LOS ENEMIGOS DEL COMERCIO

 

De cómo la propiedad
fue hallando modos de protegerse


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Antídotos para el aislamiento

«Los hombres deben evitar a cualquier precio insultos y lesiones; y allí donde no reciben protección del magistrado y las leyes se someterán a superiores, mientras organizan por su cuenta alguna confederación privada.»

D. Hume1.

Mover docenas de carros hasta lugares remotos —y recobrarlos sin necesidad de añadir a cada expedición una escolta militar— sólo fue posible en Europa occidental durante los primeros tiempos del Imperio romano. Ahora esta esperanza parece singularmente vana, pues a los salteadores se suman marismas, páramos y bosques muy densos que cubren el 80 por 100 del territorio, sellando cada zona habitada. Con todo, la roturación de bosques es posible y sale a cuenta desde la tala del primer árbol, que ofrece además de calor materiales de construcción y otros excedentes. Sólo sería ruinosa si se encomendara a mano de obra involuntaria, y el fenómeno del momento es más bien que algunos siervos se lancen a vivir por su cuenta y riesgo. Está comenzando una «sociedad de frontera»2 basada en aprovechar tierras vírgenes, cuyo principal hallazgo tecnológico será una renovación en las artes del herrero y, ante todo, aprender a embridar el viento con aspas de molino. Gracias a siervos insatisfechos con su condición, un asentamiento que se limitaba a las riberas de algunas cuencas fluviales —ante todo las del Rin, el Mosa, el Ródano y el Po— empuja con fuerza tierra adentro.

Para cuando el proceso empiece a rendir sus frutos el centro del desarrollo se ha desplazado a Renania, donde hacer negocios tiene más adeptos, y Colonia supera a cualquier ciudad septentrional por empresas fabriles y mercados. Su nueva muralla —que amplía la vieja fortificación romana para proteger precisamente esos barrios— se levanta a partir de 900, costeada por los diezmos y otros derechos que residentes y transeúntes pagan a su arzobispo. Colmo teórico de lo impenetrable, la Selva Negra tampoco resiste a las sierras y hachas de sus colonizadores. Comparar la catedral de Worms con la capilla de Aquisgrán levantada por Carlomagno muestra que los constructores renanos han aprendido a saltar de cuatro plantas hasta doce, y son capaces de erigir la joya definitiva del románico.

El esfuerzo aparejado a mantener rutas regulares no surge aspirando a modificar instituciones, aunque ha puesto las bases para que su modificación sea inevitable. Cuando vías mantenidas por el paso de mancipia y captivi se adapten a la rueda, traficar con esclavos empieza a ser menos rentable que mover otras mercancías. Al tiempo que los caminos se desbrozan o inauguran, el bandidaje se frena y el sentido del aislamiento pierde entidad. Ferias desaparecidas reabren o amplían su duración, permitiendo que núcleos urbanos abandonados o reducidos a aldeas se repueblen. Demostrando que es posible desplazar bienes por sendas donde sólo pasaban peregrinos o reatas de cautivos, los caravaneros han puesto en marcha un proceso donde a fin de cuentas va haciéndose cada vez más necesaria la libertad.

No son los únicos en renunciar a la sociedad coagulada, pues quienes permanecen en su gleba quieren también incorporarse al intercambio monetario. Carlos el Calvo, rey de los francos occidentales, lo confirma con un edicto de 864 que persigue como conjurationes los acuerdos secretos entre vecinos para vender sus parcelas y retener sólo las viviendas, «haciendo imposible saber qué tierras dependen de cada señorío»3. Para que las ventas sean firmes resulta necesario que todos los parientes coincidan, pero ahora coinciden. El feudalismo ha empezado a producir una gama de antídotos y estímulos que se orientan a restablecer la compraventa, mientras el dinero está abandonando su naturaleza de joya para reaparecer como forma racional del trueque.

I. Los primeros emporios

Renania y algunas ciudades lombardas, que reaccionan al tradicional acoso de la Santa Sede y el Imperio creando repúblicas comerciales, son las puntas de lanza en este proceso. Pero nada ayuda tanto a combatir el aislamiento como la fundación de Venecia, unida material y espiritualmente a Constantinopla desde las campañas de Justiniano en Italia4. Un siglo antes los vénetos habían dejado sus tierras para establecerse en islotes vírgenes de la laguna ante la amenaza de godos, hunos y lombardos, aceptando así no sólo un clima insalubre en todas las estaciones sino la falta de agricultura, cabaña e incluso agua potable. Con todo, tras una fase de mera supervivencia —cambiando pesca y salazones por grano, frutas y carnes de los vecinos—, sus precarios poblados acaban dando lugar a la urbe más bella y próspera de Europa.

1. La serenidad del tráfico. Vencer un grado semejante de intemperie ayuda a entender rasgos insólitos como ser abiertamente no confesional en los tratos comerciales, o mover sus mercancías con galere da mercato protegidas por arqueros, ballesteros y honderos. Mientras los demás soportan el sacrificio en gastos militares anticipando saqueos y conquistas, o sufren para pagar tributos de protección a otros, los venecianos rentabilizan mejor el mismo esfuerzo asegurando sus rutas comerciales. Como dirá el gran dux Mocenigo: «si elegimos estar en guerra quien tenga diez mil ducados se quedará con mil, y quien tenga diez casas sólo una, pero guardando la paz seremos los dueños del oro de la Cristiandad»5. Y, en efecto, tratar sin remilgos con judíos y árabes convierte a Venecia en el importador europeo por excelencia. Aunque no cabe ser más inmoral para las pautas altomedievales, su flota disuade a quienes querrían escarmentarles.

A mediados del siglo IX las diez grandes familias de la ciudad han amasado fortunas que pueden sostener indirectamente a una clase media profesional, y sólo recursos inconcebibles para el resto de Europa permiten construir uno solo de sus edificios, que exige traer de lejos cada piedra y apilar miles de troncos sobre la arena o el barro de la laguna. La Serenísima República es una oligarquía con ribetes de despotismo asiático, que ahorca sin contemplaciones a cualquier disidente y, con todo, la alfabetización resulta allí algo tan generalizado como en la Atenas de Pericles6. Si Bizancio concentraba hasta Justiniano gran parte del oro existente en la comunidad mediterránea, ahora empieza a ser ella quien mueve dicho recurso gracias a sus contactos con el califato de Bagdad y el emirato cordobés.

II. La perla del islam

Antes de que los venecianos se acerquen a su esplendor han florecido Bagdad, Damasco y Córdoba. En 929, cuando el emirato cordobés se convierta en califato, su capital supera el medio millón de habitantes, tiene unas ochenta mil tiendas, casi mil baños municipales y dispone de la primera red de alumbrado público. Combina una agricultura diversificada con textiles y orfebrería de calidad extraordinaria, que le permiten exportar e importar a su antojo. Su sistema monetario —basado en monedas de oro, plata y bronce que cumplen escrupulosamente su ley— es el único estable del momento, y entre la pléyade de sus escritores hallamos incluso tratadistas de derecho mercantil7.

Los judíos ibéricos, sólo comparables en número y prosperidad con los de Alejandría, destacan como comerciantes, traductores, médicos, filósofos y hasta grandes generales8. Cuando Tarik y el deslumbrante Muza9 crucen el Estrecho, en 710, su principal apoyo son ellos e hispanorromanos descontentos con la égida visigoda. Parte de estos segundos se convertirán en mozárabes o arabizados, que sin dejar de ser cristianos adoptan la circuncisión, la dietética, el vestuario, la lengua y la poligamia árabe. El desarrollo del reino cordobés se apoyará básicamente en una compenetración de musulmanes con judíos y mozárabes10, los dos grupos más comprometidos con el tejido comercial e industrial del país. Tras ocho siglos de convivencia, en 1492, el hecho de que los Reyes Católicos expulsen a ambos es probablemente la decisión más funesta de la historia española.

1. Su fractura interna. Entre el siglo VIII y el XI la Península Ibérica no sólo constituye el lugar más culto y tolerante de Europa, sino el más rico con mucho. Los frutos de la concordia se observan, por ejemplo, comparando el tributo anual percibido por Abderramán I (731-788) y el de Abderramán III (912-961). El primero obtuvo trescientos kilos de oro, cuatro toneladas y media de plata, diez mil caballos y otras tantas mulas, mil corazas de cuero y mil tahalíes para lanzas. El segundo empieza su reinado con una renta de 12.045.000 dinares de oro —aproximadamente cincuenta mil kilos—, cifra superior al ingreso conjunto de los reyes europeos11. Es el monarca más poderoso del globo, superior al califa de Bagdad, al emperador bizantino y al de la China, un país con el cual ha empezado a comerciar de modo bastante asiduo12. Su serrallo lo forman seis mil trescientas personas, entre huríes y eunucos, y no puede ponerse en duda que es un espíritu refinado:

«Reiné medio siglo, envuelto por completo en victoria y paz, amado por mis súbditos, temido por mis enemigos, bien avenido con mis aliados […] y no hubo dicha terrenal que no se agolpase a halagarme. Ante tan sumos logros, he recapacitado sobre los días que vine a paladear una alegría profunda y cabal, y ascienden a catorce. ¡No cifréis, congéneres míos, vuestro amor en el mundo de aquí!»13.

El derrocamiento de los omeyas por los abásidas, y la consiguiente pérdida de control sobre el enorme territorio situado entre el Eufrates y el Indo, tendrá como consecuencia política primordial —y muy benéfica para Europa— que el reino cordobés deba entenderse de alguna manera con Bizancio y el norte del Mediterráneo. Aunque Omar ha quemado la biblioteca de Alejandría, el califato occidental lo compensa abriendo una Universidad que reúne seiscientos mil libros, y opera como correa de transmisión entre el saber grecorromano y su tiempo. Los anales registran más de trescientos escritores cordobeses, presididos por el Aristóteles medieval que es Averroes.

Sin embargo, el brillo alcanzado apenas sobrevive a Abderramán III. El último califa es una marioneta movida por Almanzor (939-1002), un integrista sumamente belicoso14 que clausura la Universidad, cierra escuelas y quema bibliotecas. El conflicto entre cuartel y colegio, alfanje y pluma, religión y ciencia se decanta a favor de lo primero, proceso que tiene su correlato en el califato oriental cuando el último regente abásida sea derrocado. Bizancio obtiene con ello un balón de oxígeno, pues cuando los turcos emergen como nuevos pretorianos del imperio musulmán, algo antes del año 1000, tanto los califas del este como los del oeste están viniendo a menos. La dinastía fatimita, que llega en 1248, es un simple rehén de los mamelucos —su análogo a la Guardia del Pretorio romano—, y para entonces el fantástico imperio de Harún al-Raschid se ha desintegrado en gran medida.

En la floreciente España las invasiones de almohades y almorávides, que llegan desde África para asegurar el cumplimiento de la sharia, equivalen a una persecución no sólo del infiel sino del saber en general. Aplicar literalmente la ley islámica desalienta el desarrollo de la industria y el comercio, ya de por sí mermados como consecuencia de una guerra civil crónica, y con los reinos de Taifas —que llegan a ser treinta y nueve— la moneda de oro empieza a desaparecer, la de plata se adultera y el bronce se generaliza. A la discordia se añade hacer frente a reinos cristianos cada vez más eficaces en términos militares, y aunque ningún lugar de Europa se acerque vagamente a Al-Ándalus en producto agrícola y manufacturas, su riqueza va mermando sin pausa.

Venecia no sufre el desgarramiento interno que acompaña por sistema al poder musulmán y sigue creciendo, a la vez que sus escalas en Barcelona y Marsella. Lo que ha aprendido al comerciar con Bagdad y Córdoba convierte a sus banqueros en magnates del crédito, cuyo interés fijan en torno al 20 por 100 cuando se trata de venturas marítimas y al 15 en negocios menos arriesgados. Para colmar su prosperidad sólo necesita que Europa deje de ser paupérrima.

III. Las sociedades mercantiles iniciales

La empresa más brillante del siglo IX es obra de los llamados radanitas judíos, un grupo de políglotas y aventureros del cual habla el Libro de caminos y reinos (886), escrito por un alto funcionario de Bagdad15. Los miembros de esta sociedad hablaban cuando menos seis idiomas —«árabe, persa, griego, franco, andalusí y eslavo»—, cosa insólita en su tiempo si no lo fuese mucho más aún sostener un circuito de tamaño descomunal, con uno de sus extremos en China y otro en el califato cordobés, que abastecía territorios separados entonces por medio año o más de viaje ininterrumpido. Al parecer, vendían lo mismo en Constantinopla que en Aquisgrán, y en todas partes eran bien recibidos. Importaban de Occidente eunucos, esclavos, pieles y espadas, a cambio sobre todo de especias y tejidos.

La compañía de los radhaniyya conduce a personajes curiosos, como el judío Abraham que vive en la Zaragoza musulmana y hace de banquero para Luis el Piadoso. También tienen nombre propio David y José, dos judíos que le prestan el mismo servicio desde Lyón, mirando directamente al depósito humano de los Balcanes. Agobardo, el obispo de la ciudad, es un antisemita furibundo que querría ejecutarles pero la corte le disuade de inmediato. Unos y otros son «personal de palacio», como lamenta el prelado, y están exentos además de todo peaje16. Carlomagno se ha servido del judío Isaac para conferenciar con Harún-al-Raschid, y ya en 851 nutridos grupos (cohortes) de mercaderes acudían a Zaragoza desde el este del reino franco. Carlos el Calvo, el monarca en ese momento, tiene como fidelis y contable imperial a Judas, otro judío.

1. Los empresarios autóctonos. Pero la genealogía del caravanero europeo descubre también gentes sin la tradición de judíos y sirios, que en algún caso podemos seguir con cierto detalle. Algo posterior a Carlomagno y modelo del nuevo héroe es Goderico de Finchale (Lincolnshire)17, un joven que deserta de su gleba y se pone a vagar por playas buscando restos de naufragio. Lo vemos más tarde convertido en buhonero, un pequeño comercio desde el cual promociona a socio en un grupo gestor de caravanas, que yendo de feria en feria le familiariza con oferta y demanda en cada lugar. Invierte sus ganancias en el flete de un barco que traslada mercancías y personas por el canal de La Mancha, y gestiona la empresa con tanta energía y suerte que acaba siendo dueño de una flota dedicada al cabotaje entre Inglaterra, Escocia, Dinamarca y Flandes.

Siendo ya un magnate es tocado por la gracia divina; regala todo a los pobres, se convierte en un ermitaño muy estricto y empieza a hacer milagros que le acaban llevando a los altares como san Goderico. Antes de transformarse en santo se ha dedicado a comprar barato para vender caro, y su biógrafo le muestra profundamente arrepentido de ello. Tampoco omite reconocer que arando las tierras de Lincolnshire le habría sido imposible ayudar a tantos necesitados. Cámbiese el final de esta historia y tendremos un fragmento sobre la arqueología del empresario europeo, que cuando la época exalta relaciones involuntarias prospera merced a las voluntarias exclusivamente, vendiendo y comprando cosas.

Su persona es ilegal por ello, si no lo fuera ya por haber desertado de su terruño, y debe sobrevivir intimidando al bandido como los precoces mercaderes venecianos aprendieron a hacer con el pirata. Pero esos enemigos no le superan en arrojo, y retroceden ante el poder adquisitivo que le otorga atender al gusto de cada cual. Ahora junto al rico en inmuebles empieza a haber un pequeño grupo rico en bienes muebles y conocimientos.

«Tal como la civilización agraria había hecho del campesino alguien cuyo estado habitual era la servidumbre, el comercio hizo del mercader un hombre cuyo estado habitual era la libertad […] Ese individuo errante traía la movilidad social, descubriendo una mentalidad que no mide el patrimonio por la condición del hombre sino por su inteligencia y energía»18.

Un sajón inglés con talento para los negocios —como san Goderico— encuentra ante todo émulos entre frisios, renanos y lombardos, que tras ser sometidos por Carlomagno se transforman con alguna asiduidad en mercaderes y comienzan a ser mencionados como «canalla usurera». Sin embargo, más decisivo aún para los negocios en general es que vikingos suecos —gente del Rus o ruski para los eslavos— funden en 856 el reino de Kiev, poniendo fin al bloqueo continental con una ruta terrestre hasta Bizancio y los árabes. A lo largo de ella surgen campamentos (gorods) que se transformarán en ciudades sin pasar por la agricultura como escalón intermedio, apoyándose en el desinterés del nórdico por la propiedad inmobiliaria. Lejos de ser «todo», la tierra sólo tiene valor si puede venderse o produce frutos comparables a su venta19.

Legendariamente feroces en sus comienzos20, los vikingos van abandonando la vida de saqueo para dedicarse al comercio y otros empeños civiles. Ya el reino de los vareng en Ucrania se sostuvo inicialmente vendiendo a Oriente Medio productos del bosque —ámbar, miel, pieles, maderas— y de su arte como carpinteros y herreros. No mucho más tardarían los normandos en conquistar Inglaterra y crear el reino de Sicilia e Italia meridional, que iba a ser en el siglo XII el Estado más avanzado y próspero de Europa. Como unos y otros ignoran las instituciones del vasallaje, hacerse sedentarios no significa renunciar a una vida basada esencialmente sobre la movilidad, que si antes dependía de ir robando y matando a agricultores ahora parte de aprovisionarles y adquirir sus productos.

2. Nuevos emporios. El desarrollo de la ruta entre el Báltico y el Mar Negro está en el origen de Brujas, una ciudad acuática como Venecia, que restablece la industria de los paños comprando en Londres vellones de merinos ingleses, y abaratando su exportación a gran escala con piezas de hasta sesenta varas. Una lana suave y bien teñida era ya algo intercambiable por refinamientos orientales como los brocados en hilo de oro y la seda, y un artículo interesante también para Venecia y los puertos que resurgen gracias a su tráfico con Al-Ándalus. El mero hecho de que las expediciones circulen regularmente, en vez de sucumbir a requisas legales e ilegales, dispara la demanda de vino francés, tintes, miel y otros productos. Quizá más importante aún para el desarrollo es un tráfico de minerales, que reactiva tanto la minería como la forja.

Gante, Amberes y otras villas flamencas aprovechan la estela abierta por Brujas, y la prosperidad veneciana se contagia al norte de Italia inaugurando allí nuevos centros de comercio marítimo, industria textil y agricultura avanzada21. Ahora esos dos focos —añadidos al del Rin— tienen artículos atractivos que intercambiarse, y ponerlo en práctica demuestra que ser próspero depende sólo de intensificar los contactos. Con el retorno a economías monetarias surgen estaciones intermedias para el tráfico entre Flandes, Renania e Italia en la Champaña francesa, que convierten esa zona en un nuevo foco de crecimiento.

Las seis ferias celebradas allí cada año reúnen manufacturas de toda Europa, y los primeros banqueros medievales —los Peruzzi de Florencia y los Riccardi de Lucca— empiezan controlando buena parte de sus almacenes y servicios. Francia tuvo entonces una oportunidad de incorporarse precozmente al desarrollo, pero cuando Felipe el Audaz conquiste la región impondrá duros peajes, y los comerciantes abandonan esas plazas desde 127322. Ni Reims ni ciudades vecinas levantarán cabeza hasta cuatro siglos más tarde, gracias a la predilección de Luis XIV por sus vinos. La respuesta de un mercado ya internacional al encarecimiento impuesto por un autócrata nacionalista es inaugurar Amberes como nuevo centro de operaciones. Se trata de una iniciativa italiana también, pues son naves genovesas las primeras en recalar allí.

Por lo demás, hemos considerado tan solo la reapertura de caminos y falta describir sus estaciones, los altos en cada ruta.

IV. La ciudad-mercado

El burgus o portus23 amurallado es inseparable de que Europa sea un territorio sin excedentes y por lo mismo inerme. Atrae a depredadores del norte, el este y el sur, y los habría recibido del oeste si no la protegiese el Atlántico. Seguir su distribución inicial sobre el mapa muestra que esos enclaves surgen en Italia y Francia para mitigar la devastación debida a los magiares; en Alemania para hacer lo propio ante magiares y eslavos; en Inglaterra y la costa del Mar del Norte para protegerse de los piratas normandos24; y en el Mediodía francés no sólo para precaverse de los magiares sino de incursiones sarracenas, bien por tierra o por mar.

Sus primeros modelos cubrían áreas muy pequeñas, rara vez superiores a cien metros de diámetro, cercando el depósito comarcal de grano y una torre defendida por algunos soldados y su jefe, el burgomaestre. Fue en torno a ese vetus burgus como surgieron edificios ligados a ferias, que quedarían indefensos hasta poder transformar el conjunto de vetus burgus y suburbia en una sola fortaleza25. Cuando la tenacidad y la ingeniería arquitectónica de comerciantes y artesanos empezaron a hacerlo posible, un siglo más tarde, estar defendido pasó a depender de sus moradores. Surgía así una alternativa al asilo en monasterios y castillos, que para el pueblo llano era también sede permanente y fuente de ingresos.

Prelados y nobles, que seguían siendo propietarios nominales del suelo, nunca imaginaron obtener rentas tan altas de espacios tan reducidos. Pero en la esencia de estos lugares estaba aspirar «al derecho en y por sí mismo, no sólo los tratados y ordenanzas que forman el contenido de la diplomacia»26. De ahí una norma común a todos: quien residiera allí cierto tiempo —un año y un día, concretamente— borraba cualquier vínculo previo de dependencia. El punto crítico era que hubiese un Frei-burg o burgo libre, pretensión asumida por algunos núcleos urbanos ya desde finales del siglo X27. Esa voluntad de autodeterminación es consustancial al burgo, y se expresa en el lema de que «el aire urbano hace libre» (Stadtluft machts frei). Libre y quizá también acomodado, porque el trabajo no servil se orienta hacia la calidad y mejora al tiempo la cantidad. Lo que Roma nunca hizo —articular distintos talleres para producir fábricas— es una iniciativa sin la cual ninguno de estos núcleos habría podido amurallarse.

A los antiguos desertores del vasallaje —buhoneros y caravaneros— se suman ahora los encargados de cada señor (ministeriales), los que conocían algún oficio y campesinos no apáticos, que quieren aprender alguna profesión o simplemente trabajar como mano de obra inespecífica aunque remunerada. Gran parte de ellos se convertirán en tejedores urbanos, descritos por un escriba de la época como «plebe brutal, inculta y descontenta»28.

1. Los moradores del burgo. Coordinar rutas comerciales y fortalezas civiles inyecta complejidad en un marco entregado antes al simplismo, y los cambios empiezan a no tener nombre o apellido. Las organizaciones surgen de modo tan espontáneo y confiado que pueden prescindir de estatutos, mientras las finalidades se diversifican arrastradas por procesos impersonales. Los burguenses, cuya primera mención escrita parece fechable en 1007, tratan con el campesino sin pasar por la mediación de sus señores, atendiendo a conveniencias mutuas, y pronto surgen en su seno asociaciones de comerciantes (hansas) y gremios de artesanos. A partir de 1074 las presiones civiles llegan a las crónicas, pues ese año unos seiscientos negotiatores exigen al arzobispo de Colonia que no les trate como siervos o tomarán su palacio29. Eventos análogos se producen en Arras y Laon, y tres años más tarde llega el alzamiento de Cambrai, una diócesis situada en las lindes actuales de Francia y Bélgica.

Aprovechando que el obispo ha ido a la coronación del Emperador, y «en medio del entusiasmo general», sus burguenses declaran que el perímetro amurallado ya no pertenece ni al Sacro Imperio ni al Papa ni a otro señorío que el suyo propio30. Como el prelado volverá en algunas semanas, se juramentan para defender hasta el último aliento las reglas que ellos mismos acuerden. Algunos siguen siendo muy afectos al sistema Pax Dei, y reunirse con los demás rebeldes en el Ayuntamiento —entonces simple almacén para productos pendientes de venta en la feria— no implica ver ni en ese edificio ni en el propio burgo la semilla de un deslinde entre creencias religiosas y administración laica. Medio siglo después, en 1130, los tejedores de Cambrai son el foco noroccidental de sectas maniqueas, a quienes se acusa de ser los primeros herejes comunistas31.

Una radiografía de la ciudad-mercado muestra que todos sus habitantes iniciales son siervos, si bien están distribuidos en grupos bien distintos. Los obreros, básicamente tejedores, son el sostén primario del neomaniqueísmo y quieren sacudirse la servidumbre tanto como los comerciantes. Los artesanos, que hasta entonces vivían en casamatas y chozas contiguas a una abadía o castillo, no están tan inclinados en principio a la insumisión, y el cuarto sector —los gestores del señor local o ministeriales32— menos aún. De hecho, sólo los comerciantes y sus empleados están hechos a competir en términos profesionales, y a luchar físicamente por sus cargamentos. Si sintieran nostalgia por una existencia de parvulus habrían evitado una vida de riesgo, combate y desarraigo, que no deja de hacerles extraños e incluso muy sospechosos a ojos del resto de sus compañeros en la aventura urbana.

A ellos, que ya han conseguido el desahogo, les es especialmente urgente convertir su libertad de hecho en libertad de derecho, o seguirán amenazados por derechos señoriales como el de pernada y despojo. Para empezar, la regla partus ventrem sequitur determina que sus hijos pertenezcan normalmente a la casta servil. Hacia el año 1000 aparecen las primeras menciones a matrimonios entre hombres de negocios y aristócratas, un evento escandaloso donde el nuevo rico asume invariablemente las deudas de su familia política33. Debe casarse muy lejos del territorio donde nació, para borrar el estigma de la gleba, y su esposa tiene invariablemente un padre arruinado. Carga, pues, con el desprecio y las potenciales humillaciones de sus superiores por cuna, y con el resentimiento de quienes han pasado a depender de él. Ser real aunque no formalmente poderoso dibuja como única alternativa la de hacer indestructible su propia obra, que es el propio burgo.

El comerciante del siglo xi tiene una parte de guerrero itinerante en busca de una sede donde arraigar sin taras serviles, y otra de agitador político «que organiza a todos en comunas insurrectas, ligadas por juramentos solemnes»34. Cuando las murallas que él mismo proyectó y sufragó ya existen, sobran a su juicio todas las exacciones pagadas a cambio de protección, y en una amplia zona —Utrecht y otras partes de Flandes, Brabante, los valles occidentales del Rin, el norte de Francia— su actividad va ser decisiva para que el soberano eclesiástico o secular de cada burgo retroceda en prerrogativas.

V. Hacienda y entusiasmo en los nuevos núcleos

Los jerarcas romanos fundaban oficialmente sus ciudades trazándolas con regla y compás. Los burgos, que surgen por sistema sin fundador, crecen como las colonias de microorganismos y —aunque haya grandes diferencias entre los septentrionales y los meridionales35— todos son novedosos por sistema fiscal. Allí no funciona el tributo en especie del agro, que se cobra por zonas, ignora el patrimonio de cada contribuyente y pasa al bolsillo del señor o abad. Al contrario, reina un impuesto destinado exclusivamente a servicios públicos, que debe ser satisfecho por todos en cuantía acorde con el patrimonio de cada uno, y quien deje de pagarlo resulta expulsado. Tampoco es admisible el que trabaje con desidia, y un estricto ojo por ojo preside la justicia penal.

Ante el horror impuesto por Cómodo y sus sucesores, podríamos preguntarnos qué impidió a los municipios romanos declararse ciudades libres. El hecho de que ni siquiera lo imaginasen, como probablemente fue el caso, subraya la hondura del cambio. Ahora las ciudades nacen de, con y para la libertad política, y el recurso a más coacción y más resignación —receta cotidiana de la sociedad esclavista— parece simple cinismo. Nada delata tanto la confianza de estos ayuntamientos como que «todos sus empresas se conciban y ejecuten como obras de arte»36. La catedral, monumento por excelencia, no está construida con más esmero que las casas particulares o los soportales de la plaza mayor. Sólo palacios y templos aspiraban antes a perpetuarse indefinidamente, y las pequeñas ciudades que están surgiendo o resurgiendo llevan esta exigencia a cada esquina de su perímetro. De un modo u otro, han ampliado el margen de acuerdo y celebración.

Muy estricta en sus comienzos, la solidaridad entre burguenses es tanto más nueva cuanto que en vez de rechazar las reglas del juego comercial hace de ellas su criterio y su medio de vida. Podría decirse que el burgo persigue un interés enteramente particular, pero su mercado cumple un interés tan común como que las comarcas puedan prescindir del yugo autárquico, y optimizar así sus recursos diferenciales. Labriegos y artesanos tienen al fin compradores para sus productos, y allí donde se observaba una sostenida victoria del bosque sobre el agricultor y ganadero llega lo contrario: roturar tierras baldías, sustituir cultivos e ir inventando mejoras orientadas al rendimiento.

La unión entre núcleo urbano y periferia empieza siendo tan puntual que todos ayudan a recoger la cosecha. Todavía en el siglo xiv, cuando la población europea se ha multiplicado —París y Milán tienen unos doscientos cincuenta mil habitantes, Florencia y Amberes unos cien mil—, las leyes inglesas exigen dicha colaboración a todos los censados en cada ayuntamiento, sin distinción de rango37. Desde el burgo amurallado la curva demográfica adopta una línea ascendente, asegurando que nada quede sin hacer por falta de brazos, y empieza a abundar el trabajador infatigable en la sede tradicional del indolente.

La vida mercantil es un juego con reglas, como los torneos caballerescos y otros pasatiempos, pero su modo alternativo de hacer frente a las necesidades colectivas impone también que las relaciones discrecionales ganen terreno a expensas de las impuestas. Jugar es un acto con incógnita intrínseca, reñido por ello con el dogmatismo de cualquier verdad absoluta, y esa condición de apertura permanente a tal o cual resultado opera como un abrelatas para la sociedad cerrada. Sin que nadie lo haya decidido, grupos cuya subsistencia se delegaba hasta entonces en un ceremonial de obsequios mutuos pasan a delegarla en un juego de pérdidas y ganancias, que reparte aprendizaje a manos llenas38.

 

NOTAS

1 - Hume 1983, vol. I, p. 169.

2 - North y Thomas 1982, p. 52.

3 - Cf. Duby 1970, p. 94-95.

4 - Ya bastante antes, en 571, el ministro bizantino de Teodorico, Casiodoro, la menciona como «patria de mercaderes marítimos».

5 - Cf. Braudel 1992, vol. III, p. 120.

6 - Pirenne 2005, p. 76.

7 - Cf. Aguilera-Barchet 1989, p. 37.

8 - Samuel el Grande, caudillo y primer ministro del reino de Granada, es también uno de los mejores poetas hebreos de todos los tiempos. Cf. Shahak 2002, p. 155.

9 - Su plan original fue ir conquistando Europa hasta caer sobre Bizancio desde el noroeste; cf. Gibbon 1984, vol. III, p. 534-535.

10 - Cf. Mariana, Historia de España IX, cap. 18.

11 - Un tesoro de información, básicamente musulmana, contiene la Bibliotheca Arabico-Hispana Escurialensis, editada entre 1760 y 1770. Los datos recién mencionados están en el tomo II, p. 104.

12 - Cf. Gibbon 1984, vol. III, p. 536.

13 - Ibíd., p. 557.

14 - Mandó despellejar con sumo cuidado a uno de sus enemigos, por ejemplo, para que la piel entera pudiese rellenarse luego de algodón y ser objeto de crucifixión pública. Emprendió cincuenta y dos campañas militares entre 978 y 1001.

15 - Radhaniyya en árabe. Sobre Ibn Khurradhbih, el cronista, cf. McCormick 2005, p. 640-642.

16 - De insolentia iudaerorum 195, 149-159.

17 - Libellus de vita et miraculis S.Godrici, heremitae de Finchale, auctore Reginaldo monacho Duhelmensi, en Pirenne 2005, p. 79-80.

18 - Ibíd, p. 86 y 84.

19 - Sobre Kiev y las primeras ciudades rusas el texto pionero es Rostovtzeff 1922.

20 - Una de las sagas nórdicas llama «niñero» a cierto islandés porque se negaba a ensartar niños de pecho con su lanza, como el resto del grupo; cf. Bloch 1961, p. 19.

21 - Génova y Pisa como potencias navales, Milán, Parma, Pavía y Lucca como centros de industria, y la Lombardía en general como combinación de agricultura y comercio, apoyada sobre la extraordinaria feracidad que empieza a lograrse en el valle del Po.

22 - Cf. North y Thomas 1982, p. 55.

23 - Portus es «lugar desde el cual se importan y exportan mercancías» (Digesto, 16, 59), definición idéntica a la que ofrece san Isidoro: «Portus dictus a deportandis comerciis» (Etimologías XIV, 39-40). La raíz verbal se conserva en holandés, donde poort significa ciudad y poorter burgués.

24 - «Los magiares, procedentes de Asia e instalados desde 896 en la actual Hungría […] no diferían mucho de los hunos y devastaron Alsacia, Lorena, Borgoña y el Languedoc. Los ataques de los normandos se hicieron anuales a partir de 843, y en 845 saquearon los portus de Hamburgo y París con una flota de 120 naves, que transportaban una media de 50 hombres»; Cipolla 2003, p. 150.

25 - Cf. Mumford 1979, vol. I, cap. 9.

26 - Hegel 1967, p. 268.

27 - La mayoría eran obispados u arzobispados, aunque algunos —como Frankfurt, Nüremberg o Ulm— fuesen ciudades no episcopales.

28 - «Cronicon santi Andrea Castri Cameracesi», cf. Pirenne 2005, p. 101.

29 - Cf. Duby 1970, p. 244.

30 - Cf. Pirenne 2005, p. 119.

31 - Cf. Barraclough 1985, vol. III, p. 122.

32 - Gestionan las granjas como capataces, recaudan tasas, desempeñan funciones contables y, en general, velan por la hacienda de su amo. Dos siglos más tarde muchos se han transformado en nobleza menor, entre otras causas porque la creciente crisis económica de ese último escalón aristocrático ha hecho que muchos hidalgos se postulen como ministeriales. Una monografía sobre su evolución ofrece Benjamin 1985.

33 - Cf. Pirenne 2005, p. 93.

34 - Cohn 1970, p. 48.

35 - Allí donde la romanización fue superficial —en todos los territorios situados al norte del Rhin— las civitates o no existieron o desaparecieron, y deben por eso partir de cero como Hamburgo o Lübeck. En Europa meridional la urbanización parte siempre de algún enclave otrora importante, que fue deshabitándose y ahora empieza a poder crecer.

36 - Mumford 1979, vol. I, p. 363.

37 - Ibíd p. 319.

38 - El cardenal de Cusa es quizá el primer pensador de primera fila que dedica un libro a cierto juego —el de bolos— a título de propedéutica filosófica. Escrito en 1463, su De ludo globi define la actividad lúdica en general como «un tesoro de enseñanzas» (I, 2; Opera Omnia, vol. IX).




 

© Antonio Escohotado 2008
LOS ENEMIGOS DEL COMERCIO
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