LOS ALUCINÓGENOS Y EL MUNDO HABITUAL

 

La pretensión de explicar los monumentales cambios que en la conciencia provocan las llamadas drogas alucinógenas1 está condenada al fracaso por anticipado. A pesar de que algunos de estos compuestos son conocidos dessde finales del siglo pasado, apenas han merecido atención sino de unos pocos psiquiatras hasta estos últimos años. A pesar de ello, es quizá necesario aventurar algunas consideraciones que permitan -aun cuando sea de modo provisional y hasta forzado- incrustar los extraordinarios efectos psíquicos provocados por los alucinógenos en la problemática más amplia de las ciencias de la cultura y, especialmente, del pensar filosófico. El extraordinario impacto que el LSD ha producido en Estados Unidos y la absoluta insuficiencia de información sobre esta droga en nuestro país así lo justifican.

 

I

Uno de los mejores documentos sobre el tema es sin duda el famoso libro de Aldous Huxley2, tanto por la indiscutible erudición de su autor como por su decisiva influencia en el aura intelectual que rodea hoy esta droga.

A la media hora de ingerir mescalina, Huxley fijó voluntariamente su atención en un florero. El alucinógeno comenzaba a producir sus efectos: «... no miraba ya la original disposición de las flores. Veía lo que Adán vio en la mañana de su creación: el milagro, momento a momento, de la existencia desnuda.... Mi espíritu no percibía el mundo en categorías espaciales. Lugar y distancia dejaron de tener interés. La mente captaba la realidad en términos de intensidad de existencia, profundidad de significación, relaciones con respecto a una norma.... El espíritu se ocupaba primariamente, no con medidas y posiciones, sino con el ser y el sentido.... Junto a la indiferencia hacia el espacio, una aún más completa indiferencia hacia el tiempo.... Mesa, silla y escritorio se reunieron en una composición que parecía algo de Braque o Juan Gris. Todo brillaba con luz interior y era infinito en su significado.»

La revolucionaria experiencia de la naturaleza que la droga provoca se debe en gran parte al fabuloso, indescriptible incremento de la percepción del color. El sujeto sometido a la acción de la mescalina queda literalmente prendado de su capacidad de visión. Huxley contempla con asombro durante largo tiempo un pliegue de su pantalón gris, disfrutando sus «innumerables y delicadas tonalidades, profunda y misteriosamente suntuosas». Momentos después, en el jardín de su casa, el escritor siente el anuncio de un pánico posible: «De repente noté que la experiencia iba demasiado lejos. Demasiado lejos, aunque el camino conducía hacia una belleza más intensa, hacia una significación más profunda. El horror era de ser arrollado, de desintegrarme bajo una presión de realidad superior a la que un espíritu, acostumbrado a vivir en un confortable mundo de símbolos, puede soportar. ¡Cualquier cosa antes que el abrasador brillo de la realidad no mitigada, cualquier cosa!».

Para Huxley, como para gran número de psiquiatras, el delirio esquizofrénico es precisamente este encontrarse sin barreras ante el ente desnudo, sin refugio en el universo doméstico del sentido común, de las nociones útiles, los símbolos compartidos y las convenciones sociales. Solo ahora adquiere sentido la definición que en 1929 dio Berze de la esquizofrenia como «gran experiencia de la naturaleza». Sin embargo, no todo el que toma mescalina o LSD se encuentra en el horror de la indefensión ante la "realidad inmitigada", en la situación del esquizofrénico; por el contrario, la mayoría de los que experimentan con estas drogas acceden solo a la parte "celestial" de la esquizofrenia. El alucinógeno trae el infierno y el purgatorio solo a aquellos que sufren depresiones periódicas o estados de ansiedad crónica. Por eso Huxley se atreve a terminar su libro aconsejando la droga «a cualquiera y, especialmente, al intelectual», como medio de destruir el mundo del autoconvencimiento, de la vanidad, de las palabras supervaloradas y de las ideas idolátricamente veneradas3.

 

II

Para mejor planteamiento de la base ejemplificadora puede citarse otra experiencia, esta vez con ácido lisérgico, de un postgraduado de la Universidad de Yale. «Estaba tumbado en el suelo, mirando hacia el cielo -dice-, y podía ver las hojas de la planta y la savia que fluía en su interior.... Pensé que la planta era muy amistosa y estaba muy, muy próximamente relacionada conmigo en cuanto organismo vivo. Por un tiempo me convertí en planta y sentí que mi columna vertebral crecía entre los ladrillos y echaba raíces...»4. Los ejemplos podrían repetirse indefinidamente, pero estos dos citados sobran como prólogo de las consideraciones generales que han de seguir.

La experiencia de Huxley habla del encuentro con la «existencia desnuda» como relación directa con la cosa sin la mediación del símbolo. La del postgraduado de Yale implicaba eso y aún algo más: la anulación de la dualidad sujeto-objeto y un asombroso parecido con la filosofía zen, para la cual el único método de conocimiento y vida consiste en «penetrar directamente en el objeto mismo y verlo desde dentro..., porque conocer la flor es convertirse en la flor»5. No entra dentro de las posibilidades de la ciencia actual descubrir por qué la ingestión de ciertos compuestos provoca estados y visiones casi exactos a los descritos, por ejemplo, por la mística occidental -Jacobo Boehme, William Law o Juan de la Cruz-, la literatura zen o el Libro Tibetano de los Muertos, ni tampoco determinar la relación entre la afectividad y el quimismo cerebral con mínima exactitud. Sin embargo, permanece como enigma inquietante que un hongo como el psilocybin o un ácido como el lisérgico puedan no solo llegar a proporcionar los medios para la comprensión de fenómenos como la mística o la demencia precoz, sino a provocarlos. Algunos neurólogos aventuran ya hipótesis sobre el fundamento bioquímico de los cambios de la organización psíquica bajo los efectos de los alucinógenos; se habla de la similitud de composición química entre la mescalina y el adrenochrome, producto de la descomposición de la adrenalina, de igual semejanza entre el LSD y la serotonina, sustancia que colabora en la transmisión de impulsos entre las células nerviosas, e incluso el propio Huxley pretende derivar de una insuficiente provisión de glucosa una debilitación de las defensas biológicas del Yo que permite la multiplicación de la conciencia.

En cualquier caso, este es un tema que correspondería al químico o al biólogo y que a menudo encubre el más importante de saber hasta qué punto hay un más allá o un más acá de los modos perceptivos. En unos casos el que ingiere el alucinógeno descubre una especie de universo de cosas en sí, infinitas de belleza y significado, que amenazan destruir al individuo «bajo una presión de realidad superior a la que este puede soportar», como dice Huxley. En otros, por el contrario, se trata de una verdadera experiencia mística en la que se supera la dualidad sujeto-objeto y se contemplan todas las cosas como emanaciones de un Yo que ha reconquistado toda exterioridad o alteridad. En cualquier caso, la concreta organización sensorial del hombre despierto se ve trastornada, como ya señaló Baudelaire hace más de un siglo6, «por la universalidad de los entes que se levanta con una gloria nueva e insospechada».

 

III

La intuición del poeta ha llegado a veces a plantear el interrogante con claridad inigualable. William Blake dijo: «si el polvo que cubre las puertas de la percepción se retirase / cada cosa aparecería al hombre como es, infinita.»

En el mismo sentido comienza Rilke su famosa «Octava Elegía de Duino»:

Con plenos ojos ve la criatura
lo abierto. Nuestros ojos están vueltos
adentro, alrededor de la salida
abierta, colocados como trampas.
Sabemos lo de fuera solamente
por el rostro del animal. Ya al niño
le torcemos, obligando a que vea
hacia atrás lo formado, no lo abierto...
»

Con gran sencillez profundiza Ernst Cassirer en este tema al afirmar que «el hombre ya no puede enfrentarse con la realidad directamente» porque vive en un universo simbólico, del cual son partes el lenguaje, el mito, el arte y la religión, y «la realidad física parece retroceder a medida que avanza la actividad simbólica del hombre». Para el filósofo ginebrino, en lugar de tratar con las cosas mismas el hombre está «conversando constantemente consigo mismo»7 y se ha envuelto de tal modo en formas lingüísticas, en imágenes artísticas, en símbolos míticos o en ritos religiosos, que nada puede ver o conocer si no es por la interposición de este medio artificial. Y estás consideraciones no deben limitarse a la esfera teórica ya que «tampoco en la esfera práctica vive el hombre en un mundo de hechos brutos o de acuerdo con sus necesidades o deseos inmediatos, sino más bien en la niebla de emociones y desilusiones, en sus fantasías y sueños»8. Se invierten así los términos, y las percepciones de la vida despierta y convencional se consideran alucinaciones o fantasías que solo implican al sujeto si caben dentro de las estructuras de simbolización establecidas.

Aunque resulta quizá prematuro, podría insinuarse que el alucinógeno desmonta lo que Cassirer llama «complicada trama de símbolos» y muestra la Naturaleza sin mediación alguna. Ello supondría adherirse a la crítica escéptica del lenguaje, que, desde la sofística, señala que la palabra es un mero signo interpuesto entre los hombres y la realidad, que esconde todo lo que nos enseña. Y, en realidad, esta es la actitud de todo el que experimenta con alucinógenos, empezando por el mismo Huxley. Pero antes de finalizar este epígrafe conviene hacer algunas consideraciones sobre el lenguaje.

«Una tendencia a organizar el campo sensorial en moldes, a percibir formas más que un flujo de impresiones luminosas, parece ser inherente a nuestro aparato receptor«, dice S.K. Langer9. «La capacidad para considerar todo lo relativo al dato percibido como no pertinente, salvo cierta forma que encarna -continúa- surge en un proceso inconsciente y espontáneo de abstracción que constantemente se produce en la mente humana». Sin embargo, quizá no es exactamente «inherente» al aparato receptor la estructuración en moldes del campo sensorial, sino más bien derivada de una actitud «categorial»10 que acompaña a la posesión plena del lenguaje. El lenguaje es el más importante instrumento para la constitución de un mundo de objetos; la unicidad del hombre sirve de punto de cristalización para la multiplicidad de representaciones, ya que los fenómenos, heterogéneos en sí mismos, se hacen homogéneos y semejantes por su relación con un centro común. Sin el lenguaje como instrumento de designación objetal, todas las totalidades que cada concepto representa se desintegran. El término trueno, por ejemplo, unifica no ya una multitud de estímulos auditivos, sino una serie de fenómenos como tormenta, nubes, gran ruido que el eco prolonga, etc. que, a su vez, son susceptibles de desestructuración ilimitada. La tormenta, las nubes, el ruido del trueno, son fenómenos «físicos», exteriores, solo para la mentalidad del hombre de la calle; en realidad, son prototipos de fenómenos pasíquicos, de sensaciones o de percepciones. En sentido estricto, los únicos fenómenos físicos que hoy conocemos son las ondas luminosas y sonoras y el universo de átomos y las partículas infinitamente pequeñas que lo componen, precisamente aquellos que jamás captamos a través de los sentidos.

Si el concepto deja de ser el único modo de aprehensión de lo exterior al Yo, si el hombre no limita su campo perceptivo a los «moldes» o formas, y recoge de algún otro modo la multitud de datos que podría captar sensorialmente, la abstractiva o categorial -que, como antes dijimos, esconde todo lo que muestra- puede transformarse en contemplativa, y la productividad exterior (lo que Cassirer llama «apropiación intelectual del mundo por el lenguaje») en interior (intelección del mundo).

Por un proceso que arranca en tiempos absolutamente imprecisables, la especie humana parece haber necesitado prescindir de toda verdadera curiosidad por las cosas mismas, para poder clasificarlas y manipularlas. Para poder controlar la Naturaleza ha necesitado renunciar a la posibilidad de «sentirla» directamente alguna vez y condenarse al diálogo consigo mismo, a no tener nunca «el puro espacio por delante, en que las flores se abren interminables»11, a percibir solo una apariencia de los verdaderos entes y las verdaderas voliciones. A este respecto es infinitamente rico el pensamiento platónico, pero imposible de reseñar siquiera sea brevemente; no deja de ser extraño que ninguno de los individuos que han experimentado con LSD o mescalina hayan utilizado el mito de la caverna como alegoría expresiva de extraordinaria fuerza.

Para el que experimenta con alucinógenos, como para el místico o el esquizofrénico, la palabra solo «cubr»e con una pobre etiqueta semántica una multiplicidad de ignorados sentidos. Bajo los efectos de la mescalina o el LSD, las cosas dejan de ser tales cosas en el modo de «instrumentos» o «útiles», se resisten a toda conceptualización que inhiba su profundo significado inmanente. La cuantificación y formalización de la Naturaleza, proceso que algunos pensadores consideran originado en la lógica silogística de Aristóteles y en el desarrollo del álgebra, queda súbitamente detenida cuando el objeto deja de ser un puro dato con el que se especula abstractamente. El silogismo, que disuelve la sustancia en un complejo de relaciones de unos términos puros -por ejemplo, el juicio «los perros son animales» se puede inmediatamente traducir por el de A es B, ya que, como dice Aristóteles, el «término» (hóros) silogístico está «tan vacío de significado que una letra del alfabeto es un sustitutivo plenamente equivalente»- es inconcebible para el que realmente «ve» a los perros. Cuando, en frase de Blake, las «cosas se presentan al hombre como son, infinitas», se muestran irreductibles a su conversión en simples constantes de las relaciones de pensamiento. Los objetos creados por el lenguaje de siluyen en estructuras inusitadas -Huxley vio que «silla, mesa y escritorio se reunieron en una composición que parecía de Braque o Juan Gris»- y se salva el abismo entre el pensamiento y lo pensado -como en el caso del postgraduado de Yale en relación con la planta.

 

IV

Estas consideraciones probablemente se aclaran si recurrimos a la perspectiva de la psicología gestaltista. La tesis del isomorfismo psicofísico -la semejanza entre la experiencia sensorial y los procesos fisiológicos que la acompañan- no solo no choca con lo establecido por Cassirer, sino que ayuda a establecerlo desde otro punto de vista: los estados del sistema nervioso determinan la experiencia sensorial, y esta, a su vez, determina los procesos fisiológicos. Si uno cualquiera de los polos queda alterado provoca automáticamente la alteración del otro. Un cambio fisiológico en el sistema nervioso -y los alucinógenos parecen acarrearlo- llevaría aparejado otro en la experiencia sensorial. Pero tal modificación de la experiencia sensorial significa forzosamente nuevos modos de percepción y comportamiento.

Tradicionalmente se ha conferido un valor absoluto a la organización sensorial del hombre común: ahora la tesis que toda la enorma obra de Cassirer repite machaconamente, la de que el hombre está alejado de la realidad por un universo de símbolos, se ve fortalecida por el descubrimiento de unas drogas que, al menos en apariencia, parecen poder levantar esta mediación oscurecedora y cómoda y mostrar la «existencia desnuda». Ello supondría la posibilidad de otras organizaciones sensoriales diferentes, con mayor o menor utilidad para el hombre considerado como especie que se afana en la conservación, pero con incalculables horizontes de conciencia y conducta.

Köhler, uno de los grandes maestros de la psicología de la Gestalt, destacó que nuestra organización del campo visual se derivaba primariamente de las ondas luminosas, «único medio de comunicación entre los objetos físicos que nos rodean y nuestros ojos»12. Pero la luz reflejada no conserva huella alguna de las unidades que existen para nosotros en el mundo físico. El valor biológico de la organización del campo visual radica precisamente en constituir totalidades y grupos de miembros separados, a partir de una estimulación de la retina que, por sí sola, sería «incapaz de segregar unidades o grupos específicos»13. Lo que la LSD parece poner de manifiesto es el error de confundir la organización sensorial -y, por tanto, la organización del campo visual- con la organización «natural», con la realidad misma. Köhler reconoce esto cuando admite que «es exacto que la organización forma a menudo unidades continuas y grupos de miembros separados allí donde no existe ninguna unidad física que les corresponda», pero añade que «este inconveniente es poco importante» habida cuenta de que en «un campo sensorial compuesto de partículas sensoriales mutuamente independientes, el hombre sólo con grandes dificultades podría orientarse»14.

Estas ideas reenvían parcialmente a las observaciones de Bergson sobre la función eliminativa y no productiva del sistema nervioso15. Para el filósofo francés, la función del sistema nervioso consiste en proteger al individuo para que no se vea abrumado y confundido por una masa de conocimientos en gran parte inútiles e irrelevantes para las necesidades de supervivencia. Implica esto que el problema no ha sido para el hombre captar todos los estímulos, sino más bien poder estructurarlos en totalidades simbólicamente significativas. En tal medida, hay por lo menos dos organizaciones sensoriales posibles: aquella que se encuentra «cara a cara» con el mundo y lo contempla directamente, sin interponer signo alguno entre la cosa y el sujeto, y la interesada más bien en el establecimiento de un universo útil, clasificable, «formado» ya y no abierto, donde las cosas-mismas y el Yo hubieran convenido la mediación de un símbolo16 para esquematizar la conciencia y simplificar el comportamiento. Los alucinógenos provocarían entonces una posibilidad de percepción y conducta no artificial, ni delirante o frenética, ni siquiera pasajera, sino filogenéticamente prohibida. En su eterna lucha por la conquista de la Naturaleza, el hombre habría escogido un sistema sensorial específico de la «voluntad de dominio», pero no el único posible.

Los efectos de la LSD, la mescalina y los demás compuestos que se les asemejan pueden también explicarse con el concepto freudiano de «regresión». La experiencia alucinatoria recorre un camino similar al del sueño, donde la excitación no avanza, como en la vida despierta, hacia el extremo motor del aparato psíquico, sino que «se propaga hacia el extremo sensible y acaba por llegar al sistema de percepciones».17. Freud aclara que la regresión no es privativa de los sueños; por otra parte, «ya que el recordar voluntario, la reflexión y otros procesos parciales de nuestro pensamiento normal corresponden a un retroceso dentro del aparato psíquico, desde cualquier acto complejo de representación al material bruto de las huellas mnémicas en las que se halla basado». La regresión contrasta notablemente con la conducta habitual del individuo, porque en ella el deseo no provoca la motilidad, sino una alucinación: la imagen de la cosa deseada. La esquizofrenia se asemeja a la experiencia del LSD no solo por la cualidad misma de las alucinaciones, sino porque en ambos casos la excitación se resuelve regresivamente, transformando las ideas en imágenes y conservando el objeto deseado de este modo; este es también el mecanismo de las fantasías de hambre.

Según Freud, «nada nos impide aceptar un estado primitivo en el que el deseo termine en una alucinación.... Una amarga experiencia de la vida18 ha debido modificar esta actividad ... (pues) el acto de pensar no es otra cosa que la sustitución del deseo alucinatorio»19. Si se entiende este «pensar» como debe entenderse, es decir, como la puesta en movimiento de las categorías abstractas que el lenguaje suministra, la frase de Freud podría formularse diciendo que «el concepto es la sustitución de la cosa misma» y enlazarse así las consideraciones anteriores sobre la íntima conexión del sistema sensorial humano normal con las necesidades de supervivencia y dominio de la Naturaleza antes expuestas.

 

V

En el universo simbólico en el que el hombre ha llegado a establecerse está todo «formado» ya, como diría Rilke. Pero también este hecho es susceptible de una explicación que trascienda la pura intuición literaria. Como señala Husserl, en el universo teórico y práctico no existen «objetos desconocidos, porque aun lo que llamamos desconocido tiene la forma estructural de lo conocido, la forma de objeto espacial, cultural, usual, etc.»20. En este universo, cada apercepción -en el sentido de interpretación de las asociaciones sensoriales o percepciones- de una cosa reenvía a una «creación primera» en la que esta se constituyó; pero este reenvío no se realiza ya por medio del razonamiento, sino en virtud de la analogía en sentido amplio: si no hemos visto antes la cosa misma, sabemos de otras análogas. Es más, en toda percepción existe, en términos husserlianos, un «horizonte» no dado inmediatamente, pero susceptible en todo momento de llenarse por actos de conocimiento; nuestro sentido visual nos permite solo ver una «cara» del objeto conocido, pero en esta percepción se incluye también la anticipación de la «otra cara». Así, Husserl puede decir que «cada elemento de nuestra experiencia cotidiana encubre una transposición por analogía del sentido objetivo originalmente creado sobre el nuevo caso, y contiene una anticipación del sentido de este último como el de un objeto análogo»21.

Sin embargo, la asociación -principio universal de la génesis pasiva del conocimienot- resulta radicalmente alterada en su mecanismo de «reenvíos» cuando, bajo el efecto del alucinógeno -al romperse las formas y desaparecer la mediacióndel símbolo- se constituye una realidad objetal en la que no existen todavía «creaciones primeras» y la transposición analógica solo puede funcionar ex novo repecto a las existencias desnudas que la droga presenta. El «horizonte» de percepciones posibles se mantiene en principio inmodificado, pero el objeto ha cambiado de sentido y se encuentra en un nuevo campo de relaciones. La apercepción se convierte en «original» y el individuo encuentra paralizada su capacidad asociativa como consecuencia de la aparición de verdaderos objetos «desconocidos» aún en su sentido. La actitud del individuo se convierte de pasiva -asociación- en activa -identificación-, y de analógica o asimilante en directamente constitutiva del objeto.

Los efectos de algunos alucinógenos potentes se asemejan de manera asombrosa a un tipo distinto de organización sensorial que lleva aparejado el surgimiento de una realidad no mediada ni «formada» ya, a una ingenuidad ante el mundo similar a la del niño o el ciego que recupera la visión. Epicteto, citado por Cassirer, dijo que «lo que perturba y alarma al hombre no son las cosas, sino sus opiniones y figuraciones sobre las cosas», destacando con extraña lucidez la imposibilidad en que se encuentra el individuo para entrar en directa relación con el universo fñisico que le rodea. Una cosa parece evidente: la actitud activa del hombre, su «ir a las cosas mismas», solo se produce en la dimensión de lucha por la existencia, de trabajo. Ante el conocimiento, el sujeto solo puede, hoy, adoptar una actitud pasiva -la asociación analógica-, porque entre él y el mundo se levanta la complicada red simbólica, que sustituye la sustancia de las cosas por equivalentes lógicos, artísticos y religiosos. No hay retinas capaces de captar directamente los estímulos luminosos si no es en moldes prefijados. No hay individuo capaz de «escuchar el sonido de los colores»22, ni ver la savia corriendo dentro del tallo de la flor, pero quizá los que esto ven y oyen no perciben simples deformaciones; quizá lo artificial sea ver en la flor un motivo decorativo o un regalo frecuente. Es posible que la conciencia del hombre llegue, como dicen Huxley y el Libro Tibetano de los Muertos, a ser Espíritu Ilimitado; que los «horizontes» de cada percepción sean realmente infinitos, y que las verdaderas potencialidades del sujeto empiecen a desarrollarse.

Los griegos veían en toda cosa la presencia, la aparición, el fenómeno (la palabra «fenómeno» quiere decir en griego precisamente «aparición de algo»). Con Roma y el surgimiento del espíritu de la técnica, esta aparición fue considerándose cada vez más como una actividad de la representación humana. Como señala la crítica heideggeriana, el hombre finalmente se creyó autor, gracias a su representación, del mundo y de las cosas, el dispensador de cualidades y el ordenador de la armonía cósmica. Así, el mundo exterior se convirtió en una actividad humana, en el producto más subjetivo del pensamiento, culminando en el subjetivismo de la concepción de Descartes de la res cogitans, para la cual «solo el sujeto era indubitable en este mundo y, por consiguiente, la única realidad, como si fuese un hecho que solo lo indubitable es real»23. Cientos de años después, esta concepción sigue vigente en Husserl cuando define el ente como «formación de la subjetividad constituida precisamente por sus operaciones»24. En definitiva, la misma perspectiva epistemológica, la necesidad de distinguir lo verdadero de lo falso partiendo del método de razonamiento empleado, lo aparente y lo real, implica ya el reconocimiento de un universo simbólico que cierra el paso a lo directa, inmediata y abiertamente sentido o querido, admite la lejanía de la cosa. Como señala Heidegger, al considerar las cosas como sus objetos, el hombre sólo se ocupó en prepararlas para sus deseos, haciendo de sus pensamientos, de sus hechos y de sus gestos, piezas equivalentes e intercambiables25.

Se sigue de ello -habla Boss- que la cosa no se considera ya como una obra entera, perfecta y provista de un sentido, como la veían los griegos en el apogeo de su potencia espiritual cuando la denominaron ergon. Los romanos tradujeron ergon por opus, traicionando así su incapacidad para representarse una cosa, sino a través de un objeto nacido de una operación penosa, de un esfuerzo. La energeia griega se vio reducida al concepto de energía, que solo significa fuerza y capacidad de trabajo. En definitiva, la restricción del pensamiento a una abstracción, a una condición supuesta de la realidad, apartando la mirada de las cosas, de su plenitud, conduce forzosamente a una pérdida de la realidad, a una desubstancialización del mundo.

En una línea similar, aunque deformada por el tono apocalíptico, Max Scheler escribe que «la razón es el resultado del acto fundamental de anulación de los órganos, acto negativo, semejante a la "negación de la voluntad de vivir" de Shopenhauer». Y aún más concretamente: «el mecanismo en que la sociedad humana va cada día enredándose más y acabará ahogándose en su propia civilización, que crece paso a paso más allá de la fuerza y de los límites de la voluntad y del espíritu humanos, y que se torna cada día más indócil, más sujeta a sus propias leyes.»26.

 

VI

El psiquiatra Osmond -el que administró a Huxley la primera dosis de mescalina- ha afirmado recientemente y en relación con el LSD, que toda época produce aquello que requiere. Si las consideraciones precedentes tienen algún sentido, es el de destacar la estrecha relación entre una existencia en lucha con la Naturaleza, como la del hombre, y su organización sensorial, apta para la reducción del mundo a esquemas de utilidad y finalidad. Es necesariamente inquietante que este grupo de drogas multiplicadoras de la conciencia aparezcan cuando la lucha del hombre por la subsistencia y la perpetuación está en ciertas partes del globo comenzando a verse superada. La mescalina, el psilocybin, o el LSD pulverizan la organización del campo perceptivo y, de paso, todo impulso al trabajo cotidiano y arduo; provocan un estado contemplativo que destruye toda voluntad de dominio respecto de las cosas y, consiguientemente, la marcha actual de la sociedad. Podría decirse que los alucinógenos violan abiertamente cada una de las reglas del principio de realidad, instaurando otro diferente, cuyas raíces aún están por investigar.

Pero es evidente que solo ahora, superada ya la primera mitad del siglo XX, cuando el fantasma del «tiempo libre» obsesiona a los poderes sociales y provoca una infección de propaganda y embrutecedores espectáculos de masas, cuando se ha manifestado «el absurdo de la pobreza» en un mundo hambriento27, es evidente que solo en estos últimos años ha descubierto la sociedad occidental los alucinógenos potentes. No es justo considerarlos con los aterrados ojos del hombre que nos ha precedido, porque el estado del planeta exige, quizá, más reflexión, más capacidad de «sentarse uno solo, tranquilamente, a pensar», como Pascal dijo, que otra cosa cualquiera.

 

Antonio Escohotado
Madrid, 1967

 

NOTAS

1- Caracterizadas por no producir adicción por progresiva incrementación de la tolerancia y por su disparidad de efectos y de composición química en relación con los estupefacientes clásicos. Los más conocidos son la cannabis-indica (haschich), la cannabis americana (mariguana), la mescalina, el psilocybin, el ibogaine y el ácido lisérgico dietil-amida (LSD).

2- Aldous Huxley. The Doors of Perception, Chatto and Windus, Londres.

3- La recomendación que hace Huxley de la droga es sumamente discutible. Este profesional de la erudición no recomienda la droga porque aclare y enriquezca la conciencia individual, sino más bien porque destruye la ingenua fe en las palabras y conceptos. Aparentemente, ambas cosas son complementarias, pero no en Huxley, para quien los hombres llevan vidas tan miserables que exigen la droga como consuelo. Hablar de la droga como consuelo o tomar partido por la tradicional lógica de dominación. Huxley llega incluso a pensar en la conveniencia de una «droga ideal de la sociedad», a la que, según él, se aproxima la mescalina solo parcialmente, ya que sus efectos duran demasiado tiempo y perturbarían los horarios sociales establecidos; lo óptimo sería, para Huxley, una droga de propiedades similares pero más breve, capaz de proporcionar en cuestión de minutos consuelo para largas horas de trabajo penoso. Los usos de la mescalina son muchos; pero ninguno tan represivo, tan desesperanzado, tan amargo, como un sistema organizado de narcóticos repartidos a horas fijadas de antemano. El lector puede verse inclinado a sospechar que su famoso Mundo Feliz era una crítica solo en lo superficial, que, en el fondo, Huxley es sobre todo puritano, como algún crítico ha dicho.

4- Información aparecida en uno de los números de junio de la revista Newsweek de 1966.

5- D.T. Suzuki y E. Fromm: Budismo Zen y Psicoanálisis, Fondo de Cultura, México, 1964, pág. 20.

6- Charles Baudelaire: Les Paradis Artificiels, Livres de Poche Ed., 1964.

7- Frase que, sin duda, tiene su origen en otra de Platón: el pensamiento es un diálogo del alma consigo misma.

8- Ernst Cassirer: Antropología Filosófica, Fondo de Cultura, México, pág. 47 y ss.

9- S.K. Langer: Philosophy in a New Key, American Library of World Literature, Nueva York, págs. 83, 84.

10- Es un término acuñado por Goldstein. Ver La naturaleza humana a la luz de la psicopatología y su ensayo sobre afasia en Psicología del lenguaje, ambos libros editados por Paidós, Buenos Aires.

11- Rilke: Octava elegía de Duino, versos 14 y 15, traducción J.M.Valverde, Agora, Madrid.

12- W. Köhler: Psychologie de la Forme, coll. Idées, Gallimard, París, 1964.

13- Köhler, ob. cit., pág. 162.

14- Köhler, ob. cit., págs. 163, 164.

15- Tomado del libro de Huxley, ya citado. Es curioso que la misma teoría de la función limitativa del sistema nervioso haya sido formulada por Freud, para el cual el «principio del placer» (al servicio de los instintos de muerte) tiende a conseguir la perfecta ausencia de excitaciones exteriores e interiores.

16- La palabra «símbolo» significa precisamente «testimonio de convenio», en griego.

17- S. Freud: Obras Completas, Biblioteca Nueva, Tomo I, pág. 544.

18- Por supuesto, Freud no habla aquí de la vida individual -ontogénesis-, sino de la historia de la especie, es decir, de la filogénesis.

19- Freud, ob. cit., pág. 556 y ss.

20- E. Husserl: Meditations Cartesiennes, Vrin, París, 1953, pág. 67.

21- E. Husserl, ob. cit., pág. 94.

22- Theophile Gautier: Les Paradis Artificiels, Poche, París, cap. I; Du Haschisch.

23- Medard Boss: Introduction a la Médicine Psychosomatique, PUF, París, 1969, pág. 6 y ss.

24- E. Husserl, ob. cit., pág. 72.

25- M. Heidegger: Die Zeit des Weltbildes, en Holzwege, Frankfurt, 1950, pág. 81 y ss., citado por Medard Boss.

26- M. Scheler: La idea del hombre y de la historia, Siglo XX, Buenos Aires, pág. 51 y ss.

27- T.W. Adorno. Primas, Ariel, Barcelona, 1962, pág. 98.

 

ESCOHOTADO, A. Los alucinógenos y el mundo habitual. Revista de Occidente. Pág. 52-69. Abril de 1967.

 

© Antonio Escohotado
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