LO SIMPLE Y LO COMPLEJO

Días atrás los periódicos ofrecieron la noticia de un parto absolutamente inusual. Cierta mexicana, nativa de un pueblo muy remoto en el estado de Oaxaca, se habría practicado una cesárea ella sola, con ayuda de un cuchillo de cocina. Carente de comadrona y simples auxiliares adultos, extrajo el feto con sus propias manos y cosió la herida usando el hilo disponible.

Cuenta uno de sus hijos -si no me equivoco de ocho años- que la criatura se encuentra bien, y que la madre parece fuera de peligro. Si efectivamente fue así, podemos explicar lo portentoso pensando que el amor al hijo se alió con el amor de aquella mujer hacia sí misma, condenada a morir mientras el feto se le quedase dentro. Movido por situaciones extremas, el instinto permite a algunos seres vivos hacer cosas asombrosas, como cuando el zorro o el lobo se cortan a dentelladas la pata atrapada por el cepo. Pero zorros y lobos pagan su libertad muriendo al poco, mientras nuestra india zapoteca se liberó sin pagar tanto precio. Felicitándonos por ese buen fin, si algo nos sigue doliendo es que, además cargar con medios muy humildes, aquella mujer cargase con una soledad tan desamparada, porque lo distintivo del medio tribal es que un principio de altruismo solidario presida las relaciones entre sus miembros.

En vez de altruismo solidario –como corresponde al orden restringido de la aldea- nosotros tenemos un orden extenso o impersonal, cuya pauta primaria de selección es sostener y ampliar la complejidad. Y eso nos abre a un incierto o peligroso futuro, donde entre otras cosas hay anestesistas, cirujanos, hospitales y rápidos transportes. Laborioso ingenio, se diría, para compensar la titánica fuerza de quien sigue atado al instinto y a algún clan. Con todo, solemos atribuir la contrapartida del instinto a nuestra razón, considerando que el laborioso ingenio es hijo único del entendimiento puro, cosa para nada clara.

Lejos de andar metidos en una gran estufa de hierro –como, según cuentan, estaba Descartes cuando concibió lo esencial de su pensamiento-, y lejos de estar resueltos como él a aceptar sólo aquellas verdades que excluyan “la más remota sombra de una duda”, nosotros andamos inmersos en una realidad sembrada de infinitas dudas, donde nubes descomunales de información se entremezclan y disgregan. De hecho, la aldea primitiva es mucho más análoga a las reglas cartesianas del entendimiento, aligeradas de toda incertidumbre, ya que allí los ritos siguen siendo invariables, y las cosas se mantienen inequívocas.

En vez de tales seguridades, nosotros somos más bien rehenes del progreso, entendido como una selección que nos desborda constantemente, sembrando de resultados aleatorios el templo de los venerables designios. No hay designio que escape a lo imprevisto, ni plan que desborde el perímetro de las meras intenciones. Defender otra cosa es fruto de ignorancia o de intereses corporativos, que arrancando de chamanes y pontífices acabaron cristalizando en pretensiones de colegios profesionales, empaquetadas por el celofán de disciplinas muy científicas.

Naturalmente, reconocer esto no implica desoir la experiencia científica ni olvidar el ímpetu creativo de la libertad. Más bien al contrario, cuando comparamos el orden extenso –otros dicen caótico- con el orden restringido del mandato inapelable lo que se agiganta es la acción misma. Nada real admite previsión, porque llegar a realidad supone capacidad inventiva, auto-organización. El meteorólogo, antes amigo íntimo del buen cubero, se adelanta ahora con pretensiones de pronóstico exacto gracias a fotografías enviadas constantemente por satélites. Sin embargo, aún así yerra. Borrascas y cuñas anticiclónicas se disipan o forman de modo súbito, graciosamente, a merced del foco creador que constituye la turbulencia.

En contraste con las cosas sólo imaginadas, esas realidades y las otras no obedecen a reglas cartesianas ni a tabús totémicos, sino que son materia de decisión momentánea. ¿Qué hacemos entonces cultivando castas de profetas, en un medio donde todo se va inventando a sí mismo? Nostalgia de órdenes calcados sobre el mandato cuartelero o el monástico, negar un mundo evolutivo –hecho a partir de infinitas e impersonales rectificaciones a cada paso- sostiene la ilusión de que gobernamos como gobernaban los viejos dioses, imponiendo una u otra simplicidad autoritaria; y dicha ilusión nos vela las propias bases del conjunto hipercomplejo que pusimos en marcha con nuestra específica civilización.

Sin embargo, un programa con menos elementos será incapaz de leer un programa con más elementos. Windows 95 no puede abrir windows 98 precisamente debido a ello, y por lo mismo un proceso como la agricultura de un país se convierte en ruinoso fraude cuando pretende colectivizarse, pues el Instituto encargado de poner en práctica la colectivización manejará siempre muchos menos elementos que el conjunto de la agricultura.

Por otra parte, no saber a ciencia cierta dónde vamos –e incluso renunciar a predecir climas, bolsas, crecimiento, etc.- en nada reduce nuestra iniciativa. Ingenio, resolución y cierta dosis de estoicismo son aún más vitales que antes, como corresponde a un mundo donde debemos ser previsores –en vez de pajaritos alegremente confiados a la divina providencia, según la propuesta evangélica-, aunque por eso mismo todo lo contrario de crédulos, y mucho menos crédulos en profetas infalibles. El naufragio del determinismo religioso, seguido hoy por un naufragio del determinismo científico, no recorta lo que nuestra libertad tiene de rigurosa responsabilidad, sino tan solo el componente de coacción aparejado tradicionalmente a ella, ligado a cumplir lo prescrito por el arbitrio del dogma o la veleidad de algún gobierno.

La heroica oaxaqueña no obtuvo ayuda para su parto, aunque perteneciese a un grupo donde en vez del tanto tienes tanto vales rige la pauta todos para uno y uno para todos. A pesar de ello parió, demostrando hasta qué punto rozamos lo imposible, y hasta qué punto sentimos lo mismo ante algunas cosas. Ella no obtuvo ese mínimo de solidaridad que parece exigible al orden restringido. Nosotros navegamos la escandalosa insolidaridad del orden extenso, que a todos mantiene en un mar de dudas e incertidumbre. Pero los niños siguen naciendo, y la paradoja es que nacen menos indefensos donde en vez de alguna orgullosa certeza reina el mar de dudas.

 

Antonio Escohotado
Artículos publicados 2003
http://www.escohotado.org



Development  Network Services Presence
www.catalanhost.com