|
|


LOS ENEMIGOS DEL COMERCIO
II. EL EJEMPLO ROMANO
Lo obligatorio fue la religión de los romanos.97
Roma nunca llegó a ser una democracia. Aunque el fin del periodo
monárquico y el comienzo de su república estén rodeados
de leyenda, no lo es que en algún momento98
el Senado y el Pueblo pusieron de lado sus diferencias para acordar que
el derecho (leyes de la ciudad) sería permanente, y
la legislación (edictos) tendría una vigencia
limitada al mandato de cada gobernante. A este principio griego añadieron
dos instituciones propiamente suyas: el poder ejecutivo sería siempre
colegiado y muy breve -ejercido por dos Cónsules elegidos cada
año-, y la legislación correspondería a los patricios
o seniores, únicos magistrados vitalicios.
Por lo demás, este acuerdo fue también el comienzo de una
enemistad implacable. Cuando el Senado quiso todas las prerrogativas el
Pueblo se negó a servir en la milicia, y ante lo ridículo
de un ejército compuesto sólo por su plana mayor los patricios
cedieron a toda prisa. Del compromiso nacieron los tribunos de la plebe,
individuos tan sagrados como los mojones de Término e investidos
de autoridad para vetar cualquier proyecto de ley. Algo después
se admitió el matrimonio entre miembros de castas distintas, y
que la inferior tuviese acceso a cargos públicos. Pero el patriotismo
solo cundió cuando los plebeyos pudieron acceder a las más
altas responsabilidades políticas y militares, nombrando cuando
menos a uno de los dos Cónsules.
A partir de entonces se acumulan las proezas: Italia entera es conquistada,
Macedonia y Cartago son vencidos, Grecia se convierte en un protectorado,
Hispania y la Galia en colonias. Las legiones pueden ser derrotadas aquí
y allá, pero jóvenes y veteranos vuelven a alistarse para
cubrir las bajas y nadie evita ser vencido pronto o tarde por ellas. En
167 a.C. las arcas públicas están tan llenas gracias
a botines de guerra y tributos de países sometidos- que la contribución
territorial se deroga.
1. Derecho y suspensión del derecho
Montar un refugio para forajidos de toda índole fue el plan del
expósito Rómulo, que tras matar a su gemelo Remo obtuvo
esposas para él y los suyos raptando a mujeres sabinas. Pocas veces
encontraremos una leyenda de los orígenes tan escasamente idealizada,
con analfabetos juramentados para dominar a cualquier precio. Se diría
una reedición del talante espartano, pero Roma exhibió también
cualidades inimaginables en Esparta. Ya el penúltimo de los reyes
romanos, Tarquino el Grande, usa el arco de bóveda99
para construir una red de desagües que sigue funcionando hoy -la
Cloaca Maxima-, y anticipa que ese elemento arquitectónico
permitirá unir la urbe con manantiales de montaña mediante
acueductos. La Antigüedad no conoce un sistema remotamente parecido
para el tratamiento de las aguas, y los romanos presumían con justicia
de ser el pueblo más limpio y por eso mismo más sano100.
Pioneros de la higiene, el sentido común que les defendió
de infecciones sin recurrir a magias les inspiró también
un afán por entenderse a sí mismos del cual surgirían
historiadores extraordinarios, y un derecho civil que sigue siendo lo
más parecido a una ciencia de los pactos. Como los jueces romanos
eran legos, equivalentes a nuestros jurados, la lógica común
a usos y edictos surgió gracias a particulares que meditaban sobre
ello por filantropía, como otros sobre matemáticas
o lingüística101.
Pero el acierto premió sus esfuerzos, permitiéndoles completar
un sistema de conceptos nítidos y bien articulados para toda suerte
de transacciones, que en la Antigüedad representa el único
pensamiento racional realmente constructivo102.
Ya antes de que se convierta en superpotencia Roma tiene un magistrado
para dirimir litigios entre ciudadanos (el praetor urbanus) y otro
para asuntos surgidos entre ciudadanos y extranjeros o extranjeros con
extranjeros (el praetor peregrinus), cuyas sentencias empezarán
a llamarse derecho de gentes.
Los valores viriles
La república se mantenía formalmente ligada a un código
primitivo y esquemático el de las Doce Tablas-, sin perjuicio
de ofrecer a propios y ajenos una seguridad jurídica minuciosamente
analizada. Aunque cabría esperar de ese marco un respeto por las
libertades, su libertas es sinónimo de sumisión al
Estado y el carácter romano no puede ser menos afín al liberalismo.
La conciencia intentó siempre sujetarse a una tutela como la que
corresponde jurídicamente al menor, y dos Censores con mandatos
quinquenales complementaban la actividad de los Cónsules, inspirados
por el principio de perpetuar los modos antiguos de entender el mundo.
A comienzos del siglo III a.C. uno de ellos exige expulsar sin demora
a cierta embajada de filósofos griegos, pues la juventud podría
valorar menos las gestas de la guerra que las del saber103.
La ideología censora nos ayuda a entender otros aspectos del temperamento
romano, como su actitud ante la adopción o el obsequio. Adoptar
parece un acto basado sobre méritos distintos de la sangre o la
espada que -como mínimo- debe gravarse fiscalmente, y si su meta
es conseguir un jefe de familia más capaz que los herederos naturales
resulta indecoroso y anulable. El Censor recela igualmente de donaciones,
legados y otras muestras de liberalidad, bien porque defraudan las expectativas
del heredero legal o por tratarse de conductas excéntricas. No
hace falta quizá añadir que lo indecoroso por excelencia
es la innovación en cualquiera de sus formas. Los descendientes
de Rómulo iban a hacerse inmensamente ricos, pero de la fratria
original quedaría esa suspicacia hacia actos de prodigalidad e
independencia de criterio.
De ahí que el legado básico de Roma al género humano
la técnica jurídica- sólo pudiera aprovecharse
mucho después de sucumbir ella, cuando surgen las primeras ciudades
comerciales europeas. El sistema de valores aplicado por la censura brilla
con luz propia en lo que piensa Cicerón sobre las profesiones:
Son despreciables todos los oficios que provocan el odio de un
tercero, como los cobradores o prestamistas. Están a medio camino
entre lo liberal y lo vil el oficio de mercenario y el de cualquier
otro que vende su brazo, no su arte, porque el salario no es sino retribución
de la servidumbre. Es preciso tener por viles a los revendedores de
mercancías, porque todas sus ganancias las realizan a fuerza
de mentir. Todo artesano hace una obra vil, y nada puede haber de común
entre él y el hombre bien nacido. Todavía se debe conceder
menos estima a aquellos oficios que proveen a nuestras necesidades materiales:
tendero, carnicero, cocinero, casquero, pescador o proveedor de aves.
Agregad a estos los perfumistas, danzantes y dueños de casas
de juego. La medicina y la arquitectura, ciencias que se refieren a
cosas honestas, sientan bien a los hombres que no son de elevada condición.
Todo pequeño comercio es ocupación baja; si el tráfico
es grande y abundante conviene que no lo repugnemos, y si el mercader
colmado de ganancias o simplemente ahíto abandona su ocupación
[
] y se retira a sus campos e incumbencias, tendrá ciertamente
derecho a nuestros elogios.104
Elevarse a dueños absolutos del mundo civilizado con esa representación
de la vida social iguala su éxito con su sacrificio. Roma nunca
pasó de ser una oligarquía moderada por el tribunado de
la plebe, y tampoco tuvo una clase media propiamente dicha de fabricantes
y comerciantes autónomos, cuya falta provocó una concentración
precoz y desmedida de los capitales, por un lado, y de la servidumbre
por otro105.
La adhesión al ritual
Los romanos fueron agricultores indiferentes en buena medida a la agronomía106,
que nunca organizaron una combinación sistemática de cosechas
y cabaña. Aún sabiendo que el estercolado produce un rendimiento
muy superior, sus granjeros siempre prefirieron tradición a innovación,
y tenían dos bueyes por cada 25 hectáreas, el doble para
el doble de terreno, etcétera. Catón el Viejo (234-149 a.C.)
considera apropiado que los propietarios de 60 hectáreas
con frutales y otros árboles plantados, vid, cerdos y corderos
tengan precisamente tres peones, cinco criados, tres pastores, un ama
de casa y un capataz, todos ellos esclavos; sólo este último
puede aspirar a emancipación, si reporta ganancias.
Al mismo apego por lo convencional en este caso porque el cuchillo
que usaban los pontífices para sus sacrificios era de bronce- corresponde
usar arados de esa aleación cuando todos sus vecinos los tenían
ya de hierro, o acuñar durante siglos moneda de bronce exclusivamente.
El collegium de fundidores y artesanos del cobre retrasó
la sindicación de los herreros, aunque el tradicionalismo no llegara
al extremo de ignorar sus ventajas para hacer espadas y puntas de flecha
o lanza. Más espectacular resultaría aplicar el a priori
a la construcción de vías públicas, pues las calzadas
debían formarlas tramos rectos y se excluía toda curva más
o menos pronunciada; sujetos a esa condición, los ingenieros se
veían obligados a sortear los obstáculos naturales con giros
de media vuelta a derecha o izquierda, como los movimientos de orden cerrado
descritos por una tropa.
El desprecio por la flexibilidad y la técnica no se rectificará
tras los éxitos bélicos, y es dudoso que los romanos descubrieran
yacimientos desconocidos antes o formas nuevas de aprovechar la energía
natural. Apolodoro de Damasco, el más eximio de los ingenieros
romanos, es un griego que Trajano contrata para construir el Gran Mercado
y a quien Adriano encarga levantar la bóveda del Panteón.
Mandarle que se suicide, como luego hace, consagra la sumisión
del científico a la fuerza bruta, el merum imperium. Desde
el siglo II a.C. Roma cierra minas y luego todas las canteras itálicas
para evitar en sus proximidades a grupos sublevables. Pero también
clausura también las minas de Macedonia, explotadas por hombres
libres, y quiso cegar para siempre Corinto y Cartago, los dos mejores
puertos del Mediterráneo entonces.
El proverbio romano dice tantos esclavos tantos enemigos,
y era común entregarlos a traperos con otros materiales de desecho
cuando envejecían o enfermaban. Como aclara Catón, en De
re rustica, el esclavo dedicará al trabajo el tiempo
que no esté durmiendo, y en caso contrario debe ser
encadenado. La costumbre manda darle a él y a los animales
de labranza 45 días ociosos cada año (por fiesta o
lluvia), y 30 más por mitad del invierno. Igualando
por completo a esos cuadrúpedos con el bípedo implume que
los dirige y cuida, el amo considera signo de indolencia -y de lucro cesante
para él- que el siervo descubra procesos simplificatorios o acumulativos,
y éste responde con tanto sabotaje y desidia como permita una perspectiva
de torturas. Los esclavos griegos formaban parte de la familia en sentido
amplio, pero aquí como en Esparta- forman parte del establo,
y se insurgen a la menor ocasión. Rebeliones multitudinarias como
la de Espartaco, y otra más duradera que estalla en Sicilia, son
dos casos entre docenas.
Censor reelegido dos veces, Catón piensa que comerciar tiene riesgos
y que prestar dinero es indigno. En el Catecismo práctico,
un tratadito dedicado a la edificación moral de su hijo, sentencia
que el varón debe aumentar siempre su patrimonio, si
bien esto depende primariamente de no permitir que los esclavos pierdan
tiempo. Por más que equipare al usurero con el ladrón, e
incluso con el homicida, hace préstamos leoninos a su conveniencia107,
con la habitual hipocresía romana en estos asuntos. Exige al patriota
que sea severamente digno -económico en el sentido
de frugal-, afectando custodiar una virtud que está por encima
del dinero, cuando lo único superior a la ambición de oro
es para Roma conquistar mando, poder inapelable sobre otros.
2. Agricultura, negocios, crédito
Los romanos cultivaron fundamentalmente cereales, nabos, rábanos,
habas, guisantes, olivos y vid en proporciones parecidas a las de cualquier
comarca mediterránea sin regadío, y abundante adormidera.
Como en Egipto, el caldo de las cabezas fue su tisana, lo mismo que el
opio su aspirina. Su cabaña no tuvo el mismo desarrollo, por lo
antes dicho, y en terrenos áridos criaban sólo cabras. Los
minifundistas estaban exentos de reclutamiento, y de centurión
para abajo las legiones originales reunían a granjeros de tamaño
medio, cuyo nivel de vida mantuvo un estatuto digno e incluso al alza
mientras Roma fue librando sus guerras itálicas.
El primer templo a Concordia -diosa de la paz social- se erige en 367
a.C., coincidiendo con una ley que obliga al terrateniente a emplear en
sus propiedades a un número de esclavos no superior al de hombres
libres. Por entonces el campo quizá no se trabajaba con especial
eficacia, aunque los agricultores podían vivir de él como
propietarios y también como jornaleros. El precio de los productos
agrícolas guardaba una relación sostenible con los precios
de otras cosas, produciendo estímulo para el diligente y ocupación
para el indigente durante un periodo próximo a los dos siglos,
desde las conquistas políticas populares en la capital hasta acabar
de someter a la vecindad108. El cambio dramático llega al convertirse
Roma en superpotencia, cuando una legislación imprevisora y grano
regalado por países tributarios revienten su precio, haciendo menos
o nada viables las granjas.
Para entonces los tribunos de la plebe han conseguido promulgar la lex
Claudia (218 a.C.), que prohíbe a senadores e hijos suyos cultivar
el comercio y tiene como resultado hacer que gran parte del efectivo se
inmovilice en compras de tierra. Como la legislación sobre proporcionalidad
entre hombres libres y siervos de las explotaciones agrarias ha caído
en desuso, rentabilizar esas compras sugiere el tipo egipcio de plantación,
que explota algún monocultivo con cuadrillas de centenares e incluso
miles de esclavos. Pero Italia no es el valle del Nilo y se ha pasado
por alto el rendimiento del nuevo agricultor. Para que los precios no
caigan más allá de lo sostenible sería preciso cortar
el suministro gratuito de cereal, algo a su vez impensable cuando los
Cónsules aplacan a la plebe precisamente así, y la venta
masiva de terrenos ha llenado Roma y otras ciudades itálicas de
pequeños y medianos propietarios campesinos.
En realidad, el campo no sólo no da para mantener a granjeros con
sus familias, sino tampoco a los rebaños de esclavos que trabajan
encadenados como criminales en minas y galeras. Toma un par de generaciones
admitirlo, y entretanto según Plinio el Viejo- los latifundia
asegurarían un deterioro irreversible del suelo itálico.
Volver a una explotación mediante aparceros, como acaba sucediendo,
es el mal menor para unos y otros pero cronifica un trabajo orientado
hacia lo imprescindible para sobrevivir, pues el escaso volumen de los
mercados agrícolas y sus precios privan de capital y estímulo
a quien podría esforzarse en mejorar la productividad. Desde la
victoria definitiva sobre Cartago (201 a.C.) -unas dos décadas
después de que se prohibiera al estamento senatorial la práctica
del comercio para evitar contubernios entre economía y política-
parece evidente que el agro empieza a despoblarse en términos absolutos,
a despecho de las masas de esclavos importadas para cultivarlo.
Un siglo más tarde necesitaría medidas proteccionistas,
no ya para sostener la gama tradicional de cultivos sino el vino y el
aceite, sus productos estelares. El tráfico de manufacturas finas
que llegan de Oriente Medio, e incluso de India y China- es una
parte ínfima del total, y el intercambio se concentra en artículos
de primera necesidad. El taller no evoluciona hacia la fábrica,
ni siquiera allí donde se agrupan físicamente varios del
mismo dueño. Coordinar unos talleres con otros para producir algún
artículo de modo más económico y abundante, como
ya hicieron corintios, atenienses y otros griegos, es una iniciativa ajena
a los escasos empresarios romanos. La fábrica en cuanto tal no
se le ocurre a nadie, quizá porque implica autonomizar en alguna
medida el trabajo del esclavo.
El tejido económico y los 16 linajes
Los éxitos de las legiones llevan a Roma gran parte del metal amonedado
en el Mediterráneo, ofreciendo óptimas perspectivas financieras.
Con todo, la elite que controla ese efectivo mantiene el crédito
en una situación de asfixia, que sumada a la falta de exportaciones
y la proporción de trabajo remunerado en especie condena a una
circulación monetaria muy insuficiente109, de la cual deriva una
mezcla de rigor con medidas de gracia dictadas por miedo a rebeliones
populares. Ya a mediados del siglo IV a.C. cuenta Livio que si bien
toda la plebe estaba metida hasta el cuello en deudas, aceptar la propuesta
del cónsul Aulo Verginio acabaría con todo tipo de crédito110.
No hay duda de que el dinero se esconde cuando merman las garantías
del prestamista, aunque Verginio tampoco propuso cambios en lo básico
de la legislación incautar todos los bienes del deudor moroso
y venderle como esclavo-, sino tan solo suprimir el derecho de los acreedores
a descuartizarlo en tantas partes como deudas hubiese dejado pendientes.
Pretender que eso fulminaría todo tipo de crédito
describe la actitud reinante. Para los prestamistas griegos, fenicios
y judíos el aval más seguro era algún negocio, u
otro patrimonio sujeto a prenda; sus equivalentes romanos sentían
tanto desprecio por la contabilidad como aprecio por la intimidación,
ignoraban el préstamo comercial y alimentaban supuestamente
en beneficio propio- el defecto crónico de liquidez. Los griegos
nunca legislaron sobre el interés del dinero, pero el temor a levantamientos
hace que Roma no tarde en prohibir la usura (una apócope
de usus aureus) por el camino más razonable a su juicio,
consistente en decretar la gratuidad de todos los préstamos. El
efecto de este compromiso entre senatores y populares es
en ciertos casos un púdico velo, que disfraza la cuantía
nominal de lo prestado -el prestatario reconoce haber recibido 10 cuando
recibió 5-, y en otros una parálisis de la financiación111.
El principal negocio es hacerse cargo de ingresos, pagos y otras gestiones
estatales mediante societates de senadores, cuyos contables hacen
también funciones de depósito y anticipo. Polibio cuenta
que toda transacción controlada por el gobierno romano se
entrega a contratistas112,
y datos muy fiables muestran que los 16 linajes (gens) más
influyentes en el 367 a.C. conservaron su influencia hasta el fin de la
República (31 a.C.)113. Lindante con lo prodigioso, dicha estabilidad
coincide con un sistema de monopolios tan plácido como inflexible,
articulado sobre un club de proveedores para lo seguro -suministros militares,
obras públicas, préstamos hipotecarios- que excluye cambios.
La rivalidad comercial parece una afrenta tan digna de castigo como la
insumisión militar, y el genocidio de un pueblo ya rendido como
el cartaginés parte de ese presupuesto. Roma sabe sitiar y luchar
a campo abierto, no someterse a las reglas de un juego pacífico
que sólo esquiva los números rojos con cambios sutiles y
constantes, adaptados a cada momento. Conquistar prácticamente
toda la cuenca mediterránea sólo puede confirmar sus criterios
sobre el ocio consustancial al bien nacido, prolongados en certezas como
que la Hacienda vivirá siempre con comodidad gracias a tributos
pagados por otros países, y que las redes comerciales tejidas por
mercaderes griegos y cartagineses pueden pasar a manos de su sempiterno
club de los negocios seguros sin convertir los superávits en déficits.
3. Las guerras sociales
La lucha de clases se recrudece en vez de mitigarse con las victorias
militares, alumbrando entre 131 y 121 a.C. una década de agitación
que no deja de ofrecer resultados positivos. El principal es que la milicia
romana -y no sólo sus jefaturas- reciba una cuota del botín
obtenido en países próximos y remotos, y merced al reparto
de terreno público promovido por Tiberio y Cayo Graco miembros
de la gens más ilustre, aunque tribunos de la plebe- no
menos de medio millón de individuos obtuvieron parcelas en Italia114.
Como la meta de ambos fue crear clase media, añadieron a ese éxito
una incorporación a la política del orden ecuestre o de
los caballeros, antigua clientela del patricio115, que acabaría
siendo lo más parecido a un estamento empresarial. También
quisieron crear una colonia en Cartago, que descargase a Roma de hambrientos
y abriera en otras latitudes caminos de desarrollo pacífico.
Cabe pensar que todo habría ido a mejor si Tiberio no hubiese sido
asesinado a garrotazos por un grupo de senadores y sicarios suyos, y si
años después su hermano Cayo no se hubiera suicidado ante
el acoso del mismo enemigo. Pero el drama romano no pende tanto de lo
que hagan tales o cuales personas como de que ambos bandos defiendan aspiraciones
incoherentes. El abismo que ya entonces separa al humilde del próspero
impone como lema de la facción democrática condonar deudas
y seguir prohibiendo formalmente cualquier interés del dinero,
y aunque ninguno de los Gracos crea en semejante remedio gran parte de
su apoyo es demagógico y les obliga a hacer acrobacias sin red.
Como otros hombres benevolentes de la Antigüedad, pensaban la estructura
productiva desde una clase culta ociosa que despreciaba el trabajo
y los negocios, y amaba naturalmente al agricultor que la nutría,
tanto como odiaba al prestamista que explotaba al agricultor116.
Pensar la economía política sin reducirla a algún
modelo de economía doméstica es privilegio de unos pocos
estadistas antiguos, y no caracteriza desde luego a Tiberio o Cayo Graco.
La esfera mercantil es a tal punto una combinación de vileza y
recovecos misteriosos para el romano que ni uno solo expone la diferencia
esencial; a saber: aquella que media entre enriquecerse produciendo objetos
demandados libremente y enriquecerse explotando algún monopolio
o vendiendo protección.
Subarriendo y subvenciones
La facción democrática ha logrado consumar el reparto de
tierras, ha socorrido al indigente rural con obras públicas (las
primeras grandes calzadas), y ha obligado a que la nobleza comparta sus
magistraturas. Sin embargo, condena al futuro con dos actos de singular
repercusión. Uno es subarrendar la Hacienda romana a contratistas
privados -para aumentar las rentas públicas, según
Cayo Graco-, y otro cronificar el sistema de raciones representado
por la annona, que es una requisa en principio inespecífica
de víveres para atender al indigente. Este racionamiento se materializa
en vales que acaban vendiéndose, y para cuando llegue la próxima
guerra civil la mitad está en manos de no indigentes.117
Se ha dado el primer paso para convertir el mercado en economato, que
no se detiene en harina o pan y se prolonga hasta artículos como
aceite, salazones, embutidos e incluso óleos para el masaje en
baños públicos, pues simboliza la victoria del populismo
y cualquier líder encuentra en él un modo de atraerse a
los desposeídos. Pronto el vino se subvenciona también,
imponiendo a cultivadores y vinateros la carga de venderlo casi regalado.
Alegando una lentitud en el transporte que impide esperar la llegada de
remesas exteriores, las provincias itálicas son urgidas a abastecer
con grano, aceite, vino y otros artículos a las ciudades. Pero
cuando llegan cargamentos masivos desde Asia Menor e Hispania el obsequio
combinado de víveres hunde los precios agrícolas.
La anona no sólo es la mayor amenaza potencial descubierta en Roma
contra la seguridad jurídica, sino una paradoja. Representa la
victoria de la ciudad sobre el campo, cuando los éxitos de Roma
se deben a una milicia formada exclusivamente por propietarios no minifundistas.
Durante siglos el Senado inventó amenazas de guerra -o montó
conflictos- precisamente para poder reclutar a la clase media, sometiéndola
entretanto al rigor del juramento militar. Ahora los demócratas
de ese estamento han creado una institución que asegura la ruina
progresiva del agro propio, asfixiando por igual al granjero y al intermediario.
Ruinas ligadas al éxito
La segunda y más sangrienta fase de guerras civiles (112-79 a.C.)
añade una vuelta de tuerca a la dinámica previa y sus corruptelas.
El orden ecuestre y el senatorial profundizan en el odio mutuo, desatándose
una guerra de sobornos, extorsiones y grandes fraudes que paraliza la
política exterior, desmoraliza al pueblo bajo y prepara insurrecciones
en Italia, la Galia, Grecia y África. Cuando el conflicto alcance
uno de sus momentos álgidos, el demagogo Cinna (primer suegro de
Julio César) propone que la circulación de dinero
y el tráfico comercial se restablecerán condonando tres
cuartas partes de las deudas118. También ha prometido abolir
la esclavitud si los gladiadores y otros siervos le ayudan militarmente,
aunque ni los beneficiarios acaben de creérselo.
Con el reclutamiento de ciudadanos no ya minifundistas sino carentes de
tierra surge el ejército clientelar -cuya tropa guarda una relación
de protegido con su patrono o general-, y este tipo de fuerza armada toma
cuatro veces Roma en poco tiempo, dos en nombre del Senado y dos en nombre
del Pueblo, asesinando y requisando cada vez. Promovida por los Gracos
como freno a los abusos del estamento patricio, la clase ecuestre se ha
contagiado de aquello que más denunciaba, y el pueblo bajo vacila
entre tribunos delirantes y líderes realistas como Druso, que no
tarda en ser asesinado. Tras una sucesión de reveses el Senado
contraataca con Sila, que impone en el año 80 un reino de terror
o época de las proscripciones donde se cumplen aunque
sea al revés- todos los programas populistas de expropiación119.
El ideal republicano de una clase media patriótica, que se llama
orgullosamente proletaria por aportar al Estado una prole
educada en lo mismo, topa en el campo y la ciudad con la resaca del latifundio.
El gran terrateniente, que dos generaciones antes esperaba lograr óptimos
rendimientos con manadas de esclavos y monocultivo, responde al fracaso
contratando como aparceros a nietos de quienes le vendieron sus tierras,
al tiempo que manumite en masa a siervos para procurarse libertos, pues
la ley permite exigirles vitaliciamente un tercio e incluso la mitad de
sus ingresos. Sin embargo, no hay industria o comercio capaz de absorber
esa mano de obra, y retransformar en granjas terrenos depauperados exige
una inversión incompatible con el ridículo flujo monetario.
Empujados por su fracaso profesional, quienes vuelven de la ciudad al
campo encuentran eriales, y el número mucho mayor de los que migran
en sentido inverso sólo puede agravar el hacinamiento urbano, suscitando
en Roma un estallido periódico de motines y vandalismo.
La tercera parte de las guerras civiles, que comienza con grandes rebeliones
de esclavos, marca el tránsito de una Italia campesina y propietaria
a otra urbana y no propietaria. Aunque debió rondar niveles de
estricta supervivencia, no deja de ser insólito que como
observa Rostovtzeff- sencillamente no dispongamos de dato alguno sobre
la remuneración de jornaleros agrícolas, operarios urbanos
y artesanos. Sólo sabemos que hacia 80 a.C. hay unos seis millones
de ciudadanos y trece o catorce de esclavos. Esa proporción aumenta
sin pausa gracias a los botines de guerra120, y en la capital unas dos
mil personas casi inconcebiblemente ricas viven rodeadas por un millón
de humildes y misérrimos. Trescientos veinte mil reciben trigo
gratuito121.
A despecho de la ingente cantidad de metales nobles y moneda que se almacena
en Roma, los mercados mantienen a duras penas niveles previos. Su entidad
depende de un poder adquisitivo que el profesional libre no posee, y quienes
tienen estancias llenas de metálico pueden encargar a sus esclavos
buena parte de lo ofrecido en ellos. Leche y carne, por ejemplo, han dejado
de estar en la dieta del ciudadano medio.122
4. Transición al Imperio
El cuadro de miseria en aumento lo interrumpe Julio César, un dictador
populista de ilustre cuna que además de ampliar espectacularmente
los dominios de Roma le aporta el gobierno más sabio de su historia,
todo ello en los quince meses escasos que las campañas militares
le dejan para legislar. Sus primeros edictos, claramente populistas, reprimen
con multas el gasto suntuario en tumbas, vestidos, joyas, muebles y hasta
mesa. Busca no sólo aplacar la ira del pobre sino obstruir la huida
hacia delante de un sector hipotecado a inauditas ostentaciones, que encarecen
de modo inaudito también todo tipo de bienes.
Mucho más delicado resulta lidiar con el interés del dinero,
pues el populismo insistía en prohibirlo y él sabía
que Roma era inviable desterrando el crédito. Ignoramos los términos
de una negociación que debió hacer en buena medida con banqueros
judíos123,
a quienes había distinguido ya con varias prerrogativas, pero sí
sabemos que admitieron lo excluido tradicionalmente por el plutócrata
romano. Tras disipar la esperanza de una cancelación total
de las deudas, a la que con tanta frecuencia se había dado pábulo124,
solventó los altibajos de precios causados por la guerra civil
haciendo que los prestamistas renunciasen a intereses (usurae)
atrasados y descontasen del principal los ya satisfechos, con un quebranto
próximo a la cuarta parte de sus previsiones. Para reducir en el
futuro los riesgos, decretó que ningún romano podría
comprometer más de la mitad de su patrimonio inmobiliario en operaciones
que implicasen un devengo de intereses.
Dos décadas más tarde el precio del dinero en Roma exorbitante
desde las primeras noticias- es inferior a dos dígitos, y hay un
novus homo dedicado a los negocios. César ha hecho lo que
Solón en Atenas medio milenio antes -derogando la legislación
sobre insolvencia para que las deudas no puedan pagarse con esclavitud-,
y ha puesto en marcha una recolonización de Capua y la Campania.
El saneamiento social y económico lleva consigo que el magistrado
antiguo se convierta en alguien ligado realmente al servicio público,
pero los gastos de formar y supervisar esa burocracia serán costeados
con la creación de ciudades autónomas, que estando a cubierto
de demoras y veleidades centralistas podrán comerciar sin trabas
dentro de la unidad política ofrecida por Roma, y de paso realimentarla.
Sus reformas incluyen también grandes obras públicas y límites
a la proporción de esclavos empleados en el campo, medidas dirigidas
en ambos casos a asegurar trabajo para el hombre libre125. Quiere unir
al gobierno los intereses más generales de aquellos pueblos que
ha ido conquistando, borra la divisoria entre plebeyos y aristócratas
(nombrando nuevos patricios para todas las magistraturas) y osa plantear
un Senado donde no sólo deliberen romanos sino itálicos
e incluso ciudadanos de las demás provincias. Como Alejandro, que
fue su héroe, parte de un cosmopolitismo que salta sobre diferencias
nacionales y raciales.
Cuando sea asesinado faltan aún trece años para que termine
la centuria de guerras civiles, pero su cadáver insta poderosamente
a la concordia. Ha propuesto que el Estado deje de crecer hacia fuera
y se aplique a crecer en racionalidad, abandonando caprichos oligárquicos
y demagógicos. Nadie sabrá si quiso reinar vitaliciamente
o pensaba retirarse tras haber enderezado el rumbo de Roma.
Antonio Escohotado
Marzo, 2007
NOTAS
97
Hegel, 1967, p. 223.
98
Tito Livio lo sitúa a finales del siglo VI a.C.
99
Un invento etrusco que se remonta al VIII a.C., empleado hasta entonces
en construcciones funerarias.
100
En sus ciudades ningún hogar acomodado carecía de varios
grifos por donde manaba agua potable, y a las fuentes de calles y plazas
se añadían gigantescos baños públicos. Hasta
el demente Calígula inició la construcción de un
nuevo acueducto que su sucesor completaría, llenando Roma
de muchas y magníficas albercas cubiertas, que aseguraban la
corriente muy fresca y caudalosa del agua Claudia (Suetonio, Vit.
Cl. 21, 1).
101
Lo imperecedero del Corpus iuris civilis deriva de contener no
sólo las normas vigentes al compilarse en Bizancio, un
siglo después de sucumbir el Imperio occidental- sino dictámenes
de muchos jurisconsultos del periodo clásico, presididos por
Paulo, Gayo, Ulpiano, Papiniano y Modestino.
102
Weber 1988, vol. I, p. 441; cf. también Schumpeter 1994, p.105-108.
103
Plutarco Vit. Cat., 22.
104
Sobre los oficios, I, 42.
105
Mommsen 1983, vol. I, p. 470.
106
A despecho de los tratados de Catón, y los muy posteriores de
Columela y Varrón, que son en realidad ética y sociología
del campo.
107
Cf. Plutarco, Vit. Cat., 21.
108
Fundamentalmente sabinos, samnitas, etruscos, volscos, ligures y latinos.
109
Cf. De Martino 1984, vol. I, p. 188-189.
110
Anales, II, 29-30.
111
El préstamo con interés (mutuum) no se reconoce
de modo pleno hasta el Imperio bizantino, en la novella 136 del
Corpus iuris civilis; cf. Aguilera-Barchet 1989, p. 184, n. 43.
112
Hist. VI, 17.
113
Cf. Mommsen 1983, vol. II, p. 544-545.
114
Rostovtzeff 1998, vol. I, p. 69.
115
Los equites fueron originalmente quienes podían sumarse
al ejército con un caballo comprado a sus expensas, y durante
siglos no se opusieron al monopolio senatorial en materia de magistraturas,
ya que hasta comenzar la guerra social sus intereses e ideales
políticos coincidían básicamente con los de la
aristocracia romana (Rostovtzeff, 1988, vol. I, p. 56) .
116
Schumpeter 1995, p. 96.
117
Cf. Mommsen 1983, vol. IV, p. 513.
118
Cf. Wikipedia, voz Lucio Cornelio Cinna.
119
Los tribunales de justicia vuelven a ser un monopolio patricio y cosa
aún más llamativa- los tribunos de la plebe pasan a ser
elegidos por el Senado.
120
Cientos de miles afluyen de Hispania y la Galia con las victorias de
Escipión y Mario sobre iberos, cimbrios y teutones, y más
aún con las de Julio César, por no mencionar el fruto
de las campañas de Sila en Grecia, Metelo en Macedonia y Pompeyo
en Asia Menor.
121
Cf. Suetonio, Vit. Iulius 41, 3.
122
Cf. Mommsen 1983, vol. III, p. 407.
123
Cuenta Suetonio que al morir César los judíos sobresalieron
entre todos, pues permanecieron en vela junto a la pira varias noches
consecutivas (Vit. Iulius, 84, 5).
124
Ibíd 42, 2.
125
Sobre los proyectos que no tuvo tiempo de emprender, pasmosamente ambiciosos
casi todos, cf. Suetonio 44, 1-4.
©
Antonio Escohotado 2007
LOS ENEMIGOS DEL COMERCIO
http://www.escohotado.org
|
|