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LOS ENEMIGOS DEL COMERCIO
X. REMEDIOS PARA EL AISLAMIENTO
Sería absurdo imaginar que los seres humanos rinden más
cuando trabajan para otros que cuando lo hacen por su cuenta117.
Mover docenas de carros hasta lugares remotos -y recobrarlos sin necesidad
de añadir a cada expedición una escolta militar- sólo
fue posible en Europa occidental durante los primeros tiempos del Imperio
romano. Ahora esta esperanza parece singularmente vana, pues a los salteadores
se suman marismas, páramos y bosques muy densos que cubren el 80
por 100 del territorio, sellando cada zona habitada. Pero la roturación
de bosques es posible y sale a cuenta desde la tala del primer árbol,
que ofrece no sólo calor sino materiales de construcción
y otros excedentes. Sólo sería ruinosa si se encomendara
a mano de obra involuntaria, y el fenómeno del momento es más
bien que algunos siervos se lancen a vivir por su cuenta y riesgo. Está
comenzando una sociedad de frontera118
basada en aprovechar tierras vírgenes, cuyo principal hallazgo
tecnológico será embridar el viento con aspas de molino.
Gracias a los siervos insatisfechos con su condición un asentamiento
que se limitaba a las riberas de algunas cuencas fluviales -básicamente
las del Rhin, el Mosa, el Ródano y el Po- empuja con fuerza tierra
adentro. Para cuando el proceso empiece a rendir sus frutos el centro
de artes y técnicas se ha desplazado a Renania, donde hacer negocios
tiene más adeptos, y Colonia supera a cualquier ciudad septentrional
por empresas fabriles y mercados. Su nueva muralla que amplía
la vieja fortificación romana para proteger precisamente esos barrios-
se levanta a partir de 900, costeada por los diezmos y otros derechos
que residentes y transeúntes pagan a su arzobispo.
Colmo teórico de lo impenetrable, la Selva Negra tampoco resiste
a las sierras y hachas de sus colonizadores. Comparar la catedral de Worms
con la capilla de Aquisgrán levantada por Carlomagno muestra que
los constructores renanos han aprendido a saltar de cuatro plantas hasta
doce, y son capaces de erigir la joya definitiva del románico.
El esfuerzo aparejado a mantener rutas regulares no surge aspirando a
modificar instituciones, aunque ha puesto las bases para que su modificación
sea inevitable. Cuando vías mantenidas por el paso de mancipia
y captivi se adapten a la rueda traficar con esclavos empieza a ser menos
rentable que mover otras mercancías. Al tiempo que los caminos
se desbrozan o inauguran, el bandidaje se frena y el sentido del aislamiento
pierde entidad. Ferias desaparecidas reabren o amplían su duración,
permitiendo que núcleos urbanos abandonados o reducidos a aldeas
se repueblen. Demostrando que es posible desplazar bienes por sendas donde
sólo pasaban peregrinos o reatas de cautivos, los caravaneros han
puesto en marcha un proceso donde a fin de cuentas va haciéndose
cada vez más necesaria la libertad.
No son los únicos en renunciar a la Paz de Dios, pues quienes permanecen
en su gleba quieren también incorporarse al intercambio monetario.
Carlos el Calvo, rey de los francos occidentales, lo confirma con un edicto
de 864 que persigue como conjurationes los acuerdos secretos entre
vecinos para vender sus parcelas y retener sólo las viviendas,
haciendo imposible saber qué tierras dependen de cada señorío119.
Para que las ventas sean firmes resulta necesario que todos los parientes
coincidan, pero ahora coinciden. El feudalismo ha empezado a producir
una gama de antídotos y estímulos que se orientan a restablecer
la compraventa, mientras el dinero está abandonando su naturaleza
de joya para reaparecer como forma racional del trueque.
1. Los mercaderes iniciales
La más brillante sociedad mercantil del siglo IX está formada
por los radanitas judíos, cierto grupo de políglotas que
describe un alto funcionario de Bagdad en su Libro de caminos y reinos
(886)120.
Hablaban cuando menos seis idiomas árabe, persa, griego,
franco, andalusí y eslavo-, algo insólito en su tiempo
si no fuese aún más insólita la empresa de mantener
un circuito de longitud descomunal -con uno de sus extremos en China y
otro en el califato cordobés-, abasteciendo territorios separados
entonces por medio año o más de viaje ininterrumpido. Respetuosos
con la cultura de cada lugar, vendían lo mismo en Constantinopla
que en Aquisgrán y en todas partes eran bien recibidos. Importaban
de Occidente eunucos, esclavos, esclavas, pieles y espadas, vendiendo
allí sobre todo tejidos de calidad y especias.
La compañía de los radhaniyya conduce a personajes
curiosos, como el judío Abraham que vive en la Zaragoza musulmana
y hace de banquero para Luis el Piadoso. También tienen nombre
propio David y José, dos judíos que le prestan el mismo
servicio desde Lyón, mirando directamente al depósito balcánico.
Agobardo, el obispo, es un antisemita furibundo que querría ejecutarles,
pero la corte le disuade de inmediato. Unos y otros son personal
de palacio, como lamenta el prelado, y están exentos además
de todo peaje121.
Ya Carlomagno se sirve del judío Isaac para conferenciar con Harún-al-Raschid,
y en 851 era sabido que nutridos grupos (cohortes) de mercaderes
acudían a Zaragoza desde el este del reino franco. Carlos el Calvo,
el monarca en ese momento, tiene como fidelis y contable imperial
a Judas, otro judío.
Los comerciantes autóctonos
Pero la genealogía del caravanero europeo descubre también
gentes sin la tradición de judíos y sirios, que en algún
caso podemos seguir con cierto detalle. Algo posterior a Carlomagno y
modelo del nuevo héroe es Goderico de Finchale (Lincolnshire)122,
un joven que deserta de su gleba y se pone a vagar por playas buscando
inútilmente restos de naufragio. Le vemos más tarde convertido
en buhonero, un pequeño comercio de venta ambulante desde el cual
promociona a socio en un grupo gestor de caravanas, que yendo de feria
en feria le familiariza con oferta y demanda en cada lugar. Invierte sus
ganancias fletando un barco que traslada mercancías y personas
por el canal de La Mancha, y gestiona la empresa con tanta energía
y suerte que acaba siendo dueño de una flota dedicada al cabotaje
entre Inglaterra, Escocia, Dinamarca y Flandes.
Siendo ya un magnate es tocado por la gracia divina; regala todo a los
pobres, se convierte en un ermitaño muy estricto y empieza a hacer
milagros que le acaban llevando a los altares como san Goderico. Antes
de transformarse en santo se ha dedicado a comprar barato para vender
caro, y su biógrafo le muestra profundamente arrepentido de ello.
Tampoco omite reconocer que arando las tierras de Lincolnshire le habría
sido imposible ayudar a tantos necesitados. Cámbiese el final de
esta historia y tendremos un fragmento arqueológico sobre el empresario
europeo, que cuando la época glorifica relaciones involuntarias
prospera merced a las voluntarias exclusivamente, vendiendo y comprando
cosas.
Su persona es ilegal por ello, si no lo fuera ya por haber desertado de
su terruño, y debe sobrevivir intimidando al bandido como los precoces
mercaderes venecianos aprendieron a hacer con el pirata. Pero esos enemigos
no le superan en arrojo, y retroceden ante el poder adquisitivo que le
otorga atender al gusto de cada cual. Ahora junto al rico en bienes inmuebles
empieza a haber un grupo rico en bienes muebles y conocimientos, rodeados
ambos por una masa vegetativa de no propietarios.
Tal como la civilización agraria había hecho del
campesino alguien cuyo estado habitual era la servidumbre, el comercio
hizo del mercader un hombre cuyo estado habitual era la libertad [
]
Ese individuo errante traía la movilidad social, descubriendo
una mentalidad que no mide el patrimonio por la condición del
hombre sino por su inteligencia y energía123.
Un sajón inglés con talento para los negocios -como san
Goderico- encuentra ante todo émulos entre frisios o neerlandeses,
renanos y lombardos, que tras ser sometidos por Carlomagno se transforman
con alguna asiduidad en mercaderes y comienzan a ser mencionados como
canalla usurera. Sin embargo, el hecho decisivo para los negocios en general
es que vikingos suecos -gente del Rus o ruski para los eslavos-
funden en 856 el reino de Kiev, poniendo fin al bloqueo continental con
una ruta terrestre hasta Bizancio y los árabes. A lo largo de ella
van surgiendo campamentos (gorods) que se transformarán
en sociedades sin pasar por la agricultura como escalón intermedio,
apoyándose en su desinterés por la propiedad inmobiliaria.
Lejos de ser todo, la tierra sólo tiene valor si puede
venderse o produce frutos comparables a su venta124.
Legendariamente feroces en sus comienzos125,
a lo largo del siglo X los vikingos van abandonando la vida de saqueo
para dedicarse al comercio y otros empeños civiles. Ya el reino
de los vareng en Ucrania se sostuvo inicialmente de vender a Oriente Medio
productos del bosque -ámbar, miel, pieles, maderas- y de su arte
como carpinteros y herreros. No mucho más tardarían los
normandos en crear el reino de Sicilia e Italia meridional, que iba a
ser en el siglo XII el Estado más avanzado y próspero de
Europa. Como unos y otros ignoran las instituciones del vasallaje, hacerse
sedentarios no significa renunciar a una vida basada esencialmente sobre
la movilidad, que si antes dependía de ir robando y matando a agricultores
ahora parte de aprovisionarles y adquirir sus productos.
Nuevos emporios
El desarrollo de la ruta entre el Báltico y el Mar Negro está
en el origen de Brujas, una ciudad acuática como Venecia, que restablece
la industria de los paños comprando en Londres vellones de merinos
ingleses y abaratando su exportación a gran escala con piezas de
hasta 60 varas. Una lana suave y bien teñida era ya algo intercambiable
por refinamientos orientales como los brocados en hilo de oro y la seda,
y un artículo interesante también para Venecia y los puertos
que resurgen gracias a su tráfico con Al-Ándalus. El mero
hecho de circular regularmente no sólo dispara la demanda de vino
francés y otros productos sino un tráfico de minerales hasta
entonces bajo mínimos, que a su vez estimula la minería
y la forja.
Tal como Gante, Amberes y otras villas flamencas aprovechan la estela
abierta por Brujas, la prosperidad veneciana se contagia al norte de Italia
inaugurando allí nuevos centros de comercio marítimo, industria
textil y agricultura avanzada126.
Ahora esos dos focos añadidos al del Rhin- tienen artículos
atractivos que intercambiarse, y ponerlo en práctica destaca hasta
qué punto ser próspero pende de intensificar los contactos.
Con el retorno a economías monetarias surgen estaciones intermedias
para el tráfico entre Flandes, Renania e Italia en la Champaña
francesa, que convierten esa zona en un nuevo foco de crecimiento económico.
Las seis ferias celebradas allí cada año reúnen manufacturas
de toda Europa, y los primeros banqueros medievales los Peruzzi
de Florencia y los Riccardi de Lucca- llegan a serlo gracias a que ellos
y otros mercaderes italianos logran controlar antes buena parte de sus
almacenes y servicios. Francia tuvo entonces una oportunidad de incorporarse
precozmente al desarrollo, pero el comercio europeo abandona esas plazas
desde 1273 como consecuencia de los peajes leoninos que impone Felipe
el Audaz tras conquistar el distrito127,
y ni Reims ni ciudades vecinas levantarán cabeza hasta cuatro siglos
más tarde, gracias a la predilección de Luis XIV por sus
vinos. La respuesta de un mercado ya internacional al encarecimiento derivado
de la nacionalización es inaugurar Amberes como nuevo centro de
operaciones, una iniciativa italiana también en origen, ya que
son naves genovesas las primeras en recalar allí.
Por lo demás, hemos considerado tan solo la reapertura de caminos
y falta describir sus estaciones, los altos en cada ruta.
2. La ciudad nueva
El burgus o portus128
amurallado es inseparable de que Europa sea un territorio sin excedentes
y por lo mismo inerme. Atrae a depredadores del norte, el este y el sur,
y los habría recibido del oeste si no la protegiera el Atlántico.
Seguir su distribución inicial sobre el mapa muestra que esos enclaves
surgen en Italia para mitigar la devastación debida a los magiares;
en Alemania para hacer lo propio ante magiares y eslavos; en Inglaterra
y la costa del Mar del Norte para protegerse de los piratas normandos;
y en el sur de Francia a consecuencia de incursiones sarracenas, bien
por tierra o por mar129.
Las primeras fortificaciones cubrían áreas muy pequeñas,
rara vez superiores a cien metros de diámetro, ocupadas por el
depósito comarcal de grano y una torre defendida por algunos soldados
y su jefe. Fue en torno a ese vetus burgus como surgieron construcciones
ligadas a ferias, que quedarían indefensas hasta poder transformar
el conjunto de vetus burgus y suburbia en una sola fortaleza130.
Cuando la tenacidad y la ingeniería arquitectónica de comerciantes
y artesanos empezaron a hacerlo posible hacia finales del siglo
XI- estar defendido pasó a depender de sus moradores. Surgía
así una alternativa al asilo en monasterios y castillos, que para
el pueblo llano era también sede permanente y fuente de ingresos.
Prelados y nobles, que seguían siendo propietarios nominales del
suelo, nunca imaginaron obtener rentas tan altas de espacios tan reducidos.
Pero en la esencia de estos lugares estaba aspirar al derecho en
y por sí mismo, no sólo los tratados y ordenanzas que forman
el contenido de la diplomacia131.
De ahí una norma común a todos: quien residiera allí
cierto tiempo un año y un día, concretamente- borraba
cualquier vínculo previo de dependencia. Esa voluntad de autodeterminación
es consustancial al burgo, y se expresa en el lema de que el aire
urbano hace libre (Stadtluft machts frei). Libre y quizá
también acomodado, porque el trabajo ya no servil se orienta hacia
la calidad y mejora al tiempo la cantidad. Lo que Roma no hizo -articular
distintos talleres para producir fábricas- es una iniciativa sin
la cual ninguno de estos núcleos habría podido amurallarse.
A los antiguos desertores del vasallaje -buhoneros y caravaneros- se suman
ahora los encargados de cada señor (ministeriales), los
que conocían algún oficio, los primeros empresarios y campesinos
no apáticos, que quieren aprender alguna profesión o simplemente
trabajar como mano de obra inespecífica pero remunerada. Gran parte
de ellos se convertirán en tejedores urbanos, descritos por un
escriba de la época como plebe brutal, inculta y descontenta132.
Los moradores del burgo
La coordinación de rutas comerciales y fortalezas civiles basta
para inyectar complejidad en un marco entregado antes al simplismo, y
los cambios empiezan a no tener nombre o apellido. Las organizaciones
surgen de modo tan espontáneo y confiado que pueden prescindir
de estatutos, mientras las finalidades se diversifican arrastradas por
procesos impersonales. Los burguenses, cuya primera mención
escrita parece fechable en 1007, tratan con el campesino sin pasar por
la mediación de sus señores, atendiendo a conveniencia mutua,
y pronto surgen en su seno asociaciones de comerciantes (hansas)
y gremios de artesanos.
El punto crítico para la ciudad nueva estaba en que residir allí
borrase en efecto la servidumbre que hubiera un Frei-burg
o burgo libre-, pretensión probablemente asumida por algunos o
muchos núcleos urbanos a finales del siglo X133.
A partir de 1074 las presiones civiles llegan a las crónicas, pues
ese año unos seiscientos negotiatores exigen al arzobispo
de Colonia que no les trate como siervos o tomarán su palacio134.
Eventos análogos se producen en Arras y Laon, y tres años
más tarde llega el alzamiento de Cambrai, una diócesis situada
en las lindes actuales de Francia y Bélgica.
Aprovechando que el obispo ha ido a la coronación del Emperador,
y en medio del entusiasmo general, los burguenses de
Cambrai declaran que el perímetro amurallado ya no pertenece ni
al Sacro Imperio ni al Papa ni a otro señorío que el suyo
propio135.
Como su prelado volverá en algunas semanas, se juramentan para
defender hasta el último aliento las reglas (consuetudes)
que ellos mismos acuerden, y es oportuno recordar que el motivo de su
rebeldía no resulta homogéneo, pues algunos siguen siendo
emotivamente afines a la Paz de Dios. Aunque se han reunido con los demás
en el Ayuntamiento por entonces un simple almacén para productos
todavía no vendidos en la feria-, ni ese edificio ni el burgo en
sí son para ellos instituciones propiamente cívicas, y en
1130 la ciudad destaca como foco noroccidental de las primeras herejías
comunistas136,
que son cristiano-maniqueas.
El milenarismo constituye un elemento menos fuerte o incluso inexistente
en algunos ministeriales, que a despecho de ser siervos desempeñan
funciones de organización y supervisión para cada señor,
pues coinciden con el comerciante y sus empleados en ver el burgo como
una institución centrada en custodiar y desarrollar cierto mercado.
Artesanos y tejedores, por su parte, vienen de sustituir su residencia
en casamatas o chozas contiguas a una abadía o castillo por un
perímetro más seguro. Sólo los comerciantes están
acostumbrados a competir, y a la lucha abierta para defender sus cargamentos.
Si sintieran nostalgia por una existencia de parvulus habrían
evitado una vida de riesgo y desarraigo, que no deja de hacerles extraños
e incluso sospechosos a ojos del resto.
Pero la falta de arraigo es consecuencia en vez de premisa, y este grupo
echará raíces cuando no implique transigir con la servidumbre.
A finales del siglo X era urgente que su libertad de hecho pasara a serlo
de derecho, porque cualquier señor no sobornado podía reclamar
al hombre de negocios su derecho de pernada o despojo, mientras la regla
partus ventrem sequitur hacía que sus hijos perteneciesen
normalmente a la casta servil. Sólo los muy ricos lograban casarse
con aristócratas, y en todo caso tras asumir las deudas de su familia
política. Humillados por los superiores y discriminados o envidiados
por quienes pasaron a depender de ellos, el futuro de los comerciantes
pasaba por robustecer su propia obra, que era una ciudad distinta de todas
las previas.
La singularidad del burgo
En Roma cualquier núcleo urbano nuevo era fundado oficialmente
por los jerarcas de cada territorio, trazándose su plano con regla
y compás. Los centros que ahora surgen son extraoficiales, incluso
ilícitos, y van creciendo por agregación celular. A despecho
de algunas diferencias entre el Norte y el Sur137,
todos se distinguen también de las ciudades romanas por su sistema
fiscal. En el burgo no funciona el tributo en especie del agro, que se
cobra por zonas, ignora el patrimonio de cada contribuyente y pasa al
bolsillo del señor o abad. Al contrario, la ciudad europea parte
de un impuesto personal que debe ser satisfecho por todos en cuantía
acorde con el patrimonio de cada uno. El destino de esta contribución
no es un bolsillo particular sino el sostén de servicios públicos,
y quien deje de pagarlo resulta expulsado. Tampoco se acepta al que trabaje
con desidia, y un estricto ojo por ojo preside la justicia penal.
El burgo hace frente con medidas inéditas a una crisis crónica
dentro de sociedades esclavistas. En respuesta al horror impuesto por
Cómodo y sus sucesores, por ejemplo, los municipios romanos habrían
podido defenderse construyendo fortalezas autogobernadas, donde residir
durante un año borrase todo estigma servil. No lo imaginaron siquiera,
pero ahora el atolladero recurrente tiene remedios distintos de más
coacción y más resignación. Junto a un nuevo medio
donde crecer, el pueblo ha descubierto fuentes imprevistas de acuerdo
y celebración, y ninguna prueba de entusiasmo es comparable a que
en los nuevos perímetros todos sus elementos se conciban
y ejecuten como obras de arte138.
La catedral, que es el mayor de los edificios con mucho, no ha sido construida
con más esmero que las casas particulares o los soportales de la
plaza mayor. He ahí algo sin precedente en los Estados tradicionales,
donde sólo palacios y templos aspiran al cuidado artístico.
Tales innovaciones se ligan al hecho de que el burgo se construye sobre
la solidaridad entre vecinos, aunque su comuna observa las reglas del
juego comercial en vez de rechazarlas. Persigue un interés enteramente
particular y, al mismo tiempo, consolida un mercado del cual depende un
interés tan común como que las comarcas puedan exonerarse
del yugo autárquico, y optimizar así sus recursos diferenciales.
Si se prefiere, la ventaja del servus medieval sobre el romano
está en la posibilidad de producir por cuenta propia, pero dicha
ventaja sólo se hace real cuando el adscrito a una tierra pasa
de tener meros consumidores a compradores para sus productos. El mercado
urbano se los proporciona, y los indolentes agricultores de la alta Edad
Media se lanzan a roturar tierras baldías, sustituir cultivos y
aplicar una amplia gama de mejoras orientadas al rendimiento.
Tan unidos están los burgos a un incremento en la renta rural que
todos ayudan a recoger la cosecha. Todavía en el siglo XIV, cuando
la población europea se ha multiplicado París y Milán
tienen unos 250.000 habitantes, Florencia y Amberes unos 100.000-, las
leyes inglesas exigen dicha colaboración a los censados en cada
ayuntamiento, sin distinción de rango139.
El salto demográfico asegura que nada quede sin hacer por falta
de brazos, mientras las relaciones voluntarias ganan terreno a expensas
de las impuestas. El orden vertical de la jerarquía no excluye
ya acuerdos contractuales, que yuxtaponen voluntades en vez de superponerlas.
Un renacer para las clases
El inmemorial sistema indoeuropeo de castas descansa sobre una sociedad
inmóvil, en la cual los miembros de cada estamento elevan a tabú
la prohibición de compartir techo, mesa y lecho con miembros de
cualquier otro. Las democracias griegas demolieron dicho modelo, y no
volvemos a encontrar en Occidente un apoyo explícito al tabú
de exclusión tal como se mantuvo durante milenios en la India,
deslindando a los brahmanes de los príncipes, los comerciantes
y los plebeyos o intocables. Por otra parte, el modelo Paz de Dios acaba
siendo en la práctica una estructura social donde los eclesiásticos
hacen de brahmins, los señores de shatrias y los
campesinos de intocables, cuya originalidad reside en ignorar la tercera
casta del hinduismo, aquella formada por los comerciantes.
En realidad, tampoco los brahmanes y los príncipes europeos se
mantienen genéticamente fieles a sus respectivos estamentos al
contrario, obispos y cardenales son casi siempre hermanos o primos de
los duques y condes-, y a fin de cuentas sólo hay dos castas: protectores
y protegidos. Los primeros forman una amalgama clerical-militar simbolizada
por el Sacro Imperio, los segundos son abrumadoramente campesinos y para
cuando esté terminando el siglo X reina un estado de cosas donde
por distintas causas el 99,9 de la población es no propietario
o propietario condicional, y el 0,1 restante detenta tierras y recursos
por la gracia de Dios, no en virtud de negocios.
Nada de esto puede resistir al desarrollo de las comunicaciones y los
burgos, que impone reconocer la existencia del tercero vetado tradicionalmente
por la moralidad. Carlomagno había inaugurado el siglo IX proclamándose
rey-monje sin evocar suspicacias, pero el primer milenio cristiano trae
una mezcla explosiva de igualitarismo y diversificación. Tan devotos
o más que el campesino, los primeros urbanitas viven en espacios
reducidos donde el qué dirán multiplica su presión,
y justamente porque el deber de auxilio mutuo les resulta perentorio odian
a una Iglesia que trata al clero inferior como siervo [
] siendo
en todos sentidos lo contrario de la pobreza apostólica140.
Dicho sentimiento caracteriza también a las masas rurales, aunque
en el campo la dinámica de cambio social proceda más lentamente.
En la Roma republicana uno de los resultados de la primera guerra civil
fue que acceder a las magistraturas hizo del orden ecuestre una facción
corrupta y despótica. Algo análogo gravita sobre los burguenses,
que se han hecho a sí mismos sin el apoyo de privilegios y pasan
a reclamar simultáneamente libertad y privilegios. Cuando gremios
y asociaciones de empresarios logren ver atendida su reivindicación
gobernarán sobre la oferta y los precios hasta acercarse a un sistema
de cuatro castas, aunque una madeja inextricable de relaciones les vaya
impidiendo erigirse en un nuevo estamento protegido por privatae leges.
Uno a uno sus miembros son clase media propiamente dicha, llamada a oscilar
siempre hacia el ascenso o el descenso, y en esa movilidad reside a fin
de cuentas su fuerza si se compara con la de quienes aspiran a una u otra
fijeza.
3. La revolución comercial
Si en el siglo X el héroe anónimo de la transformación
es el aventurero itinerante, que restablece bienes y actividades olvidadas,
su no menos anónimo heredero en tareas civilizatorias es el notario,
que opera como legislador indirecto articulando el acceso de la clase
media a propiedades y pactos antes restringidos al poder temporal y espiritual.
Mercaderes analfabetos descubren en las notarías cómo escriturar
sus pactos, regulando pormenores, aleatoriedades e indemnizaciones. También
allí comprenden las ventajas de una creditización141
que equipara el efectivo a la expectativa de cierto pago, y adapta ese
pago las condiciones de cada lugar y momento. No hay mejor respuesta para
monedas envilecidas por fraudes en la acuñación y el peso,
ni para contrarrestar la fuerza en principio absoluta que prohíbe
el interés del dinero.
Por otra parte, la ciudad-mercado resulta tan rentable para los magnates
feudales que ellos mismos se apresuran a crear novus burgus en
sus dominios, donde a cambio de tributos dinerarios renuncian al señorío
y otros privilegios. La situación incluye guerracivilismo entre
el pueblo y sus protectores, no menos que dentro del propio pueblo, pero
pasar de economías domésticas a economías complejas
ha fundado todos superiores a la suma de sus partes, donde los dispendios
de unos bien pueden ser inversión para otros, y los intereses aristocráticos
cooperan estrechamente con los populares. Las notarías y sus instrumentos
cambiarios permiten que la propiedad privada abarate sus costes
de transacción142,
un fenómeno capital para dotarla de firmeza y liberar entusiasmos
prosaicos.
Explotando el despilfarro
Sería ingenuo pensar que la revolución comercial se hizo
a expensas del señorío, pues el reforzamiento en los derechos
de propiedad empezó enriqueciendo a los que rezan por todos
y a los que luchan por todos. Ligados hasta entonces a un
contribuyente profesionalmente inexperto, apático y diezmado por
hambrunas, los señores eclesiásticos y laicos padecieron
prolongadas estrecheces hasta que los mercados trajeron circulación
monetaria y manufacturas, un fenómeno al cual responderían
con una política consciente de roturar nuevas tierras, atraer
colonos y mejorar equipo143.
El indicador más claro de que los campesinos empiezan a ser más
numerosos y menos míseros son nuevas modalidades de requisa, monopolios
sobre venta de vino en ciertas fechas y, ante todo, un impuesto como la
talla (taille, talia, tolta) que se liga sólo
a la necesidad del señor. Pero alejarse de la indigencia
aleja también de la necedad política, y el origen de las
asambleas luego llamadas a legislar y supervisar el ejercicio del gobierno
son las reuniones de terratenientes convocadas por reyes y otros magnates
feudales para cobrar esos tributos144.
Los villanos descubren que la compra obligatoria de protección
no excluye adquirir otros derechos, cosa manifiesta de modo ejemplar en
1225 cuando el Parlamento ofrezca a Enrique III un cinco por ciento más
de lo establecido, a cambio de establecerse en cuanto tal145.
Nunca se vendió tan barata la soberanía.
Un intento precoz de disparar arbitrariamente la presión tributaria
protagoniza el arzobispo de Maguncia (Meinz), que sintiéndose vejado
por el boato de otros altos dignatarios aprieta demasiado las clavijas
en su sede, y muere víctima de un alzamiento popular en 1160. Los
contribuyentes urbanos se van haciendo menos dóciles, y les vemos
suprimir el gravamen para artesanos en Estrasburgo (1170) o la condición
servil del comerciante en Colonia (1174)146.
En áreas rurales reina una auto-manumisión a plazo, como
la que propone a sus siervos 1185 el abad de Ferrières-en-Gâtinais:
privilegio de ir y venir para el cabeza de familia dispuesto
a darle anualmente cinco monedas de oro147.
El dinero ha vuelto, y una alta proporción se emplea en guerras
de juguete como las justas caballerescas, episodios de grandiosa hospitalidad
con huéspedes del mismo rango y ornamento de castillos o templos.
Antes o después, los magnates temporales y espirituales responden
al brote de afluencia con enormes deudas, y el fin del siglo XII coincide
con banqueros judíos e italianos que socorren tanto a Enrique II
de Inglaterra como a la condesa de Carcasonne o a la gran abadía
benedictina de Cluny, donde se han gestado la reforma gregoriana y el
himno ascético Del desprecio por el mundo, ya que Hugo,
Odón, Odilón y Bernardo -sus santos abades- son al tiempo
anacoretas muy estrictos e inveterados derrochadores. La vocación
suntuaria del aristócrata acelera el intercambio de prerrogativas
por crédito, y aunque la Iglesia sea el prestamista idóneo
al detentar casi todo el oro y la plata- su capacidad de obrar con
eficiencia mercantil es escasa o nula.
En 1092, esperando que el impago le permita adjudicarse las propiedades
de Godofredo de Buillon, jefe de la primera Cruzada, y asegurándose
de que hasta entonces toda renta de esos dominios sea cobrada por su diócesis,
el obispo de Lieja, Otberto, le presta 1.300 marcos de plata y 3.000 de
oro148,
una suma sin precedente en Europa que atestigua de modo indirecto el tesón
comercial flamenco. Pero Otberto no tiene en realidad tanto, y para cumplir
lo prometido debe despojar de esos metales no sólo a la catedral
sino a las abadías incluidas en su jurisdicción. Es tan
sensible a la necesidad de mantener activos sus recursos que no vacila
en fundir tesoros sagrados para obtener lingotes, y ese compromiso con
la circulación de efectivo le demuestra inmerso en coordenadas
muy distintas de las altomedievales
Curiosamente, entre los efectos de la primera Cruzada está que
la Orden de los Caballeros Templarios se convierta en gran potencia crediticia,
con más de 9.000 sucursales en Europa149.
El volumen de su actividad se diría inaccesible para la llamada
canalla usurera de sirios, judíos y lombardos, por
no decir que para los mercaderes autóctonos. Sin embargo, su negocio
depende en la práctica de excluir rivales, con obstáculos
que pueden ser sorteados y lo serán.
El contrato de cambio
El préstamo practicado por eclesiásticos y templarios se
articulaba en forma de prenda mobiliaria (vif-gage) e hipotecaria
(mort-gage), que convenientemente ajustadas permitían gravar
hasta la demora en el pago de un diezmo. Mientras estuviese pendiente
la devolución del dinero el acreedor iba quedándose con
los frutos de lo empeñado tierras, siervos, instalaciones-,
y si la deuda no era saldada en la fecha prevista pasaba a ser propietario
de la prenda. Se trataba de una cesión esencialmente lucrativa,
dados no sólo los frutos sino el valor siempre superior de lo empeñado
en comparación con el crédito, y ni los eclesiásticos
ni los templarios negaron nunca que esos contratos les reportasen dinero
o nuevas prendas. Mantener fuera del mercado a otros se basaba en acusarles
del pecado y delito de usura, porque la fuente de sus rentas era cierta
cosa y no un dinero150.
A esto contestan las notarías con el contrato de cambio, donde
el deudor declara haber recibido una suma no por préstamo (mutuo)
sino in nomine cambio. Cierto dinero aquí y ahora puede
generar -en otro aquí y ahora- tales o cuales bienes. La necesidad
más apremiante era una remisión de fondos que obviase los
inconvenientes de su traslado físico -el cambio llamado trayecticio-,
y las notarías perfeccionan el mecanismo en cuya virtud los
banqueros reciben dinero contante, pero no entregan a cambio dinero contante,
sino que prometen abonar el equivalente en otro lugar, donde ellos tienen
una sucursal o persona relacionada con los negocios151.
Los testimonios más antiguos de tal contrato son actas notariales
genovesas, venecianas y marsellesas de la segunda mitad del XII.
En el siglo XII y el XIII eso no evoca suspicacias civiles, pero sí
el anatema de un derecho canónico codificado en 1140152.
Prefigurando lo que luego se llamará fetichismo de la mercancía,
el Código establece: Quien prepara algo para que ello mismo
entero y sin cambio (res integram et inmutatam) le proporcione
lucro, he ahí al mercader expulsado por Dios del templo153.
Usura est amplius requiritur quam datur -un pedir superior al dar-,
crimen característico de judíos, sirios y lombardos.
Como algunos se sentían inclinados a combinar sus negocios con
actividades financieras, volvía a advertírseles que el comercio
es inadmisible cuando especula con dinero154.
No obstante, las aspiraciones a un monopolio crediticio han acabado produciendo
un crecimiento de los Templarios que alarma, y el Papa prohíbe
oficialmente dichas prácticas ya en 1163. A la Santa Sede le resulta
más seguro cubrir su déficit con banqueros italianos, y
el IV Concilio de Letrán (1215) define la usura como intereses
excesivos. Hay, pues, un interés no excesivo o razonable,
y esta declaración ocurre precisamente cuando una cantidad inaudita
de personas están dispuestas a arriesgar ahorros en distintas empresas.
No son diez ni cien sino docenas de miles, estimulados por inventos como
la contabilidad de partida doble única realista o científica-
y pactos tan sencillamente complejos como la letra de cambio.
Inventiva e industria
En efecto, con el cambiale y sus formas ulteriores ha aparecido
un pagaré negociable que convierte en ejecutivas obligaciones separadas
por miles de kilómetros, sin necesidad de recurrir al documento
notarial donde se plasmaron. Un pequeño trozo rectangular de papel
basta para que un número indefinido de agentes comerciales libren,
acepten y endosen cualquier cantidad de fondos, cuyo giro
a tantos o cuanto días ratifica la incondicional bienvenida de
Europa a las oportunidades de negocio. El ritual probatorio del medievo
-lento, arbitrario y pomposo- admite como principal excepción una
vía ejecutiva como la correspondiente a la letra, vástago
del ius mercatorum surgido con las ferias155.
La inventiva del notario y sus clientes corre paralela a una eclosión
de la industria, que se manifiesta a través de obras públicas
y hallazgos técnicos. En 1150 comienzan en los Países Bajos
las operaciones de quitarle tierras al Atlántico Norte, y en 1179
buena parte de la Lombardía está irrigada, gracias a la
cooperación de campesinos, ingenieros y agrónomos milaneses.
En 1185 las calles de París dejan de ser lodazales tras empedrarse,
y algo más tarde Lübeck tiene no sólo eso sino una
densa red de cañerías y fuentes. Lagos y pantanos son desecados
para roturar huertas; la minería, la metalurgia y el tratamiento
del vidrio se remozan y transforman. Nuevos arneses y aperos agrícolas
incrementan su propia eficacia. Se inventan grandes grúas portuarias,
estufas de hierro forjado, molinos de agua y de viento, herraduras para
los animales de tiro y razas mejoradas como el percherón, que ara
a una profundidad antes impensable y puede romper costras heladas.
Incorporar fuentes mecánicas de energía, y descubrir otros
medios para ahorrar esfuerzo, forma parte de un proceso que despierta
recursos sumidos en sopor. Al mismo tiempo que aparecen las primeras escuelas
de derecho y medicina -en Bolonia y Salerno- empieza a haber competencia,
tanto en el sentido de rivalizar unos proveedores con otros como en un
horizonte de maestría sepultado por el lastre servil añadido
al trabajo. Cuando el estilo románico ceda su lugar al gótico,
a mediados del siglo XIII, los burgos han transformado la limosna privada
en beneficencia pública:
El consejo municipal cuida de las finanzas, el comercio y la
industria, decide y supervisa los trabajos públicos, organiza
el aprovisionamiento de la ciudad, reglamenta el equipo y la buena organización
del ejército comunal, funda escuelas para los niños y
paga el sostenimiento de hospicios para pobres y viejos. [
] Al
suprimir intermediarios entre comprador y vendedor garantiza a los burgueses
el beneficio de una vida barata, persigue incansablemente el fraude,
protege al trabajador contra la competencia y la explotación,
reglamenta su trabajo y su salario, cuida de su higiene, se ocupa de
su aprendizaje e impide el trabajo de mujeres y niños156.
A esta descripción le sobra un toque idílico, que el paso
de los años se ocupará de borrar. Nominalmente los burguenses
siguen siendo sólo siervos, y el noble se ríe de pestilentes
paletos hasta que comuneros lombardos desbaraten el ejército
del gran Federico Barbarroja en Legnano (1176). Saquear Milán en
venganza no cambia que ese tipo de victoria sea tan pírrica como
las que el Papa pueda obtener en Florencia, donde la ciudadanía
antepone sus fueros a la salvación del alma157. De hecho, las monarquías
que el feudalismo ha reducido a potestades casi testimoniales158-
están llamadas a entenderse con los burgos, a través de
pactos cuyo desenlace será el Estado nacional.
Alto clero y nobleza, enfrentados desde el Conflicto de las Investiduras,
sólo aciertan a unirse en campañas puntuales de propaganda
y requisa como las Cruzadas. No quieren y no deben, aunque van vendiendo
una a una las regalías ganadas en siglos de guerra y misión.
Los reyes, en cambio, pueden pedir préstamos a fondo perdido de
cada ciudad apadrinada, y con ellos pagar a soldados profesionales para
que desempeñen las funciones atribuidas antes al señorío.
Estos mercenarios se usarán también para frenar al disconforme
con su política, y como los villanos aceptan cada vez peor su yugo
el siglo XIV estará jalonado de principio a fin por alzamientos.
Nada puede modificar que la ciudad comercial sea el gran árbitro,
una influencia sólo compensada porque hacerse inexpugnable desde
fuera incrementa la posibilidad de tomarla desde dentro.
En efecto, compiten por su control básicamente cuatro tipos de
antiguos siervos gestores del señor (ministeriales),
mercaderes, artesanos y tejedores-, que viven de ser competentes pero
aborrecen la competencia y forman toda suerte de asociaciones para evitarla.
Haber surgido de una desregulación en la casta servil no obsta
para que esos grupos reclamen minuciosos reglamentos diferenciales, dirigidos
a asegurar que el tránsito de economías domésticas
a políticas -un proceso esencialmente no lineal- pueda descomponerse
en fragmentos separados y seguir siendo manipulable de modo lineal. Todo
ha nacido de dejar atrás la Paz de Dios, inyectando libertad e
intercambio en el monolito autárquico, aunque el librecambio parece
suicidio.
La organización sin organizador
El caso más notable de ente complejo con aspiraciones simples hace
su aparición con la Liga Hanseática o Hansa, una criatura
germánica que aprovecha directa e indirectamente la conversión
del vikingo al civismo para crear una alianza de burgos159. Enrique el
León -duque de Sajonia, Baviera y Prusia-, un gran guerrero insólitamente
interesado por el desarrollo económico, envía en 1158 mensajeros
a los reinos septentrionales de Escandinavia y Rusia para que los
mercaderes tuviesen libertad de viaje y acceso a su ciudad de Lübeck160,
y la oportunidad de su iniciativa hace el resto.
Antes de que termine el siglo caravanas acorazadas y cargueros marítimos
o fluviales de la Liga abastecen a un territorio que llega por el oeste
a Flandes e Inglaterra y por el este a Ucrania, multiplicando y refinando
en esa vasta zona los bienes de consumo. El núcleo de su negocio
es intercambiar madera, miel, cera, pieles y algunos minerales del nordeste
por sal, telas y vino del suroeste, asegurando salazones de pescado tanto
más imprescindibles cuanto que Europa ayuna todos los viernes,
y bastantes días más al año. Ha nacido con vocación
de respetabilidad, y sólo admite en sus despachos y factorías161
a comerciantes casados con buena fama.
Esta vocación sorprende menos que la impersonalidad de su funcionamiento,
pues si excluimos a Enrique el León es imposible trazar su historia
enumerando una serie de individuos relevantes. En la Liga Hanseática
todo es espontáneo y descentralizado, empezando por existir sin
estatutos ni rectores, merced sólo a periódicas reuniones
(dietas). Una estructura horizontal le permite irse adaptando
sin pausa a cada medio, interrumpe el hieratismo jerárquico y tiende
una red con centros en cada nudo, imposible de decapitar. De ahí
que pueda permitirse prescindir de todo placet señorial,
mientras concita la gratitud popular frenando el bandidaje y la piratería,
levantando mapas y cartas marinas, construyendo faros y formando pilotos.
Centrarse en el comercio manda no tener ejército ni marina, aunque
en caso de agresión sabe reclutar ambas cosas e imponerse a un
reino de guerreros como Dinamarca (1370)162.
Nada remotamente parejo se había visto, y nada lo anunciaba en
una Europa analfabeta y fanática, donde el tráfico de larga
distancia se circunscribía a cautivos y espadas. Puede por eso
considerarse causa y efecto de que el trabajo haya pasado a reconocerse,
algo a su vez imposible sin una merma en la proporción de siervos.
Pero la Hansa lucha por la soberanía del intermediario, y a medida
que el consumo y la producción crecen su esquema va haciéndose
más transitorio y frágil. No sabe proceder sin un control
simultáneo del suministro y la demanda, ignora en gran medida las
posibilidades del crédito y su tasa de beneficio rara vez alcanza
el 5%163. Irrita a empresarios no hanseáticos, por ejemplo, hasta
producir un serio revés a manos de hombres de negocios y marinos
holandeses, aliados con sus equivalentes de Polonia y Rusia.
Más fundamentalmente aún tropieza su proteccionismo con
la conveniencia del comercio local, hanseático o no, por no decir
que con el propio comercio. Tras su hazaña que directa o
indirectamente genera ingresos para millones de personas- la decadencia
de la Liga desde fines del siglo XIV hasta su última Dieta (1669)
muestra que ha muerto de éxito. En 1556, cuando es ya un adorno,
condesciende con las instituciones tradicionales y decide darse un presidente
o Síndico. Pero sus actos decisivos fueron adoptados por consejos
de delegados anónimos, y aceptar la prosopeya del mando piramidal
anuncia que lo decisivo ya no está en sus manos. Entretanto ha
puesto de relieve la diferencia entre órdenes endógenos
y exógenos, autoproducidos y fundados por terceros.
NOTAS
117
Smith 1982, p. 81.
118
North y Thomas 1982, p. 52.
119
Cf. Duby 1970, p. 94-95.
120
Radhaniyya en árabe. Sobre Ibn Khurradhbih, el cronista,
cf. McCormick 2005, p. 640-642.
121
De insolentia iudaerorum 195, 149-159.
122
Libellus de vita et miraculis S.Godrici, heremitae de Finchale, auctore
Reginaldo monacho Duhelmensi, 1845; cf. Pirenne, p. 79-80.
123
Pirenne 2005, p. 86 y 84.
124
Sobre Kiev y las primeras ciudades rusas el texto pionero es Rostovtzeff
1922.
125
Una de las sagas nórdicas llama niñero a cierto
islandés porque se negaba a ensartar criaturas con su lanza,
como el resto del grupo; cf. Bloch 1961, p. 19.
126
Génova y Pisa como potencias navales, Milán, Parma, Pavía
y Lucca como centros de industria, y la Lombardía en general
como combinación de agricultura y comercio, apoyada sobre la
extraordinaria feracidad que empieza a lograrse en el valle del Po.
127
Cf. North y Thomas 1982, p. 55.
128
Portus es lugar desde el cual se importan y exportan mercancías
(Digesto, 16, 59), definición calcada de la que ofrece
san Isidoro: Portus dictus a deportandis comerciis (Etimologías
XIV, 39-40). La tradición se conserva en holandés, donde
poort significa ciudad y poorter burgués.
129
Los magiares, procedentes de Asia e instalados desde 896 en la
actual Hungría [
] no diferían mucho de los hunos
y devastaron Alsacia, Lorena, Borgoña y el Languedoc. Los ataques
de los normandos se hicieron anuales a partir de 843, y en 845 saquearon
los portus de Hamburgo y París con una flota de 120 naves,
que transportaban una media de 50 hombres; Cipolla 2003, p. 150.
130
Cf. Mumford 1979, vol. I, cap. 9.
131
Hegel 1967, p. 268.
132
Cronicon santi Andrea Castri Cameracesi, cf. Pirenne 2005,
p. 101.
133
La mayoría eran obispados u arzobispados, aunque algunos -como
Frankfurt, Nüremberg o Ulm- fuesen ciudades no episcopales.
134
Cf. Duby 1970, p. 244.
135
Cf. Pirenne 2005, p. 119.
136
Cf. Barraclough 1985, vol. III, p. 122.
137
Allí donde la romanización fue superficial en todos
los territorios situados al norte del Rhin- las civitates o no
existieron o desaparecieron, y deben por eso partir de cero como Hamburgo
o Lübeck. En Europa meridional la urbanización parte siempre
de algún enclave otrora importante, que fue deshabitándose
y ahora empieza a poder crecer.
138
Mumford 1979, vol. I, p. 363.
139
Ibíd p. 319.
140
Troeltsch 1992, vol. I, p. 349.
141
Cf. Aguilera-Barchet 1989, p. 44-57.
142
North y Thomas 1982, p 55.
143
Duby 1970, p. 230.
144
Cf. North y Thomas 1982, p. 66.
145
Ibíd, p. 84.
146
Basilea, que por entonces tiene el único puente sobre el Rhin
desde el lago de Constanza al Atlántico, se ha adelantado a las
demás ciudades libres alcanzando ya en 1118 un concierto fiscal
entre su príncipe-obispo y un grupo popular de negotiatores,
ministeriales y guerreros de profesión.
147
Duby 1970, p. 226-227.
148
Ibíd, p. 231.
149
Cf. Aguilera-Barchet 1989, p. 196-197.
150
Ibid, p. 189.
151
Garrigues 1976, vol. I, p. 765.
152
También llamado Decreto de Graciano, por el monje agustino que
compiló los cánones.
153
Canon II, dist. 88.
154
Cediendo a la tentación de lo discontinuo, la excelente investigación
de Aguilera-Barchet presenta el Código como un paso decidido
tras tibios rechazos de la Patrística y algunas moderadas
condenas conciliares (ibíd, p. 46). El ebionismo se consolidaría
en 1140, en vez de estar activo desde el 140 a.C. con la migración
rural esenia. Pero la Patrística no rechazó tímidamente
el interés del dinero, pues tanto ella como el Nuevo Testamento
se oponen ya a su antecedente, que es el negocio jurídico.
155
Los Usatges (1064) de Barcelona, que por entonces es ya uno de
los cinco puertos europeos más importantes, mencionan un derecho
expeditivo aplicable a extranjeros (sin duda comerciantes); cf.
Pirenne 2005, p.167, y Aguilera-Barchet 1989, p. 57.
156
Pirenne 2005, p.138-139.
157
Las curas definitivas de humildad llegarán con Uri, Schwitz y
Unterwald, los pequeños cantones iniciales de la Confederación
Helvética, que vapulean repetidamente a la caballería
más selecta de Europa.
158
El monarca francés, uno de los casos extremos, es entonces un
minifundista comparado con el duque de Borgoña.
159
Llegaron a ser más de 60, presididos por una Lübeck que
es la primera ciudad libre en sentido estricto, también llamada
imperial por ignorar la jurisdicción de todo magistrado
intermedio entre ella y el Emperador. Su senado hanseático, que
seguía gobernándola en 1933, desapareció tras prohibir
a Hitler celebrar mítines electorales allí.
160
Cf. Duby 1970, p. 226.
161
Los kontors hanseáticos estaban en Londres, Brujas, Colonia,
Bergen, Visby y Novgorod.
162
Ya en 1285 doblega a Noruega con un bloqueo de grano, y en 1388 a Brujas
por el mismo procedimiento.
163
Cf. Braudel 1992, vol. III, p. 103.
©
Antonio Escohotado
LOS ENEMIGOS DEL COMERCIO
http://www.escohotado.org
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