración incondicional de la propiedad20.
Pero el movimiento pendular no afecta al rechazo de la democracia
en sentido anglosajón, y presenta como gobierno moderado
una oligarquía de viejos carniceros convertidos en magnates.
Ahora pasan por demócratas unos conservadores tan opuestos
como el enragé a lo básico del liberalismo21,
que decretan autonomía para los negocios y dictadura para
las opiniones y partidos. Antes y después de que reine
la guillotina, el criterio dominante niega lo más elemental:
«El buen gobierno no se logra consolidando o concentrando
poderes, sino distribuyéndolos. Si nuestro gran país
no estuviese ya dividido en Estados habría que proceder
a la división [
] Si la capital hubiese de decidir
cuándo hemos de sembrar y cuándo recolectar pronto
nos faltaría el pan. Ese reparto de cuidados, que descienden
gradualmente de lo general a lo particular, es la mejor manera
de organizar la masa de los asuntos humanos»22.
En efecto, no tarda en promulgarse una ley que
suprime toda suerte de comicios provinciales y municipales, confiando
al poder central la provisión de cualquier cargo23.
La atracción del centro succiona a las más diversas
periferias, y antes de dar paso a un nuevo autócrata con
poderes omnímodos el primer reto del Directorio es la previsible
sublevación de París, centro de los centros, acostumbrado
a vivir como la Roma del Bajo Imperio de saquear a sus provincias
(départements). Otros sacrificios al centralismo
seguirán siendo viables en el futuro, pero el hundimiento
de los assignats interrumpe el reparto gratuito de víveres
a principios de 1796, cuando los datos municipales afirman que
más de la mitad de sus habitantes están desnutridos,
y la canción de moda compuesta por el comunista Babeuf
comienza con «Muriendo de hambre, muriendo de frío».
1. Nuevas rebeliones y nuevas respuestas.
La furia del indigente crece a lo largo de marzo y desencadena
dos latigazos populares en abril. Su lema «Pan y la
Constitución del 93» invoca el droit de
subsistence descubierto por Robespierre, y exige un retorno
a la Ley de Máximos. Estas iniciativas tienen ímpetu
bastante para tomar la antigua Convención, pero son deficitarias
en liderazgo y hasta en términos de entusiasmo, quizá
porque el resultado de las recetas económicas neoespartanas
está a la vista. Cuando la Guardia Nacional cerque los
barrios obreros de Saint Antoine y Saint Marcel los insurrectos
se renderán sin lucha. La amargura del momento queda compensada
esa misma primavera por grandes éxitos militares en Bélgica,
Holanda y la margen izquierda del Rin. El fenómeno del
momento es que el prestigio del credo sans-culotte haya
entrado en eclipse, y la inyección de recursos que sigue
a esas conquistas aviva el orgullo nacional sin avivar el populismo.
Desde Luis XVI ha parecido sencillamente sacrílego combatir
con tropas regulares cualquier alzamiento de la población
civil, cuyas muchedumbres simbolizaban veracidad, espontaneidad
y unanimidad. Ahora, sin embargo, los desórdenes públicos
que se atribuían sin excepción a «patriotas»
pueden presentarse como obra de «asociales», y en
la práctica son reprimidos con fuego cruzado de artillería.
A mediados de octubre llega la insurrección
llamada monárquica, que según los Directores levanta
en armas a unos 135.000 parisinos24.
La cantidad parece formidable, y el director Paul Barras (1755-1829),
que es de largo el más influyente, responde llamando al
ejército y armando a un grupo civil llamado «patriotas
del 89», formado básicamente por diputados declarados
inelegibles por implicación en masacres, miembros del llamado
Ejército del Interior (antiguos batallones de vérificateurs)
y prácticamente todo el cuerpo de delatores y espías
llamado Legión de Policía. Son personas que están
en paro sin economato desde febrero, humilladas colectivamente
desde abril, y su decepción tras apoyar al Gobierno en
octubre les llevará al golpe de Estado que intentan el
siguiente mayo, en nombre de un movimiento «panteonista»
que es igualitarismo militante.
El brazo firme de la ley opuesto en la práctica
a todas esas amenazas es el recién ascendido Bonaparte,
que brilla como maestro artillero25 y por la energía que
despliega su servicio de inteligencia. Barras le premia con una
de sus muchas amantes, Josefina, y el mando de una campaña
contra Italia donde se cubrirá de gloria.
III. Vencedores y vencidos
La venerable Hélade sigue presente en
el hecho de que las cámaras se llamen Consejo de los Quinientos
y Consejo de los Ancianos, aunque tanto ellas como la junta de
Directores despachan los asuntos envueltos en sospechas de cohecho
y fraude, mientras los esforzados ejércitos revolucionarios
luchan no sólo en toda Europa sino en Egipto y Siria. Esto
repite número tras número el Journal de Bonaparte
et les Hommes Vertueux uno de los tres periódicos
controlados por el general, y en 1799 un golpe de Estado
incruento convierte el Directorio en República Consular,
una entidad que sigue fiel a la divergencia entre forma clásica
y contenido galo-romántico. Los Cónsules romanos
eran dos y nombrados por años; los franceses son en principio
tres26,
pero no tardan en ser uno solo con mandato indefinido, el Primer
Cónsul Vitalicio Bonaparte27.
La casa del poder absoluto, supuestamente demolida
por la Révolution, no ha dejado de fortalecerse
a su costa. Ahora toca expresamente revivir las gestas de Carlomagno
y Luis XIV, abrazando un destino de eminencia internacional que
a cambio de no interrumpir los sacrificios permitirá dictar
orden y órdenes a Europa. Cuando el Consulado se convierta
en Imperio, cinco años más tarde, el titular de
esa empresa no puede recibir la corona de otras manos que las
suyas propias, y el cuadro de Ingres le muestra en su trono áureo
con los atributos de una majestad que empequeñece a la
del Rey Sol. Curiosamente, el primer monarca francés autocoronado
resulta ser alguien que hasta su ingreso en la academia militar
era por sangre y vocación un independentista corso28.
Los verdugos de Luis XVI creían que Julio
César fue asesinado por adeptos de la democracia una
peregrina opinión de Rousseau, y quince años
más tarde la patria se confía al equivalente de
Octavio Augusto. Otros países abolieron el Viejo Régimen
para racionalizar la coacción, y muchos franceses aspiran
sin duda a eso mismo. Con todo, un nudo de circunstancias impone
revivir antes el tránsito de la Roma republicana a la imperial.
Gracias a su gran caudillo, y a fiables veteranos, Francia puede
nombrarse tutora de «repúblicas hermanas» que
sufragan materialmente su guía ética y política.
El Emperador levanta un Arco de Triunfo, transforma a parientes
y mariscales suyos en reyes de España, Holanda, Westfalia
y partes de Italia, ejerce como Protector de Suiza e impone
a los Habsburgo que le cedan la mano de María Luisa, una
archiduquesa de Austria estrechamente emparentada con María
Antonieta.
1. La situación de los negocios.
Reinando Luis XVI seguía vigente el derecho canónico
en materia de «usura»29,
y la falta de pagarés admisibles hacía que hileras
de estibadores eligiesen el mediodía para cruzar de una
casa a otra cargando pesadas sacas de monedas. Con el Directorio
el interés del dinero es ya legal y los medios de pago
se han multiplicado, pero el metálico de calidad vuelve
a estar oculto y los assignats llegan a valer apenas su
precio en papel30.
De hecho, los veinte años que transcurren entre el gobierno
de los Directores y el destierro de Bonaparte están marcados
por una resurrección mercantil no exenta de paradoja. Aunque
el país está provisionalmente ahíto de experimentos
colectivistas, sigue siendo una economía de guerra, y el
Imperio llega cuando el Estado francés cumple una década
de bancarrota. Dicha situación se prolonga con altibajos
otra década, concretamente hasta que más de seiscientos
mil soldados franceses perezcan en la campaña de Rusia.
Mitigada por saqueos aquí y allá,
la insolvencia crónica impone una práctica de mendigar
calderilla expuesta modélicamente por el caso de la llamada
Louisiana, un territorio gigantesco31 que tras robarse a España
se ofrece a una Norteamérica gobernada entonces por Jefferson.
La delegación americana aspiraba a comprar el puerto de
Nueva Orleans, por el cual pagaría hasta diez millones
de dólares, y queda estupefacta al oír que Francia
vendería toda la Louisiana por quince si recibe rápidamente
el dinero32. Tanta prisa tiene, en efecto, que acepta pagar poco
menos de la mitad de esos quince millones a las dos compañías
más solventes del momento la Hope holandesa y el
banco Barings de Londres, vendiendo finalmente la hectárea
a seis centavos de dólar. Bonaparte presenta esta operación
al país como un ahorro substancial en los gastos militares,
pues si los territorios siguieran siendo nacionales deberían
ser defendidos de Inglaterra. Jefferson deduce que el Primer Cónsul
de la Francia tan admirada por él33 no es sólo un
tirano sanguinario, sino un payaso acuciado por la indigencia.
Por lo demás, Napoleón tiene en
la más alta estima el derecho de propiedad, que regula
de modo generoso y exhaustivo en su Código civil. Acierta
plenamente cuando piensa que esa compilación resulta más
meritoria y duradera que ganar sesenta batallas, y da allí
rienda suelta a su mentalidad conservadora regulando del modo
más tradicional la herencia, el matrimonio y la familia.
Más próximo al liberalismo está el Código
mercantil, una materia de la cual sabe menos y que por eso mismo
puede adaptarse a los usos contemporáneos. Como dice el
ponente de la parte dedicada a la letra de cambio:
«Históricamente, este descubrimiento es algo
comparable al del compás o América [
] Ha
liberado capital mueble, ha facilitado sus movimientos y ha
creado un inmenso volumen de crédito. Desde ese instante
dejó de haber otros límites que los terráqueos
para la expansión del comercio»34.
Si la Révolution no ofreciese
tantos ejemplos de equivocidad podría parecer incoherente
que Bonaparte quisiera desplegar las alas del comercio francés
manteniendo al país como gendarme y cobrador de Europa,
pues ha tenido varias oportunidades para concertar una paz duradera
y las ha rechazado todas. Los gastos militares repercuten como
un cuanto de dificultad añadido a cada empresa, y por si
eso fuese poco las Constituciones napoleónicas retornan
al centralismo cerrado que informa tanto a la monarquía
absoluta como a la república neoespartana. El Emperador
es tradicionalista, y en privado no vacila en decir que «la
Revolución fue un ejercicio de vanidad, con la libertad
como pretexto»35,
pero la grandeur incluye un panteón patriótico
donde Marat y otros pobristas fervientes deben ocupar puestos
de máximo honor. Para el empresario este conjunto de circunstancias
equivale a estar rodeado por una cadena de absurdos, que le mandan
someterse al dirigismo y le exponen simultáneamente al
desprecio y la sospecha. Para ser algo más exactos, Waterloo
llega antes de que Lyón y los grandes puertos franceses
del Mediterráneo y el Atlántico se recuperen del
ataque padecido en 1793, que interrumpe su desarrollo no ya años
sino décadas.
La articulación de unas cosas con otras
puede considerarse «responsable del rendimiento económico
un tanto decepcionante del país en los próximos
cien años»36.
La vida cotidiana fue quizá siempre más cómoda
en Francia que en Inglaterra y Alemania, aunque el desempeño
industrial y comercial de esos vecinos les asegura avances más
sostenidos en renta. Todavía a mediados del siglo XX el
canciller alemán de la posguerra, Adenauer, ironiza diciendo
que el estilo acorde con la grandeur gala es viajar en
primera con billete de segunda.
2. Los estigmas de la gloria. Probablemente
el primer europeo que se declaró tribuno grecorromano fue
la gran estrella del foro Simon Linguet (1736-1794), un populista
nostálgico del medievo pasado por la guillotina tres semanas
antes que Robespierre. Los anales le recuerdan por una «técnica
de arenga para multitudes» basada en lemas de efecto bombástico
o infalible, entre los cuales está que «amar a la
patria excluye amar el dinero»37. Sus minutas estaban lejos
de adaptarse a ese criterio38, y no hay constancia de que sus
compatriotas mirasen o miren el céntimo menos que otros
europeos. Se diría que la diferencia reside más
en grado de discordia, unido a un gusto invariable por la declamación.
Siglo y medio antes la corriente cartesiana
había resucitado el dualismo con una cesura absoluta entre
materia extensa y materia pensante, y llegó a inventarse
una víscera imaginaria la glándula pineal
para explicar cómo los corpúsculos materiales y
los pensantes iban comunicándose noticias. Trasladada a
ética y teoría política, esta heterogeneidad
absoluta propone la materia extensa como cosa inerte en general
y devuelve el patetismo que los gnósticos llamaban ebriedad
de lo inaudito. Como se ha dicho desde Tocqueville, «la
revolución francesa procedió a la manera de las
revoluciones religiosas»39, incorporando al proceso civil
una carga de ecumenismo e intolerancia hasta entonces reservada
a un par de credos monoteístas.
Otras democracias tuvieron como nexo de unión
para sus ciudadanías que el Estado ni tuviese religión
ni se pareciese en nada a una secta, donde siempre resulta esencial
cierto mesías y un programa de salvación. Original
siempre, la Révolution funda sus actos en mandatos
del Ser Supremo, procede con una fe inasequible al desaliento
e inaugura el fanatismo político rechazando por sistema
los desmentidos de la experiencia. Un contemporáneo observó
que dicho giro sólo podía producir «un vacío
cortejado por la usurpación de un tirano militar, dando
ocasión a esas atrocidades que desmoralizaron a las naciones
del mundo y destruyeron y destruirán todavía
a millones y millones de sus habitantes»40.
No pudo estar más en lo cierto, pues
parte del censo insistiría en pensar y obrar sin ser dirigido,
mientras otra parte contrapondría número de votos
a auténtica voluntad del pueblo para imponer lucha a muerte.
Llamativamente, el respeto por la iniciativa privada debe esperar
a los códigos napoleónicos, cuando libertad mercantil
no supone libertad de prensa o asociación. Como demostrará
el primer ensayo de sufragio universal (masculino) que se
hace esperar hasta 1848, el credo sans-culotte no
es un sentimiento mayoritario ni siquiera entre los más
desfavorecidos, pero sí la bandera ya permanente de intelectuales,
estudiantes y algunos proletarios. Dicho grupo entiende que la
Revolución cesó antes de instaurar justicia social,
y hasta qué punto París es fiel a ello lo indican
posteriores explosiones de dictadura communard, desde la
sublevación de 1830 a las Comunas de 1848 y 1871.
Lejos de ventilarse en los treinta años
mencionados por Jefferson o en los cincuenta atestiguados por
Tocqueville, el impulso que llama a la igualdad montañesa
se prolonga poco menos de un siglo, con reviviscencias que llegan
a Mayo del 68. Aún hoy los manuales franceses de enseñanza
media dicen que la verdadera Constitución revolucionaria
fue la nunca promulgada de 1793, pues sólo ella declara
el droit de subsistence. Concebir el quinquenio álgido
como un fenómeno que fue radicalizándose de alguna
manera sin querer, acosado por la agresión extranjera y
el sabotaje de los aristócratas, tiene como principal inconveniente
el desmentido de los hechos. Fue Francia quien declaró
la guerra a toda Europa porque quiso, quien decidió que
emigrar merecía confiscación y quien no tardó
en prolongarlo a cualquier pariente del exilado. Lejos de ser
una consecuencia no pretendida, la Révolution «atiende
desde el principio a un código de valores cristianoigualitarios,
agresivamente antimercantil y antiliberal»41.
Si se prefiere, el Terror es un Sermón
de la Montaña aligerado de caridad y expuesto en términos
bélicos, tan sempiterno como otras recetas de redención.
Analizar la composición y el voto de las sucesivas asambleas
revolucionarias nos ha servido para comprobar que en ningún
momento esta receta se acercó a una mayoría simple,
y su componente religioso brilla con especial fulgor en el hecho
de que se considerase siempre una expresión de la «voluntad
general». Debía exterminar al parásito insolidario,
aunque se cebó con campesinos e industriales fundamentalmente:
«Arrasó ante todo las áreas de gran crecimiento:
los puertos de ambos mares, las ciudades textiles del norte
y el este, la gran metrópolis de Lyón. La bourgeoisie
que la historia marxista presenta como beneficiario esencial
del proceso fue, de hecho, su principal víctima»42.
IV. El comunista profesional
François-Nöel Babeuf (1760-1797),
que adoptó como alias el nombre de Graco, tribuno del pueblo,
fue hijo de campesinos humildes y empezó trabajando en
la oficina del catastro, donde compuso un largo texto sobre reforma
agraria que no leyó prácticamente nadie. Condenado
por falsedad documental en tiempos de Robespierre, abominó
de sus métodos mientras estuvo preso, aunque beneficiarse
de una amnistía43
y palpar la calle le hizo reconsiderar las ventajas del Terror.
En la cárcel había leído el Código
de la Naturaleza de Morelly creyéndolo escrito
por Diderot, que acabó de perfilar sus ideas sobre
la justicia. Desde entonces supo que la Naturaleza ha dado a todos
los hombres el mismo derecho a disfrutar de todos los bienes44.
Los evangelios mandan vender las posesiones para repartir ese
dinero entre los pobres, y Babeuf actualiza el precepto del siguiente
modo:
«Todo ciudadano que rinde todas sus posesiones al país
es miembro de la gran comunidad nacional, que garantiza a sus
miembros todas sus necesidades. La gran comunidad impondrá
trabajo obligatorio a quienes hayan dado mal ejemplo por pereza,
lujo y conducta laxa, y sus bienes serán confiscados.
Quien acepte pago o tesoros será castigado severamente»45.
Lo novedoso es una praxis que asegura la Gran
Comunidad «formando «revolucionarios profesionales
para un asalto relámpago al poder»46.
En cosa de un año las actitudes han cambiado tanto que
esta tesis le vale a Babeuf no ser admitido en el club jacobino
por égorgeur («degollador»),
algo tanto más amargo cuanto que sus viejos amigos Tallien
y Fouché, égorgeurs eminentes otrora, ocupan las
cumbres del poder y hacen gala de moderación. Está
a punto de olvidarse que la llama revolucionaria se apagará
si el rico deja de ser considerado enemigo del pueblo, y que triunfará
el contrarrevolucionario si la sociedad formada por desiguales
no es sustituida sin demora por una dictadura de iguales. Calculando
que en Francia hay veintidós millones de oprimidos por
un millón de opresores47,
el grupo de Babeuf presenta al país en 1795 un texto redactado
por el literato S. Maréchal entonces tenido por eminencia
de las letras bajo el título Libertad política:
igualdad económica:
«¡Exigimos igualdad real o muerte, y la tendremos
a cualquier precio! La Revolución es sólo la precursora
de otra mayor y más solemne, que será la última
[
] Perezcan todas las artes mientras subsista la igualdad
real. El bien común es la comunidad de bienes. ¡Desaparezca
para siempre la repugnante distinción entre ricos y pobres,
gobernantes y gobernados! Dicen que sólo queremos saqueo
y masacre, pero la sagrada empresa que organizamos sólo
apunta a terminar con la miseria pública. [
] Vuelven
los días de la restitución general. ¡Pueblo
de Francia, te corresponde la forma más pura de toda
gloria! ¡Sí, eres tú quien podrá
ofrecer al mundo este conmovedor espectáculo! [
]
Los amantes del poder absoluto no se avendrán a la igualdad
real, pero ¿qué pueden unos pocos miles de descontentos
contra una masa de personas felices sin excepción, sorprendidas
al hallar la dicha al alcance de su mano? ¡Pueblo de Francia!
Abre tus ojos y tu corazón a la plenitud de la felicidad,
reconoce y proclama con nosotros la República de los
Iguales»48.
Mientras difunde este texto, Babeuf se aplica
a organizar un «Directorio secreto de salud pública»,
que en 1796 intenta alzar en armas a unos diecisiete mil hombres.
La maniobra fracasa antes de empezar, infiltrada por un topo del
entonces general Bonaparte, haciendo que caigan en manos de la
policía no sólo todos sus jefes49
sino documentos teóricos y tácticos. Sigue a ello
un juicio público donde la prueba incriminatoria básica
es el propio plan del golpe, que insiste en matar sin dilación
a cualquier disconforme. Babeuf alegará el último
día de la vista oral: «Sólo se me acusa de
resistir a la opresión, como Jesús el galileo, que
predicó la igualdad, y Licurgo, que se exiló para
no ser sacrificado por aquellos a quienes benefició»50.
Esto no le libra de una condena a muerte que se cumple en 1797.
El corso P. Buonarrotti uno de sus cómplices
escapa con prisión perpetua gracias a un remoto parentesco
con Napoleón, y casi treinta años más tarde
publica La conjura de los iguales (1824), un extenso texto
que inspira a todas las generaciones ulteriores de comunistas.
Entre los papeles que le fueron incautados con
ocasión de su arresto destacan piezas como Análisis
de la doctrina del tribuno Babeuf, proscrito por decir la verdad,
la Carta de la Francia libre a su amigo el Terror o el
escrito llamado Comercio, donde entre otras cosas afirma
que «la República no acuña dinero»51.
Se ha especulado con la traición de Barras a los Patriotas
del 89 que acabarían formando la Unión del
Panteón y el movimiento encabezado por Babeuf, pero
la carta de éste dos días después de ser
encarcelado ayuda a entender por qué Barras le consideró
«un gran tonto».
«¿Qué pasaría, Directores, si este
asunto pasase a la luz pública? ¡Que se me encomendaría
el papel más glorioso! Demostraría con toda la
fuerza del carácter, con toda la energía que como
sabéis poseo, la rectitud de la conspiración que
encabezo [
] ¿Os opondríais a toda la gran
secta sans-culotte que no se ha dignado aún considerarse
vencida? Si perdéis el apoyo de los patriotas quedaréis
solos ante los monárquicos.
La muerte o el exilio serían mi senda
hacia la inmortalidad, que recorreré con celo heroico
y religioso, pero eso no asegura la salvación de la República.
Sólo veo una senda sabia para vosotros: declarar que
nunca hubo una conspiración seria. Mi habitual franqueza
puede garantizaros la paz, pues sabéis hasta qué
grado llega mi influencia sobre los sans- culotte. Graco»52.
Para entonces hay monárquicos no menos
que comunistas en cada familia, como una década antes aconteciera
durante la revolución bátava. La principal novedad
del caso es que el posibilismo no se persiga como complot, y que
vuelva a la palestra el desterrado término medio. Al sueño
de Marat le esperan dos décadas de eclipse y los planteamientos
de SaintSimon, un liberal coetáneo de Babeuf que
es también el primer pensador «socialista».
Larga vida espera al socialismo, que acogerá a partidarios
de la libertad en sentido negativo tanto como en sentido positivo,
reproduciendo una vez más no sólo la guerra sino
el equívoco milenario. Pero el propio decurso histórico
no deja de proponer ese dilema con creciente nitidez. Para empezar,
SaintSimon construye el concepto de sociedad industrial
al mismo tiempo que analiza el episodio grandioso y trágico
comprendido entre la toma de la Bastilla y el desenlace de Waterloo.
Piensa que ese rapto de autoimportancia y simplismo partió
de su país en buena medida, pues «los autores de
la Enciclopedia no indicaron qué idea debía
adoptarse para sustituir al Antiguo Régimen desacreditado
por ellos»53.
NOTAS
1
- Jefferson 1987, p. 102.
2
- Robespierre, en Soboul 1983, p. 655.
3
- «Las expresiones monsieur y madame serán
sustituidas siempre por ciudadano y ciudadana», ordena un
decreto de la Convención (10/10/1792). También se
impone que el rey y la reina de la baraja sean sustituidos por
«un genio de la guerra» y «una libertad de las
artes» respectivamente. Las estereotipadas vírgenes
de parroquia rural se transforman por ley en efigies de la Francia
Republicana, con dos cambios: los senos se desnudan y la cabeza
dejando intacta el aura se corona con el gallo gálico.
4
- Ser la amante de Tallien y refrenar sus impulsos carniceros
salva a innumerables gentes de Burdeos y luego de París,
donde se la conocerá como Nuestra Señora de Thermidor.
La pasión que inspira a Tallien del cual se divorciará
algo después precipita el golpe de ese mes e interrumpe
así el reino del Terror, pues el grupo de Robespierre pretende
guillotinarla y su esposo prefiere morir a verla muerta. Cf. Escohotado
1941, p. 112-130.
5
- Cf. Schama 1989, p. 707.
6
- Discurso a la Asamblea Legislativa del 29/11/1792.
7
- Cf. Schama 1989, p. 708.
8
- Ibíd, p. 709.
9
- Sobre el sentido del término véase antes, p. 423-425.
10
- Cf. Soboul 1983, p. 655.
11
- No tarda en surgir un lobby basado en que los assignats puedan
adquirirse a crédito, desembolsando inicialmente sólo
una fracción de su precio. Dicho grupo apoyaría
siempre declaraciones de guerra a nuevos países, pues con
una Francia hipotecada a esos gastos siempre habría maneras
por ejemplo, suscribiendo nuevas emisiones de asignados
de postergar los reembolsos; cf. Soboul 1983, p. 656.
12
- Cf. Schama 1989, p. 758.
13
- A partir de ese momento pasa a ser un protegido de Robespierre,
amigo íntimo de su hermano Agustín.
14
- Westermann, en Schama 1989, p. 788.
15
- Cf..Armand y Maublanc 1940, p. 17.
16
- Cf. Greenfeld 2001, p. 145.
17
- Cf. Soboul 1983, p. 688.
18
- Una ley de octubre de 1795 sigue excluyendo del cargo público
no sólo a emigrés sino a cualesquiera parientes
suyos, emigrados o no; cf. Soboul 1983, p. 657.
19
- Ibíd, p. 655.
20
- La nueva Constitución establece que «la propiedad
es el fundamento que sustenta el cultivo de la tierra, cualquier
producción, todos los medios laborales y el conjunto del
orden social» (art. 8).
21
- A saber: 1) que el Estado debe estar abierto siempre a cualquier
cambio democrático; 2) que la mayoría debe gobernar
en todo caso, aunque sin privar a las minorías de su derecho
a existir y expandirse en cuanto tales; 3) que ningún pretexto
justifica coartar el derecho ciudadano de oponerse a la opresión,
una facultad preservada por prensa libre, asociaciones libres
y el recurso a la desobediencia civil.
22
- Jefferson 1987, p. 89-90.
23
- En febrero de 1800. Cf. Soboul 1983, p. 659.
24
- Cf. Belfort Bax 1911 (2006), c. 2.
25
- «Simple perdigonada», en palabras de Bonaparte,
el efecto de sus cañones sobre los insurrectos de 1795
supera por diez o más el de 1792, cuando la Guardia Nacional
usó sus fusiles para defenderse de otra masa (deseosa de
linchar a Luis XVI). Dos años después el gran Bailly
alcalde en 1792 sería guillotinado bajo la
acusación de no evitarlo; pero la historia conmemorativa
recuerda a los muertos de un evento como mártires y a las
del otro como traidores, anulando cualquier comparación
numérica.
26
- Sieyès, Ducos y Bonaparte.
27
- Este paso es precedido por una consulta al censo electoral de
aquellos momentos, que arroja una mayoría colosal: 8.354
votos en contra y unos 3.550.000 a favor. El plebiscito de 1804,
que sigue a su coronación como Emperador, reduce los partidarios
del «no» a una cuarta parte (apenas 2.500); cf. Soboul
1983, p. 660.
28
- Vástago de una familia toscana en origen, Nabulione Buonaparte
vino al mundo precisamente en 1769, cuando Francia invadió
una Córcega hasta entonces unida la república de
Génova. El dialecto corso y el italiano fueron sus primeras
lenguas, y teniendo veinte años escribió a su amigo
Pasquale de Paoli, líder de la resistencia independentista:
«Nací cuando mi país agonizaba. Treinta mil
franceses desembarcaron en nuestras costas, ahogando el trono
de la libertad en un mar de sangre: ése fue el espectáculo
que ofendió mis ojos infantiles»; Napoleón,
en Durant 1975, p. 91.
29
- La última confirmación del Vaticano en ese sentido
había sido la bula Vix Pervenit (1754).
30
- En marzo de 1796 serán sustituidos por mandats,
que al mes siguiente valen sólo el 1 por 100; esto significa
cumplir en treinta días la depreciación que el assignat
experimentó a lo largo de tres años; cf. Soboul
1983, p. 657.
31
- Algo superior a los dos millones de kilómetros cuadrados,
que se extendía desde el Golfo de México hasta la
frontera canadiense, ocupando casi la mitad del actual país.
32
- Cf. Wikipedia, voz «Louisiana purchase».
33
- «Su altura intelectual, las disposiciones comunicativas
de sus hombres de ciencia, la cortesía de los modales comunes,
la soltura y vivacidad de su conversación, proporcionan
a la sociedad francesa un encanto que es imposible hallar en ninguna
otra parte»; Jefferson 1987, p. 116.
34
- Cf. Hirschman, 1997, p. 174.
35
- En R. Amón «Vuelta de tuerca a la Revolución
francesa», El Mundo, 24/3/2008, p. 36.
36
- Greenfeld 2001, p. 153.
37
- Linguet, en Greenfeld 2001, p. 150.
38
- Al contrario, sabemos que reclamó y cobró aprovechando
el auge de la Montaña veinticuatro mil libras al
duque DAiguillon; cf. Schama 1989, p. 167-169. El movimiento
Otro Mundo es Posible ha rescatado lemas suyos adicionales, como
que «el jornal esclaviza» o «el mercado es la
prisión»; cf. Wikipedia, voz «Esclavitud del
salario».
39
- Tocqueville 1987, vol. I, p. 59.
40
- Jefferson 1987, p. 111.
41
- Schama 1989, p. 611.
42
- Ibíd, p. 787.
43
- La decretada al disolverse la Convención.
44
- Cf. Cole 1975, vol. I, p. 28.
45
- Babeuf, memorando llamado Igualdad, libertad y bienestar
universal; cf. la página web Belfort Bax: Babeuf
(1911).
46
- Cf. Cole 1975, vol. I, p. 26-29.
47
- En el Tribuno del Pueblo de noviembre de 1794; cf. Fetscher,
1987, p. 62.
48
- Maréchal, en Belfort Bax: Babeuf (1911), cap.
V.
49
- La plana mayor está compuesta por los montañeses
Debon (feroz représentant-en-mission de la Convención
en Arras), el impetuoso Darthé y Lepelletier (alguien ávido
de venganza al ser hermano del primer asesinado por contrarrevolucionarios),
que están todos en las listas de diputados inelegibles
por implicación en alguna atrocidad durante el Terror.
50
- Babeuf, en Belfort Bax 1911 (2006), cap. VI.
51
- Ibíd, caps. 2-4.
52
- Ibíd, cap. 6., A despecho de componer una biografía
hagiográfica, Belfort Bax considera que «la misiva
no fue muy sabia o digna de las circunstancias».
53
- Saint-Simon 1971, p. 111.
Fin del volumen primero
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