De cómo la propiedad
empieza a parecer perniciosa
4
El pueblo elegido
«Ya no te llamarán Jacob sino Israel, porque
has sido fuerte frente a Dios, y prevalecerás sobre los
hombres.»
Génesis, 32: 25-29.
El faraón Amenofis IV o Ikhnatón,
instalado en el trono desde el año 1379 al 1363 a. C.,
sustituyó el panteón politeísta de su pueblo
por el culto a cierto dios único que representaba por medio
de un disco solar. La idea del Sol como origen y sostén
de todo no puede considerarse hallazgo suyo, aunque el monoteísmo
va más allá de esa evidencia física al proponer
que cualquier fuerza o elemento divino puede reconducirse a un
Uno absoluto. El panteón egipcio fue restaurado inmediatamente
después de que Ikhnatón muriese, y merced a hechos
que básicamente ignoramos1
un nuevo credo monoteísta reaparece en la zona con el profeta
Moisés. Para entonces el dios único ha perdido todo
rastro de naturaleza física y es un ser proverbialmente
inmaterial, que persigue la idolatría como crimen, aterra
con su disposición belicosa2
y tiene un nombre impronunciable sin desacato, transcrito mediante
las siglas YHWH3.
I. Teología y novela familiar
YHWH es venerado de igual manera que los dioses
paganos, sacrificándole animales comestibles, pero su cólera
permanente demanda no tanto propiciarle como «aplacarle»
por el «pecado». Aniquila, por ejemplo, a dos sobrinos
de Moisés que hicieron «irregularmente» un
sacrificio, y como testimonio de alianza exige a todo hombre la
castración simbólica que representa la piel de su
prepucio4.
Aunque se presenta como creador del cielo y de la tierra es también
un Dios fundamentalmente «celoso», cuya idea resulta
inseparable de una novela familiar. El profeta más capaz
literariamente dirá que «la fiel Jerusalem se ha
hecho ramera»5,
y el más rústico que bendiciones y maldiciones vienen
de un pacto monogámico:
«Oráculo de YVWH: De entre todas las familias
de la Tierra sólo he cohabitado con vosotros»6.
La monogamia es una metáfora que
lleva a concebir la apostasía como prostitución
y adulterio indistintamente, pero el modo figurado de hablar
es también un modo figurado de pensar. Las licencias poéticas
sancionan un troquel que el adorador impone al objeto de su adoración,
y el más grande teólogo judío verá
en ello la suprema incoherencia7.
Por una parte se postula un dios único y absolutamente
perfecto, por otra ese ser abunda en predilecciones y constituye
un infinito repleto de exclusivismo; en definitiva, es un enamorado
que si no resulta correspondido desatará la crueldad de
su despecho. Esta construcción colma al predilecto de autoestima,
al tiempo que le impone vivir agresivamente aislado:
«No harás alianza con otros, ni les otorgarás
concesiones. No te casarás con otras mujeres, ni darás
tu hija a sus hijos, ni tomarás su hija para tu hijo.
Porque tu hijo se desviaría de mi senda, serviría
a otros dioses, y mi cólera prendería contra vosotros
y os exterminaría al punto. Pero he aquí cómo
debéis comportaros con ellos: demoleréis sus altares,
romperéis sus estelas, cortaréis sus baldaquinos
sagrados y quemaréis sus ídolos».8
La xenofobia sin paliativos encuentra también
algunos disconformes eminentes como Salomón, que llama
a YHWH «sabio» en vez de «guerrero», contrae
matrimonios con princesas extranjeras y les permite oficiar ritos
paganos en su reino. El más antiguo modelo de judío
conciliador es José, biznieto de Abraham y tío abuelo
de Moisés, cuya leyenda sirve de contrapunto al talante
profético. Lejos de ser intolerante con el gentil compensa
la envidia de sus hermanos que le han vendido como esclavo
haciendo gala de cualidades gracias a las cuales se convertirá
en primer ministro de Egipto. «Nadie hay tan discreto como
tú»9,
le dice el Faraón en cierto momento, fascinado por una
inteligencia que brilla más al callar que al hablar.
Sus admiradores cantarán: «Los
caminos del saber son agradables, y todos ellos son sendas de
paz»10.
Los admiradores del talante profético responden: «Oráculo
de YHWH: Destruiré la sabiduría de los sabios, reduciré
a la nada el entendimiento de los prudentes»11.
En realidad, desde Abel y Caín los hitos de la discordia
intrafamiliar van a ser meras anécdotas comparadas con
la tensión que engendra entender la Ley al modo pastoril
y al modo cosmopolita.
1. Legalismo y populismo. La dispersión
o diáspora judía empieza con los rehenes de Babilonia
(586 a. C.), cuando buena parte de ellos decide quedarse pudiendo
ya regresar. Este grupo aprovecha el contacto con la civilización
caldea y la fenicia12
para acabar instalándole por toda la cuenca mediterránea,
donde sus mercaderes y prestamistas se hacen eventualmente indiscernibles
del cartaginés. Pero cuando algunos de ellos quieren volver
descubren que las asilvestradas masas campesinas (amme haaretz)
lo vetan durante más de un siglo13.
El regreso sólo se logra en 445, con el apoyo de un destacamento
militar persa en una migración encabezada por Esdras y
Nehemías, el primero un sacerdote-escriba y el segundo
un magistrado de Artajerjes, a quien éste encarga organizar
Judea como protectorado autónomo. El Libro edulcora las
relaciones entre el judío babilónico pasado por
Persia y el rústico alegando manipulaciones de samaritanos,
amonitas, edomitas y árabes, pero no niega que reconstruir
la muralla de Jerusalem exigió «tener siempre a mano
las espadas, lanzas y arcos»14.
Pastores y labriegos sospechaban que el israelita
fogueado por el resto del mundo propondría cosas indeseables,
empezando por la de que «entre nosotros no todos pueden
redactar los anales»15.
Y, en efecto, Esdras y otros escribas se concentraron en una compilación
de la Ley o Torah16
inmediatamente después de asegurar el recinto, prometiendo
que no cambiarían una coma de los testimonios fidedignos.
Cuando el titánico trabajo terminó suspiraron de
alivio, pues la verdad revelada volvía a estar entera tras
siglos de confusión e ignorancia. Pero entera significaba
también definitiva, y Malaquías iba a ser el último
vidente con acceso al Libro. Su testimonio incluye la declaración
del propio YHWH en tal sentido: para cumplir el pacto de favor
a cambio de fidelidad el israelita deberá sencillamente
«recordar la Ley»17.
Esto equivalía en la práctica
a que lo oracular se relegase a superstición, y Jesús
reprochará a los fariseos «ser hijos de quienes asesinaron
a los profetas»18,
cuya ausencia «abruma al pueblo con fardos insoportables»19.
Ha pasado entonces casi medio milenio, y el endógamo por
sangre y costumbres capta «una estrecha relación
entre las palabras rico, violento y malvado
por una parte, y pobre, manso y piadoso
por otra»20.
Su punto de coincidencia es «maldecir a los grandes»21
clamando en nombre de «un pueblo despojado [...] donde no
aparece un Mesías diciendo: Devolved eso»22.
Los notables en general están corrompidos por «haraganear
sobre los divanes y el damasco de sus lechos»23.
Ya el primero en poner por escrito sus oráculos, Amós,
ha dicho: «¡Malditos sean los que disfrutan en paz!»24.
2. La herencia común. Por otra
parte, la religión judaica manda respetar al débil,
apreciar al fuerte y ensalzar al que se yergue por méritos
propios desde comienzos humildes, como buena parte de sus héroes.
A diferencia del hinduismo y el platonismo, que oponen alma y
cuerpo como bien y mal respectivamente, aconseja templanza en
vez de mortificación y abstinencia, evitando maldecir el
mundo físico. Ayunar es condenable porque perturba la moderación,
y el partidario del celibato le suscita al rabino la irónica
pregunta: «¿quieres añadir prohibiciones a
la Ley?»25
A diferencia del Nuevo Testamento, que sugiere una huida ascética
ante los éxitos y placeres del mundo, la Biblia judía
no está reñida con el más acá en general.
Tan llamativo como este rasgo es la repugnancia que profesa por
la esclavitud, algo aprendido probablemente de Ciro el Grande
(590-29 a. C.), un coloso militar, político y moral de
quien parte sin duda el concepto antiguo de los derechos humanos26.
El cilindro cuneiforme que celebra su conquista de Babilonia declara,
entre otras cosas:
«Las personas serán libres en
todas las regiones de mi imperio para moverse, adorar a sus
dioses y emplearse, mientras no violen los derechos de otros.
Prohíbo la esclavitud, y mis gobernadores y subordinados
quedan obligados a prohibir la compraventa de hombres y mujeres»
27.
El reflejo judaico de esta iniciativa es una
limitación de la servidumbre a seis años. Al cumplirse
el séptimo el esclavo no sólo debe ser emancipado
sino provisto de medios para reiniciar una vida libre decorosa28.
Tampoco es admisible denunciarlo si se fuga, o molestarlo de cualquier
otra manera. Herirlo y basta a esos efectos «la pérdida
de un diente» supone emancipación automática,29
y matarlo acarrea «castigo»30.
Pertenecen a esa misma actitud otras medidas de liberalidad, como
que los propietarios cederán tierras un año de cada
siete a los faltos de ellas, o que «cada siete veces siete»
(cuarenta y nueve años) se condonarán las deudas
y volverán a sus antiguos propietarios casas y tierras
enajenadas31.
Con los foráneos no son aplicables tales
miramientos. También es lícito lucrarse en los tratos
con ellos, e ilícito hacer lo mismo con el israelita:
«No prestarás con interés
a tu hermano, trátese de dinero, víveres o lo
que sea. Podrás cobrar interés al extranjero,
pero prestarás sin interés a tu hermano, para
que tu Dios te bendiga por todas tus ofrendas, en el país
donde entrarás para tomar posesión»32.
Limitar radicalmente la esclavitud y prohibir
el cobro de intereses son medidas de autodefensa grupal, que al
discriminar entre nosotros y ellos (los «gentiles»)
buscan apuntalar la fraternidad. De ahí el mandamiento:
«No explotarás ni expoliarás a tu prójimo:
el salario del trabajador no lo retendrás hasta la mañana
siguiente [
] En lo que respecta a los hijos de tu pueblo,
no te vengarás de ellos ni les guardarás rencor.
Amarás a tu prójimo como a ti mismo»33.
Tan antigua como esta regla es aquella que ordena vender en vez
de comprar, y vender precisamente liquidez, dinero: «Prestarás
a muchas naciones, aunque sin pedir tú prestado»34.
II. Entre la tribu y el Estado
Xenófoba o no, la fraternidad derrama
sus bendiciones sin dejar de cobrar su precio. El grupo de semitas
que se remonta a Abraham encuentra notables dificultades para
avenirse a las pautas de ciudadanía aceptadas por otras
poblaciones, pues lo político supone de un modo u otro
haber dejado atrás la unidad basada en fe y sangre común.
La congregación de parientes-fieles constituye en el mejor
de los casos una gran familia, no una sociedad civil, y las diferencias
que vayan surgiendo en su seno tenderán a ser más
explosivas que enriquecedoras para el conjunto. Ni las castas
ni las clases son admisibles en dicho medio, y la fragilidad política
resultante tiene su más clara expresión en el hecho
de que los israelitas sólo logran ser un reino estable
hacia el XI a. C., con David y su hijo Salomón.
Los monarcas ulteriores jalonan la crisis interna
del nosotros, sembrando disensiones tribales aprovechadas
finalmente por el caldeo Nabucodonosor para destruir el fastuoso
templo levantado por Salomón, y volver a Babilonia con
unos diez mil cautivos de las mejores familias. Al dominio de
los caldeos seguirá el de los persas, a éste el
griego a través de los Ptolomeos egipcios primero,
luego a través de los Seleucos sirios y por último
el romano. Entre los reinos helenísticos y la conquista
de Pompeyo (en 63 a. C.), el territorio recobra su independencia
durante una centuria, que empieza siendo un gobierno de Dios gestionado
por pontífices («teocracia») instaurado en
166 a. C. con Judas y Jonatán Macabeo35.
El brote de nacionalismo convierte la teocracia en reino propiamente
dicho tres décadas más tarde, con la dinastía
llamada asmonea, que aprovecha las disensiones internas de Siria
y Egipto para recobrar las fronteras de Israel en tiempos de David.
Pero este crecimiento se hace al precio de una discordia creciente,
que consolida como grupos enfrentados a clase media profesional,
aristocracia e integristas, representados respectivamente por
fariseos, saduceos y esenios. Alejandro Janeo (125-76 a. C.),
el último de estos monarcas, es un héroe bélico
y un alcohólico sanguinario que no vacila en masacrar reiteradamente
a su pueblo36.
La versión de Macabeos I sobre
el alzamiento de 167 a. C. parte de que el monarca sirio, Antioco
IV, decidió prohibir la religión mosaica. Hay razones
para dudar de ello, pues Antioco era tan tolerante en materia
religiosa como cualquier otro rey pagano ilustrado, y su propósito
original no fue estorbar la libertad de conciencia y culto sino
establecer una Jerusalem política, dotada de constitución,
poderes separados y otros rasgos de la polis griega. Justamente
porque este plan tenía el apoyo de una parte considerable
(si no mayoritaria) de sus habitantes, Matatías el
padre de los Macabeos inaugura la táctica de enfrentar
a su pueblo con hechos consumados como el terrorismo y la guerra
de guerrillas. Sus primeros adeptos, que son también los
primeros mártires asesinos, circuncidarán en Jerusalem
a algunos hijos de gentiles, degollando a judíos partidarios
de formas republicanas. Más adelante, cuando la teocracia
macabea se convierta en dinastía asmodea, la expansión
territorial irá acompañada por algo tan digno de
recuerdo como la circuncisión de los pueblos que vayan
siendo conquistados37.
1. La ruptura con el helenismo. En tiempos
de Matatías el griego ha relegado el hebreo a lengua doméstica,
y en griego está el texto más antiguo del Libro
que es la Septuaginta o Biblia de los Setenta. El nacionalismo
quiere remediarlo, y la solución que acaba diseñándose
al efecto el Talmud («enseñanza»)
no podrá evitar unas tres mil palabras de raíz helénica
cuando empiece a difundirse, que es en el siglo iii. Siendo vano
pretender que los analfabetos abandonen el arameo, lengua común
a toda Asia Menor, los rabinos se esforzarán en lograr
que algo hablado hasta entonces sólo por el servicio, los
niños y las mujeres de cada buena familia pase a ser el
idioma escrito de todos. Pero este retorno a las raíces
lleva consigo una recreación separatista del mundo, para
la cual no hay diferencia entre «el criador de cerdos y
quien enseña a su hijo la ciencia griega»38,
y al mundo helenístico tal conclusión le parece
el «acto misantrópico de un linaje desagradecido»39.
En efecto, el judío florece cualitativa
y cuantitativamente fuera de Israel, aprovechando en gran medida
las colonias griegas que jalonan las orillas del Mediterráneo,
y una buena parte de su pueblo justamente la más
próspera ni acepta ni puede aceptar el credo xenofóbico.
La literatura egipcia, caldea y asiria ha mencionado muy poco
al israelita, y siempre como a un inferior, hasta que Alejandro
Magno reserve a sus familias un quinto de la recién fundada
Alejandría. A partir de entonces se multiplican referencias
positivas, que le presentan como audaz en sus empresas, cumplidor
de los pactos, controlado emocionalmente y «filosófico»
(en el sentido de estudiar por gusto), sin perjuicio de que escandalice
también por desconfiado y pesimista. Piensa que la misma
suerte espera al necio y al sabio, y más aún
que «en la sede de la rectitud está el crimen, en
la sede del justo el criminal» 40.
Como la identidad del expatriado no puede fundarse
en peregrinar al Templo y ofrecerle un diezmo, cada comunidad
ha sustituido esos signos de pertenencia por cumplir el descanso
sabático y frecuentar su sinagoga. Privados del recurso
que consiste en consumir parte de las ofrendas y revender el resto
pues sólo la sangre y la grasa de los animales se
reservan a YHWH, los rabinos inauguran entonces algo sin
paralelo en la historia del sacerdocio mundial como es ganarse
la vida con algún oficio laico, una actitud no discordante
con la tradición41
que coincide con una pleamar de prosperidad. Aunque el Libro prohíbe
los préstamos con interés entre judíos, ese
antiguo modo de apoyarse unos a otros no resulta ya útil,
y la tradición oral sobre deberes cotidianos la Halakha
(«camino recto») abre camino al cambio admitiendo
préstamos entre israelitas egipcios, mientras no impliquen
«explotar una indefensión». El fundamento es
una heterisqa o dispensa de negocios, merced a la
cual el prestamista «participa en los beneficios del prestatario»42.
El Libro prohíbe también cruzar
linajes e incluso pactar con el gentil, pero los judíos
expatriados llevan siglos casándose con gentiles y contratando
con ellos. Deberían demoler los altares de cualquier otra
religión, aunque se esmeran en respetar las establecidas
en cada país, manteniendo su identidad a despecho de vivir
rodeados por idólatras, politeístas y ateos. Desde
la primera diáspora está implícita una combinación
de lealtad y autonomía como la de Spinoza, que se siente
judío aunque no comulga con la versión sentimental
de YHWH. Ser foráneos en un sentido u otro ha hecho que
este pueblo se esfuerce en encontrar servicios bienvenidos por
cada anfitrión nacional, y la regla meritocrática
de sus hogares ayuda a explicar la frecuencia del buen rendimiento
profesional, una tasa que en otro caso lindaría con lo
prodigioso.
2. La vida en el exilio y en la Tierra Prometida.
El tipo de judío tenaz y flexible que prolifera extramuros
no es un emigrante desvalido, y el programa de odio a la «ciencia
griega» le sume en contradicciones. Su pueblo es por entonces
el tercero del Imperio, sólo comparable en número
a itálicos y griegos, «poderoso en todas partes aunque
no asuma el poder en ninguna»43.
En 46 el censo del emperador Claudio indica que su población
ronda los siete millones de personas, con un millón más
en el Asia Menor no romana, de los cuales sólo un tercio
(a lo sumo 2.500.000) viven en Palestina44.
Julio César ha premiado sus servicios con exenciones fiscales
y de reclutamiento, pero eso no cambia que a comienzos del siglo
I Israel sea la provincia más pobre e insignificante de
Roma, divida en cuatro reinos Judea, Cesarea, Galilea y
Samaria abrumadoramente aldeanos. Ni siquiera Jerusalem
puede considerarse una ciudad populosa y próspera, ya que
constituye un centro de peregrinación más semejante
a La Meca45.
Los centros civilizados son una treintena de
ciudades costeras griegas, y la tragedia larvada está en
que fuera de esos perímetros el judío helenizado
evoca una hostilidad creciente. Cuando Galilea empieza a hervir
en revueltas el hombre más rico del Mediterráneo
es quizá Alejandro Lisímaco, concejal-recaudador
(«curial») de Alejandría y amigo del césar
Claudio, que no contempla hacer carrera en el ejército
ni como terrateniente. Tanto valora la falta de raíces
que evita pasar del comercio a la industria, porque fabricar le
ataría a una sede mucho más que organizar el intercambio
de bienes ya producidos. Su hermano Filón tampoco habla
hebreo, pero sus conocimientos de filosofía griega le permiten
fundir judaísmo con platonismo46,
y crear literalmente la teología presentando al Theos
como logos o racionalidad. Sin dejar de ser un prócer
en la ciudad más rica y culta de su tiempo, admira a distancia
las severas comunas fundadas por esenios en el desierto47,
y podría rondar los cincuenta años cuando Herodes
decapita a Juan Bautista. Algo más tarde, al estallar la
primera sublevación masiva en Jerusalem, el gobernador
romano de Judea es un nieto de Filón, aunque el odio antihelénico
ha logrado que tanto él como otros Lisímacos no
profesen ya el judaísmo.
En contraste con aquello que hacen sus hermanos
expatriados, muchos habitantes de la Tierra Prometida se dedican
todavía al pastoreo de cabras. Quienes tienen algún
terreno irrigado explotan granjas, y una parte importante de los
ingresos proviene de remesas externas. Hacia el año 30,
cuando el Nuevo Testamento fecha el comienzo de la predicación
de Jesús, un tercio de sus moradores son esclavos foráneos
y un quinto extranjeros libres. Judía de nacimiento y religión
es aproximadamente la mitad48.
Antes de que Tito lo destruya, el Templo es la única fuente
de ingresos propiamente dichos, merced al impuesto anual sobre
varones mayores de 20 años y ofrendas en dinero y especie.
Desde tiempos inmemoriales constituye una caja de depósitos,
abierta no sólo a sus gestores sino a cualquier particular.
Instalado en el poder por Roma, Herodes el Grande
ha ampliado y embellecido sus dependencias hasta crear un conjunto
sólo comparable al Partenón y al Capitolio, que
en los grandes días festivos reúne docenas de miles
de peregrinos congregados para ofrecer en holocausto un número
ingente de aves, ganado menor y mayor. Toda sangre pertenece a
YHWH, que encuentra «un perfume apaciguador» en el
humo resultante de quemar las partes grasas49.
El público, que está envuelto en un estruendo de
trompetas, aplausos y mugidos de terror o agonía, sigue
las evoluciones de unos setecientos sacerdotes mientras desangran
y descuartizan animales a gran velocidad. Su precedente es el
grandioso holocausto ofrecido por Salomón cuando inauguró
el templo original50.
Cada peregrino debe una ofrenda al menos privilegio accesible
también a los gentiles51,
y para evacuar las ingentes cantidades de sangre el altar está
irrigado a ras de suelo por treinta y cuatro cisternas, la mayor
de las cuales (el Gran Mar) dispone de agua recibida por acueducto
y capacidad para más de diez millones de litros. Aristeas,
un testigo presencial, refiere que la ofrenda a YHWH de este fluido
se hacía y quedaba lavada «en un abrir y cerrar de
ojos»52.
III. La lógica mesiánica
La impronunciable deidad judaica combina predisposición
a la cólera con una omnipotencia absoluta, que desde los
orígenes contrasta con la insignificancia de Israel en
un entorno dominado milenariamente por Egipto, Caldea y Persia.
Quien tiene de su lado al Todopoderoso debería ser hegemónico
en el concierto de los pueblos, o siquiera independiente en vez
de vasallo, y a esta contradicción responde la certeza
de que el circunciso será vengado antes o después
por un «ungido de YHWH» o mesías53.
Inicialmente, dicho enviado pudo identificarse con un individuo
sin rasgos sobrenaturales como Ciro el Grande, que tras vencer
a Nabucodonosor y facilitar el regreso de los cautivos en Babilonia
recibe de Isaías ese título. Pero un gentil irá
pareciendo cada vez más inadecuado para asumir la demostración
de poder prometida, y los sucesores de Isaías responden
a la aparente humildad del pueblo elegido con la figura de un
salvador/vengador propiamente portentoso, que cambiará
la muerte de todos en general por una vida «eterna»,
de dicha para los fieles y de castigo para el resto.
Semejante figura no llega al registro escrito
antes del periodo helenístico, y su irrupción en
el imaginario religioso muestra que un sector del judaísmo
ha asimilado tres rasgos del credo zoroástrico: 1) un futuro
combate cósmico entre las fuerzas del bien y el mal; 2)
una promesa de inmortalidad para el ser humano; 3) «la certeza
de que el mal no viene de Dios sino de un gran adversario suyo,
que opera a través de agentes humanos»54.
No encontramos ninguno de estos tres puntos en la tradición
mosaica, y es precisamente en el periodo de los Macabeos cuando
cunde la «revelación» (apocalypsis)
de «reyes divinos que llegan desde las nubes flanqueados
por ángeles, para derrotar a demonios, resucitar a los
muertos y verificar el Juicio Final»55.
Curiosamente, todas las crónicas apocalípticas
conservadas a partir de entonces son literatura seudónima,
que adelanta la fecha de su redacción para atribuirse como
pronóstico certero cualquier tipo de hecho intermedio56.
No menos curioso es que dicha tradición sea el punto de
partida para movimientos que más tarde se llamarán
milenaristas por un detalle en principio arbitrario; concretamente,
porque según el Apocalipsis canónico tras
la batalla cósmica de Armaggedon el Demonio será
recluido bajo llave «hasta dentro de mil años»57.
Ya hacia 170 a. C. casi tres siglos antes de que sus oráculos
se incorporen al Nuevo Testamento el profeta Daniel ha blindado
la esperanza del fiel ante reveses aparentes, adelantando que
el Mesías puede morir y parecer vencido, aunque en tal
caso se producirá una Segunda Venida.
Esto va a ser esencial para los fieles a Jesús
y en menor medida para otros mesiánicos ortodoxos, pues
Daniel no es un oráculo reconocido por la Biblia judía.
Al igual que otros futurólogos del momento, añade
al imaginario del salvador/vengador elementos sin duda extraños
a la cepa hebrea, pero hay también una clara línea
de continuidad entre estos profetas y el propio Moisés,
que al presentar a su dios como un ser «celoso» ha
construido lo básico para cualquier tipo de reivindicación
análoga.
1. La pleamar del fanatismo. Creer que
el sacrificio de una víctima propiciatoria cura las faltas
o impurezas de otro, o de muchos, sostiene una terapia expiatoria
común a todo tipo de sociedades sin curiosidad científica,
cuyas raíces se hunden en la noche de los tiempos58.
El sacrificio mesiánico pertenece a este tronco genérico
de la transferencia mágica, pero tiene una insólita
capacidad de convocatoria y constituye un fenómeno histórico
en vez de inmemorial, que tras gestarse lentamente irradiará
sin pausa en todas direcciones. Su carisma le permite sugerir
martirios masivos, que llenan de estupor y miedo a toda suerte
de paganos. De ahí el neologismo fanaticus, acuñado
ante la emergencia de quienes parecen misántropos59,
cuya característica más señalada es un entusiasmo
desmedido ante cosas no sólo inverificables sino tradicionalmente
anodinas.
Como recuerda un historiador de la fe, «en
la era de Cicerón y Augusto el sentido religioso en general
faltaba prácticamente por completo en círculos cultos»60,
y aunque la crisis progresiva del modelo romano iba a abonar un
revival de algo parecido al fervor entre los politeístas
que acabaría suscitando como sumo pontífice
al emperador Juliano, la cultura clásica fue fundamentalmente
ajena a ese sentimiento, y reaccionará con intenso desagrado
a su desarrollo. A finales del siglo I los romanos piensan que
«Judea fue la primera fuente del mal»61,
y que exportó a todos los rincones del Imperio gentes no
sólo deseosas de morir por su fe, sino dispuestas a ignorar
tormentos previos como el fuego o las fieras. Han descubierto
una manera inaudita de hacer frente al dolor y las incertidumbres,
alimentando una esperanza tanto más innovadora cuanto que
deja de poner en cuestión los asuntos prosaicos, para concentrarse
en conseguir una perfecta uniformidad ideológica. Innumerables
seres humanos habían dado muestras de indiferencia hacia
la vida ajena, e incluso hacia la propia, pero sólo la
guerra «santa» alumbrará al mártir asesino
o celote62,
cuyo nombre viene de prolongar al «Dios celoso»63.
Metodológicamente, esta novedad social
que incluye individuos tan agresivos como ellos, y tan pacíficos
como prometían ser los cristianos ha descubierto
una alternativa a la evidencia empírica. Los paganos nunca
pidieron a sus dioses milagros como la resurrección de
cada alma con su cuerpo, mientras esta promesa se añade
desde ahora a la oferta religiosa estándar. El fanaticus
atribuye el orden del mundo a un designio divino impenetrable
para la razón humana, pero no extiende esos límites
de la razón a sus interpretaciones del designio mismo,
y siembra con ello una crónica disputa entre garantistas
y auténticos. Su anhelo del Omnipotente es tan vivo que
pasa por alto los problemas de relación interna que plantea
pensar en un ser semejante, cuya voluntad iría haciéndose
indefectible e instantáneamente. Si esa voluntad pudiese
decretar algo incambiable tendría límites, y si
no pudiese también64.
Pero si Dios quisiera dos más dos sumarían
cinco. A principios del siglo IIIcuando esta semilla ha
tenido tiempo de fructificar ampliamente, el cristiano más
célebre y fértil del momento, un próspero
abogado como Quinto Tertuliano (155-230), explica su «creo
porque es absurdo» con gran claridad:
«Fue el miserable Aristóteles quien instruyó
a todos en la dialéctica, pero ¿qué tienen
que ver Atenas y Jerusalem? Nosotros buscamos la sencillez del
corazón, y nada deseamos fuera de la fe»65.
NOTAS
1
- La más provocativa explicación llegaría
tres milenios más tarde con Moisés y el monoteísmo
(1938), una erudita pesquisa de Freud. Moisés habría
sido un noble egipcio fiel a su Faraón, que emigró
hacia el este con otros egipcios y un grupo de esclavos judíos.
2
- Se llama a sí mismo «jefe del ejército»
(Josué 5:14), y en la oda triunfal de la profetisa
Débora que quizá sea el más antiguo
texto bíblico «su avance hace temblar la tierra
y estremece a los cielos» (Jueces 5:4).
3
- Vertido normalmente como Yahvé y Jehová. Cuando
pronunciaban su nombre los israelitas le llamaban Elohim («ser
divino») y Adonai («mi señor»). El acrónimo
YHWH aparece unas seis mil veces en la Biblia hebrea; cf. Bloom
2006, p. 133.
4
- Génesis, 17:10. Las inmolaciones obedecen siempre
al propósito de frenar un castigo, como aclara Levítico,
que es el libro bíblico centrado en la «regularidad»
y «pureza» de las inmolaciones. «El sacerdote
recibirá del pueblo dos chivos para el sacrificio por el
pecado y añadirá un carnero para el holocausto.
Tras sacrificar a un toro por su propio pecado, y verificado el
rito de expiación para sí y para su familia, sacará
a suertes cuál de los dos chivos atribuye a YHWH y cuál
al demonio del desierto» (16:5-9).
5
- Isaías 1:21.
6
- Amós 3:2. El original dice «conocer»,
en el sentido en que el esposo «conoce» a la esposa,
por ayuntamiento. Sobre el posible factor femenino en la tradición
yahvista, cf. Bloom 1995.
7
- Spinoza explica que «quien ama a Dios no puede esforzarse
en ser amado por él, pues desearía entonces que
Dios no fuese Dios» (Ética V, Prop. XIX).
8
- Deuteronomio 7: 2-7.
9
- Génesis 41:39.
10
- Proverbios 3:17.
11
- Isaías 29:14.
12
- Fenicia es otro nombre para la «tierra de Canaán»
que conquistan los caudillos israelitas arcaicos, y un territorio
donde sin duda echaron raíces antes de ser desplazados
políticamente por otros reinos.
13
- Cf. Johnson 1988, p. 86.
14
- Nehemías 4:7.
15
- Josefo, Contra Ap. 1:37.
16
- Los cinco libros llamados también Pentateuco (Génesis,
Éxodo, Levítico, Números
y Deuteronomio).
17
- Malaquías 4:4.
18
- Mateo 23:31.
19
- Lucas 11:46.
20
- Renan 1967, p. 178.
21
- Ibíd.
22
- Deutero-Isaías 42:22.
23
- Ibíd. 3:2
24
-Amós 6:1.
25
- Johnson 1988, p. 155.
26
- Digo «antiguo» porque incluye la libertad personal
de domicilio, oficio y culto, pero no la de nombrar y deponer
gobernantes, ni la de elegir el tipo de constitución política.
27
- El cilindro se conserva en el British Museum, y ha sido traducido
a todas las lenguas por Naciones Unidas.
28
- Deuteronomio, 15:12-13.
29
- Éxodo, 21:27.
30
- Ibíd., 21:20. El pasaje no precisa cuál.
31
- Como las enajenaciones derivaban de compraventas, y recobrar
un inmueble suponía devolver su contrapartida (en ganado
u otros bienes) cosa normalmente indeseable para ambas partes,
el precepto no parece haberse puesto en práctica. Cf. Fetscher
1977, p. 17.
32
- Deuteronomio 23: 20-23.
33
- Levítico 19:15-18.
34
- Deut.15: 6.
35
- Quizá del arameo maccaba (martillo»). Como Simón,
Juan y Eleazar, Judas y Jonatán eran hijos del pontífice
Matatías, que inicia la guerra contra Antioco IV degollando
a un judío prohelénico y a un funcionario real;
cf. Macabeos I, 1:23-25.
36
- En 96 a. C., por ejemplo, degüella a unos seis mil fariseos
en Jerusalem. La fuente principal y casi única
sobre el periodo asmoneo es el Libro XIII de las Antigüedades
judías de Josefo.
37
- Cf. Josefo, Las guerras judías I, 1-3.
38
- Mischná, «Sanedrín», XI, 1;
Talmud de Babilonia 82b y 83a.
39
- Gibbon 1984, vol. I, p. 339.
40
- Eclesiastés 3:16.
41
- Deuteronomio establece ya que «los sacerdotes levitas
no tendrán parte ni herencia de Israel; vivirán
alimentados por los sacrificios a YHWH y su patrimonio particular»
(18:1).
42
- Shahak 2002, p. 127. Como comprobaremos, en el siglo xvi esta
explicación defendida inicialmente por la escuela
de Salamanca (Molina, Azpilicueta, Báñez, Soto)
será la alegada para justificar que Europa deje atrás
el derecho canónico y sus restricciones a la «usura».
43
- Mommsen 1998, vol. IV, p. 558.
44
- Cf. Johnson 1988, p. 112.
45
- Cf. Rostovtzeff 1998, vol. II, p. 597.
46
- Identificándolo con el Bien platónico, Filón
concibe el Theos como libertad derramada sobre el mundo
en forma de don (járis, «gracia»), una
idea que adopta sin modificaciones san Pablo. Lutero opondrá
esa gracia a la venta papal de indulgencias, y Calvino acabará
reinterpretándola como fundamento de la predestinación.
47
- Su descripción se contiene en dos opúsculos: Cualquier
hombre bueno es libre y Defensa de los judíos.
48
- Cf. Rostovtzeff 1998, vol. II, p. 596-600.
49
- Levítico I, 3:5.
50
-Aquella ofrenda legendaria supuso «veinte mil bueyes y
ciento veinte mil cabras», o al menos eso afirma Reyes
I, 8:63.
51
- Marco Agripa, por ejemplo, el gran general de Augusto que
es también un buen amigo de Herodes ofrece el año
15 una piadosa ekatombé (100 reses).
52
- Cf. Johnson 1988, p. 117.
53
- Isaías 45:1.
54
- Cohn 1995, p. 221.
55
- Ibíd., p. 231.
56
- El Libro de Daniel, por ejemplo, rechazado por el judaísmo
y capital para la secta de Juan Bautista y Jesús, alega
haber sido redactado en 600 a. C. aunque no sea anterior a 170
a. C. Un desfase parejo se observa en los capítulos 40-66
de Isaías (conocidos como Deutero-Isaías), que anticipan
una destrucción de Babilonia ya pretérita. La profecía
a posteriori informa también Enoch I y el Libro
de los jubileos, precedentes directos del Apocalipsis neotestamentario.
57
- Apocalipsis 20:3.
58
- En la Grecia arcaica, por ejemplo, los chivos expiatorios se
llamaban pharmakoi («remedios») y eran personas sacrificadas
con ocasión de alguna plaga u otra calamidad, a fin de
que absorbiesen ese mal como una esponja absorbe los restos de
una mesa; para un análisis más amplio, cf. Escohotado
1998, p. 44-46.
59
- Tácito supone que «odian a la Humanidad»
(Anales XV, 44).
60
- Harnack 1959, p. 32.
61
- Tácito, Anales XV, 44.
62
- El primero será el arcaico Fíneas, que asesina
a un compatriota y a una mujer moabita por violar la endogamia
mosaica, exhibiendo según YHWH «mi misma ira celosa»
(Números 25:11).
63
- «Yo YHWH, tu Dios, soy un fuego devorador, un Dios celoso»
(Deuteronomio 4: 24). «Soy un Dios celoso, que castiga
las faltas de los padres en sus hijos, nietos y biznietos»
(Éxodo 20: 5).
64
- «¿Podría este ser omnipotente realizar algo
inmune a su posterior interferencia? Si no pudiese variar esa
obra dejaría de ser omnipotente, pero también dejaría
de serlo si pudiese»; Mises 1995, p. 84.
65
- De praescrip. 7, 1. Hijo de un centurión, Tertuliano
se convirtió al catolicismo en la cincuentena, diciendo
que «los cristianos se hacen, no nacen» (Apologeticum,
XIII). Militó nueve años en la secta católica,
pasó luego a la de Montano y acabó fundando una
propia. A partir de él la antigua capital cartaginesa como
resarciéndose intelectualmente de haber sido demolida por
los romanos, pasa a ser el centro de la dogmática
cristiana con una línea directa que lleva desde él
a san Cipriano y luego a san Agustín, obispos sucesivos
de la diócesis.
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