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El coloso minúsculo
«Las tierras producen menos por razón
de su fertilidad que por la libertad de sus habitantes.»
Ch. H. Montesquieu1.
¿Cómo pudieron los neerlandeses2
resistir no sólo al conde-duque de Olivares y el imperio
español sino a la Francia de Luis XIV, hasta hacerse árbitros
de Europa desde finales del siglo XVI hasta bien entrado el XVIII?
Su población formaba parte en origen de las llamadas diecisiete
provincias flamencas, feudos del Sacro Imperio desde 1477 por
matrimonio del emperador Maximiliano con María de Borgoña,
que serían heredados por Carlos de Gante, futuro Carlos
V, teniendo él seis años. Así iban a mantenerse
hasta Felipe II, cuando Holanda y otras seis autonomías3
se embarcan en una guerra de independencia prolongada durante
ochenta años, sin otro aliado nobiliario que un magnate
de rango medio como Guillermo I el Silencioso, duque de Orange.
Imprimen entonces una moneda que en una de sus caras porta el
lema Libertas Patria y en la otra representa a una doncella
tocada por el sombrero de hongo libertario, luego convertida en
una joven que ordeña a una gran vaca.
El Juramento de 1581, que crea las Provincias
Unidas y consuma la secesión de España, se apoya
de modo expreso en lo argumentado diez años antes por Bartolomé
de las Casas. A saber, que «si el Príncipe no respeta
las leyes y usos de un país, el pueblo tiene derecho a
elegir otro regente». Y, en efecto, el absolutismo de Felipe
II no podía ser más extraño a territorios
caracterizados ya entonces por una descentralización radical,
donde no ya cada provincia sino cada ciudad eran repúblicas
autónomas y la actividad económica llevaba generaciones
a cubierto de veleidades gubernativas. Partían de «una
filosofía de la vida basada en frugalidad e industria»4,
con clases medias hechas a practicar la sencillez del menonita
y empresarios a menudo calvinistas, apasionados por la apuesta
como «juego del ser humano»5.
Cuando Guillermo I resulte asesinado, poco después,
ni los propios neerlandeses creen posible sobrevivir sin apoyo
externo. De ahí ofrecer el título de soberanoprotector
al duque de Anjou, y luego a Enrique III de Francia e Isabel I
de Inglaterra, que declinan la oferta por un motivo u otro. Cuando
esos intentos fracasen no hay otro remedio que rendirse a la corona
española o seguir adelante con lo esencial de su aventura
política, y en 1588 el nuevo país se convierte en
una república democrática, gobernada por el principio
de la mayoría simple. Pero así comienza su larga
edad de oro. Hasta la segunda mitad del siglo xviii, los jornales
que paga por cualquier oficio especializado, o por el simple peonaje,
son al menos un 50 por 100 más altos que en el resto de
Europa y, por supuesto, que en todo el resto del planeta,
y en esos tiempos
«Pocos temas recurren tanto en la conversación
de hombres ingeniosos como el maravilloso progreso de este pequeño
país, que en cien años ha crecido hasta una altura
que trasciende infinitamente a todas las viejas repúblicas
griegas, y no desmerece de las mayores monarquías del
pasado»6.
I. Algunas curiosidades
Los vikingos usaron su destreza como carpinteros
y herreros para lanzarse a expediciones de conquista. Los frisios
y bátavos, que desde mucho antes ocupaban la desembocadura
meridional del Rin, se conformaron con esa inhóspita zona
y acabarían destacando en todas las ramas de la ingeniería.
Gracias a ello supieron quitarle cinco mil kilómetros cuadrados
al Atlántico, revolucionar la agricultura, inventar la
Bolsa moderna o poner en comunicación al planeta entero
con la V. O. C. y su hermana, la Compañía de las
Indias Occidentales.
Reinando Vespasiano el jefe bátavo Claudio
Civilis sublevó a buena parte de la Germania, y lo hizo
con tal pericia que el Imperio acabó firmando una paz tras
varios años de lucha7.
Roma había osado vender como esclavos a unos jóvenes
de la tribu, y la exigencia incondicional de libertad defendida
por aquellas gentes sigue resonando en crónicas altomedievales
con su grito de batalla: «Antes muertos que sometidos».
Cuando la tierra es invendible en toda Europa porque pertenece
en parte al rey, en parte al señor y en parte a la familia
en sentido amplio, siendo por eso mismo propiedad comunitaria
los neerlandeses tienen hace siglos un régimen de propiedad
individual enajenable8.
Cuando la Hansa es hegemónica en todo el norte, hasta el
extremo de forzar la claudicación de Noruega o Dinamarca
en litigios puntuales, son flotas holandesas quienes moderan por
la fuerza en caso necesario sus pretensiones de monopolio.
Pero si hay que elegir entre la batalla y el
contrato se elige esto último, pues salir adelante en aquellos
páramos no sólo ha enseñado que libertad
y propiedad son inseparables, sino que tesón y conocimiento
pueden suplir cualquier desventaja inicial. Su primer ministro
de Witt advierte a las potencias europeas que «derramaremos
hasta la última gota de nuestra sangre» para no admitir
iniquidades, mientras su secretario añade que el país
estará siempre abierto a cualquier «paz honorable
y segura», pues en todo caso «esperaremos a que nos
hagan la guerra»9.
En 1592 Cornelis van Houtman compra un pasaje a la India fingiéndose
portugués, es descubierto poco antes de desembarcar y salva
la vida prometiendo un buen rescate, que tardaría muchos
meses en llegar a su mazmorra de Goa. Cuando vuelve apenas tiene
tiempo para pisar su tierra, porque la Cámara de Comercio
de Rótterdam le ha preparado cuatro naves bien pertrechadas,
que logra guiar hasta la India gracias a la experiencia adquirida
en el primer viaje. Allí tiene el gusto de meter en mazmorras
a sus carceleros, instalando el primer puesto comercial neerlandés
en Extremo Oriente.
En 1688 el capitán general de las Provincias
Unidas, Guillermo II de Orange (1650-1702), desembarca en Inglaterra
apoyado sobre una armada de invasión que le convierte en
Guillermo III, rey de Gran Bretaña, Escocia e Irlanda.
Mientras fue el príncipe sin corona de su país alimentó
tentaciones absolutistas, pero al conquistar el Reino Unido su
meta declarada y cumplida es la reforma democrática
llamada Glorious Revolution, «que priva al monarca
de todo poder arbitrario sobre la propiedad o la libertad personal
de cualquiera de sus súbditos»10.
El hecho de exigir a los whigs ingleses una invitación
por escrito no altera el logro técnico y militar: su flota
bloquea al tiempo los principales puertos, desembarca en los puntos
previstos y consuma en general lo que cien años antes intentara
la supuesta Armada Invencible de Felipe II.
Poco antes su principal partidario en Inglaterra
el portavoz de los Comunes y gran codificador del common
law ante «arbitrariedades de la legislación»,
Edward Coke, director también de la London Company
ha formulado el principio en origen holandés de que «los
jueces no hacen la ley y se limitan a declarar la preexistente»11.
Su homónimo, compatriota y coetáneo, el viajero
Roger Coke, constata entonces con admiración que en las
Provincias «ambos sexos son educados en matemática
aplicada, y aprenden en la escuela lo fútil del proteccionismo»12.
1. Una aristocracia del conocimiento. Las
Provincias brillan ante todo merced a contemporáneos de
Guillermo III como Johan de Witt (1625-1672) y Baruch Spinoza
(1632-1667), que destacan entre una pléyade de científicos,
empresarios y políticos. Patricio civil por cuna, de Witt
es elegido primer ministro a los veintiocho años y gobierna
casi dos décadas, consolidando las instituciones de una
república donde libertad política y económica
van de la mano. Las academias le recuerdan como jurista y geómetra,
o más aún por una «matemática del azar»
hoy conocida como cálculo de probabilidades13,
sin que los demás le tengamos presente siempre como aquello
que en realidad fue: el estadista liberal originario.
Para pensar la democracia no le faltaron buenos
ayudantes como su secretario Pieter de la Court14
y ante todo el tallista de lentes y dilecto amigo Spinoza, que
a instancias suyas eleva el programa de la libertad (vrijheid)
neerlandesa a dimensiones intemporales. Su inconcluso Tratado
político (1672), secuela del previo Tratado teológicopolítico,
presenta el Estado racional como unidad construida sobre el culto
a la diferencia, que se contrapone por eso mismo a la unidad simple
o nacional del absolutista.
II. Navegando el riesgo
En Francia y en Alemania, sus vecinos geográficos,
la aristocracia está exenta de tributación. En Las
Provincias sólo están exentos de tributación
los indigentes, una medida imitada algo después por Inglaterra.
En Holanda, la provincia más rica con mucho, una ciudadanía
exigente por no decir díscola veta el menor gasto prescindible
a costa suya, admitiendo sólo una remuneración simbólica
para los cargos públicos. De Witt, por ejemplo, ocupa la
más alta magistratura exclusivamente porque deslumbra por
«su talento e industria». El estibador le interpela
por la calle, donde deambula sin escolta, y hablan de igual a
igual. Aunque rara vez se librará de ásperos reproches,
eso mismo enorgullece y une a ambos.
El culto a la majestad intacto en gran
parte de Europa ha dejado de existir allí. Por lo
demás, es un tránsito brusco del imaginario clerical-militar
al prosaísmo republicano y no exento de peligros, pues
el populacho ofrecerá un duradero punto de apoyo para que
demagogos al servicio de la preterida nobleza exciten nostalgias
absolutistas15.
El ejemplo más flagrante llega en 1672, cuando la flota
inglesa bloquea y ataca por mar, el invicto ejército del
Rey Sol entra por el sur y las tropas de Münster y Colonia
por el este. De Witt ha dimitido meses antes, forzado por sabotajes
orangistas a sus intentos de entenderse con Francia, y una turba
animada por la bandera naranja le despedaza de modo monstruosamente
cruel mientras camina con su hermano Cornelis por La Haya, sin
que el duque Guillermo futuro monarca inglés y desde
ese momento magistrado supremo del país persiga a
los culpables.
Una inmensa consternación invade al país,
que habría sucumbido al ataque terrestre si no dispusiera
de una obra de alta ingeniería como el Frente Acuático,
diseñada para proteger los centros neurálgicos a
costa de ceder gran parte del territorio. Hacen falta algunos
días para que ese río artificial crezca lo bastante,
y el plazo lo habilita una oferta de Luis XIV marcharse
si recibe dieciocho millones de florines, que entre el despacho
y la respuesta (un indignado No) acaba de hacerlo infranqueable.
El ejército del obispo de Münster resulta literalmente
ahogado cuando pretende entrar por Groninga, en el norte, y entretanto
la flota holandesa inflige a los ingleses una primera derrota,
a la que siguen otras dos y una inversión del cuadro: el
bloqueador es bloqueado y debe pedir la paz. También Francia
ha de retirarse, como los demás agresores, y será
sometida desde entonces a una política de desgaste que
llega a su apogeo con el nombramiento del duque de Orange como
rey de Inglaterra.
Por pequeño y mísero que sea un
país en materias primas, aceptarse como sociedad comercial
le ha dado recursos nunca mejor dicho fortuna para
superar la codicia y el escándalo de todos los demás
juntos16.
Tan sagrado es allí el intercambio que sus agentes no interrumpen
operaciones ni cuando el abastecido está en guerra con
su país; por ejemplo, si convinieron entregar grano a España,
Francia o Inglaterra lo entregan, prefiriendo embolsarse el dinero
a provocar hambrunas en la retaguardia enemiga. Acusados de alta
traición por ello, esos comerciantes responden que las
guerras se ganan con efectivo y coraje, y que ellos están
dispuestos a aportar desinteresadamente ambas cosas cuando proceda.
En Civilización y capitalismo,
una trilogía admirablemente documentada y escrita, Fernand
Braudel comienza el volumen dedicado a las finanzas del periodo
XV-XVIII con la propuesta de que «en el póker económico
algunos siempre han tenido mejores cartas que otros, por no decir
ases en la manga»17.
Como Las Provincias inauguran sin duda el capitalismo privado
moderno, tratemos de precisar en qué consistió su
ventaja.
1. De los maremotos a la intermediación.
Poco se sabe del país hasta el tsunami de 1282, cuando
el Atlántico rompió la franja costera de dunas a
la altura de Texel, inundando una gran extensión de terreno
y formando la gran bolsa de agua salada que se llamaría
desde entonces Mar de Zuyder. Siguen noticias dispersas sobre
gentes sometidas a vientos huracanados y un frío intensamente
húmedo, con una tierra anegada tres cuartas partes del
año y sin otros árboles que las alamedas de algunos
canales. La gran ola ha trastocado casi todo, y una población
diezmada sobrevive a duras penas, arrendando en verano sus pastos
a ganaderos alemanes y daneses. En 1421 el Día de
santa Isabel un nuevo golpe del mar inunda quinientos kilómetros
cuadrados, mata a unas cien mil personas, borra del mapa setenta
y dos ayuntamientos y convierte a Dordrecht en una isla durante
interminables semanas.
Sin embargo, ya para entonces el país
sorprende al visitante por una cantidad inusitada de molinos,
que se sirven del viento para drenar y regar alternativamente
la tierra. En 1500 el aprovechamiento de la pesca, una agricultura
revolucionaria, mucho comercio y mucha industria no sólo
han permitido alcanzar la más alta densidad demográfica
del Continente sino una distribución anómala de
la población, ya que dos de cada cinco personas son burguenses.
En Alemania y Francia el porcentaje es cuatro veces menor. Los
europeos llaman «dieta epicúrea» a la combinación
de frutas, hortalizas, productos lácteos, pescado, marisco
y carne, que asegura a los neerlandeses las proteínas y
vitaminas necesarias para ser los europeos más altos con
mucho18.
Bastante después, cuando el caballero
de Parival publique Les délices de lHollande
(1662), la nobleza local se queja de que «los asalariados
obtienen gran parte de los beneficios y viven más cómodos
que sus señores». En realidad, es imposible allí
hace tiempo la exención fiscal del señorió
que reina en el resto de Europa, y todos los ricos pagan un impuesto
progresivo sobre la renta19.
Los granjeros han creado un tipo de vaca único, capaz de
rendir hasta tres cubos diarios de leche, y los agricultores son
peritos agrónomos20.
El sector pesquero captura, sala, empaqueta y distribuye cantidades
ingentes de arenque, y las granjas exportan el 90 por 100 de sus
quesos. Con métodos que anticipan la producción
en cadena, los astilleros de Rótterdam botan una nave robusta
y panzuda el vlieboot que a igualdad de carga
cuesta menos y necesita menos tripulantes. Otra parte de su industria
elabora maquinaria singularmente atractiva, ya que se basa en
piezas recambiables. Dentro del textil hacen solo teñido
y acabado de paños, si bien con técnicas que les
aseguran independencia21.
Sus comerciantes prefieren el producto de las
salinas de Francia, por ejemplo, pero cuando esas plazas se les
cierren encontrarán un modo baratísimo de hacer
menos cáustica la sal de Setúbal y Cádiz.
Beben abrumadoramente cerveza, pero compran y trasladan buena
parte del vino francés. Ser implacables en la persecución
del beneficio les ha hecho también flexibles, y tienen
siempre una respuesta extramilitar a carencias o reveses de la
suerte. Como comenta de Witt al embajador francés, seguiremos
comprando sus productos mientras acepten nuestras manufacturas,
«no sólo porque la reciprocidad es justicia sino
porque a nosotros no nos cuesta como a ustedes ser sobrios y recortar
lujos»22.
De eso sabe mucho una marina que es dueña entonces de los
océanos, y fantásticamente bien alimentada para
lo habitual entonces, donde ni el capitán tiene derecho
a ginebra sin la justificación de algún percance
grave.
Inventar y economizar, pagando siempre por cada
cosa, empieza por el principal obsequio del maremoto el
puerto de Ámsterdam, que debe servirse de artilugios
para elevar cascos de gran tonelaje y sólo se mantiene
dragando sin pausa bancos de arena móvil. Estos costes
añadidos no impiden que a mediados del xvii contenga a
diario miles de navíos, cuya carga y descarga se verifica
gracias a una red de almacenes sin paralelo histórico.
Un comerciante italiano observa que allí «diez o
doce negociantes de primer rango pueden mandar en un momento más
de doscientos millones de florines en dinero bancario, que se
prefiere a efectivo. No hay Soberano capaz de cosa parecida»23.
Al hacer un inventario económico de Inglaterra, que publica
en 1728, Daniel Defoe llama a los holandeses «transportistas
del Mundo, intermediarios y corredores bursátiles de Europa»24.
Lógicamente, cuidar del propio beneficio
supone financiar el crecimiento de sus clientes, y el gran salto
económico europeo en el siglo XVIII parte de una plaza
como Ámsterdam, donde se aceptan montañas de letras
libradas por empresarios de todas partes. Tan decisivo como esa
liquidación de pagarés es que el representante o
comisionista de las Provincias cree un contrato de comisión
en gran medida nuevo, donde a los servicios habituales añade
crédito. Como esto amplía los horizontes del comitente,
habilitando más operaciones, él puede doblar o triplicar
su tarifa sin perder clientela. En paralelo, las compraventas
se estimulan con un sistema de seguros y reaseguros. El predicador
Udemans, un calvinista de Zeeland, expone el código moral
vigente para sus compatriotas: «Un hombre honorable es y
será siempre un ciudadano aunque sea pobre, pero si sobrevive
a su deshonor será un muerto en vida»25.
III. La Bolsa y la vida
El mercader clásico solía decir:
«Venero el negocio, pero abomino el juego»26,
proposición muy ingenua para una ingeniería financiera
holandesa que promueve «el negocio más real y útil
entre los conocidos»27.
Junto al mercado de acciones, la Bolsa de Ámsterdam desarrolla
otro de opsies o futuros primas pagadas para poder
comprar o vender más tarde a cierto precio, cuyo
conjunto desafía el cálculo sin dejar de multiplicar
la inversión. La criatura resultante es tan sensible a
noticias fidedignas como a infundios sobre éxitos y desastres,
debe llamar atonía a la ausencia de movimientos febriles
y, en definitiva, sostiene una actividad donde todo es ludo,
juego. A la fluctuación del dividendo conseguido por cada
empresa se añaden agentes que por vocación
unas veces y por estrategia otras operan como compradores
optimistas y vendedores agoreros, clientela nueva para una alternativa
al cordial aunque turbio alcohol de las tabernas:
«Frecuentan unas casas que se conocen
por el nombre de Coffy Huysen, muy agradables en invierno por
los fuegos con que se caldean y los pasatiempos con los que
se divierten, pues unas tienen libros para leer, otras tableros
para jugar, y todas cantidad de gente para charlar. Unos toman
chocolate, otros coffie, otros suero, otros té, y casi
todos fuman tabaco para entretener la conversación, con
lo que se calientan, se recrean y se divierten por poco dinero,
oyendo las noticias, discutiendo sus ideas, ajustando los negocios»28.
El autor de estas líneas les llama «tahúres»
con afabilidad, viéndoles navegar lo azaroso de cada día.
¿Qué no es juego, a fin de cuentas? En general,
cualquier actividad donde los medios se sometan a los fines, como
las guerras, los dogmas o la pobreza de espíritu como ideal.
El acto lúdico es «una ocupación libre [
]
obediente a reglas absolutamente obligatorias aunque aceptadas
sin coacción, que tiene su fin en sí misma y va
acompañada por un sentimiento de tensión y alegría,
y la conciencia de ser de otro modo en la vida corriente»29.
Poco juego puede haber, desde luego, cuando las identidades dependen
de factores involuntarios como la cuna, la nación o el
credo. Pero la sociedad comercial trae consigo identidades móviles,
generalizando un modelo de condición humana «que
acepta la incertidumbre y es esencialmente deliberada»30.
En el perímetro de lo sagrado la seriedad
pertenece a símbolos y jerarquías. En el juego que
atrae no sólo al humano sino al resto de los animales
la seriedad se aplica a adquirir destreza y resistencia, cosa
a su vez imposible sin reflexión y trabajo. Está
en su naturaleza santificar los procedimientos, no la meta, aportando
un concepto de la derrota donde jugar y ganar no se confunden
jamás. La victoria resulta inseparable de algo obtenido
con fair play, y excluye por tramposo a quien mezcle reglas
de juegos distintos. Con los nuevos tiempos, va pareciendo cada
vez menos honorable imponerse sólo por la fuerza.
1. El acrecimiento sutil. Las fronteras
entre Paz de Dios y juego limpio son el asunto de Zumbido de
colmenas, o bribones convertidos en hombres honrados (1705),
cuatrocientos versos que publica anónimamente un médico
holandés, Bernard de Mandeville (1670-1733). Se ha instalado
en Londres cuando esa plaza empieza a heredar la grandeza de Ámsterdam,
y bastan pocas semanas para que un folleto de pocas páginas,
vendido por las calles a medio penique, se convierta en el mayor
superventas de la historia editorial inglesa hasta entonces. Su
alegoría arranca de san Agustín cuando denuncia
como lacra social la práctica de comprar barato para vender
caro, y desarrolla esa lógica llamando a las cosas
por su nombre: el comportamiento altruista es precisamente «virtud»,
y el egoísta es «vicio». Con todo ¿qué
tipo de sociedad se sigue de transigir con las diversas formas
del vicio?
«La raíz del mal, la avaricia,
Vicio tan condenable y degenerado,
Tornose esclavo de la prodigalidad
Ese noble pecado; mientras la lujuria
Empleaba a un millón de pobres,
Y el odioso orgullo a un millón más.
La propia envidia, y la vanidad,
Embajadores de la industria fueron;
Su amor por el inconstante desatino
En dieta, mobiliario y vestido,
Ese vicio extrañamente ridículo, convirtiose
En la rueda misma que hace girar el comercio.
Así el vicio crió la inventiva,
Que unida a tiempo e industria
Sostuvo las conveniencias de la vida,
Sus placeres reales, las comodidades, el desahogo.
Hasta una altura tal que los muy pobres
Vivieron mejor que antes los ricos,
Y nada se echó en falta.»
Cuando la colmena virtuosa interrumpe esa iniquidad,
lo primero en simplificarse es la administración de justicia
(«pues ahora los no remisos deudores/ pagan hasta aquello
que olvidaron los acreedores»), un proceso acompañado
por contracciones en todo tipo de gastos prescindibles (vain
costs). La frugalidad redirige el esfuerzo «no a cómo
gastar sino a cómo vivir», mientras «rodeadas
de paz y plenitud/ todas las cosas son baratas y simples».
Liberados de «la cruz de la industria, /todos admiran su
despensa doméstica/sin buscar ni aspirar a más».
Sin embargo, su colmena deja de ser una nación populosa
y respetada por otras, e incluso se ve lanzada al éxodo:
«Tan pocos perviven en el panal otrora
vasto
Que ni uno entre cien puede sostenerse.
Pero contando como vicio el propio desahogo
Tanto progresaron en su templanza
Que para evitar extravagancia
Volaron hacia el hueco de un árbol,
Bendecidos por el contento y la honestidad.»
Tras vender cientos de miles de ejemplares,
y disiparse los peligros de una persecución que podría
haberle llevado a la hoguera, Mandeville reconoció en 1714
su autoría e hizo importantes añadidos. Desde entonces
iba a ser La fábula de las abejas o vicios privados,
beneficios públicos. Conteniendo varios discursos para
demostrar que las debilidades humanas pueden tornarse en ventaja
para la sociedad civil, y ocupar el lugar de las virtudes morales.
Nadie había construido un sarcasmo parecido sobre el pobrismo
evangélico, y la acogida del público mostró
hasta qué punto estaba preparado para su Moraleja:
«Prescindid de lamentaciones: sólo
los necios intentan
Lograr que una colmena prospere
Sin grandes vicios, vana
Utopía asentada sólo en el cerebro.
Fraude, lujo y orgullo han de vivir
Para recibir nosotros los beneficios.
Pues el vicio resulta benéfico
Cuando la justicia lo agrupa y limita.»
Al presentar una armonía de conveniencias
particulares como origen de la sociedad próspera, Mandeville
«nunca muestra con precisión cómo se forma
un orden sin previo designio, pero pone fuera de duda que así
ocurre»31.
Esto anticipa todos los análisis ulteriores basados en
procesos de autoorganización, y formula por primera vez
el concepto de la división del trabajo. El lector común
agradeció las descripciones de «una vanidad que mendiga
adulación»32,
y abrió sus ojos al lujo como un culto a la calidad que
crea trabajo y estimula descubrimientos. Hasta el famoso crítico
literario Samuel Johnson, escandalizado por el «brutal cinismo»
del holandés, reconoce que «es imposible gastar en
lujo sin premiar a los pobres con un bien superior a la limosna,
pues les lleva a ejercitarse en la industria, mientras la limosna
les mantiene ociosos»33.
En la versión ampliada de 1714 leemos
que basta limitar al jerarca «con normas escritas, y todo
lo demás sobreviene rápidamente [...] Ningún
grupo permanecerá mucho tiempo sin aprender a dividir y
subdividir el trabajo»34.
Con el derecho como aliado, la especialización y el interés
particular fundan una sociedad incomparablemente preferible a
la construida sobre denuestos altruistas. Sociológica y
filosófica al tiempo, la perspectiva de Mandeville resuena
medio siglo más tarde en el prólogo de Smith a su
tratado de economía política35:
«En la mayor parte de las circunstancias el hombre reclama
la ayuda de sus semejantes, y en vano podrá esperarla
sólo de su benevolencia [...] No es la benevolencia del
carnicero, el cervecero o el panadero lo que nos procura alimento,
sino la consideración de su propio interés. No
invocamos sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo;
ni les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas.
Sólo el mendigo depende principalmente de la benevolencia
de sus conciudadanos, aunque no del todo, pues la mayor parte
de sus necesidades eventuales se remedian de la misma manera
que las de otras personas, por trato, cambio o compra.»
IV. Nada dura para siempre
Como el búho de Atenea, que sólo
levanta el vuelo cuando llega el crepúsculo, Mandeville
es un holandés llamado a trabajar fuera de su Rótterdam
natal. En efecto, el destino de las Provincias resulta análogo
al de la Liga Hanseática otra organización
sin organizador, cuya decadencia remite a la magnitud del propio
éxito, que en el caso de los Países Bajos
viene sobredeterminado por lo exiguo de su territorio. Todo el
planeta ha aprovechado en mayor o menor grado sus técnicas
de embalaje y depósito, su transporte, su intermediación
y su crédito, aunque el crecimiento suscita algo semejante
a una «prestamomanía» (Braudel) iniciada por
la especulación con variedades raras de tulipanes (1636-1637),
cuya Bolsa de los Tontos acaba arruinando a miles de inversores36.
Es discutible que la frenética actividad montada en torno
a esos bulbos arrojase a fin de cuentas más pérdidas
que ganancias, pero no lo es que el dinero bancario supera diez
o quince veces al metálico, y de un modo u otro converge
sobre Ámsterdam desde los cuatro puntos cardinales.
Cuando los tipos caen allí al 1,5, y
luego al 1 por 100, algunos observadores piensan que el dispensador
de liquidez podría estar atragantándose con ella,
entre otras cosas porque no tiene dónde colocarla de modo
estable y masivo. Hombres de negocios neerlandeses han puesto
en marcha la minería y la industria armamentística
en Suecia, por ejemplo; pero dicha inversión depende de
la geopolítica y sus albures no de una gestión
empresarial eficaz, y las Provincias necesitarían
una fuente doméstica de gasto como la siderurgia o el ferrocarril,
algo a su vez imposible por falta de materia prima y volumen físico.
Si se prefiere, la producción del resto del mundo no crece
al ritmo en que lo hace el tráfico neerlandés con
sus expectativas, condenándole a una recurrencia de burbujas
financieras llamadas allí ephemera. Grandes gastos
improductivos, como la guerra de sucesión en España
(1713), no perjudican en medida pareja a Inglaterra su aliado
incondicional desde Guillermo III, que aprende atentamente
de los aciertos y errores holandeses, no tiene estrecheces de
espacio y empieza a ser la residencia favorita de su elite mercantil.
En 1748 Hume estima que el país «ha
hipotecado gran parte de sus rentas»37,
y que debe reciclarse de alguna manera para hacer frente al desarrollo
comercial e industrial de sus vecinos europeos, pues éstos
están aprendiendo a gestionar sus propios asuntos. Cierto
día de 1763 la «montaña de papel» inspira
desconfianza a sus aceptantes habituales, y la rutilante Bolsa
de Ámsterdam entra en quiebra. El percance se salva inyectando
liquidez, pero arrastra al resto de las Bolsas europeas y quebranta
una confianza antes intacta. Diez años después una
segunda crisis bursátil se salda con el traslado del centro
crediticio internacional a Londres. Faltan apenas unos meses para
que los colonos norteamericanos se declaren independientes (1776),
y apoyar o rechazar su pretensión termina sumiendo en guerra
civil a Las Provincias.
1. La Revolución bátava.
La renta per capita inglesa empieza a ser superior desde 1780,
un año donde el Tesoro público neerlandés
se calcula oficialmente en unos mil millones de florines, de los
cuales cincuenta son oro, plata y diamantes; el resto corresponde
a préstamos domésticos, coloniales e internacionales38.
El conflicto entre republicanos y orangistas pro-ingleses se ha
reavivado con la Guerra de los Siete Años anglofrancesa
(1756-1763), en la cual y a costa de perder muchas naves el país
asume prácticamente todo el comercio galo y obtiene con
ello ingresos extraordinarios. Sin embargo, su marina de guerra
ha ido haciéndose meramente simbólica, y cuando
Inglaterra acabe atacando no hay modo de proteger ni a la metrópoli
ni a las principales colonias, afectadas catastróficamente
por la pérdida de Ceilán y las Molucas en 1784.
Lo trágico del caso es que tanto el Partido
Patriótico de van der Capellen como los orangistas disponen
ahora de sólidas razones. Las simpatías del neerlandés
por el derecho de los norteamericanos a autodeterminarse son políticamente
sagradas, aunque no tenga la misma justificación haber
aprovechado con cinismo la guerra entre su aliado de siempre una
monarquía constitucional como la inglesa y una Francia
absolutista. Década y media después de terminar
ese conflicto, cuando estalla la guerra de independencia norteamericana,
resulta suicida dar motivos a una armada ya invencible. El barómetro
es la Bolsa de Ámsterdam, sumida en una tercera crisis
de duración nunca vista desde 1780 a 1783,
cuyas secuelas son un país empobrecido y airado, que prefigura
la Revolución Francesa con una serie de eventos conocidos
como Revolución Bátava.
Entre una y otra media la diferencia de que
sea necesario, o no, abolir la servidumbre. Los neerlandeses llevan
siglos teniendo como aristocracia un patriciado plebeyo, y disponen
ya de la igualdad jurídica reclamada en Francia. Pero el
Partido Patriótico abunda también en recetas sencillas
y directas para transformar por completo a la sociedad como
las expuestas por Rousseau y otros philosophes, y
mientras denuncia los intentos monárquicos de desacreditar
a la democracia no puede impedir que su «¡Larga vida
la libertad!» coincida con saqueos, vandalismo y motines.
Eso basta para inflamar los ánimos de un país castigado
en su amor propio por la crisis económica y la derrota
militar, con una población desconcertada y atónita
ante el odio que estalla en su seno. El ya mencionado Oldencop,
testigo presencial, sólo acierta a entender el fenómeno
como un brote de discordia que «divide con ferocidad increíble
incluso a las familias más acomodadas, oponiendo padres
a hijos, esposos a esposas».
En efecto, una parte del pueblo bajo apoya a
los ultraconservadores y otra a los revolucionarios de corte roussoniano,
mientras la clase media es sometida a una misma proposición
(«liquidar a los sediciosos») sostenida con idéntica
vehemencia por ambos extremismos. Ese desgarramiento conlleva
parálisis, y en 1787 invitadas por el duque de Orange,
Guillermo V tropas prusianas toman Ámsterdam y Leyden,
saqueándolas sin que su ciudadanía oponga apenas
resistencia. Como observa entonces un diputado de las Provincias,
demasiados neerlandeses han olvidado que su vrijheid, la
libertad civil, «significa cultivar pacíficamente
la tierra, las ciencias, las artes, el comercio y las profesiones»39.
Los patriotas, obligados a exilarse entonces,
volverán en 1795 con la invasión que consuma el
ejército revolucionario francés, un hecho aceptado
con la misma apatía que la irrupción prusiana. Algo
más tarde Napoleón convertirá a Las Provincias
en uno de los reinos de su Imperio.
NOTAS
1
- En Tocqueville 1982, vol. I, p. 143.
2
- Gentes de las tierras bajas (nieder länder), una
expresión que como topónimo «Nierderlande»
aparece ya en el Poema de los Nibelungos.
3
- Zeeland, Utrech, Gelderland, Overijssel, Friesland y Groninga.
4
- Lo dice sir William Temple en sus Observations upon the United
Provinces (1662), cf. Schumpeter 1995, p. 200.
5
- De la Vega 1986 (1688), p. 4.
6
- Lo dice a finales del siglo XVII un miembro inglés de
la Royal Society londinense, cf. Schama 1997, p. 225.
7
- Tácito dedica a la rebelión los capítulos
4 y 5 de sus Historias, aunque concluye el relato de modo
abrupto, sin precisar qué fue de él tras un tratado
que eximió a los bátavos de tributo en dinero.
8
- Cf. North y Thomas 1982, p. 71.
9
- De la Court, en Schama 1997, p. 235 y 254.
10
- Hume 1983, vol. V, p. 110.
11
- Cf. const.org.coke.coke.htm (7/8/2005), p. 719.
12
- Coke en Schama 1997, p. 260.
13
- Aplicó también esos conceptos a la Hacienda pública
en El valor de las rentas vitalicias comparado con el
de las pensiones redimibles (1659), un ensayo cuyas
conclusiones le granjearían, por cierto, el odio de las
viudas. A la hora de combatir demostró ser también
un táctico sobresaliente, artífice de la victoria
en la segunda guerra anglo-holandesa.
14
- A quien ayuda a escribir El interés de Holanda
(1662), un libro convertido rápidamente en superventas
europeo.
15
- Un siglo después el holandés Oldencop, cónsul
de Rusia en Ámsterdam, constata que «el populacho
siempre comulgó fervientemente con el mito orangista, presto
a movilizarse, ir a la huelga, saquear y quemar»; cf. Braudel
1992, vol. III, p. 275. Por lo demás, la tradición
neerlandesa invierte el sentido del arco de triunfo tradicional,
que allí no significa una glorificación del guerrero
sino «recobrar acceso a la sociedad civil» (Schama
1997, p. 66).
16
- Esto incluye cuatro guerras con Inglaterra: 1652-4, 1665-7,
1672-4, 1782-3.
17
- Braudel 1992, vol. III, p. 48.
18
- Cf. Schama 1997, p. 168-172.
19
- En 1704, por ejemplo, el próspero Cornelis de Jong, Receptor
General de la República, se desgrava unos veinte mil florines
de gastos sobre su renta de noventa y tres mil, pero paga once
mil en concepto de impuestos directos; cf. Schama 1997, p. 320.
20
- Han descubierto, por ejemplo, que rotando cultivos no necesitan
mantener las tierras en barbecho durante uno, dos o tres años
(pues cada planta emplea nutrientes distintos); abonan con cal
para reducir la acidez del terreno y fijan el nitrógeno
con guisantes, judías y tréboles, a despecho de
ignorar la teoría química del caso; cf. Barraclough
1985, vol. IV, p. 178.
21
- Jaime I de Inglaterra decide prohibir que se les exporte lana
inglesa para asumir así todo el proceso, pero
allí el acabado sale más caro que el conjunto de
las operaciones previas (cardar, hilar y tejer). Las Provincias,
por su parte, pueden hacerlo a mitad de precio y tienen otras
fuentes de lana «blanca», como España.
22
- Cf. Braudel 1992, vol. III, p. 237-238.
23
- Ibíd, p. 245.
24
- Ibíd, p. 239.
25
- Udemans, en Schama 1997, p. 330.
26
- De la Vega 1688, p. 232.
27
- Ibíd, p. 6.
28
- Ibíd, p. 196.
29
- Son palabras de otro neerlandés, Johan Huizinga, escritas
en la prisión nazi donde muere; cf. Huizinga 1969, p. 6-7.
30
- Ibíd., p. 7.
31
- Hayek 1991, pág. 79.
32
- Smith 1997, p. 538. Cauto siempre, añade que «nunca
habría ocasionado una alarma tan generalizada si no hubiese
bordeado en algunos aspectos la verdad» (ibíd, p.
544).
33
- Johnson, en Boswell 1952, p. 393.
34
- Mandeville 1978, vol. II, pág. 165. En el Prefacio a
la segunda edición ha aclarado también que «los
vicios sólo deben reprobarse cuando crecen hasta convertirse
en crímenes».
35
- Smith 1982, p. 17.
36
- Un importante granjero, por ejemplo, compra en 1635 un bulbo
«virrey» por dos fanegas de trigo, cuatro de centeno,
cuatro bueyes de gran peso, ocho cerdos, una docena de ovejas,
un hectólitro de vino, cuatro toneladas de mantequilla,
cincuenta kilos de queso, una cama y un recipiente de plata; cf.
Schama 1997, p. 358. De Witt considera el asunto como «un
plan para hacerse rico sin propiedades y sabio sin entendimiento».
37
- Political Discourses II, 6, 6.
38
- Jan de Vries, en Braudel 1992, vol. III, p. 267.
39
- Cf. Braudel ibíd, p. 275.
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