DESDE LA DISTANCIA

 

Aunque vivo hace casi un año en cierta islita del golfo de Siam, disfrutando de mi primer y último sabático, las noticias llegan por Internet como si nos trajesen el periódico a la cama. Y cuando se celebraron las elecciones vascas pensé de inmediato en Fernando Savater, que el viernes pasado rompió su mutismo con un artículo sobre la dignidad del perder. La derrota, Sancho, es botín de almas bien nacidas, dice -si no recuerdo mal- un pasaje del Quijote, pero en este preciso caso la derrota no es tal. Los testaferros de ETA han perdido la mitad de sus votos, cosa atribuible en buena medida a la energía y coraje de Savater, y por poco no se ha producido un vuelco en la situación política.

El éxito del PNV, que tan ambiguas relaciones mantiene con los terroristas, podría provenir del propio anticipo de las elecciones, interpretado como arrogancia de un poder central que se opone a la gestión descentralizada de Euskadi. Desde la distancia resulta imposible calibrar el grado de demagogia puesto en práctica a tales fines, pero tengo en cambio la perspectiva de otros nacionalismos.

En Tailandia ganó cómodamente las últimas elecciones un partido llamado Thai Rak Thai (los tai aman a los tai), tan patriótico como sugiere su nombre. Por todo el sureste asiático, el banderín de enganche ligado a patrias chicas ha conseguido recluir a sus países en burbujas lingüísticas aldeanas, gracias a las cuales vietnamitas, laosianos, camboyanos, birmanos y tailandeses -que están fundidos genética y culturalmente hace tiempo inmemorial- son incapaces por completo de entenderse unos a otros, e incapaces también de entender a su agua de mayo (el turista e inversor extranjero). Las únicas excepciones a esta regla de patriótica incomunicación son Singapur y Malasia, donde el inglés constituye lengua oficial, que resultan ser también los países más prósperos -y con mucho- de la zona.

Como es el latín del mundo actual, hablar inglés basta en cualquiera de los continentes para multiplicar las posibilidades de una persona. Pero el segundo latín del mundo actual es el castellano, cuyas múltiples variantes constituyen el español, y un país tan enorme como Brasil está dando el llamativo paso de instaurarlo como primera lengua en sus escuelas e institutos. Ya decidió lo mismo la India con el inglés tras su independencia, y doy por evidente que cualquier población saldrá muy beneficiada dominando alguna lingua franca o común, lo mismo que perjudicada en razón inversamente proporcional si antes de lograr ese dominio se decreta el aprendizaje a fondo de cualquier otro idioma, sobre todo si dicho idioma resulta -como tantos de esta área, o el propio euskara- un habla de grafía reciente o muy reciente, donde el trabajo de inventarla y aprenderla no se compensa con un cuerpo de grandes textos escritos originalmente en ella.

El capitán Burton podía hablar 30 lenguas y soñar en 14, pero la mayoría de los mortales tienen bastante con una gramática y una ortografía bien sabidas, y obligarles a rendir examen de romansch, albanés o caló equivale a sangrar árboles con savia limitada, que apenas darán fruto cuando llegue la hora de hacer incisiones en la otra cara del tronco.

Las culturas no se crean por decreto. Las culturas se aprenden porque ya existen, y se aprenden en la medida de su propia preexistencia. Imponer prioritariamente y a golpe de decreto la enseñanza de aquello que empieza a surgir, como la escritura del laosiano o el euskara, es inseparable de un proyecto eugenésico -si se prefiere, de una ingeniería social-, donde racismo y tiranía van por fuerza al cincuenta por ciento. El jerarca que concibe estos lúgubres fines, y sus herederos, rumian siempre lo contrario del mestizaje que renueva a plantas, animales y países; ponen en lugar de la utilidad alguna forma de odio, y olvidan que las lenguas no surgen para aislar sino para unir. Cuando alguna llega a lingua franca, el gobierno que practique preterición con ella es enemigo de sus gobernados.

Lo previo no niega el valor de todas y cada una de las lenguas, incluyendo el esperanto y su fértil adaptación en Africa oriental que es el suajili; más bien lo realza. Tal como las verdades se defienden a sí mismas, las lenguas se defienden a sí mismas, y no sé de ninguna que haya muerto hasta ahora por decreto. Sus depósitos de conocimiento son infinitos, como su creatividad, justamente porque no le deben su nacimiento a nadie en particular, y nadie en particular es su dueño. No nacieron para recordar a los muertos, sino para poder expresar a otro incluso nuestra esfera íntima, de modo matizado e inequívoco, con lo cual valen tanto como su ámbito de comunicación. Si sólo nos importa un perímetro reducido, nos quedaremos con la lengua que se hablaba cuando aprendimos las primeras palabras. Si pensamos en nuestros hijos, y en la propia conveniencia, intentaremos saber la lengua común más próxima.

Quizá el nacionalismo no pueda combatirse considerándolo malignidad o estupidez, porque arraiga por ahora en la naturaleza humana. Este es el único punto donde no coincido con Savater, y se refiere al método. Por lo demás, él me hizo ver hace unos meses -gracias a cierta entrevista- que la solución con ETA ha dejado de ser política y constituye un asunto exclusivamente policial-penal. También he visto que a sus detractores clásicos -los hipócritas, los corruptos y los asesinos- se ha sumado recientemente la izquierda, al parecer porque él se ha convertido en huésped de la derecha. Pero dichos paraderos sentimentales han dejado de reflejar el mundo actual, y cuanto más ataquen a Savater desde la izquierda más se notará el derrumbe irremediable de esos cuatro tópicos falsos recosidos con 10 estadísticas no menos falsas, sostén moral de invertebrados o desinformados, adictos en ambos casos al rencoroso evangelio del victimismo, cuyo resentimiento puede atribuirse en partes iguales a falta de eco y fusibles fundidos.

Conozco a Savater desde cuando todavía no había terminado la carrera, teniendo yo veinte y algunos, y desde la primera frase que salió de sus labios supe que se trataba de un hombre bueno e inverosímilmente ingenioso. Episodios ulteriores mostraron a todos cuantos le conocen -y de esto estoy seguro- que es amigo de la amistad, y que ningún amigo suyo ha recibido de él sino consideración y respeto. Sus libros y su persona pública atestiguan los prodigios de análisis que puede hacer con la pluma y con el verbo. Tecléese su nombre en algún buscador de la Red, si alguien quiere hacerse una vaga idea de hasta dónde resuenan sus criterios. Lujo de nuestra lengua, figura del espíritu contemporáneo y alma bella, siempre me he sentido orgulloso de conocerle. Pero el sentimiento se recrudece ahora, cuando él se declara dispuesto a catar las hieles de la derrota, y en realidad se acerca cada día más a lo opuesto.

 

Antonio Escohotado
El Mundo, 30 de mayo de 2001
http://www.escohotado.org



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