LA QUINTAESENCIA DEL FRAUDE

Hasta en una historia universal de la gran chapuza tendría capítulo propio el modo en que los llamados socialismos reales trataron los residuos derivados de explotar sus fuentes de energía, emponzoñando en medida nunca vista antes ríos, lagos, mares, bosques y tierras de labranza. El ejemplo perfecto es sin duda Chernobyl, donde llega a suceder lo que parecía imposible; en vez de sufrir pequeñas fugas o sobrecalentamientos, el núcleo de un reactor se funde entero, produciendo un foco de radiación que afectó de inmediato a millones de personas, muchas de ellas a cientos o miles de kilómetros de distancia, y que seguirá afectando en medida incalculable a aguas subterráneas del planeta durante siglos.
Sin embargo, este record mundial de la chapuza tecnológica y ecológica no logra emular ni de lejos la reciente andadura de Rusia como democracia basada sobre la libertad de empresa. Regida por un presidente mantenido en vapores etílicos, con un permanente pie en el otro barrio, distintos primeros ministros van desfilando ante él con la misma cantinela de orden y desarrollo, mientras su cambiante paso sólo dibuja una estela de invariable ineficacia y despilfarro.
Quizá algún lector considere excesivos estos juicios, ya que no es nada sencillo pasar de un totalitarismo cerrado al abierto laissez faire del mercado global. Y me sumo a quienes proponen ser generosos, pacientes y comprensivos con ese enorme país, cuya prosperidad redundaría en beneficio de todos, y especialmente de la vecina UE. Sin duda por ello distintas instituciones, privadas y públicas, han venido invirtiendo allí fabulosas cantidades de divisas en los últimos años, unas veces esperando obtener beneficios mercantiles y otras simplemente concediendo dinero barato para su modernización.
Pero el resultado de inyectar estas toneladas y toneladas de dinero es indiscernible de lo que sucede -en países aherrojados por una pequeña oligarquía criminal- cuando se envían allí aviones repletos de alimentos, medicinas o cualesquiera bienes revendibles. Una parte mayor o menor –normalmente mayor- de esa ayuda humanitaria se usa para comprar armas, o para engrosar cuentas de mangantes en bancos remotos. La especificidad del caso ruso reside en que esa malversación gigantesca de la ayuda propiamente dicha, y del resto de las inversiones, ha producido un éxodo mundial de magnates recién nacidos.
En Alicante, por ejemplo, donde los únicos rusos que se habían visto en décadas eran humildes marineros, han desembarcado grupos de sujetos que se desplazan en Rolls Royce, manejan millones de dólares y quieren quedarse –por las buenas o por las malas- con el negocio inmobiliario, el juego, las drogas ilícitas y la venta de sexo. Lo mismo puede decirse de todo el litoral mediterráneo, desde Trieste a Algeciras, y lo mismo acontece –como pude comprobar gracias a un viaje reciente- en Canadá, México, Perú y hasta la recóndita Bolivia. En realidad, bien podría estar sucediendo también en Australia, Tailandia y las partes menos deprimidas de Africa.
Innovando así el fraude de dictadores como Mobutu, Somoza o Trujillo, no sólo resulta que las cantidades contabilizadas luego como deuda pública del Zaire, de Nicaragua o de la República Dominicana van a parar a sus espaciosos bolsillos, sino que se emplean en actividades de expansión colonial ultramarina, cuya naturaleza casi invariablemente delictiva no puede extrañar, pues nacieron de hurtos y estafas perpetrados contra su propio pueblo.
Por otra parte, el extraordinario nivel de prosperidad alcanzado por algunas zonas del planeta tiene como correlato una no menos extraordinaria volatilidad de los activos, así como una estrecha interdependencia. Hace apenas dos meses la Reserva Federal concertó a toda prisa el mayor préstamo privado de todos los tiempos, para evitar lo que Alan Greenspan llamó “una catástrofe financiera mundial de incalculables consecuencias”, iniciada por una reacción en cadena de quiebras bancarias en todo el orbe.
La entidad que recibió ese salvavidas crediticio es el LTCM (Long-Term Capital Management), que estos últimos años ha sido el fondo de inversión más rentable e importante del mundo. Y la catapulta de su crisis fue precisamente que Rusia suspendió el pago de su deuda. He aquí un ejemplo dificilmente mejorable de globalización. Primero el Fondo Monetario y otras instituciones inyectan divisas para mejorar infraestructuras rusas. Luego Yeltsin y sus colaboradores permiten que acaben en manos de unos cientos o miles de mangantes con vocación migratoria. Por último, no sólo el LTCM sino otros muchos fondos de inversión y bancos –para empezar, el Deutsche Bank- amenazan irse a pique porque el gobierno no encuentra modo de pagar los periódicos vencimientos de su deuda.
La consecuencia del embrollo es que el pueblo ruso –tan próspero en materias primas, y tan opulento en extensiones por roturar- padece lo inverosímil: docenas de cajas de ahorros que no pueden devolver sus depósitos al cliente, millones de funcionarios, empleados y militares que no cobran durante semestres y años enteros, amenazas de hambruna masiva y hasta simple congelación durante el interminable invierno, aderezado todo ello con un imperio de salvaje gansterismo. Para rematar los horrores, sus arsenales nucleares, sus desfasadas instalaciones fabriles, sus ponzoñosas centrales térmicas y el desastre medioambiental en las partes otrora más feraces de su territorio inclinan a pedir sin pausa nuevos créditos, en tonos lastimeros donde tampoco falta un granito de amenazador chantaje, pues ¿qué pasaría si el antiguo ejército soviético decidiese huir hacia delante?
Mal asunto, para ellos y para nosotros. Aunque la perspectiva sea espantosa, ciertos países –Rusia y México, entre otros- parecen abocados a la guerra civil total o parcial, como única forma de limpiar una casa donde exiguas minorías oprimen ferozmente a todo el resto. Lo manifiesto es que no nos corresponde a los demás hacer ese saneamiento, y que tampoco tiene sentido dar nuevo dinero a cuenta perdida para que lo haga el gobierno ruso, considerando la fragilidad extrema del mercado financiero global, y la corrupción galopante del Kremlin.
Como cualquier otro, este gran país abandonará su postración cuando el derecho, la diligencia y el respeto por el bien común se sobrepongan a sus contrarios. Mientras semejante cosa suceda, y ojalá esté empezando a suceder, seguiremos presenciando esa quintaesencia del fraude que representa la actual diáspora planetaria de magnates rusos. Visto el estado de cosas, quizá lo menos perverso sería tomar medidas en nuestra limitada capacidad; esto es: que cada país no vendido al gansterismo incaute los activos de esos tiburones migratorios, y tras reconvertirlos en moneda adscriba ese metálico al pago de Deuda, o lo entregue a un servicio fiable de distribución en la propia Rusia, para que llegue siquiera sea en parte a los destinatarios originalmente previstos.
Tras noticias recientes fantásticas, como el sometimiento de Pinochet a tribunales de justicia, hasta algo así parece viable. Y no hace falta ser Aristóteles para comprender que el pueblo ruso lo acogería con estruendosos aplausos.

Antonio Escohotado
Artículos publicados 2003
http://www.escohotado.org



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