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LOS ENEMIGOS DEL COMERCIO
XIV. CATÓLICOS Y PROTESTANTES
El Evangelio es una ley espiritual que no puede usarse para
gobernar [
] Nos enseña a ser desprendidos en general con
nuestras posesiones, pero quien me haga objeto de violencia está
queriendo apoderarse de lo que es mío52.
Hacia 1400 cuenta Hume, en su Historia de Inglaterra, que el conde
de Warwick sostenía a unos 30.000 dependientes no campesinos, instados
por lógica a la bulimia del gorrón. A esos dependientes
sumaba dispendios personales en leña como los del duque de Osuna,
que mantenía encendidas miles de chimeneas por si él o algún
invitado llegaban de improviso a alguno de sus muchos castillos. Sabemos
también que hasta manteniendo los hogares arrebatados por un fuego
muy vivo de grandes troncos el tamaño de las estancias y su deficiente
aislamiento no evitaba que el agua se helase a veces en la mesa, como
cuenta una princesa de Francia53.
El precio de la leña en 1400 supera muy largamente el de ese mismo
artículo en 800, mientras las estancias a calentar son iguales
o mayores.
Los hombres de negocios que solventan la liquidez de grandes magnates
como Osuna o Warwick parten de apenas nada, pero no están obligados
al derroche sistemático. Ganan terreno disponiendo de un patrimonio
sin agarrotar, a diferencia del que empieza siendo propiedad invendible
-por falta de compradores o por comunidad familiar de bienes- y pende
luego de levantar trabas procesales y tabúes sociales ligados al
feudalismo. En cuanto al resto, el medievo precomercial es un equilibrio
en buena medida emotivo. Si un señor quería pedir más
tributo a sus siervos, o sostener menos a sus dependientes, arriesgaba
una alianza de sus inferiores con algún otro. Lo mismo esperaba
a los dependientes si conspiraban contra su deber de sumisión,
pues quizá acabaran sometidos a un señor más severo.
Con el desarrollo económico el vínculo personal de dependencia
se hace prescindible. Un grupo de señores venidos a menos, y un
porcentaje muy superior de siervos venidos a más, refuerza la minoría
de maestros artesanales y mercaderes hasta formar un estrato de gentes
con patrimonio variable, interesadas en correlacionar capacidad adquisitiva
y productiva, cuyas primeras luchas internas perfilan nuevas reglas de
juego para la sociedad en general, y para la población urbana en
particular. El rendimiento pasa a primer plano con una multiplicación
de la energía en el sentido más cuantitativo, medida por
los caballos de fuerza que cada zona tiene en animales, hombres, madera,
carbón, molinos de agua o de viento.
La ciudad comercial ha abierto un mercado grande e inmediato para artículos
agropecuarios, crea empleos para los dependientes no campesinos del señor
y almacena toda suerte de bienes tentadores para él y su familia.
Acceder a esas mercancías, que no pueden ser fabricadas por sus
dependientes, exige vender tierras a individuos con mentalidad empresarial
que no mantienen esa propiedad dormida y mejoran los terrenos para elevar
su renta. Reaniman así a unos granjeros que gracias a ello pasan
a ser aparceros libres, estimulados por una demanda virtualmente ilimitada.
Como empezó observando Hume, la mayor de las transformaciones
ocurre de modo apenas perceptible, sumando conveniencia del campesino,
apetito adquisitivo del señor y una recolocación de sus
dependientes.
Las personas y el resto de las cosas iban a seguir siendo lo que son,
desde luego; pero se abrían cauces para la iniciativa, y con ellos
un sentimiento de responsabilidad e industria allí donde malvivía
la desidia. Si bien cada empleo y oficio pasaban a ser más exigentes,
en todo y para todo, mitigar la vampirización de sus frutos bastaba
para que fuesen asumidos con brío. En definitiva, el fin del medievo
coincide con una extraordinaria intensificación del deber
de trabajar como idea, cuyo impulso es una producción incrementada54.
Al mismo tiempo, los villanos y los rústicos eran pauperes
no sólo por condición social sino por secta, y su triunfo
supone una revisión del principio pobrista que acaba trasladando
el carisma de la indigencia al desahogo. Para seguir este proceso con
alguna precisión atendamos a la evolución del pensamiento
escolástico y protestante sobre medios y fines del comercio.
1. Enjuiciando católicamente el trabajo
Directa e indirectamente, la reactivación mercantil ha vulnerado
la regla de que el prestamista debe ignorar cualquier interés,
incluso cuando financia un negocio. Una actitud de consternación
ante el Concilio IV de Letrán -que ha admitido intereses no excesivos-
resuena en la Summa Theologica (1272) de santo Tomás de
Aquino, que por lo demás admite la licitud del lucro
para los socios en algún negocio55.
Tomás podría haber completado esa aceptación admitiendo
los mecanismos concretos del comercio, pero define la usura como adquirir
precio por el uso de dinero56.
Eso le impone negar lo crucial: que ceder a otro la liquidez propia suponga
una merma (lucrum cessans) digna de resarcimiento.
La Summa parte de lo dicho por Aristóteles sobre la moneda
-en particular que es una cosa estéril sin el concurso de algún
trabajo57-
y añade observaciones propias acerca del fraude cometido
en la compraventa. Su principio es que todas las cosas enajenables
tienen un precio independiente de oferta y demanda:
Es totalmente pecaminoso defraudar con el expreso propósito
de vender un objeto por un importe superior a su justo precio [...]
Vender algo más caro, o comprarlo más barato de lo que
en realidad vale, es intrínsecamente un acto injusto e ilícito58.
Tampoco hay otra forma de concebir la economía política
para una ética que contrapone utilidad y ley divina. El precio
justo ni siquiera sería momentáneo, cosa llamativa cuando
coincide con la fase expansiva de la Hansa y las repúblicas mercantiles
italianas, en momentos donde la energía motriz se ha multiplicado
por diez si se compara con la disponible en tiempos de Carlomagno. Pero
el santo de Aquino sigue partiendo de la autarquía local como meta,
y sólo acepta el comercio en abstracto. Ve allí una mera
fuente de abasto, no un sistema de innumerables conveniencias particulares
que operan a la vez. A su juicio hay
dos clases de intercambios. Una puede denominarse universal y
necesaria, y por medio de ella se cambia una cosa por otra, o cosas
por dinero, para satisfacer las necesidades de la vida. La otra clase
de intercambio es dinero por dinero o cosas por dinero, no para satisfacer
las necesidades de la vida sino para obtener un beneficio. La primera
clase de intercambios es loable, por servir a las necesidades naturales,
mientras la segunda es justamente condenada.
El beneficio financiero no es una necesidad de la vida ni algo natural,
y amenaza a la sociedad cristiana con una rivalidad que ofende a los semejantes,
irrita a los superiores y acarrea el disfavor divino. Su contemporáneo
y prefecto general de los franciscanos, san Buenaventura, insiste también
en que negociar implica siempre contagiarse de fango moral
(turpitudo). Será casi imposible para los mercaderes
no ir al Infierno, pues rarissime evadunt la tentación de
cobrar o pagar intereses59.
El hecho de que casi mil años separen a ambos de san Agustín
subraya la estabilidad del criterio.
Sin embargo, en el siglo IV la miseria empujaba hacia el vasallaje como
mal menor, y en el siglo XIV los vasallos están desertando en masa.
Entonces había desaparecido todo asomo de clase media, y ahora
se está convirtiendo en dueña de la situación. Entonces
había unos pocos profesores particulares de retórica, y
ahora las Universidades de Europa occidental instruyen a unos 200.000
estudiantes, que a despecho de su mala fama -por juerguistas y levantiscos-
son tratados literalmente como curas, pues las infracciones que cometan
no corresponden a la jurisdicción civil sino a la eclesiástica.
Entonces las ciudades se desvanecían como espejismos, y ahora organizan
todo.
Católicos civilizados
No es de extrañar, pues, que las tesis de Tomás y Buenaventura
sobre compraventa e interés del dinero empiecen a verse contradichas
por sus propios colegas. La Escolástica es una universidad cosmopolita,
que piensa con libertad todo cuanto no se oponga abiertamente al dogma,
y escolásticos son quienes empiezan a tratar los fenómenos
económicos como un objeto más de análisis científico.
El primero en hacerlo es Nicolás de Oresme, obispo de Lisieux (1320-1382),
que entre otros textos60
escribe un Tratado sobre la invención de las monedas, donde
el dinero y el proceso formador de los precios se abordan sin ánimo
doctrinario, examinando el asunto como quien estudia geografía
o sintaxis. Allí leemos, por ejemplo, que la moneda no es
propiedad del rey, y su manipulación no debe servir para tasar
al pueblo61,
algo impensable desde la regla que propone dividir el mundo en propiedad
de Dios y propiedad del César. Más aún, leemos que
fomentar el comercio es para cada soberano un deber tan primario
como la defensa sus súbditos, pues a fin de cuentas se confunde
con esa defensa.
Los sacerdotes egipcios fueron el origen de la ciencia, pensaba Aristóteles,
porque durante largo tiempo el hecho de vivir mantenidos les indujo a
cavilar. Algo parejo le sucede ahora al clero culto, tan refractario al
fanatismo como el sacerdocio egipcio, y un siglo más tarde ese
giro cobra carta de naturaleza con la Reforma y la escolástica
tardía. La Summa theologica disertaba sobre el precio descartando
costes financieros, y los nuevos tratadistas ven el asunto de manera muy
otra:
Precio justo [...] es precio competitivo. Resulta perfectamente
justo que los mercaderes logren ganancias mientras sea pagando y aceptando
los precios del mercado. Si sufren pérdidas será mala
suerte, o una penalidad por incompetencia. Pero esto siempre que ganancias
o pérdidas resulten del funcionamiento no obstaculizado del mecanismo
mercantil; no si deriva, por ejemplo, de la fijación del precio
por la autoridad pública o conglomerados monopolísticos62.
Schumpeter no está exponiendo criterios propios, ni principios
librecambistas que tardarán siglos en llegar. Se limita a resumir
lo expuesto por el jesuita Luis de Molina en su tratado sobre la justicia
y el derecho63.
Décadas antes ha publicado Martín de Azpilicueta, otro clérigo,
un Comentario resolutorio de usuras (1556) que funda la teoría
cuantitativa del dinero64. A la explícita cuestión moral
-¿es lícito comprar barato en un país para vender
caro en otro?- Azpilicueta y sus colegas responden afirmativamente. Más
aún, para la Escuela de Salamanca su defensa de los derechos civiles
y el tiranicidio es inseparable de una actitud realista ante el proceso
de intercambio. El mecanismo de mercado les parece el modo más
racional de formar precios, consideran inexcusable el cobro de intereses65
y llaman razón prudente al esfuerzo por obtener ganancias.
La navegación transcontinental como marco
También en Italia hay clérigos bien instruidos en las prácticas
del comercio, como san Bernardino de Siena. De hecho, la primera exposición
global del funcionamiento económico no llega hasta san Antonino
de Florencia, arzobispo de esa ciudad y contemporáneo de Molina.
Siena y Florencia son grandes hitos del espíritu empresarial europeo,
y nada de extraño tiene que su alto clero haya dejado atrás
el ebionismo tomista. En 1470 aparece el Della vita civile, un
tratado de Matteo Palmieri que de alguna manera divide las aguas al descartar
el binomio homenaje-protección; los impuestos en general no se
pagan porque el pueblo deba sufragar a quienes oran y a quienes
luchan, sino como contraprestación por servicios concretos
que faciliten la actividad económica66.
Lo mismo piensa el duque Diomede Carafa, un notable precursor del análisis
económico que en 1487 llama banditismo a la práctica
del empréstito forzoso, entonces tan habitual entre reyes y grandes
señores. A su juicio, la vida cívica demanda impuestos que
ni alejen el capital ni opriman al trabajo67.
El horizonte geopolítico para este cambio de mentalidad en los
católicos es una intensa presión turca, que tras conquistar
Bizancio empuja por todo el sudeste y contribuye a desplazar el centro
de la actividad mercantil hacia el norte y oeste de Europa. Los turcos
se proponen reconquistar el Mediterráneo para el islam, pero Portugal
está cambiando todo con una navegación a distancias impensables68
que, entre otras cosas, liquida el monopolio musulmán sobre el
Índico y devalúa sus rutas terrestres hacia Extremo Oriente.
El polvo de oro obtenido por los portugueses en África y las especias
de India son mercancías sensacionales, sólo comparables
con las descubiertas poco después en América, que revolucionan
la medicina, la alimentación y el comercio. La patata, por ejemplo,
rinde cuatro veces más hidratos de carbono que el trigo por metro
cuadrado. El azúcar, el té y el tabaco crean nuevos mercados
y establecimientos.
La rentabilidad de lo nuevo hace que Portugal y España pasen a
ser las grandes potencias europeas. Ni Venecia ni Florencia ni Brujas
habían experimentado incrementos de renta como la corona española,
que ingresaba 800.000 maravedíes en 1470 y percibe 22.000.000 en
150469. Se trata de una cifra desorbitada para el concierto de las naciones,
sólo comparable con el emporio montado en Amberes por marinos y
judíos portugueses. Sin embargo, ni el hecho de que el joven Carlos
de Gante se haya convertido en rey español y emperador alemán,
casado además con Isabel de Portugal, logra que la hegemonía
política y militar de Iberia se traduzca en prosperidad. Los artículos
de mayor valor comercial se reexportan de inmediato a los Países
Bajos, vencer militarmente al protestantismo es tan costoso como a la
larga imposible, y la flota luso-española acaba siendo presa fácil
para corsarios holandeses e ingleses. España y Portugal siguen
sin ser sociedades comerciales, la expulsión de los judíos
en 1492 agrava al máximo dicha circunstancia y la llegada masiva
de metales nobles, especias y otras mercancías muy demandadas construye
algo cada vez más semejante a un castillo de naipes. Desde principios
del siglo XVI hasta mediados del siguiente la flota española desembarca
en Sevilla 180 toneladas de oro y 16.000 de plata70, cifra probablemente
inferior a la que entra por otros puertos europeos merced a piratas y
armadores privados, y el resultado de tanta liquidez es una fuente de
inflación que se suma a la derivada de reducirse la mano de obra
debido a la peste. En 1557 la primera bancarrota española no sólo
arruina al país sino a sus banqueros alemanes, extendiéndose
por Francia hasta provocar meses más tarde un crack en la Bolsa
de Lyón.
2. El trabajo para los reformistas
Martín Lutero (1483-1546), el Hus sajón, certificó
lo anacrónico de la conciencia infeliz al presentar el modo
de vida monástico como resultado de un desamor egoísta que
se sustrae a los deberes mundanos, oponiendo a ello el trabajo profesional
como manifestación palpable de amor al prójimo71.
Ganarse el pan con el sudor de la frente sólo constituye una maldición
en sociedades dominadas por el salvajismo, pues la Naturaleza es
la esfera designada por el Creador para realizar los valores morales72.
Este cambio de perspectiva es lo que han ido construyendo las herejías
iniciadas en el siglo XII, y es también el hallazgo de los burgos
al practicar la industria como mediación entre bien particular
y bien común.
Una generación separa a Lutero de Jean Chauvin (1509-1564), que
cuando empieza a publicar convierte su apellido en Calvinus. Ambos nacen
en familias de clase media desahogada73, ambos creen que la propiedad
privada está tan prescrita por Dios al hombre como el trabajo -del
cual proviene o debería provenir-, y ambos profesan un socialismo
anticomunista74. El ideal luterano piensa que debe bastarnos
un nivel de vida muy discreto75, preconiza una organización
gremializada de la vida civil y declara sin inmutarse como san Pablo-
que los siervos no tienen derecho a una libertad legal externa76.
Los calvinistas carecen de esa deuda con el tradicionalismo agrario, y
se adaptan mejor al tipo de vida democrática que está abriéndose
paso en las ciudades. Calvino ha llevado a su consecuencia lógica
la premisa de que Dios es todopoderoso, y declara que ser omnisciente
implica una predestinación de cada uno a la vida o la muerte
[eterna]77. A su juicio, Dios no es amor sino poder soberano78.
Sacramentos, indulgencias y otras comodidades que la Iglesia ha ido añadiendo
a su oferta de salvación sucumben ante un cristiano resuelto a
ser rico de espíritu, que cumple los mandamientos sin la más
remota promesa de premio. En su plasmación inmediata ese
coraje no favorece al comercio, pues Calvino reinventa un viejo Israel
pasado por Cristo montando una teocracia en Ginebra, donde el intervencionismo
resulta tan arbitrario como feroz es la intolerancia79. Pero la incertidumbre
informa a todos aquellos juegos que como la ruleta- ligan directamente
la cuantía de cada premio con la probabilidad de quebranto asumida
en cada apuesta.
Quien renuncia a la certitudo salvationis está más
preparado que otros para asumir aleatoriedades subalternas -como la fortuna
o la ruina material-, y es un hecho que la parte más activa de
los nuevos comerciantes está aprendiendo a explotar sistemáticamente
la relación entre riesgo y beneficio. Dentro del misterio impenetrable
que rodea a la decisión divina, el éxito en los negocios
podría ser un indicio de estar llamado a salvarse. Aunque sea de
modo indirecto y coyuntural, la predestinación no carece de afinidad
con el destino del empresario audaz.
Profesión y vocación
Mil quinientos años antes el cristianismo prometía el Reino
de los Cielos a quien amase e imitase a su mesías. Esto no se ha
modificado, y por más que desaparezcan el cielo y la tierra
no cambiará que Jesús murió por nuestros pecados
y resucitó para justificarnos80. Sí se ha modificado
que los destinatarios de aquél mensaje eran pobres de espíritu
y hacienda -sumados a perseguidos y afligidos-, mientras ahora los magnates
católicos y protestantes compiten como mecenas de las artes y las
ciencias. Aunque el Renacimiento aviva al máximo las hogueras inquisitoriales,
algunos cristianos se sienten enriquecidos en vez de corrompidos por la
tradición pagana, y sus grupos evitan la elementalidad del dualismo
sin necesidad de proponérselo, sencillamente a medida que las sociedades
van dejando atrás lo rígido de su estructura previa.
La reforma del clero y el culto es un factor que salta por encima de las
clases, por ejemplo, capturando la imaginación de campesinos,
artesanos, nobleza menor y mayor, autoridades civiles, gremios y proletariado
de las ciudades81. Sólo suscita indiferencia en un grupo
creciente de panteístas y ateos, más interesado aún
que el resto en superar la vena patético-enfática. El sentimiento
de renacer que da nombre a la época resulta catastrófico
para el findemundismo en muchos sentidos, pero ante todo porque ricos
y pobres ya no pueden identificarse como apegados y desapegados respectivamente
al más acá. La propia libertad de conciencia, que en su
corriente mesiánica original era inseparable de negar el mundo,
ha pasado a ser el recurso político primario para mitigar sus intemperies.
Si se prefiere, al generalizarse el trabajo experto la admonición
Dios proveerá puede limitarse a la vida eterna, mientras
el abasto de la existencia mortal se encarga al ingeniosamente previsor.
Reforma y Contrarreforma coinciden por ello en lo básico: no hay
conducta más adaptada al bien común que ganarse la vida
aprendiendo alguna maestría y ejerciéndola cotidianamente.
Lejos de corresponder por naturaleza a los inferiores en fuerza, virtud
o educación, ser profesionalmente capaz define a la verdadera aristocracia,
y debería reflejarse en la cuota de participación política
conferida a quienes destaquen, una tesis independiente aunque afín
a la meritocracia defendida por los rabinos. Obrando como portavoces de
ese espíritu, Lutero y Calvino trasladan la mano divina a los oficios
pensándolos como vocaciones o llamamientos82.
Asumida por una clase media en ascenso, la raíz individualista
del cristianismo afirma que la vocatio de cada uno prima sobre
el ministerium genérico del clero, y que la jerarquía
social legítima descansa sobre un cosmos de llamamientos83.
Algunas vocaciones deslumbran más que otras, pero el ciclo profesional
entero -del aprendizaje a la práctica- expone una abnegación
cumplida al servicio de la comunidad84.
Los ideales de limosna, espíritu mendicante e imprevisión
dadivosa han dado paso a una actitud donde rigor en la eficacia y probidad
ya no son cosas inconciliables. El compromiso del fiel con hacer amable
el más acá le presenta el trabajo como único remedium
peccati ni supersticioso ni reservado a unos pocos. Ese culto al esfuerzo
personal está presente en Lutero desde el comienzo de su vida pública,
cuando denuncia la venta de indulgencias como una maquinación para
agravar el purgatorio del pobre85.
Con todo, la igualdad de oportunidades es justicia para los adaptados
al cambio y abominación para el milenarista, opuesto por definición
a lo competitivo y su precariedad. Lutero, que pasa de atormentado fraile
agustino a orgulloso padre de seis hijos, alterna sus convicciones meritocráticas
con un tradicionalismo no exento de tintes populistas, y vive como alguien
sentado sobre un barril de pólvora con la mecha encendida. La igualdad
de oportunidades, por ejemplo, no le parece incompatible con mantener
de la servidumbre o admitir el frío cálculo
empresarial, y está en el origen de la cruzada contra la brujería
desatada por los protestantes alemanes, que es la más feroz del
Continente. Cuando llega a la senectud escribe Los judíos y
sus mentiras (1543), un panfleto sobre esos gusanos venenosos
que propone condenarles (a trabajos forzados o al destierro perpetuo),
expropiarles, destruir sus objetos de culto, etcétera86.
En efecto, una cosa es tronar contra Roma como la Babilonia del momento
y otra hacer aceptable cierta concepción del mundo, pues incluso
concediendo mucho a lo convencional Lutero sigue siendo demasiado ajeno
al victimismo para no decepcionar al movimiento apostólico alemán.
En ese círculo reforma significa igualdad material, como demandaban
los taboritas intransigentes, y allí no convence su Sincero
consejo para que todos los cristianos se guarden de la insurrección
y la rebelión (1520). El horizonte está maduro para
exigir restitución no ya a la Iglesia o al señorío
laico sino a cualquiera, empezando por los patricios plebeyos y otros
burgueses. Así, el último país en sumarse al alzamiento
será el primero en presenciar una guerra de pobres contra ricos,
sin más especificaciones.
Se diría un conflicto laico entre clases, pero el apoyo de las
Escrituras -y en particular de los profetas- precede invariablemente a
cada acto revolucionario.
NOTAS
52
Lutero, Carta al pueblo de Danzig (1525).
53
Cf. Braudel 1997, vol. I, p. 299.
54
Troeltsch 1992, vol. II, p. 557.
55
Summa Theol. II, 2, Q. 78 ad quintum.
56
Ibíd, II, 2, Q. 78, art. 1.
57
Ética a Nicómaco, V, 8.
58
Summa II, 2, Q. 77.
59
Buenaventura, Comentarios al Decreto de Graciano, Dist. LXXXVIII,
canon Qualitas lucri.
60
Oresme hizo también notables contribuciones a la teoría
del movimiento que culmina Newton.
61
Cipolla 2003, p. 214.
62
Schumpeter 1995, p. 137-138.
63
Molina 1941 (1593).
64
Si la oferta de efectivo por bienes desciende, observa allí,
el nivel de precios caerá; por el contrario, cuando sea abundante
-como sucede en España gracias a la plata de América-
los precios subirán. Hasta 1940, cuando se redescubrió
este escrito, se atribuía el hallazgo a Bodino, primer teórico
de la soberanía política, que fue compañero suyo
de estudios en la Universidad de Toulouse. No cabe negar a Bodino, sin
embargo, una catalogación más precisa de las causas en
el alza de precios, que a su juicio eran cinco: la abundancia
de oro y plata, los monopolios, la escasez debida a exportaciones o
gasto excesivo, el lujo de reyes y nobles y la adulteración de
la moneda. Cf. Spiegel 1973, p. 118.
65
Juan de Lugo los justifica de modo expreso por lucro cesante
del prestamista.
66
Palmieri, en Schumpeter 1995, p. 204.
67
Cf. Schumpeter ibíd.
68
Gracias al visionario don Enrique el Navegante (1394-1460) y su escuela
de Sagres, donde se forman cartógrafos y los primeros marinos
capaces de trasponer el Cabo de Hornos.
69
Cf. North y Thomas 1982, p. 86.
70
Braudel 1992, vol. I p. 467.
71
Weber 1992, vol. I, p. 75. Su crítica del monacato recurre
a razonamientos que nada tienen de profano, y están casi en grotesca
oposición con los principios que más tarde expondría
Adam Smith, pero esta fundamentación esencialmente escolástica
no tardó en desaparecer y sólo quedaría la afirmación,
sostenida cada vez más enérgicamente, de que cumplir los
deberes intramundanos es el único medio para agradar a Dios
(ibíd).
72
Lutero, en Troeltsch 1992, vol. II, p. 475.
73
El padre del primero dirigía una empresa dedicada a la minería
del cobre, el del segundo era notario apostólico y secretario
del obispo. Ambos recibieron una educación esmerada y destacaron
como estudiantes (Lutero termina su preparatorio de universidad con
el número de 2 de 17), si bien Calvino obedeció a su padre
estudiando leyes y Lutero le rompió el corazón al suyo
cuando en vez de jurista se hizo monje agustino, pues estando en el
campo le cayó un rayo cerca y juró ordenarse si salía
vivo de aquella tormenta.
74
Troeltsch 1992, vol. II, p. 903.
75
Lutero, en Troeltsch ibíd, p. 870, n. 269.
76
Ibíd., p. 561.
77
Instituciones de la religión cristiana, III, 21, 5.
78
Calvino, en Troeltsch 1992, vol. II, p. 586.
79
Calvino quema allí herejes a fuego lento (usando mucha leña
verde para prolongar la agonía). En sus recuerdos autobiográficos
ha escrito: Siempre busqué un rincón escondido por
amor al retiro y la sombra (cf. godrules.net/Calvin).
80
Lutero 2005, p. 289.
81
Troeltsch 1992, vol. I, p. 466.
82
Weber observa que vocación (vocazione y chiamamento
en italiano) es un término sin paralelo en griego y latín
clásicos, cuyo único precedente antiguo se encuentra en
el sustantivo hebreo traducido como servicio, cuya raíz
es misión. Sólo falta en el francés,
y cristaliza como proyecto específicamente profesional en el
holandés beroep, el alemán Beruf y el inglés
calling, que en danés es kald y en sueco kallelse.
Invariablemente, la etimología desemboca en servicio a Dios profesión
de fe-, remitiendo a la jlésis de san Pablo, que es llamamiento
a la salvación eterna.
83
Lutero, en Troeltsch 1992, vol. II, p. 558.
84
Ibíd, p. 474.
85
Su argumentación entonces es que el monto de bula comprado por
cada cual le otorgaría tantos o cuantos años menos de
cola para entrar en el Cielo, discriminando así al humilde.
86
Sirvió de catecismo a Hitler, tendiendo también un puente
entre su Partido y el electorado protestante. Jaspers observó
que contiene en esquema todo el programa nazi, sin que su contribución
al Holocausto excluya siglos de pretexto para otras persecuciones. Demasiado
tarde, el Concilio de la Iglesia Evangélica Luterana de América
(1994) declaró: Rechazamos esta invectiva violenta, y lamentamos
aún más profundamente sus efectos trágicos sobre
generaciones ulteriores (cf. Wikipedia, voz Luterus).
©
Antonio Escohotado
LOS ENEMIGOS DEL COMERCIO
http://www.escohotado.org
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