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LOS ENEMIGOS DEL COMERCIO
III. DEL ELITISMO AL POBRISMO
No podemos soportar nuestros vicios, ni hacer frente a los
remedios necesarios para curarlos.126
Una situación tan calamitosa para el populus como la previa
al gobierno de César experimenta un vuelco con la llegada al poder
de su sobrino nieto e hijo adoptivo, Octavio Augusto, que a los pocos
años de reinar habría ganado por amplio margen una elección
presidencial. La plebe decidió nombrarle Pater Patriae de
modo espontáneo, el Senado estaba exultante por haber recuperado
sus facultades legislativas, la clase media empezó a rebrotar y
ninguna elucubración sobre el carácter de Augusto127
modifica medio siglo de paz y esplendor inigualado para el Estado romano.
Aunque llegara a Cónsul empleando violencia128,
el primer Divus o rey-dios de los romanos fue sin duda el menos
endiosado, uno de los más cultos, el más austero de costumbres
y el más respetuoso con las viejas instituciones.
Más de una vez pensó restablecer la república, y
lo habría hecho de no parecer una imprudencia cuando
todos los ciudadanos ansiaban dejar atrás el largo periodo de discordia.
Una oligarquía patricia moderada por tribunos de la plebe era incapaz
de gestionar un Estado de tamaño jamás visto, requerido
no sólo de una fuerza militar descomunal sino de recursos para
seguir pagándola. César se había propuesto civilizar
ese territorio con una mezcla de centralización y descentralización
que otorgase el control a los prudentes, y aunque Augusto esté
lejos de su universalismo -de hecho, se esforzará por mantener
al ciudadano romano incontaminado de sangre servil o extranjera129-
asume el resto del proyecto con tenaz energía. Urbaniza y embellece
sustancialmente Roma, funda numerosas ciudades y por una mezcla de atenta
supervisión, austeridad y circunstancias favorables -como la llegada
del enorme tesoro de los faraones tras la derrota de Marco Antonio y Cleopatra-
consuma la hazaña de que el ejército se aproxime al medio
millón de hombres sin arruinar al país. En sus manos la
tropa garantiza que una unidad tan vasta y plural como los dominios romanos
pueda concentrarse en el comercio interior y exterior.
Por otra parte, al profesionalizar totalmente el servicio militar ha dado
el paso decisivo para convertir al ejército en nuevo elector del
Imperio. Las deliberaciones que antes ocurrían en el Senado pasan
a acontecer de un modo u otro dentro de esa institución, donde
cualquier romano no sólo aprende disciplina y técnicas de
combate sino oficios y lenguas. Puede ir ascendiendo si demuestra cualidades,
o servir allí lo bastante para obtener el premio de alguna parcela
y jubilarse como granjero. Quien carezca de suerte, talento u oportunidad
para destacar en profesiones civiles tiene en el servicio militar un cauce
permanente de promoción social.
1.Alcance y fundamentos del progreso
Hacia el año 1, cuando está naciendo en uno de los confines
imperiales el futuro Cristo, Roma resulta mercantilmente irreconocible.
La importación y exportación de mercancías es gravada
por un arancel general del 5 por ciento, los descendientes directos pagan
lo mismo al Fisco cuando reciben herencias y el interés del dinero
ha descendido hasta situarse en torno al 6 anual130.
Las montañas de metálico que antes atesoraban directa o
indirectamente los 16 linajes alimentan un comercio cuyo mayor mercado
es la propia Italia, un país resurgido que no sólo exporta
aceite, vino y otros productos sino funcionarios militares y civiles.
Augusto exige a ese estamento unificador que sea romano y de sangre libre,
pero el Imperio se estaba convirtiendo en una comunidad de ciudades
autónomas131
y los gestores civiles de hecho incluyen a libertos y no pocos esclavos
formados en la casa imperial. Pronto se incorporan a dicha burocracia
próceres de los nuevos núcleos urbanos, que tienen Senados
independientes del linaje y forman burguesías municipales.
Junto a Roma, que ha pasado del chabolismo al mármol, una pléyade
de civitates acomete obras útiles y ornamentales que deslumbran
al visitante y ofrecen empleos al hombre libre. Alejandría, la
más próspera, recibe productos de Extremo Oriente a través
del Índico y exporta a la península itálica no sólo
manufacturas finas sino grandes cargamentos de cereal cultivado en el
valle del Nilo. Corinto y Cartago se restauran como puertos, surgen importantes
emporios nuevos -Lyón, Tréveris, Aquilea, Antioquía-
y un tráfico antes ceñido a bienes imprescindibles se amplía
a una gama amplia de artículos útiles y suntuarios, cuya
calidad contrasta con lo tosco de la industria anterior. En Toscana, por
ejemplo, los perjuicios del monocultivo han logrado revertirse por medio
de granjas que diversifican de modo armonioso sus posibilidades. La bonanza
económica arroja una cosecha anecdótica de manumitidos multimillonarios132
o un ministro de Hacienda como Mecenas, pero lo capital es un contribuyente
que puede y quiere cumplir su parte.
De la rudeza al monetarismo
Las restricciones que Augusto ha impuesto a su Administración funcionan
como economías de escala para el Estado, porque moderarse en un
plano equivale a generar riqueza en otro. Como si supiese que la recaudación
va mermando en términos absolutos a medida que aumenta la voracidad
fiscal, durante un dilatado periodo de tiempo bate récords de ingresos
reduciendo la carga tributaria a la vez que reinvierte sin demora las
rentas públicas. Su objetivo más inmediato es mantener expedita
la comunicación por tierra y por mar, dragando puertos y roturando
calzadas mientras combate la piratería y el bandidaje, males de
aspecto incurable que decaen sustancialmente cuando hay fondos para castigar
a sus beneficiarios. Pero invertir en infraestructuras es sólo
parte de lo que Augusto hace por el desarrollo.
La casa imperial que detenta también las antiguas funciones
del Censor- responde a toda elevación arbitraria en
el precio del dinero imponiendo notas de infamia a los financieros responsables133,
una penalización simbólica aunque demoledora para el monopolio
de los negocios seguros. Todavía más contundente a efectos
de asegurar coyunturas favorables para la iniciativa empresarial es que
ofrezca crédito público en momentos puntuales, como cuando
la llegada del tesoro egipcio dispara el precio de los inmuebles. En
lo sucesivo, siempre que las arcas rebosaban de numerario lo prestaba
sin interés por un cierto tiempo a todos los capaces de ofrecer
garantías134,
una medida discutible para combatir brotes de inflación pero insólita
en Roma, que siempre había padecido una circulación insuficiente.
El hecho de que todo el mundo sea ahora un solo Estado llama a incorporar
cada región en condiciones equitativas, algo a su vez inseparable
de promover clase media y plantear con realismo el proceso de producción
y consumo. Augusto tomó la drástica decisión
de acabar con las distribuciones gratuitas de cereal, porque confiando
en ellas se descuida el cultivo de los campos, una medida que sólo
revocará temiendo la aparición de demagogos. Tiene claro
que la anona supone una cascada de quebrantos tras su aparente inocuidad,
y tras restablecerla no dejó de preocuparse por compaginar
los intereses del pueblo con los de campesinos y comerciantes135.
Ignoramos qué medidas adoptó para compaginarlos, si es que
tomó alguna en concreto, pero no hay duda de que concibió
un equilibrio basado sobre crecimiento de la población y los recursos,
con el orden intermedio o ecuestre como fiel de la balanza.
Incrementó la población de Italia fundando 28
colonias, y abasteció a muchas ciudades con monumentos y rentas
públicas, equiparándolas a Roma por derecho y dignidad
en la proporción que les correspondía [
] Para que
en ningún lugar disminuyera el número de las personas
pudientes, ni la prole de las modestas, otorgó la dignidad ecuestre
a todos cuantos la solicitaron, aunque la petición sólo
viniese avalada por respeto público136.
La fragilidad del cambio
Por otra parte, tanto el caudillo divino como su ejército son soluciones
arriesgadas. Nada veta psicópatas, y es azaroso que el Divus
sea un benefactor o un malhechor. Tras Augusto llegan un general amargado
(Tiberio), un demente (Calígula), un tullido culto (Claudio) y
otro demente (Nerón). Descienden en principio de César aunque
los dos últimos lleven en las venas más sangre de Marco
Antonio-, y si no hubiese recaído sobre ellos un poder de vida
y muerte sobre el mundo en general quizá habrían capeado
mejor los males de la endogamia.
Una responsabilidad análoga gravita sobre las fuerzas armadas,
en principio un elector más democrático que el Senado pero
no menos disociado del universo civil. Vanguardia del ejército,
la guardia pretoriana se encarga de escoltar, elegir o matar al rey divino
hasta que concluya la primera dinastía. A partir de ese momento
-el año 67- cuatro cuerpos de ejército distintos deciden
nombrar al princeps y siguen dos años de guerra civil, con
tres emperadores ascendidos y luego asesinados por sus tropas. El general
superviviente ya no representa a un grupúsculo de la aristocracia
senatorial romana sino a la clase media, y su dinastía dura tres
décadas. La dinastía siguiente, también ligada al
orden ecuestre, tiene Césares ejemplares hasta la muerte de Marco
Aurelio (180), donde comienza el horror. Durante dos siglos casi justos
la grandeza del Imperio ha ido creciendo y mermando al tiempo, con gobernantes
cada vez más capaces para una institución cada vez más
deficitaria.
La edad llamada de oro de las letras latinas, que acompaña al comienzo
de este Estado, ofrece una premonición de lo venidero. Virgilio
y Horacio -buenos amigos de Augusto- responden al brote de prosperidad
y cosmopolitismo con invocaciones a la virtud antigua. El Emperador, a
quien indignan las maneras licenciosas adoptadas por su propia familia,
reclama hábitos graves para el varón y patrocina el culto
a Casta Dea y Venus Verticordia (transformadora de corazones),
diosas edificantes para matronas y casaderas corrompidas por la opulencia.
Tito Livio, otro amigo, habla de ocaso moral en el prefacio
a su gran historia del pueblo romano. Todos ellos responden al desafío
del futuro con nostalgia por el abnegado rigor del ayer. Una primera señal
de peligro llega en el año 9, cuando el germánico Arminio
un joven que tiene la ciudadanía romana y pertenece a la
clase ecuestre- aniquila a cuatro legiones.
2. El esfuerzo civilizatorio
El Imperio carece en realidad de infraestructuras para sostener el auge
urbano, pues cada ciudad demanda un abasto descomunal si se compara con
el campo y sus aldeas. El gran logro de los acueductos, que aseguran agua
corriente, no se corresponde con algo análogo en el suministro
de otros bienes. La comunicación entre territorios urbanizados
se encomienda a una red prevista para el traslado de tropas, donde los
carros se dejan las ruedas y los animales sus tobillos. Fuera del agua,
el transporte de mercancías nunca se desarrolla al ritmo en que
progresa la urbanización, y casi todas padecen ocasionales hambrunas.
Este desfase tiene mucho de inevitable, aunque tampoco pueda desvincularse
de la indiferencia romana tradicional hacia el rendimiento. Como precisa
Rostovtzeff, entre mala alimentación de los animales, amarres mejorables
y ruedas un carro medio romano transporta 210 kilos frente al carro medio
francés, polaco o ruso clásico, que traslada 500.
Los ahorros tecnológicos de trabajo parecen un modo de consentir
al esclavo y amenazar el empleo del hombre libre. Alguien celebrado por
su prudencia como Vespasiano (19-81) recompensó a cierto
ingeniero por descubrir una manera de trasladar grandes columnas con poco
gasto, pero no quiso ponerlo en práctica para seguir dando de comer
a la plebe ínfima (plebicula)137.
Diez años más tarde su hijo Domiciano quiere proteger el
vino itálico ordenando arrancar todas las vides de otras provincias;
la medida dura poco138,
y hace creer equivocadamente- a los vinateros toscanos que sobrevivirán
sin mejorar su producto. Todo se fía al más breve de los
plazos, cosa por lo demás comprensible cuando el crecimiento del
gasto no va de la mano con grandiosos botines, como en tiempos de Julio
César o Augusto. Lejos de ello, pueblos nórdicos empujan
desde el Rhin y el Danubio, judíos y persas requieren no menos
legiones en Asia Menor, y para sufragar esos costes el Imperio debe crecer
en renta o empezar a achicar agua.
Pero el espíritu industrial no se improvisa. Tan sencillo le resulta
al aparato gobernante requisar vida y propiedades de sus ciudadanos como
imposible hacer que romanización coincida con eficacia,
unas veces por dificultades objetivas y otras por aquello mismo que impide
el salto del taller a la fábrica. El proyecto de autosuficiencia
pacífica que marca el tránsito de la rapaz República
al Imperio sólo puede subsistir en cuanto tal evitando un desequilibrio
entre necesidades y stock, que al ser inevitable restaura la rapacidad
de un modo u otro. La suposición implícita desde Tiberio
es que el centro puede vivir con desahogo de su periferia, y un siglo
más tarde sólo una provincia, la de Asia, no ofrece un balance
global negativo. Hasta la próspera Bética se ha incorporado
a los números rojos.
La carga del volumen
Socialmente, el mestizaje y la diversificación aparejados a una
ciudadanía romana compartida por docenas de millones de personas,
con dispares climas e infinitas oportunidades de intercambio, coincide
en condiciones de bancarrota creciente con el proceso justamente inverso,
que es una tendencia del conjunto a la proletarización. Empujados
por la disparidad entre insumos y consumos, mejores y peores Césares
van haciendo de confiscaciones y corveas139
extraordinarias el expediente rutinario, como empieza a suceder desde
la primera guerra civil. Si bien la autonomía municipal ha multiplicado
actividad y recursos, Fisco es el patrimonio privado del César,
que gobierna sobre lo complejo como un pater familias la casa solariega,
cambiando a su antojo los contratos por relaciones impuestas.
En la segunda mitad del siglo II reinan los Antoninos, emperadores que
le quitan al amo su poder de vida y muerte sobre el esclavo y reservan
esa facultad a los jueces. Es un gran cambio, pero las arcas públicas
estás vacías y sus viajes suponen tantas prestaciones en
trabajo y dinero que algunos próceres locales se suicidan anticipando
la ruina, sin perjuicio de ser muy patriotas y reconocer el mérito
de esos emperadores. La madurez de los hidalgos o caballeros ofrece un
estamento de funcionarios civiles y militares excelentemente preparados,
aunque el tránsito del despotismo a la tecnocracia sea ya una respuesta
a la penuria. Como necesita efectivo pero no quiere aumentar la presión
fiscal Marco Aurelio saca a subasta pública los bienes de su casa
en Roma, y cuando después de una victoria las legiones piden una
gratificación les responde: Todo lo que recibáis sobre
vuestra paga regular es a costa de la sangre de vuestros padres y parientes140.
Cómodo, su hijo, abre el arca de los truenos con un tropel de emperadores
dementes o incompetentes, en el mejor de los casos buenos soldados, cuyos
roces con los sectores cultos y prósperos les llevan a excitar
lo demagógico que subyace al ejército como elector. Mandos
y tropa apoyan el ajuste de cuentas entre los dadivosos jerarcas y aquellos
aún independientes de su limosna, presentando el arrasamiento de
las garantías patrimoniales como protección de los humiliores
frente a los honestiores. El esquema funciona de modo satisfactorio
contra quienes denuncian a los nuevos Césares por trasladar al
núcleo del Imperio una política de saqueo antes restringida
a la periferia. Pero antes de concluir el siglo II una suma de tributos
selectivos e incautación ha convertido el suelo itálico
y el de otras provincias en agro público, un eufemismo para dominio
del Emperador.
El modo más antiguo de gravar al próspero eran cargas de
culto (liturgias), que desde las primeras polis le responsabilizan
de los deberes correspondientes al desposeído, así como
requisas de transporte (angareias) y alojamiento obligatorio de
soldados. Ahora liturgias, angareias y anonas recaen sobre la aristocracia
provincial devota de los Antoninos, y el fundador de la dinastía
que les sustituye, Septimio Severo, se despide de la vida recomendando
a sus hijos: Enriqueced a los soldados y despreocupaos del resto.141
Caracalla, uno de esos hijos, declara luego que sólo yo debo
poseer dinero, y para darlo a los soldados142.
Surgen nuevos cuerpos de seguridad los frumentarii, los stationarii,
los collectiones- que actúan a menudo como agentes disfrazados,
hasta formar una red de espionaje y extorsión compuesta por cientos
de miles de individuos.
Llamados a reprimir la disidencia política, completan sus ínfimos
haberes administrando praxis sobre el cuerpo a quien no se
avenga a sobornarlos para evitar confiscaciones mayores. Caracalla ha
extendido la ciudadanía romana a todos los habitantes del Imperio
en el 212, pero la medida busca multiplicar el número de obligados
a la contribución personal (capitatio), y usar ese ingreso
para seguir haciendo obsequios a la guardia pretoriana y a las masas más
amenazadoras de indigentes, cuyo prototipo es siempre el populacho romano.
La ciudadanía se regala e incluso impone, tras cinco siglos de
ser un bien por el que se entregaban fortunas y feudos.
Como financieros, los Césares posteriores a Marco Aurelio falsifican
la moneda reacuñando con aleaciones fraudulentas, bañando
piezas de cobre con plata, aligerando las piezas por procedimientos como
el sudado y el limado, e incluso mediante estafas más ambiciosas.
Es el caso del antonianus, una moneda que nace valiendo dos denarios
cuando sólo pesa en plata una fracción del denario143.
Semejante medida hace que la plata de ley desaparezca por completo en
menos de dos años, forzando nuevas y costosas importaciones de
ese metal. Menos aún sospechan Caracalla y sus sucesores que cuando
el Príncipe envilece sus monedas todas las mercancías y
alimentos se encarecen en proporción al envilecimiento144.
Pero tampoco hay otro modo de pagar a más soldados cada vez, y
sus vidas serán efímeras sin otorgarles un generoso donativum
al coronarse. Reinados como el de Octavio Augusto demoraron ese gasto
extraordinario cinco décadas, y ahora el número de usurpadores
y rivales de cada emperador impone varios donativa por año.
Un año antes de que el ejército sea nombrado gestor y beneficiario
de la anona, en 194, el hecho de que la carne comestible haya desaparecido
de los mercados inspira al emperador Pertinax un plan de reactivación
agrícola. Dado que hay tantas tierras abandonadas en Italia, cualquiera
que llegue es invitado a ocupar lo que le parezca y convertirse en propietario
con solo acudir al registro. Sin embargo, los únicos que se instalan
finalmente son algunos prisioneros bárbaros, porque ningún
itálico se aviene a darse de alta en la contribución rústica145.
Quienes ya lo están padecen toda suerte de extorsiones y despojos,
y su ejemplo resulta disuasor.
Con la dinastía de los Severos ha comenzado un expolio sistemático
de la aristocracia municipal, cuyo efecto más destacado es acabar
con el orden ecuestre, una hidalguía que se incorpora a la proletarización
de otros sectores. El destinatario de las exacciones en bienes o servicios
es un Estado indiscernible del autócrata y su personal bolsillo,
que practica por eso mismo una política de parches. Cien años
antes la Hacienda quebraba al agotarse los botines exteriores, y ahora
quiebra al agotarse los interiores.
3. Frenesí disciplinario
El Imperio responde a su falta de dinamismo empresarial exacerbando su
componente autoritario, por más que eso provoque una exacerbación
de la indisciplina. Los Césares bailan al son de tropas crónicamente
insurrectas, mientras los demás se han reducido a máscaras
(personae) que reparte o inspira el servicio secreto, en un horizonte
donde florecen intentos cada vez más osados de control. Por ejemplo,
como ya no sale a cuenta ser publicano (concejal-recaudador de impuestos),
se decreta que el cargo será hereditario y obligatorio; y como
las defecciones no dejan de crecer se estampa con hierro candente una
marca sobre la espalda del publicano actual y del futuro. Lo mismo empieza
a suceder con otros oficios, y pronto hay pena capital para quien abandone
su ciudad o comarca. Como faltan medios para hacer cumplir esa orden,
su efecto práctico es aumentar la arbitrariedad administrativa.
El respeto por la ley ha dejado de existir.
Durante el periodo conocido como anarquía militar hay dos populus
en liza: uno lo forman el conjunto de soldados, agentes policiales y espías;
el otro es la sociedad civil venida a menos, que sólo inquieta
al Estado como potencial de insurrectos. Las tropas prefieren el pillaje
al combate y las ciudades más prósperas -Alejandría,
Antioquía, Lyón- son saqueadas por unas u otras legiones.
El emperador Maximino, que supera con bastante los dos metros de altura
y exhibe una fuerza física pasmosa, destaca también por
su audacia confiscatoria. Según un contemporáneo
Todos los días podía verse cómo quienes
ayer vivían con desahogo habían sido transformados en
mendigos; tanta era la voracidad del tirano, amparado en el pretexto
de necesitar dinero para pagar las soldadas. Pero cuando Maximino redujo
las casas aristocráticas a la miseria halló que el botín
era insuficiente para sus fines y atacó la propiedad pública.
Confiscó para sí todo el dinero perteneciente a las ciudades,
y las reservas que tenían para beneficencia [
] Todo cuanto
podía servir para embellecer y todo el metal utilizable para
acuñar moneda pasó a las fundiciones. [
] E incluso
algunos soldados se mostraban disconformes, pues sus parientes y amigos
les colmaban de amargos reproches, ya que Maximino afirmaba obrar así
por ellos y para ellos.146
Impulsado por la voracidad del Fisco, alguien tan orgulloso como el romano
se acostumbra a hacer ostentación de pobreza147.
En el año más afligido por la guerra civil el 238-
lo poco que resta de burguesía municipal defiende a dos candidatos
entre los seis que luchan por hacerse con el Imperio, y con la llegada
de Decio al trono el nudo corredizo que estrangula a las ciudades se afloja
un punto. Sin embargo, asegurar la gratuidad al abastecimiento realimenta
la progresiva paralización del comercio y sus medios, pues el grueso
de la navegación y el transporte terrestre se destinan a mover
tributos de grano y otros víveres gratuitos.
Por lo mismo, la masa de parados espera en cada urbe una cesta periódica
de supervivencia que demora cada día más su llegada, y merma
por sistema. La accesión al trono de un jefe militar bien puede
hacer que un par de días los siervos de palacio les sirvan un festín
en mesas con mantel, pero el derroche actual mide las estrecheces del
suministro futuro. Hace tiempo que el éxodo rural a las ciudades
se ha convertido en lo contrario, y produce desde Maximino un fenómeno
tan nuevo como amenazador. Quienes huyen de la pobreza urbana topan con
masas de individuos que sobran también en las aldeas, y juntos
acaban formando hordas de harapientos guiadas por jefes mesiánicos,
las llamadas vagaudas148.
Alguna de ellas -como la lionesa- llega a ser tan destructiva y poderosa
que exige oponerle el potencial de varias legiones.
A la amenaza de bárbaros externos se han añadido depredadores
gestados por la ruina interna, en un horizonte de campos despoblados cuyo
propietario principal es la casa del César. La compra de protección
que caracteriza inmemorialmente a la clientela se agrava con el retorno
a condiciones de trueque e incomunicación, produciendo como resultado
unos colonni que no sólo pagan con servicios sino aceptando
una atadura a la tierra que compromete a cada individuo y a toda su descendencia.
El espectro de ese estamento incluye esclavos manumitidos a tal fin, granjeros
arruinados, peones libres y bárbaros con vocación agrícola,
que si no se acogen como esclavos de hecho a su jerarca quedan expuestos
a la voracidad del recaudador-policía, o a vivir del aire.
No ya la vida urbana sino la civilización se están desplomando,
y si algo merece análisis es que el Imperio sobreviva otros dos
siglos al desfase entre un gigante político y un pigmeo industrial.
Las cuentas mal hechas del ayer destapan una divergencia entre forma y
contenido que moviliza el principio de acción-reacción,
suprema ley del mundo físico. La ambiciosa arrogancia, su punto
de partida, refluye en forma de desencanto y terror, con la resignación
como única aunque distante meta. En vez de sistema tributario reinan
exigencias ilimitadas, impuestas con absoluta discrecionalidad. Ha desaparecido
la diferencia entre ser esclavo y hombre libre como cosa distinta de una
inscripción registral. Tanta tenacidad puso el romano en afianzar
su señorío, y ahora todos -empezando por el impotente vestido
de omnipotente, el Imperator-, deben aplicarse a prolongar una
agonía abyecta.
Sigue habiendo alguna actividad, pero así como al corromperse
un cuerpo cada punto adquiere una supuesta vida propia, que es en realidad
la vida miserable de los gusanos, aquí el organismo político
se ha disuelto en los átomos de personas privadas149.
Todos recelan de todos ante la ubicuidad del espía, amoldándose
a la existencia cada vez más mísera que impera con la desconfianza.
La vida real resulta odiosa, y llega la hora de aspirar a otra. Llevada
al callejón sin salida de su propio triunfo absoluto, la conciencia
autoritaria descubrirá sentido y consuelo en la conciencia infeliz
del cristiano, que quiere castigar la concupiscencia terrenal para acceder
con certeza al Cielo.
4. Los bárbaros150
del Norte
El cristianismo es la nueva figura del espíritu, pero nuevo es
también para el mundo grecorromano un grupo de tribus ajenas a
la vida civilizada, cuya rudeza coexiste con energía y capacidad
adaptativa. Julio César, que fue el único en vencerlas concluyentemente,
escribe:
La nación de los suevos es la más populosa y guerrera
de toda la Germania [
] Su sustento no es tanto de pan como de
leche y carne, y son muy dados a la caza. Con la calidad de los alimentos,
el ejercicio continuo y el vivir a sus anchas (pues no sujetándose
desde niños a oficio ni arte, en todo y por todo hacen su voluntad)
se crean gigantescos y muy robustos. Tanta es su reciedumbre que a pesar
de los intensos fríos visten pieles cortas, que dejan al aire
mucha parte del cuerpo, y se bañan en los ríos. Admiten
a los mercaderes más por tener a quien vender los botines de
guerra que por deseo de comprarles nada151.
En tiempos de Pericles este pueblo ocupaba el sur de Escandinavia y el
noroeste de Alemania, y en los de César algunos grupos habían
llegado hasta la margen izquierda del Rin a costa de los celtas152.
Sólo sabemos que poco antes o después de comenzar la era
cristiana tres ligas de clanes suecos vándalos, gépidos
y godos- cruzan el Báltico en una migración que les lleva
hacia el este y el sureste, hasta ocupar territorios que abarcan desde
la actual Polonia al Mar Caspio. Cien años después Roma
practica una política de enfrentar a las tribus153
para protegerse, subvencionando como aliados (federati) a quienes
más conviniese. Tácito les dedica entonces un breve ensayo154
que pronto queda obsoleto como descripción155,
pues a diferencia de los celtas -que salen debilitados de su contacto
con el Imperio- a ellos les galvaniza el encuentro. Confirmando y ampliando
las observaciones de César, destaca su salud física, así
como la franqueza y honradez con la cual viven. El primero había
observado:
Los que van a sus tierras por cualquier motivo gozan de salvoconducto
y son respetados por todos; no hay para ellos puerta cerrada ni mesa
que no sea franca156.
Rasgos idénticos se mencionan entre esquimales y tuaregs, pueblos
hechos una rigurosa intemperie, y es digno de mención que ni César
ni Tácito les profesen aprecio personal. Hasta antropólogos
muy perspicaces, como ellos, son incapaces de sospechar que el destino
de los nórdicos será transformar la cultura mediterránea
en Occidente, una tarea muy distinta desde luego a la asumida por esquimales
y tuaregs. Además del inusual tamaño y resistencia, al romano
le sorprende su flexibilidad para vivir en condiciones tan dispares como
el pastoreo y la agricultura, no menos que la rapidez de movimiento. En
efecto, la velocidad expansiva del islam es un pálido reflejo de
lo que hacen pueblos enteros, desplazándose con sus mujeres, hijos,
abuelos, ganado y enseres157.
Aunque acabarán siendo los genios de la forja, entonces ignoran
tanto la minería como la metalurgia, padecen una escasez crónica
de hierro y se lanzan contra la acorazada legión romana con un
pequeño escudo de madera y un venablo del mismo material, descubiertas
las extremidades superiores e inferiores. Nunca aprendieron a sitiar ciudades,
y su principal aportación al equipo bélico antiguo fue el
hacha de doble filo y mango corto, empleada para el cuerpo a cuerpo y
como arma arrojadiza. .
En una historia de las actitudes ante el comercio los nórdicos
empiezan siendo indiferentes, pues las primeras noticias sobre ellos subrayan
algo intacto hasta concluir la llamada era vikinga (750-1050); a saber,
que son un pueblo básicamente desinteresado por la tierra, redistribuida
cada año por sus magistrados entre los clanes. Hasta que las grandes
tribus asuman la responsabilidad de heredar el Imperio en sus respectivos
dominios -a finales del siglo V- una de sus fuentes de ingreso es cazar
y vender esclavos. De ahí que sean bienvenidos quienes se los compren
y puedan venderles buenas armas a cambio. Otras mercancías les
tientan poco, ya que son austeros158. Con todo, a la venta de esclavos
debe añadirse el intercambio de las pieles que produce el bosque
septentrional, la cera y la miel de sus panales y lo equivalente al oro
allí, que son el ámbar y el marfil de los elefantes marinos.
Siempre deficitarios en grano, aceite y hortalizas, su dieta de pescado,
carne, mantequilla y queso no dejaba de ser envidiable en extremo para
la gran mayoría de los romanos.
La libertad nórdica
Las instituciones escandinavo-germánicas corresponden a grupos
que cazan, cuidan ganado y ocasionalmente cultivan, disponiendo siempre
de amplios territorios. Desconocen las ciudades, y la cohesión
de cada tribu no depende de alguna jerarquía heredada. En contraste
con los griegos, que conquistan la igualdad jurídica con guerras
civiles y acaban devorados por ellas, entre los nórdicos esa igualdad
reina sin lucha y sólo circunstancias transitorias -como la cantidad
de ganado- distinguen al simple miembro y al hombre de respeto, que puede
actuar como juez, árbitro o embajador en función de las
circunstancias. Cada año los próceres reunidos en consejo
adjudican los lotes de tierra arable a las parentelas, cuidando de que
ninguna ocupe más tiempo un territorio específico. Así
reprimen un apego que llevaría a crear comodidades en cada residencia,
estimulando la molicie, y logran que la gente menuda esté
contenta con su suerte, viéndose igualada con la más ilustre159.
La trashumancia, combinada con una vida nómada o seminómada,
borra las lindes entre propiedad y posesión por lo que respecta
a la tierra. Las extensiones arables, que en modo alguno representan el
activo básico de sus economías, son un bien comunal que
la tribu va turnándose como turna guardianes160, si bien el contacto
con la civilización hace que los repartos anuales de tierra -recaídos
originalmente sobre familias troncales- vayan pasando a ser concesiones
a tal o cual individuo. El anarquismo prima sobre el comunismo, y tanto
detestan la autocracia que sus reyes son siempre electivos. Más
aún, sólo existen en tiempos de guerra e incluso entonces
están sometidos al criterio del consejo que forman los próceres,
y al de la asamblea compuesta por todos los guerreros.
Estéticamente, la idea de un rey-dios no casa con personas que
reservan el estatuto de dioses a lo visible cuya benevolencia se
experimenta, como el Sol, la Luna y el fuego161. Éticamente
tienen a gala no seguir jamás a quien carezca de méritos
actuales y manifiestos, y lesionar o matar se paga o rescata entregando
cierto número de ganado bovino o equino, tanto si el perjudicado
es un rey como si es un prócer o un gris guerrero. La valía
de cada individuo, y su igualdad natural ante la ley, se entienden reconocidas
de modo suficiente graduando la reparación en términos cuantitativos,
y haciendo que el perjuicio causado al gran hombre valga algunos bueyes
más. Esto está en las antípodas del monarca como
salto metafísico de cualidad, que convierte en sacrilegio cualquier
conducta distinta de la sumisión absoluta162. A los germánicos
no iban a faltarles tiranos nacidos en su seno, desde luego, pero antes
de que algunas ligas empiecen a asumir la herencia romana sólo
un aspirante a ello163 evita ser depuesto fulminantemente.
De este rechazo visceral al autócrata divino viene que el feudalismo
europeo sinónimo en tantos aspectos de atraso- consagre principios
fundamentales de la democracia como el carácter temporal y siempre
revocable del primer mandatario, las rendiciones de cuentas o el control
ejercido por consejos. Al enseñorearse de Europa un pueblo para
el cual los reyes sólo pueden ofrecer ejemplo y consejo en batalla,
pudiendo la tribu atenderles o no incluso entonces, están puestos
los cimientos de un Estado que ni se deifica ni se personifica ni es confesional.
Hasta hacerse católicos mientras son paganos o profesan el
cristianismo sin misterios predicado por Arrio- su tolerancia carece de
paralelo. Los visigodos, por ejemplo, promulgan una legislación
para ellos (el Código de Eurico) y mantienen para el resto los
usos previos (la Lex romana visigothorum), sin hacer discriminación
alguna entre galorromanos, iberos, cristianos y judíos en sus dominios.
Más destacados aún por tolerantes resultan los vándalos
en sus dominios del norte de África, y en las islas del Mediterráneo
occidental.
Eso no obsta para que sean rudos e incultos, prestos como el franco Clodoveo
a partir en dos la cabeza de un lugarteniente con su hacha de doble filo164.
Pero es su temperamento lo que acaba inclinando la balanza hacia la sociedad
comercial, en perjuicio de la clerical-militar. Entre los inconvenientes
de su derecho165 está que mantenga la arbitrariedad como regla en
su sistema probatorio166, y que al no deslindar la esfera moral y la jurídica
prohíba con la misma pena de muerte traición, deserción
y homosexualidad167. Lo incívico de no distinguir esas esferas supone
la corrupción de ambas, pues una ética condicionada por
castigos o premios externos es hipocresía y un derecho al servicio
de cualquier ética es moralina tiránica.
Hay al mismo tiempo un civismo superior en reducir a nada la parte de
lo obligatorio delegada en el jerarca, y mantener una regla consuetudinaria.
Anticipando lo que pensaba el jacobino Saint-Just que cuando
las leyes son muchas el pueblo es invariablemente esclavo-, los
escuetos códigos de estas tribus regulan costas de juicio, indemnización
y herencias. Aunque ignoran la sutil profundidad del negocio jurídico
romano, su iusnaturalismo cosmopolita concibe la ley como articulación
de unas pocas reglas universales y permanentes, que en esencia son cumplir
la palabra dada y no admitir ninguna transmisión basada sobre violencia
o fraude. La descentralización que corresponde a su individualismo
brilla en el hecho de que su unidad básica -la sippe- nombre
tanto al clan como al hogar de cierto matrimonio, pues sin distinción
de clase todos participan en asambleas ordinarias o extraordinarias que
regulan la vida colectiva. Del mismo modo que les bastan algunas generaciones
para mezclarse con la población de cada territorio conquistado,
cambian sus usos más chocantes por tradiciones latinas168.
Si se prefiere, la tosquedad es a la vez un anarquismo sin rencor, que
reconoce la aspereza del mundo y no admite pactos de redención
pagaderos con sometimiento. Esencialmente altricial lo inverso de
precoz-, el nórdico tarda siglos en decidirse a cambiar la depredación
por la industria, y quizá hasta Lutero no alcanza una conciencia
de sí mismo. Pero su culto a la libertad le hace idóneo
para el capitalismo no estatal donde acaba desembocando la sociedad esclavista.
A esa sangre nueva que irrumpe en la cultura grecorromana hemos de añadir
el pueblo judío, que es el comerciante por definición y
también la fuente de una guerra abierta al comercio como no se
había conocido.
Antonio Escohotado
Marzo, 2007
NOTAS
126
Livio, Anales, Prefacio.
127
Algún historiador le tilda de tirano sutil, viendo
en él una cabeza fría, un corazón insensible
y un temperamento cobarde que lo indujeron desde sus 19 años
a asumir una máscara permanente de hipocresía (Gibbon
2000, p. 82). Suetonio cuenta que antes de morir hizo pasar a
sus amigos para preguntarles si les parecía que había
hecho bien su papel en la comedia (mimum) de la vida
(99,1). También refiere que siendo joven arrancó
con sus propias manos los ojos de un supuesto conjurado (27,4),
sin perjuicio de dedicar un capítulo a sus ulteriores pruebas
de bondad (51,1-3), y destacar que todos sus súbditos
le profesaban gran amor (57,1).
128
Tras la batalla de Módena (43 a.C.) el centurión
Cornelio, echándose atrás el capote y mostrando el puño
de la espada, no vaciló en decir al Senado: Ésta
le nombrará Cónsul si vosotros no lo hacéis;
Vit. Aug., 26, 2.
129
Considerando muy importante conservar el pueblo romano puro y
no contaminado con la mezcla de sangre servil o extranjera, fue muy
parco en conceder el derecho de ciudadanía romana y puso muchas
trabas a las manumisiones (Vit. Aug., 40,3).
130
Sobre las condiciones económicas de la Pax Augusta cf.
Rostovtzeff 1998, vol. I, p. 104-142.
131
Ibíd, p. 116.
132
Uno de ellos, por ejemplo, dejó al morir 3.600 bueyes, 250.000
cabezas de ganado menor y 4.116 esclavos; cf. Gibbon 2000, p. 60.
133
Cf. Suetonio, Vit. Aug., 39,3.
134
Ibíd, 41,1.
135
Ibíd, 42,3.
136
Ibíd, 46.
137
Suetonio, Vit. Vesp., VIII, 18.
138
La revocación de su edicto tampoco se relaciona con criterios
de política económica, sino con unas pintadas que aparecen
en Roma y otras ciudades: Aunque me arranques de cuajo, cabrón,
haré vino bastante para rociarte el día de tu suplicio;
cf. Suetonio, Vit. Dom., XIV, 3.
139
Tributos en trabajo no remunerado.
140
Dión Casio, Hist. Rom 71, 3, 3.
141
Cf. Rostovtzeff 1998, vol. II, p. 861.
142
Ibid, vol. II, p. 877.
143
El denario de Augusto pesaba 3,90 gramos de plata legal. El antonianus
exige ser cambiado por dos de ellos aunque pesa unos 5,45 gramos y sólo
contiene de plata legal un 20 por ciento. Eso impone pagar 8 por 1.
Cf. De Martino 1985, vol. II, p. 435-474.
144
Cantillon 1775, XVI, 13.
145
Rostovtzeff 1998, vol. II, p. 885.
146
Herodiano, Hist. VII, 3, 3.
147
Cf. Rostovtzeff 1998, vol. II, p. 965.
148
De ahí vagos.
149
Hegel 1963, p. 245.
150
Los griegos llamaban barbaroi (extraños) a
pueblos tanto nórdicos como asiáticos y meridionales,
atendiendo a razones diversas. La barbarie de los persas, por ejemplo,
derivaba de ignorar la dignidad política, pasando de un déspota
divino a otro. La nórdica de ignorar la escritura y la industria.
151
Bell.Gal., IV, 1-2.
152
Un pueblo dado al misterio -hasta prohibir que su lengua se escribiese-
y parecido al azteca por rasgos tan particulares como largas estancias
en escuelas, notables conocimientos (astronómicos, botánicos
y farmacológicos) y dioses ávidos de sangre humana. En
el año 58 a.C. Los druidas consideran imposible conservar
la vida de un hombre si no se hace ofrenda de la vida de otro, y por
pública ley tienen ordenados sacrificios de esta misma especie.
Forman de mimbres entretejidos ídolos colosales, cuyos huesos
llenan de hombres vivos, y pegando fuego a los mimbres les hacen rendir
el alma rodeados de llamas. A su entender los suplicios de ladrones,
salteadores y otros delincuentes son los más gratos a los dioses
inmortales, si bien a falta de éstos no vacilan en sacrificar
a inocentes (César, ibíd., VI, 16).
153
Teutones y escandinavos se consideraban parientes, refiere Tácito,
aunque sus lenguas no tuvieran término para el linaje común.
Dicho parentesco nos resulta palmario atendiendo a gramática
y fonética, por no mencionar imaginación y costumbres.
Códigos visigodos del siglo VI coinciden con códigos islandeses
y noruegos del XII, sin que quepa atribuirlo a comunicación.
154
De origine et situ Germaniae., terminado hacia el año
98
155
Aunque incluye a las tribus antes mencionadas y a bastantes más
frisios, anglos (entonces asentados en la península danesa
de Angeln), suevos lombardos y suevos semnones, bátavos, marcomanos,
suiones y sitones, etcétera-, en el siglo III han surgido ligas
enteramente nuevas como sajones, burgundios, francos y alamanes.
156
Ibíd., VI, 23. Tácito entra en más detalles sobre
su hospitalidad (Germania, XXI).
157
El mapa de esas migraciones muestra, por ejemplo, que entre 387 y 418
los visigodos hacen unos veinte mil kilómetros desde su irrupción
en el delta del Danubio. Bajan desde allí hasta Atenas, remontan
la costa del Adriático y vuelven a bajar hasta Roma; siguen luego
la costa ligur hacia Marsella, se establecen en la parte de Iberia no
ocupada por otras tribus nórdicas y retoman la dirección
norte para quedarse con buena parte de Francia. La distancia y lo fractal
de su recorrido no iguala, sin embargo, el periplo de unos vándalos
que migrando desde la actual Rusia llegan hasta Iberia, pasan al norte
de África y saltan desde allí a Baleares, Córcega,
Cerdeña y Sicilia. Los alanos, que parten del Don, hacen un bucle
exploratorio por el norte de Francia y acaban ocupando el curso medio
del Tajo, todo ello entre 400 y 411.
158
Julio César refiere que gastan toda la vida en cazar y
ejercitarse para la milicia. Desde niños se acostumbran al trabajo
y a vencer la frustración. Los que por más tiempo permanecen
castos son admirados, pues creen que así se medra en estatura,
fuerza y bríos. Conocer mujer antes de los veinte años
es para ellos grandísima infamia (Bell. Gal,.
VI, 21). Inmediatamente después leemos que la castidad es
cosa imposible de ocultar, porque se bañan sin distinción
de sexo en los ríos, y se visten dejando desnuda gran parte del
cuerpo. Esta observación resulta muy enigmática.
159
César Ibíd. VI, 22.
160
Para inmuebles el concepto básico es la gewere, que no
constituye un título de propiedad propiamente dicho sino un poder
emanado de su posesión. En virtud de ello la tierra incluso
tras admitirse su apropiación individual- no puede cambiar de
mano sin prolijas formalidades y autorizaciones.
161
Ibíd. VI, 21.
162
Es la esencia de la lesa maiestas o desacato, donde basta un
gesto de disciplicencia para ser echado a los perros; cf. Suetonio,
Vita Domitianus X, 1. Ensuciar la túnica del hombre-dios
es suficiente para el prolongado suplicio llamado retractatio publica
en Roma, un rito conocido y reiterado con otros nombres por persas,
egipcios, chinos, etcétera. Sobre lo metafísico del monarca
y el último suplicio público europeo, que castiga una
leve herida hecha a Luis XV de Francia, cf. Foucault 1978.
163
El marcomano Maroboduus, que trasladó a su pueblo desde el río
Meno (Mein) a Bohemia hacia el año 9 a.C.
164
En su Historia francorum san Gregorio de Tours celebra el acto
(consumado gracias a un ardid que distrajo a la víctima), alegando
que un año antes ese individuo había partido en dos con
su hacha el cáliz de un obispo.
165
Reht en germánico occidental, lagh (law)
en germánico septentrional.
166
Se admiten, por ejemplo, el juramento mediante socios (los compurgatores),
distintas ordalías y hasta el combate. La distinción entre
prueba documental y testifical es tan desconocida como los títulos
de propiedad. La palabra de un socio, cruzar descalzo un lecho de brasas
o vencer en duelo resuelve litigios sin entrar en verificaciones.
167
Por lo demás, sólo algunos griegos evitaron este tipo
de precepto. Incluso los romanos, genios jurídicos, mantenían
desde el 149 .a.C. una norma -la lex Escantinia- que castigaba
implacablemente la desviación sexual.
168
El ojo por ojo grecorromano y judío acaba sustituyendo a la regla
de castigar los crímenes más graves con una pérdida
de la paz o repudio -que permite a cualquiera disponer del reo
como quisiere-, y a una venganza de la sangre durante indefinidas
generaciones.
©
Antonio Escohotado 2007
LOS ENEMIGOS DEL COMERCIO
http://www.escohotado.org
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