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ESPONTANEIDAD
Y COMPLEJIDAD
(1ª versión)
“La coacción sólo puede reducirse a un mínimo si cabe confiar en que
de modo habitual los individuos se conformarán voluntariamente a ciertos
principios. Existe cierta ventaja en no imponer coactivamente la obediencia
a tales reglas, no sólo porque la coacción sea en sí misma mala, sino
porque a menudo es deseable que las reglas se observen únicamente en
la mayoría de los casos, y que el individuo pueda transgredirlas cuando
juzgue que vale la pena incurrir en el rechazo suscitado por ello. También
es importante que la fuerza de la presión social y la fuerza del hábito
que aseguran su observancia sean variables. Es esta flexibilidad de
las reglas voluntarias lo que en el campo de la moral hace posible la
evolución gradual y el crecimiento espontáneo, cosa que permite a la
experiencia posterior conducir a modificaciones y mejoras.”
F.A. Hayek
Dada su aridez en algunas partes, Caos y orden ha suscitado una
atención que no esperaba por parte del público, así como bastantes críticas
benignas, e incluso alguna entusiasta. A ellas deben añadirse dos reseñas
feroces que son, por lo demás, las más extensas y dignas de comentario,
pues proponen que hablo de ciencia sin la formación necesaria, incurriendo
en errores minúsculos y mayúsculos que invalidan cualquier línea argumental.
Uno de los críticos1
presentó 20 folios a cada jurado del Premio Espasa 1999, censurando su
ligereza por “no separar el manjar de la bazofia”. Otro resumió su criterio
diciendo que la obra “sólo añade confusión a la confusión.”2
Puedo añadir que mi incompetencia para pontificar sobre física o matemáticas
es tan manifiesta como declarada desde la Introducción, y que la palabra
“lego” se emplea de modo expreso en varios lugares. Parte considerable
de lo que he consultado o estudiado sobre esos temas se reseña en el índice
bibliográfico, cuyo exiguo tamaño habla por sí solo. Autodidacta no ya
en este ámbito sino en casi todos, sólo la soberbia podría presentarme
como experto, y al divulgar algunos conceptos todavía ausentes en los
programas de enseñanza media (atractores extraños, estructuras disipativas,
etc.) espero no haber extraviado en exceso al lector común. El consejo
de los expertos me ha servido para corregir el texto en dos expresiones3,
y ojalá pudiera reescribir en profundidad los capítulos iniciales para
borrar de allí cualquier equívoco sobre suficiencia.
El caso es, con todo, que nunca me propuse pontificar sobre física o matemáticas.
Al contrario, describo algunas pontificaciones del físico y el matemático,
allí donde se relacionan con una concepción del mundo en crisis. La física
y la matemática clásica aparecen como un ejemplo más de ello, flanqueadas
por sus equivalentes en economía, política, sociología, derecho y hasta
producción industrial en cadena. El argumento explícito del libro es un
cambio en nuestra idea del orden –o, si se prefiere, del caos-, lo cual
exigía reunir información compleja, habitualmente muy compartimentada,
relacionando unos campos con otros sin recurrir a disuasorios tecnicismos.
Es el caso de la ingeniería financiera, por ejemplo, que al granulizar
el riesgo recurre a un expediente análogo al empleado medio siglo antes
por la mecánica cuántica. Y aunque algo así atente contra la separación
académica o gremial del conocimiento, no pretende negar los generosos
frutos de la división del trabajo científico, sino percibir también la
deuda de cada disciplina con hitos más generales en nuestra representación
del mundo. Somos nosotros, los docentes profesionales, y no el público
(graduado o por graduar) quienes sostenemos el riguroso divorcio entre
ciencias de la naturaleza, ciencias humanas y filosofía en sentido estricto,
instalándonos en casillas progresivamente angostas que condenan al cultivo
de un estupor recíproco, donde sabiendo cada uno mucho de alguna, y apenas
nada del resto, acaba sabiendo casi nada de prácticamente todo.
Por eso me asombra, y no me asombra, que los únicos críticos llamados
a demoler radicalmente dicha intención limiten su comentario a cien páginas
del libro (sobre un total de 390), y que dentro de ellas sólo atiendan
a cuestiones de detalle, tratando de pillar al intruso como al niño con
las manos en alguna masa, o al alumno en trance de rendir su examen4.
Básicamente, las páginas que median entre la Introducción y la segunda
parte exponen hasta qué punto el indeterminismo es inseparable de nuestra
imagen de la naturaleza en la física actual, y se complementan con un
análisis de aquello que, a mi juicio, constituye su fundamento teológico-político:
una idea rigurosamente pasiva o inerte del reino físico. Pero en lugar
de asentir o disentir manejando ideas, en el marco de una discusión conceptual,
estos dos críticos entienden que confundo astronomía con astrología, predicción
científica con cartomancia5.
Y a ello añaden una explicación no menos extemporánea: siendo “posmoderno”,
postulo “abandonar todo lo anterior para empezar de nuevo,” pues niego
la “objetividad”6.
Ignoro cómo extraer conclusiones remotamente parecidas leyendo el libro,
o cualquiera de mis libros previos, cuyo denominador común es exaltar
la ciencia, y no profesar deuda alguna con respecto a lo posmoderno7.
Pero algunos persiguen el intrusismo en su cuadrícula, mientras pontifican
sobre cuestiones más amplias. De ahí juicios peregrinos –como mi pretensión
de que “la materia deje de ser objeto y se convierta en sujeto,”8
cuando más bien propongo que lo objetivo deje de recubrirse con subjetividad
inconsciente. Algunos no se han percatado aún de que identifican objetividad
con cosa inerte, convirtiendo así a subjetividad en sinónimo de
iniciativa. Este idealismo rudo, otrora llamado materialismo científico,
olvida que lo subjetivo no es tanto actividad genérica como una actividad
precisa (la mental o de reconocimiento), donde el yo = yo exige que sea
yo para otro yo. Y aunque semejante sino –el de conquistar indirectamente
la propia identidad- presida la relación de todos los dioses con sus criaturas,
así como buena parte de nuestra vida personal y social, el científico
nunca se guardará demasiado de exportar –y encima sin darse cuenta- la
dialéctica del reconocimiento a ámbitos siderales y subatómicos, algo
tanto más probable cuanto más crea que “la naturaleza sigue al pie de
la letra sus regularidades”9.
1
Sujeto y objeto son quién y qué respectivamente, si bien
el quién no es sino el qué desarrollado, y a la inversa, en un proceso
donde la propia actividad de disociarse va generando conocimiento10.
A juicio de cierto quién –digamos un chamán- el qué físico está mágicamente
animado; a juicio de otro quién -digamos el neopositivista Carnap- el
qué físico carece por completo de animación. Junto a esos extremos, y
al cinismo conocido como intelectualidad constructivista (“todo son opiniones
particulares”), quise mostrar que dentro de la ciencia –y no por alguna
nostalgia espiritista- el concepto de auto-organización había surgido
como complemento, y en algunos casos alternativa, a las limitaciones del
esquema determinista. A ello se orientan los capítulos V (“La espontaneidad
del orden”) y VI (“Azar forma y autonomía”), que solo sugieren invectivas
casuísticas, moviendo a pensar que la obra de Prigogine, Mandelbrot y
otros investigadores de la llamada ciencia del caos les resulta a esos
críticos o bien insufrible o bien desconocida.
Por ejemplo, leemos: “Escohotado escribe una de las frase más absurdas,
gratuitas e hilarantes del libro al decir que la tríada clásica –necesidad,
fuerza, exactitud- ha pasado a ser azar, forma y dimensión”11.
Y bien, lo absurdo, gratuito e hilarante coincide con el subtítulo de
Los objetos fractales, el libro más conocido de Mandelbrot, donde
el autor opone necesidad preestablecida a azar salvaje, dinamismo de fuerzas
a dinamismo de formas, regularidad a dimensión fractal (que es la medida
de cada irregularidad singular). Unas páginas más allá, las invectivas
se centran en otra afirmación, concretamente que “fluctuaciones aleatorias
y leyes eternas piden formas distintas de relato”, añadiéndose que eso
es “un error de concepto”12.
Sin embargo, dicho pensamiento parafrasea casi textualmente lo básico
en la última obra de Prigogine -El fin de las certidumbres- donde
compara las pretensiones de una esquemática teoría-general-de-todo (al
estilo Hawking o Weinberg) con las tareas de una ciencia no anquilosada
por el infalibilismo dogmático. ¿Son Prigogine o Mandelbrot “subjetivistas
posmodernos”, portavoces de un “animismo pagano”? Y si lo son ¿por qué
no aparecen como centro del despropósito, que se atribuye a un simple
divulgador de sus criterios?
El mismo retorcimiento del contenido se observa en otros lugares, por
no decir que sistemáticamente. Así, sostengo algo “ridículo” cuando llamo
“cuantitativas a las ecuaciones lineales y cualitativas a las no lineales”.13
Con todo, el texto menciona expresamente a Georgescu-Roegen como origen
de dicho pensamiento. Algo más allá, el inquisidor dice que “abrumo con
una críptica sentencia” al respecto,14
que resulta ser sencillamente otra aclaración del mismo sabio, referenciada
en cuanto tal. Con idéntica tónica, es objeto de condescendiente burla
afirmar que “el calculista ‘linealiza’ las ecuaciones de antemano, ya
al plantearlas, omitiendo su versión no-lineal o cualitativa”, cuando
una inmediata nota a pie de página remite ese pensamiento al capítulo
de una obra concreta de otro investigador, casualmente físico teórico15.
Una tergiversación todavía menos explicable dice que contrapongo “las
iteraciones a las supuestamente ya superadas ecuaciones, cuando son en
realidad un caso particular de ellas”16.
Pero lo que el libro dice no es nada parejo, sino: “Reconocidas como no
integrables, la inmensa mayoría de las ecuaciones ya no se plantean como
un asunto a ‘resolver’, sino que se tratan de forma iterativa o auto-organizadora,
dejando que el proceso haga su camino (iter significa precisamente eso,
camino), en vez de clausurarlo con alguna ‘solución’”.17
El sesgo sube un tono a propósito de los diagramas de Feynman, cuando
afirmo que “para calcular la probabilidad de un hecho basta dibujar pequeñas
flechas (una para cada alternativa) pues el cuadrado de su longitud expresará
la amplitud de ese subevento”18.
El segundo de los inquisidores dice que me “equivoco de cabo a rabo: la
longitud de las flechas no tiene nada que ver con ninguna probabilidad,
del mismo modo que el resultado de una multiplicación no depende del tamaño
con que se escriban las cifras”19.
Y bien, los chistes pueden ser divertidos, pero mucho más divertido todavía
es que este inquisidor desconozca lo escrito por el propio Feynman, en
su texto canónico sobre electrodinámica cuántica; a saber, que “las probabilidades
se calculan como el cuadrado de la longitud de una flecha”20.
Idéntica ignorancia sobre Feynman destila otra invectiva, donde al parecer
demuestro “nula objetividad científica” cuando uso cierta hipótesis -la
desintegración del protón- como ejemplo del cinto protector establecido
en torno a teorías físicomatemáticas, especialmente allí donde sugerirlas
y verificarlas supone gastar montañas de dinero. Recurriendo a un argumento
de autoridad, el inquisidor exclama: ¿”Cómo es posible que el autor crea
que unos científicos destacados, premios Nobel entre ellos, puedan hacer
afirmaciones tan estúpidas y fáciles de refutar como las que él les cuelga?”21.
Cito a Feynman, otro premio Nobel, para despejar cuán posible es:
“Alguien construye una teoría: el protón es inestable. Hacen un cálculo
¡y descubren que ya no habría protones en el universo! De modo que manipulan
los números, poniendo más masa en la nueva partícula, y tras muchos esfuerzos
predicen que el protón se desintegrará siguiendo una tasa inferior a aquella
que se ha descartado. Cuando llega un nuevo experimento y mide más cuidadosamente
el protón, las teorías se ajustan para esquivar la presión. El experimento
más reciente mostró que el protón no se desintegra a un ritmo cinco veces
inferior al predicho por la última posibilidad prevista en las
teorías. ¿Qué creen que sucedió? El ave fénix se alzó con una nueva modificación
de la teoría, que requiere experimentos aún más precisos para verificarse.
No sabemos si el protón se desintegra o no. Pero probar que no se
desintegra es muy dificil”22
Tan dificil, en efecto, que los romanos llamaban probatio diabolica
al trance de demostrar alguna negación, cosa descartada en la práctica
jurídica –y en cualquier foro racional de prueba- por su carácter fraudulento.
Paradójicamente, sí funciona esa probatio diabolica en ámbitos
donde conjeturar y verificar pide inversiones fabulosas en personal, obras
y equipo. Lo cómico es que un catedrático de física teórica, y en ejercicio,
me atribuya a mí –no a Feynman- esa crítica relacionada con la inestabilidad
del protón. Para no ponerse en evidencia, le convendría no aplazar una
lectura de QED, The Strange Theory of Light and Matter.
2
De hecho, podría seguir con muchas invectivas de la misma
índole –a propósito del insoluble problema de los tres cuerpos en Newton23,
la absoluta regularidad de la órbita lunar24,
la prodigiosa exactitud de la nave Voyager II25,
mi confusión entre “carga” y “momento”26,
la determinación exacta de la función de onda en casos distintos del hidrógeno27,
el hecho de que Lorenz descubriese o no sin pestañear el carácter no lineal
de sus ecuaciones sobre el clima28,
etc.-, si no fuese porque el lector merece ser protegido ante tamaña sarta
de detalles banales y maliciosos. Yendo al fondo, lo que encoleriza al
par de inquisidores es “una devaluación del carácter predictivo y los
aspectos cuantitativos y experimentales de la ciencia”29.
A eso contesto que Caos y orden sólo permite semejante lectura
sustituyendo el sentido del texto por mala fe, ignorancia y –en último
análisis- delirio persecutorio. La sacrosanta casa del infalible profeta
numérico, templo realquilado a la teología dogmática, considera “devaluación”
una perspectiva que simplemente reevalúa lo descriptivo, cualitativo e
intuitivo, porque todo desvío de su línea es herejía, crimen de lesa majestad
contra los acólitos de la verdad exacta.
Y así seguirán los escolares entregando la gran mayoría su tiempo a problemas-trampa
y a simplicidades muy prolijas, movidos a adorar la sublime belleza de
incógnitas despejables en décimas de segundo por una calculadora de bolsillo,
mientras sus maestros se vengan con ellos de la catequésis sufrida cuando
eran meros pupilos, y debían someterse a clerical disciplina. Una enorme
proporción de los estudiantes olvidará de la noche a la mañana el álgebra
tan trabajosamente aprendido, qué casualidad, mientras una proporción
considerable –qué casualidad también- se dedicará a enseñar lo que a fin
de cuentas nunca aprendió del todo, alimentando un círculo vicioso de
incompetencias. Pero ¿qué son estos pequeños efectos secundarios, teniendo
en cuenta que custodian la roca inconmovible de un saber ajeno al subjetivismo,
puramente objetivo?
Respeto tanto como mis inquisidores “los aspectos cuantitativos y experimentales
de la ciencia”. Pero distingo el respeto de la sumisión, y más aún de
maniobras tendentes a producir ese ánimo abyecto en algún incauto. No
por otro motivo intenté seguir la pista a algunos de sus principios y
dilemas, sin abandonar el perímetro de una humilde autoaclaración. Son
los inquisidores quienes velan la urdimbre de su cesta, omitiendo –como
todavía omiten los planes de estudio- la grandiosa crisis de fundamentos
en que se sumió la matemática desde 187530,
a medida que trataba de hacer rigurosamente traslúcidas y evidentes todas
sus operaciones y supuestos. Y he ahí que las únicas críticas feroces
sugeridas por Caos y orden, coincidentes como gotas de agua en
su lema (“no tiene ni idea de lo que habla”), coinciden también en pasar
por alto dicho apartado del libro31,
como si la catástrofe padecida por esas altivas aspiraciones no sugiriese
siquiera una frase, ya sea de asentimiento o de refutación.
De hecho, les preocupa tanto convencer al lego de su saber infalible que
tampoco sugieren una sola frase las secciones dedicadas a la ciencia “dura”
como nuevo y superlativo negocio, desde el Proyecto Manhattan al faraónico
proyecto del Superconductor-Supercolisionador o los formidables desembolsos
de la NASA. Por definición, la ciencia profética no sólo es siempre objetiva
y consistente, sino ajena a intereses económicos y corporativos. Una sociología
de ese conocimiento nunca será bienvenida, por la simple razón de que
lo seculariza, percibiendo evolución allí donde sus sacerdotes instalan
revelaciones sempiternas. De ahí que el maniqueísmo se impute a quien
trata de mantener alguna lucidez crítica, no a quienes sostienen el credo
de la verdad revelada, y que los primeros sean acusados de “confundir
‘no saberlo todo’ con ‘no saber nada’”32,
de “negar la objetividad”33,
de escepticismo a ultranza y de “subjetivismo trasnochado”.
Cítese una frase del libro que apoye esas tesis, y tendrá sentido discutirlo.
Pero si tal cosa resulta imposible –ya que rebosa optimismo sobre el futuro
del conocimiento científico (y esto a pesar del sacerdocio montado para
obstruir su libre progreso)-, reconózcase que el maniqueísmo está en el
extremo opuesto de aquél donde pretende ser localizado. El o todo o
nada -o cree en la ciencia o cree en la superstición-, es la disyuntiva
de quienes confunden saberes con diplomas, predicción y comprensión, medida
y cosa medida, fe y experiencia, ideología y concepto. Oyendo a Einstein
decir “no creo en un Dios que tira los dados”, este punto de vista preguntará
si hablaba de Brahma, Yahvéh o Alá, y ante todo si estaba licenciado en
teología.
3
Al rosario de improperios y silencios se añade –a título
de crítica conceptual- que Caos y orden entra de lleno en el modelo
troquelado recientemente como “imposturas intelectuales”, tras aparecer
el libro de Sokal y Bricmont34.
Veamos el asunto algo más de cerca. Gracias a estos compiladores el público
dispone de una antología sobre un ensayismo que conjuga ante todo el verbo
èpater, término traducible como “apabullar al ignorante”. Tras una época
feraz –presidida por Sartre y Camus- la industria cultural francesa montada
en torno a pensadores propiamente dichos siguió funcionando con espíritus
cada vez más alicaídos, y exportando tanto vanguardias como ortodoxias
al resto del mundo. Progresivamente hueca, pero sostenida por la inercia
de brillantes lanzamientos editoriales, esta haute culture no tenía
por delante mucho más que seguir la senda de la haute couture,
mordiendo la cola de su propio apabullar con sintaxis laberínticas, léxicos
abstrusos y otros recursos adaptados a aparentar una refinada substancia
en la falta de substancia. Lógicamente, todo ello administrado por misantrópicos
líderes, movidos por un escepticismo tan comprensible como abisal ante
la vitalidad del conocimiento. Deleuze, por ejemplo, que empezó con un
opúsculo prometedor sobre Spinoza, se embarcó luego en aventuras como
la Lógica del sentido, breviario ejemplar de criptografía, mientras
Lacan –muy útil para que la práctica del psicoanálisis no se hundiese
en la miseria desde los años sesenta- troquelaba una eficaz amalgama de
ambigüedad conceptual y arbitraria jerga iniciática, apta desde luego
para vestir como teoría lo desprovisto de ideas. La técnica del desplante
arbitrario se observa en Luce Irigaray, otra buena representante del movimiento,
cuando pregunta: ”Es la ecuación E = mc2 una ecuación sexuada? Tal vez,
pues privilegia la velocidad de la luz respecto de otras velocidades que
son vitales para nosotras.”35
No veo cómo insertar Caos y orden en esta tendencia, siquiera sea
porque en vez de utilizar jerga físicomatemática (o lingüística, geográfica,
etc.) como apoyatura para un discurso sobre alguna otra cosa se detiene
en dicha jerga, y trata de analizar su contenido. En otras palabras, porque
no menciona A para hablar de B, sino que intenta hablar de A con atención
incompartida, y luego de B con la misma atención incompartida. No están
en pie de igualdad, ni aún de remota analogía, una boutade sobre
desintegración atómica y complejo de Edipo, o sobre capitalismo y esquizofrenia
con un esfuerzo por describir las etapas que jalonan el desarrollo de
la ciencia contemporánea. Dicho esfuerzo bien puede ser defectuoso -e
incluso torpe-, pero va a su objeto y permanece en él, mientras el discurso
supuestamente homólogo liba indefinidos cálices, como el colibrí, movido
en cada caso por un declarado aburrimiento. Lo que deslinda un tipo de
exposición del otro es, a fin de cuentas, sacar o no de contexto
las referencias.
Cuando los señores Peregrín y Fernández-Rañada reclaman un saber más profundo
sobre tal o cual cuestión, alegando que el descuido o la ignorancia provienen
de inclinaciones posmodernas, deberían profundizar algo más sobre dicha
moda. Llamativamente, lo que subyace allí es una convergencia de pesimismo
e izquierdismo, donde parte de la nostalgia revolucionaria se deja seducir
por una bandera antirracionalista. Sin embargo, que el intelectual se
deslice hacia un antirracionalismo charlatán –y arrastre consigo a algunos
fieles de la planificación colectivista-, sólo sucede cuando el ideal
totalitario ha naufragado, tras ensayar largamente una apuesta por el
control a ultranza que suscitó opresión, despilfarro de los recursos,
sabotaje y generalizada miseria. En otras palabras, el proceso se desencadena
con la crisis de cualquier línea, y mucho más de la bolchevique
línea general, pasando de ahí a una conciencia a la vez victimista
y misántropa, animada por sobretonos apocalípticos. Tampoco veo en esto
el más mínimo punto de contacto con Caos y orden, que ofrece lo
contrario de profecías agoreras y milenarismo, y exalta el progreso científico-técnico
como parte muy destacada en la consolidación de la libertad.
Casi tanta sorpresa como ser incluido en una corriente de pensamiento
que critico hace décadas me produce constatar hasta qué punto los bisoños
Sokal y Bricmont pueden pasar por teóricos del conocimiento. Aunque su
trabajo haya sido útil para demoler colecciones de camelos, muestra excesivo
apego por el simplismo experimental baconiano, y tropieza con lo expuesto
sobre la inducción por Popper ya en 193436,
y mucho antes por Hume. A juicio de Sokal, “toda inducción es una inferencia
de lo observado a lo inobservado, y ninguna inferencia de este tipo puede
justificarse utilizando exclusivamente la lógica deductiva.”37
Con todo, lo que Hume y Popper pusieron en duda es que la inducción tenga
base lógica, y pueda por tanto considerarse como un método científico.
Invocando un robusto sentido común, Sokal alega que “esto implicaría la
no existencia de buenas razones para creer que el Sol va a salir mañana,
cuando nadie considera realmente la posibilidad de que no salga.”38
Mirándolo algo más detenidamente, el ejemplo sirve más bien para confirmar
lo opuesto, retrotrayéndonos a la perspectiva de Hume y Popper, y finalmente
a la de Aristóteles. Aunque un hábito ancestral sugiera pensar que el
Sol seguirá apareciendo y desapareciendo cada día, no tenemos buenas razones
para pensar que seguirá haciéndolo indefinidamente, o siquiera durante
millones de años. Al contrario, tenemos muchas y mejores razones –desde
luego deductivas- para pensar que sufrirá la evolución de otras estrellas,
y tras una fase de gigante roja (que envolverá a la Tierra) quizá se convierta
en una enana blanca antes de apagarse por completo. Sin ir tan lejos,
debemos también a la deducción pensar que el Sol es una estrella precisamente
(en vez de un disco cristalino, una gran moneda de refulgente oro o cualquier
representación análoga), y que la sucesión de días y noches deriva de
girar nuestro planeta en torno a ella.
Por mucho valor práctico que la inducción tenga para periodos cortos,
no dejará de ser un método pseudo-científico, y es un lapsus conceptual
pretender que “todas las predicciones científicas se basan en alguna
forma de inducción”39.
Al revés, allí donde haya una predicción científica acertada –capaz de
corroborar alguna teoría- esa predicción tendrá un origen deductivo, pues
lo que distingue a las predicciones científicas es ser deducciones, no
inducciones. Sokal y Bricmont alegan entonces que aplicar la mecánica
newtoniana permitió prever el retorno del cometa Halley o el descubrimiento
de Neptuno, si bien la teoría de Newton es un caso especial de la einsteiniana,
que puede ser útil para cierto ámbito de magnitudes, pero no es “veraz”
siquiera “aproximadamente”.
4
Contraponiendo luminarias como Lacan y Sokal, o Baudrillard
y Bricmont, el terreno se abona para una disyuntiva cargada de inconvenientes.
En un extremo se sitúan los frívolos, que sobrenadan la ruina de
viejos ideales profesando la pretensión llamada constructivismo, cuyo
núcleo es una versión muy aguada de las tesis spenglerianas: cada cultura,
cada clase e incluso cada grupo de individuos vive inmerso en burbujas
incomunicables, y finalmente lo mejor es alinearse con los relativistas
cognitivos. Así vemos al posmoderno R.Anyon decir que “la ciencia es una
forma entre otras de conocer el mundo,”40
y no precisamente aquélla donde es esencial considerar cualquier modo
y fuente de conocimiento41.
En el otro extremo están los serios, que cuando no usan su formación
para investigar y hacer hallazgos encuentran –espoleados ahora por Imposturas
intelectuales- alguna posibilidad de perseguir el intrusismo profesional,
confundiendo a relativistas con realistas como cierto hidalgo confundió
a gigantes con molinos, aunque sin el gentil humor de aquél.
Este tipo de orientación no parece consciente de que el cambio acontecido
en las últimas décadas deriva de irrumpir complejidad en todos
los ámbitos del conocimiento. El esquema clásico partía de un mundo idealizado
y por tanto reducido, abstracto, donde los procesos remitían a fuerzas
y masas fieles a un principio inercial. Es en ese mundo donde tenía validez
la predicción, e incluso donde compendiaba el valor último de la ciencia.
Con los progresos civilizatorios, empero, el esquema de fuerzas y masas
inertes se concibe cada vez más como un sutil intercambio de información
entre sistemas y subsistemas, que en un sentido resulta imprevisible por
defectos de nuestro conocimiento, y en otro por tratarse de una realidad
inventiva o espontánea en alto grado. Aunque en el futuro quizá podamos
resolver la cuestión de fondo, determinando si lo que llamanos azar es
ignorancia nuestra o libertad inherente a cada naturaleza, por ahora sólo
sabemos que ni el goteo de un grifo concreto es previsible con exactitud42.
De ahí que lo urgente sea ahora abandonar “la superstición en cuya virtud
donde se advierta la existencia de un orden debe presumirse la presencia
de un ente ordenador.”43
Semejante constatación no denigra a la ciencia ni recorta sus alas. Simplemente
deja atrás una arrogancia que lastra su desarrollo, y que ha justificado
pretensiones infundadas sobre los poderes del intelecto, apoyando distintos
dogmas y funestos experimentos de ingeniería social derivados de ello.
En vez de racionalismo cartesiano o irracionalismo el estado del mundo
sugiere un racionalismo autocrítico44,
que se ajuste a procesos evolutivos en realidades independientes de la
razón, y no resolubles con la alternativa de descubrir allí taquigráficas
leyes eternas. Cierta reseña echó de menos en este libro un acabamiento
de su objeto, que redondease algo semejante a “una teoría nueva o total
de la realidad,”45
y otra recensión echó de menos un análisis más ajustado del anarco-capitalismo
que tan vigorosamente se despliega en nuestros días.46
Pero lo primero desborda por completo mis fuerzas, y sobre lo segundo
prometo ocuparme en el futuro, si la suerte respeta ese propósito. Aquello
que el presente ensayo ofrece es tan solo una reflexión (sin duda muy
fragmentaria) sobre aquello que tienen en común el actual mundo y algunas
de sus interpretaciones. A esos efectos ofrece formas recientemente descubiertas
de organización -estructuras surgidas de la turbulencia, bucles iterativos,
etc.-, que prestan continente a contenidos muy diversos, y sugieren pensar
los órdenes tradicionales sin el apoyo de designios conscientes. Más que
un ensayo constituye un panfleto epistemológico, cuyo núcleo repetido
es nuestra civilización como marco referencial hegemónico, en modo alguno
reductible a lo instintivo o a la razón pura. En contraste con la fijeza
aparejada a la voz de la conciencia,47
o la opción de banales axiomas48,
la civilización es una especie de cristal autónomo –un organismo- que
va haciéndose sin pausa. Esto no significa denigrar la moral sentimental
o las colecciones de argumentos explícitos, sino reparar en órdenes sin
mandato, nacidos evolutivamente, que no pueden adscribirse ni a deliberaciones
personales ni a una necesidad preestablecida como la inercial.
5
Ninguna transición contemporánea parece comparable en hondura
a que la conducta de sistemas humanos y extra-humanos se entienda como
resultado de flujos de información-conocimiento. A ello atribuyo que tras
milenios de identificar el orden con un fruto de coacción o necesidad
exterior descubramos en toda suerte de horizontes formas espontáneas,
que devuelven su inmanencia a cada realidad. Esto es un revés para las
pretensiones racionalistas tradicionales, acostumbradas a legislar sobre
una objetividad supuestamente inerte, y a imponer su personal designio
sobre el impersonal crecimiento de instituciones y costumbres49.
Bien mirada, sin embargo, esa cura de humildad purifica a la inteligencia,
preparándola para convivir con el orden ampliado que ella misma contribuye
a crear cuando no confunde su tarea con una cancelación del azar. Admitiendo
lo incierto de cualquier pronóstico, se instala en el puesto que le corresponde
ante realidades cuyo contenido de información rebasa con mucho el suyo
propio, y respecto de las cuales no le incumbe tanto fijar estados admisibles
como percibir orientaciones.
Supuestamente importado de la biología, el concepto de evolución nace
con los estudios publicados por W. Jones en 1787 sobre correlaciones entre
latín, griego y sánscrito (que inauguraron la idea de lenguas “indogermánicas”),
y unido estrechamente a los trabajos sobre economía política e historia
de algunos moralistas escoceses coetáneos (Stewart, Smith, Ferguson, Gibbon).
Además de repensar a Lamarck –cuya teoría se basa en una transmisión de
los rasgos adquiridos durante cada existencia individual-, Darwin estaba
leyendo precisamente a Adam Smith cuando perfiló su propia teoría de la
selección natural, basada sobre mutaciones aleatorias y supervivencia
del más fuerte, y sólo un cientismo desinformado ignora que la biología
moderna “tomó prestados sus planteamientos básicos de estudios culturales
más antiguos”50.
Pero se da la circunstancia de que el concepto de evolución es una idea
mucho mejor adaptada aún a la complejidad cultural humana que a la zoología
o la botánica, donde los cambios acontecen a una velocidad incomparablemente
menor, y donde puede ponerse en duda una transmisión de los caracteres
adquiridos. La civilización es lamarckiana en su desarrollo, y por eso
mismo resultan inapropiadas algunas tesis del darwinismo social, no menos
que pretensiones como “leyes de evolución” y otras fantasías positivistas
sobre condicionantes inexorables. Lejos de ello, “la evolución cultural
es siempre fuente de diversidad, no de uniformidad [...] y en el análisis
de cualquier proceso presidido por alguna complejidad sólo cabe establecer
‘tendencias’”51
6
La piedra de toque más sencilla para distinguir una racionalidad
adaptada a lo complejo o aferrada aún a lo simple es nuestra propia civilización,
que tras descansar sobre sociedades militares ha acabado formando sociedades
decididamente comerciales. Lo que unas organizan mediante líneas jerárquicas
se ventila en las segundas con intercambios voluntarios, mediando una
alta movilidad social de los partícipes. Estas segundas aprovechan mejor
la información disponible -gracias a lo cual alojan confortablemente a
cien donde antes malvivían dos o tres-, a pesar de no ser sistemas trazados
con cartabón y regla, o de algún otro modo “racional”, sino una confluencia
constante de caudales aleatorios. Como observa Hayek52,
allí cada individuo va descubriendo y generando sin pausa conocimientos,
aunque mucho más rápidamente cuanto menos se estorbe el hallazgo de nuevos
fines y nuevos medios. Precisamente a fin de evitar estorbos arbitrarios
en esta selección, las sociedades comerciales respetan normas abstractas
y muy prácticas a la vez, que son los hábitos y maneras custodiados por
el derecho, un subsistema no nacido de la razón ni de las pulsiones y,
de hecho, incómodo para ambas: la razón le imputa desoir sistemáticamente
sus recetas normativas, en materia de justicia por ejemplo, mientras las
emociones deben plegarse a formas comunes de conducta so pena de sufrir
represalias53.
Con todo, el derecho positivo y el consuetudinario codifican costumbres
pacíficas de autocontrol, que procesan y clasifican un conocimiento incomparablemente
superior al de cualquiera de sus individuos, y que son el motor primario
para nuevos grados de complejidad. El eje primario de estos hábitos es
el cumplimiento de los negocios jurídicos o contratos (cuya base radica
exclusivamente en la autonomía de la voluntad adulta), hasta el extremo
de que la justificación nuclear del Estado consiste en asegurar dicho
cumplimiento, a ncuyos efectos se le autoriza a emitir ciertos títulos
(la divisa nacional fundamentalmente) capaces de extinguir cualquier deuda.
Ciertas instituciones ya presentes en sociedades militares –el dinero,
el mercado, la empresa- se hacen entonces mucho más esenciales y ubicuas,
promoviendo una indeterminación que subjetiva y objetivamente se mide
en libertades. Cada uno de nosotros trabaja para incontables desconocidos,
y el trabajo de incontables desconocidos sostiene segundo a segundo nuestra
existencia. Llegados a ese estadio, las trayectorias son sustituidas por
enjambres de trayectorias, los centros por redes, los bienes por servicios,
la distancia por comunicación instantánea, los decretos por negociaciones.
Y en esa cascada de infinitos progresivamente densos e irregulares lo
quebrantado es el fundamento de la línea jerárquica, que –no sin hipocresía-
asume desde los orígenes una defensa de la seguridad. Poco podría hacer
esa línea para evitar el progreso de lo no lineal, si no fuese porque
a veces la razón y las pulsiones, rara vez amigas en lo cotidiano, se
alían para instar un retorno al orden de la orden, provocando alguna revolución
sublime.54
Por otra parte, no todas las revoluciones siguen la misma orientación,
y algunas –las más incruentas y duraderas- tratan de asegurar precisamente
una pervivencia de lo comercial o complejo frente a la simplicidad del
esquema clerical-militar. Solamente aquellas comprometidas con el modelo
roussoniano del buen salvaje, las comunistas, se lanzan a planificar y
supervisar una seguridad basada en la igualdad de ingresos e ideales,
emprendiendo titánicos proyectos de ingeniería social.
Una de las finalidades de este libro ha sido sugerir hasta qué punto el
determinismo resulta inseparable de un voluntarismo más o menos consciente,55
cuya meta es traducir la evolución de complejidades impredecibles e irreversibles
como conducta de mecanismos aislados, que resultarían perfectamente controlables.
El vértigo de la incertidumbre trata así de combatirse con certezas absolutas,
aunque sea al precio de teorías sin teoría o intuición, y de sociedades
embutidas en el papel de obedientes masas. Pero lo que ahora sabemos no
abona ni una cosa ni la otra, ya que los sistemas no se comparan partiendo
de su fuerza genérica –medida en términos de racionalidad, justicia o
destino pautado-, sino partiendo del volumen de conocimiento que procesan,
cosa equivalente al nivel de información requerido para hacerlos funcionar.
Un programa como Wordperfect no puede abrir Word, aunque sí a la
inversa, y es precisamente eso lo que pasan por alto las diversas modalidades
del credo determinista. Al recorrer alguna calle céntrica, una galería
de escaparates lujosos y humildes jalona nuestro paso, indicando vagamente
la ilimitada diversidad de fines y medios que suscitaron su aparición.
Al igual que esos negocios, las propias calles y casas evolucionan al
ritmo en que ilimitados individuos aplican su esfuerzo físico y su ingenio
a descubrir nuevas fuentes de industria orientadas a su mejora personal,
cada uno sirviéndose de conocimientos radicalmente singulares, recogidos
de infinitas y aleatorias maneras, y todo eso en un solo barrio, de una
sola urbe, de un solo territorio, aunque contagiado a la vez por todos
los otros barrios, urbes y territorios. En semejante hipercomplejidad
nos movemos, y cada vez asombran más los aspirantes a mesías sociales
cuando dicen saber lo mejor para todos y cada uno, como si ello no implicara
retroceder de Word a Wordperfect, cuando no al sistema de contar con los
dedos de una mano. Por más iluminados que se sientan, y por más apoyo
que obtengan de sus fieles, no dejarán de ser hombres falibles, seducidos
por la ambición de adaptar la inmensa vida ajena al exiguo diámetro de
la suya56.
Se entiende que el caos de la libertad sobrecoja, y que una añoranza de
estructuras fijas funcione como aliado del no menos antiguo maniqueismo:
o blanco o negro, o bueno o malo, o verdadero o falso. Pero cierto grado
de civilización promueve órdenes extensos, dotados de una complejidad
intrínseca, donde con una mezcla de anacronismo y buena voluntad brotan
nostalgias por lo simple: en definitiva, lo justo y placentero para todos
debería reinar. El inconveniente de estos atajos reside en que el grado
de “bueno y placentero” obtenido en órdenes extensos sin planificación
es incomparablemente superior al que se obtiene tratando de planificarlo
con una doma del egoismo individual, directrices lineales y altruismo
forzoso. A Descartes -padre del racionalismo a ultranza- le fascinaba
lo simple, y por eso abrió su Discurso del método alabando al autoritario
espartano, pues sólo ese irreconciliable enemigo de la libertad tenía
“leyes originadas en un solo individuo, y tendentes a un solo fin”. En
agudo contraste con estas simplezas, Mandeville nos recordó que “lo peor
de toda la multitud hizo algo por el bien común”57,
sin desviarse de un criterio sostenido que aparece incluso en Tomás de
Aquino, cuando admite que “mucho de lo útil desaparecería si se prohibieran
estrictamente todos los pecados”58.
Si no comulgamos con el sectarismo o la ignorancia deberíamos saber a
estas alturas de nuestra historia lo que ya sabía Adam Ferguson en 1767:
“Cada paso y cada movimiento de la multitud se hacen con igual ceguera
acerca del futuro. Las naciones se topan con instituciones que son el
resultado de la acción humana, pero no la ejecución de algún designio
humano [...] Las comunidades admiten las mayores revoluciones cuando no
se busca ningún cambio.”59
En realidad, sigue abierta para cualquiera la vía de regresar a su aldea
y tribu, o –si hubiese nacido en sociedades complejas- de encontrar aquellas
que sobreviven aún en selvas o desiertos. Quizá allí encuentre la sencillez
sin fisuras de un orden cerrado, con ceremonias siempre idénticas e idénticamente
compartidas, donde se excluya la posibilidad de que unos prosperen mucho
mientras a otros les sucede lo inverso, y donde todos están protegidos
por la férula de un venerable jefe. El inconveniente es que el orden aldeano
resulta salvajemente gregario, y sobremanera odioso para casi cualquiera
que haya conocido el global; su reiteración de ritos purificadores60
y autoafirmativos no logra ocultar que la solidaridad tribal arranca de
una básica insolidaridad humana –la de “los nuestros” frente a “los demás”-,
cuya única cura viene a ser el prosaico comercio de bienes y servicios,
gracias al cual los extraños se transforman en socios y clientes.
El final de una reseña a este libro se pregunta “por qué pensar que la
espontaneidad será benéfica, cuando, en rigor, los resultados podrían
ser igualmente perversos.”61
En efecto, los resultados de la espontaneidad pueden ser tan perversos
como los resultados del control, e incluso más en ciertos casos. Pero
aquí vuelve a ser necesario un deslinde. Por una parte, estudiando lo
espontáneo de un fenómeno nos acercamos más al fenómeno que reduciéndolo
a cosa legislada, e incluso nos acercamos más a poder intervenir en
él62.
Por otra parte, el autocontrol llamado civismo debe distinguirse del imperio
arbitrario sobre la conducta de otros, y desde esa perspectiva la libertad
resulta tan económica como la coacción costosa. De hecho, sólo brota dentro
de aquello que es ya complejo, cuando la razón y el instinto de muchos
se han templado aprendiendo reglas impersonales de juego, como que los
pactos libremente contraídos habrán de cumplirse, que no será admisible
pedir sin dar, que mediará el consentimiento en las transmisiones, etc.
Dichas reglas han surgido al margen de cualquier intencionalidad explícita,
a pesar de lo cual son las formas que sostienen el edificio de la vida
cívica, con todas sus limitaciones y posibilidades. La espontaneidad será
siempre una dinámica más o menos caótica, y por eso mismo susceptible
de mejoramiento tanto como de empeoramiento. Sin embargo, espontaneidad
es sencillamente otro nombre para un orden abierto a cambios. Cuando el
cambio se encomienda a algún orden restringido o cerrado –desde la instrucción
militar o monacal a supuestas “leyes de la naturaleza”- el caos sigue
allí, informando cada elemento y cada práctica, mientras el verdadero
cambio –el que afecta a nuestra perspectiva- queda siempre postergado
a un mañana remoto.
REFERENCIAS
1D.Fernando Peregrín Gutiérrez, para quien se trata de una
verdadera antología de la cháchara epistémica en
jerga posmoderna (pág. 11).
2Del caos posmoderno, De Libros 40 (2000), p 34. El
autor A. Fernández Rañada- es profesor de Física
Teórica en la Universidad Complutense.
3Atribuir a Pauli y no a Fermi- el hallazgo del neutrino, una imprecisión
por otra parte leve, ya que fue Fermi quien llamó neutrino
a dicha partícula de masa nula o muy pequeña postulada por
Pauli. Ese punto, y el mencionado en la nota 26, infra, son sugestiones
que agradezco a los críticos.
4Esto no es metafórico. Fui marcando en el margen los lugares
donde había imprecisiones, despistes o errores de bulto. Dejé
de hacerlo al llegar a las sesenta marcas. Fernández-Rañada,
2000, pág. 34.
5La tentación de mezclar dichas esferas podría atribuirse
con más fundamento a Isaac Newton, cuya obra esotérica centrada
sobre astrología, cartomancia y otras modalidades del ocultismo-
ocupa un volumen comparable al de sus escritos científicos.
6Fernández-Rañada, 2000, pág. 33.
7Dentro del campo en cuestión, me refiero a los libros sobre Hegel
(1972) y los presocráticos (1978), a la primera edición
castellana de los Principia de Newton (1983), al manual de Filosofia
y Metodología de las Ciencias Sociales (1985), a El espíritu
de la comedia (1991) y al tratado Realidad y substancia (1997).
Los libros publicados en 1978 y 1991 contienen sendos epílogos
críticos sobre distintos aspectos del posmodernismo.
8Peregrín, febrero 2000, pág. 16.
9Ibíd., pág. 12.
10Para una exposición más detallada, cfr. Escohotado, 1997,
pp. 205-209.
11Ibíd., pág. 5. Debido a una errata, la primera edición
del libro decía caos en vez de azar, si
bien esto apenas cambia el significado de la frase.
12Ibíd., pág. 12.
13Ibid., pág. 7.
14Ibid., pág. 8. El texto es una cita textual de Georgescu-Roegen
(1997): El carácter no lineal es el aspecto con el que el
residuo cualitativo aparece en la fórmula numérica de un
fenómeno relacionado con la cualidad.
15Capra, 1998, cap. VI.
16Fernández-Rañada, pág. 34.
17Págs. 117-118.
18Vide supra, pág. 59.
19Fernández-Rañada, 2000, pág. 34.
20Feynman, 1985, pág. 78. El párrafo reza literalmente así:
En el salvaje y maravilloso mundo de la física cuántica
las probabilidades se calculan como el cuadrado de la longitud de una
flecha: allí donde en circunstancias ordinarias hubiésemos
esperado sumar las probabilidades nos descubrimos sumando
flechas; allí donde hubiésemos normalmente multiplicado
las probabilidades multiplicamos flechas (cursivas
de Feynman). El tratado emplea indistintamente la expresión arrows
(flechas) y little arrows (pequeñas flechas).
21Fernández-Rañada, pág. 34.
22Feynman, 1985, pág. 150. La cursiva es de Feynman.
23El propio Newton lo reconoce en sus Principia, y tras imputarme
esa perla de gran calibre el propio Fernández-Rañada
lo reconoce también, al decir: Es cierto que el sistema de
tres o más cuerpos tiene soluciones caóticas; ibid.,
pág. 34.
24La palabra aberración es en astronomía un término
habitual, encargado justamente de precisar los desacuerdos entre trayectorias
previsibles con arreglo a dinámica newtoniana y trayectorias observadas.
Una vez más, se me atribuye un pensamiento que ya quisiera haber
descubierto. Vide supra, pp.39-40. Además del fino ejemplo
ofrecido por Lakatos, figura en esas páginas la declaración
de Lighthill al inaugurar un congreso mundial sobre mecánica aplicada:
Querríamos pedir excusas colectivamente, por haber engañado
al público difundiendo ideas sobre el determinismo de los sistemas
basados en las leyes de Newton sobre el movimiento, que desde 1960 se
han revelado erróneas; cfr. Prigogine, 1991, pág.
59. Aunque escriba en el año 2000, el inquisidor se debe estar
refiriendo al estado de conocimientos previo a 1960.
25Según Fernández-Rañada dicha nave llegó a
Urano con sólo un minuto de diferencia respecto al cálculo
previsto. Este tipo de declaración no se concilia ni con
las constantes rectificaciones dictadas desde la base de lanzamiento ni
con la alta proporción de desastres que caracteriza al emporio
científico/mercantil llamado NASA. Vide supra, pp. 64-65.
26No hay tal confusión, sino simple deseo de no repetir tres veces
seguidas la palabra momento. El origen del malintencionado
comentario es la nota 18 a la pág. 76, que dice así: Iluminar
con luz de alta frecuencia (o bien con medios electrónicos) somete
el sistema a alteraciones en su cantidad de energía o momento,
e iluminar con luz de baja frecuencia que produce alteraciones mínimas
en el momento- no ofrece resolución suficiente para conocer su
situación. De ahí una disyuntiva permanente a nivel subatómico
entre carga y posición de las partículas. El sentido
es totalmente inequívoco, aunque esta observación me ha
aconsejado sustituir carga por energía
desde la 6ª edición de Caos y orden.
27Esto le parece falso y especialmente grave a Fernández-Rañada,
que se permite el malabarismo siguiente: Una cosa es que no exista
una solución general en forma cerrada [para supuestos distintos
del hidrógeno] y otra que no sea posible calcular. Existen métodos
que permiten hallar la función de onda de [otros] átomos
y moléculas con la precisión deseada; ibid.,
pág. 34. ¿Acaso es lo mismo exactitud y la
precisión deseada?
28Mi fuente para ese dato es el libro de Gleick, 1987, que dice haber entrevistado
personalmente a Lorenz.
29Hernández-Rañada, ibid., pág. 34.
30Cuando Dubois Reymond sacó a colación las funciones continuas
y no diferenciables de Weierstrass.
31Anexo al cap. VI: Las trivialidades del rigor.
32Fernández-Rañada, pág. 34.
33Ibid., pág. 33.
34Sokal, licenciado en Física y profesor de matemáticas en
la Nicaragua sandinista, envió a cierta revista (Social Text)
un artículo hilvanando despropósitos en terminología
posmoderna, que resultó publicado con todos los honores (en abril
de 1996). Movido por ello, compiló con ayuda de Bricmont una antología
de textos escritos por algunos líderes del posmodernismo (Lacan,
Kristeva, Irigaray, Latour, Baudrillard, Deleuze, Guattari y Virilio),
donde exhibe a mi entender de modo perfectamente satisfactorio-
la mezcla de camelo, incoherencia e irracionalismo de esta corriente.
Bien podría haber incluido a algunos autores más de la vieja
guardia (Althusser, Barthes) y de la nueva (Glucksman, Finkielkraut, Rosset),
aunque la muestra resulta elocuente.
35En Sokal y Bricmont, 1999, pág. 116.
36The Logic of Scientific Discovery, Hutchinson, Londres, 1959.
37Sokal y Bricmont, 1999, pág. 75.
38Ibid.
39Ibid., pág. 76.
40En Sokal y Bricmont, 1999, pág. 213.
41Por ejemplo, Anyion considera que la visión de los indios zuñi
sobre la prehistoria es tan válida como la del arqueólogo.
Sin perjuicio de que la visión zuñi pueda ser tan aguda
o más, sólo será equiparable a la arqueología
cuando se interese por todas las culturas, disponga de medios para hacer
múltiples excavaciones y pueda hacer accesibles a cualquiera los
datos recopilados sobre el asunto. Esto es, cuando cierta sociedad detraiga
energías recaudadas colectivamente para un asunto como rastros
documentales de culturas desaparecidas.
42El señor Peregrín no piensa así, desde luego, aunque
se enreda en la paradoja inercial. Habrá que dejar bien claro
que los fenómenos caóticos son predecibles, pronosticables,
dado su carácter determinista. Sucede que en la práctica
las ligeras imprecisiones en los datos iniciales se amplifican rápidamente
y pronto se pierde la predictibilidad del fenómeno; mas no porque
la naturaleza no siga al pie de la letra sus regularidades (pág.
12). Ahora bien ¿a qué atribuimos esa rápida amplificación
de las imprecisiones? ¿Al fenómeno, al observador,
a ambos? Podemos distinguir entre procesos caóticos deterministas
y flujos aleatorios indeterminados, pero con eso no soslayaremos
el fondo del asunto, donde de nuevo será necesario contraponer
el mundo mandobediente de Newton a la evolución de complejidades
que se auto-organizan.
43Hayek, 1997, págs. 214-215.
44En su Tratado sobre la naturaleza humana (1740), Hume proponía
ya debilitar las pretensiones de la razón mediante el análisis
racional.
45A.Moya, Disposem duna teoria unificada de la realitat?.
Metode 25, 2000, pág. 56.
46D. Teira, La divina espontaneidad del caos, págs.
3-4.
47La voz de la conciencia es el daimon socrático luego
retomado por chivos expiatorios como Cristo o Bruno-, que funde instintividad
y razón legislativa, siempre en detrimento del tercer término
(cultural o civilizado), y abre la crítica dirigida contra Protágoras
y el resto de los sofistas. Lo que subyace a este arcaismo es la tragedia
de Antígona, desgarrada entre los deberes del orden restringido
-familiar o tribal- contrapuestos como ley de un eterno reino subterráneo
al cambiante derecho de cada época: las sombras del pasado proyectan
su entidad sobre la luz de cada día.
48Que fue el expediente orientado a salvar la crisis de fundamentos en
matemáticas desde mediados del siglo XIX, si bien desembocó
ela paradoja de Gödel y otras inconsecuencias del axiomatismo.
49La naturaleza debería permanecer arrodillada ante la razón
operativa, que gracias a la técnica aspira y con serios motivos-
a cumplir profesionalmente dicho proyecto. Sin embargo, es la propia técnica
quien va demoliendo esas pretensiones, apostando crecientemente por estimular
pautas espontáneas o descentralizadas, no por cumplir ideales de
justicia sino para pagar aquella parte debida a la eficiencia, la economía.
50Hayek, 1997, vol. I, pág. 215.
51Ibid., pág. 217.
52Hayek, 1960.
53A diferencia del tabú, cuya desobediencia provoca siempre fulminación
(tormento seguido de muerte), el derecho gradúa cuidadosamente
las transgresiones, promoviéndolas en aquellos casos donde
individuos y grupos perciben la inadecuación moral del precepto.
54De hecho, la revolución comunista puede ser considerada
una de las más ambiciosas creaciones del espíritu [...]
Algo tan valiente y atrevido que justificadamente ha logrado suscitar
la más excelsa admiración. Si queremos salvar a nuestro
planeta de la barbarie, lejos de ignorar desdeñosamente los argumentos
socialistas será preciso refutarlos (Mises, 1981).
55Vide caps. II y III, en paralelo con caps. VIII y IX.
56En su Investigación sobre el entendimiento humano comenta
Hume: Los fanáticos pueden suponer que la dominación
se funda en la gracia, y que sólo los santos heredan la tierra;
pero el magistrado civil coloca con toda justicia a estos teóricos
sublimes al mismo nivel que los simples ladrones; cfr. Hayek, 1995,
pág. 115.
57Cfr. Hayek, 1997, pág. 80.
58Multae utilitates impedirentur si omnia peccata stricte impedirentur;
Summa Theologica, II, 2, 78 i.
59An Essay on the History of Civil Society, Edinburg University
Press, pág. 187.
60El mecanismo de descontaminación por transferencia del mal, nervio
de la medicina articulada sobre el empleo de chivos expiatorios.
61Teira, ibid., pág. 5.
62De hecho, buscarle leyes -obtenidas observando sus regularidades- tiene
el mismo propósito de intervenir, si bien se trata aquí
de forzar cada sistema, frente a la perspectiva de potenciar la espontaneidad
de aquellos considerados útiles. Es una cuestión de rendimiento,
que probablemente acabará de despejar el paso de los años.
Antonio
Escohotado
Artículos publicados 2003
http://www.escohotado.org
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