DE BUENA FE

Entre el 8 y el 10 de este mes la Asamblea General de Naciones Unidas celebra una sesión extraordinaria sobre drogas, a la que acudirán presidentes de gobierno y jefes de Estado, como Chirac y Clinton. Su previsible curso será confirmar la estrategia punitiva, desde luego, pero no deja de ser una ocasión histórica para pedir a Kofi Annan una evaluación realista, y un debate serio sobre alternativas.
Precisamente esta petición está siendo coordinada internacionalmente por el Lindesmith Center de Nueva York, una fundación antiprohibicionista dirigida por Ethan Nadelmann, profesor de Sociología en Harvard. Joven y lúcido, Nadelmann expresa una disidencia cada vez más estentórea dentro de los propios Estados Unidos, nación inventora de una cruzada por la sobriedad que empezó poco antes de cumplirse los años veinte, con un paquete de medidas donde destacaba la Ley Seca. El resto del mundo sólo se sumaría incondicionalmente a su cruzada tras la Convención Unica de 1968.
Apoyado por muchas personalidades norteamericanas de la ciencia, la política, la cultura y la sociedad, el Lindesmith Center es una criatura de George Soros, eminencia planetaria en finanzas, que hace poco donó diez millones de dólares para sacar adelante metas prácticas. Una de ellas fue apoyar decisivamente la Iniciativa de California por la medical marihuana, un plebiscito ganado con limpieza (aunque el gobierno federal americano insista en poner trabas a la voluntad mayoritaria de ese Estado).
Nadelmann alega que se hace urgente “plantear el éxito o fracaso de los esfuerzos”. En efecto, el gobierno norteamericano cifra en unos sesenta billones de pesetas anuales las transacciones del mercado negro montado sobre la prohibición, que se acerca así al 10% del comercio internacional en su conjunto. Cantidades no menos gigantescas cuesta mantener un sistema policial, judicial y penitenciario, por no mencionar continuos e irreparables daños a terceras personas, sumados a constantes robos y hurtos. En palabras de Nadelmann, “esa industria ha consolidado a criminales organizados, corrompido gobiernos a todos los niveles, erosionado la seguridad interna, estimulado la violencia y distorsionado tanto la actividad económica como los valores morales [...] diseminando epidemias, violando derechos humanos, perpetrando atentados contra el medio ambiente, saturando cárceles, despilfarrando los siempre escasos recursos para salud y educación [...] por la retórica propuesta de una sociedad sin drogas".
No podría estar más de acuerdo. Ayer, invitado por una confederación de Asociaciones de Padres de Alumnos a disertar sobre prevención de drogodependencias en la familia y el colegio, aclaraba que soy padre de cinco. Por supuesto, preferiría tenerlos abastecidos mediante farmacias, droguerías o departamentos de investigación a verlos en manos del actual vendedor, apostado en cada esquina de cada ciudad. Creo que a un usuario de drogas, especialmente si es juvenil, nada le defiende tanto como altas dosis de conocimiento y amor propio.
Allí donde resulte posible, añadía, prevenir significa ante todo no desviar la vista de lo verdadero, sea bonito o feo, y el futuro está aún más lleno de drogas que el presente. No se trata ya de aprender a convivir pacíficamente con ellas, sino de mejorarlas (reduciendo con una paciente ingeniería química sus consecuencias más indeseadas), y mejorar nosotros usándolas sensatamente, pues son el combustible y los canales primarios de nuestro sistema nervioso.
Véase el alcohol, fármaco tóxico e incapacitante por definición, que nuestra cultura ha domado en un 90% de sus usuarios. ¿Ayudará a los alcohólicos que destruyamos las cepas españolas de vid, o más bien ayudará a nuestros descendientes que enólogos y gastrónomos estén de lleno en el asunto, acercando su ingesta al arte y al placer poético? Cierto porcentaje de la humanidad es adictivo –a ojo de buen botero, uno entre cada diez individuos-, exactamente lo mismo de drogas que de comida o juegos de apuesta, y a nadie se le ocurre prohibir la fabricación de naipes o ruletas para ayudar al ludópata, o retirar de la lícita circulación alimentos grasos para ayudar al bulímico.
La cuestión reside en saber si ese 10% de sujetos problemáticos con unas u otras drogas será atendido de buena fe, por gente compasiva, o dejaremos la gestión del asunto en manos de gánsteres, cárceles y farmacomitología, consiguiendo -de paso- que la gran mayoría restante sea sistemáticamente estafada, y puesta en peligro por un suministro clandestino. Tal como insulta al adulto que se ponga en duda su capacidad genérica de discernimiento -porque los adultos son la parte deliberante del pueblo, fuente soberana de toda norma coactiva-, es una burla seguir pretendiendo que la prohibición previene su abuso.
Ahora mismo en España, por ejemplo, no se habla de especial problema con los yonkis, mientras la heroína lleva años vendiéndose a cinco o seis mil pesetas el gramo, tres o cuatro veces más barata que hace una década. Naturalmente, es producto muy impuro, pero aún así ofrece quince o veinte dosis a consumidores no inveterados. Eso significa que cualquiera puede colocarse durante seis horas por trescientas o cuatrocientas pesetas, mientras conseguir cosa parecida con otras drogas –lícitas e ilícitas- cuesta cuando menos el doble o triple. La paradoja residual es que ese precio sigue siendo demasiado alto para el verdadero adicto. Por fortuna para él, en algunos lugares como Suiza y Holanda se ha establecido ya un suministro público e higiénico de heroína, y en otros más próximos –como Cataluña y Andalucía- la medida es inminente.
Nadelmann concluye su carta al Secretario General solicitando que “inicie un diálogo donde el miedo, el prejuicio y lo punitivo se abran al sentido común, la ciencia, la salud pública y los derechos humanos”. Es dificil decir más con menos palabras. No obstante, uno le pediría ante todo a Annan –y a Clinton, a Aznar y a los demás mandatarios reunidos en Nueva York- que se dejen guiar por la buena fe, y sencillamente pregunten a cada ciudadanía. Esto es, que sin demagogia ni maximalismo averiguen si preferimos seguir como hasta ahora, o bien estudiar algunos cambios, cambios tan graduales, localizados y reversibles como parezca conveniente.

Antonio Escohotado
Artículos publicados 2003
http://www.escohotado.org



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