ERNST JÜNGER,
UN PENSADOR CONTRACORRIENTE

Ernst Jünger habría cumplido 103 años el 29 de marzo próximo si su prodigiosa salud no hubiese dicho basta unas pocas semanas antes. Hace siete años, cuando le conocí, iba acompañado por su amigo Albert Hoffmann -el químico descubridor de la LSD- y formaban una pareja sorprendente, hasta cierto punto parecida a la de Alonso Quijano y Sancho. Apuró dos vasos de vino en aquella primera cena, y habló de filosofía y de drogas con autoridad deslumbradora. A mi juicio -que Jorge Luis Borges compartía expresamente- Ernst Jünger es el mayor prosista del siglo, junto con Marcel Proust, Franz Kafka y el propio Borges. Sólo puedo remitir para ello a obras como Juegos africanos, que describe su experiencia en la Legión Extranjera, donde se enroló a los 17 años, los prodigios expresivos de El corazón aventurero o el extenso fresco de impresiones y reflexiones representado por sus voluminosos Diarios. Pero Jünger no sólo fue un prosista eminente, sino quizá el primer ontólogo de su época.

He aquí una muestra, extraída de Radiaciones/2: Acerca del estilo. El empleo del sustantivo es, en todos los casos, más enérgico que el empleo de las formas verbales. "Se sentaron a comer" es más débil que "Se sentaron a la mesa" o que "Se sentaron para la comida". "Se arrepiente de lo hecho" es más débil que "Se arrepiente de la acción". Es la diferencia entre el movimiento y la sustancia. Este guerrero redactó una diamantina defensa de la rebeldía y la reconciliación en La emboscadura, que funda «la persona singular soberana» sobre un rechazo a las insidiosas formas modernas de la crueldad, cuando se han borrado las fronteras entre el servicio militar y el crimen. El libro, publicado originalmente en 1951, lamenta que los poderosos hayan ido ascendiendo poco a poco por los escalones de los partidos, pues esa circunstancia disminuye desde el principio las dotes para ejecutar actos que estén orientados hacia la totalidad, es decir: acuerdos de paz, juicios, fiestas, donaciones y acrecentamientos. Las culturas son casi siempre funerarias, en el sentido de que las personas sólo se hacen respetables al alcanzar un estatuto cadavérico.

Es vaticinable, pues, que Jünger inspire ahora comentarios hagiográficos y un recrudecimiento de las críticas, por la parte que pudo corresponderle en el belicismo de los años 20 y 30. Sin embargo, le recordaré siempre como era en vida: un anciano coronado de nieve, gentil y distante, que enseñaba a escribir y a mirar cuando tantos otros le sugerían mandar y ser mirado. El auténtico problema -dijo cierta vez- es que una mayoría no quiere la libertad y aún le tiene miedo. Para llegar a ser libre hay que ser libre, pues la libertad es existencia, concordancia consciente con la existencia, y es el placer, sentido como destino, de hacerla realidad.

 

Antonio Escohotado
18 de febrero 1998
http://www.escohotado.org



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