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Tres marcos externos
«Todo lo recóndito es dudoso.»
Ch. H. de Montesquieu1.
I. El Imperio oriental
La Roma Nova Constantinopla tras
la muerte de su fundador se instala sobre una península
poblada desde tiempos inmemoriales, que domina el estrecho de
comunicación entre el Mediterráneo y el Mar Negro.
Colonos de Mileto y Megara bautizaron el lugar como Bizancio,
que fue sucesivamente miembro de la liga democrática y
de la espartana, manteniéndose bajo el poder romano como
una ciudad de segundo orden, a pesar de su privilegiado emplazamiento.
Esto cambió radicalmente desde 330, cuando Constantino
decidió convertirla en alternativa a la vieja Urbe e invirtió
buena parte de sus recursos en urbanizarla y embellecerla.
Gracias a extraordinarias obras de fortificación2,
que se terminan dos siglos más tarde, la segunda Roma reinará
medio milenio sin disputa desde los Balcanes a Mesopotamia, y
será capaz de sobrevivir progresivamente reducida
hasta 1453. Desde el siglo V no es sólo la sede del Imperio
de Oriente sino un foco de industria y comercio sólo comparable
con Alejandría, sobre la cual ostenta la ventaja de ser
el centro administrativo y militar. A diferencia de la otra sede
imperial, tiene en el campo y las ciudades una clase media que
produce e intercambia, cuyo medio de vida son conocimientos y
técnicas. Según una fuente árabe:
«Desde el país bizantino llegan
artículos de oro y plata, dinares de oro puro, plantas
medicinales, telas tejidas con oro, brocado de seda, animosos
caballos, esclavas, artículos raros de cobre, cerraduras
que no pueden forzarse, liras, ingenieros hidráulicos,
expertos agrícolas, marmolistas y eunucos»3.
Mientras, Occidente va entrando en un sistema
de grandes dominios incomunicados, progresivamente ajeno al comercio.
La desaparición del dinero allí coincide con el
proceso opuesto en el Imperio oriental, y reinando Anastasio I
(491-518) las rentas han crecido hasta el punto de que la contribución
rústica puede pagarse en metales nobles, no en especie.
Aunque emprende importantes obras públicas, sus dos décadas
de gobierno aportan a la tesorería ciento sesenta toneladas
de oro, un saldo neto cuyo origen no son conquistas o saqueos
sino granjas rentables, talleres y negocios de exportación
e importación. Prolongando tradiciones griegas, fenicias
y judías, que saben insertarse sin violencia en la oferta
y la demanda de cada espacio, su manera de emplear los recursos
humanos y materiales no puede ser más distinta de la occidental.
1. Un periodo expansivo. Dos entre las
señas de identidad de Constantinopla, su «magia civilizadora»
y su «imperialismo defensivo»4,
parten de no comulgar con el desdén romano por la industria,
y su legendaria diplomacia se liga a lo mismo. Cuando Atila amenaza
al país, por ejemplo, las negociaciones con Teodosio II
desembocan en que recibirá novecientos cincuenta kilos
de oro. Pero tan importante como esa cláusula del convenio
es otra, por la cual se establecen puestos comerciales bizantinos
en territorio huno, que además de importar materias primas
recobran con la venta de sus manufacturas el oro extorsionado.
La mentalidad emprendedora deroga entonces el
impuesto selectivo que Constantino creó para gravar las
rentas de profesionales y hombres de negocio (el chrysargiron),
y una parte razonable de los recursos públicos se destina
a mantener o crear infraestructuras. Constantinopla, cuyo censo
supera el medio millón de habitantes, elabora y exporta
los bienes antes mencionados, centraliza el tráfico de
vinos entre otros el «fuerte» tinto de Gaza
y tiene como principal mercancía la seda. Monjes nestorianos
han roto el secreto de su fabricación, celosamente guardado
por China, trayendo gusanos que permiten limitar a variedades
muy específicas la importación, y bien sea como
productora o como mediadora su sociedad genera ciertamente más
ingresos que gastos.
Ya antes de que comience a fabricar seda propia
el superávit sugiere a Justiniano (527-565) varios proyectos
ciclópeos, entre ellos una reconquista del Imperio occidental
que consuma en considerable medida5.
Mucho más duradera y útil iba a ser la compilación
de edictos y dictámenes de los jurisconsultos clásicos,
el Corpus iuris civilis. Otra de sus obras inmortales,
la catedral de Santa Sofía, empieza erigirse cuando no
se han apagado aún los rescoldos de una rebelión
que incendia buena parte de la ciudad, causando decenas de miles
de muertos6.
II. El bizantinismo
El Imperio oriental constituye también
el centro de los debates sobre ortodoxia, que son también
rivalidades entre Constantinopla, Alejandría y Antioquía,
concretadas en luchas feroces de sus respectivos patriarcas. Aquello
que en Roma representa el poder pretoriano lo comparten allí
una burocracia reclutada entre eunucos, con no pocas emperatrices
omnipotentes y una corte que pretende aunar virilitas latina,
modales helénicos y pompa asiática. Juan Filopón
(ca. 490-570), principal erudito bizantino, ejemplifica la versatilidad
de su cultura con ideas sobre cinemática que inspiran a
Galileo, estudios lingüísticos y filigranas teológicas
como calcular cuántos ángeles caben en la punta
de un alfiler.
Teniendo un pie en la prosa del comercio y otro
en la poesía del dogma, los ciudadanos de la Nea Roma
se polarizan en una defensa de versiones menos y más misteriosas
de la Verdad. Las disputas inauguradas por Arrio y san Atanasio
apasionan tan vivamente que innumerables personas perderán
la vida defendiendo la diferencia entre omoiusíos
y omoousíos. El más instruido de los Padres
orientales comenta por entonces:
«La capital está llena de obreros
y esclavos que son todos profundos teólogos, y predican
en sus talleres y en las calles. Si pedís a alguien que
os cambie una pieza de plata os instruye sobre la diferencia
entre el Padre y el Hijo; si preguntáis el precio de
una barra de pan os contestan que el Hijo es menos que el Padre,
y si preguntáis cuándo terminará de hornearse
os aclaran que el Hijo fue formado de la nada»7.
Le escandaliza ver estas cuestiones abordadas
por «obreros y esclavos», cosa curiosa cuando el Sermón
de la Montaña bendice precisamente a pobres espirituales
y materiales. Esas y otras paradojas abundan en una cultura que
cuanto más apasionadamente busca la Verdad más eleva
a substancia lo protocolario, en la cual franqueza equivale a
rudeza y es signo de elegancia desunir forma y contenido. Las
esperanzas civilizadoras descansan en una ciencia diplomática,
aunque el apasionamiento fanático anida en el protocolo
mismo. El drama de la conciencia infeliz desgarrada ante
el hecho de ser «carne» y la necesidad de maldecirse
por ello capta protagonistas tan singulares como la emperatriz
Teodora y el gran general Narses, la primera una prostituta de
lujuria infinita8
y el segundo alguien castrado desde la infancia.
En la empobrecida Europa reina tranquilamente
un culto a santos y reliquias, que gracias a ello combina el misterio
de la Encarnación con el politeísmo previo. En el
Imperio oriental fascina la oposición irreconciliable entre
espíritu y materia, y el problema es frenar a la rama más
radicalizada y rica en este sentido, la gnóstica, que ve
en el Padre la potencia maligna y en el Hijo la benigna. Sus adversarios
teológicos lo consideran la más abominable blasfemia,
pero ambos coinciden en que Jesucristo pasó por el vientre
de María «como un destello solar cruzando un cristal»9,
sin roce alguno con la inmundicia mundana.
Antes de que surja el cisma entre ortodoxos
y católicos, vigente hasta hoy, ese clima alimenta los
sangrientos concilios de Éfeso (431 y 449), donde bandas
de anacoretas se suman a mercenarios y al séquito de los
patriarcas de Alejandría y Constantinopla. Todos luchan
a brazo partido por hacer que triunfe la unidad o pluralidad sustancial
del Hijo, decantándose al mismo tiempo por la virginidad
más o menos literal de María. Los triunfantes en
esa disputa alegan que «quien divida al Cristo [en una naturaleza
divina y otra humana] dividido sea con la espada y quemado vivo»10.
Así sucederá, en efecto, cuando las actas del segundo
concilio se conviertan en bandos municipales.
1. Economía y sociedad. Antes de
Justiniano las finanzas van tan bien que ni siquiera los gastos
extraordinarios derivados de mantener la fe ortodoxa interrumpen
los planes de recobrar el Mediterráneo. El excedente permite
también subvencionar a los persas para que su celo preislámico
la religión zoroástrica no imponga sacrificar
por sistema a toda suerte de infieles hallados en sus territorios,
disuadiéndoles también de su ancestral disposición
expansiva. Pero el brote de peste bubónica (541-543) mata
a un tercio de la población, liquidando el excedente de
personas dispuestas a trabajar o alistarse.
La escasez de brazos dispara una espiral en
los salarios que el gobierno intenta corregir legislando sobre
sueldos máximos, y el efecto de la plaga a medio y largo
plazo será convertir a los bizantinos en importadores masivos
de esclavos como mano de obra, cuando precisamente el rendimiento
del trabajo libre distinguía hasta entonces sus productos.
Aunque otras culturas padecen ese tipo de epidemia sin cambiar
estructuralmente e incluso lo aprovecharán, como
Europa, para acelerar el cambio social, la bizantina reacciona
ante la catástrofe haciéndose más militar
y más clerical, un proceso que en pocas generaciones acaba
con su clase media agraria y urbana.
Desde fuera sus ciudades parecen fortalezas,
y miradas desde dentro se organizan como conventos. Ya precozmente
ese elemento monástico justifica que Justiniano clausure
en 529 la Academia de Atenas, imponiendo un código de costumbres
que subvenciona formas célibes de vida y estorba de modo
espectacular la repoblación. Le quedan a Constantinopla
casi mil años de vida, pero ya no como Imperio de Oriente
sino como alianza de feudos, radicada en un lugar natural de poder
convertido por obra humana en fortaleza inexpugnable. El bastión
civilizador constituye una amalgama de formas suntuarias y fondo
fanático que sólo el propio bizantinismo puede gestionar.
La paralización que define a los sucesores
de Justiniano parece invertirse con la llegada del enérgico
Heraclio, cuya victoria sobre los persas permite reconquistar
Alejandría. Este emperador quiere recobrar una agricultura
no latifundista y diversificada, devolviendo al efecto tierras
expropiadas por sus antecesores, pero en 622 cuando accede
al trono Mahoma se ha ido de La Meca a Medina para fundar
la ummah musulmana, un movimiento que en pocos años
conquista gran parte de Asia Menor, sitiando Constantinopla desde
647 a 678. Aunque tenga las mejores bibliotecas, y abundantes
polígrafos, el futuro de Bizancio es una vida de espora.
Por lo demás, fue el bizantinismo quien
sembró la discordia más enconada entre diofisitas
y monofisitas, y van a ser estos últimos quienes rindan
Egipto y Siria a los islámicos, con tal de tener autoridades
políticas y religiosas más tolerantes que su Emperador
o su Patriarca. Los califas se lo concederán, a cambio
de cobrar un tributo por ello, y lejos de asimilar esta lección
el Imperio persevera en disputas teológicas que van haciéndose
cada vez más sangrientas, hasta desembocar en un siglo
largo de guerra entre iconófilos e iconoclastas11.
La progresiva clericalización se hace
en detrimento de la vida mercantil, que si en el siglo v y vi
resultaba floreciente en el ix aparece exhausta. El emperador
Teófilo (829-842) ve con escándalo que su esposa
sea propietaria de un mercante anclado en el puerto, y ordena
destruirlo. A su juicio, «el comercio es incompatible con
el imperio»12.
El colmo del mal se encarna en los judíos, que han empezado
siendo perseguidos desde Justiniano y acaban por desaparecer completamente
de sus dominios.
III. El monoteísmo depurado
En persa antiguo arabaya significa «tierras
al sur» (de Mesopotamia), y los romanos distinguían
una Arabia Desertica de una Arabia Felix o dichosa.
La primera, que nunca fue presa codiciada por conquistadores,
era tierra de «jinetes montados sobre dromedarios y tribus
sin historia» tradicionalmente propensas al atraco (latrocinium)13.
La segunda, que ocupaba los territorios actuales de Yemen y Omán,
es probablemente el origen de los semitas nómadas14
y alberga desde tiempos inmemoriales reinos prósperos como
el de Saba. Sus marinos descubrieron que el monzón les
permitía ir y venir de la India, sus agricultores aprendieron
a producir masivamente incienso y mirra15,
y coordinar ambas cosas hizo de esa zona el mayor centro antiguo
de importación y exportación de especias.
Para llevar estos productos al Mediterráneo
debían cruzar el mar de arena, y uno de sus tramos más
inclementes pasaba por el valle desértico pero abundante
en pozos de La Meca. Las caravanas repostaban y renegociaban allí,
un lugar famoso por lo amargo de su agua y por una piedra negra
(la Kaba) quizá un meteorito venerada
junto a otras deidades paganas, que parecen haber sido fundamentalmente
tres diosas16.
A finales del siglo vi, mientras persas y bizantinos se disputan
políticamente la región, en ambas Arabias la bandera
del fervor religioso es sostenida por judíos, cristianos
coptos y maniqueos.
Todo el horizonte cambia con la llegada de Mahoma
(ca.570-632), un nativo de La Meca que tras hacer frente a la
desventaja inicial de ser huérfano17
acaba formulando un monoteísmo más racional que
el de sus antecesores proféticos. Propone explícitamente
una repetición (quran) de las tesis mosaicas,
cristianas y maniqueas, que reteniendo la «verdad inmortal»
de cada secta evite también sus limitaciones y corrupciones.
En términos teológicos se parece como dos gotas
de agua al cristianismo arriano, pero no podemos pasar por alto
algunos matices diferenciales.
1. La genealogía árabe.
El monolito llamado Kaba, dirá Mahoma, no
es un ídolo más sino el único símbolo
terrenal de Alá, dios único y omnipotente. El templo
que le dedicaba el politeísmo fue construido en realidad
por Abraham y su hijo Ismael, padre ancestral de los beduinos,
mucho antes de que Salomón erigiese el suyo en Jerusalem18.
La madre de este pueblo es por tanto Agar, una esclava árabe
de Sara la mujer de Abraham que acosada por sus celos
y malos tratos huyó internándose en el desierto.
Allí un ángel le vaticinó que su hijo tendría
«una descendencia incontable», y que Ismael sería
«como el asno salvaje, con su mano contra todos y la de
todos contra él»19.
Cuando Mahoma emigra con sus primeros seguidores
de La Meca a Medina, en 622, su liturgia manda orar mirando a
Jerusalem y él se dirige a la importante colonia judía
de la ciudad diciendo: «¡Pueblo del Libro! El Profeta
ha llegado hasta vosotros para que no pudieseis decir que nadie
os avisó de la buena nueva»20.
Según parece, los rabinos le objetaron errores de bulto
sobre la Torah un indicio de que, al menos entonces, no
sabía leer, y desde 624 las oraciones del fiel se
harán mirando hacia La Meca. Pasar del respeto filial a
la animadversión depende también de conseguir el
apoyo de los no judíos, y cuando pasa controlar Medina,
en 627, expulsa a parte de ellos confiscado previamente sus bienes.
En 628 manda degollar al resto21.
Mahoma critica del judaísmo su pretensión
de que el Omnipotente podría limitar sus bendiciones a
un linaje. Al cristianismo le imputa la blasfemia de desdibujar
la diferencia irreductible entre divino y humano, aunque coincide
con Jesús en dirigir su mensaje a «menesterosos y
desventurados», y está sentimentalmente muy próximo
al pobrismo evangélico22.
Común a cristianos y maniqueos es, por último, una
insensata condena de «la carne». Como el Dios de Moisés,
el suyo no quiere monacato ni mortificación ascética
sino mesura. El fiel, que será premiado en el Cielo con
huríes supremas, tendrá en la tierra harenes y una
sociedad organizada para que su disfrute ni sea interferido ni
desemboque en excesos23.
Infinitamente distante, de Alá24
se dice también que «está más cerca
que la vena del cuello»25,
y que como el Padre cristiano padeció la rebelión
de un arcángel maligno, el Demonio. Esta peripecia cosmogónica,
desconocida para la religión mosaica y emparentada con
el dualismo zoroástrico26,
limitaría en principio la omnipotencia divina. Pero tanto
la tradición cristiana como la mahometana aclaran que sin
perjuicio de ser formidables los poderes del ángel
sedicioso son muy inferiores a los de Dios. No hay por ello un
Mal comparable en fuerza al Bien, sino tan solo muy tenaz. Por
otra parte, negar el dualismo teológico implica también
trasladarlo a la vida cotidiana, y el buen musulmán debe
considerarse un soldado en la guerra sin armisticio entre la luz
y las tinieblas. Hasta qué punto es así lo indica
que arrepentirse de haber abrazado su fe equivale a deserción,
y quienes tengan a mano al apóstata serán personalmente
responsables si no le matan.
2. El credo como Estado. El Corán
cuenta que Jesús sólo pareció morir y ascendió
vivo al Cielo27,
donde más adelante pronostica la llegada de Mahoma28.
Preguntado por Alá, aclara en otro pasaje que ni él
ni su madre María tienen condición divina29.
Al contrario, Moisés, Jesús y Mani fueron simples
mortales iluminados, como el propio Mahoma, a despecho de que
a él le rodeen portentos desde su nacimiento30.
Ser el Sello de la Profecía no deriva en su caso de alguna
superioridad ontológica, sino de que ha planteado al fin
con total claridad el programa religioso: 1) «Matad a los
politeístas allí donde los encontréis, salvo
que se arrepientan»31;
2) La «sumisión a Dios» (islam) equivale a
un Estado planetario único, que zanja cualquier distingo
entre fe y política.
Dicha sumisión universal deja atrás
aquello que hace del judaísmo un culto-familia, y del cristianismo
una secta llamada a la marginalidad y la insumisión. La
teocracia no es un accidente histórico sino una pauta perpetua,
cuya eficacia práctica se demuestra con una fulgurante
expansión. Guiados por el lema «victoria o paraíso»,
y ayudados por el sectarismo de bizantinos y persas, en unas décadas
los sucesores («califas») del Profeta conquistan un
territorio superior al anexionado por los romanos en medio milenio,
llegando poco después hasta China. También es significativo
que en gran parte de esos dominios la rueda sea inútil32.
Mahoma y el califa Omar, su gran heredero, son
comunistas de corazón que aceptan la propiedad privada
como mal menor. De ahí que vean en el sometimiento político
genérico y en la esclavitud, su forma extrema
algo no sólo inevitable sino neutral, pues amos y siervos
disponen de idénticas oportunidades para salvarse. Aunque
tanto los musulmanes como los cristianos se declaran hermanos,
y coinciden en declarar obligatoria la limosna, ni el Corán
ni el Nuevo Testamento contienen nada parejo a la regla mosaica
de que el esclavo será redimido al cumplirse los siete
años de sumisión, recibiendo entonces medios para
inaugurar una vida independiente. Esto indica hasta qué
punto se ha cumplido una sublimación de lo «familiar»,
que entiende la sangre común en sentido figurado y la sumisión
en sentido literal.
Para relacionarse con su prójimo al buen
mahometano le basta cumplir la regla de cortesía sugerida
por san Pablo, según la cual el amo será impecable
mientras no trate con crueldad a sus herramientas vivas. Desde
el siglo vii la demanda árabe de esclavos será decisiva
para Europa, que necesita toda suerte de artículos controlados
por los musulmanes y sólo puede procurárselos vendiendo
jóvenes a Bagdad y Córdoba, dos compradores cuyo
poder adquisitivo supera pronto el de Bizancio. Ceder los mejores
ejemplares de latino, nórdico y eslavo no resulta precisamente
eugenésico para el Continente, pero la Santa Sede y los
Califatos suspenden sus odios cuando se trata de articular dicho
tráfico, y en 806 el jurista Ibn Sahnun aclara que «no
está permitido capturar barcos cristianos, estén
donde estén, si son comerciantes conocidos por sus relaciones
con los musulmanes»33,
e intercambiar personas por seda, especias y metales nobles puede
considerarse «el primer gran impulso para el desarrollo
de la economía comercial europea»34.
IV. Fraternidad y discordia
Cuando el Profeta muera inopinadamente, sin
preparar su sucesión, no sólo surgen algunas dudas35
sino dos modos contrapuestos de entender la vida piadosa. En principio,
la disidencia viene de que el nuevo jefe de la ummah musulmana
es uno de los suegros del Profeta el anciano Abu-Bakr, padre
de Aisha, su favorita y no Alí, marido de su hija
Fátima y primo del Profeta, aunque ambos coincidan por
completo en términos doctrinales. La escisión se
mantiene latente durante la década prodigiosa de Omar (634-644),
que llega al trono dos años después de morir Mahoma
y es el mariscal perfecto para las tribus árabes. Vive
como un beduino, armándose cada día una tienda individual
para no dormir totalmente al raso, y castiga el lujo de sus generales
no sólo confiscando cualquier vestidura de seda, piel o
pedrería sino haciendo que esos impíos sean pasados
por lodo en su presencia36.
La conducta hacia no islámicos resulta
unánime en los comienzos y se resume en el bando de Jaled,
«alfanje de Alá», al tomar Alejandría:
«Ea, perros cristianos, ya sabéis la alternativa:
el Corán, el tributo o la espada»37.
Hacia dentro, sin embargo, cunde un retorno a las discordias tradicionales,
que desde 655 ya no son luchas entre clanes sino guerras entre
ejércitos de musulmanes. Pasar del tribalismo beduino a
un reino islámico unificado coincide con una secuencia
de magnicidios que mata a tres de los cuatro primeros califas,
asesinando también a Alí y a su hijo Huseín,
hasta desembocar en una escisión oriental y occidental
de ese imperio que no responde a razones estratégicas sino
exclusivamente al rencor. El estandarte blanco de la dinastía
omeya pasará a ser el negro de la abásida, por ejemplo,
pero lo fundamental es una divergencia permanente en concepciones
del mundo.
Los sunitas, partidarios de la práctica
(sunna), defenderán en lo sucesivo un «conformismo
basado en creer que treinta años de tiranía son
preferibles a un día de desorden»38.
Los chiitas optan por la pasión victimista de Alí:
«No encontrarás opulencia sin topar con derechos
pisoteados de las personas [...] no hay bocado exquisito libre
del hambre de quienes trabajaron para hacerlo posible»39.
La figura política adaptada a su arrebato emotivo es el
imam, que al encarnar la infalibilidad no es tanto una
persona física como un espíritu. Marginal y minoritario,
aunque magnético también para las masas, el chiísmo
se expande y diversifica a través del sufi o místico,
llamado también «hombre pobre» (fakir
en arábico, dervish en persa).
El «mártir del amor», Ibn
Mansur al-Hallaj, será ejecutado en Bagdad (922) por ver
en sí mismo «la verdad creadora», y de esa
corriente parten fenómenos muy diversos: una lírica
metafísica insuperada con Ibn Arabí, Jayam40
y Roumi, la Destrucción de los filósofos
(1095)41
de Algacel, y la obra básicamente científica de
Avicena (980-1037) y Averroes (1126-1198)42.
Entretanto, un tropel de discordias y usurpadores desteje cada
noche lo tejido durante el día. «El principio islámico
es la religión y el terror, como el de Robespierre sería
la libertad y el terror»43,
y su prodigiosa capacidad para conmover y disciplinar no tiene
como contrapartida una solidez orgánica, pues las tribus
árabes sólo mantienen su acuerdo cuando irrumpen
desde el desierto para conquistar Asia Menor. A partir de entonces
su inmensa ummah es un semillero de discordias, que responde con
integrismos renovados a sus progresos en cualquier otra dirección.
En el califato de Bagdad, por ejemplo, entre 908 y 945 hay cinco
regentes y cuatro de ellos serán asesinados, preparando
así la entrega del imperio a mercenarios turcos.
1. Algunas instituciones. La financiación
inicial del islam queda asegurada por el genio político
de su Profeta, que inventa el sistema de pagar tributo a cambio
de libertad religiosa. Omar cumple esa regla escrupulosamente
prohibiendo infligir cualquier molestia al tributario,
y obtiene con ello cifras fabulosas, sin duda superiores al resultado
del simple pillaje. Por ejemplo, doscientas mil monedas de oro
le llegan de «tolerar» en Cesarea, trescientas mil
de tolerar en Antioquía y cinco millones de piezas por
hacer lo mismo en la recién conquistada Alejandría44.
A diferencia del saqueo, esa fuente de ingresos se renueva año
tras año no sólo a medida que aumentan sus
conquistas, sino al ritmo en que vayan naciendo nuevos «tolerados»,
y ayuda a entender la aparición de urbes gigantescas, que
no tardan en formar una cadena desde Marrakech a Cachemira, con
El Cairo como megalópolis.
Entre el siglo VIII y el XII los excedentes
agrícolas y las manufacturas que el mundo musulmán
produce o transporta son el grueso del comercio mundial, sostenido
sobre una red de rutas terrestres y marítimas que sus mercaderes
roturan o amplían. Ante las oportunidades inmejorables
de negocio, que derivan de ser una fraternidad sin fisuras ante
los no conversos, esos comerciantes renuevan usos jurídicos
y forman escuelas de jurisprudencia, racionalizando así
el intercambio de sus artículos con los europeos, los indios
y los chinos. Tanto más llamativo es, por ello, que desde
el siglo xi el producto exportado vaya perdiendo entidad45,
y la economía se asome a una crisis irreversible. El imperio
abásida, que alcanza el cénit de su esplendor con
Harún al-Raschid (786-809), se desintegra políticamente
al ritmo en que el islam va pasando a ser mayoritario entre sus
poblaciones, y repite en más de un sentido los retrocesos
característicos del Bajo Imperio romano46.
El fulgurante crecimiento tiene su talón
de Aquiles en prescripciones análogas a las que maniatan
el crédito en Europa, satanizándolo como usura.
En efecto, el préstamo se diría uno más entre
los cuatro tratos primarios47,
pero Mahoma ha prohibido genéricamente la ribah
o interés del dinero. Añádase a ello que
el Corán y la sharia prohíben no sólo
el juego sino cualquier tipo de iniciativa mercantil semejante,
vetando la relación directa entre riesgo y beneficio. Esto
excluye las transacciones especulativas o «de resultado
imprevisible»48,
y por eso mismo aquello decisivo para que «el simple flujo
circular» de producción y adquisición pueda
transformarse en «desarrollo» propiamente dicho49.
Como la ummah es un resultado teológico,
no puede esquivar el odio entre legalistas y esotéricos
que dibuja la grieta entre realismo y apasionamiento, modo de
vida sunita y chiita. Aunque su civilización no tiene entonces
igual, ventila las crisis recortando una vida civil nunca aceptada
del todo. En el siglo XI, por ejemplo, brota una corriente de
«Gran Resurrección» que calca los eventos apocalípticos
anunciados por futurólogos hebreos y cristianos50.
Algo paralelo ocurre con el culto maniqueo, cuya fe dualista revive
en las formas más populares del chiísmo. Comparada
con la católica, su fe es un modelo de sobriedad intelectual;
pero en vez de preparar una mesocracia sus califatos evolucionan
hacia un medievo donde tanto la industria como las clases medias
se estancan o retroceden. A partir del siglo XII los avances tecnológicos
pierden impulso, al mismo tiempo que el nivel de conocimiento
y comprensión en el campo de las ciencias51.
La lucidez suele coincidir con el ocaso, y eso
ofrece Ibn Jaldún (1332-1406), cuya Introducción
a la Historia puede compararse en términos analíticos
con lo equivalente de Aristóteles y Hegel. Estudiar culturas
y cambio social le lleva al concepto de una «cohesión»
(asabiyah) surgida espontáneamente en tribus y grupos
familiares, que alguna fe intensifica y amplía hasta crear
reinos e imperios. Factores psicológicos, sociológicos,
políticos y económicos provocan la decadencia inevitable
de cada asabiyah, que en realidad ha allanado el camino
a otra y otra. Llamativamente, Jaldún no ve en este proceso
más evolución que el paso de la vida silvestre a
la civilizada, algo común a toda sociedad no ágrafa.
En el horizonte islámico sólo hay pleamares y bajamares
de un océano inmutable.
V. Un apunte sobre Extremo Oriente
En contraste con otros marcos culturales, China
es un país agraciado por no hallarse sujeto a «ascesis
histerizante», en palabras de Weber.
«La ausencia de nervios en el sentido que
el europeo asocia hoy a esta palabra, la paciencia sin límites
y la contenida cortesía [
] todo esto parece mostrar
una unidad bien trabada en sí misma. Para lo demás
hallamos una aversión extraordinaria hacia todo lo desconocido
[
] y una insinceridad sin parangón en el mundo»52.
Allí el fenómeno de la pobreza
no puede relacionarse con motivos éticos y teológicos,
como los que se oponen a la institución crediticia y el
juego mercantil entre cristianos e islámicos. Pero sus
penurias económicas no serán menores, y aunque sea
a título de mera y breve digresión podemos preguntarnos
de dónde podrían provenir, y qué puntos de
contacto tienen con el subdesarrollo crónico de otras civilizaciones.
Si nos situamos en China a mediados del siglo IVcuando los
obispos católicos celebran el sínodo de Paflagonia53,
leeremos en la crónica imperial que el producto agrícola
es insuficiente para «las necesidades del Estado».
He ahí un dato paradójico, pues el Río Amarillo
y el Chiangjian depositan ellos solos casi diez veces más
sedimentos que el Nilo, el Amazonas y el Mississippi juntos, regalando
grandes extensiones de terreno aluvial que rinden hasta cuatro
cosechas anuales, dos de ellas de arroz, un cereal cuyo rendimiento
en calorías por área es seis veces superior al del
trigo54.
Tan inmejorable base nutritiva tiene como complemento
campesinos muy dóciles, que sus señores desplazan
como si fuesen semillas de las plantas cultivadas por ellos. Trabajan
la tierra con una meticulosidad emocionante, y «su virtuosismo
en el ahorro jamás ha sido alcanzado en otra parte del
mundo»55. Sorprende incluso que sobrevivan sin graves taras,
porque aprovechar cada metro para el cultivo priva de espacio
a animales distintos del cerdo, y como estiércol se usan
el de este omnívoro y el humano. Este abono lo transportan
e insertan con ayuda del arado seres próximos a la cienciaficción.
A despecho de estas condiciones, en 350 el emperador Tai-wu
no tiene suficiente «ni para su digno sustento personal»
mucho menos para obras públicas, y decide borrar
el «despilfarrador anarquismo»56. Ordena a tales fines
un censo de todos sus súbditos que permita controlarlos
estrechamente, pues la prosperidad del país peligra si
se dedican a consumir pasatiempos o amasar dinero. A su juicio,
los deberes procreativos y productivos del pueblo exigen pena
capital para quienes «beban vino, asistan a espectáculos
teatrales o dejen la agricultura por el comercio». Algunos
reos de ebriedad, pasatiempo y comercio son exterminados entonces,
aunque esta normativa termina cayendo en desuso y la economía
sigue estancada.
Ninguna religión subraya tanto como el
confucianismo la conquista de confort material. Por otra parte,
sacralizar la riqueza no implica que estén dadas las condiciones
para el desarrollo de una «mentalidad» económica57,
algo quizá predeterminado por sus convicciones políticas.
A despecho de que Europa conozca innumerables autócratas
como Tai-wu, es necesario esperar a 1651 para que el Leviatán
de Hobbes un reflejo de la larga y feroz guerra civil inglesa
presente formalmente la arbitrariedad de uno como única
garantía de paz social. Su pesimismo le dicta que hasta
el soberano más ávido de sangre y expolio es preferible
a la mejor intencionada asamblea democrática, y que el
único modo de evitar una guerra de todos contra todos está
en el aparato de dominio incondicional y vitalicio ofrecido por
el absolutismo. Lo pasmoso de la historia China es que dicho criterio
rija allí desde tiempos inmemoriales, sin contradictores
como los que encontró Hobbes. Desde el primer mandarín
hasta el último súbdito todos parecen coincidir
en que una autoridad infinita es incondicionalmente preferible
a una autoridad limitada.
1. El poder del capricho. Mil años
después de que Tai-wu muera encontramos al país
fascinado con la construcción de barcos. Una de sus flotas
mandada por el almirante eunuco Zheng He dispone de
317 naves, algunas enormes (ciento treinta metros de eslora, frente
a los veinte de las carabelas de Colón), capaces de transportar
más de un regimiento. Toda Europa junta no puede imaginar
siquiera una armada semejante58. Pero la Corte cambia de idea,
y en 1500 quien construya una embarcación con más
de dos mástiles merece pena capital. En 1525 las autoridades
costeras ordenan destruir todo barco que surque la alta mar, así
como el encarcelamiento indefinido de sus propietarios. El motivo
expreso de este decreto es que al Imperio no se le ha perdido
nada fuera: «China recibirá pleitesía y tributos,
permaneciendo ajena a la tentación del vil comercio, tanto
como a novedades de fabricantes. Las propuestas de mejora son
superfluas cuando no censurables»59.
Ha llegado un nuevo brote de Imperio inmóvil,
donde los escasos testigos europeos observan cómo «cualquier
hombre de genio inventivo se ve paralizado por la idea de que
sus esfuerzos no le valdrán recompensas sino castigos»60.
Precisamente por esos años preparaba Portugal sus primeras
expediciones a Extremo Oriente, seguidas algo más tarde
por las de holandeses e ingleses, y tanto flotas comerciales como
militares habrían sido útiles para que el Imperio
no pasase de una suprema altivez a estar de rodillas ante Rusia,
Japón y las potencias occidentales.
La misma actitud se observa con el cañón,
un invento chino del siglo XIII, pues en el siglo XVII el país
ha olvidado tanto producirlo como usarlo, y cuando en 1621 los
portugueses de Macao regalen al Emperador cuatro piezas deben
complementar su obsequio con otros tantos artilleros61. Como la
construcción naval, la metalurgia se estanca indefinidamente.
No sólo en estos campos sino «en su conjunto, el
desarrollo chino plantea el mismo problema una y otra vez»62.
2. Derecho y legislación. Mirado
desde el presente, de alguna manera ventilará sus cuentas
con la veleidad gubernativa un país tan aventajado en genio
inventivo63. El hecho de que todas las comunidades chinas extramuros
sean prósperas sugiere que lo problemático está
dentro. Hasta el más sanguinario y venal rey bárbaro
debía aparentar buena voluntad y rectitud para no granjearse
una rebelión inmediata. En el Pekín de Tai-wu
como en el de Mao eso sería una iniciativa
extemporánea, cuya flaqueza promueve sedición. Mientras
el Hijo del Cielo está decretando en 1525 un nuevo periodo
de glorioso aislamiento, católicos y protestantes europeos
coinciden en pensar el tiranicidio como acto ético supremo,
y llaman tirano precisamente a quien ignore la buena voluntad
y la rectitud.
Causa y efecto de esta diferencia es que el
despotismo asiático atribuya el dominio de todo al soberano,
cuando «cualquier ley contra la propiedad es una ley contra
la industria»64. Tolerar el liberticidio tira al desván
los propios hallazgos y desincentiva la diligencia. De Shi-Huang
Ti (c.259-210 a. C.), primer Emperador, se cuenta que mandó
quemar los libros confucianos e hizo castigar a un monte, deforestándolo,
por haber dificultado la maleza su augusto caminar. Todavía
en 1455 otro emperador castiga al monte Tsai por la misma falta
de respeto65.
Cuando comparamos el Imperio romano con el bizantino,
el árabe y el chino las diferencias desbordan exponencialmente
a los parentescos. Todo se diría particular en cada caso,
salvo que nunca pase de pequeña minoría un estrato
móvil y equidistante entre el príncipe y el mendigo.
Precisamente eso dejará de suceder en Europa, cuyo destino
incluye crear la clase media más amplia y estable de todos
los tiempos. Pero es una tarea en gran medida anónima e
inconsciente, que va cumpliéndose a lo largo de muchos
siglos a golpes de azar y necesidad, donde la civilización
occidental sólo se adelanta a otras por reaccionar de modo
distinto a sus peculiares adversidades.
NOTAS
1
- Montesquieu, Lesprit des lois, IV, XII, 6.
2
- Esas murallas resistirían el embate de ávaros,
búlgaros, rusos, pechenegos, persas y sobre todo musulmanes,
que hasta en siete ocasiones intentaron tomar la ciudad. Su perímetro
rondaba los 30 kilómetros, y un muro con once metros de
altura y tres de grosor se completaba cada cincuenta con torres
del doble de alzada, capaces de descargar un infierno de proyectiles
cruzados sobre cualquier punto de la muralla donde se concentrase
un ataque. Ninguna urbe tuvo o tendría defensas remotamente
comparables, y ninguna evocó tanta codicia en distintos
vecinos. Juan Crisóstomo comenta a finales del siglo
v que en los grandes palacios no sólo abundaban adornos
de oro y plata, mosaicos y alfombras, sino refinamientos como
grandes puertas de marfil perfectamente liso, con junturas invisibles.
3
- Ibn Hawkal, en McCormick 2006, p. 553.
4
- Cf. Vasiliev 1952.
5
- Gracias fundamentalmente a Belisario, uno de los grandes guerreros
de la Antigüedad, recobra el norte de África, el sur
de España, todas las islas del Mediterráneo, toda
Italia y la Dalmacia. Ejércitos bizantinos se lanzan incluso
a empresas en el norte, frenando el avance huno en Crimea y cruzando
el Danubio para contener a otros bárbaros.
6
- El Hipódromo era una institución tan capital que
una protesta conjunta de sus dos facciones los Verdes y
los Azules basta para desencadenar la gran revuelta llamada
de la Nika (532). Justiniano se salva por poco de morir, aunque
acaba saliendo fortalecido.
7
- Gregorio Nacianceno, en Hegel 1967, p. 261.
8
- En la Historia secreta («Anekdota») de Procopio
de Cesarea, que es el último gran historiador grecorromano,
ella y su íntima Antonia la esposa del conde Belisario
aparecen como demonios venusianos que desearían una cuarta
apertura para introducirse falos. Antes de seducir a Justiniano
se cuenta de Teodora que «nunca fue superada en lubricidad.
A menudo salía de excursión con una decena de jóvenes
aristócratas, entregándose públicamente a
ellos noche y día. Cuando les agotaba recurría a
sus sirvientes, y ni siquiera con treinta saciaba su ardor»
(Procopio, 9, 7).
9
- Gibbon 1984, vol. II, p. 293. El interesado por la teología
en sentido bizantino dispone de una exposición tan amplia
como penetrante en el capítulo XXVIII de su obra.
10
- Ibíd., p. 301-307.
11
- El icono, entendido como «objeto visible que lleva a lo
invisible», funda un culto que llega a oficializarse a finales
del siglo vi. En 730 va a ser prohibido por el emperador León
III, y los iconoclastas extreman la persecución de iconófilos
entre 741 y 775. En 787 la emperatriz Irene reacciona prohibiendo
la iconoclastia con gran rigor, aunque en 814 sus adeptos recobran
el poder. Finalmente, la viuda de Teófilo I restaura la
veneración icónica en 843, un evento que su Iglesia
sigue celebrando como Fiesta de la Ortodoxia.
12
- Así lo refiere uno de sus cortesanos, Teófanes
Continuatus; cf. McCormick 2005, p. 29.
13
- Cf. Plinio el Viejo Hist. nat., VI, 32.
14
- De hecho, sigue siendo el único lugar del mundo donde
todos los dialectos son semíticos; cf. Wikipedia,
voz «Arabia Felix-Yemen».
15
- Resinas de árboles pertenecientes a la familia Burseraceae,
autóctonos en Arabia y Abisinia.
16
- Manat («el destino»), Allat (femenino de Alá)
y Al,Uzza («la poderosa»); cf. Eliade 1978, vol. III/1,
p. 77.
17
- Debido a ello, pertenecer al clan más poderoso de la
ciudad no le ahorra emplearse como sirviente de una acaudalada
viuda, con la cual acabaría casándose. Aunque ella
tenía 40 años entonces, la tradición afirma
que tuvieron siete hijos y cuatro hijas.
18
- Corán 2:127.
19
- Génesis 1: 3-12.
20
- Corán 5:19.
21
- Cf. Eliade 1978, vol III/1, p. 86.
22
- Por ejemplo, decreta una limosna obligatoria o «legal»
(la zakât) que va de un décimo a un quinto de las
rentas; cf. Gibbon 1984, vol. III, p. 454.
23
- Las esposas legítimas serán como máximo
cuatro (Corán 4:3), pero no hay límite en
el número de concubinas y esclavas. Tras quedarse viudo,
Mahoma acabó teniendo un harén compuesto por nueve
jóvenes. Cf. Eliade 1978, vol. III/1, p. 76.
24
- Alaha es uno de los nombres para YHWH en arameo.
25
- Sura 50:8.
26
- Por lo demás, la idea de dioses con idéntico poderío
y signo opuesto parece haberse ido convirtiendo al monoteísmo
ya desde el siglo ii a. C., y una de sus tradiciones principales
en la época de Jesús cree que un ser supremo Zurvan
(el Tiempo) engendró a Ormuz y Ahrimán como
epítomes de lo benéfico y lo maléfico; cf.
Cohn 1995, p. 122-123.
27
- Corán 43:61.
28
- Ibíd. 61:6.
29
- Ibíd. 5:116.
30
- Por ejemplo, nace circunciso y con el cordón umbilical
cortado. A los cuatro años dos ángeles le derribaron
y le abrieron el pecho, «lavándole las vísceras
con nieve derretida que traían en una copa de oro»
(Corán 94:1).
31
- Ibíd, 9:3.
32
- Lo puntualiza un historiador islámico contemporáneo;
cf. Hourani 1991, p. 72. En desiertos como los de Arabia, Libia,
Mauritania o Asia Central cualquier carro quedaría inmovilizado.
33
- McCormick 2005, p. 595.
34
- A fundamentar esta tesis dedica McCormick su extensa investigación.
35
- Por ejemplo, qué actitud tomar ante alcohol, café,
haschisch y otros vehículos de ebriedad, cuestión
resuelta póstumamente por el derecho positivo (sharia)
con 80 latigazos. El opio, considerado tradicionalmente regalo
divino (mash Allah) esquiva la prohibición hasta
1955, cuando el parlamento iraní clausura su fumadero.
Los países musulmanes irán sumándose desde
entonces a las directrices de la ONU. Cf. Szasz 1990, p. 262.
36
- Cf. Gibbon ibíd, p. 509.
37
- Cf. Gibbon 1984, vol. III, p. 500.
38
- Dentro de la «practicidad» tampoco falta una escisión
entre oligárquicos y democráticos, estos últimos
representados por los kharijitas o secesionistas, según
los cuales «sólo el pueblo puede elegir y deponer
a su jefe»; cf. Eliade 1978, vol. III/1, p. 94. Su nombre
les viene de negarse a seguir participando en la interminable
Batalla del Camello o de Basora (655), donde el ejército
del yerno del Profeta, Alí, se enfrenta al de Aisha, su
viuda. Un kharijita asesinará al tercer califa.
39
- Alí, en Naipaul 2002, pp. 416-417.
40
- En el caso de Jayam, cuya obra como matemático y astrónomo
está probada, sus maravillosos cuartetos (rubaiyats) pudieron
haber sido inventados en mayor o menor medida por E.Fitzgerald,
el traductor, pues no se ha descubierto un original árabe
remotamente parecido.
41
- Este texto tiene la meta expresa de «desanimar a quien
aspire al cultivo de las ciencias, allanando el camino al fervor».
Un siglo después Averroes se ganaría el destierro
de Córdoba por escribir una Destrucción de la
destrucción, donde considera insincero a Algacel (que
habría redactado su libro para escapar a acusaciones de
herejía) y le llama «ingrato que vuelve contra el
saber lo aprendido de él» (cf. Pioli, en Porto-Bompiani
1959, vol. III, p. 923). Suele atribuirse al tratado de Algacel
una anticipación de la crítica hecha por Hume al
principio de causalidad, pero su objeción al pensamiento
científico es que «los filósofos no pueden
demostrar la existencia de Dios ni la inmortalidad del alma»
(Ibíd. p. 924). Resulta ocioso aclarar que ambas cuestiones
son científicamente ridículas para Hume.
42
- Además de médico eminente, Avicena construye una
brillante teoría de la esencia y la existencia. Averroes,
acusado de considerar tiranos a los califas y mucho peor
aún de ligar al Profeta con la impostura, es entre
otras un genio jurídico que argumenta la independencia
del científico frente al teólogo. Cf. Mahdi 1983,
p. 1022.
43
- Hegel 1967, p. 276-277.
44
- Cuando toma esta última ciudad, en 641, en el perímetro
urbano hay aproximadamente cuatro mil palacios, cuatrocientos
teatros, una descomunal biblioteca pública, casi un millón
de habitantes, cuarenta mil judíos y doce mil tiendas.
Deja todo intacto a cambio del tributo salvo la Biblioteca, cuyos
papiros se destinarán a calentar los baños públicos.
Cf. Gibbon 1984, vol. III, p. 518-519.
45
- Cf. Hourani 2003, p. 151.
46
- La voracidad de los recaudadores, por ejemplo, impone que campesinos
libres libres se pongan bajo la protección de señores
locales, convirtiéndose en colonos atados a la tierra.
47
- Venta (bay), alquiler (ijarah), donación
(hibah) y préstamo (ariyah).
48
- Cf. Coulson 1983, p. 1043.
49
- Cf. Schumpeter 1983, p. 57-95.
50
- La Kaba desaparecerá, se borrarán
las letras en todos los ejemplares del Corán, serán
ejecutados quienes pronuncien el nombre de Alá, etcétera.
Cf. Eliade 1983, vol. III/1, p. 132-133.
51
- Cf. Hourani 2003, p. 320.
52
- Weber 1998, vol. I, p. 509-510.
53
- Véase antes, p 143.
54
- Cf. Braudel 1992, vol. I, p. 151.
55
- Weber 1998, vol. I., p. 508. En el delta de Tonkín los
campesinos mejor alimentados consumen al día «cinco
gramos de cerdo, diez gramos de salsa de pescado, veinte gramos
de sal y hasta un kilo de arroz hervido» (Braudel ibíd,
p. 151).
56
- Cf. Landes 2000, p. 38-39.
57
- Weber ibíd. p. 515.
58
- Cf. Landes 2000, p. 100.
59
- Ibíd., p. 316.
60
- Cf. Peyrefitte 1992, p. 286.
61
- Ibíd., p. 314.
62
- Braudel 1992, vol. I, p. 377.
63
- Entre otros hallazgos, China es cuna de la carretilla, el estribo,
el compás, el papel, la imprenta, la pólvora, los
fuegos artificiales, la porcelana, una máquina hidráulica
para hilar y el alto horno; cf. Elvin 1970, p. 184 y 297.
64
- Burke, citado en Acton 1952, p. 57.
65
- Cf. Weber 1988, vol. I, p. 302.
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