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La secuencia revolucionaria
«La envidia escuchó esto, y mandó
escolarizar a los frailes/ Para que predicasen a Platón
y probasen por Séneca/ que todas las cosas bajo el cielo
deben ser comunes/ Pero miente, tan seguro como yo vivo, quien
así predica al inculto/ Pues Dios dio a los hombres una
ley enseñada por Moisés:/ No codiciarás
nada que sea de tu vecino.»
William Langland1.
Una dinámica sin enemigos teológicos
se manifiesta precozmente en la revuelta de Palermo conocida como
Vísperas Sicilianas (1282), y desde entonces apenas transcurre
una década sin que otra ciudad importante se sume a la
reivindicación política. En 1293 el gobierno de
Florencia pasa a ser plenamente civil con Giano della Bella. En
1302 Brujas, principal emporio del noroeste, reacciona a los tributos
impuestos por Francia liquidando a su guarnición allí,
y dos meses más tarde sus milicianos aniquilan al flamígero
ejército enviado para castigarles. Desde 1323 a 1328 otros
burgos de Flandes mantienen la insurgencia, que culmina en 1337
con el alzamiento de Gante. En 1347 le toca el turno a Roma, en
1358 a París, en 1378 otra vez a Florencia, en 1381 a Londres
y en 1416 a Praga.
I. Luchas sociales en Francia
La invasión inglesa tiene su origen inmediato
en una invitación de los flamencos, que llevan muy a mal
ser vasallos de los franceses. En 1345 su líder es un cervecero
de Gante, que presta al monarca inglés unas cien mil toneladas
de lana para convencerle2,
y desencadena así un rosario de derrotas3.
La humillante victoria de Poitiers supone el cautiverio en Inglaterra
del rey Juan y la necesidad de pagar por él un enorme rescate,
que afecta al reino entero, y más de un centenar de rehenes
nobles obligados a rescatarse por sus propios medios.
Cunde entonces entre los burguenses de
París la mayor ciudad europea del momento la
certeza de que el reino se hundirá si los Estados Generales4
no se transforman en un Parlamento como el que ya tienen los ingleses.
El portavoz de dichas exigencias es el magnate Étienne
Marcel, nieto del fundador de la primera empresa textil francesa
con delegaciones en toda Europa, preboste-comptrolleur
del comercio en la capital. Hablando en nombre de los comerciantes
y los gremios ofrece a la monarquía un soldado equipado
por cada cien ciudadanos, así como estudiar el establecimiento
de nuevos tributos; pero exige que la aristocracia renuncie al
privilegio de la exención fiscal, y al de requisar forraje
o animales.
Más aún, considera inaplazable
que el pueblo intervenga políticamente sin demora, a través
de un Consejo Real, y como el Delfín se niega a aceptar
este pliego de condiciones unos tres mil parisinos asaltan el
palacio real en febrero de 1358. La altiva actitud de éste
les lleva a demostrar que no hablan por hablar, y ante sus ojos
matan a los tres cortesanos principales, sometiéndole luego
a algo que repetirán los revolucionarios de 1789: calarle
el gorro rojo y azul de los tejedores. Su forma de «protegerle»
es precisamente esa, incorporarle al pueblo. El ayuntamiento asume
un régimen de autogobierno que será la primera comuna
de París, mientras Marcel toma medidas de sentido común5
pero no logra congraciar a comerciantes y artesanos como esperaba,
ni evitar que el Delfín huya y se haga fuerte en el resto
de Francia.
Tras un abortado intento de alianza con Flandes,
Marcel excita la rebelión en el campo y une sus destinos
al rey de Navarra. Muere a manos de un antiguo amigo cuando intentaba
abrir la ciudad a su ejército, pues no sólo tiene
en contra suya a los plebeyos ricos sino en general a quien desconfíe
de apelaciones al populacho. Por lo demás, como Pieter
de Conink en Brujas, Jacob van Artevelde en Gante o Cola de Rienzi
en Roma, Marcel encarna al tribuno democrático que la ciudad
comercial demanda: alguien a quien no puedan atribuirse ambiciones
de parásito, pues se gana bien la vida con un oficio privado.
1. Derivación rural y recidivas.
Algo antes de que Marcel muera, en mayo, su llamamiento a la rebeldía
del campesino suscita en el norte y el centro de Francia la rebelión
de la Jacquerie6,
animada adicionalmente por deseos de vengar el fracaso de sus
caballeros en el campo de batalla. Las dimensiones colosales de
esta cólera tienen como antecedente que el rescate del
rey confinado en Inglaterra impone elevar la odiosa talla, así
como nuevas corveas para reparar propiedades de la nobleza dañadas
por la guerra. Con todo, el movimiento estalla en el Beauvais
una comarca no devastada en absoluto, y su foco meridional
nombra como caudillo a Guillaume de Cale, un granjero próspero.
El foco septentrional ha hecho rey a cierto salteador, que se
rebautiza como Jacques Bonhomme.
La versión políticamente correcta
del episodio presenta a ambos como jefes de una «reacción
defensiva», destacando que no atacaron propiedades religiosas
sólo nobiliarias y que fueron víctimas
de «la represión más sangrienta». Las
Crónicas de Jean Froissart estarían contaminadas
por «ideología aristocrática»7,
aunque no hay descripciones alternativas y si queremos saber algo
más sobre la Jacquerie hemos de atender a su relato:
«Entre otros excesos mataron a un hidalgo y lo asaron
ante su esposa e hijos. Unos doce violaron a la dama, y como
ella y sus vástagos se negasen a comer la carne del caballero
les atormentaron hasta morir8
[
] Como pronto pasaron de unos seiscientos a unos seis
mil, incendiaron y destruyeron sin resistencia más de
un centenar de castillos, matando sin piedad a todas las mujeres
y adolescentes como perros rabiosos [
] El rey de Navarra
mató a más de tres mil en un día, no lejos
de Clermont, pero para entonces habían crecido hasta
ser unos cien mil. Cuando se les preguntaba por qué hacían
esas cosas alegaban no saberlo. Otros las hacían y ellos
les copiaron»9.
Curiosamente, el refugio que salva a la alta
aristocracia de morir en masa es el mercado de Meaux, donde si
bien la ciudad simpatiza con los jacques se perímetro
se encuentra protegido por el Marne como foso. Tras el fracaso
de su asedio quienes en tres meses lograron alzarse e incendiar
medio país desaparecerían rápidamente, dando
ocasión a la nobleza para que rivalizara con ellos en atrocidades.
Francia había asumido la vanguardia de Europa en sensibilidad
revolucionaria, y para prevenir sediciones como la de Marcel y
los campesinos se erigió en París una fortaleza
inexpugnable: la Bastilla. Empezaba una larga cuenta atrás
para el sector de población que Froissart llama «villanos
pequeños y oscuros».
Medio siglo después el país sufre
la imbecilidad clínica de su rey Carlos y está desgarrado
por una lucha de facciones, que en la cúpula aristocrática
asumen el duque de Borgoña y el conde de Armagnac respectivamente.
El primero, que es el más opulento de los nobles europeos
gracias a haber alcanzado el señorío sobre Flandes,
tiene el apoyo de la mayoría de los parisinos y en 1418
les lanza a un segundo asalto del palacio real. Quienes no perecen
de inmediato son encarcelados, pero lo notable como puntual
precedente de la revolución de 1789 es que «el
populacho no sació su furia y, considerando demasiado lenta
la acción de la justicia, penetró en las prisiones
para dar muerte allí al conde de Armagnac y a todos los
presos»10.
El gremio de carniceros y casqueros, que es el más activo
aliado del duque de Borgoña, demuestra con siglos de antelación
hasta qué punto la saña puede anidar en la plebs
burguense. El gremio de carpinteros y ebanistas, aliado de
la facción adversaria, será objeto de masacres paralelas.
II. Luchas sociales en Florencia. El extraordinario
florecimiento económico y artístico de esta ciudad,
sólo comparable con el ateniense, parte de un burgo amurallado
que se emancipa del yugo señorial a finales del siglo XIII.
Desde entonces, y para frenar una avalancha de desmanes, se instituye
el gobierno de un órgano político colegiado11
en el que ciertos gremios empiezan teniendo la preeminencia, y
mantienen algo semejante a una guerra civil controlada, con dos
focos básicos de conflicto. Uno es el recelo del artesano
ante el empresario, que alega una oposición entre interés
popular e interés del patriciado, compuesto ahora por «nobles
plebeyos». El otro es odio dentro de los propios gremios,
que escindidos en arti maggiori y arti minori cronifican
por decreto la diferencia entre popolo grasso y popolo
magro, pudientes y modestos12.
Con el trabajo libre ha llegado un culto a la
pericia técnica desconocido en sociedades esclavistas,
que arbitra cinco o siete años de formación para
cada aprendiz y le exige presentar al término una «obra
maestra». Pero las asociaciones de artesanos son una institución
ambivalente en lo que respecta al bienestar colectivo. Por una
parte ponen en marcha montepíos, fomentan el conocimiento
y ejercen un control de calidad equivalente a ética profesional.
Por otra exigen que técnicas, materias y puntos de venta
sean cosas vedadas para quien carezca de afiliación, y
rodean de arbitrariedad dicha afiliación. Ser una meritocracia
basada sobre el buen nombre origina las primeras normas sobre
patentes y marcas, si bien al precio de que comprar y vender se
transforme en una franquicia pagada para reinar luego sobre los
precios, haciendo que sólo parte de los géneros
producidos lleguen al público. No concibe otro régimen
que mantener un suministro siempre inferior a la capacidad industrial
de cada momento13.
Más concretamente, para abrir un negocio
en Florencia a mediados del siglo xiv es preciso estar afiliado
a alguna de las Artes reconocidas, aunque sólo los maestros
pueden afiliarse y muchas actividades no tienen acceso a ese trámite.
De ahí una revuelta encabezada por los cardadores o ciompi,
que se hacen con el poder en junio de 1378 reclamando franquicias
para oficios carentes de ese privilegio y una distribución
más democrática de la Señoría. El
triunfo de los rebeldes otorga el cargo de Gonfaloniere de Justicia
a Michele di Lando, un «desarrapado» en principio
más afín a la demagogia que tribunos patricios como
Artevelde, Marcel o Rienzi. Sin embargo, «era un hombre
sereno y sabio, más favorecido por la naturaleza que por
la hacienda, y se resolvió a restaurar la paz»14.
1. La inercia oligárquica. Cuando
su facción quiso forzar las cosas con demandas intempestivas
no dudó en impedirlo, poniéndose al frente de la
guardia. Quienes acabaron odiándole fueron por eso sus
colegas más impacientes, cuya influencia se desvanecería
al perder el apoyo de los gremios menores. Las conquistas laborales
de los ciompi desaparecieron antes de terminar el verano,
pero el retorno al poder de los gremios mayores no evitó
que el gobierno acabase en manos del gran comercio, algo prefigurado
por la empatía entre un cardadorestadista como Michele
di Lando y Salvestro de Medici, un valiente caballero de «noble
familia plebeya». Lando le nombra sucesor suyo cuando ninguno
de los dos imagina que el sobrino de éste, su adolescente
primo Giovanni, se convertirá en el fundador de la banca
Medici y en el primer mecenas del linaje.
Volver a formas oligárquicas de gobierno
supone el destierro de ambos, cuya amistad simboliza diálogo
entre pueblo bajo y clase media, y puede considerarse un logro
que la gratitud cívica imponga desterrarles, en vez de
descuartizarles. Peor arreglo tiene que el gremialismo esté
pasando de la artesanía a la ocupación de todo espacio
comercial, prolongando sus talleres en forma de tiendas y minando
el desarrollo armónico del medio urbano y el rústico.
Repercute aquello que paga por sus privilegios con subidas de
precio al campesino, y desarrolla una «regulación
[
] que faculta a la ciudad para comprar con una cantidad
menor de trabajo propio una mayor cantidad de trabajo del campo»15.
Pero el aliado natural del burgo no acepta irse quedando atrás,
y en Inglaterra que en algunos sentidos el país políticamente
más cuerdo y también el que más esclavos
conserva16
surge el mayor alzamiento popular conocido hasta entonces.
III. La gran revuelta inglesa
Tres años después de que la República
florentina se haga democrática, siquiera sea fugazmente,
un rencor acumulado desde el Statute of Labourers (1351)
estalla en gran parte de Inglaterra quemando palacios, ocupando
abadías y dominios, abriendo cárceles y destruyendo
registros. El Statute decretaba topes salariales, arbitrando
multas para cualquier operario que cambiase de empleador, y a
esas medidas el gobierno había añadido un nuevo
impuesto indiscriminado (el poll tax) para pagar la guerra
con Francia, cuya cuantía acababa de elevarse al triple.
El pueblo que según la anónima crónica
de la Great Revolt17
incluía no sólo campesinos y artesanos sino comerciantes
«ni ricos ni pobres» exige entonces «servicios
de trabajo basados en contratos libres y derecho a arrendar tierra
inculta por cuatro peniques el acre»18.
Reclama también que «la esclavitud
sea abolida, libertad de comercio en los burgos sin previo pago
de impuestos y una renta fija sobre las tierras en lugar de corveas
por villanía»19.
A la cabeza de la rebelión está el herrero Wat Tyler
(1320-1381), condecorado por heroísmo en Poitiers y otras
batallas, cuyas dotes le permiten apoderarse rápidamente
de todo el sudoeste inglés Londres incluido,
y forzar una negociación directa con el joven Ricardo II.
El 14 de junio los veinte mil combatientes que le siguen prestan
entidad y urgencia a las reclamaciones de los commons:
«Que ningún señor tendrá
señorío distinto de la cortesía, y habrá
igualdad entre todos, salvo el rey, y que los bienes de la sagrada
Iglesia no quedarán en manos de los religiosos, sino
que tras asegurar una dotación suficiente para el sostén
de los clérigos actuales el resto de los bienes se dividirá
entre el pueblo de cada parroquia [
] Y que dejará
de haber servidumbre o villanía, siendo todos los hombres
libres y de una sola condición»20.
Desarmado y sin escolta, Tyler cae en la misma
trampa usada por el rey de Navarra tres años antes con
Cale, líder de la Jacquerie en el sur francés. Portar
bandera blanca y ser invitado a conferenciar no manda al gentleman
cumplir la palabra dada a «sabandijas impúdicas que
osan dirigirse sin el debido respeto a la majestad», como
alega el alcalde de Londres mientras le asesina con ayuda de su
escudero. Los comunes ingleses eran probablemente más monárquicos
de corazón que la aristocracia de sangre, y «cuando
vieron la cabeza de su jefe en el extremo de una pica se derrumbaron
entre los trigales como hombres vencidos, implorando misericordia
al monarca por sus malas acciones»21.
Muchos de ellos sentían ya remordimiento
por actos como incendiar parcialmente la Universidad de Cambridge,
o matar a algunos caballeros y abades, y un contingente importante
abandonó Londres al saber que un grupo de commons
había secuestrado y luego asesinado al arzobispo de Canterbury.
Como en París y Florencia, la política de terror
y hechos consumados dividió en vez de aumentar el compromiso
de unidad entre los rebeldes, precipitando de paso la venganza
del desafiado. Según la Crónica de 1381, «cuando
el rey pensó que el castigo había sido suficiente
[tras ejecutar a muchos] les otorgó el perdón mientras
no volviesen a alzarse, so pena de perder vida y miembros, y a
condición de que cada uno le pagase veinte chelines como
multa, para hacerle rico. Y así acabó esta guerra
perversa».
1. De Londres a Praga. Terminar suplicando
clemencia al opresor es poco airoso, pero el cronista ignoraba
que la Great Revolt acabaría imponiendo todas sus
reivindicaciones, algunas casi de inmediato. Entre los inspiradores
y seguidores de Tyler destacaban los lolardos (lollards),
que suelen etiquetarse como grupo afín a los cátaros-bogomiles
pero no son dualistas sino más bien pauperes valdenses,
posteriores en vez de previos o coetáneos a la revolución
comercial. Su figura más visible es el monje John Ball,
origen de los versos que la rebelión transformó
en himno de batalla22,
portavoz a su vez de John Wyclif (1324-1384), «lucero del
alba de la Reforma». Con Wyclif llega el primer traductor
de la Biblia a lengua romance, y un replanteamiento de la Iglesia
pobre que la reforma gregoriana había silenciado con sus
invocaciones al ascetismo. Ahora se hace inaplazable elegir entre
una institución conservadora la Iglesia señorial
y una secta apostólica militante.
«Propiedad y autoridad derivan directamente
de Dios, aunque este derecho sólo pueden disfrutarlo
quienes observan la ley divina de amor, humildad y autocontrol,
como un feudo que sólo se otorga al vasallo mientras
obedezca la ley de su señor. Ya que la Iglesia no observa
esta ley, el Estado está legitimado para privarla de
su posesión ilícita y restaurar el ideal de la
Iglesia pobre, cuya existencia se circunscribe a fines espirituales.
Con esta teoría del dominium Wyclif no pretendía
atacar los derechos de propiedad de los laicos, pues ellos no
pueden desobedecer la ley divina como el sacerdocio. La propiedad
está conectada con sus funciones seculares, mientras
las funciones de la Iglesia más bien la excluyen»23.
Así, los pauperes de Lyón
acaban teniendo su portavoz en un filólogo e historiador
eclesiástico, orgullo de la Universidad de Oxford. Una
fe hasta entonces visceral y analfabeta sigue al más culto
como sucederá en otros países con sus reformadores,
y uno de cada dos ingleses es lolardo de corazón. En 1395
la lollardy presenta al Parlamento un escrito llamado de
las Doce Conclusiones24,
basado en que todo cristiano adulto, hombre o mujer, puede entender
por sí solo las Escrituras y debe atenerse «soberanamente»
al sentido descubierto en ellas. Nada ni nadie puede estar por
encima de esa comprensión personal, asistida en cada caso
por la clear reason.
La Iglesia inglesa pide auxilio al poder temporal
y se promulga el decreto De heretico comburendo (1401),
que prohíbe la tenencia o lectura de la Biblia en lengua
vulgar y amenaza al grupo de rebeldes con la hoguera. Pero la
lollardy carece de vocación martirológica,
como la Fraternidad del Libre Espíritu, y sus miembros
están dispuestos a jurar todo cuanto se les pida, incluyendo
sólo tener la Biblia en alguna lengua muerta. Erasmo les
llama «una opinión conquistada pero no extinguida»,
de la cual se alimentan anglicanos y reformistas, y en todo ese
tiempo no ha habido manera de evitar, por ejemplo, que la parroquia
de Nuestra Señora de Walshingham sea mencionada todavía
en 1523 como «La Bruja de Walshingham»25.
IV. La revolución husita
La rama valdense de Bohemia una de las
más tardías y poco numerosas, si se compara con
los pauvres de Lyón o los poverelli del Piamonte
y la Lombardía padeció también menos
defecciones. En su momento, las ideas de Wyclif fueron difundidas
allí por el teólogo Jan Hus (1369-1415), que compareció
en el Concilio de Constanza confiando en un salvoconducto del
emperador Segismundo y acabó quemado vivo por hereje. Como
en Inglaterra, la reforma anticlerical se encomendaba al más
valioso, pues «una infrecuente combinación de dones
le hizo al tiempo rector de la Universidad de Praga, líder
espiritual del pueblo bajo y una figura influyente en la Corte,
algo que confería gran peso a sus protestas»26.
La justicia poética hará que ese mismo Concilio
deponga algo después al acusador original de Hus, el papa
Juan XXIII, acusado a su vez de «simoníaco, asesino,
sodomita y fornicario»27.
Bohemia-Moravia, uno de los principados electores
del Emperador germánico, alimentaba desde mucho antes animosidad
hacia la Iglesia romana propietaria allí de la mitad
de todas las tierras y hacia los alemanes en general, una
pequeña minoría dominante en un territorio abrumadoramente
eslavo. Algo tan cobarde y cruel como el tormento de Hus colmó
el vaso, convirtiendo todo el territorio de habla checa desde
Silesia a Austria en un Estado con Iglesia nacional y gobierno
autónomo. En 1415, recién asesinado su prohombre,
la población es tan unánime en este sentido que
el Imperio concede a los husitas una tregua de cinco años
para resolver sus diferencias con él, y los rebeldes gobernarán
de hecho hasta mucho más tarde.
En principio, las instituciones locales simplemente
subsisten sin tener que contar con el beneplácito del Emperador
y la Santa Sede, pero cuando se acerca el vencimiento de la tregua
lo implícito se hace explícito. En 1419 gremios
artesanales desplazan del gobierno de Praga al patriciado alemán
tirando a sus consejeros por los balcones del Ayuntamiento,
y se consolida una confesión utraquista en la cual todos
(y no sólo el sacerdote) comulgan con pan y vino28.
El brote nacional-religioso inspira una república estrictamente
popular, fundada mediante el compromiso de hidalgos, burguenses
y campesinos reunidos en la villa de Tabor.
Los taboritas, que son probablemente un fenómeno
original29,
se impondrán al sector moderado gracias ante todo al genio
bélico de Jan Zizka, un hidalgo que venció repetidamente
a ejércitos muy superiores de cruzados y de la propia nobleza
checa30.
Todos coinciden en la necesidad de crear «una sociedad sin
señores ni siervos», que devuelva al pueblo su «inocencia»
compartiendo los bienes, si bien la fuerza de los hechos les llevará
a escindirse en realistas e intransigentes, enzarzados en una
guerra civil que se prolonga durante una década.
1. El comunismo naturalista. Cosme de
Praga (1045-1125), patriarca de los historiadores checos, describió
con gran antelación lo esencial de la actitud taborita.
Su Chronica afirma que antes de establecerse como rector
el duque Bohemus, hacia 600, el pueblo de esos territorios vivía
en un estado de naturaleza plenamente feliz:
«Los campos arados y los pastos, hasta los propios matrimonios,
se compartían, pues al modo de los animales se cruzaban
entre ellos por una sola noche [
] Nadie sabía decir
Mío, y como en la vida monástica llamaban Nuestro
a todo cuanto tuviesen. No había ladrón ni bandido
ni gente pobre, pero por desgracia cambiaron su prosperidad
por lo opuesto, y la propiedad común por la privada»31.
Podría parecer extraño que ese
régimen comunitario asegurase prosperitas y no sólo
justicia. Sin embargo, Cosme escribe en los comienzos de la revolución
comercial cuando reina teóricamente la santa autarquía,
y no puede estar más lejos de ideas como renta per capita
o capacidad adquisitiva. Hacia 850 el Seudo-Isidoro había
insistido en que los europeos del siglo v «estaban todos
abundantemente abastecidos, pues vendieron sus posesiones y pusieron
el dinero a los pies de los apóstoles»32.
Bien porque no hubiese gobierno, o bien porque lo asumieran apóstoles,
es un tópico entre cronistas altomedievales que la tierra
no trabajada resulta especialmente ubérrima, un criterio
cuyas raíces están en nostalgia por el buen salvaje
y providencialismo ebionita. Séneca escribió que
«los campos eran más fértiles antes de ararse»33,
y Jesús insistía en lo abundantemente provistos
que están pájaros y lirios sin necesidad de conducirse
previsoramente.
Esta convicción se prolonga intacta hasta
bastante más allá de Cosme, y hacia 1270 el Roman
de la Rose explica que «en tiempos de nuestros primeros
padres [
] las gentes se alimentaban de frutos y hierbas
del campo, bebían sólo agua, vivían en cuevas
y no había penuria alguna, pues la tierra les concedía
liberalmente toda la comida que necesitaban». Su próspera
felicidad fue interrumpida «por demonios que enloquecidos
de rabia y envidia» inventaron «la Codicia creadora
de dinero y la Avaricia que lo pone bajo llave»34.
Así, el desahogo económico conviviría cómodamente
con la vida troglodítica, una opinión sorprendente
si no derivase del rechazo por la eficiencia económica.
El Roman nos saca de dudas aclarando que los «demonios»
inventores del dinero los comerciantes, por supuesto
trajeron la Pobreza al introducir una desigualdad distinta de
la que media entre superior e inferior, maestro y pupilo. A fin
de cuentas, eran todos ricos porque ninguno era propiamente rico.
Dicha construcción encuentra en Bohemia
un terreno especialmente abonado, y los taboritas no rechazarán
tanto a los señores tradicionales como «al ciudadano
acomodado, el mercader y el propietario rural ausente de su tierra»35.
Por lo demás, persiste en su seno una facción de
pauperes que no está reñida con la actividad
comercial e industrial, sino con la Iglesia propietaria. Fieles
a Valdes, Wyclif y Hus, para estos taboritas no son incompatibles
las instituciones caritativas con una explotación eficaz
de sus recursos por entonces unas modestas minas de oro,
ganadería y agricultura, y limitan la expropiación
a dominios de las abadías. Como no discuten la propiedad
privada de muebles e inmuebles, centran su comunismo en compartir
«voluntariamente» los alimentos.
Los taboritas radicales, que ven en esto una
rendición ante el egoísmo mundanal, no vacilan en
provocar una guerra civil crónica y construyen con sus
criterios y medidas un tesoro inestimable para la historia del
comunismo, pues al fin hallamos un movimiento coordinado y duradero
que no vacila en aplicar hasta las últimas consecuencias
prácticas el rechazo del mundo comercial. Milenaristas
y nacionalistas inseparablemente, como los celotes judíos,
«quieren todo en checo y se consideran milicia de Dios llamada
a librar guerras santas, que igualen a todos en posesiones»36.
Hus y la mayoría de sus partidarios rechazaban la pena
capital, pero ellos la restablecen para el estado de emergencia
que explica Jan Zelivsky, uno de sus predicadores:
«Los pobres deben pronunciarse contra todos los que
no proceden de Dios [...] Tan sólo el que trabaja puede
decir con fundamento: el pan nuestro de cada día.
Los otros consumen el pan como ladrones y bandidos [...] Ocurrirá
como consta en Apocalipsis: comeréis los cuerpos de los
reyes y los cuerpos de las gentes principales. Y la bestia será
capturada, y con ella los falsos profetas. Ambos serán
arrojados en el mar de azufre hirviente»37.
Al parecer, llegaron a sentir una repugnancia
tan sincera hacia la riqueza que después de las batallas
sepultaban al enemigo sin despojarle de ningún aderezo,
ya fuese de plata u oro. Una de sus canciones militares menciona
el «banquete mesiánico» que sigue al «regocijo
de los justos lavándose las manos con sangre de los pecadores»38,
pues «en Tabor no existen ni Tuyo ni Mío. Quien tenga
propiedad privada comete pecado mortal». Como sería
abominación mostrar clemencia con el pecador, sus recaudadores
amenazan no sólo con el embargo de bienes sino con pasar
al remiso por «el fuego». En las zonas controladas
por taboritas moderados los albergues y comedores para indigentes
no interfieren con un proceso productivo apoyado sobre compraventas.
En las controladas por los radicales las propiedades de todo tipo
deben venderse sin tardanza, para aportar ese metálico
a cepillos comunitarios, y miles de campesinos enajenaron gustosamente
todos sus bienes quemando incluso las moradas que dejaban
atrás para alistarse como «guerreros nómadas
de Cristo». Pensar en sus familias nos retrotrae a aquel
procónsul romano atónito ante ebionitas del siglo
iii, que entregaban alegremente al gestor apostólico todo
su patrimonio e imponían a los hijos hacerse esclavos para
evitarse la inanición.
La colecta taborita produjo fondos abundantes,
que Zizka usó para equipar ejércitos invencibles
bajo su mando. Pero sabemos también por actas de
un sínodo de obispos checos moderados que los cepillos
se agotaron en la primavera de 1421, y que a partir de entonces
comienza «una opresión inmisericorde del pueblo»39.
Las tropas van convirtiéndose en partidas dedicadas al
saqueo de países vecinos y del propio, mientras se multiplican
al mismo tiempo los llamados adanitas de Bohemia, una secta tan
comunista como fervorosamente promiscua que quiere vivir desnuda
en invierno y verano. Zizka quema vivos a setenta y seis que localiza
en Tabor, si bien un grupo singularmente tenaz resiste en cierta
isla fluvial los ataques de todo un batallón suyo.
El control taborita de un territorio cada vez
menor dura hasta 1434, cuando los restos del glorioso ejército
perezcan ante un contingente militar que no son los cruzados europeos
reclutados para su represión sino checos utraquistas y
checos católicos, una unión inconcebible de no mediar
el espanto ante la situación del país. Sin embargo,
Tabor no será tomado hasta 1452, treinta y tres años
después de fundarse como república democrática.
Los últimos representantes de su espíritu se bifurcan
en salteadores de caminos y una secta llamada a practicar la más
extrema mansedumbre (los Hermanos Moravos), que más tarde
inspirará el pietismo y el metodismo en Inglaterra y el
noroeste europeo.
V. La revolución en Alemania
Los ejércitos de Zizka penetraron en
diferentes campañas hasta Leipzig y Nuremberg, donde depositaron
su semilla doctrinal. Algunas décadas después, a
principios del siglo XVI, el Imperio germánico está
sujeto a la supervisión del consejo formado por siete príncipes
«electores», y sólo tres ciudades Augsburgo,
Colonia y Nuremberg superan los trescientos mil habitantes40.
Salvo en el nordeste, sujeto aún a la Orden de los Caballeros
Teutónicos, que tiene grandes dominios hasta cierto punto
rentables para sus magnates (aunque limitados a un monocultivo
cerealero), el sur y el suroeste están fragmentados en
dominios «enanos», cuyo estamento superior no se repone
de la ruina que sigue a la Muerte Negra y el encarecimiento en
la mano de obra. La pequeña nobleza padece lo peor, y mientras
unos hidalgos sobreviven como mercenarios otros bajo distintos
pretextos y nombres se han convertido en salteadores comarcales41.
No faltan en Alemania notables hallazgos técnicos,
como los primeros molinos de papel, y la Gran Compañía
de Ravensburg creada en 1380 domina cómodamente
durante un siglo el tráfico continental de minerales. Tiene
también una red de tiendas y delegaciones por toda Europa
para comerciar con papel, especias y otros artículos, pero
la competencia holandesa y las trabas feudales internas acaban
haciendo que desaparezca en 1530. Cuando en los Países
Bajos «las mercancías han empezado a viajar solas»42,
y cunde el respeto por la actividad mercantil en general, el agricultor
alemán está sujeto a reglas como en Cataluña
hasta Fernando el Católico: el mejor buey y el mejor caballo,
el mejor traje y el mejor apero son heredados por el amo al morir
cada siervo.
Tras imponer salarios máximos, a la manera
del Statute of Labourers inglés, el señorío
ha reaccionado a su crisis con medidas como privatizar prados
comunales, o negar al villano su tradicional derecho de acceso
a bosques y arroyos. Por lo demás, el agro alemán
es uno de los mejor atendidos, hay una clase media rural «creciente
y llena de confianza en sí misma que quiere cambios políticos,
no apocalípticos»43,
y eso explica que la llamada Guerra Campesina se geste lentamente
pero acabe muy deprisa. Si se compara con la Jacquerie francesa,
ocurrida siglo y medio antes, esta revolución obedece sólo
a teólogos, sin voz de labriego, minero o jornalero añadida
a la suya. La excepción a esa regla, que constituye también
el puente entre la revolución checa y su alzamiento, es
el pastor conocido como tamborilero (o flautista) de Niklashausen.
No obstante, si miramos el fenómeno algo
más de cerca tampoco hay excepción en este caso,
pues el infeliz convertido en Joven Sagrado fue un débil
mental a quien dirigían cierto eremita y el párroco
de la aldea, el primero un superviviente taborita y el segundo
un astuto gestor, que desde la primavera de 1474 organiza el catering
para las grandes masas de peregrinos44.
Las crónicas mencionan que el tamborilero corría
cotidianamente peligro de morir aplastado por el fervor, pues
oyéndole predicar el fin del Mío y el Tuyo los presentes
se abalanzaban queriendo conseguir algún fragmento de cosa
tocada por su cuerpo. Cientos de miles escucharon en éxtasis
sus afásicos sermones durante ese verano, hasta que acabó
quemado vivo por hereje y brujo.
Lejos de desanimar la causa del igualitarismo
apostólico, del evento surgieron nuevos profetas y bandoleros
reivindicativos llamados genéricamente «gentes de
los zuecos» (bundschuh), precursores emocionales
del sans-culotte francés. Su principal líder
el monje Joss Fritz organiza alzamientos en la diócesis
de Speyer y algunas otras ciudades entre 1502 y 1517. Para entonces
la amplitud, vehemencia y espontaneidad de su espíritu
sólo puede compararse al de las hordas que cuatro siglos
antes se lanzan a la Cruzada de los Pobres, aunque ahora el Nuestro
no se refiere al Santo Sepulcro o a Palestina sino a todo tipo
de propiedad privada. Las gentes de los zuecos están listas
para imponer una restitución que, según Engels,
pondría en pie de guerra a unos treinta mil campesinos,
de los cuales un tercio iba a perecer45.
Ese cálculo puede considerarse aproximado,
ya que la población alemana rondaba entonces los doce millones,
y el 90 por 100 de ellos vivía en aldeas y granjas. Uno
entre cada treinta labriegos se alzó en armas, proporción
que dependiendo de la perspectiva adoptada parecerá grande
o pequeña. Salvo Baviera y el nordeste, que se mantienen
al margen, un foco inicial situado en la Selva Negra prende rápidamente
por todo el resto del país, con grupos que empiezan atacando
castillos y abadías. Su lema es que llegan los Últimos
Días, pues «las hoces se han afilado para maldecir
a los incrédulos»46.
Lo difuso de sus movimientos, que carecen de coordinación,
contrasta con la nítida figura de quien acabará
siendo su gran símbolo.
1. El profeta enciclopédico. Thomas
Müntzer (1489-1525) leía griego y hebreo, y tuvo su
primer encargo como pastor por recomendación de Lutero.
Ser «colérico, anticlerical y apocalíptico»
hizo que no congeniase con su feligresía, y tras pasar
algún tiempo en Praga con taboritas residuales volvió
a Alemania para pronunciar su Sermón a los príncipes
alemanes (1524), donde se presenta como «el nuevo profeta
Daniel». Sigue a ese texto su Apología, que
dedica «Al Señor Jesucristo y a su afligida y única
esposa, la Iglesia de los pobres». La definición
del pobre que encontramos allí es básicamente extraeconómica,
pues le identifica con «quien ha sufrido, no vive de la
avaricia ni para la lujuria y desprecia los bienes de este mundo»47.
Un año le basta para redactar en alemán
la primera liturgia completa de la Iglesia reformada, crear una
Liga de los Elegidos cuya meta es el exterminio del rico
y apoderarse en 1525 de Mülhausen, una de las ciudades imperiales.
Allí, cuando sustituye el Ayuntamiento por la Liga Divina
Eterna, proclama que ha llegado «el Día de la Ira»48.
Despacha emisarios a otras ciudades, a las comarcas y especialmente
a las minas, entendiendo que sólo los no propietarios le
serán fieles. Como sus visiones le han asegurado que triunfará,
asume funciones de caudillo militar de los campesinos y decide
ofrecer batalla a un ejército formado apresuradamente por
algunos príncipes-electores49.
Pero la determinación de sus tropas no se corresponde con
la ferocidad que han demostrado hasta entonces, y aunque sean
superiores en número basta una salva de artillería
para hacer que se desbanden. Dejarán sobre el terreno unas
cinco mil bajas, por media docena del adversario50.
Su jefe va a ser el primero en dar mal ejemplo,
ya que ha empezado pidiendo «masacrar sin piedad en nombre
de Cristo» y horas después del desastre es descubierto
escondido bajo la paja de un granero. Los príncipes consideran
más eficaz para su causa demostrar que es un cobarde, y
le ofrecen cambiar la hoguera por decapitación si comulga
humildemente con arreglo al rito católico, abjurando de
todas sus tesis. Müntzer acepta estas condiciones, y al redactar
una retractación solemne sume en consternación a
sus numerosos adeptos. Todo ha sido asombrosamente fácil
y rápido para los vencedores, que calculando el número
de los rebeldes temieron muy seriamente perder la guerra. Ese
sentimiento se filtra en el panfleto de Lutero Contra las hordas
asesinas y ladronas, donde denuncia a «los profetas
celestiales de la guerra santa». Pero el antiguo mentor
del decapitado no se hace ilusiones y anticipa que los anabaptistas
provocarán nuevos derramamientos de sangre, pues cunde
un sentimiento que convierte en «peligrosos sectarios»
a no pocos colegas y amigos íntimos51.
2. Los profetas burgueses. Desde sus primeras
manifestaciones medievales cátaros, petrobusianos,
enricianos, valdenses la Iglesia de los pauperes
se aviene mal con el bautismo infantil, y con los nuevos tiempos
llega el convencimiento de que cada fiel sólo puede remediar
ese absurdo bautizándose de nuevo. He ahí una manifestación
de que la libertad y la conducta racional van apreciándose,
pues a fin de cuentas quieren una fe abrazada de modo consciente.
Pero con los primeros anabaptistas llega una rama muy vengativa
que, por ejemplo, traduce a los profetas judíos sin interesarse
por el resto de la Biblia. Para ella segundo bautismo y revolución
comunista son inseparables.
Los campesinos siguen sin producir dirigentes,
y los héroes del segundo estallido revolucionario van a
ser profesionales y empresarios, testigos de cómo la primera
guerra santa se desvanecía casi en un abrir y cerrar de
ojos. Diez años después de que Müntzer muera
la fe anabaptista se ha diseminado por una franja que va desde
Austria y Suiza hasta Holanda, cruzando el sur de Alemania, y
ser objeto de una persecución implacable52
les estimula a imitarla. En febrero de 1534 un concurso de circunstancias
fundamentalmente la pugna entre gremios artesanales y patricios,
sumada a la de católicos y reformistas, les permite
instalarse por vías democráticas en la ciudad de
Münster, que sólo tiene por entonces unos diez mil
habitantes pero es uno de los burgos imperiales y constituye un
poderoso foco de irradiación para sus doctrinas.
Ese mes, en pleno invierno, piden su segundo
bautismo unas mil cuatrocientas personas y destaca el activo fervor
femenino, ya que tanto monjas desertoras de su clausura como otras
mujeres recorren las calles en manifestaciones de júbilo
ante el advenimiento de los Últimos Días53.
El Concejo que se ha hecho cargo de la ciudad expulsa a católicos
y protestantes, no sin expropiar antes hasta sus provisiones de
viaje, con lo cual serán obligados a partir bajo una gran
nevada y mendigar alimento en su éxodo. Dicha decisión
renueva las pretensiones del obispo de la ciudad, que monta un
asedio para recuperar el feudo, aunque sólo puede contratar
un número insuficiente de mercenarios, que aflojarán
el cerco dos veces: una por no haber cobrado su paga y otra por
confraternizar con los asediados.
El Concejo responde al cerco decretando pena
de muerte para quien demore su segundo bautismo, y promulga un
bando que comienza diciendo: «¡Arrepentíos,
con los mil quinientos años llega la Venganza!».
Sus Profetas son dos alemanes un capellán (Rothmann)
y un próspero empresario textil (Knipperdollinck)
y dos holandeses, uno de ellos panadero (Mathiessen) y el otro
aprendiz de sastre (Jan Bockelszoon, luego llamado de Leyden).
Casi de inmediato forman una «inmensa pira» con cualquier
texto distinto de la Biblia, y al calor de sus llamas mientras
la nieve sigue cayendo Mathiessen da ejemplo de compromiso
matando personalmente al primer objetor. Su entusiasmo hará
que intente poco después una salida al mando de algunos
centenares de hombres, aunque los sitiadores resisten y
él perece en el empeño.
3. La organización comunal. A partir
de este momento el pánico se sistematiza con la división
del perímetro en áreas que vigilan pelotones armados,
atentos a cualquier signo o denuncia de sabotaje. La mayoría
indiscutible en febrero no lo es tanto al llegar la primavera,
y una búsqueda concienzuda hecha casa por casa revela a
los Profetas que bastantes son culpables del crimen cometido por
Ananías y Safira, los primeros defraudadores54.
Rothmann publica su panfleto Restitución cuando
el Concejo ha incautado 83 vagones de «excedentes»,
tras de lo cual ese órgano colegiado deja de existir. Un
edicto, que convierte a Münster en Reino de la Nueva Jerusalem,
declara:
«Llegó el momento de vivir el amor mutuo, la
perfecta igualdad y la filantropía. Queda abolido entre
nosotros, por el poder del amor y la comunidad, todo aquello
que hasta ahora había servido al provecho egoísta
y la propiedad privada; por ejemplo, comprar y vender, trabajar
por salario, cobrar interés, comer y beber del sudor
de los pobres»55.
La contundencia de estas expresiones justifica
que el anarcocomunismo ulterior parta explícitamente de
ellas56. El edicto manda también que sean quemados registros
inmobiliarios, archivos notariales y demás escritos que
«por su carácter mundano y vano mancillen el espíritu
del cristianismo auténtico»57. En agosto una deserción
masiva de los sitiadores permite recibir algunas vituallas y acoger
a muchos anabaptistas llegados de fuera, cosa que reanima un entusiasmo
decaído y justifica los fastos de la coronación.
Knipperdollink se convierte en primer ministro, Rothmann en «orador
real» y Jan de Leyden en «nuevo rey David de la Nueva
Sión». El monarca es un hombre de verbo fácil
y extremadamente apuesto, como atestiguan todos los cronistas
y su célebre retrato, que a principios del otoño
declara:
«Asumo ahora poder sobre todas las naciones de la Tierra,
y derecho a usar la espada para confusión de los malvados
y defensa de los justos. El Verbo se ha hecho Carne y mora entre
nosotros. Un Dios, una Fe, un Bautismo»58.
Sin embargo, el obispo consigue dinero para
restablecer el asedio, y las medidas de control interno se refuerzan
con premios en especie y cargos públicos a quien descubra
«infieles». No volverán a entrar víveres,
y según los cronistas eclesiásticos llega «un
reino de terror e indescriptibles orgías, al declararse
que las mujeres son tan comunes como el resto de los bienes»59.
Cuando se ha hecho habitual comer ratas y cocer como alimento
el cuero de zapatos viejos, rezando sin pausa todos por la salud
del rey mesiánico concedido para los Últimos Días,
el despliegue de la libido tiene algo de imposible y también
de último recurso. Sólo sabemos a ciencia cierta
que Leyden reina en una ciudad donde hay unas tres mujeres núbiles
por adulto60, y que tras casarse con la bella viuda de Mathiessen
acaba teniendo un gineceo formado por dieciséis esposas.
Puesto que Dios manda crecer y multiplicarse, ha ordenado que
toda mujer entre los catorce y los cincuenta años contraiga
matrimonio. Algunas rebeldes por tener un marido emigrado,
vocación de soltería o simplemente oponerse al régimen
de harén serán ejecutadas públicamente61.
La autoimportancia pudo trastornarle el juicio,
pero no lo bastante para evitar que atesorase en los sótanos
del palacio obispal reservas para alimentar a su Corte medio año,
mientras el burgo pasaba todo el invierno viviendo del canibalismo.
En mayo, cuando gracias a algunos sitiados caiga en manos de sus
sitiadores, el único alimento disponible fuera del perímetro
palaciego son cadáveres. Del trastorno debido a la eminencia
personal deriva también, quizá, que a la hora de
defender sus conquistas los Profetas no sólo den pruebas
de ineficacia. Al irrumpir sus enemigos estaban pensando prender
fuego a la ciudad por los cuatro costados «para rechazarlos»,
un plan cuya profundidad estratégica no parece ajena a
las ventajas del humo para huir.
El fantástico gobierno de la Nueva Sión
ha durado año y medio, plazo suficiente para que muchos
sucumban por razones distintas de sabotear el proyecto comunista,
y otros por no coincidir del todo con él. De los diez mil
habitantes originales apenas sobrevive una pequeña fracción,
agudamente desnutrida y hecha a confundir vigilia con sueño.
Puros calcos de Müntzer en este sentido, como ni Leyden ni
sus ministros optan por morir luchando acaban siendo capturados.
Pero en su caso no hay oferta de retractación y perecen
abrasados a fuego lento, dentro una gran jaula de hierro que sigue
exhibiéndose en la catedral de la ciudad.
Al igual que sucediera con franciscanos radicales
y taboritas, algunos anabaptistas de otros territorios se niegan
a rendirse y forman bandas como la de Jan van Batenburg, un bastardo
de la nobleza holandesa que no ve nada anticristiano en vivir
del robo y la extorsión a «infieles». En 1538,
cuando pase por la hoguera, sus batenburgers quedan bajo
el mando de Cornelis Appelman el Juez, alguien más imperioso
aún, pues quiso casarse con una hija suya, y viendo que
la madre protestaba ejecutó a ambas por desacato62.
NOTAS
1
- William Langland, Piers Plowman (c. 1390), versión
C, XXIII vv. 273-281.
2
- Cf. Hume 1983, vol. II, p. 201-202.
3
- En Crécy (1346), siendo tres veces más numerosos,
los franceses pierden unos treinta mil hombres y entre ellos muchos
de sus principales nobles, mientras los británicos no llegan
al centenar de bajas. En Poitiers (1356) se repite la situación,
y el propio rey Juan cae prisionero. En Azincourt (1415) morirán
unos ocho mil nobles y muchos más soldados, otra vez por
menos de un centenar de sus adversarios. «Las tres grandes
batallas se parecen mucho, pues en todas ellas aparece la misma
temeridad por parte de los príncipes ingleses, que sólo
por saquear se internan demasiado en territorio enemigo para disponer
de una retirada. Pero llegado el momento de combatir se observa
por parte inglesa la misma presencia de ánimo, destreza,
audacia, firmeza y precaución, y por parte francesa la
misma precipitación, confusión y vana confianza»
(Hume Ibíd., p. 366).
4
- Una institución hasta entonces sin funciones de gobierno,
surgida en 1302 para aprobar impuestos extraordinarios.
5
- Imponer una moneda fija, por ejemplo, cuando el marco de plata
francés había cambiado treinta y nueve veces de
ley en los últimos siete años.
6
- Por jacques, otro nombre del labriego.
7
- Cf. Neveux 1973. Cale murió, desde luego, tras horrendas
torturas.
8
- Estas acciones no son tan infrecuentes en el bajo medievo. En
su Historia de Florencia cuenta Maquiavelo, por ejemplo,
que en uno de los disturbios «tras trocear los cuerpos de
dos ciudadanos con espadas desgarraron los trozos con las manos
e incluso con los dientes (II, 8, 20). La truculencia piadosa
aparece de modo cotidiano, y «ante el temor de que pudiesen
desaparecer las santas reliquias, los monjes de Fossanova donde
había muerto Tomás de Aquino en 1274 confitaron
el cadáver del maestro, decapitándolo para cocerlo
y prepararlo mejor [
] Antes de enterrar el cadáver
de Santa Isabel de Turingia un tropel de devotos cortaba o arrancaba
no sólo trozos de los paños con que estaba envuelto
su rostro, sino también los pelos y las uñas, e
incluso trozos de las orejas y los pezones de los senos. Con ocasión
de una fiesta solemne, Carlos IV de Francia distribuye costillas
de su antepasado san Luis entre Pierre DAilly y sus primos
Berry y Borgoña, y da una pierna a los prelados para que
se la repartan, como en efecto hacen después de la comida».
Cf. Huizinga 1962, p. 237.
9
- Froissart 1960, p. 152-153.
10
- Hume 1983, vol. II, p. 369.
11
- «Asesinatos y otras atrocidades se cometían a diario
y quedaban impunes, bajo la protección de una parte u otra
de la nobleza. Para detener esta insolencia los líderes
del pueblo [
] aprovecharon el gran influjo adquirido por
las Compañías de las Artes, y crearon en 1280 el
gobierno de la Signoria» (Maquiavelo 1525, II, 3,
1).
12
- En la práctica, estas luchas se libran en torno al número
de signori correspondientes a cada grupo. Tras la derrota definitiva
de los nobles la Signoria se distribuye en dos para la clase superior,
tres para la media y tres para la baja, nombrándose también
un Gonfaloniere o abanderado de Justicia, que habría
de ser «un plebeyo con mil hombres armados a su disposición,
divididos en veinte compañías de cincuenta»
(Maquiavelo II, 3, 2). Pronto pasa a tener cuatro mil, que en
muchas ocasiones seguirán siendo insuficientes para evitar
disturbios.
13
- «Cada uno de estos estamentos trabajaba con ardor en elaborar
reglamentos conducentes a mantener el mercado insuficientemente
abastecido, y con tal de lograrlo no hallaban inconveniente en
que los demás estamentos hiciesen lo mismo» (Smith
1982, p. 121).
14
- Maquiavelo ibíd., III, 4, 6. Añade luego que «en
coraje, prudencia y generosidad sobrepasó a cualquier otro
ciudadano de su tiempo [
] Estas cualidades subyugaron a
los plebeyos y abrieron los ojos de los patricios a la magnitud
del desvarío de aquellos que tras vencer al orgullo de
la nobleza acatan la regla nauseabunda de la escoria» (III,
4, 10).
15
- Smith 1982, p. 122.
16
- Froissart 1960, p. 50-51.
17
- Uso el texto online, que corresponde a las páginas 200-205
en la edición de Oman 1906.
18
- Media hectárea aproximadamente.
19
- Hume 1983, vol. II, p. 291.
20
- Chronicle, p. 201-202.
21
- Ibíd, p. 203.
22
- «Cuando Adán araba y Eva tejía, / ¿dónde
estaba el señor?».
23
- Troeltsch 1992, vol. I, p. 359.
24
- El detalle de las Conclusiones merece recuerdo: 1) a los reyes
corresponde nombrar prelados (en virtud de ius episcopale);
2) el voto de celibato desemboca en lujuria antinatura
y no debe imponerse; 3) la transubstanciación es un falso
milagro, llamado a promover la idolatría; 4) las oraciones
acompañadas por vino, pan, agua, cera, incienso, altares
de piedra, muros de iglesia, casullas, mitras y cruces son actos
mágicos, y no deben permitirse; 5) de nada sirve rezar
por los muertos; 6) el rito de confesión funda las indulgencias
clericales y otros abusos en el perdón del pecado; 7) los
votos de castidad de las monjas conducen a infanticidios; 8) ni
la confirmación ni la extremaunción son sacramentos;
9) no hay un carácter indelibilis en la condición
sacerdotal, pudiendo omitirse la ordenación; 10) la jerarquía
sobra en una Iglesia donde sólo Cristo reina; 11) la pena
de muerte y las guerras violan el Nuevo Testamento; l2) joyeros
y armeros son oficios asociales, que conducen a despilfarros.
Cf. Cath.Encylc., voz «lollard».
25
- Cf. Cath. Encycl. ibíd.
26
- Cohn 1970, p. 206.
27
- Ibíd, p. 207.
28
- El sacramento resulta utroque («para ambos lados,
o sentidos»), una exigencia argumentada por Wyclif y Hus.
29
- Cohn remite la singularidad de su comunismo unir Edad
de Oro y Juicio Final al lolardo John Ball, citando al efecto
un texto que él mismo considera «algo críptico».
Pero al hacer la genealogía del ideal comunista tan
bien documentada y argumentada para la Baja Edad Media ignora
el ebionismo judeocristiano como precedente significativo, y omitir
dicho elemento simplifica quizá su diagnóstico,
llevándole a suponer algo semejante a un salto brusco en
la evolución de ese espíritu.
30
- Zizka pidió al morir que su piel fuese usada para hacer
tambores, como modo de seguir unido a sus tropas. Antes había
transformado implementos agrícolas en precursores de los
blindados, convirtiéndose en el más grande ingeniero
militar de la historia y uno de los mayores tácticos. Ganó
todas las batallas donde intervino como general, y aunque era
tuerto y perdió el otro ojo luchando en 1421
consiguió sus más brillantes victorias durante los
tres años siguientes. Sólo la peste pudo con él.
31
- Chronica I, 3, 8-9. Como tantos otros clérigos
de su tiempo, Cosme estaba casado y tenía al menos un hijo;
cf. Cath. Encycl., voz «Cosmas of Prague».
32
- Decretales 32:34. Este cronista es otro fabulador de
la sociedad heráldica, que pretende ser Isidoro de Sevilla
con trescientos años de retraso y se atribuye gracias a
ello grandes dones proféticos.
33
- Epístola 90. Cf. Cohn 1970, p. 191.
34
- Jan de Meung, Roman vv. 9561-9598.
35
- Cohn Ibíd., p. 215.
36
- Müller en Troeltsch ibíd, p. 364.
37
- Cf. Fetscher 1977, p. 35-36.
38
- Cf. Cohn 1970, p. 213.
39
- Ibíd, p. 217-218.
40
- Cf. Calvert Bayley 1983, p. 86.
41
- Ibíd, p. 87.
42
- Braudel 1992, vol. I, p. 419.
43
- Cohn, 1970, p. 245.
44
- Cf. Cohn 1970, p. 226-232.
45
- Engels, en Bloch 2002, p. 6.
46
- Müntzer, en Cohn 1970, p. 237.
47
- Bloch 2002, p. 39.
48
- Apocalipsis, 6.
49
- Los de Sajonia, Hesse y Brunswick (Prusia).
50
- Cf. Cohn 1970, p. 250.
51
- Es el caso de su director de tesis el teólogo y
canonista Andreas Karlstadt, por ejemplo, que tras celebrar
en 1521 la primera misa reformada (donde los fieles se sirven
ellos mismos el pan y el vino) pasa en 1524 a vestirse de campesino
indigente y a practicar la iconoclastia, destruyendo los ornamentos
de su parroquia.
52
- La caza del anabaptista empieza dentro de la Iglesia reformada,
cuando en 1527 arde el primero por orden de Zwinglio, el Lutero
suizo. Los católicos continentales no se quedan atrás,
si bien creen que el «antídoto óptimo»
es ahogar a esos herejes. Sólo Inglaterra prefiere seguir
purificándolos con fuego.
53
- Cf. Cohn 1970, p. 260.
54
- Véase antes, p. 111.
55
- Rothmann, en Troeltsch 1992, vol. II, p. 694.
56
- Véase Kropotkin en Encyclopaedia Britannica (ed.
1910), voz «Anarchism».
57
- Cf. Gómez Casas 1988, p. 45.
58
- Leyden, en Cohn 1970, p. 272.
59
- Cath. Encycl, voz «Anabaptists», c).
60
- Cf. Cohn 1970, p. 269.
61
- Ibíd., p. 270.
62
- Cuando Appelman perezca sus sucesores se fragmentan en pequeños
grupos, cuyo último acto registrado será degollar
a 126 vacas de cierto monasterio, en 1580. Cf. Wikipedia,
voz «Jan van Batenburg».
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