LOS ENEMIGOS DEL COMERCIO

De cómo la propiedad privada
no fue discutida en Grecia y en Roma

 


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Democracia y demagogia

«Ser humilde en una democracia es tan preferible a ser opulento en una tiranía como ser libre a ser esclavo.»

Demócrito, frag. 251.

Si buscamos ejemplos precoces de masas revolucionarias, lucha de clases, guerras civiles, tribunos populistas y expropiación del rico no será de provecho explorar la historia de China, India o Egipto, donde situaciones de miseria aguda se prolongaron durante siglos y milenios sin alterar la forma de gobierno. El ejemplo más antiguo y rico en pormenores es Grecia a principios del VII a. C., cuando la comarca de Atenas es devastada por tales violencias que los adversarios deciden cortar el bucle de venganzas sometiéndose a un arbitraje. El laudo de ese árbitro, Solón1, será un conjunto de leyes que no suprime del todo la desigualdad de derechos, aunque prepara dicho cambio al desligar la cuna del mérito, alentando directa e indirectamente al laborioso. Su principio es «reunir la fuerza y la justicia»2.

Las primeras democracias aparecen un siglo más tarde, cuando ciertas comarcas han llegado a tener una clase media rural y urbana comparable o superior en número a la suma de nobles y parias, y entregan el gobierno a un pueblo (demos) cuyos criterios se forman por mayoría simple. La consecuencia es una «esfera sin gobernantes ni gobernados»3, protegida del despotismo por instituciones como el sufragio, el sorteo, la separación de poderes y la libertad de expresión. Persia, la superpotencia del momento, comprobará que esos pioneros del autogobierno pueden pagarse de sus bolsillos el equipo del infante acorazado («hoplita») y derrotar de modo inapelable a las masas enviadas contra ellos. Nada resiste a su nuevo espíritu:

«Yocasta: ¿Qué es estar privado de patria? ¿Una desgracia grande?
Polinices: La mayor, que supera las palabras.
Yocasta: ¿Qué se hace insoportable para los desterrados?
Polinices: Algo de importancia suma, no tener libertad de palabra.
Yocasta: Propio de esclavos es no decir lo que se piensa»4.

I. Religión y orden social

El tamaño de las polis o ciudades-estado permitía asumir sin delegación el gobierno de cada una, imponiendo de paso a cada ciudadano comparecencias asiduas en asambleas, comités y tribunales. Carga honorable por excelencia, esta participación educaba en el bien común al tiempo que promovía un individualismo ético y cognitivo. En un primer momento semejante independencia de criterio parece arrogancia y desprecio por la costumbre, e insta juicios por «impiedad» a varios filósofos. Sin embargo, el más indomable —Sócrates— cambia las cosas al acatar una condena que pudo rehuir en todo momento, dejando como lección que el espíritu individual no es un enemigo de la democracia sino más bien su garantía.

Reconocida la libertad de pensamiento y expresión, el nuevo régimen planteaba cuestiones de largo alcance sobre el derecho de propiedad. Quienes fundaron la polis ateniense difícilmente se habrían sometido a la igualdad de voto si eso hubiese llevado consigo otorgar poderes de requisa a la mitad más uno. En caso de que la situación empeorase, en vez de mejorar o mantenerse estable ¿no podría verse llevada esa mitad más uno a intentar vivir de una requisa efectuada a costa de otros conciudadanos? Precisamente esto acabaría sucediendo, y unas repúblicas que nacieron al desterrar el privilegio hereditario iban a desaparecer «desgarradas por luchas interminables e irreconciliables, presididas por facciones que se vengan unas de otras con masacres, destierros, confiscación de bienes y redistribución de tierras»5. Crónica y ya estéril —incapaz de conquistar una vida mejor— la guerra civil precipita la absorción de Grecia por Macedonia, y algo después por Roma.

Pero el detalle del proceso es mucho más instructivo que su simple resultado.

1. Los estamentos antiguos. La antigua religión griega6 veneraba simultáneamente el fuego —una potencia cósmica e impersonal— y lo privado de un linaje, encargándose sus ritos a un ministro civil (eupátrida en griego, pater en latín) que administraba cierto patrimonio de cosas y personas como señor, juez y sacerdote. Debía tener generaciones de antepasados y custodiar sus restos bajo un altar (domus), cuidándose de que siempre contuviera las debidas ofrendas a los muertos y una llama o al menos brasas vivas, pues en otro caso su dominium no estaría protegido por los espíritus o deidades privadas7. Su patrono material inmediato era el dios Término (Terminus), manifiesto en forma de mojones que no podían rozarse siquiera sin arriesgar pena de muerte, y su patrona Tijé —Fortuna en latín—, deidad de lo azaroso.

Sin misterios ni promesas metafísicas, lo esencial de esta religión es que consagra la dignidad e inviolabilidad de cada hogar. Con todo, en la Grecia arcaica el culto a los antepasados estaba unido de modo no menos esencial con el orden político, pues las magistraturas públicas se reservaban a quienes tuviesen altar doméstico, y eso excluía a dos grupos. La clientela, el primero, llevaba tiempo inmemorial combatiendo junto a sus patricios, trabajaba en algunas fases del año las tierras de éstos y se hacía con ello acreedora a su protección ante terceros. La plebe, el segundo, agrupaba a personas sin arraigo (ignobilia o «desconocidas») surgidas en torno a la vida urbana, aunque inicialmente no sólo careciesen de tierra propia sino de derecho a penetrar en los perímetros urbanos propiamente dichos, como la Acrópolis ateniense o el Palatino romano.

El cuarto grupo de población lo formaban esclavos, obtenidos merced a guerras e incursiones de saqueo y también como consecuencia de deudas, pues el derecho castigaba así el impago, e incluso permitía al deudor eximirse vendiendo como tales a hijas e hijos. A veces la deuda era de otra naturaleza, como el crédito solicitado para pagar la contribución territorial, un supuesto importante en la Roma antigua porque creó una especie de esclavo a plazo, cuya deuda le vinculaba (a él y a sus descendientes) mientras no se saldara8. Algo análogo ocurre en el Ática, comarca de Atenas, debido al endeudamiento de clientes menos laboriosos, con peores tierras o castigados por alguna otra circunstancia.

2. El salto al civismo. Entre los antecedentes indirectos de la revolución democrática está una diversificación en el seno del poder político, que reduce la potestad del rey al pontificado religioso y confía a otros individuos la jurisdiccional y militar. Coetáneos a ese cambio son recortes en el privilegio de primogenitura, que dividen la propiedad en fundos progresivamente pequeños e incapaces de sustentar al granjero y su familia sin mejoras en el rendimiento. Por su parte, dichas mejoras pendían de que viticultores, olivareros y alfareros se emancipasen de la cuota pagada al eupátrida, y empezaran a exportar. Antes de inaugurarse el siglo vii una combinación de pudor y amnesia omite las atrocidades ligadas al conflicto interno, pero los ecos resuenan en el primer poeta trágico:

«Zeus ha abierto el camino al conocimiento de los mortales mediante esta ley: por el dolor a la sabiduría. En lugar del sueño brota del corazón la pena que recuerda la culpa […] Los dioses gobiernan con violencia desde su santo trono»9.

El tránsito de la oligarquía al sistema democrático se articula sobre «lisonjeadores del pueblo»10, que son tyrannoi por acceder al gobierno con golpes de Estado. Esto les hace formalmente odiosos, aunque asumen una movilización popular —la «demagogia»11— que en el orden político equivale a la empresa del poeta y el filósofo en los suyos12. Enemigos de la nobleza establecida a la vez que mecenas de las artes y las letras, su égida coincide en la práctica con el paso de una agricultura centrada en la autosuficiencia a un tejido económico apoyado sobre comercio exterior e industria. En el siglo VI a. C. son una especie de gobierno multinacional sostenido por matrimonios y otras alianzas, que al conectar las ciudades más activas —Agrigento, Siracusa, Mitilene, Samos, Éfeso, Mileto, Corinto, Atenas— consolida el marco físico de la civilización helénica. Para entonces se ha difundido ya la obra de Homero y Hesíodo, y con ella una religión cuyos mitos presentan la Naturaleza (physis) como obra de arte.

Aunque los tiranos intentan perpetuarse a través de hijos y parientes, ninguno logra prolongar su égida durante más de dos generaciones, y su caída precipita nuevas luchas civiles entre la nobleza y el resto que ahora resultan amortiguadas por el brote de prosperidad. Los primeros demagogoi no son aliados del populacho sino eupátridas como el ateniense Clístenes, que aliando un sector de su propio estamento con clase media rural y urbana consuma en 508 a. C. la isonomía o principio de la misma norma, hoy llamado igualdad ante la ley. Su contemporáneo Esquilo saluda la decisión, haciendo votos para que «jamás rija en Atenas la discordia civil, siempre insaciable de desgracias»13.

Poco después de transformar sus castas en clases14 las polis desbaratan dos oleadas de invasión persa, tras de lo cual se lanzan a sanear y embellecer sus perímetros. Cuatro décadas de febril actividad, por ejemplo, toma reconstruir la Acrópolis ateniense con templos y dependencias que superan al menos en un tercio a los mayores construidos por egipcios, babilonios y persas. Algunos de los emporios más recientes encargan sus constituciones a sabios, como ocurre en Elea con Parménides, y hacia 400 a. C. prácticamente todos los hombres atenienses saben leer y escribir15, aunque la educación nunca recibió fondos públicos. Hay centenares de escribas profesionales dedicados a transcribir distintos textos, y constituye un estímulo indirecto que las decisiones de la Asamblea, el Consejo y los tribunales se publiquen siempre, fijándose en plazas y calles. De alguna manera, el derecho de todos a estar informados instó un grado de alfabetización que Europa sólo conseguiría en el siglo XX.

También sucede que haber abolido la desigualdad jurídica subraya más aún lo imprescindible de competir:

«El día en que el hombre se liberó de los lazos de la clientela vio brotar ante sí las necesidades y dificultades de la existencia. La vida se hizo más independiente pero también más laboriosa y sujeta a mayores accidentes; cada cual tuvo en adelante el cuidado de su bienestar, cada cual su goce propio y su misión específica. Uno se enriquecía con su actividad y su buena suerte, otro quedó pobre»16.

II. El estatuto del trabajo y el comercio

«En los primeros tiempos de Grecia, como repite Hesíodo, ‹trabajar no era infamante›, el comercio no delataba inferioridad social y la vocación de mercader resultaba honorable»17. Básicamente mesocráticas, muchas polis refutaban el tópico ancestral de que otium y negotium son cosas opuestas, sinónimo de dignidad y vileza respectivamente. El banquero-cambista (trapézitas) era allí un empresario dinámico, y ya antes de la primera guerra con Persia hay en Corinto y Atenas financieros famosos, capaces de montar fábricas de armamento tanto como de equilibrar provisionalmente déficits en el presupuesto de su polis. La prosperidad inicial de las democracias se manifiesta en una variedad insólita de actividades económicas18 y en la propia falta de normas sobre interés del dinero, que es en la práctica inferior al vigente en otros territorios19. Su campo de negocios cubre un área muy vasta, que por el este llega a la orilla más lejana del Mar Negro, por el oeste a Marsella y Ampurias y por el sur a Egipto y Libia. Como no alimentan ambiciones de expansión territorial, han ido fundando colonias costeras para comerciar con pueblos tan variopintos.

Antes de acabar el siglo V la mesocracia fundante dibuja una figura menos compacta y más desarrollada hacia sus extremos. Las clases medias rurales y urbanas han invertido masivamente en esclavos, y las buenas familias tienen talleres para tejedores, albañiles, ebanistas o armeros, a quienes en otro caso forman para explotar su trabajo como médicos, arquitectos, constructores navales, pedagogos, agentes comerciales, artistas, rameras y hasta funcionarios públicos subalternos. Los esclavos copan de tal manera la vida profesional que va dejando de ser decoroso cultivarla, y se entiende que la inversión óptima es comprar trabajo gratuito para siempre, con «herramientas vivas» cuya integridad se encomienda al interés de cada dueño, como dice Aristóteles. También es cierto que formaban parte de la familia en sentido amplio; abundan casos de esclavos que conseguían comprar su libertad, e incluso tan bien avenidos con los amos que vivieron prósperamente sin necesidad de emanciparse.

Un país democrático no llega a creerse del todo que otro ser humano sea un bártulo, y el genio artístico y científico de los griegos tuvo su equivalencia en una actitud menos inhumana de lo tradicional. Pero la desvinculación entre esfuerzo y premio convierte al esclavo en el trabajador menos estimulado, y permanecer en una esfera extramonetaria impide que esa masa de productores gaste dinero y opere como multiplicador de la renta, acosando de paso a todos cuantos han de ganarse profesionalmente la vida. Cuanta más proporción del trabajo se encargue al siervo menos cantidad y calidad habrá de empleo remunerado, cosa percibida por Solón con nitidez: «Para socorrer a la polis lo único útil es estimular y dignificar el trabajo del hombre libre»20.

Por otra parte, gracias al esclavo los ciudadanos pueden desempeñar sin delegación todas las funciones legislativas, ejecutivas y judiciales de cada Ciudad-Estado. Dos siglos después, cuando Grecia ha sido anexionada por Macedonia, ni siquiera un demócrata como Aristóteles recuerda que «esclavitud e igualdad [jurídica] son incompatibles»21. Su Política compara una economía sin esclavos con un telar sin tejedor, abundando en un desdén por el comerciante y otros empresarios que contradice de modo expreso a Hesíodo y Solón, por no decir que a toda la tradición ateniense.

La clase media alta a la que él pertenece bien puede haber olvidado sus orígenes, aunque tampoco los tiene presentes la clase media humilde y el jornalero. Lo crucial es que la parte del demos más perjudicada por esa delegación del trabajo en subhumanos baraja cualquier reforma salvo la abolicionista. El nivel de salarios lo fijan, pues, quienes sólo perciben una retribución para dársela a su dueño, cosa catastrófica para el hombre libre que no se percibe como tal debido al acuerdo unánime de opulentos y humildes: no hay vida socialmente decorosa y personalmente cómoda sin disponer de «herramientas vivas», cuantas más mejor.

El juego de oferta y demanda fijaba el precio de dicho útil (doulos en griego, mancipium en latín), que nunca fue barato y venía a costar —en función de sus cualidades personales— el equivalente actual de automóviles más o menos lujosos. En Atenas o Corinto, como luego en Roma y Bizancio, edad y salud sólo eran las variables decisivas si carecía de formación. Desde la Guerra del Peloponeso (431-404 a. C.) hasta el marasmo económico de la alta Edad Media europea, cuando la falta de liquidez imponga pasar del subhumano mantenido al siervo automantenido, puede considerarse estable la escala proporcional de valor que fija Justiniano en el siglo vi. Esto es: veinte monedas de oro el no especializado, treinta el que conozca algún oficio, cincuenta el que sepa leer y escribir, sesenta el que pueda emplearse como médico y setenta o más quien conozca los usos mercantiles22.

1. Realimentando la discordia. Que el hombre libre humilde pierda capacidad para abrirse camino profesionalmente excita una divergencia entre forma y contenido de su participación política. La forma es el servicio público desinteresado, y el contenido la tentación de «poner en venta el parecer a causa de su pobreza»23 (dando el voto a quien mejor lo pague entre facciones políticas y otras partes litigantes). Como la Administración implica cargos —en Atenas la Asamblea reunía periódicamente a más de cinco mil legisladores, el Consejo a quinientos, los tribunales populares a varios cientos—, el humilde se presenta a cualquier elección o sorteo no sólo para poder patrimonializar su voto, sino porque las polis prósperas compensan con dietas el desempeño de deberes cívicos24. Jueces ahora, diputados luego y concejales más tarde, su aspiración más o menos consciente es una clase política, que indigna a los patricios como entrega del Estado al menos apto e independiente.

Platón, por ejemplo, piensa que «queriendo evitar la servidumbre el pueblo acaba por tener como amos a los siervos»25. Su coetáneo Jenofonte lamenta la existencia de un demos mayoritariamente ocioso y seducido por tribunos insensatos, que «pide recibir dinero por cantar, correr y danzar»26, mientras una literatura más amplia se dedica a mostrar que las «gentes de calidad» nada tienen que ver con las «gentes ligeras de juicio» 27. Se ha perdido, aunque probablemente existió, una defensa del mismo criterio cambiando a los mejores por los peores, y viceversa. En cualquier caso, la comarca de Atenas tiene en su periodo de esplendor algo más de quince esclavos por cada varón adulto con estatus de ciudadano. Los registros hablan de unas 150.000personas libres —que incluyen ancianos, niños, adolescentes, sexo femenino, libertos y extranjeros (metecos)— para unas 365.000 no-libres28.

Quebrantada por sus discordias, la Liga pro-ateniense de ciudades sucumbe ante la pro-espartana en 404 a. C., una derrota que entre otros efectos tiene el de suspender —por pura y simple quiebra— la remuneración del cargo público. Aunque Atenas alcanzó su esplendor practicando el comercio a gran escala, el magnate Cleón —sucesor de Pericles en el partido demócrata— sugiere empezar a vivir de la guerra, como los espartanos, saqueando a vecinos débiles. La política de incautación y subvención puede ser pan para hoy y hambre para mañana, pero ese planteamiento es absurdo para quien se acuesta con hambre. La concordia presupone cierto grado de prosperidad, finalmente concretado en ingresos individuales, y las instituciones democráticas pierden sentido o se desvirtúan cuando la renta retrocede.

Sirva como barómetro el llamado ostracismo, que a principios del siglo VI a. C. castigaba con destierro y confiscación de bienes al reo de conspirar contra la paz pública, y a principios del IV a. C. es un protocolo rutinario para cazar patrimonios. Evitarlo impone sobornar a facciones de la Asamblea, y casi todos los amenazados por perspectivas de requisa han ingresado ya en clubs donde sólo se entra jurando «ser siempre enemigo del pueblo, y hacerle todo el mal posible»29. Demagogos como Teatégenes se limitaron a matar el ganado de los nobles, y émulos actuales como Malpágoras dividen a los ricos en dos grupos, uno de los cuales será sometido a ostracismo y el otro ejecutado in situ.

La facción aristocrática no es en modo alguno menos feroz, y cuando Esparta logre imponer en Atenas a los Treinta Tiranos «su privado lucro les lleva a matar en ocho meses casi tantos ciudadanos como diez años de hostilidades militares»30. Unos y otros «arrastran a la guerra más vergonzosa, dura e impía: la guerra entre nosotros mismos»31.

III. Expropiadores, colectivistas y moderados

Vale la pena recordar que para entonces la nobleza de sangre es un estamento prácticamente arruinado. Los nuevos ricos descienden de familias clientelares y plebeyas, cuando no de libertos, y saquear a ese grupo con requisas promueve una fuga indiscriminada de capital instalado y humano. El demos ya no está combatiendo el privilegio sino intentando que los «notables» o «principales» de cada lugar y momento sufraguen al hombre libre empobrecido, y desde Tucídides (ca. 460-390 a. C.) algunos demócratas se desmarcan del populismo. Será imposible conservar el Estado como institución encaminada al progreso moral y material de los individuos si sus líderes no van encontrando caminos alternativos a la imprevisión, que disfrazados de filantropía abren camino a regímenes dictatoriales. Pero lo cierto es que ese proceso ocurre con sangrienta monotonía32.

Aristóteles (384-322 a. C.), macedonio por nacimiento y heleno por vocación, piensa que la democracia es a fin de cuentas el régimen político menos lamentable para los gobernados —si se compara con la monarquía y la oligarquía—, pero pide algo tan infrecuente como que esté regida por aristócratas del conocimiento y la virtud. Insiste en las fronteras que deben separar cada Constitución del arbitrio momentáneo de alguna mayoría, y denuncia que con su simplismo «la demagogia ha llegado al extremo de decir que el pueblo es señor incluso de las leyes»33. Siglo y medio después ese criterio sigue alimentando guerras civiles, como atestigua en detalle Polibio (200-122 a. C.). Lo insuperablemente atroz ha ocurrido bastante antes de Aristóteles en Mileto, tierra natal de la filosofía:

«Al principio vencieron los pobres y obligaron a los ricos a huir de la ciudad, pero en seguida sintieron no haberlos degollado, y cogiendo a sus hijos los trasladaron a granjas para que los bueyes los triturasen bajo sus patas. Los ricos penetraron muy poco después en la ciudad, haciéndose dueños de ella, y a su vez cogieron a los hijos de los pobres, les untaron de pez y les prendieron fuego»34.

1. Comunismo aristocrático. El fratricidio cobra renovadas fuerzas desde el triunfo de la Liga pro-espartana, y a ese momento de humillación para Atenas corresponde la República perfecta de Platón (427-347 a. C.), que es también el primer sistema totalitario o de «unidad absoluta». La polis sería «un hombre sencillamente más grande», que puede cambiar de costumbres como un individuo de conducta, y la reforma debe dirigirse a extirpar lo «innecesario» para volver a la convivencia sencilla, sana y feliz de la sociedad predemocrática. Es preciso que «el territorio antes capaz de alimentar a sus habitantes no se torne exiguo»35, cosa imposible sin antes reprimir artificios ligados a la «inflación» de empresarios, artistas y artesanos.

Tan lamentable como lo superfluo es cualquier deseo gobernado por pasiones excluyentes, cuyas ansias de posesividad han cristalizado en instituciones como la propiedad privada, el matrimonio y la custodia incompartida de una prole. El Estado ideal sólo consentirá esas debilidades al estamento encargado de producir, cuya alma está unida al vientre y al bajo vientre, aunque a cambio de ser tolerado no tendrá voto y ni siquiera voz en la polis. Gobierno y administración se entregan a los más valientes y capaces como guerreros, que tras educarse en un bien y una belleza «limpios de toda mezcla» pasan del egoísmo a la abnegación36. A ese estrato corresponde que «sus mujeres sean comunes a todos los hombres y ninguna pueda cohabitar privadamente con alguno, siendo sus hijos también comunes»37, dentro de un programa orientado a purificar la raza38. El compromiso de los «guardianes» y su elite filosófica con la justicia supone ponerles a cubierto también de opulencia e indigencia, pues

«la riqueza provoca sensualismo, holganza y avidez de novedades, mientras la pobreza provoca sentimientos serviles y bajo rendimiento en el trabajo»39.

Entendemos que la patrística cristiana llamara «san Platón» a quien empieza y termina su obra política insistiendo en premios y castigos de ultratumba para el puro y el concupiscente40. Nadie ha contribuido en medida pareja a escindir los intereses del alma y el cuerpo, con un desgarramiento entre allá y acá que vertebrará el misticismo cristiano41, y dos directrices que la Iglesia convierte desde el siglo IV en doctrina y práctica respectivamente: 1) Las falsas necesidades parten del comercio como fuente última; 2) Es imprescindible una censura de la imaginación y el pensamiento42.

Contrapuesta a la igualdad absoluta, piensa Platón, la igualdad meramente jurídica de las democracias siembra indulgencia y desprecio por la autoridad, con un predominio de «apetitos licenciosos» que termina de corromper la avaricia consustancial a los regímenes oligárquicos. Es especialmente grave que el demócrata haya olvidado los valores de la vieja nobleza, dejándose llevar por «amor a la innovación»43 y confianza en «la suerte»44. Las Leyes, el último y más extenso de sus diálogos, presenta la disposición militar como cura permanente para el individualismo:

«Lo fundamental es que jamás nadie, hombre o mujer, tanto en la paz como en guerra, de un solo paso que no esté mandado y viva siempre mirando y siguiendo al jefe […] En una palabra, debemos entrenar al alma para que ni siquiera considere la posibilidad de actuar como un individuo o saber cómo se hace eso»45.

Platón intentó implantar su politeia en Siracusa, apoyado por un tirano que le retiró algo después su favor e incluso lo vendió como esclavo46. Medio siglo más joven, Aristóteles le venera personalmente47 pero no osa proponer nada semejante a una sociedad perfecta. A su juicio, los ciudadanos ni deberían aceptar cargos públicos vitalicios ni admitir que la mayoría quede excluida del voto, simplemente porque ser falibles corresponde poco más o menos a todos nosotros. La libertad individual le parece, pues, deseable e inevitable al tiempo. Que su maestro lo pasase por alto le parece el resultado de concebir la polis como una voluntad singular, cuando es más bien una «multitud» de «diversos»48. De ahí una incoherencia básica en el programa ascético-comunista:

«Pues allí la hacienda sería de todos y en particular de ninguno. Pero al decir todos hay engaño y razón sofística, porque el vocablo dice lo uno y lo otro, lo igual y lo desigual […] Resulta como afirmar que de una manera es bueno, aunque imposible, y que de otra manera es cosa ajena a todo buen entendimiento y a toda concordia»49.

Aristóteles considera sensato tener algunas cosas comunes, no todas. La exclusividad erótica, familiar y patrimonial preserva el sentimiento magnánimo, por ejemplo50, y nada tan urgente y fundamental en política como evitar cegueras populistas, aunque vengan del partido oligárquico. El resto del párrafo completa su idea sobre el asunto:

«La legislación que criticamos podrá parecer atractiva y filantrópica, porque quien la escucha cree que de esta manera existirá entre todos una maravillosa convivencia, especialmente si se corrigen los males que aún existen en la ciudad, como los litigios y la adulación al rico.

Con todo, ninguna cosa sucede por no existir comunismo, sino por las malas y perversas costumbres de los hombres. Los que poseen las cosas comúnmente y las comparten entre sí tienen más contiendas que los que tienen repartidas sus haciendas. [...] Y no solamente digamos de cuántos males carecerán los que posean en común, sino también de cuántos bienes gozan los propietarios ahora.

Parece, por tanto, que es del todo imposible el pasar la vida de esta suerte […] La polis conviene que sea una en cierta manera, pero no absolutamente una»51.

IV. Dos conceptos para la democracia

Acusada de preferir la belleza al bien y afecta a un brillo que no soporta envejecer52, Atenas entregó su reforma política a Solón (630-560 a. C.), un eupátrida que alternaba la poesía y los negocios antes de ser magistrado supremo en 594. Sugirió nuevas ocupaciones, fomentó la exportación de los productos óptimos (aceite de oliva y cerámica) y aprovechó unas pequeñas minas de oro y plata del Ática para lanzarse a acuñar moneda. Ya lo había hecho a pequeña escala un reino vecino —Lidia—, y el producto fue bienvenido en un área acostumbrada a medios de trueque que eran incómodos o inexactos por peso y medida, abriendo de paso la puerta a relaciones comerciales con Persia, Egipto y otros reinos.

La guerra civil partía de que el patricio monopolizase las mejores tierras y el gobierno, manteniendo al resto de la población en la alternativa de trabajar para él o granjearse esclavitud por impago de créditos. Solón hace frente a esto llamándolo «mal público», prohibiendo todo préstamo garantizado por la persona del prestatario y sentando un hito en la historia del derecho como es abolir la esclavitud derivada de empréstitos. Por lo demás, mantiene el resto de las deudas y sus intereses, cancelando sólo el sexto del producto que el cliente debía tradicionalmente al noble. No quiso atender a la insistente petición de redistribuir la tierra, pues bastaría suprimir privilegios para que fuese «plantada toda».

«Otorgué al pueblo llano el poder suficiente,
Sin privarle de dignidad ni cederle en demasía,
Y me esforcé en que hasta los muy ricos no sufriesen daño.
Me mantuve con un escudo poderoso frente a ambas clases,
Y no toleré que ninguna prevaleciese injustamente»53.

Que el peso de la cuna fuese equilibrado por la prudencia y otros méritos le llevó a repartir la ciudadanía en cuatro niveles de ingreso54, para lo cual creó un Consejo de Cuatrocientos (con cien diputados por cada nivel) a quien incumbiría preparar las decisiones propuestas a la Asamblea. Atenas seguía siendo una oligarquía —ya que las magistraturas superiores estaban reservadas a los dos niveles más altos de renta—, aunque se había consumado un recorte de privilegios que estimuló al emprendedor y redujo los peores focos de miseria. Para preparar la democracia futura fue crucial que a partir de su reforma los niveles inferiores de renta obtuviesen acceso a los tribunales como jurados. La nobleza se enfureció con Solón, entendiendo que había sido traicionada por uno de los suyos, y los humildes se sintieron muy decepcionados por el moderantismo, pero todos acordaron que las nuevas leyes debían seguir vigentes al menos un siglo.

Este sabio (sophós) será sucedido por el tirano Pisístrato (600-528), un ferviente admirador suyo, que accede al poder con intimidación aunque mantiene buena parte de sus instituciones, promoviendo enérgicamente la prosperidad55. Odiado por usurpador y respetado como persona, cuando desapareció los ciudadanos recordarían aquellos años como la era de Cronos, una edad de oro56. Sólo entonces empezaron a preponderar en el Ática las clases medias, mientras el Pireo pasaba a ser el puerto más activo del Mediterráneo. A la exportación de vino, aceite y equipo militar de calidad se sumó desde el principio una industria de vasos pintados, cuya maestría en el diseño impuso reconocer el genio helénico. Poco después, en 507, el hijo de Pisístrato es expulsado y llega con Clístenes el Consejo de los Quinientos, una institución impecablemente democrática que concede el derecho de voto a todos los niveles de renta.

1. La singularidad ateniense. A Pisístrato se debe importar papiro egipcio para poner por escrito los poemas homéricos y venderlos, una iniciativa que redondeó instituyendo certámenes de poesía y teatro, de los cuales surgirían el drama y la comedia como géneros. Esta industria editorial no dejó de crecer y dar frutos, sosteniendo una acumulación de formas expresivas, técnicas y conocimientos que en pocas generaciones regala al mundo la enormidad de un arte científico y una ciencia artística. Comparado con su estatuaria todo lo previo parece un balbuceo infantil, pero lo mismo se observa en otros campos. Con las pequeñas polis democrático-comerciales llega sencillamente lo real como concepto, dentro de una constelación que no sólo inventa la filosofía, la lógica y la matemática, sino la primera medicina desprovista de ensalmos y chivos expiatorios.

Ya en tiempos de Clístenes, la democracia ateniense tropieza con un contingente espartano que acude para apoyar a los partidarios del régimen oligárquico; y, si prescindimos del desgaste interno derivado de la discordia, tanto Atenas como las demás polis democráticas deberían su ocaso tan solo a este tenaz adversario, que al frente de otras oligarquías griegas acaba ganando la Guerra del Peloponeso (431-404 a. C.). Tribus de un mismo tronco57, la sociedad militar espartana exige pleitesía de una sociedad comercial como la ateniense, alegando que no ha conocido tirano. Por lo demás, Atenas vive de su ingenio y Esparta de esclavizar a un país siete veces más poblado que ella, Mesenia.

Un revés para el militarismo es que sean los atenienses —y un pequeño contingente de Platea— quienes aborten la primera invasión persa con la victoria de Maratón (490). Esos comerciantes y profesionales verán saqueada sus polis con ocasión de la Segunda Guerra Médica, pero pocos días después va a ser la flota ateniense quien derrote decisivamente al invasor en Salamina (480). Como consecuencia de ello buena parte de las polis continentales y las de Asia Menor deciden que sea ella, no Esparta, quien reciba un estipendio anual para protegerlas del Imperio iranio. Dicha renta, sumada al desarrollo de sus recursos propios, hace que con Pericles (495-429), almirante y campeón del partido democratikós, Atenas esté a la cabeza de un imperio mercantil sólo comparable al que establecerá Cartago algunas generaciones después, con almacenes y talleres distribuidos desde Odessa a Cádiz. La nación castrense deberá esperar algo más de cien años para vengarse de su rival comercial.

La victoria sobre Jerjes coincide en Atenas con un programa de reconstrucción y obras públicas de dimensiones colosales, que nunca pierde de vista su utilidad para evitar el paro. De ahí que todas esas actividades se reserven a hombres libres, cosa sin precedente en la Antigüedad. La ciudad atraía por entonces no sólo a hombres de negocios, vecinos y curiosos sino a un millar largo de peregrinos —entre los cuales no faltaban reyes y otros notables— llegados de todo el mundo para iniciarse cada otoño en Eleusis. Esos Misterios demostraban, según Pericles, que la llanura ateniense era el origen del cereal granado y por eso mismo de la civilización. Cuando estallen las hostilidades con Esparta, en 431, el discurso del demócrata combina descripción y análisis:

«Hemos convertido nuestra ciudad en la más autogobernada [...] pues nuestra constitución no depende de unos pocos sino de los más. A todo el mundo asiste, de acuerdo con nuestras leyes, la igualdad de derechos [...] Gobernamos liberalmente lo relativo a la comunidad, y ni sentimos envidia del vecino si hace algo por gusto ni añadimos molestias nuevas [...] Nos hemos procurado frecuentes descansos para el espíritu, sirviéndonos de certámenes y festividades, y de decorosas casas particulares cuyo disfrute diario aleja las penas [...] En efecto, amamos la belleza con economía, y usamos la prosperidad más como ocasión de obrar que como jactancia. […] Arraigada está entre nosotros la preocupación por los asuntos privados y también por los públicos. Somos los únicos en considerar que quien no participa de estas cosas es no sólo un confiado (idiotés) sino un inútil».58

Atenas asume el compromiso de enseñar a otros pueblos lo que ella misma ha descubierto y practica: una libertad responsable, sinónimo de autocontrol. Negocia en vez de intimidar, porque ha aprendido a producir cosas demandadas por casi todos, y tiene con ello una alternativa permanente al avasallamiento. En la cúspide del esplendor sus aliados pudieron acercarse a la condición de súbditos, pero ni siquiera entonces fantasea con otro destino que ir viviendo de intercambiar bienes y servicios59. Sus logros dependieron «del arte de poseer […] con vistas a la abundancia de aquellas cosas de las cuales se puedan sacar dineros, necesarios para pasar la vida y tan útiles para conservar la compañía así civil como militar»60.

Perder la Guerra del Peloponeso cambia todo menos la Constitución ateniense. Sus leyes siguen prefiriendo la democracia a la oligarquía, pero frenan el populismo con una ley de 401 que prohíbe someter a la Asamblea propuestas demagógicas, norma imitada a continuación por la Confederación Corintia y Creta. Décadas después de la derrota, cuando la comarca está sumida en una aguda recesión, su censo de varones libres —unos quince mil— revela que sólo un tercio carece de parcela agrícola y casa propia61.

2. La singularidad espartana. Cuenta Plutarco en su Vida de Licurgo que este legislador dividió Esparta en lotes idénticos, prohibiendo su enajenación para asegurar la igualdad62, aunque en tiempos no legendarios la mayoría de la tierra estuviese en manos de veinte o treinta individuos, incomparablemente menos distribuida que en el Ática63. Una disparidad análoga entre lo ideal y lo real se observa en su estructura política, pues alardear de no haber conocido nunca la tiranía tiene algo de sorprendente considerando que nunca conoció la libertad. Su único poeta, Tirteo, que presenta al Estado como educador del ciudadano en la virtud, identifica demos con ejército y llama formación cívica a la vida cuartelera.

Que la igualdad fuese en la práctica una extrema desigualdad pudiera deberse —como sugirió Aristóteles— al hecho de que heredasen también las mujeres, aunque tanto eso como el estado de cosas en general aparece allí sumido en tinieblas impenetrables, derivadas de un gobierno que se asegura la arbitrariedad no poniendo por escrito ni siquiera las leyes. Muy pocas culturas —quizá sólo la céltica— han venerado tanto el secreto y el misterio64, y quizá ninguna despreció tan olímpicamente cualquier ocupación pacífica. Acuñada en hierro, su moneda era un dinero absurdo por inaceptable para cualquier foráneo, pero Licurgo lo impuso tratando precisamente de entorpecer un desarrollo de relaciones discrecionales, como las de tipo comercial.

Ciertos días del mes los guerreros jóvenes cazaban por deporte a los mesenios, sus teóricos anfitriones, y el programa eugenésico que llamaron oliganthropía mandaba exterminar a cualquier recién nacido débil o anormal. Separados de sus madres desde los siete años, los niños eran sujetos a una pedagogía de intemperie y hambre que les sugería hacerse «viriles» robando y engañando, cosas admirables mientras lograsen evitar la captura in fraganti. Alguno de sus dos reyes debía autorizar cualquier matrimonio, y el esposo no pasaba la noche junto a su esposa sino en el cuartel respectivo. Para yacer con ella organizaba un simulacro de asalto nocturno a su propia casa, seguido de «violación». Los varones comían siempre en común, e idéntico alimento.

Reprochaban a los atenienses ser libertinos y afeminados, si bien su vida cuartelera promovía homosexualidad encubierta y ayuda a entender que las espartanas tuviesen fama de ser las griegas más «disolutas»65. También reprochaban a los atenienses ser avaros, aunque en el Ática los clientes pagasen un sexto de su producto agrícola y en Esparta la mitad66. Despreciaban a las demás polis porque no sometían lo individual a lo colectivo, aunque el secretismo reinante en la suya ofreciese al gobierno márgenes ilimitados de fraude e hipocresía. Sin embargo, su regla de unanimidad inapelable se hizo cada vez más atractiva con la crisis económica y social de las polis democráticas, determinando que ya Platón y Jenofonte viesen en ella «una especie de revelación primigenia»67.

De entonces viene su prestigio como nación inmune al veneno individualista, que practica la unidad «total» frente a formas políticas inauténticas como la isonomía68, contraponiendo a los intereses particulares una lealtad incondicional a «lo común». Iba a ser una fidelidad algo extraña para con Grecia, pues humeaban aún las ciudades devastadas por la primera invasión persa cuando los espartanos iniciaron con gran sigilo un acercamiento al Rey de Reyes, que les proporcionaría el oro y los barcos capaces de quebrantar a la Liga ateniense, principal obstáculo opuesto a las ambiciones expansivas de ambos. Cien años más tarde pagaron ese apoyo entregando a Persia todas las polis de Asia Menor y Chipre.

La capacidad de Esparta para fascinar a todo tipo de populistas autoritarios ulteriores suele omitir el abismo entre su vida legendaria y su existencia histórica, pasando por alto evidencias como que desde el siglo vi al iv todas las masacres de demócratas en la Hélade fueron instigadas o ejecutadas por ella. Pero tampoco cambia el sentimiento admirativo disponer de informaciones sobre su actuación efectiva, pues la añoranza se centra en el totalitarismo como cura para el recién descubierto Estado de derecho. Los espartanos defendieron precozmente la posibilidad de «otro» gobierno popular, substancial en vez de formal, donde las diferencias de opinión aparejadas en potencia a libertades públicas cesan al confiarse todos a cierta voluntad nacional supremamente una. Los gustos prosaicos y cambiantes del orden civil iban a tener desde entonces una alternativa tan radical como lo sublime y estable de una mentalidad bélica, cuyo laconismo evita frivolidades abocadas de un modo u otro a la sedición.

Por lo demás, la hegemonía de Esparta sobre la Hélade iba a durar algo menos de treinta años. Una imprevista victoria militar de los tebanos decretó su irreparable decadencia, y cuando la esclavitud de Mesenia tocó a su fin los acontecimientos fueron precipitándose hasta transformarla en una especie de circo barato para el invasor romano. Ansiosos por obtener alguna moneda distinta de doblones férreos, algunos jóvenes escenificaban sus sagrados ritos ancestrales luchando unos con otros hasta mutilarse e incluso morir, mientras otros se disputaban con los perros las sobras de cada campamento legionario69. Como había observado Aristóteles un siglo antes, «teniendo guerra libraban bien y al ser señores se perdieron, porque no sabían vivir en paz»70.

La visita actual al Museo de Esparta completa la perspectiva de sus logros culturales, al depararnos una total ausencia de arte clásico. De la rudeza arcaica salta a «obras uniformes y sin inspiración de los periodos helenístico y romano»71. El genio deslumbrante de los griegos, sus consanguíneos, es un extraño que pasa de largo por todas las salas del recinto.

V. Grecia como precedente revolucionario

Hoy sabemos que sin información libre la misma catástrofe se cobra más víctimas72, y que ninguna materia prima es un activo comparable a la inventiva. Agraciados por ella en generosa medida, los hijos de Helena y Homero aunaron el hallazgo del autogobierno con un desarrollo económico sólo conseguido por los fenicios, pero dejaron rezagada a esa civilización y a todas las demás del mundo antiguo convirtiendo el sistema de castas en un orden exogámico, donde el mestizaje físico y cultural se hace tan inevitable como rutinario. Los polinizadores multiplican la fertilidad del campo permitiendo que las plantas se crucen salvando distancias, y las polis democráticas pusieron de manifiesto las ventajas de una sociedad abierta con márgenes cualitativamente superiores de creatividad.

El género humano está en deuda con quienes se lanzaron a construir una sociedad compleja cuando la riqueza se calculaba aún por medidas de grano o aceite. No menos instructivo es que su decadencia partiese de la lenta erosión unida al propio éxito, que permitió ir entregando la esfera productiva al desmotivado. Esparta y Persia agravaron ese fermento interno de crisis, pero no dejaba de ser incoherente que las primeras sociedades libres se hipotecasen al rendimiento del trabajo forzado.

1. Miseria y redención. En el siglo IV el demos ateniense ya no es una clase media mayoritaria —como en gran parte del siglo previo—, sino un pueblo castigado por el paro y la competencia servil en cada menester. Esto abona una lucha de facciones y clases articulada sobre distintas requisas, y es oportuno recordar que ningún demagogo democrático sugirió convertir esas confiscaciones selectivas en una expropiación general. Repartir el territorio en lotes iguales y no enajenables, a la manera de Licurgo, acabó produciendo el territorio más latifundista de toda Grecia, y el modelo ofrecido por Platón —que sólo desposee a los gobernantes o custodios— fue una simple excentricidad para el rico tanto como para el pobre del momento.

Tendremos ocasión de comprobar que un comunismo carismático exige al menos dos rasgos ausentes aquí: santificar la pobreza y aborrecer al comerciante, símbolo de la relación voluntaria e irreversible constituida por actos de compraventa. La civilización griega es todo menos enemiga del comercio, y el hecho de embarcarse en aventuras fratricidas no modifica que el superior en areté («virtud») merezca a su juicio más riqueza, más posición social y más autoridad política73. Contando con situaciones favorables, demagogos lúcidos y enérgicos como Pisístrato pudieron fortalecer al estamento intermedio o pueblo propiamente dicho, y en coyunturas adversas sucesores con menos margen de maniobra se verán llevados a profundizar en la desunión. Sin embargo, ni ellos ni quienes les apoyan contemplan como cosa deseable un mundo extracomercial.

Polibio insiste, por ejemplo, en que todas las guerras civiles griegas partieron de confiscarse los unos a los otros, y Plutarco aclara que incluso en los momentos de mayor discordia «todos esperaban una revolución pero no por aspirar a la igualdad, sino buscando mejoras para su facción y dominio total sobre sus adversarios»74. Aunque Plutarco venera a Platón —cuya politeia une la desposesión económica con un rechazo más genérico de la «carne»—, no pone en duda que el demos helénico está lejos de comulgar con ese norte del alma pura. Fuera del círculo órfico-pitagórico, que probablemente ha importado de Oriente su espiritualismo ascético, no sólo el vulgo sino poetas y filósofos celebran una vida dedicada a refinar el ocio con placer sensual e intelectual. Será difícil encontrar una cultura más ajena a ideales de renuncia y auto-mortificación.

En una arqueología del comunismo como sentimiento y proyecto político Grecia sólo aporta la lucha de clases, un subproducto de cancelar el sistema de castas. Prefigurando el camino que seguirán Atenas y otras polis, Solón insistía en no disociar ocio y negocio. En su tiempo no era contradictorio honrar el trabajo del hombre libre, y es precisamente eso lo que irá haciéndose inviable por caminos tan indirectos como seguros. Por una parte, Grecia descubre una movilidad que dinamita los destinos prefijados, oponiendo a la sociedad cerrada una importación en masa de relaciones voluntarias y valores idiosincrásicos. Por otra, el auge paralelo de la esclavitud generaliza lo involuntario precisamente en la zona de contacto entre el deseo y la cosa deseada, donde se ventila su transformación de piedra terrosa en diamante, de despojo en manjar, de cobertizo en mansión.

Si se prefiere, el gobierno pacífico de la mayoría pide una renta incompatible con desmoralizar al profesional. Cuando la erosión del estímulo se haya realimentado en medida bastante las polis sucumben ante potencias externas, aunque no sin inspirar en ellas una imitación de sus logros políticos, morales e intelectuales. El macedonio Alejandro Magno funda el primer imperio occidental partiendo del cosmopolitismo, un criterio sencillamente desconocido antes de Sócrates, y su Estado de estados rompe con la larga tradición de los imperios asiáticos al exigir como condición de sentido que la fuerza se ponga al servicio de la justicia. El rey será un estadista guiado por la razón (un Basileus), no un autócrata librado a la arbitrariedad.

En definitiva, la amalgama griega de comercio y democracia pone en circulación un sistema político donde sobran tanto la xenofobia como el autoritarismo en general, y esto último no sólo porque lo imponga la dignidad humana sino porque el libre examen es un requisito permanente para sacar adelante los negocios. Al mismo tiempo, esa forma va acumulando como contenido un empobrecimiento paulatino que ocurre cuando la población ha crecido ya con las expectativas del nuevo orden, y —a despecho de las mil causas particulares alegadas por cada persona y momento— nadie acierta a explicarse la sostenida decadencia. Se hace más frecuente que hombres y mujeres acudan a los mercados de esclavos para venderse y regalar el precio a seres queridos, o sólo por asegurarse ellos algún techo y las sobras del dueño, subrayando la tragedia sin heroísmo de que muchos vayan a menos.

Tanto en Grecia como en el resto del mundo mediterráneo, afectado de un modo u otro por la irrupción de su genio, el futuro pertenece a quien sepa apacentar la infelicidad. Cultivan precozmente este sentimiento el misticismo órfico-pitagórico —apoyado sobre la maravillosa elocuencia de Platón— y la corriente profética israelita, escandalizados ambos ante ensayos de civismo que han producido masas desarraigadas y menesterosas, mientras sumían en vicios consumistas a la aristocracia. Tan distintas en otros aspectos, ambas corrientes buscan un modo seguro de evitar castigos en el más allá, y ambas lo encuentran en un rechazo de la riqueza. Esto no es sólo un enérgico consuelo para los desfavorecidos, por nacimiento o causas sobrevenidas, sino el comienzo de una guerra librada por el ideal contra una realidad inadecuada. La opulencia mancha, la indigencia purifica.

Los esclavos, dirá Nietzsche, han convertido en vicios las virtudes del amo; competencia, orgullo y autonomía son pecados capitales para la moral «auténtica». Pero Nietzsche aborda la victoria moral del infeliz como una derrota del fuerte (él mismo, por ejemplo) a manos de débiles congénitos, y las páginas siguientes prefieren seguir la evolución de tales y cuales instituciones, explorando los puntos de contacto entre la gran revolución del descontento y grupos que despreciaron formalmente el trabajo, vulnerando por sistema distintos derechos de propiedad. Mientras la mayoría de los hombres libres acabará abrazando el consejo de odiar «esta» existencia, el esfuerzo por perpetuar la sociedad esclavista lo asume el pueblo occidental más abnegado, cuyo nombre —Rhome— significa «fuerza bruta» en la lengua de Homero.

 

NOTAS

1 - Véase más adelante, p. 19-20.

2 - Plutarco, Vida de Solón 15,2.

3 - Arendt 1993, p. 45.

4 - Eurípides, Las fenicias, vv. 388-92.

5 - Polibio, Hist. IV, 17.

6 - Por no decir grecorromana, indoeuropea y universal, ya que el culto a los antepasados se encuentra prácticamente en todas las sociedades de Oriente y Occidente.

7 - Entre otros nombres, conocidos en latín como lares, manes y penates.

8 - El nexus romano fue un esclavo estatal, que Tito Livio describe de modo minucioso (Anales II, 23-32). Uno de estos «vinculados» —centurión precisamente— echó en cara al Senado no haber podido devolver el préstamo contraído para pagar la contribución porque su granja fue saqueada, privándole de la cosecha, mientras él se distinguía luchando como legionario en otro frente. Las continuas guerras de Roma con sus vecinos hicieron que esos casos no fuesen para nada excepcionales, y el clamor popular resultante produjo la rebelión del Monte Sacro, cuyo fruto principal fue el tribunado de la plebe.

9 - Esquilo, Agamenón 158-164.

10 - Aristóteles, Política 1365a. Uso la versión renacentista de Pedro Simón Abril.

11 - De demos («pueblo») y agó («conducir»).

12 - Cf. Jaeger 1957, p. 217. Dos de los Siete Sabios de Grecia —Pítaco de Mitilene y Periandro de Corinto— son tyrannoi.

13 - Euménides 976-980.

14 - India deroga oficialmente su sistema de castas en 1949, y aún hoy los miembros de la cuarta (o «intocables») padecen agresiones y hasta masacres ocasionales por pretextos ligados al viejo orden, como haber matado una vaca o acercarse demasiado a algún miembro de la primera.

15 - Cf. Murray 1988, vol. I, p. 257-258.

16 - Fustel 1984, p. 332.

17 - Plutarco, Vida de Solón 2, 3.

18 - Cf. Rostovtzeff 1967, vol. I, p. 370-393.

19 - En tiempos de Solón van del 12 al 18 por 100 anual en préstamos ordinarios, aunque puedan elevarse al 60 en el arriesgado préstamo marítimo o a la gruesa. El Código de Hammurabi (xx a. C.), por ejemplo, fija el 33 por 100 para cereales y del 12 al 20 para metales. La ley romana de las Doce Tablas, típica de un país con circulación monetaria muy insuficiente, fija un interés algo superior al 8 por 100 mensual, que al año equivale a muy poco menos del 100. Cf. De Martino 1985, vol. I, p. 188-189.

20 - Cf. Fustel 1984, p. 335.

21 - Rostovtzeff 1998, vol. II, p. 1.110.

22 - Corpus iuris civilis, Código, I, VI, XLII, ley 3. Son precios máximos impuestos por Justiniano para hacer frente a la inflación que sigue a una epidemia de peste, y resultan sin duda muy inferiores a los efectivos, pero eso no altera el valor relativo de cada tipo. En 1850, cuando los negros llegaban de África sin instrucción alguna, un esclavo sano y joven costaba mil quinientos dólares en el Sur norteamericano, equivalentes a treinta y ocho mil de los actuales; cf. Wikipedia, voz «slavery».

23 - Aristóteles, Política 1270b.

24 - En Atenas los miembros de la Asamblea y los tribunales recibían tres óbolos por comparecencia, y los del Consejo 5. Los cargos más codiciados eran judiciales —correspondientes al actual jurado—, pues implicaban reuniones casi diarias.

25 - Platón, República 569 b. «La democracia surge cuando los pobres, victoriosos, matan a algunos del partido opuesto y destierran a otros, compartiendo igualitariamente gobierno y empleos públicos» (Ibíd. 557 a).

26 - Pseudo-Jenofonte 1971, p. 5.

27 - Cf. Musti 2000, p. 82.

28 - Cf. Engels 1970, p. 149.

29 - Aristóteles, Política 1310a.

30 - Jenofonte, Helénicas II, 4, 21.

31 - Ibid, II, 4, 22.

32 - «En Cos sucumbió la democracia cuando empezaron a surgir demagogos rastreros, que hicieron unirse a los notables de todo tipo. En Rodas querían cobrar un estipendio mientras vetaban la devolución de lo suyo a los trierarcos, pues éstos —ante los juicios que se emprendieron contra ellos— se vieron obligados a unirse y derrocar la democracia. También fue disuelta la democracia en Heraclea inmediatamente después de su fundación, pues los principales a quienes se perseguía sin equidad acabaron siendo desterrados, y agrupándose todos volvieron y cambiaron de régimen. Lo mismo acabaría con la democracia de Megara: el partido popular se apoderó del poder y empezó confiscando los bienes de algunas familias ricas, pero lanzado ya por ese camino no le fue posible parar; cada día hubo necesidad de nuevas víctimas, y el número de ricos despojados y desterrados fue tan grande que alcanzó a formar un ejército, con el cual vencieron por las armas, para establecer una oligarquía en lo sucesivo. Ocurrió lo mismo en Cumas» (Política, 1304b-1305a).

33 - Política 1305a.

34 - Heráclides Póntico, en Ateneo XII, 26.

35 - República, 373 d.

36 - El programa pedagógico comprende sucesivamente aritmética, geometría plana, geometría del espacio, astronomía, armonía musical y metafísica («dialéctica»), hasta comprobar que el seleccionado ya no desea sino «la ciencia inmune a error». En ese momento se le impone —como sacrificio— la entrega al servicio público.

37 - República 457c-d. Platón fue célibe toda su vida; cf. Jaeger 1957, p. 639.

38 - Sus estipulaciones implican dejar morir por «abandono» no sólo a cualquier tullido de nacimiento sino a quienes nazcan de «hombres inferiores», o de uniones «no vigiladas por el Estado». Criar a los niños en asilos públicos asegurará una devoción general de los adultos hacia ellos (pues los de cierta edad podrían ser hijos suyos), y el correspondiente respeto de éstos hacia aquellos (pues podrían ser sus padres). Así se asegura también que todos reciban idénticos cuidados y educación.

39 - República 422 a.

40 - Eso explica de paso que se conserven varias ediciones impecables de su obra, y sólo un amasijo muy incompleto de la aristotélica, por no mencionar la destrucción prácticamente total de legados tan copiosos como los de Demócrito o Epicuro. Véase, por ejemplo, el prólogo a la versión francesa de las Oeuvres complétes de Platon (Robin y Moreau 1950, p. XIV-XVII).

41 - Véase infra, p. 108-110.

42 - Por ejemplo, su República castigaría al «ateo» con pena de muerte, supervisaría las artes plásticas y desterraría la poesía, la tragedia, la comedia y hasta la mitología, por contener ficciones «no pedagógicas». Los trágicos y los cómicos excitan «pasiones violentas, descompuestas; lágrimas y risa inmoderada». Tanto como la música «sensual», el poeta debe ser acallado cuando no componga himnos a dioses y héroes.

43 - República 555 d.

44 - Ibíd 557 a.

45 - 942 b-c.

46 - La tradición cuenta que fue comprado y emancipado por su amigo Aniceris en 361, y que fundó la Academia de Atenas al poco de regresar.

47 - El epitafio de Platón, redactado por él, decía: «Enseñó cómo ser sabio y bueno al mismo tiempo».

48 - Política II, 1261a -1261b.

49 - Ibíd., 1262b.

50 - «Los que desean hacer muy una la ciudad […] destruyen dos virtudes, que son la templanza acerca de las mujeres y la liberalidad acerca de las posesiones. Porque ni se mostrará nadie liberal, ni realizará acto alguno liberal, por cuanto el ejercicio de esa virtud consiste en el uso de las posesiones». Ibíd 1263b.

51 - Ibíd.

52 - Se atribuye al primer Aristóteles, cuyos Diálogos no se conservan, haber completado un pensamiento del poeta Teognis, diciendo que «lo mejor es no haber nacido, y en otro caso morir joven».

53 - Solón, frag. 5 (Bergk).

54 - Fijados por medidas de aceite, grano y vino, de manera que quien tuviera otros bienes —dinero, por ejemplo— los reconvertía a medidas de aceite, grano y vino para saber cuál era su grupo político.

55 - Financiándose con un nuevo impuesto sobre rentas agrícolas y aranceles portuarios, amplía sustancialmente la cámara subterránea donde se celebraban los Misterios eleusinos, construye el gran acueducto, promueve el cultivo de vid y la industria del vino, otorga créditos al campesino para adquirir equipo y estimula los intercambios comerciales de Atenas con países y particulares.

56 - Aristóteles, Constitución de Atenas, 13-17.

57 - Los espartanos eran dorios, y los atenienses aqueos, dos ramas del pueblo («ario») que invadió en tiempos remotos los territorios luego llamados Hélade.

58 - Tucídides, Historia de las guerras del Peloponeso, II, 36-40.

59 - Cf. Hansen 1991, p. 80.

60 - Aristóteles, Política 1256 b.

61 - Dionisio de Halicarnaso, De Lysia, 32.

62 - Concretamente, habría concedido nueve mil parcelas a los espartanos urbanos, y treinta mil a los rurales o lacedemonios.

63 - Aristóteles, por ejemplo, afirma que «en Esparta unos pocos tienen haciendas extremadamente grandes, y muchos otros muy pequeñas y hasta miserables» (Política 1270 a).

64 - Nuestro adjetivo «lacónico» viene de lakonikós o perteneciente a Laconia o Lacedemonia, la parte de territorio espartano previa a su anexión de Mesenia.

65 - Cf. Aristóteles, Política 1269b.

66 - Cf. Tirteo, frag. 5 (Diehl).

67 - Jaeger 1957, p. 86.

68 - Aunque su receta eugenésica le fue resultando cada vez más indigesta a la posteridad, una nostalgia por su espíritu y su régimen político es común a todos los Padres de la Iglesia, a Müntzer y los demás Profetas del milenarismo renacentista, a Rousseau, Rosa Luxemburgo y a un largo etcétera. Los grandes tribunos de la Convención quisieron unánimemente fundar en Francia una Esparta «nouvelle».

69 - Los libros XXXIV y XXXV de Tito Livio describen con bastante detalle la situación de Esparta en el siglo II.

70 - Política 1271 b.

71 - Toynbee 1970, I/IV, p. 274.

72 - Cf. Sen 2000, passim.

73 - Por ejemplo, cf. Finley 1986, p. 48-49.

74 - Vida de Solón, 29, 1.

 

 




 

© Antonio Escohotado 2008
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