UNA FAMILIA SAGRADA


Había en Judá un matrimonio muy devoto, cuyos esposos se acercaban a la vejez sin haber logrado descendencia. Desesperaban ya de perpetuar su estirpe cuando la mujer quedó embarazada, alumbrando nueve meses después una niña resplandeciente que llamaron María. Dicen los cronistas legítimos1 que la madre quedó encinta sin haber tenido ningún contacto previo con el marido, lo cual extremó su celo.

Al cumplir la niña seis meses, parece que la madre la dejó sola en tierra para ver si se tenía, y ella -tras andar unos pocos pasos- volvió a su regazo. La madre se levantó entonces, exclamando: «¡Vive Dios que no andarás sola por este suelo hasta que te lleve al templo! Te haré un oratorio aparte en tu habitación, y no permitiré que ninguna cosa común o impura pase por tus manos.»2

Como María había llegado milagrosamente al seno materno, los padres pensaron que sólo el templo de Salomón en Jerusalem era un sitio suficientemente limpio. En consecuencia, allí llevaron a la niña cuando cumplió tres años, acompañada por doncellas «sin mancilla», algo temorosos de que quisiera volverse atrás y su corazón fuese cautivado por alguna otra cosa de las que atraen a los demás infantes. Pero ella quedó allí muy a gusto; hasta ejecutó una pequeña danza de regocijo.

De este modo, «María permaneció en el templo como una palomica, recibiendo alimento a manos de un ángel».3 Así seguiría casi una década, sin conocer mancilla de ningún tipo. Pero al cumplir los doce años hubo una reunión de la curia sacerdotal; la pubertad de la niña estaba al caer, y eso podía representar una grave mancha para el santuario. En la religión mosaica toda mujer menstruante debe considerarse inmunda, y su contacto contamina cualquier cosa tocada o rozada por cualquier parte de su cuerpo durante siete días.

En el interín, María había asimilado a fondo las expectativas de sus padres, y muy especialmente su afán de pureza: «Se entregaba con tanto fervor a las alabanzas divinas que nadie la tendría por una niña, sino más bien por una persona mayor. Era además tan asidua en la oración como si tuviera ya treinta años. Su faz resplandecía como la nieve, de tal manera que con dificultad se podía poner en ella la mirada. Se entregaba también con asiduidad a las labores de lana. Desde la madrugada hasta la hora tercia hacía oración; desde tercia hasta nona se ocupaba de sus labores; desde nona en adelante consumía todo el tiempo en oración hasta que se dejaba ver el ángel del Señor, de cuyas manos recibía la comida. No había ninguna más dispuesta que ella para las vigilias, ni más pura en su castidad ni más perfecta en su virtud. Pues ella era siempre constante, firme, inalterable. Tenía al mismo tiempo cuidado de que ninguna de sus compañeras vírgenes ofendiera con su lengua o soltara la risa sin recato.»4

Pusiéronse entonces los sacerdotes a buscarle marido, a lo cual María se opuso resueltamente, diciendo: «No es posible que yo conozca varón o que varón alguno me conozca a mí.» Cuentan que semejante negativa llegó a escandalizar al pontífice -formado en la idea de que crear descendencia honraba al Altísimo-, y que la joven hubo de oír reproches por soberbia y falta de juicio. Pero María contestó con la siguiente argumentación: «A Dios se le honra sobre todo con la castidad, como es fácil de probar. Abel obtuvo doble galardón, uno por sus oblaciones y otro por su virginidad, ya que no consintió jamás en su cuerpo polución alguna.»5

Abrumado por la sabiduría de la muchacha, aunque urgido por la inminente llegada de la menstruación, el clero del templo hizo un llamamiento a los varones. El Protoevangelio afirma que fueron convocados viudos solamente, la Historia de José dice que llamaron a doce ancianos de la tribu de Judá, y el De nativitate Mariae menciona a todos los varones de la casa de David hábiles para el matrimonio y sin casar. Pero la descripción más precisa se encuentra en otro evangelio, pues al parecer el pontífice Abiatar fijó la convocatoria en la puerta del templo, con las siguientes palabras:

- Vengan mañana todos los que no tengan mujer, y traiga cada cual la verga en su mano.6

Esperaban con esa especie de concurso que en el extremo de alguna de las vergas surgiera «una paloma blanca», pues el prodigio indicaría quién iba a ser el esposo de la virgen. Pero antes de llegar los solteros al templo un ángel dijo a Abiatar:

- Hay entre todas las vergas una pequeñísima, a la que tendrás en poco; pues bien, verás cómo aparece sobre ella la señal.7

 

Así fue, y de este modo se conocieron José y María. Él, al saber por el pontífice la causa de ser llamado al templo, quiso excusarse por todos los medios del matrimonio. Pero el sumo sacerdote le amenazó con los castigos enumerados en el Pentateuco para rebeldes. Lleno de temor, José aceptó. Tomando a la muchacha, se fue con ella a su humilde casa y partió al poco para continuar unos trabajos emprendidos, prometiendo volver pronto.

Fuera seguía cuando tres días después «vino a ella un joven de belleza inenarrable»,8 ante quien María se puso a temblar, sobrecogida de miedo. Pero él dijo:

- No temas; vas a concebir en tu útero y darás a la luz un rey.9

Aleccionada por esta promesa, pero desconfiando todavía -por la presencia del joven en sus aposentos mientras estaba sola-, María le preguntó cómo sucedería tal cosa y expuso sus objeciones a todo contacto carnal con un adulto, aunque sin mencionar su específica condición de casada. Y el desconocido repuso:

- El espíritu santo vendrá sobre ti y la potencia del Altísimo te cubrirá, pues ninguna cosa es imposible para él.

Dice el evangelista que ella quedó perpleja, añadiendo:

-¿Habré de dar a luz luego, como las demás mujeres? 10

El ángel no respondió positiva o negativamente, sino que le aseguró «ser cubierta por la potencia del Señor.» 11

Las reservas de María cesaron en ese momento, y sentenció:

- He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra.

Ningún mitógrafo se adentra en detalles adicionales salvo uno, que menciona cómo «el verbo divino penetró en ella por la oreja, y en ese mismo momento comenzó el embarazo». 12 Como es sabido, dicho momento sigue permaneciendo un tanto oscuro, pero se cuenta que tras recibir auditivamente la semilla del futuro rey María dio rienda suelta a un ánimo de sano orgullo, y mirando hacia el cielo exclamó:

- ¿Quién soy yo, que todas las generaciones me bendicen? 13

José regresó a los seis meses de sus edificaciones, porque el oficio de carpintero estaba difícil y hubo de emplearse en laconstrucción para asegurar un jornal. Al percibir que María estaba encinta se echó a tierra y lloró amargamente, mientras cavilaba sobre quién le habría burlado cometiendo la deshonestidad de seducir a su virginal esposa. Pensó que se había repetido con él la historia de Adán, y que María había caído en manos de alguna serpiente durante su ausencia. Tembloroso y angustiado, consideró mejor morir que vivir, y con voz contenida interrogó a su esposa.

- ¿Cómo has hecho esto? ¿Cómo has envilecido tu alma?

- Pura soy -repuso ella sollozando.

-¿De dónde proviene entonces lo que ha brotado en tu seno?

- No sé de dónde ha venido esto. 14

Naturalmente, el diálogo no satisfizo a José. Cuando más indignado se hallaba aparecieron unas vírgenes, amigas de María, que le dijeron:

-Todos los días viene un ángel a hablar con ella, y de él recibe también diariamente su alimento. ¿Cómo es posible que pueda encontrarse en ella pecado alguno? Si quieres que te manifestemos claramente nuestra opinión, creemos que su embarazo obedece a intervención angélica. 15

Pero a su buena voluntad esas vírgenes no añadían la elocuencia, con lo cual quedaron enmudecidas cuando José repuso:

- ¿Quién la ha embarazado? ¿Por qué os empeñáis en hacerme creer que ha sido precisamente un ángel? Puede muy bien haber sucedido que alguien se haya fingido ángel y la haya seducido. 16

Sin embargo, la pena de muerte que entonces castigaba el adulterio le pareció a José demasiado castigo para una muchacha tan joven, expuesta por eso mismo a las trampas de seductores avezados. Como tampoco quería ser el hazmerreír de las gentes, pensó abandonar aquellos parajes, solo, para no volver jamás. Y eso habría hecho, de no ser por un sueño tenido aquella misma noche, donde se le recomendaba admitirla como esposa, sin reparo alguno.

Estuvo varios días esperando algo más -ante todo una reaparición del ángel que le explicara detalles del extraño caso. Pero como éste no volvió por la casa, ni para conversar con María ni para traer sustento, José reanudó los trabajos de su oficio, asumiendo el cuidado de su joven esposa y el fruto de su vientre. Cuenta uno de los evangelistas que a él no se le había asignado el papel de padre, sino el de «nutricio». 17

Poco después apareció un edicto de Augusto ordenando a todos el empadronamiento. José se dirigió desde Nazaret a Belén para cumplir el trámite, y el niño nació en el camino -concretamente en un establo, por faltar habitación en la posada, aunque otras tradiciones sitúan el evento en una cueva. Allí Mateo dice que fue adorado por reyes, y Lucas que fueron simples pastores. Una tal Salomé acudió al lugar, alegando no creer una palabra de la virginidad materna mientras no le fuese dado introducir el dedo y examinar la naturaleza (physis) de María. Cuentan que le fue autorizada esta irreverencia, y que de repente lanzó un grito terrible, explicando a continuación:

-¡Ay de mí! Mi maldad y mi incredulidad tienen la culpa. ¡Por tentar al Dios vivo se me desprende del cuerpo la mano carbonizada! 18

El episodio pudo contribuir a que José confiara más en el carácter sobrenatural de María y su hijo. De ahí, quizá, que no le tentase pensar en Herodes o algún pariente próximo suyo como causa natural para el embarazo de su esposa. En efecto, al poco del alumbramiento ese monarca ordenó degollar a todos los recién nacidos, precisamente porque temía que uno de ellos fuera de estirpe real. Como Cronos, Herodes no estaba dispuesto a ser derrocado por conspiración de alguna madre y un hijo suyo. Pero el ángel había dicho a María que daría a luz «un rey», y si José no entró nuevamente en sospechas cabe pensar que fue ayudado por la infeliz Salomé, o por nuevas revelaciones -quizá oníricas- no mentadas en los relatos evangélicos.

(...)

 

NOTAS

1 Me refiero a los evangelistas, autores de los cuatro textos llamados canónicos y de los llamados apócrifos, todos católicamente ortodoxos. Las citas textuales corresponden al texto bilingüe de Los evangelios apócrifos, edición de A. Santos Otero, Biblioteca de Autores Cristianos, Editorial Católica, Madrid, 1963.

2 Evangelio de Santiago, V, 1.

3 Ibid, V, 2.

4 Evangelio del Pseudo-Mateo, VI.

5 Ibid, VII, 2.

6 Ibid, VII, 2: «et deferat virgam in manu sua.»

7 Ibid, VIII, 3.

8 «Juvenis cuius pulchritudo non potuit enarrari.»

9 Ibid, IX, 2.

10 Protoevangelio de Santiago, XI, 2.

11 Ibid, XI, 3.

12 Evangelio armenio de la infancia, V, 9.

13 Protoevangelio, XX, 2.

14 Ibid, XIII, 1-3.

15 Pseudo-Mateo, X, 1.

16 Ibid, X, 2.

17 Liber de infantia Salvatoris, 93.

18 Protoevangelio, XX, 2.

 

© Antonio Escohotado 1993
Rameras y Esposas
Cuatro mitos sobre sexo y deber
Primera edición en Argumentos: Mayo 1993
Primera edición Compactos: Octubre 2003
http://www.escohotado.org



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