LOS ENEMIGOS DEL COMERCIO

 

6

Una religion para el ocaso de Roma

«Podríamos decir que la promesa de salvación, principal novedad, es un exorcismo tendente a liquidar el temible prestigio de la diosa Fortuna.»

M. Eliade1.


La secta cristiana originaria resulta ajena al aislacionismo que vertebra a otros grupos mesiánicos y —como sostiene el Talmud— es a todos los efectos prácticos un aliado incondicional de Roma. Pero tampoco transige con el compromiso cívico en cuanto tal, que autonomiza un orden de cosas basado sobre el respeto hacia ciertas reglas de juego. Su originalidad viene precisamente de no admitir el juego («mundo») en cuanto tal, oponiendo el deber de auxilio mutuo a las ruletas de cualquier fortuna. Los hijos pueden incapacitar a su progenitor si incurre en prodigalidad, olvidando la cuota que el derecho sucesorio llama legítima, y como Dios es el dueño único de todo, los ebionim se reafirman en el derecho a heredar sin discriminación. El paso que han dado desde los previos hermanos por consanguinidad a los hermanos por bautismo les faculta para extender a la especie entera esa cuota de legítima y, de paso, para suprimir el tercio de libre disposición. Cualesquiera diferencias patrimoniales consagran el hurto perpetrado por unos pocos a costa del resto.

I. La comunidad del amor

A la misma conclusión llegamos atendiendo al ánimo del fiel, ya que sentirse lleno de Dios es también saberse infinitamente débil. Jesús culmina la tradición profética viendo en el hombre a un siervo que no se gana el sostén de su Señor, haragán y pecaminoso en vez de diligente y recto. Para merecer misericordia debería enmendarse, cosa deseable aunque imposible sin un acto de soberbia inspirado en última instancia por el ángel rebelde, Satán. Sólo está en su mano pagar parte de su deuda infinita como mal siervo de Dios corrigiendo distancias sociales y personales, hasta «destruir con amor fraterno todos los débitos humanos, todos los cálculos de individuo a individuo»2.

Propuestas previas de igualdad material —como la espartana y la platónica— son cutáneas y artificiosas comparadas con este comunismo doméstico-amoroso, donde por un lado lo mundano nada importa y por otro es un deber perentorio evitarle privaciones al prójimo. La concentración puesta en salvarse de la muerte y el Infierno es tanta, y tan aguda la conciencia de Dios como acreedor, que el fiel no sólo debe dar todos sus bienes en limosna sino amar al enemigo. Bastante enemigo de Dios es ya el género humano, propenso siempre a la insumisión y la desidia, para desafiar su ira no poniendo la otra mejilla cuando una resulta abofeteada. Pura benevolencia, como una revolución que no desea la efusión revolucionaria de sangre, amar hasta a los agresores acelera el trance de poner primeros a los últimos. El proceso quizá evoque alguna resistencia, pero ya no será una lucha fratricida sino una disputa entre hermanos y falsos hermanos. Estos últimos viven en el exilio, rodeados de lujo y apostasía, o engañan al pueblo ingenuo desde las sinagogas, burlándose en ambos casos de las señales sobre el fin del tiempo.

1. Venganzas recíprocas. En vano buscaremos al «Jesús histórico», que incontables especialistas han sido incapaces de reconstruir por falta de datos fiables. Si YHWH ejemplifica a un dios con pasiones humanas, Jesús es un hombre con pasiones divinas cuya vida concreta está sumida en brumas impenetrables. Hace décadas, a la pregunta «¿Cómo cree que le ama Jesucristo?» —hecha cada año por la encuesta Gallup— una media de ochenta y nueve entre cada cien norteamericanos marca la casilla «De una manera personal». Así ha sido en todos los países y tiempos, por otra parte, pues «Jesús de Nazaret existió, aunque Jesucristo es una invención del Nuevo Testamento»3.

Las noticias no fabuladas sobre él son pocas y vienen de José ben Matías, más conocido por su nombre romano —Flavio Josefo—, único contemporáneo que le menciona. Aristócrata y cabecilla militar durante la primera guerra judía, colega de celotes feroces como Simón bar Giora y Juan de Giscala, Josefo acabó concentrando el desprecio de sus paisanos cuando no quiso inmolarse con otros defensores de una fortaleza, y tras obrar como un pícaro en ese trance salvó la vida augurando a Vespasiano que sería el nuevo Emperador. No contento con ello, terminó de indignar a sus compatriotas cuando osó ver en ese César al «verdadero mesías».

Pero carece de estímulo para callar, inventar o exagerar, y aunque dedica mucho más espacio a Juan Bautista ofrece cuatro datos sobre Jesús: fue un galileo nacido de José y Miriam, ingresó en la cofradía de los bautistas, fue crucificado como rebelde por el gobernador romano y su hermano Iago resultó muerto a pedradas por judíos que le acusaban de apostasía4. Este par líneas puede considerarse fidedigno, sin que excluya tampoco la posibilidad de alguna interpolación. Cuatro décadas más tarde Tácito menciona a «un tal Cristo, condenado a muerte durante el reinado de Tiberio por el pretor Poncio Pilatos»5. A mediados del siglo iv un hombre cultísimo como el emperador apóstata, Juliano, da por supuesto que «el galileo» fue un individuo concreto, difuminado posteriormente por su identificación con la deidad6.

Los Evangelios mencionan más de una visita de Jesús a Jerusalem, pero sólo en la última verifica una entrada mesiánica, rodeado por «toda la multitud de sus discípulos, que claman ‹Bendito el rey que viene en nombre del Señor›»7. Cortocircuita el funcionamiento del Templo, y como se instala a «predicar cotidianamente allí, los sacerdotes, los escribas y los notables conciben el deseo de matarle»8, enardecidos de modo adicional por el hecho de que Jesús se niegue «a explicar en virtud de qué autoridad hacía esas cosas»9. Se retira por las noches al Monte de los Olivos, y cada mañana vuelve a esa tribuna para disertar sobre distintos temas10, amparado sobre «el miedo al pueblo».

Atendiendo al Nuevo Testamento, entre el domingo y el jueves la ciudad vive aterrorizada por la perspectiva de una gran rebelión —como la que llegaría tres décadas más tarde, al estallar la primera guerra contra Roma—, mientras Jesús fluctúa entre «vender la capa para comprar una espada»11 y la vía socrática. Acaba eligiendo esto último al recibir una citación del consejo municipal, que según los evangelistas le acusa de blasfemia aunque quizá también de alterar el orden público, interrumpir las ofrendas a YHWH, acosar a honrados comerciantes y chantajear a las autoridades con una turba hostil.

Que algunos de sus apóstoles le traicionen o renieguen de él, como él mismo anticipa, es otro modo de indicar que entre sus seguidores cunde la ambivalencia, pues el odio entre pobres y ricos no ha alcanzado aún dimensiones explosivas, y sus enseñanzas abundan en lo paradójico. Decide entonces morir predicando una paz que no siempre promoviera en vida, con el deseo de ser el último «cordero de Dios que borra los pecados del mundo», el último chivo expiatorio. Dentro de su universo simbólico ese sacrificio permite que YHVW deje de ser el cónyuge celoso de Israel, y se convierta en padre clemente de todo el género humano.

II. ¿Quién mató al Cristo?

Esta reconciliación clausuraría toda rencilla si ya el Evangelio más antiguo no dedicara dos capítulos a los acusadores nativos de Jesús12, subrayando que el gobernador romano quiso salvarle. En el ultimo Evangelio ese funcionario repite hasta tres veces «no veo culpa en él» e «intenta firmemente liberarle, pero los judíos seguían gritando: ›si le dejas libre eres enemigo del César, a quien desafía cualquier hombre con pretensiones de rey›»13. Una vez más, no se trata de tales o cuales individuos, o de tales y cuales estamentos, sino de «los judíos»14.

Pilatos pudo ser una persona pusilánime, y el relato podría acercarse en tal caso a la corrección psicológica15, pero el derecho romano atribuye a sus pretores monopolio penal y la cruz es el castigo reglamentario para rebeldes como los demás reyes-mesías de Israel o el esclavo Espartaco. Por otra parte, entre los apóstoles hay un celote reconocido (Simeón) y un sicario o «iscariota» (Judas), quizá dos16, grupos que desafiaban ya entonces a Roma. Los Evangelios sugieren que a Pilatos esto le habría resultado tan indiferente como que una multitud vetase el comercio en el Templo, o pululara por la ciudad celebrando la llegada de un nuevo monarca.

Si no es atribuible a censura ulterior, la falta de noticias romanas al respecto sugiere que el episodio conmovió poco a la Administración. El Talmud de Palestina, única fuente alternativa (aunque tardía), no subraya la Pasión como un evento destacado. Se limita a decir que el tal Jesús —en realidad Joshua o Josué—17 era hijo ilegítimo de una judía y un legionario llamado Pantero, a quien Roma condenó por ser uno más entre los demagogos galileos. Su criterio, inmodificado desde entonces, es que el Nuevo Testamento «está lleno de odio mal informado hacia los judíos, aunque fue escrito por judíos que huían de sí mismos y buscaban congraciarse como fuese con el dominador romano»18.

Tampoco es improbable que celotes y sicarios de Kokhba, el último rey-mesías, masacraran a comunidades griegas y cristianas entre 132 y 13519. En tiempos de Jesús el pueblo judío era una nación muy respetada y populosa, que numéricamente equivalía a una décima parte de la población del Imperio. A mediados del siglo siguiente la vemos perseguida por doquier, y cien años más tarde es un grupo humano amenazado de extinción pura y simple.

1. El pueblo paria. Tras haber puesto en circulación un fanatismo que extermina a sus celotes, desintegra al estamento sacerdotal y borra a Jerusalem como centro del culto, la nueva proeza de este grupo humano será no desaparecer. Los fariseos, supervivientes físicos y morales del cataclismo, asumen la centuria de homicidio y suicidio con una existencia a menudo secreta, cavilando sobre cada línea de una Ley sometida desde ahora a la más literal de las interpretaciones. Deben encontrar allí respuesta y consuelo, no ya para lo ocurrido sino para todas las circunstancias futuras imaginables, y ese esfuerzo produce repertorios ingentes de sentencias. El hecho de que el mesianismo haya sido tan hegemónico inspira reserva ante posibles recidivas, y desde el siglo III los rabinos esperan de cualquier aspirante a salvador/vengador pruebas irrefutables de que YHWH apoya su causa.

Buena parte de los que no han muerto o sido vendidos como esclavos emigran, mientras el resto se agrupa física y doctrinalmente en las alturas de Safed, en Galilea. La respuesta de las sinagogas al cataclismo van a ser los seis volúmenes de un código actualizado —la Mishnah— y un comentario aclaratorio mucho más extenso aún (la Gemarah), cuyo marco general son el Talmud de Babilonia y el de Palestina, sobre todo el primero por autoridad y volumen. Atendiendo a esas fuentes, que empiezan a redactarse a principios del siglo III, un alto porcentaje de los que fueron vendidos ha conseguido redimirse y regresar a su país, mientras otros viven expatriados aunque colaboran con remesas a quienes siguen en Palestina.

El judío dedicado a la agricultura pasa a ser excepcional20, y la gran mayoría sobrevive ofreciendo trabajo experto de algún tipo a los notables de cada territorio. De puertas adentro, la identidad descansa sobre una interpretación de la Ley que combina silogismo, fraude piadoso y delirio, con prototipos como las condiciones cada vez más ritualizadas del descanso sabático. Por ejemplo, es anatema ese día dedicarse a algo tan marcadamente laboral como «cosechar»; pero acaba siendo también anatema montar a caballo, porque el jinete se expondría a la tentación de hacerse una fusta cortando alguna rama —cosa idéntica a cosechar—, y esa lógica ha acabado prohibiendo no sólo la equitación sino el ciclismo en sábado21.

Los nuevos rabinos, pastores de grupos cuyo patrimonio se limita a la valía personal, deben ser fervientemente ritualistas al tiempo que liberales, y una de sus cátedras declara en el siglo iv que «será nulo cualquier decreto impuesto a la comunidad sin aceptación de la mayoría»22. Otra fija las prelaciones:

Salvar la vida de un hombre prima sobre salvar a una mujer […] Cubrir la desnudez de una mujer prima sobre cubrir la del hombre. El rescate de una mujer prima sobre el de un hombre. Un hombre en peligro de ser sodomizado a la fuerza tiene prioridad sobre una mujer en peligro de violación. El sacerdote tiene prioridad sobre el levita, el levita sobre el israelita y el israelita sobre el bastardo […] Pero si el bastardo es instruido en la Ley y el sumo sacerdote la ignora, el bastardo tiene prioridad sobre el sumo sacerdote»23.

Su último alzamiento registrado es la rebelión de 315, que tiene por enemigo a Constancio II —un césar del Imperio oriental— y concluye nuevamente en rendición. Han intentado aliarse con Persia, el único poder no romanizado y considerable de la zona, pero desde finales del siglo v (cuando el Talmud se completa) las noticias sobre ellos se hacen muy tenues durante el medio milenio siguiente. Tampoco faltan excepciones a ese eclipse, pues en la España visigoda forman una comunidad próspera hasta la conversión de Recaredo al catolicismo, y son quizá decisivos para que los árabes se instalen allí24. Aproximadamente por esas fechas, en 642, cuando el califa Omar conquiste Alejandría encuentra allí a unos cuarenta mil que disponen de recursos para pagarle tributo y seguir practicando su religión sin coacciones25.

III. Caudal y ambigüedad del mensaje evangélico

La propia condición de vencidos, primero por Roma y luego por un Imperio cristianizado —para el cual «el judío» fue quien «mató al príncipe de la vida»26—, hace que el conflicto entre salomónicos y mesiánicos pierda relieve en el seno de la religión mosaica. Los cristianos, en cambio, tienen ante sí una tarea tan titánica como exaltar el mérito sobre el demérito en sentido pagano, que empieza denunciando lo sacro de la civilización grecorromana —las lindes de cada dominio— en nombre de una sociedad llamada a la santa pobreza. Conociendo ese programa, y queriéndolo atacar de raíz, el primer decreto del apóstata Juliano mandará que «ninguna ambición oculta arrebate los viejos honores, y nadie pueda apoyarse en otra cosa que sus méritos para ascender»27. Pero la libertad de conciencia exhibida por Jesús tampoco se dejó contener en un canto a la pobreza de espíritu, y la autonomía del fuero interno acabaría fundando el tipo específicamente occidental de humanismo28, aunque exigiese un periodo muy dilatado de tiempo.

En otras palabras, voz de la conciencia y filantropía cosmopolita eran ya el criterio socrático, que no conmovió a las masas hasta acoger elementos de carisma mesiánico. Alegando que su reino no era de este mundo, Jesús se presentó como el más indiferente de los hombres ante la política y, sin embargo, su denuncia del interés —personal, profesional, gubernamental, racial o nacional— estaba llamada a ser incomparablemente más atendida que la de Sócrates y sus escuelas. De hecho, reinará la más completa unanimidad a la hora de pensar que los intereses particulares son vicios sociales. Sólo a comienzos del siglo xviii empieza a captarse lo complejo en cuanto tal, y tanto la sociedad como el Estado dejan de parecer un individuo «sencillamente más grande».

1. Teología y humanismo. La meta egoísta por excelencia —la salvación personal— se logra prestando servicios y, en consecuencia, con algo que impone pasar por el otro para acceder a sí mismo. Paralelamente, la deidad evangélica ha dejado de ser el Señor de las Batallas, y a tal punto ha cambiado su concepto que el anagrama YHWH no aparece una sola vez en el Nuevo Testamento. Ahora es un Padre, y tanto él como su Hijo son logoi o razones seminales, cuyos decretos pueden hacerse equivalentes a «ley de la Naturaleza»29. Como dijo en origen Hegel, que Dios se haya hecho Hombre significa que pasamos a debernos respeto absoluto, porque ya no somos sólo criaturas divinas sino elementos del Espíritu Santo. La Cristiandad ha puesto en marcha una deificación de la naturaleza humana, pero lo real resulta siempre mucho más complejo que lo fantástico, y cuando la religión del amor fraterno se convierta en culto oficial no habrá «fieras tan encarnizadas con los hombres como lo son consigo mismos la mayoría de los cristianos»30. La infinita respetabilidad del otro, y la libertad de conciencia exaltada por Jesús, disparan al mismo tiempo una limpieza ideológica mucho más letal que «siglos de agresiones paganas»31.

El celote estaba circunscrito a un área pequeña, y nunca profesó un desprecio tan indiscriminado hacia lo terrenal. El cristiano se distingue de él por sus esperanzas de resucitar intacto, que le exigen rechazar la carne y el dinero como caras de una sola moneda, odiando sinceramente el luxus y la luxuria. El reflejo del desgarramiento entre más allá y más acá es una conciencia tan culpable por sus pensamientos como por sus acciones, que buscando alcanzar la vida eterna e incorruptible funda una amargura piadosamente obligatoria, como la del apóstol por excelencia:

«Soy un ser de carne vendido al poder del pecado. No comprendo realmente lo que hago, porque no hago lo que quiero sino lo que odio […] En realidad, no soy yo quien cumple la acción, sino el pecado que habita en mí. Porque sé que no mora en mí ningún bien, quiero decir en mi carne, y está a mi alcance querer el bien pero no cumplirlo, porque no hago el bien que quiero y cometo el mal que no quiero. ¡Infeliz hombre el que soy! ¿Quién me liberará de este cuerpo que me aboca a la muerte?»32

«La carne conspira contra el espíritu, y el espíritu contra la carne. Hay antagonismo entre ellos»33.

2. Las primeras comunas. A mediados del siglo i los seguidores de Jesús están en la disyuntiva de seguir al grupo de Jerusalem, encabezado por Santiago, y las reglas mucho menos arduas del grupo grecocristiano que tiene como foco de irradiación el floreciente emporio de Antioquía34. Unos proponen que el hombre se justifica ante Dios por sus «obras» (circuncidándose y cumpliendo el resto de la Ley) y otros que basta la fe. En términos prácticos, los Evangelios han preconizado un reparto de bienes que las primeras comunas cumplen de modo estricto, «vendiendo todas sus propiedades y bienes y compartiendo el precio entre todos, según las necesidades de cada uno»35. Sus miembros se consideraban «extranjeros e itinerantes» en el más acá, y «quien perteneciese a su ecclesia perdía los derechos de un ciudadano terrenal»36.

Como Jesús no estableció nada concreto al respecto, la distribución se verifica a través de los Apóstoles y teniendo por inminente el Juicio Final. De ahí que el dinero donado por los fieles no se emplee en producir o reproducir recursos, sino en evitar comercio y crédito. Los préstamos, como precisa Santiago, no sólo no deben devengar intereses sino que tampoco exigen reembolso, pues otra cosa «oprime al humilde»37. Se trata de una Hacienda estrictamente transitoria, y no exenta de severidad para el defraudador:

«Un tal Ananías, de acuerdo con su mujer Safira, vendió una propiedad; reservó una parte en connivencia con su mujer y puso el resto a los pies de los apóstoles. Ananías, díjole entonces Pedro: ¿por qué ha llenado Satán tu corazón, hasta el punto de mentir al Espíritu Santo quedándote con parte del precio de tu campo? [...] No has mentido a los hombres, sino a Dios. Al oír estas palabras Ananías perdió el equilibrio y expiró. Un gran temor se apoderó entonces de todos cuantos lo vieron. Algunos jóvenes amortajaron el cuerpo y se lo llevaron a enterrar.

Unas tres horas después apareció su mujer, ignorante de lo sucedido. Pedro la interpeló: ‹Dime ¿el campo que vendisteis, valía tanto?› Ella repuso: ‹Sí valía tanto›. Pedro continuó: ‹¿Cómo habéis podido conspirar para burlaros del Espíritu Santo? Pues bien, en la puerta tienes las pisadas de quienes han enterrado a tu marido, que te llevarán a ti también›. En ese mismo instante ella se derrumbó y expiró. Un gran temor se apoderó de todos cuanto se enteraron de estas cosas»38.

Semejante gestión fiscal sintoniza con aquello que gnósticos cristianos y judíos llaman por estos años «ebriedad de lo inaudito». Pero dispone de un apoyo imprevisto en lo más pedestre y sobrio, pues el Imperio está llamado a adoptar un culto que bendiga en general la depauperación. Sólo hace falta que un genio coordine las necesidades del poder temporal y el espiritual.

III. El cristianismo operativo

Saúl de Tarso, luego Pablo el apóstol, fue un fariseo dedicado a perseguir comunas cristianas39 hasta que —tocado por la luz— se compromete a «llevar la palabra de Dios a los paganos»40. Antes de su Epístola a los romanos el bautismo era una inmersión acuática preparatoria para la apocalíptica inmersión en fuego, y a partir de ella es un requisito para que el «pecado original» no condene automáticamente al infierno. Como sólo los apóstoles y sus delegados pueden bautizar, el valor de este grupo se torna infinito para la especie humana, y hay una urgencia no menos infinita por lanzarse en misión hacia los cuatro puntos cardinales. No menos relevante es que antes de las Epístolas paulinas Jesús pasara por ser un mesías humano, y que gracias a ellas germine la idea de un Dios repartido en tres personae: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

La actividad de Pablo como organizador tampoco admite parangón, ya que convierte en distancia estética la desventaja inmediata de no haber conocido a Jesús. Tras filtrar tradiciones orales muy distintas41 edita el Nuevo Testamento, un cuerpo de doctrina unitario y a la vez multifacético donde más de un tercio de las páginas está ocupado por escritos suyos dirigidos a las primeras comunas. Con este texto —disponible desde principios del siglo ii— un credo local puede convertirse en secta ecuménica.

Para que la nueva fe tuviese futuro se imponían al menos tres condiciones adicionales, que este fariseo arrepentido de serlo asume explícitamente. 1) No tomar al pie de la letra el retorno inminente del Cristo, viendo en la redención un trabajo lento y a fin de cuentas indefinido42. 2) No identificar espera con ociosidad, organizando la Iglesia sobre algo omitido en los Evangelios: «De día y de noche debemos afanarnos con trabajo y fatiga para no ser una carga […] Si alguien no quiere trabajar, que no coma»43. 3) No confundir pobrismo con abolicionismo, amor incondicional por el débil y rechazo del siervo como institución, pues «los esclavos deben servir fielmente a sus amos»44. Sus observaciones sobre la servidumbre combinan realismo e idealismo:

«Que cada uno siga en el estado en que lo encontró la llamada de Dios. ¿Eras esclavo? No te preocupes. Aunque puedas convertirte en libre, aprovecha más bien esa condición. Pues quien era esclavo es un liberto del Señor, tal como quien era libre es un esclavo de Cristo»45.

«Esclavos, obedeced a vuestros señores terrenales con temor y temblor, de corazón. No os limitéis a la obediencia externa que busca concitarse el favor de los hombres, sino afanaos como esclavos del Cristo que ponen toda su alma en cumplir la voluntad de Dios»46.

La vida de Pablo abre tantas interrogaciones sin respuesta como la de Jesús, fundamentalmente porque la única fuente de datos no delirantes sobre ella es el propio Nuevo Testamento. Campeón de los grecocristianos, que despliega una incansable labor apostólica en Asia Menor, Grecia e Italia, esa tradición le considera muerto en el año 64 —con ocasión de la matanza que siguió al gran incendio de Roma—, a finales del reinado de Nerón47. La historia eclesiástica se sume luego en un siglo de profundas tinieblas, «pues en realidad estaba ya secularizada antes de Constantino, degradando seriamente sus pretensiones en materia de vida cristiana, pues no la unía la esperanza religiosa y el amor fraterno sino un orden jerárquico»48. De alguna manera la actitud pudo revertirse, y cuando las noticias sobre la Iglesia se restablezcan su obra es ya el faro indiscutible de la Cristiandad. Para entonces los judeocristianos han sido desplazados por los grecocristianos y se ha impuesto el criterio paulino: «Todos deben someterse a las autoridades establecidas […] pues quien se resiste a la autoridad se rebela contra Dios, y los rebeldes se ganan ellos mismos su condena»49.

Dejando intacto el rechazo del comercio, su perspectiva recorta radicalmente el anarco-comunismo ebionita. Atendiendo a las Epístolas es evidente, por ejemplo, que flagelar a vendedores de velas y escapularios no constituye un deber piadoso, sino un acto de rebeldía punible.

1. Cambios en la opinión pública. Cuando empiezan a circular ediciones del Nuevo Testamento, a principios del siglo II, los cristianos le parecen al hombre culto orates a medio camino entre el pirómano y el mendigo, reclutados generalmente entre esclavos y otros pobres diablos. Plinio el Joven, que en 98 recorre Asia Menor, constata «desolación económica» en las áreas donde ellos predominan50, pues rehúyen el mercado laboral para no contaminarse de paganismo y se aferran a una Segunda Venida inminente. Así seguirán durante algunas generaciones, pensando que el trabajo es un estigma derivado de la falta cometida por Adán y Eva —que ellos borraron al bautizarse—, y sobreviviendo como meros consumidores. Es lo contrario de aquello que recomendaba san Pablo, pero el retraso del Apocalipsis impone un crecimiento no lineal.

En el siglo III nos consta que el contacto con «emblemas idólatras» impide trabajar para el Estado y los ayuntamientos, e intervenir en ocupaciones «disipadas» como el teatro, las artes o la enseñanza laica. Tampoco es admisible estar al servicio de pontífices, astrólogos y magos, ni que «carpinteros, albañiles, ebanistas, soladores, artesanos de cubiertas, pintores, grabadores, herreros, carniceros, floristas y otros oficios colaboren de alguna manera con cultos impíos»51. Tertuliano evoca al fiel del momento diciendo que «el hambre no aterra a quien está preparado para morir con Cristo», y el obispo de Cartago, san Cipriano, observa poco después: «Cuando el mundo era joven tenía sentido crecer y multiplicarse, si bien para su etapa de senectud lo pertinente es el consejo evangélico de ejercer la castidad»52.

Es llamativo que se considere etapa de senectud un proceso tan vigoroso y juvenil como el de la Iglesia de entonces, que crece en feligresía y patrimonio no sólo al amparo del fanatismo sino acumulando títulos de respetabilidad social. Las diócesis, por ejemplo, acogen a muchos niños abandonados por politeístas, reparten generosamente las dádivas recibidas y aunque al pagano culto su fe le parezca absurda ha dejado de ponerse en duda su benevolencia53. Que la secta empieza a ser tomada seriamente en cuenta lo demuestran textos como el Contra los cristianos de Celso (178), donde se les acusa de no colaborar con el Estado: si continuasen reclutando prosélitos a un ritmo tan alto, el alistamiento militar se resentirá «necesariamente»54.

Pocas décadas después, cuando los barrios cristianos no son más pobres que otros, y su credo abarca todos los estratos sociales, llegan las primeras persecuciones masivas. Hasta entonces los Césares se habían limitado a exigir respeto por los dioses ajenos —y en particular por los de Roma—, una actitud que se demostraba ofreciéndoles la más mínima fracción de dinero o un puñado de incienso en algún altar de la religión civil. Entre los mártires iniciales abundaban individuos desafiantes, prestos a maldecir e incluso atacar con piedras y martillos las efigies paganas, y es instructivo comprobar que dicha actitud pasa a ser menos frecuente a medida que sus comunidades crecen. Pero la entidad que van cobrando sugiere a los emperadores insistir en un óbolo simbólico a Júpiter, y como los obispos exigen máxima intransigencia llega una nueva generación de mártires, cuyo rasgo distintivo es una Iglesia ya no formada básicamente por esclavos y marginales.

Por lo demás, y atendiendo al escándalo que cunde entre cristianos a la antigua55, es a partir de este momento cuando buena parte de sus hermanos empiezan a decantarse por la colaboración, asumiendo tanto los oficios civiles como el muy comprometido de legionario. Paralelamente, la identidad asegurada antes por el acto de aislarse pasa a recaer sobre una rectitud ideológica u ortodoxia, que los obispos empiezan a construir mediante asambleas secretas —los futuros sínodos—, dentro de un proceso depurador que no tarda en expulsar a Tertuliano (c.155-220) y Orígenes (185-264), sus apologetas más fervorosos, elocuentes y eruditos56. Llamados a ser los grandes santos de su época, una u otra herejía les convierte en aliados del Maligno, sin perjuicio de que la parte no herética de su obra siga siendo un elemento fundamental para la propedéutica cristiana.

Los propios obispos, que llaman vehementemente al martirio y castigan con severas penitencias a quien se consienta un asomo de respeto por las deidades paganas, sufrirán en su propia carne la necesidad del heroísmo. Vemos así cómo san Cipriano (200-258)57, prelado de Cartago, empieza escondiéndose ante la persecución de Decio y acaba no haciendo lo mismo con la de Valeriano. Tampoco faltan individuos tan versátiles como el papa Calixto I (217-222), que tras ser vendido como esclavo administra con picardía la casa de empeño de su amo para recobrar la libertad. Acto seguido gana una elección a obispo y acaba accediendo a la sede romana, en reñida batalla con el antipapa Hipólito. La historia eclesiástica no le reserva un lugar de honor, pero la Iglesia es ya un ser tan complejo como el Estado.

Así, tras empezar pareciendo algo común a unos pocos excéntricos, la secta se perfila no sólo como un enemigo mortal para la tolerancia religiosa sino como un poder independiente del resto de las instituciones. Roma se halla sumida entonces en el periodo de la llamada anarquía militar, y volver un momento a su situación nos ayuda a no perder el hilo de las relaciones entre fe y política.

IV. Lo divergente converge

Cuando Orígenes ronda la cuarentena, en 238, seis aspirantes al trono batallan entre sí y la existencia del Imperio ya no asegura un intercambio de objetos variados entre ciudadanos distantes. Que los recursos se destinen a tapar agujeros pertenece al mismo orden de cosas en cuya virtud los caminos terrestres y marítimos vuelven a ser arriesgados o impracticables, mientras el valor de las propiedades se desvanece como agua vertida sobre arena. El traslado de anonas constituye la principal actividad no militar, y los medios de transporte se dedican en buena medida a esos repartos extracomerciales. Como siempre que cunde una aguda necesidad, las oportunidades para hacer negocios superlativos son excepcionales, pero los Césares llevan demasiado tiempo sometiendo a requisa los bienes de quienes podrían invertir y emprender.

Roma es el paradigma del amo que reclama un derecho infinito sobre el esclavo, y eso hace especialmente luminoso el proceso en cuya virtud sus ciudadanos acaban proletarizados en masa, entendiendo por proletario no el ilustre nombre de quienes aportaban prole a la República sino el estatuto de quien sólo posee necesidades, y está obligado a trabajar como mano de obra inespecífica, o a vivir de un subsidio.

1. Reorganizando la miseria. «Ser llamado a filas», recuerda un historiador, «estaba reservado a quienes tuviesen un país que amar, una propiedad que defender y cierta participación en unas leyes que respetaban tanto por interés como por obligación»58. Como el minifundista quedaba exento del deber patriótico, la legión original estaba compuesta por granjeros de cierta entidad mandados por caballeros y dirigidos por senadores, que representaban a la aristocracia agraria. Ahora han desaparecido no sólo la antigua clase senatorial y la ecuestre sino aquél granjero, absorbido por latifundios o expropiado por el Fisco, correspondiendo los rangos militares a bárbaros o romanos míseros, condenados a una vida peor aún si no se enrolaran. Cuando no han salido de la tropa, los generales—emperadores pertenecen a la única elite profesional superviviente, donde conviven latinos con germánicos, balcánicos o hasta asiáticos como Filipo el Árabe.

Quienes antes asumían o supervisaban la producción y distribución de bienes trabajan como servidores públicos indiscernibles del esclavo, y militares en excedencia o en activo han acabado siendo propietarios de los predios rústicos y urbanos. Salvo jefes del ejército, que dirigen también las gigantescas policías, gran parte de los urbanitas dependen de alguna cartilla de racionamiento con la cual especulan tan juntos como aislados, temeroso cada uno de que otro le denuncie por rebeldía, sociedad secreta o magia. El espectro social se achata, algo que si en un sentido venga al pobre del rico en otro le hunde más aún. Irse ciñendo progresivamente a lo imprescindible generaliza un ascetismo pintoresco: el de quien tiene siervos pero vive finalmente de conseguir alguna limosna, y aprende a estirar para una semana lo que comería en un día.

La contracción del producto precipita también un ocaso en el propio mercado de esclavos, cosa en principio estimulante para la actividad económica que ahora sólo refleja la progresiva falta de liquidez y empleo. Ya no sale a cuenta enseñarles un oficio y cobrar su salario, porque escasea cada vez más quien pueda pagarlo. Techo, vestido y alimento de sus siervos pasan a ser cosas demasiado caras para casi todos los amos, condenados a asumir el oficio de sus padres y a regalar trabajo cuando el Estado lo mande. Para cuando esté terminando el siglo III, a las profesiones obligatorias y hereditarias se suma la del armador que importa grano y cualesquiera otras ligadas al abastecimiento59.

Llamar «baja clase media» al precipitado urbano de libertos y ciudadanos, como hace Weber, parece un eufemismo cuando la movilidad —ascendente o descendente— brilla en teoría por su ausencia. Tal o cual individuo quizá se convierta en magnate o hasta Emperador, pero la excepción confirma la regla y la regla es ahora un estancamiento que las leyes defienden con pena capital. Puesto que el colonato ha transformado al campesinado en una profesión tan hereditaria como los oficios civiles y militares, Roma parece haber descubierto un modo de tener tantos esclavos como habitantes, sin necesidad de comprarlos ni mantenerlos.

2. La militarización del comercio. Pero los portentos sólo se esperan devotamente en situaciones de desesperación. Como la iniciativa privada ha dimitido, en 273 los collegia relacionados con el transporte pasan a ser un servicio público dividido por secciones y negociados, y los Emperadores de esta etapa —todos de vida muy breve— tienen en común abordar el intercambio de bienes y servicios como una dependencia del mando; la economía política sería en realidad una esclava suya (ancilla imperium), cuyas funciones se resuelven delegando la actividad productiva y distributiva en sistemas forzosos de relación. El juego de oferta y demanda parece fuera de lugar cuando la ciudadanía ha pasado a ser una masa de no-propietarios en situación de paro crónico, y sólo su alto índice de mortalidad —unas veces por hacinamiento y otras por aislamiento— augura algún alivio.

Al empezar el siglo iv las guerras civiles han creado una postración tan intensa que los súbditos pagarán cualquier precio por la concordia, dando así a Diocleciano (244-311) el margen de confianza necesario para dividir el Imperio en cuatro sectores, confiados a dos Augustos (él mismo y Maximiano) y dos Césares (Galerio y Constancio Cloro). Obsérvese que el primero es hijo de esclavos, el segundo labriego, el tercero pastor y el cuarto patricio. Promoción social y carrera militar han acabado siendo estrictos sinónimos, en un sistema que culmina estatalizando el proceso del grano desde su siembra al reparto de harina. Un hito en la desvinculación entre estímulos y procesos es el edicto sobre precios máximos (301), que dicta topes salariales y valor de cambio a un millar largo de artículos. Ha empezado diciendo:

«¿Quién será tan insensible o falto de humanidad para no haber advertido que los precios excesivos se extienden por el comercio de los mercados y la vida cotidiana de las ciudades, y que el ansia desmedida de beneficios no es aminorada ni por la abundancia de suministros ni por los años de buen fruto? […]

Como una situación provechosa para el género humano rara vez se acepta de modo espontáneo, y como la experiencia nos enseña que el temor es la guía más eficaz y la mejor regla para el cumplimiento del deber, nos complace que sea sometido a pena capital cualquier persona que incumpla las medidas de este estatuto»60.

Lo «excesivo» del precio y lo «desmedido» de la ganancia se presentan como variables dependientes, en indudable detrimento del sentido común. Que los bienes resulten inaccesibles no obedece en realidad a una alta tasa de beneficio empresarial sino a lo contrario, algo manifiesto directa e indirectamente en pérdidas de capacidad adquisitiva. Diocleciano cree que producción y consumo crecerán cambiando lo «espontáneo» por el «temor», si bien le basta lanzarse a semejante empresa para constatar que carece de medios para inducir obediencia. «En el primer momento», refiere un testigo, «la alarma fue tal que nadie salió a vender, y la carestía empeoró aún más. Tras muchas ejecuciones, la simple necesidad llevó a revocar la norma»61.

Un espíritu menos incondicionalmente autoritario habría vacilado antes de lanzarse a nuevos experimentos coactivos, pero dos años después vemos a este Augusto promulgar su célebre edicto de 303 sobre el código tradicional de costumbres. Allí recuerda a los cristianos que «lo bueno y verdadero» ha sido ya fijado62, y les acusa de construir un gobierno secreto con ramificaciones en el ejército. Sus predecesores habían castigado por contumacia a quienes no hiciesen algún sacrificio simbólico, y es novedoso que él se comprometa a no emplear penas aflictivas: sólo está en juego una pérdida de la ciudadanía63. Pero semejante cosa depende de que nadie se oponga a ceder su edición de las Escrituras —para entregarla a las llamas—, y semejante orden sólo puede ser desobedecida.

Emergen por todas partes aspirantes al martirio, y tres nuevos edictos en poco más de un año —cada vez más severos— convierten la amenaza inicial en trabajos forzados y muerte, hasta desembocar en la persecución más grave de los anales cristianos. Miles de fieles sucumben y entre ellos nueve obispos, aunque es un número hasta cierto punto modesto considerando que hay ya varios cientos, quizá un millar según Gibbon. En cualquier caso, el voluntarismo ha logrado una vez más conseguir lo contrario de sus metas, pues la unidad y determinación de los perseguidos se fortalece en inmensa medida. Diez años después van a ser invitados a compartir las riendas del Estado.

El otro Augusto, Maximiano, se encarga de combatir a unas vagaudas que prefiguran las sublevaciones campesinas del medievo64. La de Lyon nombra «emperadores» a Eliano y Amando, dos cristianos que en 283 acuñan moneda con sus efigies y pasan a ser mártires de la fe tras la derrota de 28565. Una Vida de san Babolino, que divagará más tarde sobre tales eventos, afirma que aquellas muchedumbres rechazaron la propiedad instadas por un deseo de acelerar el Día del Juicio.

 

NOTAS

1 - Eliade 1983, vol II, p. 274.

2 - Troeltsch 1992, vol. I, p. 58.

3 - Bloom 2006, p. 34.

4 - También podría ser cierto que Jesús —sin perjuicio de pertenecer al estamento artesanal— descendiera de un linaje davídico, título privilegiado para aspirar al estatuto de rey-mesías. Desde el profeta Daniel, y más aún en los años inmediatamente previos a su nacimiento, un desasosiego manifiesto en brotes de insurrección se une a rumores sobre la llegada de un nuevo David. Eso explica, por supuesto sin justificarla, la matanza de niños decretada por Herodes el Grande en Galilea, el territorio levantisco por excelencia.

5 - Anales XV, 44.

6 - Contra los galileos, 333b.

7 - Lucas 19:47, Marcos 11:53.

8 - Lucas 19:45-46.

9 - Ibíd. 20:7.

10 - Fundamentalmente, comenta el tributo debido al César, la resurrección de los muertos, la maldad de los fariseos, la futura ruina de Jerusalem y la venida del Hijo del Hombre.

11 - Ibíd., 22:36. Allí mismo añade: «Porque la Escritura dice:‹Se le contará entre los forajidos›».

12 - El consejo de notables o Sanedrín, donde están representados la nobleza («ancianos»), los saduceos («sumos sacerdotes») y los fariseos («escribas»). El Sanedrín decide acusarle de «blasfemia» cuando Jesús se identifica como el Mesías anunciado, «Hijo del Ungido». Cf. Marcos 14:53 y 14: 60-65.

13 - Juan 19:12.

14 - La expresión aparece 5 veces en los evangelios de Mateo y Lucas, 6 en el de Marcos y 71 en el de Juan; cf. Johnson 1988, p. 145.

15 - Para una argumentación en contrario, sostenida por un teólogo católico, cf. Lemonon 1987, p. 74-97.

16 - A juzgar por el episodio donde san Pedro le corta la oreja a uno de los agentes policiales con su sica (Juan 18:10).

17 - Josué tomó Jericó, y es célebre por pedir a YHWH que detuviera el Sol para poder exterminar a todos los derrotados en una batalla.

18 - Bloom 2006, p. 35.

19 - Cf. Johnson 1988, p. 146-147.

20 - Cf. Shahak 2002, p. 125.

21 - Algo análogo se observa con la prohibición de ordeñar, que permite aliviar la presión de las ubres y «nada más». Entre los ortodoxos del Israel actual, cuando alguien lo hace en sábado suele toparse con un cubo dejado bajo cada ubre por el trabajador del viernes, y de un modo no malicioso, puramente automático, acaba llevándolo a algún lugar fresco donde su fermentación esté controlada. Si esto último se hiciese de modo consciente violaría la Ley. Cf. Shahak 2002, p. 122-124.

22 - Yer. Shabbat 3d.

23 - Horayot 3, 7-8.

24 - El primero en argumentarlo fue el padre Mariana, en el libro IX de su monumental Historia de España (1601).

25 - Cf. Gibbon 1984, vol. III, p. 518.

26 - Hechos de los apóstoles, 3:15. Es el primer discurso de san Pedro a «los hombres de Israel» en Jerusalem. A principios del siglo III san Hipólito considera a los judíos «avergonzados por haber matado con sus manos al Dios que vino» (Refut. haer. 9, 25).

27 - En Amiano XX, 5, 7.

28 - Es la tesis de Troeltsch. Hegel lo piensa siendo todavía muy joven, en textos que dejó inéditos como El espíritu del cristianismo y su destino, y la Vida de Jesús.

29 - Padres de la Iglesia como san Ambrosio y san Jerónimo, por ejemplo, llaman «escritores eclesiásticos» a estoicos paganos como Séneca y Epicteto.

30 - Amiano Ann. XXI, 5, 3.

31 - Gibbon 1984, vol. I, p. 421.

32 - Pablo, Epístola a los romanos, 7:14-24.

33 - Epístola a los gálatas, 5:17.

34 - La palabra «cristiano» —mesías en griego (jristos) con una desinencia latina— aparece en esa ciudad, y se exporta desde allí.

35 - Hechos de los apóstoles 2:44. «No había entre ellos indigentes, pues cuantos eran dueños de haciendas o casas las vendían y llevaban el precio de lo vendido, y lo depositaban a los pies de los apóstoles, y a cada uno se le repartía según su necesidad» (Ibíd., 4:32-33).

36 - Harnack 1972, p. 12-13.

37 - Epístola de Santiago, 2:6.

38 - Hechos. 5: 1-11.

39 - Dirige la primera purga en Jerusalem, «devastando a la Iglesia cuando iba de casa en casa, deteniendo a hombres y mujeres» (Hechos 8:3).

40 - Ibíd. 9:15.

41 - Fundamentalmente, el hebraísmo en buena medida elemental que informa los evangelios «sinópticos» (Marcos, Mateo, Lucas) y la teología platónica-gnóstica-zoroástrica de Filón, que inspira el evangelio de Juan, así como la Epístola joánica y el Apocalipsis.

42 - En su segunda carta a la comunidad de Tesalónica advierte: «No dejéis que vuestro espíritu se agite demasiado deprisa y se alarme con palabras proféticas […] orientadas a pensar que el Día del Señor ha llegado» (2:2).

43 - Ibíd. 2:8-10.

44 - Epístola a Timoteo 6:1.

45 - Epístola. a los corintios 7:20-23.

46 - Epístola a los efesios, 6:5-7. Su respeto por la institución del señorío le lleva a convencer a cierto esclavo huido —el converso Onésimo— para que vuelva a a su amo, cuando la ley mosaica no impone tal cosa e incluso prohíbe molestar al siervo de otro; cf. Epístola a Filemón 1:8-15.

47 - Para eliminar el rumor de que él mismo había provocado el incendio, Nerón «buscó unos culpables y castigó con las penas más refinadas a unos a quienes el vulgo odiaba por sus maldades y llamaba cristianos […] En primer lugar fueron apresados los que confesaban, y luego —delatada por ellos— fue condenada una enorme multitud, acusada no tanto del incendio como de odio al género humano […] Nerón había ofrecido sus jardines para que pereciesen despedazados por perros tras cubrirles con pieles de fieras, clavados en cruces y prendidos cuando faltaba la luz del día para que sirviesen de iluminación nocturna» (Tácito, An. XV, 44).

48 - Harnac 1905, p. 19.

49 - Romanos, 13:1-3.

50 - Cf. Troeltsch 1992, vol. I, p. 124.

51 - Ibíd, p. 123-124.

52 - Tomo ambas referencias de Troeltsch, p. 120.

53 - Es el caso, entre otros, de Luciano de Samosata (De morte peregrini, 13) y el propio emperador Juliano (Epístola 49), testigos de que la caridad cristiana se aplica también al no cristiano.

54 - Orígenes le responderá que «cuando todos los hombres se hayan convertido en cristianos hasta los bárbaros se sentirán inclinados a la paz» (Adv. Cel. I,3).

55 - Troeltsch 1992, vol. I, p. 120.

56 - Orígenes, un hijo de mártir que es el primero en formular el misterio de la Trinidad, demuestra su celo anticarnal con una apocatástasis o automutilación siendo ya adulto. No ha dado ese paso sin sopesar el consejo de Jesús: «Así como algunos son incapaces de casarse porque nacieron eunucos, o fueron castrados después, hay quienes renuncian al matrimonio por el reino de los cielos» (Mateo 19:12).

57 - De él provienen expresiones inmortales, como que «la Iglesia es la Esposa pura de Cristo», y que «no tendrá a Dios por Padre quien no tenga a la Iglesia por Madre».

58 - Gibbon 1984, vol. I, p. 39.

59 - Cf. Gil 1985, p. 248-249.

60 - Diocleciano, en Cameron 2001, p. 38.

61 - Lactancio, Sobre las muertes de los perseguidores 7, 5-7.

62 - La Exposición de Motivos empieza diciendo: «Los dioses inmortales, en su providencia, se han dignado disponer que lo bueno y verdadero quedara aprobado en su totalidad por el consejo de muchos hombres buenos, egregios y sapientísimos, verdades a las cuales no es lícito oponerse».

63 - Cf. Eusebio, Hist. eccl. VIII, 2, 4.

64 - Véase más adelante, capítulos XIV y XV.

65 - Cf. electricscotland.com/history/celts/celts6.s

 




 

© Antonio Escohotado 2008
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