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Una religion para el ocaso de Roma
«Podríamos decir que la promesa
de salvación, principal novedad, es un exorcismo tendente
a liquidar el temible prestigio de la diosa Fortuna.»
M. Eliade1.
La secta cristiana originaria resulta ajena al
aislacionismo que vertebra a otros grupos mesiánicos y
como sostiene el Talmud es a todos los efectos prácticos
un aliado incondicional de Roma. Pero tampoco transige con el
compromiso cívico en cuanto tal, que autonomiza un orden
de cosas basado sobre el respeto hacia ciertas reglas de juego.
Su originalidad viene precisamente de no admitir el juego («mundo»)
en cuanto tal, oponiendo el deber de auxilio mutuo a las ruletas
de cualquier fortuna. Los hijos pueden incapacitar a su progenitor
si incurre en prodigalidad, olvidando la cuota que el derecho
sucesorio llama legítima, y como Dios es el dueño
único de todo, los ebionim se reafirman en el derecho
a heredar sin discriminación. El paso que han dado desde
los previos hermanos por consanguinidad a los hermanos por bautismo
les faculta para extender a la especie entera esa cuota de legítima
y, de paso, para suprimir el tercio de libre disposición.
Cualesquiera diferencias patrimoniales consagran el hurto perpetrado
por unos pocos a costa del resto.
I. La comunidad del amor
A la misma conclusión llegamos atendiendo
al ánimo del fiel, ya que sentirse lleno de Dios es también
saberse infinitamente débil. Jesús culmina la tradición
profética viendo en el hombre a un siervo que no se gana
el sostén de su Señor, haragán y pecaminoso
en vez de diligente y recto. Para merecer misericordia debería
enmendarse, cosa deseable aunque imposible sin un acto de soberbia
inspirado en última instancia por el ángel rebelde,
Satán. Sólo está en su mano pagar parte de
su deuda infinita como mal siervo de Dios corrigiendo distancias
sociales y personales, hasta «destruir con amor fraterno
todos los débitos humanos, todos los cálculos de
individuo a individuo»2.
Propuestas previas de igualdad material como
la espartana y la platónica son cutáneas y
artificiosas comparadas con este comunismo doméstico-amoroso,
donde por un lado lo mundano nada importa y por otro es un deber
perentorio evitarle privaciones al prójimo. La concentración
puesta en salvarse de la muerte y el Infierno es tanta, y tan
aguda la conciencia de Dios como acreedor, que el fiel no sólo
debe dar todos sus bienes en limosna sino amar al enemigo. Bastante
enemigo de Dios es ya el género humano, propenso siempre
a la insumisión y la desidia, para desafiar su ira no poniendo
la otra mejilla cuando una resulta abofeteada. Pura benevolencia,
como una revolución que no desea la efusión revolucionaria
de sangre, amar hasta a los agresores acelera el trance de poner
primeros a los últimos. El proceso quizá evoque
alguna resistencia, pero ya no será una lucha fratricida
sino una disputa entre hermanos y falsos hermanos. Estos últimos
viven en el exilio, rodeados de lujo y apostasía, o engañan
al pueblo ingenuo desde las sinagogas, burlándose en ambos
casos de las señales sobre el fin del tiempo.
1. Venganzas recíprocas. En vano
buscaremos al «Jesús histórico», que
incontables especialistas han sido incapaces de reconstruir por
falta de datos fiables. Si YHWH ejemplifica a un dios con pasiones
humanas, Jesús es un hombre con pasiones divinas cuya vida
concreta está sumida en brumas impenetrables. Hace décadas,
a la pregunta «¿Cómo cree que le ama Jesucristo?»
hecha cada año por la encuesta Gallup una media
de ochenta y nueve entre cada cien norteamericanos marca la casilla
«De una manera personal». Así ha sido en todos
los países y tiempos, por otra parte, pues «Jesús
de Nazaret existió, aunque Jesucristo es una invención
del Nuevo Testamento»3.
Las noticias no fabuladas sobre él son
pocas y vienen de José ben Matías, más conocido
por su nombre romano Flavio Josefo, único contemporáneo
que le menciona. Aristócrata y cabecilla militar durante
la primera guerra judía, colega de celotes feroces como
Simón bar Giora y Juan de Giscala, Josefo acabó
concentrando el desprecio de sus paisanos cuando no quiso inmolarse
con otros defensores de una fortaleza, y tras obrar como un pícaro
en ese trance salvó la vida augurando a Vespasiano que
sería el nuevo Emperador. No contento con ello, terminó
de indignar a sus compatriotas cuando osó ver en ese César
al «verdadero mesías».
Pero carece de estímulo para callar,
inventar o exagerar, y aunque dedica mucho más espacio
a Juan Bautista ofrece cuatro datos sobre Jesús: fue un
galileo nacido de José y Miriam, ingresó en la cofradía
de los bautistas, fue crucificado como rebelde por el gobernador
romano y su hermano Iago resultó muerto a pedradas por
judíos que le acusaban de apostasía4.
Este par líneas puede considerarse fidedigno, sin que excluya
tampoco la posibilidad de alguna interpolación. Cuatro
décadas más tarde Tácito menciona a «un
tal Cristo, condenado a muerte durante el reinado de Tiberio por
el pretor Poncio Pilatos»5.
A mediados del siglo iv un hombre cultísimo como el emperador
apóstata, Juliano, da por supuesto que «el galileo»
fue un individuo concreto, difuminado posteriormente por su identificación
con la deidad6.
Los Evangelios mencionan más de una visita
de Jesús a Jerusalem, pero sólo en la última
verifica una entrada mesiánica, rodeado por «toda
la multitud de sus discípulos, que claman Bendito
el rey que viene en nombre del Señor»7.
Cortocircuita el funcionamiento del Templo, y como se instala
a «predicar cotidianamente allí, los sacerdotes,
los escribas y los notables conciben el deseo de matarle»8,
enardecidos de modo adicional por el hecho de que Jesús
se niegue «a explicar en virtud de qué autoridad
hacía esas cosas»9.
Se retira por las noches al Monte de los Olivos, y cada mañana
vuelve a esa tribuna para disertar sobre distintos temas10,
amparado sobre «el miedo al pueblo».
Atendiendo al Nuevo Testamento, entre el domingo
y el jueves la ciudad vive aterrorizada por la perspectiva de
una gran rebelión como la que llegaría tres
décadas más tarde, al estallar la primera guerra
contra Roma, mientras Jesús fluctúa entre
«vender la capa para comprar una espada»11
y la vía socrática. Acaba eligiendo esto último
al recibir una citación del consejo municipal, que según
los evangelistas le acusa de blasfemia aunque quizá también
de alterar el orden público, interrumpir las ofrendas a
YHWH, acosar a honrados comerciantes y chantajear a las autoridades
con una turba hostil.
Que algunos de sus apóstoles le traicionen
o renieguen de él, como él mismo anticipa, es otro
modo de indicar que entre sus seguidores cunde la ambivalencia,
pues el odio entre pobres y ricos no ha alcanzado aún dimensiones
explosivas, y sus enseñanzas abundan en lo paradójico.
Decide entonces morir predicando una paz que no siempre promoviera
en vida, con el deseo de ser el último «cordero de
Dios que borra los pecados del mundo», el último
chivo expiatorio. Dentro de su universo simbólico ese sacrificio
permite que YHVW deje de ser el cónyuge celoso de Israel,
y se convierta en padre clemente de todo el género humano.
II. ¿Quién mató al Cristo?
Esta reconciliación clausuraría
toda rencilla si ya el Evangelio más antiguo no dedicara
dos capítulos a los acusadores nativos de Jesús12,
subrayando que el gobernador romano quiso salvarle. En el ultimo
Evangelio ese funcionario repite hasta tres veces «no veo
culpa en él» e «intenta firmemente liberarle,
pero los judíos seguían gritando: si le dejas
libre eres enemigo del César, a quien desafía cualquier
hombre con pretensiones de rey»13.
Una vez más, no se trata de tales o cuales individuos,
o de tales y cuales estamentos, sino de «los judíos»14.
Pilatos pudo ser una persona pusilánime,
y el relato podría acercarse en tal caso a la corrección
psicológica15,
pero el derecho romano atribuye a sus pretores monopolio penal
y la cruz es el castigo reglamentario para rebeldes como los demás
reyes-mesías de Israel o el esclavo Espartaco. Por otra
parte, entre los apóstoles hay un celote reconocido (Simeón)
y un sicario o «iscariota» (Judas), quizá dos16,
grupos que desafiaban ya entonces a Roma. Los Evangelios sugieren
que a Pilatos esto le habría resultado tan indiferente
como que una multitud vetase el comercio en el Templo, o pululara
por la ciudad celebrando la llegada de un nuevo monarca.
Si no es atribuible a censura ulterior, la falta
de noticias romanas al respecto sugiere que el episodio conmovió
poco a la Administración. El Talmud de Palestina,
única fuente alternativa (aunque tardía), no subraya
la Pasión como un evento destacado. Se limita a decir que
el tal Jesús en realidad Joshua o Josué17
era hijo ilegítimo de una judía y un legionario
llamado Pantero, a quien Roma condenó por ser uno más
entre los demagogos galileos. Su criterio, inmodificado desde
entonces, es que el Nuevo Testamento «está lleno
de odio mal informado hacia los judíos, aunque fue escrito
por judíos que huían de sí mismos y buscaban
congraciarse como fuese con el dominador romano»18.
Tampoco es improbable que celotes y sicarios
de Kokhba, el último rey-mesías, masacraran a comunidades
griegas y cristianas entre 132 y 13519.
En tiempos de Jesús el pueblo judío era una nación
muy respetada y populosa, que numéricamente equivalía
a una décima parte de la población del Imperio.
A mediados del siglo siguiente la vemos perseguida por doquier,
y cien años más tarde es un grupo humano amenazado
de extinción pura y simple.
1. El pueblo paria. Tras haber puesto
en circulación un fanatismo que extermina a sus celotes,
desintegra al estamento sacerdotal y borra a Jerusalem como centro
del culto, la nueva proeza de este grupo humano será no
desaparecer. Los fariseos, supervivientes físicos y morales
del cataclismo, asumen la centuria de homicidio y suicidio con
una existencia a menudo secreta, cavilando sobre cada línea
de una Ley sometida desde ahora a la más literal de las
interpretaciones. Deben encontrar allí respuesta y consuelo,
no ya para lo ocurrido sino para todas las circunstancias futuras
imaginables, y ese esfuerzo produce repertorios ingentes de sentencias.
El hecho de que el mesianismo haya sido tan hegemónico
inspira reserva ante posibles recidivas, y desde el siglo III
los rabinos esperan de cualquier aspirante a salvador/vengador
pruebas irrefutables de que YHWH apoya su causa.
Buena parte de los que no han muerto o sido
vendidos como esclavos emigran, mientras el resto se agrupa física
y doctrinalmente en las alturas de Safed, en Galilea. La respuesta
de las sinagogas al cataclismo van a ser los seis volúmenes
de un código actualizado la Mishnah
y un comentario aclaratorio mucho más extenso aún
(la Gemarah), cuyo marco general son el Talmud de Babilonia
y el de Palestina, sobre todo el primero por autoridad y volumen.
Atendiendo a esas fuentes, que empiezan a redactarse a principios
del siglo III, un alto porcentaje de los que fueron vendidos ha
conseguido redimirse y regresar a su país, mientras otros
viven expatriados aunque colaboran con remesas a quienes siguen
en Palestina.
El judío dedicado a la agricultura pasa
a ser excepcional20,
y la gran mayoría sobrevive ofreciendo trabajo experto
de algún tipo a los notables de cada territorio. De puertas
adentro, la identidad descansa sobre una interpretación
de la Ley que combina silogismo, fraude piadoso y delirio, con
prototipos como las condiciones cada vez más ritualizadas
del descanso sabático. Por ejemplo, es anatema ese día
dedicarse a algo tan marcadamente laboral como «cosechar»;
pero acaba siendo también anatema montar a caballo, porque
el jinete se expondría a la tentación de hacerse
una fusta cortando alguna rama cosa idéntica a cosechar,
y esa lógica ha acabado prohibiendo no sólo la equitación
sino el ciclismo en sábado21.
Los nuevos rabinos, pastores de grupos cuyo
patrimonio se limita a la valía personal, deben ser fervientemente
ritualistas al tiempo que liberales, y una de sus cátedras
declara en el siglo iv que «será nulo cualquier decreto
impuesto a la comunidad sin aceptación de la mayoría»22.
Otra fija las prelaciones:
Salvar la vida de un hombre prima sobre salvar
a una mujer [
] Cubrir la desnudez de una mujer prima sobre
cubrir la del hombre. El rescate de una mujer prima sobre el de
un hombre. Un hombre en peligro de ser sodomizado a la fuerza
tiene prioridad sobre una mujer en peligro de violación.
El sacerdote tiene prioridad sobre el levita, el levita sobre
el israelita y el israelita sobre el bastardo [
] Pero si
el bastardo es instruido en la Ley y el sumo sacerdote la ignora,
el bastardo tiene prioridad sobre el sumo sacerdote»23.
Su último alzamiento registrado es la
rebelión de 315, que tiene por enemigo a Constancio II
un césar del Imperio oriental y concluye nuevamente
en rendición. Han intentado aliarse con Persia, el único
poder no romanizado y considerable de la zona, pero desde finales
del siglo v (cuando el Talmud se completa) las noticias sobre
ellos se hacen muy tenues durante el medio milenio siguiente.
Tampoco faltan excepciones a ese eclipse, pues en la España
visigoda forman una comunidad próspera hasta la conversión
de Recaredo al catolicismo, y son quizá decisivos para
que los árabes se instalen allí24.
Aproximadamente por esas fechas, en 642, cuando el califa Omar
conquiste Alejandría encuentra allí a unos cuarenta
mil que disponen de recursos para pagarle tributo y seguir practicando
su religión sin coacciones25.
III. Caudal y ambigüedad del mensaje
evangélico
La propia condición de vencidos, primero
por Roma y luego por un Imperio cristianizado para el cual
«el judío» fue quien «mató al
príncipe de la vida»26,
hace que el conflicto entre salomónicos y mesiánicos
pierda relieve en el seno de la religión mosaica. Los cristianos,
en cambio, tienen ante sí una tarea tan titánica
como exaltar el mérito sobre el demérito en sentido
pagano, que empieza denunciando lo sacro de la civilización
grecorromana las lindes de cada dominio en nombre
de una sociedad llamada a la santa pobreza. Conociendo ese programa,
y queriéndolo atacar de raíz, el primer decreto
del apóstata Juliano mandará que «ninguna
ambición oculta arrebate los viejos honores, y nadie pueda
apoyarse en otra cosa que sus méritos para ascender»27.
Pero la libertad de conciencia exhibida por Jesús tampoco
se dejó contener en un canto a la pobreza de espíritu,
y la autonomía del fuero interno acabaría fundando
el tipo específicamente occidental de humanismo28,
aunque exigiese un periodo muy dilatado de tiempo.
En otras palabras, voz de la conciencia y filantropía
cosmopolita eran ya el criterio socrático, que no conmovió
a las masas hasta acoger elementos de carisma mesiánico.
Alegando que su reino no era de este mundo, Jesús se presentó
como el más indiferente de los hombres ante la política
y, sin embargo, su denuncia del interés personal,
profesional, gubernamental, racial o nacional estaba llamada
a ser incomparablemente más atendida que la de Sócrates
y sus escuelas. De hecho, reinará la más completa
unanimidad a la hora de pensar que los intereses particulares
son vicios sociales. Sólo a comienzos del siglo xviii empieza
a captarse lo complejo en cuanto tal, y tanto la sociedad como
el Estado dejan de parecer un individuo «sencillamente más
grande».
1. Teología y humanismo. La meta
egoísta por excelencia la salvación personal
se logra prestando servicios y, en consecuencia, con algo que
impone pasar por el otro para acceder a sí mismo. Paralelamente,
la deidad evangélica ha dejado de ser el Señor de
las Batallas, y a tal punto ha cambiado su concepto que el anagrama
YHWH no aparece una sola vez en el Nuevo Testamento. Ahora es
un Padre, y tanto él como su Hijo son logoi o razones
seminales, cuyos decretos pueden hacerse equivalentes a «ley
de la Naturaleza»29.
Como dijo en origen Hegel, que Dios se haya hecho Hombre significa
que pasamos a debernos respeto absoluto, porque ya no somos sólo
criaturas divinas sino elementos del Espíritu Santo. La
Cristiandad ha puesto en marcha una deificación de la naturaleza
humana, pero lo real resulta siempre mucho más complejo
que lo fantástico, y cuando la religión del amor
fraterno se convierta en culto oficial no habrá «fieras
tan encarnizadas con los hombres como lo son consigo mismos la
mayoría de los cristianos»30.
La infinita respetabilidad del otro, y la libertad de conciencia
exaltada por Jesús, disparan al mismo tiempo una limpieza
ideológica mucho más letal que «siglos de
agresiones paganas»31.
El celote estaba circunscrito a un área
pequeña, y nunca profesó un desprecio tan indiscriminado
hacia lo terrenal. El cristiano se distingue de él por
sus esperanzas de resucitar intacto, que le exigen rechazar la
carne y el dinero como caras de una sola moneda, odiando sinceramente
el luxus y la luxuria. El reflejo del desgarramiento
entre más allá y más acá es una conciencia
tan culpable por sus pensamientos como por sus acciones, que buscando
alcanzar la vida eterna e incorruptible funda una amargura piadosamente
obligatoria, como la del apóstol por excelencia:
«Soy un ser de carne vendido al poder
del pecado. No comprendo realmente lo que hago, porque no hago
lo que quiero sino lo que odio [
] En realidad, no soy
yo quien cumple la acción, sino el pecado que habita
en mí. Porque sé que no mora en mí ningún
bien, quiero decir en mi carne, y está a mi alcance querer
el bien pero no cumplirlo, porque no hago el bien que quiero
y cometo el mal que no quiero. ¡Infeliz hombre el que
soy! ¿Quién me liberará de este cuerpo
que me aboca a la muerte?»32
«La carne conspira contra el espíritu, y el espíritu
contra la carne. Hay antagonismo entre ellos»33.
2. Las primeras comunas. A mediados del
siglo i los seguidores de Jesús están en la disyuntiva
de seguir al grupo de Jerusalem, encabezado por Santiago, y las
reglas mucho menos arduas del grupo grecocristiano que tiene como
foco de irradiación el floreciente emporio de Antioquía34.
Unos proponen que el hombre se justifica ante Dios por sus «obras»
(circuncidándose y cumpliendo el resto de la Ley) y otros
que basta la fe. En términos prácticos, los Evangelios
han preconizado un reparto de bienes que las primeras comunas
cumplen de modo estricto, «vendiendo todas sus propiedades
y bienes y compartiendo el precio entre todos, según las
necesidades de cada uno»35.
Sus miembros se consideraban «extranjeros e itinerantes»
en el más acá, y «quien perteneciese a su
ecclesia perdía los derechos de un ciudadano terrenal»36.
Como Jesús no estableció nada
concreto al respecto, la distribución se verifica a través
de los Apóstoles y teniendo por inminente el Juicio Final.
De ahí que el dinero donado por los fieles no se emplee
en producir o reproducir recursos, sino en evitar comercio y crédito.
Los préstamos, como precisa Santiago, no sólo no
deben devengar intereses sino que tampoco exigen reembolso, pues
otra cosa «oprime al humilde»37.
Se trata de una Hacienda estrictamente transitoria, y no exenta
de severidad para el defraudador:
«Un tal Ananías, de acuerdo con
su mujer Safira, vendió una propiedad; reservó una
parte en connivencia con su mujer y puso el resto a los pies de
los apóstoles. Ananías, díjole entonces Pedro:
¿por qué ha llenado Satán tu corazón,
hasta el punto de mentir al Espíritu Santo quedándote
con parte del precio de tu campo? [...] No has mentido a los hombres,
sino a Dios. Al oír estas palabras Ananías perdió
el equilibrio y expiró. Un gran temor se apoderó
entonces de todos cuantos lo vieron. Algunos jóvenes amortajaron
el cuerpo y se lo llevaron a enterrar.
Unas tres horas después apareció
su mujer, ignorante de lo sucedido. Pedro la interpeló:
Dime ¿el campo que vendisteis, valía tanto?
Ella repuso: Sí valía tanto. Pedro continuó:
¿Cómo habéis podido conspirar para
burlaros del Espíritu Santo? Pues bien, en la puerta tienes
las pisadas de quienes han enterrado a tu marido, que te llevarán
a ti también. En ese mismo instante ella se derrumbó
y expiró. Un gran temor se apoderó de todos cuanto
se enteraron de estas cosas»38.
Semejante gestión fiscal sintoniza con
aquello que gnósticos cristianos y judíos llaman
por estos años «ebriedad de lo inaudito». Pero
dispone de un apoyo imprevisto en lo más pedestre y sobrio,
pues el Imperio está llamado a adoptar un culto que bendiga
en general la depauperación. Sólo hace falta que
un genio coordine las necesidades del poder temporal y el espiritual.
III. El cristianismo operativo
Saúl de Tarso, luego Pablo el apóstol,
fue un fariseo dedicado a perseguir comunas cristianas39
hasta que tocado por la luz se compromete a «llevar
la palabra de Dios a los paganos»40.
Antes de su Epístola a los romanos el bautismo era
una inmersión acuática preparatoria para la apocalíptica
inmersión en fuego, y a partir de ella es un requisito
para que el «pecado original» no condene automáticamente
al infierno. Como sólo los apóstoles y sus delegados
pueden bautizar, el valor de este grupo se torna infinito para
la especie humana, y hay una urgencia no menos infinita por lanzarse
en misión hacia los cuatro puntos cardinales. No menos
relevante es que antes de las Epístolas paulinas
Jesús pasara por ser un mesías humano, y que gracias
a ellas germine la idea de un Dios repartido en tres personae:
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
La actividad de Pablo como organizador tampoco
admite parangón, ya que convierte en distancia estética
la desventaja inmediata de no haber conocido a Jesús. Tras
filtrar tradiciones orales muy distintas41
edita el Nuevo Testamento, un cuerpo de doctrina unitario y a
la vez multifacético donde más de un tercio de las
páginas está ocupado por escritos suyos dirigidos
a las primeras comunas. Con este texto disponible desde
principios del siglo ii un credo local puede convertirse
en secta ecuménica.
Para que la nueva fe tuviese futuro se imponían
al menos tres condiciones adicionales, que este fariseo arrepentido
de serlo asume explícitamente. 1) No tomar al pie de la
letra el retorno inminente del Cristo, viendo en la redención
un trabajo lento y a fin de cuentas indefinido42.
2) No identificar espera con ociosidad, organizando la Iglesia
sobre algo omitido en los Evangelios: «De día y de
noche debemos afanarnos con trabajo y fatiga para no ser una carga
[
] Si alguien no quiere trabajar, que no coma»43.
3) No confundir pobrismo con abolicionismo, amor incondicional
por el débil y rechazo del siervo como institución,
pues «los esclavos deben servir fielmente a sus amos»44.
Sus observaciones sobre la servidumbre combinan realismo e idealismo:
«Que cada uno siga en el estado en que
lo encontró la llamada de Dios. ¿Eras esclavo?
No te preocupes. Aunque puedas convertirte en libre, aprovecha
más bien esa condición. Pues quien era esclavo
es un liberto del Señor, tal como quien era libre es
un esclavo de Cristo»45.
«Esclavos, obedeced a vuestros señores
terrenales con temor y temblor, de corazón. No os limitéis
a la obediencia externa que busca concitarse el favor de los
hombres, sino afanaos como esclavos del Cristo que ponen toda
su alma en cumplir la voluntad de Dios»46.
La vida de Pablo abre tantas interrogaciones
sin respuesta como la de Jesús, fundamentalmente porque
la única fuente de datos no delirantes sobre ella es el
propio Nuevo Testamento. Campeón de los grecocristianos,
que despliega una incansable labor apostólica en Asia Menor,
Grecia e Italia, esa tradición le considera muerto en el
año 64 con ocasión de la matanza que siguió
al gran incendio de Roma, a finales del reinado de Nerón47.
La historia eclesiástica se sume luego en un siglo de profundas
tinieblas, «pues en realidad estaba ya secularizada antes
de Constantino, degradando seriamente sus pretensiones en materia
de vida cristiana, pues no la unía la esperanza religiosa
y el amor fraterno sino un orden jerárquico»48.
De alguna manera la actitud pudo revertirse, y cuando las noticias
sobre la Iglesia se restablezcan su obra es ya el faro indiscutible
de la Cristiandad. Para entonces los judeocristianos han sido
desplazados por los grecocristianos y se ha impuesto el criterio
paulino: «Todos deben someterse a las autoridades establecidas
[
] pues quien se resiste a la autoridad se rebela contra
Dios, y los rebeldes se ganan ellos mismos su condena»49.
Dejando intacto el rechazo del comercio, su
perspectiva recorta radicalmente el anarco-comunismo ebionita.
Atendiendo a las Epístolas es evidente, por ejemplo,
que flagelar a vendedores de velas y escapularios no constituye
un deber piadoso, sino un acto de rebeldía punible.
1. Cambios en la opinión pública.
Cuando empiezan a circular ediciones del Nuevo Testamento, a principios
del siglo II, los cristianos le parecen al hombre culto orates
a medio camino entre el pirómano y el mendigo, reclutados
generalmente entre esclavos y otros pobres diablos. Plinio el
Joven, que en 98 recorre Asia Menor, constata «desolación
económica» en las áreas donde ellos predominan50,
pues rehúyen el mercado laboral para no contaminarse de
paganismo y se aferran a una Segunda Venida inminente. Así
seguirán durante algunas generaciones, pensando que el
trabajo es un estigma derivado de la falta cometida por Adán
y Eva que ellos borraron al bautizarse, y sobreviviendo
como meros consumidores. Es lo contrario de aquello que recomendaba
san Pablo, pero el retraso del Apocalipsis impone un crecimiento
no lineal.
En el siglo III nos consta que el contacto con
«emblemas idólatras» impide trabajar para el
Estado y los ayuntamientos, e intervenir en ocupaciones «disipadas»
como el teatro, las artes o la enseñanza laica. Tampoco
es admisible estar al servicio de pontífices, astrólogos
y magos, ni que «carpinteros, albañiles, ebanistas,
soladores, artesanos de cubiertas, pintores, grabadores, herreros,
carniceros, floristas y otros oficios colaboren de alguna manera
con cultos impíos»51.
Tertuliano evoca al fiel del momento diciendo que «el hambre
no aterra a quien está preparado para morir con Cristo»,
y el obispo de Cartago, san Cipriano, observa poco después:
«Cuando el mundo era joven tenía sentido crecer y
multiplicarse, si bien para su etapa de senectud lo pertinente
es el consejo evangélico de ejercer la castidad»52.
Es llamativo que se considere etapa de senectud
un proceso tan vigoroso y juvenil como el de la Iglesia de entonces,
que crece en feligresía y patrimonio no sólo al
amparo del fanatismo sino acumulando títulos de respetabilidad
social. Las diócesis, por ejemplo, acogen a muchos niños
abandonados por politeístas, reparten generosamente las
dádivas recibidas y aunque al pagano culto su fe le parezca
absurda ha dejado de ponerse en duda su benevolencia53.
Que la secta empieza a ser tomada seriamente en cuenta lo demuestran
textos como el Contra los cristianos de Celso (178), donde
se les acusa de no colaborar con el Estado: si continuasen reclutando
prosélitos a un ritmo tan alto, el alistamiento militar
se resentirá «necesariamente»54.
Pocas décadas después, cuando
los barrios cristianos no son más pobres que otros, y su
credo abarca todos los estratos sociales, llegan las primeras
persecuciones masivas. Hasta entonces los Césares se habían
limitado a exigir respeto por los dioses ajenos y en particular
por los de Roma, una actitud que se demostraba ofreciéndoles
la más mínima fracción de dinero o un puñado
de incienso en algún altar de la religión civil.
Entre los mártires iniciales abundaban individuos desafiantes,
prestos a maldecir e incluso atacar con piedras y martillos las
efigies paganas, y es instructivo comprobar que dicha actitud
pasa a ser menos frecuente a medida que sus comunidades crecen.
Pero la entidad que van cobrando sugiere a los emperadores insistir
en un óbolo simbólico a Júpiter, y como los
obispos exigen máxima intransigencia llega una nueva generación
de mártires, cuyo rasgo distintivo es una Iglesia ya no
formada básicamente por esclavos y marginales.
Por lo demás, y atendiendo al escándalo
que cunde entre cristianos a la antigua55,
es a partir de este momento cuando buena parte de sus hermanos
empiezan a decantarse por la colaboración, asumiendo tanto
los oficios civiles como el muy comprometido de legionario. Paralelamente,
la identidad asegurada antes por el acto de aislarse pasa a recaer
sobre una rectitud ideológica u ortodoxia, que los obispos
empiezan a construir mediante asambleas secretas los futuros
sínodos, dentro de un proceso depurador que no tarda
en expulsar a Tertuliano (c.155-220) y Orígenes (185-264),
sus apologetas más fervorosos, elocuentes y eruditos56.
Llamados a ser los grandes santos de su época, una u otra
herejía les convierte en aliados del Maligno, sin perjuicio
de que la parte no herética de su obra siga siendo un elemento
fundamental para la propedéutica cristiana.
Los propios obispos, que llaman vehementemente
al martirio y castigan con severas penitencias a quien se consienta
un asomo de respeto por las deidades paganas, sufrirán
en su propia carne la necesidad del heroísmo. Vemos así
cómo san Cipriano (200-258)57,
prelado de Cartago, empieza escondiéndose ante la persecución
de Decio y acaba no haciendo lo mismo con la de Valeriano. Tampoco
faltan individuos tan versátiles como el papa Calixto I
(217-222), que tras ser vendido como esclavo administra con picardía
la casa de empeño de su amo para recobrar la libertad.
Acto seguido gana una elección a obispo y acaba accediendo
a la sede romana, en reñida batalla con el antipapa Hipólito.
La historia eclesiástica no le reserva un lugar de honor,
pero la Iglesia es ya un ser tan complejo como el Estado.
Así, tras empezar pareciendo algo común
a unos pocos excéntricos, la secta se perfila no sólo
como un enemigo mortal para la tolerancia religiosa sino como
un poder independiente del resto de las instituciones. Roma se
halla sumida entonces en el periodo de la llamada anarquía
militar, y volver un momento a su situación nos ayuda a
no perder el hilo de las relaciones entre fe y política.
IV. Lo divergente converge
Cuando Orígenes ronda la cuarentena,
en 238, seis aspirantes al trono batallan entre sí y la
existencia del Imperio ya no asegura un intercambio de objetos
variados entre ciudadanos distantes. Que los recursos se destinen
a tapar agujeros pertenece al mismo orden de cosas en cuya virtud
los caminos terrestres y marítimos vuelven a ser arriesgados
o impracticables, mientras el valor de las propiedades se desvanece
como agua vertida sobre arena. El traslado de anonas constituye
la principal actividad no militar, y los medios de transporte
se dedican en buena medida a esos repartos extracomerciales. Como
siempre que cunde una aguda necesidad, las oportunidades para
hacer negocios superlativos son excepcionales, pero los Césares
llevan demasiado tiempo sometiendo a requisa los bienes de quienes
podrían invertir y emprender.
Roma es el paradigma del amo que reclama un
derecho infinito sobre el esclavo, y eso hace especialmente luminoso
el proceso en cuya virtud sus ciudadanos acaban proletarizados
en masa, entendiendo por proletario no el ilustre nombre de quienes
aportaban prole a la República sino el estatuto de quien
sólo posee necesidades, y está obligado a trabajar
como mano de obra inespecífica, o a vivir de un subsidio.
1. Reorganizando la miseria. «Ser
llamado a filas», recuerda un historiador, «estaba
reservado a quienes tuviesen un país que amar, una propiedad
que defender y cierta participación en unas leyes que respetaban
tanto por interés como por obligación»58.
Como el minifundista quedaba exento del deber patriótico,
la legión original estaba compuesta por granjeros de cierta
entidad mandados por caballeros y dirigidos por senadores, que
representaban a la aristocracia agraria. Ahora han desaparecido
no sólo la antigua clase senatorial y la ecuestre sino
aquél granjero, absorbido por latifundios o expropiado
por el Fisco, correspondiendo los rangos militares a bárbaros
o romanos míseros, condenados a una vida peor aún
si no se enrolaran. Cuando no han salido de la tropa, los generalesemperadores
pertenecen a la única elite profesional superviviente,
donde conviven latinos con germánicos, balcánicos
o hasta asiáticos como Filipo el Árabe.
Quienes antes asumían o supervisaban
la producción y distribución de bienes trabajan
como servidores públicos indiscernibles del esclavo, y
militares en excedencia o en activo han acabado siendo propietarios
de los predios rústicos y urbanos. Salvo jefes del ejército,
que dirigen también las gigantescas policías, gran
parte de los urbanitas dependen de alguna cartilla de racionamiento
con la cual especulan tan juntos como aislados, temeroso cada
uno de que otro le denuncie por rebeldía, sociedad secreta
o magia. El espectro social se achata, algo que si en un sentido
venga al pobre del rico en otro le hunde más aún.
Irse ciñendo progresivamente a lo imprescindible generaliza
un ascetismo pintoresco: el de quien tiene siervos pero vive finalmente
de conseguir alguna limosna, y aprende a estirar para una semana
lo que comería en un día.
La contracción del producto precipita
también un ocaso en el propio mercado de esclavos, cosa
en principio estimulante para la actividad económica que
ahora sólo refleja la progresiva falta de liquidez y empleo.
Ya no sale a cuenta enseñarles un oficio y cobrar su salario,
porque escasea cada vez más quien pueda pagarlo. Techo,
vestido y alimento de sus siervos pasan a ser cosas demasiado
caras para casi todos los amos, condenados a asumir el oficio
de sus padres y a regalar trabajo cuando el Estado lo mande. Para
cuando esté terminando el siglo III, a las profesiones
obligatorias y hereditarias se suma la del armador que importa
grano y cualesquiera otras ligadas al abastecimiento59.
Llamar «baja clase media» al precipitado
urbano de libertos y ciudadanos, como hace Weber, parece un eufemismo
cuando la movilidad ascendente o descendente brilla
en teoría por su ausencia. Tal o cual individuo quizá
se convierta en magnate o hasta Emperador, pero la excepción
confirma la regla y la regla es ahora un estancamiento que las
leyes defienden con pena capital. Puesto que el colonato ha transformado
al campesinado en una profesión tan hereditaria como los
oficios civiles y militares, Roma parece haber descubierto un
modo de tener tantos esclavos como habitantes, sin necesidad de
comprarlos ni mantenerlos.
2. La militarización del comercio.
Pero los portentos sólo se esperan devotamente en situaciones
de desesperación. Como la iniciativa privada ha dimitido,
en 273 los collegia relacionados con el transporte pasan a ser
un servicio público dividido por secciones y negociados,
y los Emperadores de esta etapa todos de vida muy breve
tienen en común abordar el intercambio de bienes y servicios
como una dependencia del mando; la economía política
sería en realidad una esclava suya (ancilla imperium),
cuyas funciones se resuelven delegando la actividad productiva
y distributiva en sistemas forzosos de relación. El juego
de oferta y demanda parece fuera de lugar cuando la ciudadanía
ha pasado a ser una masa de no-propietarios en situación
de paro crónico, y sólo su alto índice de
mortalidad unas veces por hacinamiento y otras por aislamiento
augura algún alivio.
Al empezar el siglo iv las guerras civiles han
creado una postración tan intensa que los súbditos
pagarán cualquier precio por la concordia, dando así
a Diocleciano (244-311) el margen de confianza necesario para
dividir el Imperio en cuatro sectores, confiados a dos Augustos
(él mismo y Maximiano) y dos Césares (Galerio y
Constancio Cloro). Obsérvese que el primero es hijo de
esclavos, el segundo labriego, el tercero pastor y el cuarto patricio.
Promoción social y carrera militar han acabado siendo estrictos
sinónimos, en un sistema que culmina estatalizando el proceso
del grano desde su siembra al reparto de harina. Un hito en la
desvinculación entre estímulos y procesos es el
edicto sobre precios máximos (301), que dicta topes salariales
y valor de cambio a un millar largo de artículos. Ha empezado
diciendo:
«¿Quién será tan insensible o falto
de humanidad para no haber advertido que los precios excesivos
se extienden por el comercio de los mercados y la vida cotidiana
de las ciudades, y que el ansia desmedida de beneficios no es
aminorada ni por la abundancia de suministros ni por los años
de buen fruto? [
]
Como una situación provechosa para el género
humano rara vez se acepta de modo espontáneo, y como
la experiencia nos enseña que el temor es la guía
más eficaz y la mejor regla para el cumplimiento del
deber, nos complace que sea sometido a pena capital cualquier
persona que incumpla las medidas de este estatuto»60.
Lo «excesivo» del precio y lo «desmedido»
de la ganancia se presentan como variables dependientes, en indudable
detrimento del sentido común. Que los bienes resulten inaccesibles
no obedece en realidad a una alta tasa de beneficio empresarial
sino a lo contrario, algo manifiesto directa e indirectamente
en pérdidas de capacidad adquisitiva. Diocleciano cree
que producción y consumo crecerán cambiando lo «espontáneo»
por el «temor», si bien le basta lanzarse a semejante
empresa para constatar que carece de medios para inducir obediencia.
«En el primer momento», refiere un testigo, «la
alarma fue tal que nadie salió a vender, y la carestía
empeoró aún más. Tras muchas ejecuciones,
la simple necesidad llevó a revocar la norma»61.
Un espíritu menos incondicionalmente
autoritario habría vacilado antes de lanzarse a nuevos
experimentos coactivos, pero dos años después vemos
a este Augusto promulgar su célebre edicto de 303 sobre
el código tradicional de costumbres. Allí recuerda
a los cristianos que «lo bueno y verdadero» ha sido
ya fijado62, y les acusa de construir un gobierno secreto con
ramificaciones en el ejército. Sus predecesores habían
castigado por contumacia a quienes no hiciesen algún sacrificio
simbólico, y es novedoso que él se comprometa a
no emplear penas aflictivas: sólo está en juego
una pérdida de la ciudadanía63. Pero semejante cosa
depende de que nadie se oponga a ceder su edición de las
Escrituras para entregarla a las llamas, y semejante
orden sólo puede ser desobedecida.
Emergen por todas partes aspirantes al martirio,
y tres nuevos edictos en poco más de un año cada
vez más severos convierten la amenaza inicial en
trabajos forzados y muerte, hasta desembocar en la persecución
más grave de los anales cristianos. Miles de fieles sucumben
y entre ellos nueve obispos, aunque es un número hasta
cierto punto modesto considerando que hay ya varios cientos, quizá
un millar según Gibbon. En cualquier caso, el voluntarismo
ha logrado una vez más conseguir lo contrario de sus metas,
pues la unidad y determinación de los perseguidos se fortalece
en inmensa medida. Diez años después van a ser invitados
a compartir las riendas del Estado.
El otro Augusto, Maximiano, se encarga de combatir
a unas vagaudas que prefiguran las sublevaciones campesinas del
medievo64.
La de Lyon nombra «emperadores» a Eliano y Amando,
dos cristianos que en 283 acuñan moneda con sus efigies
y pasan a ser mártires de la fe tras la derrota de 28565.
Una Vida de san Babolino, que divagará más
tarde sobre tales eventos, afirma que aquellas muchedumbres rechazaron
la propiedad instadas por un deseo de acelerar el Día del
Juicio.
NOTAS
1
- Eliade 1983, vol II, p. 274.
2
- Troeltsch 1992, vol. I, p. 58.
3
- Bloom 2006, p. 34.
4
- También podría ser cierto que Jesús sin
perjuicio de pertenecer al estamento artesanal descendiera
de un linaje davídico, título privilegiado para
aspirar al estatuto de rey-mesías. Desde el profeta Daniel,
y más aún en los años inmediatamente previos
a su nacimiento, un desasosiego manifiesto en brotes de insurrección
se une a rumores sobre la llegada de un nuevo David. Eso explica,
por supuesto sin justificarla, la matanza de niños decretada
por Herodes el Grande en Galilea, el territorio levantisco por
excelencia.
5
- Anales XV, 44.
6
- Contra los galileos, 333b.
7
- Lucas 19:47, Marcos 11:53.
8
- Lucas 19:45-46.
9
- Ibíd. 20:7.
10
- Fundamentalmente, comenta el tributo debido al César,
la resurrección de los muertos, la maldad de los fariseos,
la futura ruina de Jerusalem y la venida del Hijo del Hombre.
11
- Ibíd., 22:36. Allí mismo añade: «Porque
la Escritura dice:Se le contará entre los forajidos».
12
- El consejo de notables o Sanedrín, donde están
representados la nobleza («ancianos»), los saduceos
(«sumos sacerdotes») y los fariseos («escribas»).
El Sanedrín decide acusarle de «blasfemia»
cuando Jesús se identifica como el Mesías anunciado,
«Hijo del Ungido». Cf. Marcos 14:53 y 14: 60-65.
13
- Juan 19:12.
14
- La expresión aparece 5 veces en los evangelios de Mateo
y Lucas, 6 en el de Marcos y 71 en el de Juan; cf. Johnson 1988,
p. 145.
15
- Para una argumentación en contrario, sostenida por un
teólogo católico, cf. Lemonon 1987, p. 74-97.
16
- A juzgar por el episodio donde san Pedro le corta la oreja a
uno de los agentes policiales con su sica (Juan 18:10).
17
- Josué tomó Jericó, y es célebre
por pedir a YHWH que detuviera el Sol para poder exterminar a
todos los derrotados en una batalla.
18
- Bloom 2006, p. 35.
19
- Cf. Johnson 1988, p. 146-147.
20
- Cf. Shahak 2002, p. 125.
21
- Algo análogo se observa con la prohibición de
ordeñar, que permite aliviar la presión de las ubres
y «nada más». Entre los ortodoxos del Israel
actual, cuando alguien lo hace en sábado suele toparse
con un cubo dejado bajo cada ubre por el trabajador del viernes,
y de un modo no malicioso, puramente automático, acaba
llevándolo a algún lugar fresco donde su fermentación
esté controlada. Si esto último se hiciese de modo
consciente violaría la Ley. Cf. Shahak 2002, p. 122-124.
22
- Yer. Shabbat 3d.
23
- Horayot 3, 7-8.
24
- El primero en argumentarlo fue el padre Mariana, en el libro
IX de su monumental Historia de España (1601).
25
- Cf. Gibbon 1984, vol. III, p. 518.
26
- Hechos de los apóstoles, 3:15. Es el primer discurso
de san Pedro a «los hombres de Israel» en Jerusalem.
A principios del siglo III san Hipólito considera a los
judíos «avergonzados por haber matado con sus manos
al Dios que vino» (Refut. haer. 9, 25).
27
- En Amiano XX, 5, 7.
28
- Es la tesis de Troeltsch. Hegel lo piensa siendo todavía
muy joven, en textos que dejó inéditos como El
espíritu del cristianismo y su destino, y la Vida
de Jesús.
29
- Padres de la Iglesia como san Ambrosio y san Jerónimo,
por ejemplo, llaman «escritores eclesiásticos»
a estoicos paganos como Séneca y Epicteto.
30
- Amiano Ann. XXI, 5, 3.
31
- Gibbon 1984, vol. I, p. 421.
32
- Pablo, Epístola a los romanos, 7:14-24.
33
- Epístola a los gálatas, 5:17.
34
- La palabra «cristiano» mesías en griego
(jristos) con una desinencia latina aparece en esa
ciudad, y se exporta desde allí.
35
- Hechos de los apóstoles 2:44. «No había
entre ellos indigentes, pues cuantos eran dueños de haciendas
o casas las vendían y llevaban el precio de lo vendido,
y lo depositaban a los pies de los apóstoles, y a cada
uno se le repartía según su necesidad» (Ibíd.,
4:32-33).
36
- Harnack 1972, p. 12-13.
37
- Epístola de Santiago, 2:6.
38
- Hechos. 5: 1-11.
39
- Dirige la primera purga en Jerusalem, «devastando a la
Iglesia cuando iba de casa en casa, deteniendo a hombres y mujeres»
(Hechos 8:3).
40
- Ibíd. 9:15.
41
- Fundamentalmente, el hebraísmo en buena medida elemental
que informa los evangelios «sinópticos» (Marcos,
Mateo, Lucas) y la teología platónica-gnóstica-zoroástrica
de Filón, que inspira el evangelio de Juan, así
como la Epístola joánica y el Apocalipsis.
42
- En su segunda carta a la comunidad de Tesalónica advierte:
«No dejéis que vuestro espíritu se agite demasiado
deprisa y se alarme con palabras proféticas [
] orientadas
a pensar que el Día del Señor ha llegado»
(2:2).
43
- Ibíd. 2:8-10.
44
- Epístola a Timoteo 6:1.
45
- Epístola. a los corintios 7:20-23.
46
- Epístola a los efesios, 6:5-7. Su respeto por
la institución del señorío le lleva a convencer
a cierto esclavo huido el converso Onésimo
para que vuelva a a su amo, cuando la ley mosaica no impone tal
cosa e incluso prohíbe molestar al siervo de otro; cf.
Epístola a Filemón 1:8-15.
47
- Para eliminar el rumor de que él mismo había provocado
el incendio, Nerón «buscó unos culpables y
castigó con las penas más refinadas a unos a quienes
el vulgo odiaba por sus maldades y llamaba cristianos [
]
En primer lugar fueron apresados los que confesaban, y luego delatada
por ellos fue condenada una enorme multitud, acusada no
tanto del incendio como de odio al género humano [
]
Nerón había ofrecido sus jardines para que pereciesen
despedazados por perros tras cubrirles con pieles de fieras, clavados
en cruces y prendidos cuando faltaba la luz del día para
que sirviesen de iluminación nocturna» (Tácito,
An. XV, 44).
48
- Harnac 1905, p. 19.
49
- Romanos, 13:1-3.
50
- Cf. Troeltsch 1992, vol. I, p. 124.
51
- Ibíd, p. 123-124.
52
- Tomo ambas referencias de Troeltsch, p. 120.
53
- Es el caso, entre otros, de Luciano de Samosata (De morte
peregrini, 13) y el propio emperador Juliano (Epístola
49), testigos de que la caridad cristiana se aplica también
al no cristiano.
54
- Orígenes le responderá que «cuando todos
los hombres se hayan convertido en cristianos hasta los bárbaros
se sentirán inclinados a la paz» (Adv. Cel.
I,3).
55
- Troeltsch 1992, vol. I, p. 120.
56
- Orígenes, un hijo de mártir que es el primero
en formular el misterio de la Trinidad, demuestra su celo anticarnal
con una apocatástasis o automutilación siendo ya
adulto. No ha dado ese paso sin sopesar el consejo de Jesús:
«Así como algunos son incapaces de casarse porque
nacieron eunucos, o fueron castrados después, hay quienes
renuncian al matrimonio por el reino de los cielos» (Mateo
19:12).
57
- De él provienen expresiones inmortales, como que «la
Iglesia es la Esposa pura de Cristo», y que «no tendrá
a Dios por Padre quien no tenga a la Iglesia por Madre».
58
- Gibbon 1984, vol. I, p. 39.
59
- Cf. Gil 1985, p. 248-249.
60
- Diocleciano, en Cameron 2001, p. 38.
61
- Lactancio, Sobre las muertes de los perseguidores 7,
5-7.
62
- La Exposición de Motivos empieza diciendo: «Los
dioses inmortales, en su providencia, se han dignado disponer
que lo bueno y verdadero quedara aprobado en su totalidad por
el consejo de muchos hombres buenos, egregios y sapientísimos,
verdades a las cuales no es lícito oponerse».
63
- Cf. Eusebio, Hist. eccl. VIII, 2, 4.
64
- Véase más adelante, capítulos XIV y XV.
65
- Cf. electricscotland.com/history/celts/celts6.s
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