De cómo el cristianismo
dejó de ser pobrista
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Católicos, protestantes y puritanos
«El Evangelio es una ley espiritual
que no puede usarse para gobernar [
] Nos enseña
a ser desprendidos en general con nuestras posesiones, pero
quien me haga objeto de violencia está queriendo apoderarse
de lo que es mío.»
M. Lutero1.
Ni las revoluciones ni la peste impiden, con
todo, que espíritus como el de Maquiavelo o el de Leonardo
rasguen el cuadro de patetismo enfático e irrumpa el Renacimiento.
El hombre siente que debe de acumular ciencia y técnica,
planteándose ajustes prácticos en vez de limitarse
al cuadro pueril donde la intemperie sólo existe como reducto
de la imprevisión, que unas veces suplica misericordia
divina y otras exige lo ajeno. Aceptar el rigor natural de la
vida llama a trasladarla de la vehemencia al sentido común
y la ingeniería donde duermen tantas cosas confortables,
y la época se siente renacer porque al asumir lo amargo
de la naturaleza se hace acreedora también a sus dulzuras.
El doctor Fausto, dispuesto a vender su alma
a Mefistófeles con tal de enamorar a la encantadora Margarita,
retoma el tema del hombre-dios sin pasar por la peripecia de un
neurótico que estafa a algún crédulo, como
mandaba hasta entonces la tradición de profetae;
su crédito le viene de ser un urbanita elocuente e instruido,
incapaz aunque sea por mera educación de venderle
milagros al prójimo. Su tiempo ha descubierto la larga
tradición previa al cristianismo, y en 1452 coincidiendo
con la toma de Tabor un noble italiano, joven y sabio, compone
un canto al ser humano donde le declara «su propio y libre
creador, encargado de darse la forma que crea óptima»2.
El renacido no se pregunta cuándo llegará el Día
del Juicio, sino qué hacer por uno mismo y los demás
en el indefinido entretanto. Lo único obvio es que tiene
ante sí una perspectiva de más y más cambios.
I. Una transformación invisible
Se cuenta que hacia 1400 el conde de Warwick
sostenía a unos treinta mil clientes, instados lógicamente
a la bulimia del gorrón. A ellos sumaba dispendios personales
en leña como los del duque de Osuna, que mantenía
encendidas cotidianamente miles de chimeneas por si él
o algún invitado llegaban de improviso a alguno de sus
muchos castillos. Sabemos también que incluso manteniendo
los hogares arrebatados por un fuego muy vivo de grandes troncos,
el tamaño de las estancias y su deficiente aislamiento
hacía inevitable que el agua se helase a veces en la mesa,
como cuenta una princesa de Francia3.
El precio de la leña en 1400 había multiplicado
por diez o veinte el de ese mismo artículo en 800, y las
estancias a calentar seguían siendo iguales o mayores.
Los hombres de negocios que solventan la liquidez
de personajes como Osuna o Warwick han partido de nada, pero no
están obligados a la ostentación. Su ventaja es
un patrimonio no agarrotado, cuando el de sus señores empezó
siendo propiedad no enajenable y arrastra aún trabas procesales
y tabúes ligados al feudalismo. Precisamente ahora, cuando
sus feudos empiezan a poder venderse, se pone de relieve hasta
qué punto el equilibrio medieval fue una función
de recelos mutuos, el reino de una desconfianza maquillada como
Paz de Dios. Quien quisiera pedir más tributo a sus siervos,
o proteger menos a sus dependientes, arriesgaba una alianza de
esos inferiores con algún otro amo, e incluso algún
motín. Lo mismo esperaba a los dependientes si conspiraban
contra su deber de sumisión, pues quizá acabaran
sometidos a un amo más severo.
Con el desarrollo económico, que es en
sí confianza, los lazos personales de subordinación
pasan a ser prescindibles. Un grupo de señores venidos
a menos, y un porcentaje muy superior de siervos venidos a más,
refuerza la minoría de maestros artesanales y mercaderes
hasta formar un estrato de gentes con patrimonio variable, interesadas
en correlacionar capacidad adquisitiva y productiva, cuyas primeras
luchas internas perfilan nuevas reglas de juego para la sociedad
en general, y para la población urbana en particular. El
rendimiento pasa a primer plano con una multiplicación
de la energía en el sentido más pedestre, medida
por los caballos de fuerza que cada zona tiene en animales, hombres,
madera, carbón, molinos de agua o de viento.
La ciudad comercial ha abierto un mercado grande
e inmediato para artículos agropecuarios, crea empleos
para los dependientes no campesinos del señor y almacena
toda suerte de bienes tentadores para él y su familia.
Acceder a esas mercancías, que no pueden ser fabricadas
por sus siervos y clientes, exige vender tierras a individuos
con mentalidad empresarial que no mantienen esa propiedad dormida
y mejoran los terrenos para elevar su renta. Reaniman así
a unos agricultores que gracias a ello pasan a ser aparceros libres,
estimulados por una demanda virtualmente ilimitada. Como empezó
observando Hume, «la mayor de las transformaciones»
ocurre sin ninguna legislación orientada al efecto e incluso
de modo apenas perceptible, sumando conveniencia del campesino,
apetito adquisitivo del señor y una recolocación
de sus dependientes.
Las personas y el resto de las cosas iban a
seguir siendo lo que son, desde luego; pero se abrían cauces
para la iniciativa, y con ellos un sentimiento de responsabilidad
e industria allí donde malvivía la desidia. Si bien
cada empleo y oficio iban a ser más exigentes, en todo
y para todo, mitigar la vampirización de sus frutos bastaba
para que fuesen asumidos con brío. En definitiva, el fin
del medievo coincide con «una extraordinaria intensificación
del deber de trabajar como idea, cuyo impulso es una producción
incrementada»4.
Con estos cambios llega una revisión del principio pobrista,
que traslada el carisma de la indigencia al desahogo tanto en
el ámbito católico como en el reformado.
1. El criterio de Roma. Directa e indirectamente,
la reactivación mercantil vulnera la regla de que quien
asume un crédito debe ignorar cualquier interés,
incluso cuando financia algún negocio. Una actitud de consternación
ante el Concilio IV de Letrán que ha admitido intereses
no «excesivos» resuena en la Summa Theologica
(1272) de santo Tomás de Aquino, un clérigo flexible
para su tiempo ya que admite la licitud del «lucro»
para los socios en algún negocio5.
Tomás podría haber completado esa flexibilidad admitiendo
los mecanismos concretos del comercio, pero el Código de
derecho canónico le impone llamar usura a «cualquier
precio por el uso de dinero». Eso le exige negar lo crucial
del caso: que ceder a otro la liquidez propia suponga una merma
(lucrum cessans) digna de resarcimiento.
La Summa parte de lo dicho por Aristóteles
sobre la moneda en particular que es una cosa estéril
sin el concurso de algún trabajo6
y añade observaciones propias acerca «del fraude
cometido en la compraventa». Su principio es que todas las
cosas enajenables tienen un precio independiente de oferta y demanda:
«Es totalmente pecaminoso defraudar
con el expreso propósito de vender un objeto por un importe
superior a su justo precio [...] Vender algo más caro,
o comprarlo más barato de lo que en realidad vale, es
intrínsecamente un acto injusto e ilícito»7.
Tampoco hay otra forma de concebir la economía
política para una ética que contrapone «utilidad»
a «ley divina». El precio justo ni siquiera sería
momentáneo, cosa tanto más curiosa cuanto que la
Summa coincide cronológicamente con la fase expansiva
de la Hansa y las repúblicas mercantiles italianas, en
momentos donde la energía motriz se ha multiplicado al
cubo comparada con la disponible en tiempos de Carlomagno. Pero
el santo de Aquino sigue partiendo de la autosuficiencia local
como meta, y sólo acepta el comercio en abstracto. Ve allí
una mera fuente de abasto, no un sistema de innumerables conveniencias
particulares que operan a la vez. Lo que sigue a su mención
del justiprecio es un deslinde entre dos «clases»
de intercambio:
«Una puede denominarse universal y necesaria, y por
medio de ella se cambia una cosa por otra, o cosas por dinero,
para satisfacer las necesidades de la vida. La otra clase de
intercambio es dinero por dinero o cosas por dinero, no para
satisfacer las necesidades de la vida sino para obtener un beneficio.
La primera clase de intercambios es loable, por servir a las
necesidades naturales, mientras la segunda es justamente condenada.»
Por lo mismo, el beneficio financiero no es
una necesidad de la vida ni algo «natural», y amenaza
a la sociedad cristiana con una rivalidad que ofende a los semejantes,
irrita a los superiores y acarrea el disfavor divino. Su contemporáneo
y prefecto general de los franciscanos, san Buenaventura, insiste
también en que negociar implica siempre contagiarse de
«fango moral» (turpitudo). Será «casi
imposible» para los mercaderes no ir al Infierno, pues rarissime
evadunt la tentación de cobrar o pagar intereses8.
El hecho de que casi mil años separen a ambos de san Agustín
subraya la estabilidad del criterio ebionita.
Sin embargo, en el siglo IV la miseria empujaba
hacia el vasallaje como mal menor, y en el siglo XIV los vasallos
están desertando en masa. Entonces había desaparecido
todo asomo de clase media, y ahora se está convirtiendo
en dueña de la situación. Entonces había
unos pocos profesores particulares de retórica, y ahora
las Universidades de Europa occidental instruyen a unos doscientos
mil estudiantes, que a despecho de su mala fama por juerguistas
y levantiscos son tratados literalmente como curas, pues
las infracciones que cometan no corresponden a la jurisdicción
civil sino a la eclesiástica. Entonces las ciudades se
desvanecían como espejismos, y ahora organizan todo.
2. Católicos civilizados. Esto
justifica que las tesis de Tomás y Buenaventura sobre compraventa
e interés del dinero susciten contradictores entre sus
propios colegas. La Escolástica ha llegado a ser una universidad
cosmopolita, que piensa con libertad todo cuanto no se oponga
abiertamente al dogma, y escolásticos son quienes empiezan
a tratar los fenómenos económicos como un objeto
más de análisis científico. El primero es
Nicolás de Oresme, obispo de Lisieux (1320-1382), que entre
otros textos9
escribe un Tratado sobre la invención de las monedas,
donde el dinero y el proceso formador de los precios se abordan
sin ánimo doctrinario, examinando el asunto como quien
estudia geografía o sintaxis. Fruto de esa imparcialidad
será poder decir, por ejemplo, que «la moneda no
es propiedad del rey, y su manipulación no debe servir
para gravar al pueblo»10,
algo impensable mientras el mundo se divida en propiedad de Dios
y propiedad del César. A juicio de Oresme, fomentar el
comercio es para cada soberano un deber tan «primario»
como la defensa sus súbditos, ya que se confunde a fin
de cuentas con esa defensa.
Los sacerdotes egipcios fueron el origen de
la ciencia, pensaba Aristóteles, porque vivir mantenidos
durante largo tiempo les indujo a cavilar. Algo parejo le sucede
ahora al clero culto, tan refractario al fanatismo como el sacerdocio
egipcio, y un siglo más tarde ese giro cobra carta de naturaleza
con la Reforma y la escolástica tardía. La Summa
tomista disertaba sobre el precio descartando costes financieros,
y los nuevos estudiosos ven el asunto de otra manera:
«Precio justo [...] es precio competitivo.
Resulta perfectamente justo que los mercaderes logren ganancias
mientras sea pagando y aceptando los precios del mercado. Si
sufren pérdidas será mala suerte, o una penalidad
por incompetencia. Pero esto siempre que ganancias o pérdidas
resulten del funcionamiento no obstaculizado del mecanismo mercantil;
no si deriva, por ejemplo, de la fijación del precio
por la autoridad pública o conglomerados monopolísticos»11.
Schumpeter no está exponiendo criterios
propios, ni principios librecambistas que tardarán siglos
en llegar. Se limita a resumir lo expuesto por el jesuita Luis
de Molina en su tratado De justitia et de iure12.
Décadas antes había publicado su colega Martín
de Azpilicueta un Comentario resolutorio de usuras (1556), que
funda la teoría cuantitativa del dinero13.
A la cuestión moral ¿es lícito comprar
barato en un país para vender caro en otro? Azpilicueta
y toda la Escuela de Salamanca responden afirmativamente. Para
la pionera defensa de los derechos civiles y el tiranicidio, que
hacen Suárez y sus colegas, es imprescindible una actitud
realista ante los procesos económicos, y el mecanismo de
mercado les parece a esos clérigos el modo más racional
de formar precios. Consideran inexcusable el cobro de intereses14,
y llaman «razón prudente» al esfuerzo por obtener
ganancias.
También en Italia hay eclesiásticos
bien instruidos en las prácticas del comercio, como san
Bernardino de Siena. De hecho, la primera exposición global
del funcionamiento económico no llega hasta san Antonino
de Florencia, arzobispo de esa ciudad y contemporáneo de
Molina. Siena y Florencia son hitos en el espíritu empresarial
europeo, y poco tiene de extraño que su alto clero haya
descartado el ebionismo tradicional. Bastante antes ha aparecido
el Della vita civile (1470), un tratado de Matteo Palmieri
que divide las aguas al descartar el binomio homenaje-protección;
los impuestos en general no se pagan porque el pueblo deba sufragar
a «quienes oran y a quienes luchan», sino como contraprestación
por servicios concretos que faciliten la actividad mercantil15.
Lo mismo piensa el duque Diomede Carafa, un notable precursor
del análisis económico que en 1487 llama banditismo
a la práctica del empréstito forzoso, entonces tan
habitual entre reyes y grandes señores. A su juicio, la
vida cívica demanda impuestos que ni alejen el capital
ni opriman al trabajo16.
El gigante del pensamiento político católico
va a ser el dominico Bartolomé de las Casas (1484-1566),
probablemente el español con más influjo histórico
de todos los tiempos, cuyo tratado De regia potestate o derecho
de autodeterminación (1571) funda reconocidamente la
declaración neerlandesa de independencia el Juramento
de 1581 y más tarde la norteamericana. Las Casas
resume su postura en tres puntos: 1) todo poder deriva del pueblo;
2) los príncipes lo ostentan por delegación suya,
y para servirle; 3) cualquier acto importante de gobierno requiere
consulta y aprobación. No es posible estar más lejos
del absolutismo que sigue a la liquidación del orden feudal,
ni más próximo a una teoría de los derechos
humanos.
La Compañía de Jesús, fundada
en 1534, nace en principio como un cuerpo paramilitar para defender
al «curialismo» de los ataques luteranos. Pero en
la práctica es la orden más comprometida con el
conocimiento y el progreso, que defiende la gracia divina como
consecuencia de los méritos, y acaba planteando el «probabilismo»
como regla argumentativa. Jesuita es Molina, por ejemplo, y a
la rama misionera de la orden corresponden los logros civilizadores
más duraderos en otros continentes. Descartar la cristología
sentimental, oponiéndole un programa de ilustración
y mejoras popules, hará de la Compañía el
grupo más odiado no sólo por los protestantes sino
por la parte más conservadora del clero.
II. La conquista de los océanos
El horizonte geopolítico para este cambio
de mentalidad en los católicos es una intensa presión
turca, que tras conquistar Bizancio empuja por todo el sudeste
y contribuye a desplazar el centro de la actividad mercantil hacia
el norte y oeste de Europa. Sus sultanes quieren reconquistar
el Mediterráneo para el islam, pero Portugal está
cambiando todo con una navegación a distancias impensables17
que, entre otras cosas, liquida el monopolio musulmán sobre
el Índico y devalúa sus rutas terrestres hacia Extremo
Oriente.
El polvo de oro obtenido por los portugueses
en África y las especias de India son mercancías
sensacionales, sólo comparables con las descubiertas poco
después en América, que revolucionan la medicina,
la alimentación y el comercio. La patata, por ejemplo,
rinde cuatro veces más hidratos de carbono que el trigo
por metro cuadrado. El azúcar, el té y el tabaco
crean nuevos mercados y establecimientos, y la fertilidad de la
innovación hace que Portugal y España pasen a ser
las grandes potencias europeas. Ni Venecia ni Florencia ni Brujas
habían experimentado incrementos de renta como la corona
española, que ingresaba ochocientos mil maravedíes
en 1470 y percibe veintidós millones en 150418.
El concierto de las naciones sencillamente no imaginaba ingresos
parecidos, sólo comparables a los que depara el emporio
montado en Amberes por marinos y judíos portugueses.
1. Liquidez sin tejido económico.
Sin embargo, ni el hecho de que el joven Carlos de Gante se haya
convertido en rey español y emperador alemán, casado
además con Isabel de Portugal, logra que la hegemonía
política y militar de la Península Ibérica
se traduzca en prosperidad. Los artículos de mayor valor
comercial se reexportan de inmediato a los Países Bajos;
vencer militarmente al protestantismo es tan costoso como a la
larga imposible, y la flota lusoespañola acaba siendo
presa fácil para corsarios holandeses e ingleses.
Como España y Portugal siguen sin ser
sociedades comerciales, la expulsión de los judíos
y los mozárabes en 1492 agrava al máximo la ausencia
de una infraestructura dedicada a los negocios, y la llegada masiva
de metales nobles, especias y otras mercancías de alto
precio levanta un castillo de naipes. Desde principios del siglo
XVI hasta mediados del siguiente la flota española desembarca
en Sevilla 180.000 kilos de oro y 16.000.000 de plata19
cifra quizá inferior a la que entra por otros puertos
europeos merced a filibusteros y armadores privados, y el
efecto de esa ingente liquidez sin salidas industriales es una
inflación vertiginosa. Los brotes de peste, singularmente
tenaces en la Península, añaden a la inevitable
emigración que sigue al encarecimiento de la vida un segundo
foco de retroceso demográfico, y comarcas enteras se despueblan.
Antes de fusionarse con el reino de Aragón
la corona de Castilla se adelanta al resto de los Estados europeos
lanzando bonos («juros»)20
con tasas de interés que van del 5 al 14 por 100 en función
de su naturaleza21,
aunque sin organizar un mercado específico para ellos como
harán los Países Bajos e Inglaterra. Esa deuda flotante
se dispara desde el Descubrimiento, alcanzando cotas impensables
con las empresas militares de Carlos V y sus sucesores, que van
pagando con bonos a sus banqueros pero atienden a los reembolsos
con torpeza y desidia cuando no intentando ser más
listos que ellos, como pretende Felipe II, hasta arruinar
a unos22
y enajenarse la cooperación de otros23.
Irónicamente, la Corona debe usar como fuente de crédito
a conversos («cristianos nuevos») portugueses, simples
testaferros de judíos expulsados y de otros financieros
neerlandeses, ciudadanos de un país con el cual está
en guerra. La supuesta astucia del monarca asegura en lo sucesivo
condiciones leoninas para una mediación por lo demás
imprescindible. En 1556 la primera bancarrota española
no sólo arruina al país sino a sus vecinos, provocando
meses más tarde un crack en la Bolsa de Lyón, y
el país batirá marcas mundiales de insolvencia con
quiebras en 1560, 1576, 1596, 1606 y 1627.
III. La perspectiva reformista
Martín Lutero (1483-1546), «el
Hus sajón», certificó lo anacrónico
de la conciencia infeliz al presentar «el modo de vida monástico
como resultado de un desamor egoísta que se sustrae a los
deberes mundanos, oponiendo a ello el trabajo profesional como
manifestación palpable de amor al prójimo»24.
Ganarse el pan con el sudor de la frente sólo constituye
una maldición en sociedades dominadas por el salvajismo,
pues «la Naturaleza es la esfera designada por el Creador
para realizar los valores morales»25.
Medio milenio antes ese espíritu había sido expuesto
por Enrique el Monje y Pedro Valdes, pero entretanto los burgos
han ido generalizando una práctica de la industria como
mediación entre bien particular y bien común.
Una generación separa a Lutero de Jean
Chauvin (1509-1564), que cuando empieza a publicar convierte su
apellido en Calvinus. Como Wyclif y Hus, ambos nacen en familias
de clase media desahogada26,
ambos creen que la propiedad está tan prescrita por Dios
al hombre como el trabajo del cual proviene o debería
provenir, y ambos profesan un «socialismo anticomunista»27.
El ideal luterano piensa que «debe bastarnos un nivel de
vida muy discreto»28,
preconiza una organización gremial de la vida civil y declara
sin inmutarse como san Pablo que «los siervos
no tienen derecho a una libertad legal externa»29.
Los calvinistas carecen de esa deuda con el
tradicionalismo agrario, y Calvino infiere de la omnipotencia
divina que hay «una predestinación de cada uno a
la vida o la muerte [eterna]»30.
En realidad, «Dios no es amor, sino poder soberano»31,
y aquellas comodidades que la Iglesia fue añadiendo a su
oferta de salvación se desploman ante un cristiano que
quiere explícitamente ser rico de espíritu. Esto
significa cumplir los mandamientos a sabiendas de que la propia
estima es el único premio seguro. Calvino monta en Ginebra
una teocracia a lo israelita que es nefasta para el comercio,
además de feroz32,
pero quien renuncia a la certitudo salvationis está
más preparado que otros para asumir aleatoriedades subalternas,
como la fortuna o la ruina material.
La incertidumbre informa todo juego que ligue
la cuantía del premio con la probabilidad de quebranto
asumida en cada apuesta, como la ruleta, y da la casualidad de
que los nuevos comerciantes están aprendiendo a explotar
sistemáticamente la relación entre riesgo y éxito.
Dentro del misterio impenetrable que rodea a la decisión
divina, prosperar con los propios negocios podría ser un
indicio de estar llamado a salvarse, y aunque sea de modo coyuntural
la predestinación casa con el destino del empresario audaz.
1. Profesión y vocación.
«Por más que desaparezcan el cielo y la tierra nada
modificará que Jesús murió por nuestros pecados,
y resucitó para justificarnos»33.
Ciertamente, pero los destinatarios de aquél mensaje eran
pobres de espíritu y hacienda sumados a perseguidos
y afligidos, mientras ahora los magnates católicos
y protestantes compiten como mecenas de artes y ciencias. Aunque
el Renacimiento aviva al máximo las hogueras inquisitoriales,
algunos cristianos se sienten enriquecidos en vez de corrompidos
por la tradición pagana, y sus grupos evitan el dualismo
sin necesidad de proponérselo, sencillamente a medida que
las sociedades van dejando atrás lo rígido de su
estructura previa.
La reforma del clero y el culto es un factor
que salta por encima de las clases, por ejemplo, «capturando
la imaginación de campesinos, artesanos, nobleza menor
y mayor, autoridades civiles, gremios y proletariado de las ciudades»34.
Sólo suscita indiferencia en un grupo creciente de panteístas
y ateos, más interesado aún que el resto en superar
la vena patético-enfática. El sentimiento de renacer
que da nombre a la época resulta catastrófico para
el findemundismo en muchos sentidos, pero ante todo porque ricos
y pobres ya no pueden identificarse como apegados y desapegados
respectivamente al más acá. La propia libertad de
conciencia, que en su corriente mesiánica original era
inseparable de negar el «mundo», ha pasado a ser el
recurso político primario para mitigar sus intemperies.
Al generalizarse el trabajo experto la admonición
«Dios proveerá» puede quedar restringida a
la vida eterna, mientras el abasto de la existencia mortal se
encarga al previsor. Reforma y Contrarreforma coinciden en que
lo adaptado al bien general es ganarse la vida aprendiendo alguna
maestría y ejerciéndola. Lejos de corresponder por
naturaleza a los inferiores en fuerza, virtud o educación,
ser profesionalmente capaz define a la verdadera aristocracia,
y debería reflejarse en la cuota de participación
política otorgada a quienes destaquen, una tesis independiente
aunque afín a la meritocracia rabínica. Obrando
como portavoces de ese espíritu, Lutero y Calvino trasladan
la mano de Dios a los oficios pensándolos como vocaciones
o llamamientos35.
Asumida por una clase media en ascenso, la raíz
individualista del cristianismo afirma que la vocatio de
cada uno prima sobre el ministerium genérico del
clero, y que la jerarquía social legítima descansa
sobre «un cosmos de llamamientos». Algunas vocaciones
deslumbran más que otras, pero el ciclo profesional entero
del aprendizaje a la práctica expone «una
abnegación cumplida al servicio de la comunidad»36.
Los ideales de limosna, espíritu mendicante e imprevisión
dadivosa han dado paso a una actitud donde eficacia y probidad
ya no son cosas inconciliables. El compromiso del fiel con hacer
amable el más acá presenta el trabajo como único
remedium peccati ni supersticioso ni reservado a unos pocos.
Ese culto al esfuerzo personal está presente en Lutero
desde el comienzo de su vida pública, cuando denuncia la
venta de indulgencias como una maquinación para «agravar
el purgatorio del pobre»37.
2. La ambigüedad inicial. Por lo
demás, igualdad de oportunidades equivale a justicia para
el adaptado al cambio y abominación para el milenarista,
opuesto por principio a competición y precariedad. Lutero,
que ha pasado de neurótico fraile célibe a orgulloso
padre de seis hijos, alterna convicciones meritocráticas
con tradicionalismo y vive sentado sobre un barril de pólvora
con la mecha encendida. La igualdad de oportunidades, por ejemplo,
no le parece incompatible con mantener la servidumbre o descartar
el «frío cálculo» empresarial, y de
su pluma parte la cruzada contra la brujería sostenida
por los protestantes alemanes, que es la más cruel del
Continente. Siendo ya viejo escribe Los judíos y sus
mentiras (1543), un panfleto sobre esos «gusanos venenosos»
que propone condenarles (a trabajos forzados o al destierro perpetuo),
expropiarles y destruir sus objetos de culto38.
En efecto, una cosa es tronar contra Roma como
la Babilonia del momento y otra hacer aceptable la ruina del universo
construido en torno a la Pax Dei, pues incluso optando
por una sociedad tradicionalista Lutero sigue siendo demasiado
ajeno al victimismo para no decepcionar a parte del movimiento
apostólico. En ese círculo reforma significa igualdad
material, y allí no convence su Sincero consejo para
que todos los cristianos se guarden de la insurrección
y la rebelión (1520). Llamativamente, el último
país europeo en sumarse al alzamiento va a ser el primero
en presenciar una guerra de pobres contra ricos, sin más
especificaciones.
IV. Puritanismo y civismo
Una sociedad que no sea estructuralmente esclavista
tampoco puede ser moralmente ebionita. Brillar en empeños
civiles «aumenta la gloria de Dios», como repite Calvino,
y bastante antes los luteranos han escandalizado al Concilio de
Trento argumentando: «Quien por su clase es pobre debe soportarlo,
pero quien promete seguir siéndolo hace lo mismo que si
jurase estar siempre enfermo o tener mala fama»39.
Este principio lo trasladan al terreno práctico todas las
sectas protestantes, que oponen caridad y limosna (giving alms
is no charity) y montan casas de labor para disuadir al inactivo,
ya sea por paro profesional o indolencia.
Richard Baxter capellán de Cromwell
y autor de un Christian Directory que codifica la moral
puritana es más sensible al carisma de la pobreza
evangélica que el calvinismo, pero evita también
su nota victimista. Sea cual fuere la santidad atribuida por el
Nuevo Testamento a la indigencia, el mundo impone ser laborioso
tanto al rico como al humilde: «La riqueza puede excusarte
de algún tipo sórdido de trabajo, haciéndote
más útil para otro, aunque no por eso te excusa
del servicio laboral más que al más mísero
de los hombres»40.
La rama pietista enarbola la pobreza como ideal y se diría
una excepción, pero cristaliza bastante después
cuando no hay ya apóstoles ebionitas, y defiende
con su proverbial dulzura tesis tan abominables para esa tradición
como «experimentar la bienaventuranza ya en esta vida»,
o una Iglesia donde los fieles no sean separados «por pequeñas
diferencias de fe».
1. Los bautistas apacibles. Allí
donde la cuestión no es residir sin desgarramiento en el
más acá, y perfeccionarlo humildemente, el anabaptismo
suscita protagonistas como Müntzer o Jan de Leyden. Pero
esta causa puede también adaptarse al cambio social y político,
como demuestra su pervivencia y diseminación bajo tal nombre
y otros muchos, empezando por el de Iglesia bautista41.
Aligerado de violencia, insistir en que todo cristiano conozca
las Escrituras y tenga uso de razón para abrazar su credo
casa bien con sociedades cívicas, y será en este
círculo donde la conciencia infeliz cuestionada por luteranos
y calvinistas acabe rechazándose de modo expreso. El troquel
de venganza apocalíptica, unido a la orden de compartir,
desaparece cuando se percibe en ello un acto tan voluntario como
el propio bautismo.
Así lo afirma el holandés Meno
Simon (c. 1496-1561), un clérigo católico que meses
después de ser vencidos los últimos anabaptistas
belicosos deja sus hábitos para convertirse en «pastor
de ese rebaño descarriado, cuya sangre llegaba demasiado
caliente para mi corazón»42.
Su hermano ha muerto luchando por uno de los profetas, y la decisión
de Meno supone vivir escondido desde entonces, con la cabeza puesta
a precio por católicos y protestantes. Lejos de sentirse
martillo divino, sin embargo, se esfuerza en denunciar el fanatismo,
la profecía incendiaria y cualquier recurso a la fuerza.
Tanto aboga por una absoluta libertad de conciencia que funda
su confesión sobre una autonomía absoluta para cada
feligresía local. Los cuatro puntos de Meno43
resumen lo teórico para una regla de vida basada sobre
la sencillez y el auxilio mutuo, que se liga por vocación
al marco rural y será lo común a menonitas holandeses,
huteritas austriacos, amish suizos y bautistas ingleses44.
Fiables y laboriosos, se verán llevados a migrar de un
país a otro por intolerancia religiosa o por negarse al
reclutamiento; pero donde no son perseguidos prosperan dentro
del austero límite que ellos mismos se imponen, y evocan
el respeto de sus vecinos. Esto ocurre lo mismo en Crimea que
en Kansas o Paraguay, hace tres siglos y ahora mismo.
Pacifistas incondicionales, los puritanos son
para el cristianismo occidental el equivalente de los Hermanos
Moravos para el movimiento husita, y es digno de mención
que esos Hermanos sean el norte teórico y práctico
de Wesley y los metodistas, cuyo programa afirma:
«La religión produce industria y frugalidad,
cosas que no pueden originar sino riqueza. Y una vez que esta
riqueza aumenta, crecen la soberbia, la pasión y el amor
al mundo en todas sus formas.
Hemos de hallar algún camino que impida esta decadencia
continuada de la religión pura. Pero no debemos impedir
que las gentes sean laboriosas y ahorrativas. Todos los cristianos
deben ser adoctrinados en su obligación y su derecho
a ganar cuanto puedan, y a ahorrar lo que puedan; es decir,
en suma, a hacerse ricos»45.
2. Aceptando el más acá.
Lo mismo que acaba con la servidumbre como relación fulmina
al sacerdote como mago, abriendo dentro de cada fiel un espacio
de arbitrio solitario y vacilación. Sin mediadores entre
ellos y su Dios, los miembros de las nuevas Iglesias siguen esperando
salvación eterna en una vida venidera, pero su sentido
crítico veda liturgias milagrosas. Cualquier parafernalia
de esa índole les parece tan útil para tranquilizar
a pobres de espíritu como tramposa para quienes empiezan
a salir de la miseria material con labor y maestría. Rodeados
de progresos seculares, aspiran a descubrir y retener el God
within del primer cuáquero, la fuente de divino entusiasmo
que fecunda e ilumina los logros terrenales.
El hecho de estar diseminados por toda Europa
aunque el temperamento y la geopolítica les concentren
en el noroeste no modifica que coincidan en lo básico;
a saber, que cada cual deba practicar la probidad y compartir
sus bienes aún faltando cosa remotamente parecida
a seguridades sobre una recompensa celestial. Las comparsas ávidas
de milagros y revancha que siguieron a Juan Bautista o Jesús
se habrían dispersado de inmediato oyendo algo parejo,
pero una civilización orientada hacia el trabajo inventivo
puede permitírselo. Toda la duda se centra en si hay predestinación
o más bien libertad para construir cada cual su destino,
un modo indirecto de optar entre Dios como voluntad omnipotente
o como ley de la Naturaleza. En cualquier caso, son indicios del
favor divino sobresalir en el oficio, y los sentimientos de benevolencia
que cada individuo suscite en su círculo.
YHWH castigó la rebeldía de Adán
y Eva condenándoles a morir y sufrir46,
algo que no se entiende del mismo modo después del reloj
y el telescopio, cuando en algunas zonas la situación de
intemperie empieza a mitigarse de un modo insólito por
democrático. Milton, el coloso poético del puritanismo,
remata su Paraíso perdido con un arcángel
Miguel que adelanta a Adán el bien derivado de «tanto
mal». En esencia, «abandonando este Paraíso
te harás con otro, interior, de lejos más feliz»47.
Seguirá siendo preciso trabajar, desde luego, con la muerte
como término; pero haber desarrollado inteligencia habría
sido imposible en otro caso, y con tal implemento el ser humano
dispone de un sí mismo.
Cuando la Biblia puede narrarse con acentos
y ritmo homérico, como hace Milton, los denuestos milenaristas
han cedido ante el deber de ser próspero, y laborar a disgusto
se considera una prueba de que falta en esa persona el estado
de gracia. Herederos últimos de un entusiasmo religioso
surgido a finales del siglo XIIcoetáneo a la contabilidad
por partida doble y el pagaré ejecutivo, los puritanos
combinan su aspiración al desahogo con una «coacción
ascética al ahorro». Cuando el lucro sólo
esté limitado por las figuras del Código penal,
su actividad será «la más poderosa palanca
imaginable para lo que hemos llamado espíritu del capitalismo»48.
Aquí cabe, no obstante, un equívoco.
Si por capital se entiende lo objetivo aquella parte del
producto o las existencias que no ha de consumirse inmediatamente,
va de suyo que el capitalismo sólo falta en grupos como
los extintos nambicuara del Mato Grosso, que en invierno nunca
apilaban suficiente leña para no pasar frío y cada
noche iban acercándose a las brasas hasta amanecer embadurnados
de ceniza49. Allí donde un grupo humano puede importar
y exportar hay ya un sistema capitalista, y «espíritu
del capitalismo» alude a un régimen político
donde la parte del producto que no exige ser consumida inmediatamente
puede en principio corresponder a cualquiera, y cambiar de manos.
La tiranía y la eventual ruina de imperios como el chino
o el romano son inseparables de que sus emperadores fuesen propietarios
de todos o casi todos los bienes comprendidos en sus dominios.
Si Europa puede en el siglo xvii descubrir y
poner en relación al conjunto del globo terráqueo
es porque las ciudades han frenado requisas y chantajes de distintos
autócratas. A fin de cuentas, entre la Atenas de Pericles
y la Ámsterdam de Spinoza la estructura de negocio sólo
difiere en que el trabajo ya no resulta monopolizado por siervos
hereditarios. Atenas era pagana mientras Europa es cristiana,
y el proceso que hemos seguido desde la crisis de Roma hasta la
sociedad comercial exhibe sucesivas versiones en la interpretación
del Nuevo Testamento, tantas como preciso fuere para pasar de
una pequeña secta hostil a la propiedad privada y la previsión
hasta la clase media más amplia y previsora de los anales.
Aunque los Evangelios prometen vengar al pobre
del rico, el cristianismo más fervoroso ha dejado de ser
ajeno al merecimiento singular y a una lógica del beneficio
inseparable del hallazgo como motor económico. El mérito
de la falta de mérito, la gloriosa pobreza de espíritu,
se ha ido desvaneciendo al tiempo que la miseria simplemente crónica.
La conciencia infeliz cumple así un ciclo paralelo al auge,
ocaso y extinción de la sociedad esclavista, sin que dejar
de reinar suponga una catástrofe para la fe cristiana.
«Y tan alta vida espero/ que muero porque no muero»,
su expresión más sublime, no resiste el embate de
una residencia en la Tierra materialmente mejorada.
Pero el mensaje pobrista no carece de sempiternidad,
y su eclipse es también el plazo de incubación que
requiere asimilar una novedad tan impersonal como la sociedad
comercial. «Restituir», lo básico, se prolonga
en los primeros pasos de un comunismo acorde con las transformaciones
ocurridas, que se apoya sobre fundamentos no tanto religiosos
como políticos, apelando en principio al sentido común.
NOTAS
1
- Lutero, Carta al pueblo de Danzig (1525).
2
- Pico della Mirandola, Discurso sobre la dignidad del hombre
I, 6.
3
- Cf. Braudel 1997, vol. I, p. 299.
4
- Troeltsch 1992, vol. II, p. 557.
5
- Summa Theol. II, 2, Q. 78 ad quintum.
6
- Ética a Nicómaco, V, 8.
7
- Summa II, 2, Q. 77.
8
- Buenaventura, Comentarios al Decreto de Graciano, Dist.
LXXXVIII, canon Qualitas lucri.
9
- Oresme hizo también notables contribuciones a la teoría
del movimiento que culmina Newton.
10
- Cipolla 2003, p. 214.
11
- Schumpeter 1995, p. 137-138.
12
- Molina 1941 (1593).
13
- Si la oferta de efectivo por bienes desciende, observa allí,
el nivel de precios caerá; por el contrario, cuando sea
abundante como sucede en España gracias a la plata
de América los precios subirán. Hasta 1940,
cuando se redescubrió este escrito, se atribuía
el hallazgo a Bodino, primer teórico de la soberanía
política, que fue compañero suyo de estudios en
la Universidad de Toulouse. No cabe negar a Bodino, sin embargo,
una catalogación más precisa de las causas en el
alza de precios, que a su juicio eran cinco: «la abundancia
de oro y plata, los monopolios, la escasez debida a exportaciones
o gasto excesivo, el lujo de reyes y nobles y la adulteración
de la moneda». Cf. Spiegel 1973, p. 118.
14
- Juan de Lugo los justifica de modo expreso por «lucro
cesante» del prestamista.
15
- Palmieri, en Schumpeter 1995, p. 204.
16
- Cf. Schumpeter ibíd.
17
- Gracias al visionario don Enrique el Navegante (1394-1460) y
su escuela de Sagres, donde se forman cartógrafos y los
primeros marinos capaces de trasponer el Cabo de Hornos.
18
- Cf. North y Thomas 1982, p. 86.
19
- Braudel 1992, vol. I, p. 467.
20
- Cf. Braudel 1992, vol. II, p. 522-525.
21
- En efecto, hay al menos cuatro juros: «perpetuos»,
«de por vida», «al quitar», y «de
caución».
22
- Los Welser y los Fugger entran en bancarrota por lealtad a su
Emperador. La vox populi española murmura que han
comprado gratis el país, pues para cubrir la deuda Carlos
V les otorga la renta de los Maestrazgos (pastos de las Órdenes
de Santiago, Calatrava y Alcántara) y las minas de mercurio
de Almadén. Sin embargo, eso equivale a menos de la mitad
de lo convenido y no en los plazos previstos, sino confiando en
un reembolso a largo plazo.
23
- Felipe II intenta desembarazarse de los genoveses orquestando
en 1555 una quiebra que además de ser puro fraude le sale
mal, porque los nobili vecchi de Génova con
los Grimaldi, los Spinola y los Doria a la cabeza sortean
su maniobra y le dan con la puerta en las narices cuando lo consideran
más oportuno y humillante. Para Braudel, desde ese preciso
instante la finanza internacional deja de estar sometida al poder
político.
24
- Weber 1992, vol. I, p. 75. Su crítica del monacato «recurre
a razonamientos que nada tienen de profano, y están casi
en grotesca oposición con los principios que más
tarde expondría Adam Smith. Pero esta fundamentación
esencialmente escolástica no tardó en desaparecer
y sólo quedaría la afirmación, sostenida
cada vez más enérgicamente, de que cumplir los deberes
intramundanos es el único medio para agradar a Dios»
(ibíd).
25
- Lutero, en Troeltsch 1992, vol. II, p. 475.
26
- El padre del primero dirigía una empresa dedicada a la
minería del cobre, el del segundo era notario apostólico
y secretario del obispo. Ambos recibieron una educación
esmerada y destacaron como estudiantes (Lutero termina su preparatorio
de universidad con el número de dos de diecisiete). Calvino
obedeció a su padre estudiando leyes. Lutero le rompió
el corazón al suyo cuando en vez de jurista se hizo monje
agustino, pues estando en el campo le cayó un rayo cerca
y juró ordenarse si salía vivo de aquella tormenta.
27
- Troeltsch 1992, vol. II, p. 903.
28
- Lutero, en Troeltsch ibíd, p. 870, n. 269.
29
- Ibíd., p. 561.
30
- Instituciones de la religión cristiana, III, 21,
5.
31
- Calvino, en Troeltsch 1992, vol. II, p. 586.
32
- Calvino quema allí herejes a fuego lento (usando mucha
leña verde para prolongar la agonía). Lo implacable
de su temperamento aparece en recuerdos autobiográficos,
como cuando piensa de sí mismo: «Siempre busqué
un rincón escondido por amor al retiro y la sombra»
(cf. godrules.net/Calvin).
33
- Lutero 2005, p. 289.
34
- Troeltsch 1992, vol. I, p. 466.
35
- Weber observa que «vocación» (vocazione
y chiamamento en italiano) es un término sin paralelo
en griego y latín clásicos, cuyo único precedente
antiguo se encuentra en el sustantivo hebreo traducido como «servicio»,
cuya raíz es «misión». Sólo falta
en el francés, y cristaliza como proyecto específicamente
profesional en el holandés beroep, el alemán
Beruf y el inglés calling, que en danés
es kald y en sueco kallelse. Invariablemente, la
etimología desemboca en servicio a Dios profesión
de fe, remitiendo a la jlésis de san Pablo,
que es llamamiento a la salvación eterna.
36
- Lutero, en Troeltsch 1992, vol. II, p. 558.
37
- Su argumento es que el monto de bula («indulgencia plenaria»)
comprado por cada cual le otorgaría tantos o cuantos años
menos de cola para entrar en el Cielo, discriminando así
al humilde.
38
- Serviría de catecismo a Hitler, tendiendo también
un puente entre su Partido y el electorado protestante. Jaspers
observó que contiene todo el programa nazi, sin perjuicio
de alimentar las persecuciones previas. Demasiado tarde, el Concilio
de la Iglesia Evangélica de América (1994) declaró:
«Rechazamos esta invectiva violenta, y lamentamos aún
más profundamente sus efectos trágicos sobre generaciones
ulteriores» (cf. Wikipedia, voz «Luterus»).
39
- Profesión de fe de Wittenberg; cf. Weber 1998, vol. I,
p. 175, n. 44.
40
- Baxter, en Weber ibíd, p. 170.
41
- Los bautistas parten del menonita inglés John Smyth,
que muere en 1621 tras sentar las bases de los General Baptists
o bautistas arminianos. Al igual que el teólogo holandés
Jakob Arminius (1560-1609), postulan una redención general
en vez de limitada a los «elegidos», como piensa el
calvinista.
42
- Cf. Mennonite Encyclopaedia, voz «Menno».
43
- 1. Autoridad suprema de la Escritura. 2. Bautismo basado en
la profesión de fe. 3. Pacifismo riguroso. 4. Separación
total entre Estado e Iglesia.
44
- La huella de su espíritu puede prolongarse hasta la Religious
Society of Friends o secta cuáquera, fundada por George
Fox en 1648 e indirectamente decisiva para la Constitución
norteamericana (gracias al estatuto del posterior estado de Pennsylvania
que redacta William Penn, un ferviente amigo de Fox).
45
- John Wesley, en Weber 1998, vol. I, p. 193.
46
- «Dijo a la mujer: Incrementaré los pesares
de tu fecundidad; parirás hijos con dolor, sentirás
ansia de tu esposo y él será tu amo. Al hombre
le dijo: Maldita sea la tierra por tu causa. Con esfuerzo
te ganarás el alimento todos los días de tu vida,
porque la tierra producirá espinas y cardos, dándote
sólo plantas salvajes para comer. Te ganarás el
pan con el sudor de tu frente hasta que vuelvas a la tierra, porque
eres polvo y al polvo volverás» (Génesis
3:16-20).
47
- Then wilt thou not be loath/ to leave this Paradise, but
shall possess/ A Paradise within thee, happier far».
Milton nunca aceptó, por cierto, la idea de los «elegidos».
Cuando se le preguntó sobre el Dios de Calvino repuso:
«Podré ir al infierno, pero un Dios semejante nunca
tendrá mi respeto».
48
- Weber 1998, vol. I, p. 189.
49
- Cf. Lévi-Strauss 1997, p. 271-329.
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