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EL
FIN DEL PAGANISMO
1. Al repasar noticias sobre culturas tan distintas, durante un periodo
tan dilatado de tiempo, vuelve bajo diferentes nombres una idea de las
drogas como espíritus neutros o imparciales, que al entrar en el
individuo intensifican las inclinaciones naturales, buenas o al revés
(Filón, De plant., XLI, 171), y por eso mismo cooperan al
autoconocimiento. De ahí la sobria ebrietas como meta, pues
quien se educa en ella disfruta de la relajación con dignidad.
Como añade Filón de Alejandría, "quienes
no se permiten la ebriedad, y se consideran sobrios, son presa de las
mismas emociones que el ebrio" (De. ebr., XXXVIII, 161),
pero desaprovechan su sagrado entusiasmo.
Siguiendo a Eurípides, el pagano piensa que la templanza pertenece
a la naturaleza individual: Baco no obliga a las mujeres a ser castas,
pero aquella que por naturaleza lo sea participará en las orgías
sin corromperse (Bac., v. 318). Ya Hipócrates aconsejaba
"ceder a la ebriedad una o dos veces, de cuando en cuando",
considerando que la relajación es cosa sana, terapéutica
en sí misma.
Conviene no olvidar, sin embargo, que este convencimiento -esta confianza
en la naturaleza individual- refleja una automedicación
muy arraigada. Los terapeutas pertenecen a miles de escuelas distintas
curan haciendo música, con números, con ensalmos, con fetiches,
con astrología, con masajes, con plantas, con pura sugestión
y con gimnasia-. y si en algo coinciden los hombres cultos de la Antigüedad
es en buscar nociones de medicina empírica para tratarse a sí
mismos. La tónica del mundo grecorromano es expresada por Encolpio,
protagonista principal del Satiricón, que cuando agota sus
remedios caseros recurre a herboristas, por "resultar más
seguro para la bolsa y la salud".
También es cierto que -con la ortodoxia brahmánica a la
cabeza- no faltan tampoco quienes ven en las bebidas alcohólicas
algo embrutecedor, que inclina a actos necios y orgías. Pero los
propios brahmanes celebran la ebriedad alcanzada con otras drogas, como
el cáñamo, y el alcohol no está legalmente prohibido
allí, sino tan sólo mal visto. Hasta en Roma, una cultura
inclinada a establecer penas feroces para cualquier transgresión,
el tabú que separa a la mujer del vino no se encomienda a la ley,
y su quebrantamiento sólo puede castigarlo -si así lo deseara-
el pater familias. Esto deriva de una clara distinción entre
derecho y moral: si la moral quisiera apoyarse en sanciones legales fomentaría
hábitos hipócritas, y si el derecho quisiera sancionar una
moral se haría sectario, fomentando el desprecio a sus leyes.
2. Estas convicciones -neutralidad de las drogas, ebriedad
sobria, automedicación, fronteras entre moral y derecho- sufren
un colapso al cristianizarse el Imperio romano. Frente a sujetos vocacionales
y dotados de "poder", como los hechiceros y chamanes arcaicos,
las castas ritualistas posteriores (pontífices romanos, basileos
griegos, brahmanes, mandarines confucianos, rabinos hebreos) exhiben el
tono profesional de quienes no son individuos marginales, sino integrados.
La religión que administran es también una verdad revelada,
pero bien distinta de la que administran la hechicería de posesión
y éxtasis: unos son cultos que se apoyan sobre experiencias aisladas,
a veces únicas en la vida, mientras los otros se basan sobre el
aprendizaje de credos y ceremoniales, siendo esencial un seguimiento que
asegure la adhesión del fiel a cierta concepción del mundo
y la conducta.
Mucho tiempo aubsistieron sin entrar en abierto conflicto el sacerdocio
ritual y la hechicería, cubriendo esferas distintas; coexistían
los basileos de la religión civil griega con hierofantes de Eleusis
y otros altares, pontífices romanos con oficiantes de numerosos
Misterios, mandarines confucianos con santones taoístas y budistas,
rabinos con profetas.
La guerra estallará cuando una secta -unida originalmente a trances
arcaicos de comunión- exija administrar la religión natural
y, además, la prosaica o civil. Esto sucede ya en el brahmanismo,
donde los viejos "bebedores de soma" pasan más
tarde a defender un culto antiextásico. Pero se observa con mayor
claridad aún en el cristianismo, un culto mistérico apoyado
sobre banquetes con pan y vino, cuando la cuenca mediterránea lleva
más de un milenio celebrando la harina como símbolo de Eleusis
y el vino como símbolo de Baco.
3. En sus formas más antiguas, el rito eucarístico
exigía duros ayunos previos -como otros Misterios paganos- y tras
varios días a pan y agua un vaso de vino posee la eficacia de varios.
Así era la eucaristía en la rama copta, que fue la tendencia
cristiana más pujante hasta ser condenada como herejía monofisita.
Muchas copas halladas en catacumbas de Roma -algunas con la inscripción
bebe en paz- sugieren también que el rito original pudo
suscitar las borracheras y fiestas estrepitosas condenadas por
San Pablo (Ep. gal., 21), alimentando actitudes orientadas -según
el propio apóstol- hacia obras carnales, como la fornicación.
A finales del siglo III, Novaciano - uno de los Padres de la Iglesia-
fustiga el desordenado amor al vino que observa entre sus correligionarios:
Se embriagan en ayunas, como si esto fuera presentar
sacrificios al Hacedor. Y no sólo corren hacia los lugares de esparcimiento,
sino que pransportan consigo un lugar de esparcimiento permanente, pues
su placer es beber.
El alivio de la rigidez, la relajación inducida por la ebriedad,
había sido para el pagano uno de los grandes dones dionisíacos,
admitido también por el Antiguo Testamento. Pero ahora es preciso
-como dice San Pablo- liquidar todo estímulo a "conductas
relajadas". De ahí que proliferen sectas rigurosamente
abstemias, como los encráticos, los tacianos, los marcionitas y
los acuarioanos, para los cuales beber constituye pecado mortal; según
sus tradiciones, cuando Lucifer cayó de los cielos se unió
a la Tierra y produjo la vid. Lucifer y Baco son una misma persona o -en
otras versiones- padre e hijo.
La formalización del rito eucarístico comenzó reduciendo
a mero símbolo el ayuno, para algo después reservar el vino
al sacerdote. Esto permitió retener el núcleo de todas las
religiones naturales -que es comer y beber del dios-, descartando al mismo
tiempo las sustancias que aseguraban un trance psíquico muy intenso.
En vez de caer en trance lo que se exige es querer creer, pura fe. Aunque
los sentidos no hayan notado diferencia antes y después de tragar
la hostia bendita, la fe consuma el milagro de tener a dios dentro, en
forma física.
Este giro exigía borrar cualquier punto de comparación,
cualesquiera comuniones no basadas sobre un esfuerzo de autosugestión.
Todos los otros ritos mistéricos del Mediterráneo pasan
a ser "tratos con potencias satánicas". Dios no tendrá
ya nada de misterio vegetal y multiplicidad: será uno y trascendente,
como la propia autoridad de la fe.
4. Sin embargo, no sólo los usos mágico-religiosos
quedan sometidos a estigma. Para el pagano la euforia, tanto positiva
(por obtención de contento) como negativa (por alivio de dolor),
constituye un fin en sí. La euforia es sencillamente terapéutica,
sana. La fe cristiana desea, en cambio, una medida considerable de aflicción,
porque el dolor es grato a Dios mientras mortifique a la carne:
lo que no sea aliviar patologías momentáneas es huida indigna
ante desdichas que redimen al ser humano. Toda ebriedad implica debilidades
culpables.
A esto se suma una condena de la eutanasia. La vida de cada uno no es
suya sino de Dios, y -fuere por lo que fuere- quien acorte su existencia
incurre en pecado mortal. La meta de una muerte a tiempo, la mors tempestiva,
es tan condenable como sus agentes menos ásperos, que el droguero
antiguo llamaba tanatóforos o liquidadores.
Sumando lo uno a lo otro, nada podía perjudicar más a la
tradición farmacológica. Unos cuantos empleos inocentes,
para males momentáneos y localizados, nada eran comparados con
la tentación de la euforia como fin en sí, sumada al peligro
de cultos orgiásticos, hedonismo y eutanasia.
Estos principios obtendrán pronto consagración legal. Un
edicto del emperador Valentiniano castiga con pena de muerte la celebración
de "ceremonias nocturnas", o la asistencia a ellas, medida
que implica ilegalizar todo rito mistérico de tipo extático.
En el año 391 el obispo Teófilo insta la quema de la biblioteca
de Alejandría, provocando la desaparición de unos 120.000
volúmenes, y a partir de entonces el número de archivos
y textos destruidos resulta incalculable. El saber pagano -especialmente
el relativo a drogas- se considera contaminado de brujería, mientras
San Agustín declara que el afán científico es en
sí "curiosidad malsana". Sucesivos concilios mandan
exterminar o vender como esclavos a los drogueros y a sus familias. Como
indica un edicto del rey franco Childerico, el uso de "plantas
diabólicas" es traición a la fe cristiana, y en
una de sus capitulares Carlomagno llama al opio "obra de Satanás".
Hacia el siglo X -cuando la Iglesia y el Imperio son una unidad sin fisuras-
emplear drogas con fines terapéuticos puede ser sinónimo
de herejía. Los medicamentos con mejor reputación entonces
son la momia pulverizada de Egipto y el cuerno de unicornio molido, si
bien se consideran mucho más eficaces aún las indulgencias
vendidas por el clero, seguidas de cerca por santos óleos, agua
y velas benditas. El droguero es un mago, y la magia está prohibida.
5. Mientras tanto, en pocos siglos Europa ha retrocedido
un milenio. Plagas del campo y la cabaña, catástrofes naturales,
privilegios, barbarie y continuos expolios se alían con invasiones
de vikingos, magiares y sarracenos para producir una rápida feudalización.
Muchas aldeas son abandonadas, otras quedan sometidas al aislamiento,
los bosques se adueñan de grandes extensiones, la agricultura y
la ganadería no producen excedentes capaces de sostener un verdadero
comercio, la industria minera, la metalúrgica y la alimenticia
sufren un colapso, las comunicaciones se hacen imposibles o demasiado
peligrosas.
La prolongación de este estado de cosas sugiere causas para tanto
desastre, que empiezan a encontrarse en brujas provocadoras de granizo,
sequía y epidemias. Para entonces han resurgido tradiciones chamanísticas
en núcleos aislados y en las comarcas más pobres, donde
acuden menos los nobles y clérigos. Están puestas las bases
para una guerra contra la brujería, que durará varios siglos.
Su relación con las drogas es muy instructiva, pero antes de examinarla
procede hablar del islam.
Antonio
Escohotado
Historia elemental de las drogas
http://www.escohotado.org
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