NUEVA ARMONIA Y LOS MICROCRÉDITOS

Hace dos siglos, cuando comenzaba la era industrial y aparecía el obrero moderno, la solución para los males de esa nueva clase se cifró casi invariablemente en remedios socialistas. Los había revolucionarios, en la línea de Herzen o en la de Marx, y los había evolutivos como la sociedad fabiana inglesa, que acabaría contribuyendo a fundar el partido Laborista; pero todos estaban de acuerdo en concebir el mundo futuro como un gigantesco taller industrial, donde el remedio para los pobres consistiría en colectivizar producción y consumo.

Robert Owen, que se hizo rico como empresario y famoso como reformador social, propuso sus Aldeas de Unidad y Cooperación, Fourier sugirió sus falansterios, Blanc sus comunas de trabajo, y aunque las colonias owenitas fracasaron sin excepción, al igual que los ensayos de falansterios y comunas, a nadie parece habérsele ocurrido durante todo el siglo XIX que el proletariado era un fruto del espíritu capitalista, y que ir convirtiendo a los obreros en empresarios o autoempleados quizá fuese el remedio radical a largo plazo. Salvo los liberales, casi todos estaban de acuerdo en que el capitalismo era una inmoralidad, y que daría paso antes o después al comunismo. Las cosas han cambiado mucho desde Owen, como atestigua –entre otras- la figura de Muhammad Yunus, que muchos consideran hoy uno de los filántropos más asombrosos de todos los tiempos.

Quienes manejan internet le tienen en incontables páginas, quienes leen periódicos empiezan a conseguir cada vez más informaciones sobre él, y los televidentes selectivos pueden verle tanto en directo como grabado. Por otra parte, Muhammad (o Mahoma) no es un nombre que suene exactamente a innovación, o incluso a mera actualidad, e indica lo forzoso del camino seguido por Yunus, desde que nació hace sesenta años en Bangladesh –una de las regiones más pobres y superpobladas del mundo-y fue a estudiar economía en Estados Unidos, donde se doctoró y anduvo de profesor unos pocos años.

En 1971 volvió a Bangladesh, que se estrenaba como país independiente, poco antes de estallar una hambruna. La muerte se hizo tan habitual a su alrededor que, conmovido, prestó de su bolsillo mínimas cantidades de dinero a una veintena de mujeres misérrimas, incapaces de consolidar (mediante propiedades o avales) ningún crédito. Para su sorpresa, prácticamente todas devolvieron el préstamo. Yunus era por entonces director del departamento de economía rural en la universidad de Chittagong. Poco más tarde aparece el Banco Grameen como entidad de crédito exclusivamente agrícola, que en 1983 (escandalizando a todos los círculos financieros del país) acaba convirtiéndose en banco autónomo, semilla de una familia empresarial –el Grameen Trust- que hoy agrupa una docena de organizaciones relacionadas con energía, textiles, producción rural, pesca, informática y otros servicios, tanto industriales como comerciales.

Dos millones de pobres en Bangladesh han abandonado su status gracias a los micropréstamos de Yunus, que ahora se extienden a otros países asiáticos, y que siguen requiriendo curiosas condiciones. La fundamental es que no se otorgan a una persona sino a cinco, que asumen solidariamente una suma casi simbólica para los urbanícolas (si no me equivoco, 300 dólares por cabeza), con el compromiso de devolver en cierto plazo ese principal y los intereses. Un 94% de los prestatarios son mujeres –más responsables que los hombres, a juicio de Yunus-, a quienes se exige precisamente lo insólito para cualquier banco: ser “demasiado pobres” para merecer un crédito. Según rezan los folletos del Grameen Bank, “el micropréstamo es un arma eficaz para combatir la miseria, que sirve como catalizador para un desarrollo socioeconómico general”.

Galardonado recientemente con destacados premios, y serio aspirante al Nobel de Economía, el llamado banquero de los pobres confía en el “enorme potencial de cada ser humano” con razones difíciles de refutar. Ha logrado redimir económicamente a millones de analfabetos hambrientos sin el más mínimo apoyo de otros banqueros y del Estado –más bien con su oposición, tanto velada como abierta-, y lleva camino de subir el nivel de vida de muchos más, merced al crédito y a ideas adicionales ingeniosas.

Por ejemplo: “¿Quiere mantener monitores de vigilancia en almacenes y viviendas de Europa o América del Norte? Le ofrecemos ese servicio más barato desde aldeas indias, donde serán contemplados forzosamente por toda una familia”. He ahí un excelente negocio para ambas partes, y para el Banco Grameen. Llama la atención en Yunus que tenga algo de cooperativista owenita, pero bastante más de librecambista hayekiano, convencido de que sólo la libertad de mercado puede consolidar el imperio de la ley –llamémoslo Estado de Derecho-, condición imprescindible para progresar en justicia y prosperidad general.

En el medievo una situación material desesperada, similar a la de Bangladesh en los años setenta, habría sugerido a un temperamento como el de Yunus remediar tanto horror alzando en armas a los infelices –al estilo Robin Hood-, bajo la divisa de robar al rico para nutrir al pobre. En el siglo XIX una situación análoga le habría sugerido colectivizar toda suerte de explotaciones, siguiendo principios totalitarios a medio camino entre la República platónica y un soviet rural, como la colonia Nueva Armonía fundada por Owen en Indiana. A finales del siglo XX un temperamento como el de Yunus pone en práctica una filantropía basada en enseñar a los pobres la actitud empresarial –esto es: cómo prestar servicios útiles a terceros-, fundamentada en esa mínima capitalización que representa el microcrédito.

No me negarán que asistimos a un vertiginoso cambio histórico. Hoy, cuando la solución colectivista y el dirigismo andan tan alicaídos, quienes añoran al redentor político –tanto da Franco o Perón como Hitler o Mao- piden sustituir las grandes diferencias individuales en renta por alguna uniformidad impuesta desde arriba, y se agrupan en un confuso movimiento anti-globalización, financiado a fin de cuentas por quienes se oponen a la uniformidad arancelaria.

Es el caso, por ejemplo, de grandes cadenas de alimentación norteamericanas y europeas, que así cobran el doble del precio que correspondería a frutos, verduras, etcétera si se derogasen los aranceles impuestos al Tercer Mundo. Ese tipo de gente tan progre haría bien escuchando lo que Muhammad Yunus opina sobre la globalización, pues se resume en dos frases: primero, es un proceso tan irreversible como la industrialización, derivado del progreso tecnológico; segundo, es el mejor medio para combatir la pobreza en Bangladesh y en cualquier otro lugar del mundo, la única manera de romper el aislamiento (por inutilidad) de los misérrimos.

Soy consciente de que el anti-global es en realidad un anti-ricos y un anti-dinero, favorable a fines y métodos mucho más ambiciosos de los que permite un mero Estado de Derecho, donde la discrecionalidad de legisladores y gobernantes se encuentra seriamente limitada. De ahí que no me resista a recordarles unas palabras de Hume, en su Pesquisa sobre el entendimiento humano: “Los fanáticos pueden suponer que la dominación se funda en la gracia, y que sólo los santos heredan la tierra; pero el magistrado civil, con toda justicia, pone a estos teóricos sublimes al mismo nivel que los simples ladrones”.

 

Antonio Escohotado
Artículos publicados 2003
http://www.escohotado.org



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