«Ser humilde en una democracia es tan
preferible a ser opulento en una tiranía como ser libre
a ser esclavo.»
Demócrito, frag. 251.
Si buscamos ejemplos precoces de masas revolucionarias,
lucha de clases, guerras civiles, tribunos populistas y expropiación
del rico no será de provecho explorar la historia de China,
India o Egipto, donde situaciones de miseria aguda se prolongaron
durante siglos y milenios sin alterar la forma de gobierno. El
ejemplo más antiguo y rico en pormenores es Grecia a principios
del VII a. C., cuando la comarca de Atenas es devastada por tales
violencias que los adversarios deciden cortar el bucle de venganzas
sometiéndose a un arbitraje. El laudo de ese árbitro,
Solón1,
será un conjunto de leyes que no suprime del todo la desigualdad
de derechos, aunque prepara dicho cambio al desligar la cuna del
mérito, alentando directa e indirectamente al laborioso.
Su principio es «reunir la fuerza y la justicia»2.
Las primeras democracias aparecen un siglo más
tarde, cuando ciertas comarcas han llegado a tener una clase media
rural y urbana comparable o superior en número a la suma
de nobles y parias, y entregan el gobierno a un pueblo (demos)
cuyos criterios se forman por mayoría simple. La consecuencia
es una «esfera sin gobernantes ni gobernados»3,
protegida del despotismo por instituciones como el sufragio, el
sorteo, la separación de poderes y la libertad de expresión.
Persia, la superpotencia del momento, comprobará que esos
pioneros del autogobierno pueden pagarse de sus bolsillos el equipo
del infante acorazado («hoplita») y derrotar de modo
inapelable a las masas enviadas contra ellos. Nada resiste a su
nuevo espíritu:
«Yocasta: ¿Qué es estar
privado de patria? ¿Una desgracia grande?
Polinices: La mayor, que supera las palabras.
Yocasta: ¿Qué se hace insoportable para los desterrados?
Polinices: Algo de importancia suma, no tener libertad de palabra.
Yocasta: Propio de esclavos es no decir lo que se piensa»4.
I. Religión y orden social
El tamaño de las polis o ciudades-estado
permitía asumir sin delegación el gobierno de cada
una, imponiendo de paso a cada ciudadano comparecencias asiduas
en asambleas, comités y tribunales. Carga honorable por
excelencia, esta participación educaba en el bien común
al tiempo que promovía un individualismo ético y
cognitivo. En un primer momento semejante independencia de criterio
parece arrogancia y desprecio por la costumbre, e insta juicios
por «impiedad» a varios filósofos. Sin embargo,
el más indomable Sócrates cambia las
cosas al acatar una condena que pudo rehuir en todo momento, dejando
como lección que el espíritu individual no es un
enemigo de la democracia sino más bien su garantía.
Reconocida la libertad de pensamiento y expresión,
el nuevo régimen planteaba cuestiones de largo alcance
sobre el derecho de propiedad. Quienes fundaron la polis ateniense
difícilmente se habrían sometido a la igualdad de
voto si eso hubiese llevado consigo otorgar poderes de requisa
a la mitad más uno. En caso de que la situación
empeorase, en vez de mejorar o mantenerse estable ¿no podría
verse llevada esa mitad más uno a intentar vivir de una
requisa efectuada a costa de otros conciudadanos? Precisamente
esto acabaría sucediendo, y unas repúblicas que
nacieron al desterrar el privilegio hereditario iban a desaparecer
«desgarradas por luchas interminables e irreconciliables,
presididas por facciones que se vengan unas de otras con masacres,
destierros, confiscación de bienes y redistribución
de tierras»5.
Crónica y ya estéril incapaz de conquistar
una vida mejor la guerra civil precipita la absorción
de Grecia por Macedonia, y algo después por Roma.
Pero el detalle del proceso es mucho más
instructivo que su simple resultado.
1. Los estamentos antiguos. La antigua
religión griega6
veneraba simultáneamente el fuego una potencia cósmica
e impersonal y lo privado de un linaje, encargándose
sus ritos a un ministro civil (eupátrida en griego,
pater en latín) que administraba cierto patrimonio
de cosas y personas como señor, juez y sacerdote. Debía
tener generaciones de antepasados y custodiar sus restos bajo
un altar (domus), cuidándose de que siempre contuviera
las debidas ofrendas a los muertos y una llama o al menos brasas
vivas, pues en otro caso su dominium no estaría protegido
por los espíritus o deidades privadas7.
Su patrono material inmediato era el dios Término (Terminus),
manifiesto en forma de mojones que no podían rozarse siquiera
sin arriesgar pena de muerte, y su patrona Tijé
Fortuna en latín, deidad de lo azaroso.
Sin misterios ni promesas metafísicas,
lo esencial de esta religión es que consagra la dignidad
e inviolabilidad de cada hogar. Con todo, en la Grecia arcaica
el culto a los antepasados estaba unido de modo no menos esencial
con el orden político, pues las magistraturas públicas
se reservaban a quienes tuviesen altar doméstico, y eso
excluía a dos grupos. La clientela, el primero, llevaba
tiempo inmemorial combatiendo junto a sus patricios, trabajaba
en algunas fases del año las tierras de éstos y
se hacía con ello acreedora a su protección ante
terceros. La plebe, el segundo, agrupaba a personas sin arraigo
(ignobilia o «desconocidas») surgidas en torno
a la vida urbana, aunque inicialmente no sólo careciesen
de tierra propia sino de derecho a penetrar en los perímetros
urbanos propiamente dichos, como la Acrópolis ateniense
o el Palatino romano.
El cuarto grupo de población lo formaban
esclavos, obtenidos merced a guerras e incursiones de saqueo y
también como consecuencia de deudas, pues el derecho castigaba
así el impago, e incluso permitía al deudor eximirse
vendiendo como tales a hijas e hijos. A veces la deuda era de
otra naturaleza, como el crédito solicitado para pagar
la contribución territorial, un supuesto importante en
la Roma antigua porque creó una especie de esclavo a plazo,
cuya deuda le vinculaba (a él y a sus descendientes) mientras
no se saldara8.
Algo análogo ocurre en el Ática, comarca de Atenas,
debido al endeudamiento de clientes menos laboriosos, con peores
tierras o castigados por alguna otra circunstancia.
2. El salto al civismo. Entre los antecedentes
indirectos de la revolución democrática está
una diversificación en el seno del poder político,
que reduce la potestad del rey al pontificado religioso y confía
a otros individuos la jurisdiccional y militar. Coetáneos
a ese cambio son recortes en el privilegio de primogenitura, que
dividen la propiedad en fundos progresivamente pequeños
e incapaces de sustentar al granjero y su familia sin mejoras
en el rendimiento. Por su parte, dichas mejoras pendían
de que viticultores, olivareros y alfareros se emancipasen de
la cuota pagada al eupátrida, y empezaran a exportar. Antes
de inaugurarse el siglo vii una combinación de pudor y
amnesia omite las atrocidades ligadas al conflicto interno, pero
los ecos resuenan en el primer poeta trágico:
«Zeus ha abierto el camino al conocimiento de los mortales
mediante esta ley: por el dolor a la sabiduría. En lugar
del sueño brota del corazón la pena que recuerda
la culpa [
] Los dioses gobiernan con violencia desde su
santo trono»9.
El tránsito de la oligarquía al
sistema democrático se articula sobre «lisonjeadores
del pueblo»10,
que son tyrannoi por acceder al gobierno con golpes de
Estado. Esto les hace formalmente odiosos, aunque asumen una movilización
popular la «demagogia»11
que en el orden político equivale a la empresa del poeta
y el filósofo en los suyos12.
Enemigos de la nobleza establecida a la vez que mecenas de las
artes y las letras, su égida coincide en la práctica
con el paso de una agricultura centrada en la autosuficiencia
a un tejido económico apoyado sobre comercio exterior e
industria. En el siglo VI a. C. son una especie de gobierno multinacional
sostenido por matrimonios y otras alianzas, que al conectar las
ciudades más activas Agrigento, Siracusa, Mitilene,
Samos, Éfeso, Mileto, Corinto, Atenas consolida el
marco físico de la civilización helénica.
Para entonces se ha difundido ya la obra de Homero y Hesíodo,
y con ella una religión cuyos mitos presentan la Naturaleza
(physis) como obra de arte.
Aunque los tiranos intentan perpetuarse a través
de hijos y parientes, ninguno logra prolongar su égida
durante más de dos generaciones, y su caída precipita
nuevas luchas civiles entre la nobleza y el resto que ahora resultan
amortiguadas por el brote de prosperidad. Los primeros demagogoi
no son aliados del populacho sino eupátridas como el ateniense
Clístenes, que aliando un sector de su propio estamento
con clase media rural y urbana consuma en 508 a. C. la isonomía
o principio de la misma norma, hoy llamado igualdad ante la ley.
Su contemporáneo Esquilo saluda la decisión, haciendo
votos para que «jamás rija en Atenas la discordia
civil, siempre insaciable de desgracias»13.
Poco después de transformar sus castas
en clases14
las polis desbaratan dos oleadas de invasión persa, tras
de lo cual se lanzan a sanear y embellecer sus perímetros.
Cuatro décadas de febril actividad, por ejemplo, toma reconstruir
la Acrópolis ateniense con templos y dependencias que superan
al menos en un tercio a los mayores construidos por egipcios,
babilonios y persas. Algunos de los emporios más recientes
encargan sus constituciones a sabios, como ocurre en Elea con
Parménides, y hacia 400 a. C. prácticamente todos
los hombres atenienses saben leer y escribir15,
aunque la educación nunca recibió fondos públicos.
Hay centenares de escribas profesionales dedicados a transcribir
distintos textos, y constituye un estímulo indirecto que
las decisiones de la Asamblea, el Consejo y los tribunales se
publiquen siempre, fijándose en plazas y calles. De alguna
manera, el derecho de todos a estar informados instó un
grado de alfabetización que Europa sólo conseguiría
en el siglo XX.
También sucede que haber abolido la desigualdad
jurídica subraya más aún lo imprescindible
de competir:
«El día en que el hombre se liberó de
los lazos de la clientela vio brotar ante sí las necesidades
y dificultades de la existencia. La vida se hizo más
independiente pero también más laboriosa y sujeta
a mayores accidentes; cada cual tuvo en adelante el cuidado
de su bienestar, cada cual su goce propio y su misión
específica. Uno se enriquecía con su actividad
y su buena suerte, otro quedó pobre»16.
II. El estatuto del trabajo y el comercio
«En los primeros tiempos de Grecia, como
repite Hesíodo, trabajar no era infamante,
el comercio no delataba inferioridad social y la vocación
de mercader resultaba honorable»17.
Básicamente mesocráticas, muchas polis refutaban
el tópico ancestral de que otium y negotium
son cosas opuestas, sinónimo de dignidad y vileza respectivamente.
El banquero-cambista (trapézitas) era allí
un empresario dinámico, y ya antes de la primera guerra
con Persia hay en Corinto y Atenas financieros famosos, capaces
de montar fábricas de armamento tanto como de equilibrar
provisionalmente déficits en el presupuesto de su polis.
La prosperidad inicial de las democracias se manifiesta en una
variedad insólita de actividades económicas18
y en la propia falta de normas sobre interés del dinero,
que es en la práctica inferior al vigente en otros territorios19.
Su campo de negocios cubre un área muy vasta, que por el
este llega a la orilla más lejana del Mar Negro, por el
oeste a Marsella y Ampurias y por el sur a Egipto y Libia. Como
no alimentan ambiciones de expansión territorial, han ido
fundando colonias costeras para comerciar con pueblos tan variopintos.
Antes de acabar el siglo V la mesocracia fundante
dibuja una figura menos compacta y más desarrollada hacia
sus extremos. Las clases medias rurales y urbanas han invertido
masivamente en esclavos, y las buenas familias tienen talleres
para tejedores, albañiles, ebanistas o armeros, a quienes
en otro caso forman para explotar su trabajo como médicos,
arquitectos, constructores navales, pedagogos, agentes comerciales,
artistas, rameras y hasta funcionarios públicos subalternos.
Los esclavos copan de tal manera la vida profesional que va dejando
de ser decoroso cultivarla, y se entiende que la inversión
óptima es comprar trabajo gratuito para siempre, con «herramientas
vivas» cuya integridad se encomienda al interés de
cada dueño, como dice Aristóteles. También
es cierto que formaban parte de la familia en sentido amplio;
abundan casos de esclavos que conseguían comprar su libertad,
e incluso tan bien avenidos con los amos que vivieron prósperamente
sin necesidad de emanciparse.
Un país democrático no llega a
creerse del todo que otro ser humano sea un bártulo, y
el genio artístico y científico de los griegos tuvo
su equivalencia en una actitud menos inhumana de lo tradicional.
Pero la desvinculación entre esfuerzo y premio convierte
al esclavo en el trabajador menos estimulado, y permanecer en
una esfera extramonetaria impide que esa masa de productores gaste
dinero y opere como multiplicador de la renta, acosando de paso
a todos cuantos han de ganarse profesionalmente la vida. Cuanta
más proporción del trabajo se encargue al siervo
menos cantidad y calidad habrá de empleo remunerado, cosa
percibida por Solón con nitidez: «Para socorrer a
la polis lo único útil es estimular y dignificar
el trabajo del hombre libre»20.
Por otra parte, gracias al esclavo los ciudadanos
pueden desempeñar sin delegación todas las funciones
legislativas, ejecutivas y judiciales de cada Ciudad-Estado. Dos
siglos después, cuando Grecia ha sido anexionada por Macedonia,
ni siquiera un demócrata como Aristóteles recuerda
que «esclavitud e igualdad [jurídica] son incompatibles»21.
Su Política compara una economía sin esclavos
con un telar sin tejedor, abundando en un desdén por el
comerciante y otros empresarios que contradice de modo expreso
a Hesíodo y Solón, por no decir que a toda la tradición
ateniense.
La clase media alta a la que él pertenece
bien puede haber olvidado sus orígenes, aunque tampoco
los tiene presentes la clase media humilde y el jornalero. Lo
crucial es que la parte del demos más perjudicada
por esa delegación del trabajo en subhumanos baraja cualquier
reforma salvo la abolicionista. El nivel de salarios lo fijan,
pues, quienes sólo perciben una retribución para
dársela a su dueño, cosa catastrófica para
el hombre libre que no se percibe como tal debido al acuerdo unánime
de opulentos y humildes: no hay vida socialmente decorosa y personalmente
cómoda sin disponer de «herramientas vivas»,
cuantas más mejor.
El juego de oferta y demanda fijaba el precio
de dicho útil (doulos en griego, mancipium
en latín), que nunca fue barato y venía a costar
en función de sus cualidades personales el
equivalente actual de automóviles más o menos lujosos.
En Atenas o Corinto, como luego en Roma y Bizancio, edad y salud
sólo eran las variables decisivas si carecía de
formación. Desde la Guerra del Peloponeso (431-404 a. C.)
hasta el marasmo económico de la alta Edad Media europea,
cuando la falta de liquidez imponga pasar del subhumano mantenido
al siervo automantenido, puede considerarse estable la escala
proporcional de valor que fija Justiniano en el siglo vi. Esto
es: veinte monedas de oro el no especializado, treinta el que
conozca algún oficio, cincuenta el que sepa leer y escribir,
sesenta el que pueda emplearse como médico y setenta o
más quien conozca los usos mercantiles22.
1. Realimentando la discordia. Que el
hombre libre humilde pierda capacidad para abrirse camino profesionalmente
excita una divergencia entre forma y contenido de su participación
política. La forma es el servicio público desinteresado,
y el contenido la tentación de «poner en venta el
parecer a causa de su pobreza»23
(dando el voto a quien mejor lo pague entre facciones políticas
y otras partes litigantes). Como la Administración implica
cargos en Atenas la Asamblea reunía periódicamente
a más de cinco mil legisladores, el Consejo a quinientos,
los tribunales populares a varios cientos, el humilde se
presenta a cualquier elección o sorteo no sólo para
poder patrimonializar su voto, sino porque las polis prósperas
compensan con dietas el desempeño de deberes cívicos24.
Jueces ahora, diputados luego y concejales más tarde, su
aspiración más o menos consciente es una clase política,
que indigna a los patricios como entrega del Estado al menos apto
e independiente.
Platón, por ejemplo, piensa que «queriendo
evitar la servidumbre el pueblo acaba por tener como amos a los
siervos»25.
Su coetáneo Jenofonte lamenta la existencia de un demos
mayoritariamente ocioso y seducido por tribunos insensatos, que
«pide recibir dinero por cantar, correr y danzar»26,
mientras una literatura más amplia se dedica a mostrar
que las «gentes de calidad» nada tienen que ver con
las «gentes ligeras de juicio» 27.
Se ha perdido, aunque probablemente existió, una defensa
del mismo criterio cambiando a los mejores por los peores, y viceversa.
En cualquier caso, la comarca de Atenas tiene en su periodo de
esplendor algo más de quince esclavos por cada varón
adulto con estatus de ciudadano. Los registros hablan de unas
150.000personas libres que incluyen ancianos, niños,
adolescentes, sexo femenino, libertos y extranjeros (metecos)
para unas 365.000 no-libres28.
Quebrantada por sus discordias, la Liga pro-ateniense
de ciudades sucumbe ante la pro-espartana en 404 a. C., una derrota
que entre otros efectos tiene el de suspender por pura y
simple quiebra la remuneración del cargo público.
Aunque Atenas alcanzó su esplendor practicando el comercio
a gran escala, el magnate Cleón sucesor de Pericles
en el partido demócrata sugiere empezar a vivir de
la guerra, como los espartanos, saqueando a vecinos débiles.
La política de incautación y subvención puede
ser pan para hoy y hambre para mañana, pero ese planteamiento
es absurdo para quien se acuesta con hambre. La concordia presupone
cierto grado de prosperidad, finalmente concretado en ingresos
individuales, y las instituciones democráticas pierden
sentido o se desvirtúan cuando la renta retrocede.
Sirva como barómetro el llamado ostracismo,
que a principios del siglo VI a. C. castigaba con destierro y
confiscación de bienes al reo de conspirar contra la paz
pública, y a principios del IV a. C. es un protocolo rutinario
para cazar patrimonios. Evitarlo impone sobornar a facciones de
la Asamblea, y casi todos los amenazados por perspectivas de requisa
han ingresado ya en clubs donde sólo se entra jurando «ser
siempre enemigo del pueblo, y hacerle todo el mal posible»29.
Demagogos como Teatégenes se limitaron a matar el ganado
de los nobles, y émulos actuales como Malpágoras
dividen a los ricos en dos grupos, uno de los cuales será
sometido a ostracismo y el otro ejecutado in situ.
La facción aristocrática no es
en modo alguno menos feroz, y cuando Esparta logre imponer en
Atenas a los Treinta Tiranos «su privado lucro les lleva
a matar en ocho meses casi tantos ciudadanos como diez años
de hostilidades militares»30.
Unos y otros «arrastran a la guerra más vergonzosa,
dura e impía: la guerra entre nosotros mismos»31.
III. Expropiadores, colectivistas y moderados
Vale la pena recordar que para entonces la nobleza
de sangre es un estamento prácticamente arruinado. Los
nuevos ricos descienden de familias clientelares y plebeyas, cuando
no de libertos, y saquear a ese grupo con requisas promueve una
fuga indiscriminada de capital instalado y humano. El demos
ya no está combatiendo el privilegio sino intentando que
los «notables» o «principales» de cada
lugar y momento sufraguen al hombre libre empobrecido, y desde
Tucídides (ca. 460-390 a. C.) algunos demócratas
se desmarcan del populismo. Será imposible conservar el
Estado como institución encaminada al progreso moral y
material de los individuos si sus líderes no van encontrando
caminos alternativos a la imprevisión, que disfrazados
de filantropía abren camino a regímenes dictatoriales.
Pero lo cierto es que ese proceso ocurre con sangrienta monotonía32.
Aristóteles (384-322 a. C.), macedonio
por nacimiento y heleno por vocación, piensa que la democracia
es a fin de cuentas el régimen político menos lamentable
para los gobernados si se compara con la monarquía
y la oligarquía, pero pide algo tan infrecuente como
que esté regida por aristócratas del conocimiento
y la virtud. Insiste en las fronteras que deben separar cada Constitución
del arbitrio momentáneo de alguna mayoría, y denuncia
que con su simplismo «la demagogia ha llegado al extremo
de decir que el pueblo es señor incluso de las leyes»33.
Siglo y medio después ese criterio sigue alimentando guerras
civiles, como atestigua en detalle Polibio (200-122 a. C.). Lo
insuperablemente atroz ha ocurrido bastante antes de Aristóteles
en Mileto, tierra natal de la filosofía:
«Al principio vencieron los pobres y obligaron a los
ricos a huir de la ciudad, pero en seguida sintieron no haberlos
degollado, y cogiendo a sus hijos los trasladaron a granjas
para que los bueyes los triturasen bajo sus patas. Los ricos
penetraron muy poco después en la ciudad, haciéndose
dueños de ella, y a su vez cogieron a los hijos de los
pobres, les untaron de pez y les prendieron fuego»34.
1. Comunismo aristocrático. El
fratricidio cobra renovadas fuerzas desde el triunfo de la Liga
pro-espartana, y a ese momento de humillación para Atenas
corresponde la República perfecta de Platón (427-347
a. C.), que es también el primer sistema totalitario o
de «unidad absoluta». La polis sería «un
hombre sencillamente más grande», que puede cambiar
de costumbres como un individuo de conducta, y la reforma debe
dirigirse a extirpar lo «innecesario» para volver
a la convivencia sencilla, sana y feliz de la sociedad predemocrática.
Es preciso que «el territorio antes capaz de alimentar a
sus habitantes no se torne exiguo»35,
cosa imposible sin antes reprimir artificios ligados a la «inflación»
de empresarios, artistas y artesanos.
Tan lamentable como lo superfluo es cualquier
deseo gobernado por pasiones excluyentes, cuyas ansias de posesividad
han cristalizado en instituciones como la propiedad privada, el
matrimonio y la custodia incompartida de una prole. El Estado
ideal sólo consentirá esas debilidades al estamento
encargado de producir, cuya alma está unida al vientre
y al bajo vientre, aunque a cambio de ser tolerado no tendrá
voto y ni siquiera voz en la polis. Gobierno y administración
se entregan a los más valientes y capaces como guerreros,
que tras educarse en un bien y una belleza «limpios de toda
mezcla» pasan del egoísmo a la abnegación36.
A ese estrato corresponde que «sus mujeres sean comunes
a todos los hombres y ninguna pueda cohabitar privadamente con
alguno, siendo sus hijos también comunes»37,
dentro de un programa orientado a purificar la raza38.
El compromiso de los «guardianes» y su elite filosófica
con la justicia supone ponerles a cubierto también de opulencia
e indigencia, pues
«la riqueza provoca sensualismo, holganza y avidez de
novedades, mientras la pobreza provoca sentimientos serviles
y bajo rendimiento en el trabajo»39.
Entendemos que la patrística cristiana
llamara «san Platón» a quien empieza y termina
su obra política insistiendo en premios y castigos de ultratumba
para el puro y el concupiscente40.
Nadie ha contribuido en medida pareja a escindir los intereses
del alma y el cuerpo, con un desgarramiento entre allá
y acá que vertebrará el misticismo cristiano41,
y dos directrices que la Iglesia convierte desde el siglo IV en
doctrina y práctica respectivamente: 1) Las falsas necesidades
parten del comercio como fuente última; 2) Es imprescindible
una censura de la imaginación y el pensamiento42.
Contrapuesta a la igualdad absoluta, piensa
Platón, la igualdad meramente jurídica de las democracias
siembra indulgencia y desprecio por la autoridad, con un predominio
de «apetitos licenciosos» que termina de corromper
la avaricia consustancial a los regímenes oligárquicos.
Es especialmente grave que el demócrata haya olvidado los
valores de la vieja nobleza, dejándose llevar por «amor
a la innovación»43
y confianza en «la suerte»44.
Las Leyes, el último y más extenso de sus
diálogos, presenta la disposición militar como cura
permanente para el individualismo:
«Lo fundamental es que jamás nadie, hombre o
mujer, tanto en la paz como en guerra, de un solo paso que no
esté mandado y viva siempre mirando y siguiendo al jefe
[
] En una palabra, debemos entrenar al alma para que ni
siquiera considere la posibilidad de actuar como un individuo
o saber cómo se hace eso»45.
Platón intentó implantar su politeia
en Siracusa, apoyado por un tirano que le retiró algo después
su favor e incluso lo vendió como esclavo46.
Medio siglo más joven, Aristóteles le venera personalmente47
pero no osa proponer nada semejante a una sociedad perfecta. A
su juicio, los ciudadanos ni deberían aceptar cargos públicos
vitalicios ni admitir que la mayoría quede excluida del
voto, simplemente porque ser falibles corresponde poco más
o menos a todos nosotros. La libertad individual le parece, pues,
deseable e inevitable al tiempo. Que su maestro lo pasase por
alto le parece el resultado de concebir la polis como una voluntad
singular, cuando es más bien una «multitud»
de «diversos»48.
De ahí una incoherencia básica en el programa ascético-comunista:
«Pues allí la hacienda sería de todos
y en particular de ninguno. Pero al decir todos hay engaño
y razón sofística, porque el vocablo dice lo uno
y lo otro, lo igual y lo desigual [
] Resulta como afirmar
que de una manera es bueno, aunque imposible, y que de otra
manera es cosa ajena a todo buen entendimiento y a toda concordia»49.
Aristóteles considera sensato tener algunas
cosas comunes, no todas. La exclusividad erótica, familiar
y patrimonial preserva el sentimiento magnánimo, por ejemplo50,
y nada tan urgente y fundamental en política como evitar
cegueras populistas, aunque vengan del partido oligárquico.
El resto del párrafo completa su idea sobre el asunto:
«La legislación que criticamos
podrá parecer atractiva y filantrópica, porque quien
la escucha cree que de esta manera existirá entre todos
una maravillosa convivencia, especialmente si se corrigen los
males que aún existen en la ciudad, como los litigios y
la adulación al rico.
Con todo, ninguna cosa sucede por no existir
comunismo, sino por las malas y perversas costumbres de los hombres.
Los que poseen las cosas comúnmente y las comparten entre
sí tienen más contiendas que los que tienen repartidas
sus haciendas. [...] Y no solamente digamos de cuántos
males carecerán los que posean en común, sino también
de cuántos bienes gozan los propietarios ahora.
Parece, por tanto, que es del todo imposible
el pasar la vida de esta suerte [
] La polis conviene que
sea una en cierta manera, pero no absolutamente una»51.
IV. Dos conceptos para la democracia
Acusada de preferir la belleza al bien y afecta
a un brillo que no soporta envejecer52,
Atenas entregó su reforma política a Solón
(630-560 a. C.), un eupátrida que alternaba la poesía
y los negocios antes de ser magistrado supremo en 594. Sugirió
nuevas ocupaciones, fomentó la exportación de los
productos óptimos (aceite de oliva y cerámica) y
aprovechó unas pequeñas minas de oro y plata del
Ática para lanzarse a acuñar moneda. Ya lo había
hecho a pequeña escala un reino vecino Lidia,
y el producto fue bienvenido en un área acostumbrada a
medios de trueque que eran incómodos o inexactos por peso
y medida, abriendo de paso la puerta a relaciones comerciales
con Persia, Egipto y otros reinos.
La guerra civil partía de que el patricio
monopolizase las mejores tierras y el gobierno, manteniendo al
resto de la población en la alternativa de trabajar para
él o granjearse esclavitud por impago de créditos.
Solón hace frente a esto llamándolo «mal público»,
prohibiendo todo préstamo garantizado por la persona del
prestatario y sentando un hito en la historia del derecho como
es abolir la esclavitud derivada de empréstitos. Por lo
demás, mantiene el resto de las deudas y sus intereses,
cancelando sólo el sexto del producto que el cliente debía
tradicionalmente al noble. No quiso atender a la insistente petición
de redistribuir la tierra, pues bastaría suprimir privilegios
para que fuese «plantada toda».
«Otorgué al pueblo llano el poder suficiente,
Sin privarle de dignidad ni cederle en demasía,
Y me esforcé en que hasta los muy ricos no sufriesen
daño.
Me mantuve con un escudo poderoso frente a ambas clases,
Y no toleré que ninguna prevaleciese injustamente»53.
Que el peso de la cuna fuese equilibrado por
la prudencia y otros méritos le llevó a repartir
la ciudadanía en cuatro niveles de ingreso54,
para lo cual creó un Consejo de Cuatrocientos (con cien
diputados por cada nivel) a quien incumbiría preparar las
decisiones propuestas a la Asamblea. Atenas seguía siendo
una oligarquía ya que las magistraturas superiores
estaban reservadas a los dos niveles más altos de renta,
aunque se había consumado un recorte de privilegios que
estimuló al emprendedor y redujo los peores focos de miseria.
Para preparar la democracia futura fue crucial que a partir de
su reforma los niveles inferiores de renta obtuviesen acceso a
los tribunales como jurados. La nobleza se enfureció con
Solón, entendiendo que había sido traicionada por
uno de los suyos, y los humildes se sintieron muy decepcionados
por el moderantismo, pero todos acordaron que las nuevas leyes
debían seguir vigentes al menos un siglo.
Este sabio (sophós) será
sucedido por el tirano Pisístrato (600-528), un ferviente
admirador suyo, que accede al poder con intimidación aunque
mantiene buena parte de sus instituciones, promoviendo enérgicamente
la prosperidad55.
Odiado por usurpador y respetado como persona, cuando desapareció
los ciudadanos recordarían aquellos años como la
era de Cronos, una edad de oro56.
Sólo entonces empezaron a preponderar en el Ática
las clases medias, mientras el Pireo pasaba a ser el puerto más
activo del Mediterráneo. A la exportación de vino,
aceite y equipo militar de calidad se sumó desde el principio
una industria de vasos pintados, cuya maestría en el diseño
impuso reconocer el genio helénico. Poco después,
en 507, el hijo de Pisístrato es expulsado y llega con
Clístenes el Consejo de los Quinientos, una institución
impecablemente democrática que concede el derecho de voto
a todos los niveles de renta.
1. La singularidad ateniense. A Pisístrato
se debe importar papiro egipcio para poner por escrito los poemas
homéricos y venderlos, una iniciativa que redondeó
instituyendo certámenes de poesía y teatro, de los
cuales surgirían el drama y la comedia como géneros.
Esta industria editorial no dejó de crecer y dar frutos,
sosteniendo una acumulación de formas expresivas, técnicas
y conocimientos que en pocas generaciones regala al mundo la enormidad
de un arte científico y una ciencia artística. Comparado
con su estatuaria todo lo previo parece un balbuceo infantil,
pero lo mismo se observa en otros campos. Con las pequeñas
polis democrático-comerciales llega sencillamente lo real
como concepto, dentro de una constelación que no sólo
inventa la filosofía, la lógica y la matemática,
sino la primera medicina desprovista de ensalmos y chivos expiatorios.
Ya en tiempos de Clístenes, la democracia
ateniense tropieza con un contingente espartano que acude para
apoyar a los partidarios del régimen oligárquico;
y, si prescindimos del desgaste interno derivado de la discordia,
tanto Atenas como las demás polis democráticas deberían
su ocaso tan solo a este tenaz adversario, que al frente de otras
oligarquías griegas acaba ganando la Guerra del Peloponeso
(431-404 a. C.). Tribus de un mismo tronco57,
la sociedad militar espartana exige pleitesía de una sociedad
comercial como la ateniense, alegando que no ha conocido tirano.
Por lo demás, Atenas vive de su ingenio y Esparta de esclavizar
a un país siete veces más poblado que ella, Mesenia.
Un revés para el militarismo es que sean
los atenienses y un pequeño contingente de Platea
quienes aborten la primera invasión persa con la victoria
de Maratón (490). Esos comerciantes y profesionales verán
saqueada sus polis con ocasión de la Segunda Guerra Médica,
pero pocos días después va a ser la flota ateniense
quien derrote decisivamente al invasor en Salamina (480). Como
consecuencia de ello buena parte de las polis continentales y
las de Asia Menor deciden que sea ella, no Esparta, quien reciba
un estipendio anual para protegerlas del Imperio iranio. Dicha
renta, sumada al desarrollo de sus recursos propios, hace que
con Pericles (495-429), almirante y campeón del partido
democratikós, Atenas esté a la cabeza de
un imperio mercantil sólo comparable al que establecerá
Cartago algunas generaciones después, con almacenes y talleres
distribuidos desde Odessa a Cádiz. La nación castrense
deberá esperar algo más de cien años para
vengarse de su rival comercial.
La victoria sobre Jerjes coincide en Atenas
con un programa de reconstrucción y obras públicas
de dimensiones colosales, que nunca pierde de vista su utilidad
para evitar el paro. De ahí que todas esas actividades
se reserven a hombres libres, cosa sin precedente en la Antigüedad.
La ciudad atraía por entonces no sólo a hombres
de negocios, vecinos y curiosos sino a un millar largo de peregrinos
entre los cuales no faltaban reyes y otros notables
llegados de todo el mundo para iniciarse cada otoño en
Eleusis. Esos Misterios demostraban, según Pericles, que
la llanura ateniense era el origen del cereal granado y por eso
mismo de la civilización. Cuando estallen las hostilidades
con Esparta, en 431, el discurso del demócrata combina
descripción y análisis:
«Hemos convertido nuestra ciudad en la más autogobernada
[...] pues nuestra constitución no depende de unos pocos
sino de los más. A todo el mundo asiste, de acuerdo con
nuestras leyes, la igualdad de derechos [...] Gobernamos liberalmente
lo relativo a la comunidad, y ni sentimos envidia del vecino
si hace algo por gusto ni añadimos molestias nuevas [...]
Nos hemos procurado frecuentes descansos para el espíritu,
sirviéndonos de certámenes y festividades, y de
decorosas casas particulares cuyo disfrute diario aleja las
penas [...] En efecto, amamos la belleza con economía,
y usamos la prosperidad más como ocasión de obrar
que como jactancia. [
] Arraigada está entre nosotros
la preocupación por los asuntos privados y también
por los públicos. Somos los únicos en considerar
que quien no participa de estas cosas es no sólo un confiado
(idiotés) sino un inútil».58
Atenas asume el compromiso de enseñar
a otros pueblos lo que ella misma ha descubierto y practica: una
libertad responsable, sinónimo de autocontrol. Negocia
en vez de intimidar, porque ha aprendido a producir cosas demandadas
por casi todos, y tiene con ello una alternativa permanente al
avasallamiento. En la cúspide del esplendor sus aliados
pudieron acercarse a la condición de súbditos, pero
ni siquiera entonces fantasea con otro destino que ir viviendo
de intercambiar bienes y servicios59.
Sus logros dependieron «del arte de poseer [
] con
vistas a la abundancia de aquellas cosas de las cuales se puedan
sacar dineros, necesarios para pasar la vida y tan útiles
para conservar la compañía así civil como
militar»60.
Perder la Guerra del Peloponeso cambia todo
menos la Constitución ateniense. Sus leyes siguen prefiriendo
la democracia a la oligarquía, pero frenan el populismo
con una ley de 401 que prohíbe someter a la Asamblea propuestas
demagógicas, norma imitada a continuación por la
Confederación Corintia y Creta. Décadas después
de la derrota, cuando la comarca está sumida en una aguda
recesión, su censo de varones libres unos quince
mil revela que sólo un tercio carece de parcela agrícola
y casa propia61.
2. La singularidad espartana. Cuenta Plutarco
en su Vida de Licurgo que este legislador dividió
Esparta en lotes idénticos, prohibiendo su enajenación
para asegurar la igualdad62,
aunque en tiempos no legendarios la mayoría de la tierra
estuviese en manos de veinte o treinta individuos, incomparablemente
menos distribuida que en el Ática63.
Una disparidad análoga entre lo ideal y lo real se observa
en su estructura política, pues alardear de no haber conocido
nunca la tiranía tiene algo de sorprendente considerando
que nunca conoció la libertad. Su único poeta, Tirteo,
que presenta al Estado como educador del ciudadano en la virtud,
identifica demos con ejército y llama formación
cívica a la vida cuartelera.
Que la igualdad fuese en la práctica
una extrema desigualdad pudiera deberse como sugirió
Aristóteles al hecho de que heredasen también
las mujeres, aunque tanto eso como el estado de cosas en general
aparece allí sumido en tinieblas impenetrables, derivadas
de un gobierno que se asegura la arbitrariedad no poniendo por
escrito ni siquiera las leyes. Muy pocas culturas quizá
sólo la céltica han venerado tanto el secreto
y el misterio64,
y quizá ninguna despreció tan olímpicamente
cualquier ocupación pacífica. Acuñada en
hierro, su moneda era un dinero absurdo por inaceptable para cualquier
foráneo, pero Licurgo lo impuso tratando precisamente de
entorpecer un desarrollo de relaciones discrecionales, como las
de tipo comercial.
Ciertos días del mes los guerreros jóvenes
cazaban por deporte a los mesenios, sus teóricos anfitriones,
y el programa eugenésico que llamaron oliganthropía
mandaba exterminar a cualquier recién nacido débil
o anormal. Separados de sus madres desde los siete años,
los niños eran sujetos a una pedagogía de intemperie
y hambre que les sugería hacerse «viriles»
robando y engañando, cosas admirables mientras lograsen
evitar la captura in fraganti. Alguno de sus dos reyes debía
autorizar cualquier matrimonio, y el esposo no pasaba la noche
junto a su esposa sino en el cuartel respectivo. Para yacer con
ella organizaba un simulacro de asalto nocturno a su propia casa,
seguido de «violación». Los varones comían
siempre en común, e idéntico alimento.
Reprochaban a los atenienses ser libertinos
y afeminados, si bien su vida cuartelera promovía homosexualidad
encubierta y ayuda a entender que las espartanas tuviesen fama
de ser las griegas más «disolutas»65.
También reprochaban a los atenienses ser avaros, aunque
en el Ática los clientes pagasen un sexto de su producto
agrícola y en Esparta la mitad66.
Despreciaban a las demás polis porque no sometían
lo individual a lo colectivo, aunque el secretismo reinante en
la suya ofreciese al gobierno márgenes ilimitados de fraude
e hipocresía. Sin embargo, su regla de unanimidad inapelable
se hizo cada vez más atractiva con la crisis económica
y social de las polis democráticas, determinando que ya
Platón y Jenofonte viesen en ella «una especie de
revelación primigenia»67.
De entonces viene su prestigio como nación
inmune al veneno individualista, que practica la unidad «total»
frente a formas políticas inauténticas como la isonomía68,
contraponiendo a los intereses particulares una lealtad incondicional
a «lo común». Iba a ser una fidelidad algo
extraña para con Grecia, pues humeaban aún las ciudades
devastadas por la primera invasión persa cuando los espartanos
iniciaron con gran sigilo un acercamiento al Rey de Reyes, que
les proporcionaría el oro y los barcos capaces de quebrantar
a la Liga ateniense, principal obstáculo opuesto a las
ambiciones expansivas de ambos. Cien años más tarde
pagaron ese apoyo entregando a Persia todas las polis de Asia
Menor y Chipre.
La capacidad de Esparta para fascinar a todo
tipo de populistas autoritarios ulteriores suele omitir el abismo
entre su vida legendaria y su existencia histórica, pasando
por alto evidencias como que desde el siglo vi al iv todas las
masacres de demócratas en la Hélade fueron instigadas
o ejecutadas por ella. Pero tampoco cambia el sentimiento admirativo
disponer de informaciones sobre su actuación efectiva,
pues la añoranza se centra en el totalitarismo como cura
para el recién descubierto Estado de derecho. Los espartanos
defendieron precozmente la posibilidad de «otro» gobierno
popular, substancial en vez de formal, donde las diferencias de
opinión aparejadas en potencia a libertades públicas
cesan al confiarse todos a cierta voluntad nacional supremamente
una. Los gustos prosaicos y cambiantes del orden civil iban a
tener desde entonces una alternativa tan radical como lo sublime
y estable de una mentalidad bélica, cuyo laconismo evita
frivolidades abocadas de un modo u otro a la sedición.
Por lo demás, la hegemonía de
Esparta sobre la Hélade iba a durar algo menos de treinta
años. Una imprevista victoria militar de los tebanos decretó
su irreparable decadencia, y cuando la esclavitud de Mesenia tocó
a su fin los acontecimientos fueron precipitándose hasta
transformarla en una especie de circo barato para el invasor romano.
Ansiosos por obtener alguna moneda distinta de doblones férreos,
algunos jóvenes escenificaban sus sagrados ritos ancestrales
luchando unos con otros hasta mutilarse e incluso morir, mientras
otros se disputaban con los perros las sobras de cada campamento
legionario69.
Como había observado Aristóteles un siglo antes,
«teniendo guerra libraban bien y al ser señores se
perdieron, porque no sabían vivir en paz»70.
La visita actual al Museo de Esparta completa
la perspectiva de sus logros culturales, al depararnos una total
ausencia de arte clásico. De la rudeza arcaica salta a
«obras uniformes y sin inspiración de los periodos
helenístico y romano»71.
El genio deslumbrante de los griegos, sus consanguíneos,
es un extraño que pasa de largo por todas las salas del
recinto.
V. Grecia como precedente revolucionario
Hoy sabemos que sin información libre
la misma catástrofe se cobra más víctimas72,
y que ninguna materia prima es un activo comparable a la inventiva.
Agraciados por ella en generosa medida, los hijos de Helena y
Homero aunaron el hallazgo del autogobierno con un desarrollo
económico sólo conseguido por los fenicios, pero
dejaron rezagada a esa civilización y a todas las demás
del mundo antiguo convirtiendo el sistema de castas en un orden
exogámico, donde el mestizaje físico y cultural
se hace tan inevitable como rutinario. Los polinizadores multiplican
la fertilidad del campo permitiendo que las plantas se crucen
salvando distancias, y las polis democráticas pusieron
de manifiesto las ventajas de una sociedad abierta con márgenes
cualitativamente superiores de creatividad.
El género humano está en deuda
con quienes se lanzaron a construir una sociedad compleja cuando
la riqueza se calculaba aún por medidas de grano o aceite.
No menos instructivo es que su decadencia partiese de la lenta
erosión unida al propio éxito, que permitió
ir entregando la esfera productiva al desmotivado. Esparta y Persia
agravaron ese fermento interno de crisis, pero no dejaba de ser
incoherente que las primeras sociedades libres se hipotecasen
al rendimiento del trabajo forzado.
1. Miseria y redención. En el siglo
IV el demos ateniense ya no es una clase media mayoritaria
como en gran parte del siglo previo, sino un pueblo
castigado por el paro y la competencia servil en cada menester.
Esto abona una lucha de facciones y clases articulada sobre distintas
requisas, y es oportuno recordar que ningún demagogo democrático
sugirió convertir esas confiscaciones selectivas en una
expropiación general. Repartir el territorio en lotes iguales
y no enajenables, a la manera de Licurgo, acabó produciendo
el territorio más latifundista de toda Grecia, y el modelo
ofrecido por Platón que sólo desposee a los
gobernantes o custodios fue una simple excentricidad para
el rico tanto como para el pobre del momento.
Tendremos ocasión de comprobar que un
comunismo carismático exige al menos dos rasgos ausentes
aquí: santificar la pobreza y aborrecer al comerciante,
símbolo de la relación voluntaria e irreversible
constituida por actos de compraventa. La civilización griega
es todo menos enemiga del comercio, y el hecho de embarcarse en
aventuras fratricidas no modifica que el superior en areté
(«virtud») merezca a su juicio más riqueza,
más posición social y más autoridad política73.
Contando con situaciones favorables, demagogos lúcidos
y enérgicos como Pisístrato pudieron fortalecer
al estamento intermedio o pueblo propiamente dicho, y en coyunturas
adversas sucesores con menos margen de maniobra se verán
llevados a profundizar en la desunión. Sin embargo, ni
ellos ni quienes les apoyan contemplan como cosa deseable un mundo
extracomercial.
Polibio insiste, por ejemplo, en que todas las
guerras civiles griegas partieron de confiscarse los unos a los
otros, y Plutarco aclara que incluso en los momentos de mayor
discordia «todos esperaban una revolución pero no
por aspirar a la igualdad, sino buscando mejoras para su facción
y dominio total sobre sus adversarios»74.
Aunque Plutarco venera a Platón cuya politeia
une la desposesión económica con un rechazo más
genérico de la «carne», no pone en duda
que el demos helénico está lejos de comulgar
con ese norte del alma pura. Fuera del círculo órfico-pitagórico,
que probablemente ha importado de Oriente su espiritualismo ascético,
no sólo el vulgo sino poetas y filósofos celebran
una vida dedicada a refinar el ocio con placer sensual e intelectual.
Será difícil encontrar una cultura más ajena
a ideales de renuncia y auto-mortificación.
En una arqueología del comunismo como
sentimiento y proyecto político Grecia sólo aporta
la lucha de clases, un subproducto de cancelar el sistema de castas.
Prefigurando el camino que seguirán Atenas y otras polis,
Solón insistía en no disociar ocio y negocio. En
su tiempo no era contradictorio honrar el trabajo del hombre libre,
y es precisamente eso lo que irá haciéndose inviable
por caminos tan indirectos como seguros. Por una parte, Grecia
descubre una movilidad que dinamita los destinos prefijados, oponiendo
a la sociedad cerrada una importación en masa de relaciones
voluntarias y valores idiosincrásicos. Por otra, el auge
paralelo de la esclavitud generaliza lo involuntario precisamente
en la zona de contacto entre el deseo y la cosa deseada, donde
se ventila su transformación de piedra terrosa en diamante,
de despojo en manjar, de cobertizo en mansión.
Si se prefiere, el gobierno pacífico
de la mayoría pide una renta incompatible con desmoralizar
al profesional. Cuando la erosión del estímulo se
haya realimentado en medida bastante las polis sucumben ante potencias
externas, aunque no sin inspirar en ellas una imitación
de sus logros políticos, morales e intelectuales. El macedonio
Alejandro Magno funda el primer imperio occidental partiendo del
cosmopolitismo, un criterio sencillamente desconocido antes de
Sócrates, y su Estado de estados rompe con la larga tradición
de los imperios asiáticos al exigir como condición
de sentido que la fuerza se ponga al servicio de la justicia.
El rey será un estadista guiado por la razón (un
Basileus), no un autócrata librado a la arbitrariedad.
En definitiva, la amalgama griega de comercio
y democracia pone en circulación un sistema político
donde sobran tanto la xenofobia como el autoritarismo en general,
y esto último no sólo porque lo imponga la dignidad
humana sino porque el libre examen es un requisito permanente
para sacar adelante los negocios. Al mismo tiempo, esa forma va
acumulando como contenido un empobrecimiento paulatino que ocurre
cuando la población ha crecido ya con las expectativas
del nuevo orden, y a despecho de las mil causas particulares
alegadas por cada persona y momento nadie acierta a explicarse
la sostenida decadencia. Se hace más frecuente que hombres
y mujeres acudan a los mercados de esclavos para venderse y regalar
el precio a seres queridos, o sólo por asegurarse ellos
algún techo y las sobras del dueño, subrayando la
tragedia sin heroísmo de que muchos vayan a menos.
Tanto en Grecia como en el resto del mundo mediterráneo,
afectado de un modo u otro por la irrupción de su genio,
el futuro pertenece a quien sepa apacentar la infelicidad. Cultivan
precozmente este sentimiento el misticismo órfico-pitagórico
apoyado sobre la maravillosa elocuencia de Platón
y la corriente profética israelita, escandalizados ambos
ante ensayos de civismo que han producido masas desarraigadas
y menesterosas, mientras sumían en vicios consumistas a
la aristocracia. Tan distintas en otros aspectos, ambas corrientes
buscan un modo seguro de evitar castigos en el más allá,
y ambas lo encuentran en un rechazo de la riqueza. Esto no es
sólo un enérgico consuelo para los desfavorecidos,
por nacimiento o causas sobrevenidas, sino el comienzo de una
guerra librada por el ideal contra una realidad inadecuada. La
opulencia mancha, la indigencia purifica.
Los esclavos, dirá Nietzsche, han convertido
en vicios las virtudes del amo; competencia, orgullo y autonomía
son pecados capitales para la moral «auténtica».
Pero Nietzsche aborda la victoria moral del infeliz como una derrota
del fuerte (él mismo, por ejemplo) a manos de débiles
congénitos, y las páginas siguientes prefieren seguir
la evolución de tales y cuales instituciones, explorando
los puntos de contacto entre la gran revolución del descontento
y grupos que despreciaron formalmente el trabajo, vulnerando por
sistema distintos derechos de propiedad. Mientras la mayoría
de los hombres libres acabará abrazando el consejo de odiar
«esta» existencia, el esfuerzo por perpetuar la sociedad
esclavista lo asume el pueblo occidental más abnegado,
cuyo nombre Rhome significa «fuerza bruta»
en la lengua de Homero.
NOTAS
1
- Véase más adelante, p. 19-20.
2
- Plutarco, Vida de Solón 15,2.
3
- Arendt 1993, p. 45.
4
- Eurípides, Las fenicias, vv. 388-92.
5
- Polibio, Hist. IV, 17.
6
- Por no decir grecorromana, indoeuropea y universal, ya que el
culto a los antepasados se encuentra prácticamente en todas
las sociedades de Oriente y Occidente.
7
- Entre otros nombres, conocidos en latín como lares,
manes y penates.
8
- El nexus romano fue un esclavo estatal, que Tito Livio
describe de modo minucioso (Anales II, 23-32). Uno de estos
«vinculados» centurión precisamente
echó en cara al Senado no haber podido devolver el préstamo
contraído para pagar la contribución porque su granja
fue saqueada, privándole de la cosecha, mientras él
se distinguía luchando como legionario en otro frente.
Las continuas guerras de Roma con sus vecinos hicieron que esos
casos no fuesen para nada excepcionales, y el clamor popular resultante
produjo la rebelión del Monte Sacro, cuyo fruto principal
fue el tribunado de la plebe.
9
- Esquilo, Agamenón 158-164.
10
- Aristóteles, Política 1365a. Uso la versión
renacentista de Pedro Simón Abril.
11
- De demos («pueblo») y agó («conducir»).
12
- Cf. Jaeger 1957, p. 217. Dos de los Siete Sabios de Grecia Pítaco
de Mitilene y Periandro de Corinto son tyrannoi.
13
- Euménides 976-980.
14
- India deroga oficialmente su sistema de castas en 1949, y aún
hoy los miembros de la cuarta (o «intocables») padecen
agresiones y hasta masacres ocasionales por pretextos ligados
al viejo orden, como haber matado una vaca o acercarse demasiado
a algún miembro de la primera.
15
- Cf. Murray 1988, vol. I, p. 257-258.
16
- Fustel 1984, p. 332.
17
- Plutarco, Vida de Solón 2, 3.
18
- Cf. Rostovtzeff 1967, vol. I, p. 370-393.
19
- En tiempos de Solón van del 12 al 18 por 100 anual en
préstamos ordinarios, aunque puedan elevarse al 60 en el
arriesgado préstamo marítimo o a la gruesa. El Código
de Hammurabi (xx a. C.), por ejemplo, fija el 33 por 100 para
cereales y del 12 al 20 para metales. La ley romana de las Doce
Tablas, típica de un país con circulación
monetaria muy insuficiente, fija un interés algo superior
al 8 por 100 mensual, que al año equivale a muy poco menos
del 100. Cf. De Martino 1985, vol. I, p. 188-189.
20
- Cf. Fustel 1984, p. 335.
21
- Rostovtzeff 1998, vol. II, p. 1.110.
22
- Corpus iuris civilis, Código, I, VI, XLII, ley
3. Son precios máximos impuestos por Justiniano para hacer
frente a la inflación que sigue a una epidemia de peste,
y resultan sin duda muy inferiores a los efectivos, pero eso no
altera el valor relativo de cada tipo. En 1850, cuando los negros
llegaban de África sin instrucción alguna, un esclavo
sano y joven costaba mil quinientos dólares en el Sur norteamericano,
equivalentes a treinta y ocho mil de los actuales; cf. Wikipedia,
voz «slavery».
23
- Aristóteles, Política 1270b.
24
- En Atenas los miembros de la Asamblea y los tribunales recibían
tres óbolos por comparecencia, y los del Consejo 5. Los
cargos más codiciados eran judiciales correspondientes
al actual jurado, pues implicaban reuniones casi diarias.
25
- Platón, República 569 b. «La democracia
surge cuando los pobres, victoriosos, matan a algunos del partido
opuesto y destierran a otros, compartiendo igualitariamente gobierno
y empleos públicos» (Ibíd. 557 a).
26
- Pseudo-Jenofonte 1971, p. 5.
27
- Cf. Musti 2000, p. 82.
28
- Cf. Engels 1970, p. 149.
29
- Aristóteles, Política 1310a.
30
- Jenofonte, Helénicas II, 4, 21.
31
- Ibid, II, 4, 22.
32
- «En Cos sucumbió la democracia cuando empezaron
a surgir demagogos rastreros, que hicieron unirse a los notables
de todo tipo. En Rodas querían cobrar un estipendio mientras
vetaban la devolución de lo suyo a los trierarcos, pues
éstos ante los juicios que se emprendieron contra
ellos se vieron obligados a unirse y derrocar la democracia.
También fue disuelta la democracia en Heraclea inmediatamente
después de su fundación, pues los principales a
quienes se perseguía sin equidad acabaron siendo desterrados,
y agrupándose todos volvieron y cambiaron de régimen.
Lo mismo acabaría con la democracia de Megara: el partido
popular se apoderó del poder y empezó confiscando
los bienes de algunas familias ricas, pero lanzado ya por ese
camino no le fue posible parar; cada día hubo necesidad
de nuevas víctimas, y el número de ricos despojados
y desterrados fue tan grande que alcanzó a formar un ejército,
con el cual vencieron por las armas, para establecer una oligarquía
en lo sucesivo. Ocurrió lo mismo en Cumas» (Política,
1304b-1305a).
33
- Política 1305a.
34
- Heráclides Póntico, en Ateneo XII, 26.
35
- República, 373 d.
36
- El programa pedagógico comprende sucesivamente aritmética,
geometría plana, geometría del espacio, astronomía,
armonía musical y metafísica («dialéctica»),
hasta comprobar que el seleccionado ya no desea sino «la
ciencia inmune a error». En ese momento se le impone como
sacrificio la entrega al servicio público.
37
- República 457c-d. Platón fue célibe
toda su vida; cf. Jaeger 1957, p. 639.
38
- Sus estipulaciones implican dejar morir por «abandono»
no sólo a cualquier tullido de nacimiento sino a quienes
nazcan de «hombres inferiores», o de uniones «no
vigiladas por el Estado». Criar a los niños en asilos
públicos asegurará una devoción general de
los adultos hacia ellos (pues los de cierta edad podrían
ser hijos suyos), y el correspondiente respeto de éstos
hacia aquellos (pues podrían ser sus padres). Así
se asegura también que todos reciban idénticos cuidados
y educación.
39
- República 422 a.
40
- Eso explica de paso que se conserven varias ediciones impecables
de su obra, y sólo un amasijo muy incompleto de la aristotélica,
por no mencionar la destrucción prácticamente total
de legados tan copiosos como los de Demócrito o Epicuro.
Véase, por ejemplo, el prólogo a la versión
francesa de las Oeuvres complétes de Platon (Robin
y Moreau 1950, p. XIV-XVII).
41
- Véase infra, p. 108-110.
42
- Por ejemplo, su República castigaría al «ateo»
con pena de muerte, supervisaría las artes plásticas
y desterraría la poesía, la tragedia, la comedia
y hasta la mitología, por contener ficciones «no
pedagógicas». Los trágicos y los cómicos
excitan «pasiones violentas, descompuestas; lágrimas
y risa inmoderada». Tanto como la música «sensual»,
el poeta debe ser acallado cuando no componga himnos a dioses
y héroes.
43
- República 555 d.
44
- Ibíd 557 a.
45
- 942 b-c.
46
- La tradición cuenta que fue comprado y emancipado por
su amigo Aniceris en 361, y que fundó la Academia de Atenas
al poco de regresar.
47
- El epitafio de Platón, redactado por él, decía:
«Enseñó cómo ser sabio y bueno al mismo
tiempo».
48
- Política II, 1261a -1261b.
49
- Ibíd., 1262b.
50
- «Los que desean hacer muy una la ciudad [
] destruyen
dos virtudes, que son la templanza acerca de las mujeres y la
liberalidad acerca de las posesiones. Porque ni se mostrará
nadie liberal, ni realizará acto alguno liberal, por cuanto
el ejercicio de esa virtud consiste en el uso de las posesiones».
Ibíd 1263b.
51
- Ibíd.
52
- Se atribuye al primer Aristóteles, cuyos Diálogos
no se conservan, haber completado un pensamiento del poeta Teognis,
diciendo que «lo mejor es no haber nacido, y en otro caso
morir joven».
53
- Solón, frag. 5 (Bergk).
54
- Fijados por medidas de aceite, grano y vino, de manera que quien
tuviera otros bienes dinero, por ejemplo los reconvertía
a medidas de aceite, grano y vino para saber cuál era su
grupo político.
55
- Financiándose con un nuevo impuesto sobre rentas agrícolas
y aranceles portuarios, amplía sustancialmente la cámara
subterránea donde se celebraban los Misterios eleusinos,
construye el gran acueducto, promueve el cultivo de vid y la industria
del vino, otorga créditos al campesino para adquirir equipo
y estimula los intercambios comerciales de Atenas con países
y particulares.
56
- Aristóteles, Constitución de Atenas, 13-17.
57
- Los espartanos eran dorios, y los atenienses aqueos, dos ramas
del pueblo («ario») que invadió en tiempos
remotos los territorios luego llamados Hélade.
58
- Tucídides, Historia de las guerras del Peloponeso,
II, 36-40.
59
- Cf. Hansen 1991, p. 80.
60
- Aristóteles, Política 1256 b.
61
- Dionisio de Halicarnaso, De Lysia, 32.
62
- Concretamente, habría concedido nueve mil parcelas a
los espartanos urbanos, y treinta mil a los rurales o lacedemonios.
63
- Aristóteles, por ejemplo, afirma que «en Esparta
unos pocos tienen haciendas extremadamente grandes, y muchos otros
muy pequeñas y hasta miserables» (Política
1270 a).
64
- Nuestro adjetivo «lacónico» viene de lakonikós
o perteneciente a Laconia o Lacedemonia, la parte de territorio
espartano previa a su anexión de Mesenia.
65
- Cf. Aristóteles, Política 1269b.
66
- Cf. Tirteo, frag. 5 (Diehl).
67
- Jaeger 1957, p. 86.
68
- Aunque su receta eugenésica le fue resultando cada vez
más indigesta a la posteridad, una nostalgia por su espíritu
y su régimen político es común a todos los
Padres de la Iglesia, a Müntzer y los demás Profetas
del milenarismo renacentista, a Rousseau, Rosa Luxemburgo y a
un largo etcétera. Los grandes tribunos de la Convención
quisieron unánimemente fundar en Francia una Esparta «nouvelle».
69
- Los libros XXXIV y XXXV de Tito Livio describen con bastante
detalle la situación de Esparta en el siglo II.
70
- Política 1271 b.
71
- Toynbee 1970, I/IV, p. 274.
72
- Cf. Sen 2000, passim.
73
- Por ejemplo, cf. Finley 1986, p. 48-49.
74
- Vida de Solón, 29, 1.
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