De cómo la propiedad
fue hallando modos de protegerse
12
Antídotos para el aislamiento
«Los hombres deben evitar a cualquier
precio insultos y lesiones; y allí donde no reciben protección
del magistrado y las leyes se someterán a superiores,
mientras organizan por su cuenta alguna confederación
privada.»
D. Hume1.
Mover docenas de carros hasta lugares remotos
y recobrarlos sin necesidad de añadir a cada expedición
una escolta militar sólo fue posible en Europa occidental
durante los primeros tiempos del Imperio romano. Ahora esta esperanza
parece singularmente vana, pues a los salteadores se suman marismas,
páramos y bosques muy densos que cubren el 80 por 100 del
territorio, sellando cada zona habitada. Con todo, la roturación
de bosques es posible y sale a cuenta desde la tala del primer
árbol, que ofrece además de calor materiales de
construcción y otros excedentes. Sólo sería
ruinosa si se encomendara a mano de obra involuntaria, y el fenómeno
del momento es más bien que algunos siervos se lancen a
vivir por su cuenta y riesgo. Está comenzando una «sociedad
de frontera»2
basada en aprovechar tierras vírgenes, cuyo principal hallazgo
tecnológico será una renovación en las artes
del herrero y, ante todo, aprender a embridar el viento con aspas
de molino. Gracias a siervos insatisfechos con su condición,
un asentamiento que se limitaba a las riberas de algunas cuencas
fluviales ante todo las del Rin, el Mosa, el Ródano
y el Po empuja con fuerza tierra adentro.
Para cuando el proceso empiece a rendir sus
frutos el centro del desarrollo se ha desplazado a Renania, donde
hacer negocios tiene más adeptos, y Colonia supera a cualquier
ciudad septentrional por empresas fabriles y mercados. Su nueva
muralla que amplía la vieja fortificación
romana para proteger precisamente esos barrios se levanta
a partir de 900, costeada por los diezmos y otros derechos que
residentes y transeúntes pagan a su arzobispo. Colmo teórico
de lo impenetrable, la Selva Negra tampoco resiste a las sierras
y hachas de sus colonizadores. Comparar la catedral de Worms con
la capilla de Aquisgrán levantada por Carlomagno muestra
que los constructores renanos han aprendido a saltar de cuatro
plantas hasta doce, y son capaces de erigir la joya definitiva
del románico.
El esfuerzo aparejado a mantener rutas regulares
no surge aspirando a modificar instituciones, aunque ha puesto
las bases para que su modificación sea inevitable. Cuando
vías mantenidas por el paso de mancipia y captivi
se adapten a la rueda, traficar con esclavos empieza a ser menos
rentable que mover otras mercancías. Al tiempo que los
caminos se desbrozan o inauguran, el bandidaje se frena y el sentido
del aislamiento pierde entidad. Ferias desaparecidas reabren o
amplían su duración, permitiendo que núcleos
urbanos abandonados o reducidos a aldeas se repueblen. Demostrando
que es posible desplazar bienes por sendas donde sólo pasaban
peregrinos o reatas de cautivos, los caravaneros han puesto en
marcha un proceso donde a fin de cuentas va haciéndose
cada vez más necesaria la libertad.
No son los únicos en renunciar a la sociedad
coagulada, pues quienes permanecen en su gleba quieren también
incorporarse al intercambio monetario. Carlos el Calvo, rey de
los francos occidentales, lo confirma con un edicto de 864 que
persigue como conjurationes los acuerdos secretos entre
vecinos para vender sus parcelas y retener sólo las viviendas,
«haciendo imposible saber qué tierras dependen de
cada señorío»3.
Para que las ventas sean firmes resulta necesario que todos los
parientes coincidan, pero ahora coinciden. El feudalismo ha empezado
a producir una gama de antídotos y estímulos que
se orientan a restablecer la compraventa, mientras el dinero está
abandonando su naturaleza de joya para reaparecer como forma racional
del trueque.
I. Los primeros emporios
Renania y algunas ciudades lombardas, que reaccionan
al tradicional acoso de la Santa Sede y el Imperio creando repúblicas
comerciales, son las puntas de lanza en este proceso. Pero nada
ayuda tanto a combatir el aislamiento como la fundación
de Venecia, unida material y espiritualmente a Constantinopla
desde las campañas de Justiniano en Italia4.
Un siglo antes los vénetos habían dejado sus tierras
para establecerse en islotes vírgenes de la laguna ante
la amenaza de godos, hunos y lombardos, aceptando así no
sólo un clima insalubre en todas las estaciones sino la
falta de agricultura, cabaña e incluso agua potable. Con
todo, tras una fase de mera supervivencia cambiando pesca
y salazones por grano, frutas y carnes de los vecinos, sus
precarios poblados acaban dando lugar a la urbe más bella
y próspera de Europa.
1. La serenidad del tráfico. Vencer
un grado semejante de intemperie ayuda a entender rasgos insólitos
como ser abiertamente no confesional en los tratos comerciales,
o mover sus mercancías con galere da mercato protegidas
por arqueros, ballesteros y honderos. Mientras los demás
soportan el sacrificio en gastos militares anticipando saqueos
y conquistas, o sufren para pagar tributos de protección
a otros, los venecianos rentabilizan mejor el mismo esfuerzo asegurando
sus rutas comerciales. Como dirá el gran dux Mocenigo:
«si elegimos estar en guerra quien tenga diez mil ducados
se quedará con mil, y quien tenga diez casas sólo
una, pero guardando la paz seremos los dueños del oro de
la Cristiandad»5.
Y, en efecto, tratar sin remilgos con judíos y árabes
convierte a Venecia en el importador europeo por excelencia. Aunque
no cabe ser más inmoral para las pautas altomedievales,
su flota disuade a quienes querrían escarmentarles.
A mediados del siglo IX las diez grandes familias
de la ciudad han amasado fortunas que pueden sostener indirectamente
a una clase media profesional, y sólo recursos inconcebibles
para el resto de Europa permiten construir uno solo de sus edificios,
que exige traer de lejos cada piedra y apilar miles de troncos
sobre la arena o el barro de la laguna. La Serenísima República
es una oligarquía con ribetes de despotismo asiático,
que ahorca sin contemplaciones a cualquier disidente y, con todo,
la alfabetización resulta allí algo tan generalizado
como en la Atenas de Pericles6.
Si Bizancio concentraba hasta Justiniano gran parte del oro existente
en la comunidad mediterránea, ahora empieza a ser ella
quien mueve dicho recurso gracias a sus contactos con el califato
de Bagdad y el emirato cordobés.
II. La perla del islam
Antes de que los venecianos se acerquen a su
esplendor han florecido Bagdad, Damasco y Córdoba. En 929,
cuando el emirato cordobés se convierta en califato, su
capital supera el medio millón de habitantes, tiene unas
ochenta mil tiendas, casi mil baños municipales y dispone
de la primera red de alumbrado público. Combina una agricultura
diversificada con textiles y orfebrería de calidad extraordinaria,
que le permiten exportar e importar a su antojo. Su sistema monetario
basado en monedas de oro, plata y bronce que cumplen escrupulosamente
su ley es el único estable del momento, y entre la
pléyade de sus escritores hallamos incluso tratadistas
de derecho mercantil7.
Los judíos ibéricos, sólo
comparables en número y prosperidad con los de Alejandría,
destacan como comerciantes, traductores, médicos, filósofos
y hasta grandes generales8.
Cuando Tarik y el deslumbrante Muza9
crucen el Estrecho, en 710, su principal apoyo son ellos e hispanorromanos
descontentos con la égida visigoda. Parte de estos segundos
se convertirán en mozárabes o arabizados, que sin
dejar de ser cristianos adoptan la circuncisión, la dietética,
el vestuario, la lengua y la poligamia árabe. El desarrollo
del reino cordobés se apoyará básicamente
en una compenetración de musulmanes con judíos y
mozárabes10,
los dos grupos más comprometidos con el tejido comercial
e industrial del país. Tras ocho siglos de convivencia,
en 1492, el hecho de que los Reyes Católicos expulsen a
ambos es probablemente la decisión más funesta de
la historia española.
1. Su fractura interna. Entre el siglo
VIII y el XI la Península Ibérica no sólo
constituye el lugar más culto y tolerante de Europa, sino
el más rico con mucho. Los frutos de la concordia se observan,
por ejemplo, comparando el tributo anual percibido por Abderramán
I (731-788) y el de Abderramán III (912-961). El primero
obtuvo trescientos kilos de oro, cuatro toneladas y media de plata,
diez mil caballos y otras tantas mulas, mil corazas de cuero y
mil tahalíes para lanzas. El segundo empieza su reinado
con una renta de 12.045.000 dinares de oro aproximadamente
cincuenta mil kilos, cifra superior al ingreso conjunto
de los reyes europeos11.
Es el monarca más poderoso del globo, superior al califa
de Bagdad, al emperador bizantino y al de la China, un país
con el cual ha empezado a comerciar de modo bastante asiduo12.
Su serrallo lo forman seis mil trescientas personas, entre huríes
y eunucos, y no puede ponerse en duda que es un espíritu
refinado:
«Reiné medio siglo, envuelto por completo en
victoria y paz, amado por mis súbditos, temido por mis
enemigos, bien avenido con mis aliados [
] y no hubo dicha
terrenal que no se agolpase a halagarme. Ante tan sumos logros,
he recapacitado sobre los días que vine a paladear una
alegría profunda y cabal, y ascienden a catorce. ¡No
cifréis, congéneres míos, vuestro amor
en el mundo de aquí!»13.
El derrocamiento de los omeyas por los abásidas,
y la consiguiente pérdida de control sobre el enorme territorio
situado entre el Eufrates y el Indo, tendrá como consecuencia
política primordial y muy benéfica para Europa
que el reino cordobés deba entenderse de alguna manera
con Bizancio y el norte del Mediterráneo. Aunque Omar ha
quemado la biblioteca de Alejandría, el califato occidental
lo compensa abriendo una Universidad que reúne seiscientos
mil libros, y opera como correa de transmisión entre el
saber grecorromano y su tiempo. Los anales registran más
de trescientos escritores cordobeses, presididos por el Aristóteles
medieval que es Averroes.
Sin embargo, el brillo alcanzado apenas sobrevive
a Abderramán III. El último califa es una marioneta
movida por Almanzor (939-1002), un integrista sumamente belicoso14
que clausura la Universidad, cierra escuelas y quema bibliotecas.
El conflicto entre cuartel y colegio, alfanje y pluma, religión
y ciencia se decanta a favor de lo primero, proceso que tiene
su correlato en el califato oriental cuando el último regente
abásida sea derrocado. Bizancio obtiene con ello un balón
de oxígeno, pues cuando los turcos emergen como nuevos
pretorianos del imperio musulmán, algo antes del año
1000, tanto los califas del este como los del oeste están
viniendo a menos. La dinastía fatimita, que llega en 1248,
es un simple rehén de los mamelucos su análogo
a la Guardia del Pretorio romano, y para entonces el fantástico
imperio de Harún al-Raschid se ha desintegrado en gran
medida.
En la floreciente España las invasiones
de almohades y almorávides, que llegan desde África
para asegurar el cumplimiento de la sharia, equivalen a
una persecución no sólo del infiel sino del saber
en general. Aplicar literalmente la ley islámica desalienta
el desarrollo de la industria y el comercio, ya de por sí
mermados como consecuencia de una guerra civil crónica,
y con los reinos de Taifas que llegan a ser treinta y nueve
la moneda de oro empieza a desaparecer, la de plata se adultera
y el bronce se generaliza. A la discordia se añade hacer
frente a reinos cristianos cada vez más eficaces en términos
militares, y aunque ningún lugar de Europa se acerque vagamente
a Al-Ándalus en producto agrícola y manufacturas,
su riqueza va mermando sin pausa.
Venecia no sufre el desgarramiento interno que
acompaña por sistema al poder musulmán y sigue creciendo,
a la vez que sus escalas en Barcelona y Marsella. Lo que ha aprendido
al comerciar con Bagdad y Córdoba convierte a sus banqueros
en magnates del crédito, cuyo interés fijan en torno
al 20 por 100 cuando se trata de venturas marítimas y al
15 en negocios menos arriesgados. Para colmar su prosperidad sólo
necesita que Europa deje de ser paupérrima.
III. Las sociedades mercantiles iniciales
La empresa más brillante del siglo IX
es obra de los llamados radanitas judíos, un grupo de políglotas
y aventureros del cual habla el Libro de caminos y reinos
(886), escrito por un alto funcionario de Bagdad15.
Los miembros de esta sociedad hablaban cuando menos seis idiomas
«árabe, persa, griego, franco, andalusí
y eslavo», cosa insólita en su tiempo si no
lo fuese mucho más aún sostener un circuito de tamaño
descomunal, con uno de sus extremos en China y otro en el califato
cordobés, que abastecía territorios separados entonces
por medio año o más de viaje ininterrumpido. Al
parecer, vendían lo mismo en Constantinopla que en Aquisgrán,
y en todas partes eran bien recibidos. Importaban de Occidente
eunucos, esclavos, pieles y espadas, a cambio sobre todo de especias
y tejidos.
La compañía de los radhaniyya
conduce a personajes curiosos, como el judío Abraham que
vive en la Zaragoza musulmana y hace de banquero para Luis el
Piadoso. También tienen nombre propio David y José,
dos judíos que le prestan el mismo servicio desde Lyón,
mirando directamente al depósito humano de los Balcanes.
Agobardo, el obispo de la ciudad, es un antisemita furibundo que
querría ejecutarles pero la corte le disuade de inmediato.
Unos y otros son «personal de palacio», como lamenta
el prelado, y están exentos además de todo peaje16.
Carlomagno se ha servido del judío Isaac para conferenciar
con Harún-al-Raschid, y ya en 851 nutridos grupos (cohortes)
de mercaderes acudían a Zaragoza desde el este del reino
franco. Carlos el Calvo, el monarca en ese momento, tiene como
fidelis y contable imperial a Judas, otro judío.
1. Los empresarios autóctonos.
Pero la genealogía del caravanero europeo descubre también
gentes sin la tradición de judíos y sirios, que
en algún caso podemos seguir con cierto detalle. Algo posterior
a Carlomagno y modelo del nuevo héroe es Goderico de Finchale
(Lincolnshire)17,
un joven que deserta de su gleba y se pone a vagar por playas
buscando restos de naufragio. Lo vemos más tarde convertido
en buhonero, un pequeño comercio desde el cual promociona
a socio en un grupo gestor de caravanas, que yendo de feria en
feria le familiariza con oferta y demanda en cada lugar. Invierte
sus ganancias en el flete de un barco que traslada mercancías
y personas por el canal de La Mancha, y gestiona la empresa con
tanta energía y suerte que acaba siendo dueño de
una flota dedicada al cabotaje entre Inglaterra, Escocia, Dinamarca
y Flandes.
Siendo ya un magnate es tocado por la gracia
divina; regala todo a los pobres, se convierte en un ermitaño
muy estricto y empieza a hacer milagros que le acaban llevando
a los altares como san Goderico. Antes de transformarse en santo
se ha dedicado a comprar barato para vender caro, y su biógrafo
le muestra profundamente arrepentido de ello. Tampoco omite reconocer
que arando las tierras de Lincolnshire le habría sido imposible
ayudar a tantos necesitados. Cámbiese el final de esta
historia y tendremos un fragmento sobre la arqueología
del empresario europeo, que cuando la época exalta relaciones
involuntarias prospera merced a las voluntarias exclusivamente,
vendiendo y comprando cosas.
Su persona es ilegal por ello, si no lo fuera
ya por haber desertado de su terruño, y debe sobrevivir
intimidando al bandido como los precoces mercaderes venecianos
aprendieron a hacer con el pirata. Pero esos enemigos no le superan
en arrojo, y retroceden ante el poder adquisitivo que le otorga
atender al gusto de cada cual. Ahora junto al rico en inmuebles
empieza a haber un pequeño grupo rico en bienes muebles
y conocimientos.
«Tal como la civilización agraria había
hecho del campesino alguien cuyo estado habitual era la servidumbre,
el comercio hizo del mercader un hombre cuyo estado habitual
era la libertad [
] Ese individuo errante traía
la movilidad social, descubriendo una mentalidad que no mide
el patrimonio por la condición del hombre sino por su
inteligencia y energía»18.
Un sajón inglés con talento para
los negocios como san Goderico encuentra ante todo
émulos entre frisios, renanos y lombardos, que tras ser
sometidos por Carlomagno se transforman con alguna asiduidad en
mercaderes y comienzan a ser mencionados como «canalla usurera».
Sin embargo, más decisivo aún para los negocios
en general es que vikingos suecos gente del Rus o ruski
para los eslavos funden en 856 el reino de Kiev, poniendo
fin al bloqueo continental con una ruta terrestre hasta Bizancio
y los árabes. A lo largo de ella surgen campamentos (gorods)
que se transformarán en ciudades sin pasar por la agricultura
como escalón intermedio, apoyándose en el desinterés
del nórdico por la propiedad inmobiliaria. Lejos de ser
«todo», la tierra sólo tiene valor si puede
venderse o produce frutos comparables a su venta19.
Legendariamente feroces en sus comienzos20,
los vikingos van abandonando la vida de saqueo para dedicarse
al comercio y otros empeños civiles. Ya el reino de los
vareng en Ucrania se sostuvo inicialmente vendiendo a Oriente
Medio productos del bosque ámbar, miel, pieles, maderas
y de su arte como carpinteros y herreros. No mucho más
tardarían los normandos en conquistar Inglaterra y crear
el reino de Sicilia e Italia meridional, que iba a ser en el siglo
XII el Estado más avanzado y próspero de Europa.
Como unos y otros ignoran las instituciones del vasallaje, hacerse
sedentarios no significa renunciar a una vida basada esencialmente
sobre la movilidad, que si antes dependía de ir robando
y matando a agricultores ahora parte de aprovisionarles y adquirir
sus productos.
2. Nuevos emporios. El desarrollo de la
ruta entre el Báltico y el Mar Negro está en el
origen de Brujas, una ciudad acuática como Venecia, que
restablece la industria de los paños comprando en Londres
vellones de merinos ingleses, y abaratando su exportación
a gran escala con piezas de hasta sesenta varas. Una lana suave
y bien teñida era ya algo intercambiable por refinamientos
orientales como los brocados en hilo de oro y la seda, y un artículo
interesante también para Venecia y los puertos que resurgen
gracias a su tráfico con Al-Ándalus. El mero hecho
de que las expediciones circulen regularmente, en vez de sucumbir
a requisas legales e ilegales, dispara la demanda de vino francés,
tintes, miel y otros productos. Quizá más importante
aún para el desarrollo es un tráfico de minerales,
que reactiva tanto la minería como la forja.
Gante, Amberes y otras villas flamencas aprovechan
la estela abierta por Brujas, y la prosperidad veneciana se contagia
al norte de Italia inaugurando allí nuevos centros de comercio
marítimo, industria textil y agricultura avanzada21.
Ahora esos dos focos añadidos al del Rin tienen
artículos atractivos que intercambiarse, y ponerlo en práctica
demuestra que ser próspero depende sólo de intensificar
los contactos. Con el retorno a economías monetarias surgen
estaciones intermedias para el tráfico entre Flandes, Renania
e Italia en la Champaña francesa, que convierten esa zona
en un nuevo foco de crecimiento.
Las seis ferias celebradas allí cada
año reúnen manufacturas de toda Europa, y los primeros
banqueros medievales los Peruzzi de Florencia y los Riccardi
de Lucca empiezan controlando buena parte de sus almacenes
y servicios. Francia tuvo entonces una oportunidad de incorporarse
precozmente al desarrollo, pero cuando Felipe el Audaz conquiste
la región impondrá duros peajes, y los comerciantes
abandonan esas plazas desde 127322.
Ni Reims ni ciudades vecinas levantarán cabeza hasta cuatro
siglos más tarde, gracias a la predilección de Luis
XIV por sus vinos. La respuesta de un mercado ya internacional
al encarecimiento impuesto por un autócrata nacionalista
es inaugurar Amberes como nuevo centro de operaciones. Se trata
de una iniciativa italiana también, pues son naves genovesas
las primeras en recalar allí.
Por lo demás, hemos considerado tan solo
la reapertura de caminos y falta describir sus estaciones, los
altos en cada ruta.
IV. La ciudad-mercado
El burgus o portus23
amurallado es inseparable de que Europa sea un territorio sin
excedentes y por lo mismo inerme. Atrae a depredadores del norte,
el este y el sur, y los habría recibido del oeste si no
la protegiese el Atlántico. Seguir su distribución
inicial sobre el mapa muestra que esos enclaves surgen en Italia
y Francia para mitigar la devastación debida a los magiares;
en Alemania para hacer lo propio ante magiares y eslavos; en Inglaterra
y la costa del Mar del Norte para protegerse de los piratas normandos24;
y en el Mediodía francés no sólo para precaverse
de los magiares sino de incursiones sarracenas, bien por tierra
o por mar.
Sus primeros modelos cubrían áreas
muy pequeñas, rara vez superiores a cien metros de diámetro,
cercando el depósito comarcal de grano y una torre defendida
por algunos soldados y su jefe, el burgomaestre. Fue en torno
a ese vetus burgus como surgieron edificios ligados a ferias,
que quedarían indefensos hasta poder transformar el conjunto
de vetus burgus y suburbia en una sola fortaleza25.
Cuando la tenacidad y la ingeniería arquitectónica
de comerciantes y artesanos empezaron a hacerlo posible, un siglo
más tarde, estar defendido pasó a depender de sus
moradores. Surgía así una alternativa al asilo en
monasterios y castillos, que para el pueblo llano era también
sede permanente y fuente de ingresos.
Prelados y nobles, que seguían siendo
propietarios nominales del suelo, nunca imaginaron obtener rentas
tan altas de espacios tan reducidos. Pero en la esencia de estos
lugares estaba aspirar «al derecho en y por sí mismo,
no sólo los tratados y ordenanzas que forman el contenido
de la diplomacia»26.
De ahí una norma común a todos: quien residiera
allí cierto tiempo un año y un día,
concretamente borraba cualquier vínculo previo de
dependencia. El punto crítico era que hubiese un Frei-burg
o burgo libre, pretensión asumida por algunos núcleos
urbanos ya desde finales del siglo X27.
Esa voluntad de autodeterminación es consustancial al burgo,
y se expresa en el lema de que «el aire urbano hace libre»
(Stadtluft machts frei). Libre y quizá también
acomodado, porque el trabajo no servil se orienta hacia la calidad
y mejora al tiempo la cantidad. Lo que Roma nunca hizo articular
distintos talleres para producir fábricas es una
iniciativa sin la cual ninguno de estos núcleos habría
podido amurallarse.
A los antiguos desertores del vasallaje buhoneros
y caravaneros se suman ahora los encargados de cada señor
(ministeriales), los que conocían algún oficio
y campesinos no apáticos, que quieren aprender alguna profesión
o simplemente trabajar como mano de obra inespecífica aunque
remunerada. Gran parte de ellos se convertirán en tejedores
urbanos, descritos por un escriba de la época como «plebe
brutal, inculta y descontenta»28.
1. Los moradores del burgo. Coordinar
rutas comerciales y fortalezas civiles inyecta complejidad en
un marco entregado antes al simplismo, y los cambios empiezan
a no tener nombre o apellido. Las organizaciones surgen de modo
tan espontáneo y confiado que pueden prescindir de estatutos,
mientras las finalidades se diversifican arrastradas por procesos
impersonales. Los burguenses, cuya primera mención
escrita parece fechable en 1007, tratan con el campesino sin pasar
por la mediación de sus señores, atendiendo a conveniencias
mutuas, y pronto surgen en su seno asociaciones de comerciantes
(hansas) y gremios de artesanos. A partir de 1074 las presiones
civiles llegan a las crónicas, pues ese año unos
seiscientos negotiatores exigen al arzobispo de Colonia
que no les trate como siervos o tomarán su palacio29.
Eventos análogos se producen en Arras y Laon, y tres años
más tarde llega el alzamiento de Cambrai, una diócesis
situada en las lindes actuales de Francia y Bélgica.
Aprovechando que el obispo ha ido a la coronación
del Emperador, y «en medio del entusiasmo general»,
sus burguenses declaran que el perímetro amurallado
ya no pertenece ni al Sacro Imperio ni al Papa ni a otro señorío
que el suyo propio30.
Como el prelado volverá en algunas semanas, se juramentan
para defender hasta el último aliento las reglas que ellos
mismos acuerden. Algunos siguen siendo muy afectos al sistema
Pax Dei, y reunirse con los demás rebeldes en el
Ayuntamiento entonces simple almacén para productos
pendientes de venta en la feria no implica ver ni en ese
edificio ni en el propio burgo la semilla de un deslinde entre
creencias religiosas y administración laica. Medio siglo
después, en 1130, los tejedores de Cambrai son el foco
noroccidental de sectas maniqueas, a quienes se acusa de ser los
primeros herejes comunistas31.
Una radiografía de la ciudad-mercado
muestra que todos sus habitantes iniciales son siervos, si bien
están distribuidos en grupos bien distintos. Los obreros,
básicamente tejedores, son el sostén primario del
neomaniqueísmo y quieren sacudirse la servidumbre tanto
como los comerciantes. Los artesanos, que hasta entonces vivían
en casamatas y chozas contiguas a una abadía o castillo,
no están tan inclinados en principio a la insumisión,
y el cuarto sector los gestores del señor local o
ministeriales32
menos aún. De hecho, sólo los comerciantes y sus
empleados están hechos a competir en términos profesionales,
y a luchar físicamente por sus cargamentos. Si sintieran
nostalgia por una existencia de parvulus habrían
evitado una vida de riesgo, combate y desarraigo, que no deja
de hacerles extraños e incluso muy sospechosos a ojos del
resto de sus compañeros en la aventura urbana.
A ellos, que ya han conseguido el desahogo,
les es especialmente urgente convertir su libertad de hecho en
libertad de derecho, o seguirán amenazados por derechos
señoriales como el de pernada y despojo. Para empezar,
la regla partus ventrem sequitur determina que sus hijos
pertenezcan normalmente a la casta servil. Hacia el año
1000 aparecen las primeras menciones a matrimonios entre hombres
de negocios y aristócratas, un evento escandaloso donde
el nuevo rico asume invariablemente las deudas de su familia política33.
Debe casarse muy lejos del territorio donde nació, para
borrar el estigma de la gleba, y su esposa tiene invariablemente
un padre arruinado. Carga, pues, con el desprecio y las potenciales
humillaciones de sus superiores por cuna, y con el resentimiento
de quienes han pasado a depender de él. Ser real aunque
no formalmente poderoso dibuja como única alternativa la
de hacer indestructible su propia obra, que es el propio burgo.
El comerciante del siglo xi tiene una parte
de guerrero itinerante en busca de una sede donde arraigar sin
taras serviles, y otra de agitador político «que
organiza a todos en comunas insurrectas, ligadas por juramentos
solemnes»34.
Cuando las murallas que él mismo proyectó y sufragó
ya existen, sobran a su juicio todas las exacciones pagadas a
cambio de protección, y en una amplia zona Utrecht
y otras partes de Flandes, Brabante, los valles occidentales del
Rin, el norte de Francia su actividad va ser decisiva para
que el soberano eclesiástico o secular de cada burgo retroceda
en prerrogativas.
V. Hacienda y entusiasmo en los nuevos núcleos
Los jerarcas romanos fundaban oficialmente sus
ciudades trazándolas con regla y compás. Los burgos,
que surgen por sistema sin fundador, crecen como las colonias
de microorganismos y aunque haya grandes diferencias entre
los septentrionales y los meridionales35
todos son novedosos por sistema fiscal. Allí no funciona
el tributo en especie del agro, que se cobra por zonas, ignora
el patrimonio de cada contribuyente y pasa al bolsillo del señor
o abad. Al contrario, reina un impuesto destinado exclusivamente
a servicios públicos, que debe ser satisfecho por todos
en cuantía acorde con el patrimonio de cada uno, y quien
deje de pagarlo resulta expulsado. Tampoco es admisible el que
trabaje con desidia, y un estricto ojo por ojo preside la justicia
penal.
Ante el horror impuesto por Cómodo y
sus sucesores, podríamos preguntarnos qué impidió
a los municipios romanos declararse ciudades libres. El hecho
de que ni siquiera lo imaginasen, como probablemente fue el caso,
subraya la hondura del cambio. Ahora las ciudades nacen de, con
y para la libertad política, y el recurso a más
coacción y más resignación receta cotidiana
de la sociedad esclavista parece simple cinismo. Nada delata
tanto la confianza de estos ayuntamientos como que «todos
sus empresas se conciban y ejecuten como obras de arte»36.
La catedral, monumento por excelencia, no está construida
con más esmero que las casas particulares o los soportales
de la plaza mayor. Sólo palacios y templos aspiraban antes
a perpetuarse indefinidamente, y las pequeñas ciudades
que están surgiendo o resurgiendo llevan esta exigencia
a cada esquina de su perímetro. De un modo u otro, han
ampliado el margen de acuerdo y celebración.
Muy estricta en sus comienzos, la solidaridad
entre burguenses es tanto más nueva cuanto que en
vez de rechazar las reglas del juego comercial hace de ellas su
criterio y su medio de vida. Podría decirse que el burgo
persigue un interés enteramente particular, pero su mercado
cumple un interés tan común como que las comarcas
puedan prescindir del yugo autárquico, y optimizar así
sus recursos diferenciales. Labriegos y artesanos tienen al fin
compradores para sus productos, y allí donde se observaba
una sostenida victoria del bosque sobre el agricultor y ganadero
llega lo contrario: roturar tierras baldías, sustituir
cultivos e ir inventando mejoras orientadas al rendimiento.
La unión entre núcleo urbano y
periferia empieza siendo tan puntual que todos ayudan a recoger
la cosecha. Todavía en el siglo xiv, cuando la población
europea se ha multiplicado París y Milán tienen
unos doscientos cincuenta mil habitantes, Florencia y Amberes
unos cien mil, las leyes inglesas exigen dicha colaboración
a todos los censados en cada ayuntamiento, sin distinción
de rango37.
Desde el burgo amurallado la curva demográfica adopta una
línea ascendente, asegurando que nada quede sin hacer por
falta de brazos, y empieza a abundar el trabajador infatigable
en la sede tradicional del indolente.
La vida mercantil es un juego con reglas, como
los torneos caballerescos y otros pasatiempos, pero su modo alternativo
de hacer frente a las necesidades colectivas impone también
que las relaciones discrecionales ganen terreno a expensas de
las impuestas. Jugar es un acto con incógnita intrínseca,
reñido por ello con el dogmatismo de cualquier verdad absoluta,
y esa condición de apertura permanente a tal o cual resultado
opera como un abrelatas para la sociedad cerrada. Sin que nadie
lo haya decidido, grupos cuya subsistencia se delegaba hasta entonces
en un ceremonial de obsequios mutuos pasan a delegarla en un juego
de pérdidas y ganancias, que reparte aprendizaje a manos
llenas38.
NOTAS
1
- Hume 1983, vol. I, p. 169.
2
- North y Thomas 1982, p. 52.
3
- Cf. Duby 1970, p. 94-95.
4
- Ya bastante antes, en 571, el ministro bizantino de Teodorico,
Casiodoro, la menciona como «patria de mercaderes marítimos».
5
- Cf. Braudel 1992, vol. III, p. 120.
6
- Pirenne 2005, p. 76.
7
- Cf. Aguilera-Barchet 1989, p. 37.
8
- Samuel el Grande, caudillo y primer ministro del reino de Granada,
es también uno de los mejores poetas hebreos de todos los
tiempos. Cf. Shahak 2002, p. 155.
9
- Su plan original fue ir conquistando Europa hasta caer sobre
Bizancio desde el noroeste; cf. Gibbon 1984, vol. III, p. 534-535.
10
- Cf. Mariana, Historia de España IX, cap. 18.
11
- Un tesoro de información, básicamente musulmana,
contiene la Bibliotheca Arabico-Hispana Escurialensis,
editada entre 1760 y 1770. Los datos recién mencionados
están en el tomo II, p. 104.
12
- Cf. Gibbon 1984, vol. III, p. 536.
13
- Ibíd., p. 557.
14
- Mandó despellejar con sumo cuidado a uno de sus enemigos,
por ejemplo, para que la piel entera pudiese rellenarse luego
de algodón y ser objeto de crucifixión pública.
Emprendió cincuenta y dos campañas militares entre
978 y 1001.
15
- Radhaniyya en árabe. Sobre Ibn Khurradhbih, el
cronista, cf. McCormick 2005, p. 640-642.
16
- De insolentia iudaerorum 195, 149-159.
17
- Libellus de vita et miraculis S.Godrici, heremitae de Finchale,
auctore Reginaldo monacho Duhelmensi, en Pirenne 2005, p.
79-80.
18
- Ibíd, p. 86 y 84.
19
- Sobre Kiev y las primeras ciudades rusas el texto pionero es
Rostovtzeff 1922.
20
- Una de las sagas nórdicas llama «niñero»
a cierto islandés porque se negaba a ensartar niños
de pecho con su lanza, como el resto del grupo; cf. Bloch 1961,
p. 19.
21
- Génova y Pisa como potencias navales, Milán, Parma,
Pavía y Lucca como centros de industria, y la Lombardía
en general como combinación de agricultura y comercio,
apoyada sobre la extraordinaria feracidad que empieza a lograrse
en el valle del Po.
22
- Cf. North y Thomas 1982, p. 55.
23
- Portus es «lugar desde el cual se importan y exportan
mercancías» (Digesto, 16, 59), definición
idéntica a la que ofrece san Isidoro: «Portus dictus
a deportandis comerciis» (Etimologías XIV,
39-40). La raíz verbal se conserva en holandés,
donde poort significa ciudad y poorter burgués.
24
- «Los magiares, procedentes de Asia e instalados desde
896 en la actual Hungría [
] no diferían mucho
de los hunos y devastaron Alsacia, Lorena, Borgoña y el
Languedoc. Los ataques de los normandos se hicieron anuales a
partir de 843, y en 845 saquearon los portus de Hamburgo
y París con una flota de 120 naves, que transportaban una
media de 50 hombres»; Cipolla 2003, p. 150.
25
- Cf. Mumford 1979, vol. I, cap. 9.
26
- Hegel 1967, p. 268.
27
- La mayoría eran obispados u arzobispados, aunque algunos
como Frankfurt, Nüremberg o Ulm fuesen ciudades
no episcopales.
28
- «Cronicon santi Andrea Castri Cameracesi», cf. Pirenne
2005, p. 101.
29
- Cf. Duby 1970, p. 244.
30
- Cf. Pirenne 2005, p. 119.
31
- Cf. Barraclough 1985, vol. III, p. 122.
32
- Gestionan las granjas como capataces, recaudan tasas, desempeñan
funciones contables y, en general, velan por la hacienda de su
amo. Dos siglos más tarde muchos se han transformado en
nobleza menor, entre otras causas porque la creciente crisis económica
de ese último escalón aristocrático ha hecho
que muchos hidalgos se postulen como ministeriales. Una monografía
sobre su evolución ofrece Benjamin 1985.
33
- Cf. Pirenne 2005, p. 93.
34
- Cohn 1970, p. 48.
35
- Allí donde la romanización fue superficial en
todos los territorios situados al norte del Rhin las civitates
o no existieron o desaparecieron, y deben por eso partir de cero
como Hamburgo o Lübeck. En Europa meridional la urbanización
parte siempre de algún enclave otrora importante, que fue
deshabitándose y ahora empieza a poder crecer.
36
- Mumford 1979, vol. I, p. 363.
37
- Ibíd p. 319.
38
- El cardenal de Cusa es quizá el primer pensador de primera
fila que dedica un libro a cierto juego el de bolos
a título de propedéutica filosófica. Escrito
en 1463, su De ludo globi define la actividad lúdica
en general como «un tesoro de enseñanzas» (I,
2; Opera Omnia, vol. IX).
|